CAPITULO X

—¿Te haces una pequeña idea de lo que esto supone? —Íntegra recalcó cada palabra— ¡¿Eres consciente de lo que puede pasar si la prueba da positivo?! ¡Maldita sea Alucard! ¡¿Tanto te costaba mantener la bragueta cerrada?!

—Ni siquiera sospeché que...

—¡Me da igual! —lo cortó furiosa— Esto ya es lo suficientemente desastroso. ¡Aún no sabemos a ciencia cierta hasta dónde puede llegar algo cómo ella! ¡Hasta tú mismo admitiste al principio que un mestizo era un peligro al no tener limitaciones naturales, que era mejor quitarla de en medio! Pero en algún momento empezó a interesarte como entretenimiento, empezó a gustarte jugar con fuego, decidiste, deliberadamente, ignorar mis órdenes y advertencias. Priorizaste el placer sobre el deber y ahora tenemos en las manos, bajo nuestro propio techo, una bomba a punto de explotar dirigida a nosotros directamente sin saber su radio de alcance.

El vampiro seguía con la vista baja y la mandíbula apretada. La ansiedad y la culpa lo desgarraban por dentro sin compasión cada vez que visualizaba lo que ambos habían estado haciendo en el dormitorio desde la rave.

—La sangre llama a la sangre —recordó la mujer— ¡¿Cómo no me di cuenta antes?! Que Blake llegara a Londres y os toparais de frente. Que perdiera el rastro de su padre al entrar en Hellsing. Que sus averiguaciones quedaran estancadas justo en la época en que mi padre te mandó hibernar. Esa atracción mutua que sentisteis desde el primer momento... Esa maldita atracción que malinterpretasteis y habéis convertido en algo retorcido, empujada sobre todo por ti.

El vampiro tragó sintiéndose más sucio y ruin. Las pruebas aún no se habían hecho, pero él sabía de sobra el resultado. Lo había sabido siempre, pero como bien decía su Ama, lo había interpretado como él había querido. Esa necesidad de tenerla cerca, de protegerla a toda costa, que le hiciera sentirse completo y menos solo... era algo paternal, era un sentimiento mucho más complejo que el deseo carnal, era amor lo que sentía por ella, un amor que jamás creyó experimentar ni en vida ni en muerte. Era algo más puro que el amor entre dos personas ajenas, y que se había encargado de contaminar hasta corromperlo. Por el Diablo, ¿qué había hecho?

Maldito fuera el momento que se encontró con Ioana. Salió huyendo de esa casa cuando empezó a comprender que aquella mujer, que no le temía a la muerte, que casi la esperaba y la ansiaba, que no le temía a él a pesar de saber lo que era, lo estaba ablandando y volviendo más humano, precisamente porque ella no albergaba miedo en su corazón. Fue en ese momento en que comprendió que si pasaba una noche más a su lado, ya no se iría nunca, y él era un monstruo sin escrúpulos que disfrutaba matando, viviendo a costa de la vida de otros. La noche lo llamaba para que fuera libre. Si se quedaba sabía que terminaría reprimiéndose hasta perder la cabeza, haciéndole daño a Ioana. Y la solución que escogió fue la más cobarde, como siempre. Irse sin mirar atrás, esforzándose en olvidarla prometiéndose que jamás volvería a tocar a una mortal como la tocó a ella. Mina fue la que le ayudó a olvidar a esa granjera melancólica pero luchadora, que consiguió que su corazón volviera a latir durante un breve lapso de tiempo.

—Blake no puede enterarse de esto. No debe enterarse de esto. Dé lo que dé la prueba, no ha de saber nada, ni siquiera sospecharlo.

—Eso va a ser más complicado de...

—No, no es complicado Alucard. La seguirás tratando igual que hasta ahora —el no-muerto levantó la mirada, con horror—. No me mires así ¿Acaso ahora tienes principios y ética? ¿Te asquea que te pida que sigas acostándote con ella?

—Si es mi hija...

—Por el amor de Dios, ¿tanto te ha ablandado esa maldita chica en apenas unos meses? No es mi problema que ahora tengas conciencia. Me desobedeciste y este es mi castigo para ti. Si es necesario cierra los ojos y piensa en otra. Si Blake se entera creo que sabes de sobra cómo reaccionará y cuál será nuestra respuesta —le espetó con dureza—. Está en tu mano el que siga con vida o no. Si de verdad te importa un mínimo harás lo que haga falta. Eres un puñetero monstruo, Alucard ¿Qué diferencia hay ahora realmente? No la conoces apenas, no la has criado, de no saber ese posible dato aún por corroborar te la seguirías beneficiando a diario sin problemas. Así que finge que nada ha pasado, que no sabes nada. O terminaré siendo yo quien le meta una bala en la cabeza mientras duerme entre tus brazos.

El vampiro sintió de nuevo ese escozor tras los ojos y la angustia trepar por su garganta. Se estaba ahogando a pesar de no necesitar respirar. Apretó los dientes, hincó la rodilla en el suelo y bajó la cabeza.

—Será como deseéis, Ama —su voz sonó firme, aunque por dentro se rompió en pedazos.

...†...

Ceres cogió una de las armas disponibles de la galería de tiro. Creyó que a esas horas estaría vacía, por eso se sorprendió al encontrar a Blake allí. Estaba muy concentrada en la diana, con los cascos de insonorización puestos para proteger sus sensibles oídos. Sus ojos se quedaron clavados en la melena blanca recogida en un moño rápido del que escapaban varios mechones.

La expolicía sopesó si irse o no. El miedo y la desconfianza hacia ella se había reavivado, no hacia la mestiza en sí, si no a lo que albergaba en su interior. Sabía de sobra que Blake era de fiar, que no le haría daño, pero también sabía que su otra yo cada vez aparecía con más frecuencia, podía verla con más asiduidad en sus ojos, acechando. Le carcomía estar entre Alucard e Íntegra. Su maestro le había dicho que cerrara la boca, pero lo que habían descubierto era demasiado importante como para ocultárselo a Íntegra, debía saberlo, para tomar medidas de contención de ser necesario. Blake le caía bien, quería ayudarla y opinaba que lo mejor era decírselo a la jefa de la Organización. Ella sabría qué hacer y qué era lo mejor para la seguridad de todos, incluyendo la de la mestiza ¿Cómo de malo sería decírselo a espaldas de su Amo?

—Hola Ceres —la saludó Blake, bajando la pistola y quitándose los cascos.

—¿Cómo has sabido que estaba aquí? —la vampiresa se movió inquieta.

La chica se dio unos golpes en la punta de la nariz. Ceres olvidaba a menudo que su amiga tenía el sentido del olfato mucho más entrenado que el suyo.

—¿Tú también necesitas desconectar un poco? —la mestiza torció una sonrisa cansada.

—Supongo. No sé. Desde que entré en la academia de policía se me ha dado bien disparar, era de las mejores de mi promoción, y no quiero perder facultades. Es como... hace que sienta que al menos soy la mejor en algo —cogió los cascos de insonorización de su cabina.

—Eres la mejor en muchas cosas. Y al haberte convertido en vampiro es imposible perder facultades, más bien todo lo contrario. Seguro que podrías dar en el blanco con los ojos cerrados.

Ceres se encogió de hombros con una tímida sonrisa. Ambas estuvieron disparando y la expolicía comprobó que su puntería era mucho mejor que la de su compañera, solo esperaba que no lo hubiera hecho mal adrede para hacerla sentir mejor.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —Blake la miró con expresión inquieta.

—Claro, ya lo sabes —la vampiresa dejó el arma en la mesa y se quitó los cascos.

—Alucard sacó el tema y... de estar en mi lugar ¿Te quedarías en Hellsing o te marcharías?

—No te sigo —alzó una ceja, confusa.

—Sé que me retienen aquí con la excusa de que los Gansos no son suficientes para proteger la Organización, yo acepté porque quería encontrar a mi padre. Y ahora que está muerto... no sé qué hacer con mi vida. Siento que estoy atascada, vacía. Nunca me había planteado otra cosa y, si te soy sincera, creía que moriría antes de conseguir tener a mi padre cara a cara. Realmente ni siquiera sé si podría llevar una vida normal, si podría hacer otra cosa que no fuera cazar monstruos.

—Cazar monstruos se parece mucho al trabajo que hacía de policía. Al final lo importante es que buscamos proteger a los demás —Ceres se encogió de hombros—. Además ¿No estás con el Amo? Ese es otro motivo para quedarse.

Blake se la quedó mirando de hito en hito.

—¿Cómo que si estoy?

—No lo sé, se va prácticamente todos los días a tu habitación cuando amanece y... bueno, de vez en cuando aún se escucha algo a través de las paredes —la vampiresa se humedeció los labios con incomodidad, sonrojándose ligeramente.

—No estamos juntos —aclaró Blake sintiendo sus mejillas arder—. Es lo que veis. Nos acostamos y ya, solo por pasar un buen rato. Simplemente es sexo.

La expolicía asintió. No tenía claro si le estaba diciendo o no la verdad. Puede que fuera cierto que para la chica solo fuera sexo, pero para el vampiro era mucho más, y eso complicaba todavía más la situación de Ceres, haciendo que se sintiera entre la espada y la pared.

—Sea como sea, yo si fuera tú me quedaría en Hellsing. Y si en algún momento te cansas de cazar y pelear tal vez puedas hacer otra cosa. Walter también fue agente de la Organización en su juventud.

—No pienso llevarle el té y las pastas a lady Sargento —se indignó Blake.

—¡No me refería a eso! Además, te aseguro que no es lo único que hace —aclaró Ceres—. Pero, no sé, podrías llevar el papeleo o las investigaciones o el adiestramiento de nuevos soldados. Me gustaría que te quedaras, está bien no ser la única mujer entre tanta testosterona —se sinceró la vampiresa.

—Tienes a Íntegra —puntualizó la otra.

—Yaaaaa... No estoy muy segura de hasta qué punto se la puede considerar una mujer. Y desde luego no le hablaría sobre según qué —sonrió de medio lado.

—¿Cómo de Pip? —Blake alzó una ceja con picardía.

—Como de Pip —corroboró la otra riendo.

Dejaron las armas en el almacén y salieron de la galería de tiro.

...†...

Alucard había entrado en la habitación de la chica sin su permiso, sabiendo que estaba vacía. Había sido un impulso movido por la necesidad de saber más de Blake sin tener que enfrentarla, la había evitado desde que descubrió el lazo que los unía.

Pero no encontró gran cosa, solo lo que ya había visto en su apartamento antes de mudarse allí: algo de ropa, el armamento auxiliar, las llaves de su moto, dos libros viejos sobre vampiros llenos de anotaciones en los márgenes de las páginas y una muñeca de trapo.

Aquel juguete infantil le inspiró ternura, el que conservara algo así después de tantísimo tiempo. Estaba muy viejo, la tela estaba descolorida y la habían remendado con torpeza. Vestía un pequeño vestidito marrón con un bolsillo delantero que estaba vacío. Se preguntó si aquella muñeca se la habría hecho su madre. Escuchó el pomo de la puerta girar, y antes de que esta se abriera, se escurrió entre las sombras.

...†...

Sentada de nuevo en el tejado de la mansión, vio despuntar el alba. Había vuelto a soñar con sus padres, y estaba cansada de hacerlo. Le asqueaba muchísimo. Hasta ese momento los recuerdos absorbidos al beber de otros no la habían molestado ¿Por qué ahora sí? ¿Qué era diferente? Se frotó los ojos con cansancio.

—Nunca te lo he preguntado y tengo curiosidad —Alucard se sentó a su lado—. Eres medio humana, así que tu cerebro necesita dormir para no hervir ¿Cómo es posible que no te destroce el no tener un ciclo de sueño regular? Vives por igual de noche y de día.

—¿Acaso no es una pregunta a la que podría responderte Íntegra? Es completamente humana y tiene menos aguante que yo.

—Ella normalmente vive de noche y duerme de día, a no ser que surja una urgencia o tenga alguna reunión diplomática. Y respecto a las reuniones siempre intenta que sean al atardecer.

—¿Tienes a todos tan controlados aquí? —Blake lo miró alzando una ceja con desconfianza.

—Ya te dije que antes de que llegaras me aburría muchísimo. No necesito dormir realmente, si lo hago es para matar el tiempo hasta que ocurra algo interesante.

—Hasta eso tienes que matar... —remugó para sí la chica.

Alucard ahogó una carcajada.

—Sinceramente no sé cómo aguanto el dormir tan poco o nada. Hay veces que lo llevo peor y veces que lo llevo mejor —se encogió de hombros.

—Por tu cara diría que es una de las rachas en las que lo llevas peor.

Blake suspiró con cansancio.

—Últimamente me cuesta conciliar el sueño. No me dijiste que bebiendo de otros lo que absorbes puede enredarse con mis propios recuerdos. Es una puta mierda. Antes no me pasaba, pero desde lo de Castlebay... —remugó—. Revivo los recuerdos de mi madre y de Von Kalmbach.

—¿Von Kalmbach? —Alucard frunció el ceño.

—Sí. Creo que absorbí algo de su sangre. Puede que si los lagartos se alimentan de otros, al ser parte de mí, me quedo también con ello —el vampiro asintió confirmando sus sospechas.

La presión creció en el pecho del no-muerto al caer en la cuenta de un detalle que le había pasado por alto. Blake había bebido de él en dos ocasiones: cuando casi le arrancó el corazón y la primera noche que se acostaron. Se esforzó en controlar su reacción, en que su rostro no se crispara por la preocupación. Los recuerdos que ella revivía eran los suyos propios, eso quería decir que en algún momento se daría cuenta de quién era realmente el vampiro que estuvo con su madre. Maldita sea, su tiempo se acortaba cada vez más, apretando la soga que rodeaba su garganta.

—La cuestión es que veo cómo conoció a mi madre y cómo la sedujo, desde su punto de vista y desde el de mi madre. Es repugnante —prosiguió la chica.

—¿Te incomoda ver a tu madre follando? —se mofó el no-muerto, intentando fingir que no le ponía nervioso lo que la chica le estaba desvelando, aunque por suerte ella siguiera creyendo que se trataba de Von Kalmbach.

—Olvidaba que hablaba contigo —resopló volviéndose a frotar los ojos con cansancio.

—Me resulta curioso que bebieras de tu madre ¿Fue un arranque al inicio de la sed?

—No. Cuando era un bebé, o eso me dijo ella, berreaba tanto y estaba tan débil que empezó a darme algo de sangre en la lactancia, suya al principio y más tarde de los animales que teníamos. Siempre supo lo que yo era, aunque intentaba que bebiera la menor sangre posible, para que no dependiera de ella.

Se quedaron en silencio.

—Al final no me contaste qué te pasó a ti y a tu madre —retomó la conversación casi en un susurro.

—Me dijiste que no hacía falta que te lo contara.

—Te lo dije por caballerosidad. Había sido un buen polvo y no quería estropearlo con lágrimas —sintió asco de si mismo al admitir aquello—. Pero mi curiosidad sigue ahí. Somos un equipo y para que funcionemos bien, la cosa ha de estar equilibrada. La información es ventaja, y no me gusta ser el que se queda atrás.

—Somos un equipo porque nos obligan a ello —aclaró con desagrado—. Y realmente no sé mucho de ti, solo lo que se cuenta.

—Lo que se cuenta es lo importante —la miró con una sonrisa socarrona.

Blake apartó la mirada y se abrazó las rodillas. Alucard pensaba insistir todas las veces que fueran necesarias. Necesitaba saber qué le había pasado realmente a Ioana y a la chica, a pesar de que haría que se hundiera aún más en ese pozo de arrepentimiento y vergüenza en el que se había metido él solo.

—Mi madre hacía tres años que había enviudado —comenzó a relatar con la mirada perdida en un punto cualquiera, el no-muerto la observó con atención, no esperaba que le contara nada, no en ese momento al menos—. Ya te puedes imaginar lo que supuso el quedarse embarazada de un viajero. La tacharon de ramera, de no ser capaz de mantener la memoria de su marido con las piernas cerradas. Ella sola llevaba la granja que nos daba de comer.

Se humedeció los labios, recordando la casa y los campos verdes, los animales del corral y el huerto.

—Cuando nací... empezaron a llegar vampiros a Sirvragi. Se comían al ganado y mataban a los vecinos, atraídos por mi olor. Me pasé toda mi vida sin salir apenas de la propiedad, con un collar de ajos al cuello y la casa llena de ellos, para intentar enmascarar mi olor —hizo una mueca de desagrado—. Mi madre apenas dormía por las noches, cuando el peligro era mayor. Y a pesar de dormir tan poco, se seguía encargando sola de la granja y de mí, sin pedir ayuda nunca a nadie —sus ojos se humedecieron—. Supongo que para protegerme, si alguien se hubiera enterado de lo que realmente era, me habrían quemado viva en la hoguera —se quedó en silencio unos segundos—. Debió dejar que lo hicieran.

Alucard le colocó el pelo tras la oreja, en un gesto que intentó infundirle apoyo. No se atrevía a más, para que no se diera cuenta de quién era él y porque sentía vergüenza de volver a tocarla.

—Fue ella quién me enseñó a valerme por mí misma desde cría, a no confiar en nadie. Supongo que sabía lo que iba a pasar, tarde o temprano —se humedeció los labios—. Recuerdo que me encerraba en el armario de mi habitación, de ahí mi claustrofobia, cuando los monstruos tiraban la puerta abajo y ella sola se enfrentaba a todos, sin un ápice de miedo... Sigo sin entender por qué no me dejó morir, por qué no me entregó para librarse de una carga como yo, que la iba consumiendo. Solo veía como cada día sus ojos brillaban un poco menos y perdía la sonrisa un poco más, no era vida —las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas—. La gente decía que estábamos malditas, que mi madre se abrió de piernas al Diablo y que yo solo traía desgracia al pueblo. Daba igual si era por los vampiros, por la sequía o la gripe, la culpa siempre era nuestra. Nos temían muchísimo y eso nos mantuvo a salvo un tiempo, aunque los críos venían a la granja a tirarnos piedras y fruta podrida. Llegó un momento en el que dejó de llevarme al pueblo, creo que intentó hacerles creer que había muerto en uno de los brotes de enfermedad que azotó Sirvragi. A pesar de todo ese esfuerzo por parte de mi madre, el miedo del pueblo siguió creciendo ante los ataques de vampiros cada vez más frecuentes, creció tanto que un día... se desbordó —se le cortó la voz con un sollozo.

El vampiro la miró con culpabilidad creciente. Todo ese dolor era culpa suya. Todo ese sufrimiento había causado que Blake tuviera una vida horrible desde mucho antes de tener que valerse por sus propios medios.

—Estaba jugando con mi muñeca. Mi madre me cogió del brazo y me sacó de la casa a rastras, me colgó su relicario y me dijo que me escondiera en el bosque hasta que cayera la noche —empezó a llorar con amargura—. Estaba asustada, sabía que algo muy malo pasaba y además me estaba sacando de casa sin el collar de ajos, sin aquello que en ese momento pensaba que era mi mejor escudo. Aun así obedecí. Corrí tanto que desde donde me refugié era incapaz de saber qué pasaba en casa —inspiró con fuerza—. Al anochecer volví y... no quedaba nada. Habían quemado la casa, el granero y a los animales. No dejaron nada. Y mi madre... —cerró los ojos con fuerza sintiendo que volvía a romperse por dentro—. La habían colgado en el manzano que había frente a la casa y le habían puesto el cartel de bruja al cuello. Bruja. Mi madre, que siempre había ayudado a aquellos que lo necesitaban, señalada como adoradora del Diablo y ahorcada por culpa de un maldito vampiro, que la sedujo y se aprovechó de ella antes de desaparecer sin dejar rastro —Alucard apretó los puños, deseando haber estado allí para desollarlos a todos, deseando poderle decir a Blake que lo que hubo entre su madre y él fue mucho más profundo que un simple polvo—. Von Kalmbach la dejó con una aberración que nunca debió nacer, que la condenó a manos de una panda de tarados y supersticiosos que decidió hacer justicia a su manera castigando a la víctima en vez de a mí —tragó saliva—. Aún recuerdo su cuerpo inmóvil en aquel árbol, con las manos atadas a la espalda y el rostro amoratado. Era una mujer preciosa que nunca más volvería a reír —sollozó—. Era apenas una cría y cuando pude parar de llorar abrazada a sus pies fríos, conseguí descolgarla y enterrarla. No quería que los carroñeros la destrozaran. No se merecía eso. Y luego... solo hubo rabia y odio. Lo siguiente que recuerdo es el pueblo completamente vacío, las casas derruidas, los rastros de sangre y el bosque marchito. Y una rabia que seguía ahí y que no era capaz de calmar. Desde ese momento tuve que valerme por mí misma y aprender a sobrevivir, siempre moviéndome, perseguida por vampiros hambrientos que seguían mi rastro, ocultándome de ellos y de los humanos que no dudarían en matarme si descubrían qué era yo. Hasta que un día fui lo suficientemente fuerte para enfrentarme a todos ellos y comenzar a cazarlos como ellos habían intentado hacer conmigo.

El vampiro recordó lo sucedido en el hospital y supo muy bien lo que había pasado en Sirvragi.

—¿Sabes qué es lo peor de todo aquello? ¿De haber arrasado Sirvragi? Que ese día empezó el susurro de la oscuridad y no dejó que la rabia se calmara. Y sigue ahí, hirviendo. Creo que nunca podré calmarla. Y eso me asusta —miró al vampiro con los ojos aún inundados en lágrimas.

—Se calmará. Se calmará cuando te aceptes a ti misma. Cuando seas capaz de apreciar por igual tus luces y tus sombras. Ya no queda ninguno de los que te hizo daño —mintió.

Alucard se quedó mirando su rostro, tan parecido al de su madre, por el que seguían corriendo unas lágrimas silenciosas. Se marchó para proteger a Ioana, pero en vez de eso la castigó con una vida destinada al sufrimiento. La niña que concibieron tras ese corto periodo de tiempo en el que ninguno de los dos se sintió solo, en el que la felicidad empezó a florecer, fue su pena de muerte, su larga y agónica condena. Si no la hubiera tocado... Había cometido el mismo error dos veces, con la diferencia de que ahora el precio a pagar iba a ser más alto, hiciera lo que hiciera.

Blake se giró hacia él y lo observó con detenimiento. Estaba triste ¿Alucard realmente podía sentir? ¿Quedaba en su interior algo que no fuera crueldad?

—¿Y qué me dices de ti? Se cuentan muchas historias, pero ninguna dice por qué te transformaste en vampiro.

El no-muerto chasqueó la lengua con fastidio.

—Porque fui un cobarde. Temí a la muerte. Temí el castigo de Dios a pesar de que lo di todo por él. Segué y regué los campos con la sangre de sus infieles, y a cambio me abandonó —respondió mirando el sol aún bajo en el horizonte, recordando el último amanecer que presenció como mortal—. Las bestias como yo somos seres débiles, que incapaces de existir como seres humanos terminaron transformándose en los monstruos que ya fueron en vida una vez la muerte los reclamó. Por eso solo los humanos pueden matarnos atravesando nuestro corazón, porque son los únicos con el valor necesario para afrontar la vejez y la muerte.

Blake frunció el ceño, intentando asimilar y comprender las palabras del vampiro.

—Conseguí despojarme del miedo con ese trato, pero junto a ese miedo se fue mi humanidad y mi alma. En el lugar que ocupó el hombre un día, surgió una bestia sin remordimientos.

—¿Y te arrepientes de ello?

—No —respondió aún con la mirada fija en el horizonte—. Ya te he dicho que no siento remordimiento, ni piedad, ni nada. Solo hambre y orgullo.

—Eres un puto mentiroso —rio Blake por lo bajo—. Si no sintieras nada, no habrías salvado a Ceres ni protegido a Íntegra. No podrías moverte entre mortales. Serías un monstruo rabioso con bozal y una cadena muy corta al que no dejarían salir sin una escolta detrás, o puede que ni siquiera te dejaran salir. Ya te lo dije una vez y lo vuelvo a repetir: eres todo fachada y fanfarronería.

Alucard dibujó una pequeña sonrisa antes de ponerse en pie.

—Me voy a dormir, deberías hacer lo mismo.

—¿Es acaso una invitación? —lo miró alzando una ceja, con una pequeña sonrisa juguetona.

—Por una vez no hay doble sentido. Tienes una cara espantosa que no me pone nada, así que prefiero que vayas a dormir sola. Si estoy contigo... te aseguro que no dormirás y las ojeras no te favorecen.

En cuanto le dio la espalda a la mestiza dibujó una mueca de repugnancia hacia sí mismo. Seguir jugueteando así con ella le revolvía el estómago, pero si era hábil conseguiría que por mucho que le insinuara, la cosa no fuera a más.

...†...

Walter fue a buscarla a su habitación, Íntegra quería hablar con ella. Ceres caminó con paso inquieto tras el mayordomo. La mujer no solía requerir su presencia, siendo aun aprendiz no la tenía muy en cuenta para temas importantes, ni siquiera para los más ordinarios.

El anciano cerró las puertas al dejarla junto a la joven mujer rubia en un enorme solárium, desde el que se veían los jardines bañados por la luz de las estrellas y la luna menguante. Íntegra le ofreció asiento frente a ella.

—¿Tanto te preocupa que te haya hecho llamar? Estás muy tensa —le preguntó la mujer.

—N-no. Simplemente se me hace extraño que sea a solas, normalmente solo estoy de oyente —respondió la chica, algo encogida en su silla.

Aquella pequeña charla le olía a encerrona y tenía la sospecha de que estaba relacionado con Blake.

—Tranquila. Simplemente quería preguntarte sobre ciertas inquietudes que tengo desde hace un tiempo por Alucard, y que tú tal vez puedas responderme al tener un trato mucho más estrecho con él.

La vampiresa tragó saliva con fuerza, no se había equivocado sobre el motivo que la había llevado allí. La joven asintió dándole a entender que podía continuar.

—Bien. Como te decía, desde hace unos meses la actitud de tu Amo me tiene preocupada. Está más receptivo a las emociones humanas y esquivo a la hora de responder mis preguntas, estoy segura de que me oculta algún tipo de información.

—¿Información sobre qué? —Ceres fingió curiosidad por algo que sabía de sobra.

—Precisamente esperaba que fueras tú quien me diera la respuesta —Íntegra dibujó una pequeña sonrisa, que estuvo lejos de tranquilizarla aunque esa fuera su intención.

—El Amo me cuenta aún menos cosas que a usted —resopló con indignación, en esa ocasión no fue necesario mentir.

La mujer cogió con parsimonia su taza de té y bebió de ella sin dejar de mirar a la expolicía, que seguía rígida en su silla.

—Ceres, no me mientas, se te da bastante mal con esos ojitos de corderito asustado —dejó la taza sobre la mesa—. Sé que te debes a tu Amo, pero por encima de él, estoy yo. Y además, en el fondo, sigues siendo policía y buscas lo mejor para todos.

—De verdad que no sé nada. El Amo Alucard se pasa casi todas las noches con Blake, tal vez ella sepa mejor qué es lo que no quiere decirle —intentó pasarle la pelota a la mestiza, que seguramente sabría encarar mejor a la mujer.

—¿Y por qué tengo la sensación de que es precisamente sobre Blake lo que ambos me estáis ocultando? —le clavó la mirada con dureza.

Ceres no supo qué contestar a aquello. Tensó la mandíbula mientras su cerebro iba a toda velocidad para intentar pensar una respuesta convincente a aquella acusación.

—¿Qué es Blake y cómo de peligrosa para que no queráis decírmelo por miedo a mi reacción? —le preguntó a bocajarro.

—Es una mestiza de vampiro y humano, más allá de eso no sé nada, de verdad.

—Manipuló a Bernadotte para que te encañonara, ¿me vas a decir que eso no te inquieta? —alzó una ceja con escepticismo.

—¡Claro que me inquieta! Pero... no sé nada al respecto. No sé si eso es algo normal en un mestizo. Los vampiros también podemos manipular mentes —aclaró—. E igualmente solo fue esa vez y estaba muy drogada.

—Blake deja un reguero de muerte a su paso, no sé si mucho mayor que el de Alucard, pero sí diferente. Y hay algo en sus ojos... que no me gusta. Esa chica me ha dado mala espina desde el principio.

—Blake es una buena persona —insistió Ceres, cerrando las manos con fuerza para evitar que le temblaran.

—De persona no tiene nada.

La vampiresa apartó la mirada.

—Debería intentar hablar con el Amo sobre esto, yo no la puedo ayudar mucho más —insistió.

—Ceres, responde a mí pregunta. Estoy harta de tener que amenazaros para que obedezcáis desde que esa maldita mestiza llegó a Hellsing. Si lo que quieres es protegerla o ayudarla de alguna manera, no lo conseguirás así, te lo aseguro. Lo único que estáis consiguiendo es que la ponga en el punto de mira para poder asegurarme de que la Organización está segura.

La expolicía se mordió el labio. Entre la espada y la pared. Contrajo el rostro como si sufriera un intenso dolor.

—No sé qué le pasa a Blake... quiero ayudarla, pero...

—¿Pero?

—No le haga daño —le suplicó la chica.

Íntegra asintió, dejándole claro que podía fiarse de ella.

Ceres empezó a relatarle todo lo que había visto hasta ahora, todas sus inquietudes y sus miedos, y la vampiresa no se sintió más ligera por ello. La culpabilidad y la duda de si había hecho bien la arañaron por dentro. La jefa de Hellsing notó que su corazón se aceleraba a medida que la joven no-muerta le contaba todo aquello.

Tenía que haber matado a Blake la misma noche que llegó a la mansión, porque ahora ya era tarde. Se había enquistado en la Organización, había corrompido la cadena de mando y la lealtad de sus armas más contundentes. Incluso ella sentía cierto reparo en acabar con su vida ahora, tras conocerla un poco más. Sabía que Blake no era el enemigo, si no lo que fuera que había en ella, la parte de Alucard que habitaba en su interior. No habían podido confirmar la paternidad del vampiro ya que, tras la incursión de Millenium en los laboratorios, habían destruido todas las muestras de la chica por si intentaban robar de nuevo. Pero en el fondo tanto Íntegra como Alucard sabían que él era el padre de la chica, si se fijaban bien, podían apreciar algunos rasgos comunes, aunque se pareciera más a su madre.

La mujer apretó la mandíbula con frustración. Empezaba a vislumbrar con claridad el peligro de los mestizos y porqué la misma naturaleza, Dios, o quién fuera que regía las normas de ese tipo de criaturas, ponía tantas trabas a su supervivencia. No podían vivir, porque eso supondría que muchos, muchísimos otros, morirían.

Cuando Ceres se marchó le pidió a Walter que se quedara, nadie mejor que él para aconsejarla sobre qué hacer. Las respuestas habían llegado muy tarde, y temía no tener el tiempo suficiente para encontrar una solución al huracán que estaba cada vez más próximo.

...†...

Alucard encajó el golpe de Blake sin apenas inmutarse.

—Golpeas como un mortal —le dijo casi con desprecio—. Has de golpear no con intención de derrumbar a tu oponente, si no con intención de hacerle pedazos. Nuestro mayor peligro es nuestra fuerza, poder destrozar la carne y el hueso como si fueran simple mantequilla.

—Pensaba que vuestro mayor peligro eran vuestros poderes —la joven volvió a ponerse en posición de ataque.

—Tú misma has acabado con mis lobos varias veces. Incluso pudiste con Von Kalmbach cuando se transformó en niebla —le recordó—. Si un humano analiza bien nuestro poder puede encontrar un punto flaco, por pequeño que sea. Pero nuestra fuerza... —rio con orgullo— Nuestra fuerza puede derrumbar muros. Si golpeamos algo lo convertimos en nada. Así que golpéame como si quisieras despedazarme.

Blake alzó los puños vendados e inspiró con fuerza. Se movió con rapidez y cuando tuvo al vampiro al alcance asestó un golpe en la articulación de hombro con todas sus fuerzas. El hueso crujió y sin apenas darse cuenta su puño atravesó el músculo, hasta dejar el brazo del vampiro colgando unido al resto del cuerpo por apenas unas fibras musculares.

—Mucho mejor —asintió él mientras sus heridas sanaban con su habitual rapidez—. Pero a la próxima asegúrate de arrancarlo del todo.

—¿Pero para qué me es útil esto? —resopló la mestiza cansada después de toda esa sesión de entrenamiento— Da igual que os arranque un brazo, os regeneráis enseguida.

—Yo me regenero enseguida. Recuerda que Von Kalmbach murió sin haber tenido tiempo de recuperar sus piernas —puntualizó el vampiro—. Un balazo, un corte, una rotura, eso se cura relativamente rápido, más de lo que sanas tú. Si cercenas algo de cuajo, tardará mucho más, no es lo mismo una lesión que regenerar un miembro por completo.

—Maldita la hora en la que te metieron en un laboratorio —bufó ella con hastío.

Se quitó las vendas que cubrían sus manos y nudillos y se limpió la sangre del vampiro, por esa tarde ya había entrenado lo suficiente.

—Yo no he dado la lección por acabada.

—Pero yo sí —Blake zanjó la discusión que se avecinaba— Si quieres... podemos hacer algo más de ejercicio en mi cuarto.

Alucard se esforzó en dibujar una sonrisa lasciva.

—Pensaba que dejabas la clase por cansancio.

—Pero después del ejercicio siempre vienen bien los estiramientos —la mestiza se acercó hasta él con una mueca burlona.

El vampiro la rodeó de la cintura y la pegó contra su cuerpo.

—¿Qué fue de aquello del sexo ocasional y que no me creyera que yo era una excepción? —se inclinó sobre ella en un susurro— Me pones muy difícil el mantener mi prepotencia a raya.

—A este paso sí que será sexo ocasional, porque no te has acercado a mí en una semana, cuando antes te faltaba tiempo para meterte entre mis piernas a la mínima oportunidad ¿De qué hablasteis aquel día Íntegra y tú? ¿Acaso te ha castrado? —llevó una mano a su entrepierna, haciéndole dar un respingo—. ¿O te está metiendo bromuro en las bolsas de sangre para que no se te levante? Porque eso lo podemos comprobar ahora mismo.

—Pensaba que odiabas tenerme tan cerca —se inclinó hasta que sus labios casi se rozaron.

—Es algo contradictorio. Detesto tenerte tan cerca y al mismo tiempo...

Pegó sus labios a los de él. Alucard estuvo a punto de separarse de ella como si quemara, pero se obligó a mantenerse en su sitio, siguiéndole el juego. Aunque cuando sus lenguas se encontraron su estómago se encogió, asqueado. Se esforzó en dejar la mente en blanco, simplemente en centrarse en las sensaciones sin pensar quién era su acompañante. El problema es que conocía tan bien aquellos labios y esa forma de besar, que le era harto complicado autoconvencerse de que no era Blake quien reclamaba su boca con hambre.

Las manos de la chica se afanaron en quitarle la gabardina roja que cayó pesadamente al suelo, y acto seguido prosiguió con su corbata y los botones de su camisa. El vampiro seguía manteniendo las manos en su cintura, era incapaz de volver a recorrer su cuerpo sin que el remordimiento lo mordiera en la tráquea. Tenía los dedos ahí clavados para evitar que sus manos temblaran de impotencia y al mismo tiempo evitar alejarla de un empujón para salir corriendo. Él huyendo de una chica joven por la que había pasado días y noches sin dormir, acechándola a la espera de cogerla con la guardia baja, una chica que había despertado en su interior los instintos más primarios. Y ahora se odiaba a si mismo por ello. Había hecho cosas horribles tanto en vida como en muerte, pero ninguna lo había marcado así, de lo único que se arrepentía en esos momentos era de haber cruzado su camino con las Dalca, dos mujeres que habían resultado ser su perdición y por las que ahora sentía una culpa difícil de sobrellevar.

Tan obcecado había estado en regodearse en sus errores, que no se dio ni cuenta de cuando Blake abandonó su boca para pasar a cuello tras abrirle la camisa, y cómo sus manos ya habían desabrochado el cinturón y abierto la bragueta. No fue hasta cuando lo empujó hacia atrás, haciéndole perder el equilibrio, que volvió a la realidad. Cayó sobre el colchón de la habitación ¿Cuándo habían llegado allí? Blake aprendía con mucha rapidez, con muchísima más que Ceres, a usar sus poderes hasta ahora reprimidos.

Intentó levantarse para buscar una salida a aquella situación que por una vez no le excitaba nada, sino todo lo contrario. Pero la mestiza no se le permitió volviéndolo a tumbar de espaldas sobre el colchón. Alucard iba a quejarse de toda aquella brusquedad con alguna de sus bromas soeces cuando sintió la calidez de la boca de la chica envolver su miembro. De su boca escapó un gemido quejumbroso, mezcla de la impresión y la repulsión que le produjo la situación. Se llevó las manos al rostro para ocultar su vergüenza, con la mandíbula apretada. La ansiedad trepó desde su estómago hasta su garganta con rapidez. Aquello estaba mal, por mucho que una pequeña parte de su cuerpo estuviera disfrutando, no podía sentir placer en aquello. Por el Diablo, era su maldita hija.

Ahogó un gemido de frustración. No quería hacer aquello, pero no tenía alternativa, Íntegra se lo había dejado bien claro. "Cierra los ojos y piensa en otra". Lo intentó con todas sus fuerzas. Intentó imaginar que no era Blake quien seguía chupando y masajeando su miembro, consiguiendo que se endureciera poco a poco, o quizá más rápido de lo que a él le habría gustado. Pero, si no podía pensar en Blake, ¿entonces en quién? ¿En Ceres, en Íntegra, en Mina, en Ioana? Cada opción que le venía a la cabeza era aún peor que la anterior. Aquello era superior a él. Alucard, el Señor de los Monstruos, Rey de la Noche, no podía hacer de tripas corazón y follarse a su hija como si no supiera que lo era. Toda aquella desesperación explotó de golpe con un gruñido rabioso.

Se incorporó bruscamente empujando a Blake lejos de él.

—Yo... no puedo... —se apresuró en salir de allí cerrándose la bragueta sin ni siquiera mirar a la chica, que no lograba entender la reacción del vampiro que por segunda vez había huido de su lado.

Cuando llegó a sus aposentos gritó a pleno pulmón de pura frustración, haciendo que las sombras se arremolinaran con violencia. Odiaba volver a tener emociones humanas, que no podía controlar, que hervían como si todo él fuera un volcán a punto de explotar. Odiaba no poder odiar a Blake por despertar en él todo aquello. Odiaba ser un monstruo que se jactaba de no tener compasión ni moral, disfrutando del sufrimiento ajeno.

...†...

Se bebió de un trago la jarra entera de cerveza ante la cara de estupefacción del camarero. Con un ligero gesto de cabeza le alargó la jarra para que volviera a llenarla hasta arriba con aquel líquido oscuro y amargo. Había perdido la cuenta de cuántas jarras llevaba, le daba completamente igual.

Miró a su alrededor con aburrimiento. Se suponía que había salido a la caza de alguien que le calentara las sábanas ya que Alucard, por algún motivo, había decidido que le resultaba más divertido calentarla y dejarla con ganas de más, que de darse un revolcón con ella. Era realmente humillante, había caído como una idiota en sus redes. Quizá fuera el despecho lo que le había hecho coger su moto e ir a las afueras de Londres. Y eso la cabreaba aún más, porque significaba que el vampiro empezaba a resultar alguien importante para ella, que sentía hacia él algo más que atracción física. Para rematar su frustración sabía que volvería a Hellsing sin haber tenido algo de entretenimiento, y aquello también era culpa del puto vampiro. Después del sexo con él no le apetecía volverse a acostar con humanos, porque quedaría insatisfecha, le resultaría insípido y aburrido. Antes de Alucard no es que el sexo hubiera sido una maravilla, pocas veces había tenido un orgasmo y desde luego tampoco fueron dignos de mención, pero era lo que había conocido hasta la fecha, lo que había escogido y por tanto se conformaba, no estaba mal para un rato de vez en cuando porque no había tenido otra cosa con la que compararlo. Pero ahora... maldita fuera aquella sanguijuela, hasta eso había tenido que jodérselo.

Se había quedado con la mirada perdida en la puerta de entrada del pub, así que tardó varios segundos en reconocer a uno de los chicos que acaba de entrar. Cuando este miró al interior del local en busca de una mesa libre para él y sus tres amigos, Blake alzó un brazo a modo de saludo y sonrió ligeramente. Alex irguió de golpe la espalda y respondió al saludo con una sonrisa de incredulidad.

—Con ese pelo me ha costado reconocerte ¿Vuelves a estar de paso? —le preguntó sentándose junto a ella en la barra.

—Sí, últimamente mi trabajo me trae a Londres más veces de las que esperaba —se pasó los dedos por la melena blanca, solía olvidar que ya no era negra.

—¿Y esta vez estás sola o...? —miró alrededor en busca del acompañante que recordaba vagamente de la rave.

—Sí, mi compañero ha pasado de mí —resopló dándole un largo trago a su jarra.

—Eso es imperdonable —la miró exagerando su tono de indignación.

Alex se pidió también una cerveza y comenzaron a hablar de todo y de nada en particular, mientras el alcohol seguía corriendo.

—Aún no me has dicho de qué trabajas ahora —el chico la miró con curiosidad.

—Soy cazadora... de habilidades especiales.

—¡Vaya! Nunca imaginé que pudieras ser una cazatalentos, no sé, no tienes pinta de ello.

—¿Y de qué tengo pinta entonces? —rio Blake.

—De tipa dura. Te pega más policía o segurata.

La mestiza resopló divertida.

—No eres el primero que me lo dice —su lengua resbaló un segundo a medida que el alcohol en vena comenzaba a hacer acto de presencia.

—¿Por eso estabas en la rave? ¿Tanteando los DJs?

Blake asintió, prefería que el chico se creara su propia película, y además empezaba a estar demasiado borracha como para inventarse algo creíble.

—¿Y a qué ha venido eso de que... de que tu compañero ha pasado de ti? —Alex tragó saliva y desvió la mirada bebiendo de su jarra.

La joven arrugó la nariz, ahí estaba de nuevo la insistencia poco sutil del pobre chaval.

—Nunca es buena idea dejarse enredar entre las sábanas por un compañero de trabajo. Al final todo son problemas —se limitó a contestar.

Terminó su jarra de cerveza y pidió al camarero que se la volviera a llenar.

—Motivo por el cual yo... en fin —el chico se pasó la mano por el pelo, revolviéndoselo con nerviosismo— Sé que no soy ni por asomo tan atractivo como él, pero desde luego yo no te dejaría tirada. Hay que ser muy gilipollas para hacerlo.

—El atractivo no lo es todo, créeme. Tú eres un verdadero encanto, ojalá todos los hombres fueran más parecidos a ti —Blake le cogió la mano con ternura y se la apretó.

Fue entonces cuando el joven se aproximó con la clara intención de besarla. Ella le puso torpemente la mano en la boca e impidió que se siguiera acercando.

—Alex, no. No es buena idea. No quiero hacerte daño —le susurró con tristeza, su lengua volvió a resbalar.

—¿Por qué ibas a hacerme daño? —se volvió a sentar bien en su taburete, decepcionado por ese nuevo rechazo.

—Porque te gusto —respondió sin más—. Buscas algo más que un rollo de una noche, y no lo intentes negar, lo vi desde que trabajamos juntos.

Alex torció el gesto con desagrado.

—Bueno, quien sabe, puede que...

—No te mentí cuando te dije que mi vida es complicada, ahora mismo no puedo permitirme atarme a nadie. Cuando busco a otra persona, busco solo algo de diversión y no volverla a ver. El error con el capullo que me viste en la rave es que lo tengo que tragar a diario mientras siga en ese trabajo, y me ha dejado hecha mierda. No quiero eso para ti, no te lo mereces —suspiró con pesar—. Además, no soy quien crees. No soy buena persona. Ni siquiera sé si se me puede considerar una persona.

—Creo que te tienes en muy baja estima —le acarició la mejilla con una sonrisa dulce—. Cuando te conocí vi que eras diferente al resto, tienes un aura... misteriosa. Pero de ahí a decir que no puedes considerarte una persona... es exagerar —rio—. Sí que lo eres, y muy buena ¿Quién me salvó el culo aquella vez que casi le prendo fuego a la cocina del restaurante? ¿O cuando me equivoqué en los platos y casi envío al hospital a un cliente con alergia a la soja? Te sigo debiendo dos muy grandes por eso.

Blake sonrió y lo besó. Ni lo pensó, fue solo un impulso, para ver si aquello conseguía hacer que se sintiera mejor consigo misma. Besar a una persona que la conocía, al menos desde hacía más de unas horas, que la apreciaba, que no la temía y que no quería simplemente un polvo para luego olvidarse de ella.

Aquel beso fue muy diferente a los que ella conocía. Dulce, tierno e inocente. Solo los labios juntos sin apenas moverse, apenas una caricia tímida. Finalmente Blake rompió el contacto.

—Lo siento... No debería haberlo hecho, ha sido rastrero por mi parte —cogió la jarra de cerveza aún por la mitad y la vació de un trago—. Será mejor que me vaya.

Al levantarse se tambaleó ligeramente y Alex se apresuró en sujetarla para que no callera al suelo.

—¿Cuánto has bebido?

—No lo suficiente para sentirme mejor —gruñó ella mientras todo zozobraba un poco.

—Si bebes para sentirte mejor entonces nunca será suficiente —resopló él— ¿Necesitas que te acompañe a casa?

—No, tranquilo, he venido en moto —se sacó con dificultad las llaves del bolsillo.

—Si piensas que te voy a dejar conducir así de borracha, vas lista. Vivo aquí en Aveley, puedes quedarte en mi casa a pasar la noche —le propuso.

—Alex, de verdad... Siento lo del beso, yo... —negó con la cabeza de forma exagerada.

—A dormir —aclaró él—. Quedarte a dormir. Vivo cerca, puedes dejar tu moto aquí y te acompaño mañana por la mañana a por ella. Venga, déjame devolverte el favor por las veces que tú me ayudaste.

Estaba demasiado borracha para discutir.

—De acuerdo. Pero no intentes aprovecharte de mí —lo miró de forma pícara.

—Joder ¿Por quién me tomas? —rio él— Además, creo que sería más fácil que tú te aprovecharas de mí que al revés.

—¿Estás seguro? No sé yo...

—Tú espérate a verme solo con mis calzoncillos de Bob Esponja y veremos a ver si puedes resistirte a eso —le guiñó un ojo siguiéndole el juego.

—Estás de coña —alzó una ceja con incredulidad.

—¿Tú crees?

Él se bajó un poco la cinturilla de los vaqueros y estiró la goma de los calzoncillos que, efectivamente, eran de Bob Esponja. A la mestiza le asalto la risa y finalmente aceptó.

La casa de Alex era pequeña, pero bastante acogedora. Tenía un bajo en la pared y un sinfín de vinilos de grupos de rock ochenteros y noventeros. Antes de irse a dormir, tuvieron una pequeña discusión por ver quién dormía en el sofá. Él quería cederle la cama para que descansara mejor, pero la mestiza se negó en redondo. Finalmente se salió con la suya y consiguió que Alex no renunciara a su habitación, ya había hecho suficiente por ella evitando que cogiera la moto bastante más borracha de lo que ella misma había creído en un principio. Se acomodó en el pequeño mueble tras descalzarse, acurrucándose en la manta a cuadros que le había dado, y solo durante unos segundos, antes de quedarse dormida, pensó cómo de malo sería entrar en la habitación del chico durante la noche y continuar el beso que ella había cortado en el pub.

...†...

...Aquella noche la luna llena brillaba con un sutil tono rojizo sobre el bosque y los picos más altos de los Cárpatos. Reinaba una extraña inquietud en la ladera. A veces le daba rabia no poder ver el pueblo desde la casa, aunque en el fondo se alegraba de estar lo suficientemente lejos como para que los vecinos no pudieran meter las narices en su vida privada.

Unos brazos la rodearon desde la espalda, en un cálido abrazo a pesar de que su piel siempre estuviera fría. Ioana dibujó una pequeña sonrisa. El vampiro apoyó la barbilla sobre su cabeza, era una costumbre que había cogido con el transcurso de los días debido a que era bastante más alto que ella. Le gustaba ese sutil gesto cariñoso, la hacía sentirse especial.

—¿Esta noche no sales? —le preguntó aun mirando a través de la ventana.

—Todo lo que necesito está aquí dentro —le respondió con aquella voz grave y decidida que siempre conseguía erizarle la piel de excitación.

Ioana amplió su sonrisa y se revolvió entre los brazos que aún la rodeaban, para poder mirarlo a la cara. En el fondo sabía que aquel romance duraría poco, aunque cada día se aferrara más a él con la esperanza de estar equivocada.

—¿Y hasta cuándo seré suficiente para ti? —le preguntó con un deje de tristeza, retirándole el pelo del rostro y colocándoselo tras la oreja derecha.

Él cogió su mano y besó su palma con ternura.

—No quiero pensar en ello. Ahora mismo solo me importa el presente —alzó el rostro descubierto con una sonrisa relajada, mirándola con intensidad en esos ojos color caoba rojizos, que siempre parecían brillar como una fragua...

Blake se despertó de golpe con el corazón acelerado. Sentía que le faltaba el aire, que se ahogaba. Aquel hombre no era Von Kalmbach, era... Sintió las lágrimas abrasarle las mejillas. Ahora todo empezaba a encajar. Todo. El aire no llegaba a sus pulmones mientras la rabia se expandía con rapidez por su pecho.

...†...

Alucard miraba aquel enorme muro de oscuridad que se alzaba frente a él, a dos kilómetros de distancia de donde se habían apostado para dirigir la operación. Aquella especie de tormenta silenciosa dentro de la cual podían ver el destello de relámpagos rojos y violetas, y, de vez en cuando, figuras entre los girones de oscuridad, se seguía extendiendo sobre la población de Aveley hacia el resto del territorio británico muy lentamente. Desde que calcularon el perímetro de seguridad hacía casi dos horas, la oscuridad había crecido medio kilómetro de radio.

Había podido sentir aquel mal incluso antes de verlo desde los camiones militares que recorrieron la autopista y carreteras a toda velocidad. La cuenta atrás había terminado.

Cerró los ojos con cansancio y la mandíbula apretada.

Las alarmas habían resonado en la mansión en pleno día. Todos habían corrido a los garajes para ponerse en marcha y recibir instrucciones, aunque no se sabía gran cosa sobre lo que estaba pasando, no era habitual una misión diurna. La única que no había aparecido era Blake, que aún no había vuelto a la mansión, y por mucho que la llamaron al móvil, no consiguieron contactar con la chica.

Fue en ese instante en el que el vampiro supo que lo que fuera que pasara tenía algo que ver con ella. Íntegra también lo sospechó y decidió, de forma excepcional, acompañarlos a la misión junto a Walter. Su Ama no solía ir a las misiones. Prefería quedarse en la mansión teniendo a su alcance toda la información disponible y medios para dirigir la operación si esta se complicaba, al tener desde allí una visión más global.

Íntegra reconoció, gracias a la descripción que le había dado Ceres sobre la misión en St Helier, aquella cosa que se erguía desde el suelo hasta una altura más que considerable, casi hasta donde alcanzaba la vista, .

—Esto es obra de Blake, ¿verdad?

Alucard asintió con la cabeza muy lentamente, con la vista clavada en esa inmensa nube de tormenta.

—Cuéntame todo lo que sabes respecto a esto, y esta vez, no oses guardarte nada.

El vampiro supo que ya no valía la pena seguir escondiendo información si quería salvar a la mestiza. Se lo explicó todo a la mujer, que sintió su rabia crecer hacia él palabra tras palabra. Juró que lo castigaría con dureza cuando admitió que en uno de los revolcones que se dio con Blake dejó que le mordiera y bebiera de él, provocando que la chica comenzara a ver los recuerdos de cómo se conocieron el no-muerto y su madre, y por lo tanto, siendo solo cuestión de tiempo que descubriera que Alucard era su progenitor.

—Viendo eso está claro que ya debe saber qué eres para ella —Íntegra observó aquella negrura que parecía absorber la luz que la rodeaba—. Has jugado con fuego y este se ha convertido en un maldito incendio ¿Te sientes satisfecho? ¿Te excita ahora?

El vampiro no quiso mirar a la mujer a la cara.

—El cordón de seguridad ya está colocado a diez kilómetros de distancia de epicentro, y se ha evacuado a todo aquel que está dentro de él —anunció Pip con un cigarrillo en los dedos—. Respecto a los habitantes de Aveley...

—Podemos darlos por muertos —corroboró la mujer.

—¿Entramos ya?

—No. Estamos esperando a alguien más, un refuerzo que sabrá cómo proceder mejor que nosotros —la jefa de Hellsing seguía observando el muro con la mandíbula tensa.

—¿Mejor que nosotros? —el mercenario la miró incrédulo— Pensaba que éramos los expertos aquí.

—No para esto.

—¿Y qué se supone que es esto? —el hombre señaló hacia la tormenta.

—Algo a lo que nunca nos hemos enfrentado. Y no sé si alegrarme por ello o no.

Alucard sabía de sobra a quién estaban esperando. Nunca habría imaginado que su Ama fuera capaz de rebajarse a pedirle ayuda a ellos. Quizá había descubierto algo más que él. Fuera como fuera, no iba a permitir que dañaran a Blake, cosa que a la mujer obviamente le daba igual.

—No voy a esperar a que llegue nadie. Además, los mortales no debéis entrar, si ponéis un pie ahí dentro no volveréis a salir.

—Esperarás, es una orden.

—Ama, esto es culpa mía. Todo. Déjeme arreglarlo —la miró de manera suplicante.

Ambos se quedaron en silencio, notando los minutos pasar con pesadez, reverberando como campanadas.

—Tienes hasta que llegue nuestro refuerzo para intentar salvarla. Una vez esté aquí, seguirás sus instrucciones y harás lo que se supone que debiste hacer desde el principio. Si no eres capaz de colaborar, te harás a un lado.

Alucard cerró los puños con fuerza haciendo una ligera reverencia y se puso en marcha. Ceres corrió para alcanzarlo.

—¿Qué haces? —la miró molesto.

—Acompañarlo, es mi obligación. Además, quiero ayudar a Blake —respondió con decisión.

—Si querías ayudarla no debiste contarle nada a Íntegra —le espetó con resentimiento.

La vampiresa detuvo su paso ante aquellas palabras que cayeron sobre ella como una losa.

—Quedas a cargo de proteger a los mortales, que nadie entre ahí —le ordenó mientras se alejaba.

—¿Pero y si usted solo no consigue...?

—Entonces dará lo mismo, porque estaremos todos muertos hagamos lo que hagamos.

El grupo de mercenarios miró con preocupación como su arma más letal marchaba sola a aquella negrura que les ponía los pelos de punta.

—¡Alucard! —lo llamó Integra— ¡Tienes permiso para liberar el Sello de Restricción Cero!

El vampiro sonrió por lo bajo. Quizá ahora sí tuviera una oportunidad para extirpar la oscuridad de Blake. Una única oportunidad.

...†...

Llegó al borde de la tempestad con más rapidez de la que a su instinto de supervivencia le hubiera gustado. Inspiró con fuerza al atravesar aquel muro de niebla y oscuridad. Al llegar al otro lado no lo hizo como Alucard, sino como Vlad Tepes, rey de Valaquia. Si debía enfrentarse a los errores de su pasado, lo haría con su verdadero aspecto, sin disfraces ni máscaras.

Allí dentro apenas había luz, que en su mayoría provenía de los relámpagos rojos y lilas que restallaban entre las nubes oscuras. El silencio era absoluto y devastador a pesar de la tormenta que le azotaba la melena y la larga capa. Como ya sucedió en el interior del edificio del hospital, parecía que el tiempo había pasado con rapidez en aquella población. Las casas estaban derruidas, los jardines muertos, las maderas podridas, las piedras eran casi polvo y los coches amasijos de hierro oxidados. Las calles estaban desiertas. No había nada allí. Ni humanos, ni muertos, ni monstruos. Nada.

Siguió avanzando por las calles sintiéndose observado. Lo estaban vigilando, pero se mantenían a distancia, entre las sombras de lo que quedaba de las construcciones. Invocó a varios de sus sabuesos y desenvainó la espada que había llevado colgada a la cintura, golpeteando contra su armadura. No sabía qué iba a pasar ni cuando, así que prefería estar preparado.

El miedo lo guio hasta el campo de fútbol de Aveley y allí fue donde su instinto le pidió que no siguiera avanzando. Se sobrepuso a esa sensación paralizante y continuó. Al entrar en el pequeño edificio que daba acceso al estadio escuchó un susurro, que pareció llamarlo. Miró a su alrededor con desconfianza, teniendo la impresión de que allí la oscuridad era aún más densa, como si pesara sobre él y pudiera tocarla con los dedos.

Al cruzar las puertas de las taquillas y dar con la recepción acristalada al fin pudo verla al otro lado de los ventanales. Encogida en el aire vestida con lo que parecía un largo vestido de sombras que se deshacía en la nada en los bajos. Estaba abrazándose las piernas, casi completamente negras al igual que sus manos y brazos, con sus tres enormes alas de oscuridad completamente formadas y extendidas, mirándolo fijamente con aquellos ojos blancos que parecían brillar y una sonrisa ladeada de satisfacción por verlo allí.

Alzando la cabeza y con la espalda erguida, mostrando más seguridad de la que realmente sentía, salió al exterior. Sus botas pisaron el césped marchito sobre la tierra reseca. Los lomos de sus perros se erizaron y él agarró la empuñadura de su espada con más fuerza.

—Así que la final has reunido el valor para venir, vampiro —lo saludó ella sin cambiar ni su postura ni su expresión.

—Vengo a por Blake —la miró con fiereza.

—El noble caballero de la negra armadura —se mofó—. Tus esfuerzos serán en balde, tu preciosa niñita ya no está.

—Devuélvemela —le ordenó apretando la mandíbula.

Aquel ser que fingía ser Blake rio con fuerza.

—¿Devolvértela? ¿Acaso es de tu propiedad? —su expresión se tornó cruel— ¿Has pensado que podría ser ella la que no quiere volver después de lo que le has hecho? ¿De cómo te la has follado un amanecer tras otro aun sabiendo, en lo más profundo de tu muerto corazón, que se parecía a tu muy querida mortal y que ese era el motivo por el que te ponía como un perro en celo?

Esas palabras se le clavaron como cuchillas, sabiendo que eran ciertas.

—Asola la tierra si quieres, no te lo impediré, pero déjala libre. Sé que la retienes, en alguna parte. Ella no querría esto. No quiere ser una criatura de la noche.

—Realmente crees que la conoces, ¿eh? Solo habiendo estado a su lado unos pocos meses —se mofó—. Blake es mía. Lo ha sido desde que nació. Yo la mantuve con vida, la guie y le enseñé a odiar este mundo para que llegado el momento me dejara arrasarlo ¿Realmente llegaste a pensar que ella sola había sido capaz de mantenerme a raya todo este tiempo? —rio con regodeo, y su carcajada resonó en el estadio, poniéndole los pelos de punta al vampiro— Yo le hice creer a ella y a todos, que podía controlarme, que era lo suficientemente fuerte. Pero nunca lo fue. Simplemente me he mantenido a la espera, envenenándola, para que su odio y su rabia me hicieran más fuerte. Yo guiaba sus pasos detrás tuyo, Alucard, yo la hice creer que tú podías domarme, para empujarla más a tus brazos. Eras la llave de mi libertad. Y he disfrutado enormemente viendo como Blake se ha roto en pedazos cuando le mostré tu historia con Ioana. Ella te quería, Señor de la Noche, aunque no quisiera admitirlo. Y desconsolada por todo el dolor que le has infligido desde que fue concebida, acudió a mis brazos abiertos y ansiosos, buscando consuelo y auxilio. Pobre alma desamparada.

El vampiro se movió con rapidez para intentar alcanzarla, lleno de rabia por todo lo que le había contado con tanto disfrute sádico. Necesitaba que se callara, que dejara de echar sal en las heridas. Aquella cosa se esfumó entre girones de oscuridad cuando el filo de la espada la traspasó.

—Vas a necesitar hacerlo mejor, vampiro. Y aun así no podrás vencer —la sonrisa de Blake se ensanchó de oreja a oreja mostrando aquella mueca burlona repleta de dientes cuando reapareció a su lado.

Alucard volvió a atacar liberando el sello cero. Las puertas de su Castillo se abrieron y la horda acometió por sorpresa contra Blake, que llamó a sus monstruos. El ejército del vampiro estaba formado por soldados de todas las épocas, de criaturas oscuras y de sombras repletas de ojos rojos que no parpadeaban, pero por cada una de las bestias de la mestiza que caía, nacía otra de la oscuridad con fuerzas renovadas. Los monstruos se lanzaban frenéticos al ataque destrozando y devorando a las tropas de Alucard mientras él seguía arremetiendo contra Blake, sin éxito, sin conseguir llegar a dañarla seriamente.

El vampiro miró a su alrededor, a aquella carnicería que se extendía por todo el estadio y que estaba consumiendo sus filas y sus fuerzas, hasta que se forzó a parar. Si vaciaba del todo su Castillo, quedaría completamente indefenso frente a ella, porque cuantos más eran devorados, más se unían a las filas de la mestiza.

—¿Eso es todo lo que puede hacer el gran Vlad Tepes? ¿De verdad? —Blake se acercó, andando y con las alas plegadas siendo solo ligeras sombras ondeantes a su espalda, al guerrero que, por primera vez desde hacía mucho, podía notar en cansancio físico, inclinado ligeramente aún en posición de ataque— Qué decepción. Arrasar este mundo va a ser increíblemente fácil y aburrido.

Abrió los ojos de par en par, ahogando un gemido cuando una cuchilla le atravesó el estómago desde su espalda. Una segunda hoja atravesó su pecho y tras la chica se irguió una figura alta y robusta.

—Somos los enviados del Señor, encargados de infligir su castigo divino. Nuestra misión consiste en borrar de la faz de la tierra a todos aquellos que desobedecen su voluntad.

La siniestra risa de Blake resonó de nuevo en el estadio, mientras por su boca resbalaba la sangre barbilla abajo.

—¿Acaso no te dije una vez que todos mentían? A tu dios no le importas, ni tú ni tus sacrificios por él, dejará que caigas en la oscuridad más profundas —le dijo—. Cuando mueras, serás nada en una negrura interminable.

—Si es lo que el Señor quiere para mí, lo aceptaré con sumo gusto. No le temo al infierno —le espetó Anderson con una mueca desafiante, retorciendo una de las bayonetas, haciendo que la chica ahogara un quejido.

—El infierno que todos conocéis es solo la antesala de mi mundo —aclaró con voz ahogada—. No te haces una mínima idea de lo que es la verdadera oscuridad y lo que en ella habita. Nosotros consumiremos este mundo como hicimos con otros, y por mucho que lo intentéis, no habrá escapatoria para vosotros.

Las oscuras alas se extendieron y atravesaron el cuerpo de Anderson como cuchillas. Este gimió de dolor y sacó algo del interior de su abrigo: una especie de estaca metálica.

—¡NO! —gritó Alucard.

Un perro negro como la noche salió de la nada y se la arrancó de la mano, llevándose casi la extremidad junto a aquel clavo. Blake se dio la vuelta y lo golpeó lanzándolo a varios metros de distancia.

La chica se arrancó las bayonetas del cuerpo, volvió a alzarse en el aire y sus garras se agrandaron, con una mueca feroz.

—Dos contra uno y atacando por la espalda —chasqueó la lengua de forma desaprobatoria—. Voy a tener que enseñaros las normas de este juego.

La oscuridad que los rodeaba pareció cernirse sobre ellos, afilada y letal, con una rapidez asombrosa. Anderson corrió hacia el vampiro y conjuró la barrera espiritual justo cuando las mortíferas sombras estuvieron a punto de alcanzarlos. El escudo resplandeció dorado con cada golpe furioso.

—¡Maldito monstruo! ¡¿Qué has hecho?! ¡Podría haber acabado con ella! —le espetó el hombre abalanzándose sobre el no-muerto, para arrebatarle al vampiro la estaca de las manos.

—¡Y por eso te lo he impedido! —rugió frenándolo con un golpe en la boca del estómago.

—¡Es un Ángel Exterminador! ¡Debemos acabar con ella! —Anderson seguía encogido recuperando el aliento tras el golpe.

—¡Es mi hija!

El hombre suavizó su expresión y lo miró con asombro.

—¿Qué?

—Es... mi hija —repitió con angustia y los ojos brillantes.

—De todos los malditos vampiros que ha habido a lo largo de la historia ¿Tenías que ser tú su padre? Y aun así, no lo esperaba de otro modo. Solo tú podrías traer algo así al mundo.

—No pienso dejar que la mates con lo que quiera que sea esto —le mostró la pequeña estaca metálica, que notaba cada vez más caliente a través del guante que envolvía su mano.

El hombre lo miró a los ojos. Vio auténtico dolor y desesperación, vio los resquicios de un alma humana.

—No puedes salvarla —su voz destiló un timbre de tristeza—. Está condenada desde que nació. Como lo estuvieron otros antes que ella.

—Necesito intentarlo al menos —insistió con vehemencia—. Sé que está ahí, en alguna parte. Esa cosa, ese Ángel, es un parásito, no es Blake. Las vi separadas una vez.

La barrera espiritual se quejó bajo los continuos golpes de la oscuridad que se afanaba en clavarse y lacerar.

—Si le arrancamos las alas puede que podamos pararla. Necesitaba las seis para ser lo que es, sin ellas es posible que...

—¿Y si no funciona? —Anderson lo miró con dureza.

Alucard se quedó en silencio y tragó con dificultad.

—La mataremos —musitó—. Blake no quiere esto, aún tiene alma humana, un alma buena. Al menos quiero intentar salvar eso.

El paladín ahogó una risa nerviosa.

—Estás distinto desde la última vez que nos vimos.

—La culpa es de ella, me ha hecho más humano —admitió con desagrado.

—Si eso es así, tal vez me compensa intentar salvarla —alargó una mano para que le devolviera la estaca.

—¿Qué es? —quiso saber el vampiro, el artefacto empezaba a quemarle de verdad.

—Una de nuestras reliquias: uno de los clavos de Cristo, puede acabar con cualquier ser de la noche, venga de donde venga —Anderson recuperó el arma y se preparó para la lucha—. Aún no me creo que vaya a colaborar con herejes, más concretamente con los perros de Hellsing.

—Y yo no me creo que vaya a alegrarme de que el Vaticano nos preste su ayuda.

—El Vaticano no os la está prestando, lo estoy haciendo yo en nombre de nuestro Señor —aclaró—. Incluso entre los devotos la arrogancia y el orgullo es un pecado difícil de extirpar, y no permitiré que este cubra el mundo de oscuridad. Tengo que proteger a mis niños.

La barrera espiritual desapareció y Alucard conjuró un escudo de sombras que les ayudó a avanzar con rapidez. El vampiro volvió a sacar a sus tropas y sus monstruos para distraer la atención de Blake, y que Anderson pudiera desmarcarse. Iban a atacar cada uno desde un franco y a tiempos distintos. Necesitaban atraparla e inmovilizarla el tiempo suficiente para arrancarle las alas.

...†...

Pip conducía pisando el acelerador a fondo, esquivando muy por los pelos lo que iba encontrando en su camino. Los tenía de corbata, no se iba a engañar y necesitaba con desespero un cigarrillo. Contra el Humvee se lanzaban bestias que no había visto ni en sus peores pesadillas, aunque estaba seguro de que ahora lo atormentarían en ellas. Maldito fuera el momento en que el que aceptó ese trabajo por el que se seguía repitiendo que no le pagaban lo suficiente.

Walter tenía medio cuerpo fuera del vehículo, por la ventana del techo. Y se encargaba de hacer pedazos a los monstruos con los hilos de acero de sus guantes, que manejaba con una soltura pasmosa. El anciano mayordomo parecía estar disfrutando de lo lindo con aquello, a juzgar por la expresión vehemente y casi sádica de su rostro. Hacía mucho que no le daban la oportunidad de revivir los años de cacería de su juventud que tanto echaba de menos.

Ceres guiaba al mercenario por las calles muertas sentada a su lado, recriminándole cuando daba un volantazo que casi los hacía volcar. Estaba nerviosa y aun así Pip sabía que se estaba conteniendo, que por dentro estaba gritando con histeria por tener que entrar ahí, porque en el fondo estaba tan asustada como él.

Íntegra iba sentada atrás, tan estoica como siempre, aunque con un ligero tic en la comisura derecha. Quizá por los nervios, por el terror que producía esa tempestad negra y del que no podían librarse, o simplemente porque había comprobado que las balas no servían contra lo que se estaba tirando repetidamente contra el vehículo, por lo que se sentía completamente inútil mientras siguiera dentro del todoterreno. Lo único que parecía funcionar era hacerlos pedazos, aunque no sangraban y quién sabía si no podrían volver a recomponerse o regenerarse. El coche seguía circulando a gran velocidad, así que no podían comprobar con exactitud como reaccionaban esas cosas que Blake había invocado.

El plan inicial había sido entrar junto a Anderson, pero el maldito paladín de Iscariote se había reído en su cara y les había instado en apartarse de su camino, diciendo que ellos no estaban a la altura, que eran simples niños que intentaban parar un tren de mercancías solo con las manos desnudas. Tras ese insulto se adentró solo en la negrura, que había seguido expandiéndose.

Íntegra, cabreada por ese ninguneo al que todos la habían sometido desde hacía meses, estalló. Cogió uno de los Humvees y se dispuso a seguir al cazador. Walter, Ceres y Pip se apresuraron en acompañarla, no pensaban dejarla enfrentarse sola a todo lo que seguramente había invadido Aveley, y la mujer lo agradeció en su fuero interno.

En verdad la dirigente de Hellsing no sabía cómo parar todo aquello, las armas que podían contra un Ángel Exterminador las tenía el Vaticano. Pero igualmente no iba a dejar que se llevaran todo el mérito, ni iba a consentir que Alucard cayera junto a Blake a manos de Anderson. Sabía que no podía fiarse completamente de ese lunático.

...†...

Alucard miró con una mezcla de rabia y horror, tirado en el suelo de espaldas, el lugar en el que segundos antes había estado su brazo izquierdo. Blake se lo había arrancado de cuajo de un simple tirón cuando él se acercó demasiado para agarrarla. La chica lo lanzó lejos de él, a las bestias que los rodeaban, que se pelaron por ver quién se lo comía.

—Realmente patético —escupió la mestiza de pie frente a él—. Aunque admiro vuestra persistencia.

Anderson estaba a varios metros de distancia, protegiéndose de los monstruos con sus bayonetas. Por mucho que las apuñalaran o las hicieran pedazos, surgían más de aquella negrura. Uno de los perros del vampiro se abalanzó sobre la mestiza, que lo cogió del cuello con una de sus enormes garras antes de que llegara a morderla, y se lo apretó hasta que crujió y la cabeza se separó del resto del cuerpo.

—¿Por qué mestizos de vampiro? ¿Por qué no humanos o cualquier otra criatura de la noche? —quiso saber el no-muerto para hacer tiempo, las heridas que le provocaba la chica tardaban en sanar debido a aquel extraño poder que poseía, tan diferente al de cualquier otro ser de las tinieblas.

Blake chasqueó la lengua y se agachó apoyando con fuerza una rodilla sobre su pecho, manteniéndolo así tumbado en el suelo.

—Necesitamos un cuerpo vivo y que esté conectado con la oscuridad. Necesitamos algo que esté en tierra de nadie y a la vez en ambos mundos para hacer de puente entre ellos. Los mestizos de vampiro son meros catalizadores, son nuestra llave para abrir las puertas de nuestra dimensión. Pero no siempre sobreviven a nosotros, lo común es que al parasitarlos los matemos incluso antes de que los den a luz. Por eso algo como tu pequeña es nuestro milagro, nuestro logro. Y no vamos a devolvértela. Cuando esto acabe, si queda algo de ella, tal vez os reencontréis en el infierno.

La mestiza alzó una garra con la intención de atravesarle el pecho y acabar ya con él. Alucard enfureció su expresión, no se iba a rendir tan fácilmente.

Escucharon un fuerte estruendo y un todoterreno blindado de gran tamaño atravesó la cristalera del edificio que daba acceso al estadio, seguido de un nada desdeñable número de monstruos, algunos agarrados a la carrocería que estaba destrozada a base de golpes y arañazos. Blake alzó la cabeza para saber qué sucedía, no se esperaba esa intrusión.

"Necesitamos un cuerpo vivo" el vampiro analizó esa frase, tal vez... Aprovechando la distracción del coche, atravesó el pecho de la chica y asió su corazón. La joven ahogó un gemido de dolor y miró al hombre con rabia, intentó golpearlo para que la soltara, pero él agarró su muñeca derecha con el brazo que había vuelto a crecer, y uno de sus sabuesos asió la otra mordiendo con saña. Se dio cuenta de que ella intentó desparecer entre girones de sombra, pero fue incapaz.

—Los cuerpos vivos tienen una tara —Alucard la miró con regodeo—. Un corazón palpitante es siempre un lastre ¡Anderson! ¡Ahora!

Blake gritó con rabia e intentó liberarse, el vampiro apretó más el músculo palpitante, como ya hizo ella con él aquella vez en sus aposentos. Ahogó un grito de dolor que a él se le clavó en el pecho. Sabía que si no iba con cuidado podía matarla, pero no había otra manera de apresarla. La sangre corría por su brazo desde el pecho de la joven, y goteaba por sus labios entreabiertos en una mueca de furia.

Desde el vehículo vieron como Alucard y Anderson había conseguido apresar a Blake. Los tres humanos y la vampiresa se quedaron momentáneamente clavados en sus sitios dentro del Humvee al ver la verdadera forma de la mestiza. Con aquella boca enorme repleta de dientes, las piernas negras y las manos también negras convertidas en garras largas y afiladas. Y los tres pares de alas enormes hechas de sombras, que se movían de forma frenética y espasmódica, disolviéndose en el aire intermitentemente a medida que parecía que la chica perdía fuerza bajo el agarre del vampiro.

Cuando se recuperaron de la impresión inicial y el miedo relajó la presión en sus corazones, se pusieron en marcha para ayudar a ambos hombres. Ceres bajó del vehículo y se enfrentó a las criaturas con las manos desnudas. Íntegra desenvainó su sable y no dudó en sus movimientos. Walter se adelantó moviendo los cables entorno a ellos, ofreciéndoles una suerte de barrera para que no se les tiraran encima más criaturas de las que podían matar. Pip volvió a arrancar el todoterreno, cuyo motor se quejó de forma lastimera antes de volverse a poner en marcha. Pisó el acelerador y empezó a embestir y arrollar toda bestia que osaba aparecer en el campo de fútbol.

Anderson consiguió al fin posicionarse entre las seis alas, que se retorcían tanto como la chica.

—¡Date prisa, joder! —le urgió el vampiro, para mantenerla presa tenía que apretar el corazón cada vez con más fuerza, haciendo que la chica gritara y boqueara con angustia mientras la sangre seguía corriendo con fluidez.

—Soy un apóstol que no lo es, un creyente que no cree, un seguidor que no sigue, un visionario que no ve. Soy un siervo de la muerte —rezó el cazador acercando el clavo a la base de las alas.

—¡Déjate de putos rezos y arráncaselas!

—Espero el perdón de Nuestro Señor. Derroto a sus enemigos, blando la espada en la oscuridad de la noche, vierto el veneno en la cena. Soy un asesino al igual que Judas el traidor. Amén.

Clavó la punta del clavo en la espalda y cortó la piel de la espalda, como quien trocea un filete, mientras la piel humeaba al contacto con el metal. El grito desgarrador de la chica le perforó los tímpanos al no-muerto. Sintió verdadera angustia por ella, pero era la única manera. Con un último alarido las alas desaparecieron, junto a las garras y la enorme boca, la piel recuperó su blancura original y las sombras dejaron de envolverla, dejando expuesto el cuerpo desnudo. Blake se desplomó, perdiendo la conciencia. Alucard se apresuró en liberar el corazón y en cubrirla con lo que quedaba de su capa casi hecha girones, antes de acunarla entre sus brazos pegando su frente a la de ella.

La oscuridad que los rodeaba se hizo menos densa, y las bestias se retiraron. La calma reinó en el estadio, aún acompañada de los relámpagos rojos y lilas. Íntegra y los demás se acercaron a ellos con paso prudente.

—Blake —la llamó el vampiro en un susurro—. Blake.

La joven siguió con los ojos cerrados, mientras las heridas de su pecho y espalda sanaban con lentitud y su corazón apenas latía, de forma irregular, con la respiración muy débil.

—Blake, por favor —gimió el vampiro abrazándola con más fuerza.

Anderson le puso una mano en la cabeza a la mestiza y comenzó una silenciosa oración, por si la chica no lograba despertar.

—Blake... Ilian, vuelve —susurró— Vamos Caperucita, sé que puedes hacerlo.

—Alucard —lo llamó Íntegra, sintiendo algo de compasión por la escena.

—No me hagas esto Ilian... —él ignoró a su Ama.

—Te dije que no me llamarás Ilian... ni Caperucita —gruñó casi sin voz la chica, abriendo lentamente los ojos, negros como la noche.

Ceres suspiró con alivio al mismo tiempo que Pip soltaba todo el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta.

—Te lo seguiré llamando mientras te cabree —bromeó él con alivio.

—Eres un capullo —se quejó ella sin fuerzas para moverse—¿Qué ha pasado?

—Hemos desterrado a la bestia —le acarició la mejilla con cariño.

—¿Seguro? —Blake ahogó un gemido de dolor cuando intentó incorporarse entre los brazos del vampiro.

—Seguro.

La chica sonrió con alivio.

—Estúpidos ilusos —musitó.

Las sombras se expandieron con rapidez desde ella y golpearon al grupo, lanzándolos hacia atrás con fuerza, separándolos. La risa de Blake resonó en cada rincón, tanto del estadio como dentro de ellos, sintieron reverberar esa carcajada siniestra y cruel, que disfrutaba a costa de su miedo y desesperación.

—¿Arrancarme las alas, de verdad? —la mestiza volvía a alzarse frente a ellos con las seis alas extendidas y los ojos blancos y vacíos, envuelta en sombras— No podéis arrancármelas, son parte de mí, de la oscuridad. No podéis arrancar un concepto, un símbolo de mi identidad en este mundo. Ya os dije que no podéis vencer. Las puertas se han abierto y ahora solo tenéis una opción... —las bestias volvieron a aparecer, cientos, miles de ellas, y se abalanzaron a por ellos. Alucard llamó a sus perros para que protegieran a Íntegra, Ceres, Walter y Pip. Anderson los envolvió en una barrera espiritual pocos segundos antes de que los alcanzaran, él se quedó fuera. No iba a ocultarse del mal, su deber era acabar con él o perecer en el intento—... Morir.

Blake se abalanzó sobre Alucard, el vampiro alzó sus sombras para frenarla, pero las atravesó sin dificultad, como si fueran simple niebla. Se preparó para el encuentro sin saber si esta vez sería capaz de resistirlo. Alguien se interpuso entre ellos, frenando a Blake con su propio cuerpo en un golpe seco, agarrándola de los brazos. El vampiro tardó unos segundos en asimilar lo que había frente a él. Una chica joven de melena azabache, descalza y vestida con una camiseta negra de manga corta y unos vaqueros.

—Vaya... esto sí que no lo esperaba —Blake torció una sonrisa divertida.

—Soy una caja de sorpresas —la retó la joven.

—¿Cómo...?

—Te han debilitado el tiempo suficiente para que yo pudiera escapar. Lo he escuchado todo, maldita zorra manipuladora. Así que borra esa puta sonrisa siniestra de la cara y desaparece.

Blake volvió a reír.

—Tendrás que borrármela tú.

—Perfecto entonces —la chica torció una sonrisa cruel.

Los lagartos aparecieron en tropel y se lanzaron a por Blake, haciéndola retroceder. Aquellas criaturas, por algún motivo, sí podían dañarla lo suficiente para que las evitara.

El vampiro seguía mirando aquello con pasmo, como el resto de los presentes.

—Te dije que no me llamaras por el nombre que me puso mi madre —le dijo Ilian girándose hacia él, con una pequeña mueca de hastío—. Pero lo dejaré pasar si me ayudas a reventarle el culo a esa cosa que, por suerte, no termina de tener mi cara.

Alucard se acercó a ella a zancadas y la abrazó con fuerza.

—Lo siento —le susurró, ahogando un sollozo.

—Sanguijuela, este no es el momento —rompió el abrazo con delicadeza—. Ya hablaremos sobre nuestra situación después, si sobrevivimos.

Se volvió de nuevo hacia Blake, que seguía peleando contra los lagartos. Ilian extendió también seis alas negras, mucho más pequeñas, y más parecidas a las de un murciélago.

—Pero por si las cosas no salen bien, acepto tus disculpas —sonrió de forma calmada y sincera, mirándolo de reojo— Acepto todas tus disculpas, sin excepción.

Alucard le devolvió la sonrisa.

—Entonces hora de cazar, Caperucita.

—Te traeré su cabeza como más te gusta: clavada en una pica.

Ambos fueron a por ella mientras Anderson se encargaba de las bestias que no dejaban de surgir de la oscuridad reinante, que se espesaba cada vez más.

Aquella batalla no parecía tener fin, por muchos monstruos que el paladín decapitara, por mucho que ambos vampiros golpearan y acuchillaran con sombras a aquel Ángel, no parecía que estuvieran más cerca de vencer.

La barrera espiritual había empezado a fracturarse, y a través de esos agujeros las criaturas intentaban entrar a por el grupo que estaba dentro, y que se afanaba en hacer pedazos ya fuera con los perros, con los hilos de acero, el sable, el rui o las manos desnudas, a aquellas bestias que entraban babeantes y ansiosas por clavar sus voraces fauces en la carne fresca.

Empezaban a estar agotados y demasiado malheridos para poder resistir el tiempo suficiente.

—¿Por qué solo le hacen daño de verdad tus golpes y tus sombras? —gruñó Alucard con fastidio, mirando a su hija.

—Somos las dos partes de un todo, aquí dentro, en esta especie de limbo, podemos ser dos y no solo una. Por eso puedo usar la oscuridad como ella aunque aún no tenga soltura, si la ataco es como si se atacara a sí misma. Todo lo que sea ajeno a ella, apenas le afecta —jadeó Ilian recuperando el aliento, mientras la herida de su hombro derecho, por la que casi había perdido el brazo, sanaba—. Si te fijas sus ataques hacia mí no son letales en el acto, creo que no quiere matarme...

La mestiza contuvo el aliento y alzó la vista hacia Blake, que intentaba ascender para librarse de los asquerosos varanos que no conseguía quitarse de encima y que la estaban destrozando. Las heridas que le infligían tardaban muchísimo en regenerarse.

—Su corazón —musitó—. Hay que arrancarle el corazón. Antes la has inmovilizado por eso. Es su punto débil.

Alucard asintió dejando claro que la había entendido. Ambos se dispusieron a volver a atacar, pero justo cuando Ilian saltaban extendiendo sus alas, las sombras la aprisionaron, enredándose primero en sus piernas y luego trepando por su cuerpo, impidiéndole unirse al vampiro en su ofensiva.

—¡Hazlo! —le gritó ella mientras intentaba liberarse.

El vampiro blandió su espada para intentar alcanzar el pecho de Blake. Esta asió la hoja con las garras y la hizo trizas entre sus dedos, el acero se resquebrajó oxidándose, como por culpa del paso del tiempo. Le arrancó los restos del arma al no-muerto de las manos, que quedó indefenso en esos segundos de confusión. El Ángel no dudó en aprovechar su ventaja. Alucard sintió el contundente golpe que lo envió contra el suelo y lo hizo resbalar por la tierra a varios metros de distancia. El zarpazo atravesó la armadura hasta la carne y casi hasta el hueso, desde el hombro izquierdo hasta bajo las costillas del lado derecho de su torso. La sangre corrió a borbotones. Miró hacia su derecha, donde Ilian seguía luchando contra la oscuridad que parecía querer tragársela.

—Ríndete de una vez, no puedes vencer. Ella es MIA —gruñó Blake.

La ira del vampiro creció. No iba a volver a salir huyendo, no iba a volver a rendirse ante el miedo. Iba a salvarla, iba a luchar, hasta sus últimas consecuencias. Con un grito de rabia se levantó y corrió para abalanzarse contra aquella cosa que se empeñaba en adoptar la forma de su hija, en corromper lo que la chica era realmente. Iba a arrancarle el puto corazón de cuajo. Blake, aún suspendida en el aire, se preparó para el encuentro con una mueca burlona, convirtiendo la oscuridad a su alrededor en afiladas lanzas con las que ensartar al no-muerto cuando este se acercara lo suficiente.

Ilian miró la escena con angustia. Lo iba a matar, a él y a todos. La rabia ardió en su pecho, no podía permitir aquello, se habían convertido en su familia. Y Alucard... sí, la había destrozado, lo que habían tenido rompía todas las normas éticas y morales pero... había visto, en los recuerdos de él y su madre mientras estaba presa en la oscuridad, el amor sincero que se habían procesado, y había sentido el amor que él sentía hacia ella misma. Un amor que era recíproco y que malinterpretaron al no saber quiénes eran en verdad el uno para el otro, empujados por aquella cosa que solo había buscado dañarlos. No podía permitir que se sacrificara por ella, por algo que era culpa suya, porque por mucho que él y los demás lucharan con uñas y dientes, no podían contra aquella cosa. Hicieran lo que le hicieran se regeneraba demasiado rápido, aquel ser estaba más en el mundo de la oscuridad que en el suyo. "Parásito" pensó ella. El Ángel se había referido a sí mismo como un parásito.

—¡Anderson! —lo llamó ella con urgencia— ¡El clavo!

El paladín la miró y vio cómo extendía el brazo hacia él con gesto demandante, mientras se esforzaba en mantener la mayor parte de su cuerpo libre del abrazo de la oscuridad, con sus lagartos mordiendo aquellos lazos negros para intentar también liberarla.

El hombre le lanzó la reliquia, sin saber si ella lograría cogerla, pero le era imposible aproximarse más. Uno de los varanos la interceptó y la cogió entre sus fauces, que comenzaron a humear. Corrió hacia su ama esquivando y embistiendo a las bestias que se esforzaban en detenerlo. En un momento dado estalló en llamas con un chillido lastimero. Otro lagarto apareció para hacer el relevo cogiendo el clavo, que empezó a abrasarle la mandíbula, y corriendo hacia su ama. La criatura le lanzó el arma cuando tres monstruos lo placaron.

Ilian consiguió cogerla al vuelo estirándose todo lo que pudo.

—¡Eh! ¡Tú! ¡Maldita hija de puta! —le gritó la mestiza.

Blake se giró y la miró. Su rostro se crispó de furia cuando vio lo que tenía en la mano.

—¿Sabes cuál es la mayor putada de ser un parásito? Que no puedes vivir sin tu huésped —la miró con una sonrisa cruel llena de rabia.

Alucard frenó en seco su ataque cuando escuchó esas palabras. Se giró hacia Ilian en el preciso instante en que esta se atravesó el pecho con el clavo, exactamente dónde estaba su corazón.

—No... ¡NO! —gritó Alucard con desesperación corriendo hacia ella.

—Niñata estúpida —musitó Blake con voz ahogada y retorciéndose de dolor, cayendo a plomo sobre la hierba muerta, convirtiéndose en girones de oscuridad cuando tocó el suelo.

Las sombras liberaron el cuerpo de la mestiza. Las bestias convulsionaron y empezaron a desaparecer. La oscuridad se disipó lentamente, a medida que los relámpagos cesaban. Anderson hizo desaparecer lo que quedaba de la barrera espiritual que aún envolvía al grupo de Hellsing.

—Ilian, no, no, no... ¿por qué? ¡¿Por qué?! —sollozó el vampiro abrazando el cuerpo de la chica contra el suyo, viendo como el brillo de sus ojos negros se apagaba, intentando taponar la herida de su pecho alrededor del clavo, que se estaba fundiendo en la herida

—Era lo que había que hacer —gimió la joven con un gorgoteo, los ojos inundados en lágrimas y la sangre corriendo entre sus labios.

—Lo siento, lo siento mucho, por todo, por Ioana, por ti... —las lágrimas rojas corrieron por las mejillas de Alucard— Os quiero, a ambas, os quiero de verdad.

Ilian intentó hablar, pero ya no le salieron las palabras y apenas pudo esbozar una sonrisa antes de que su cuerpo quedara completamente inmóvil y cerrara los ojos. Entre sus párpados escaparon unas pocas lágrimas. El no-muerto gritó lleno de rabia y desespero, sintiendo como el calor que ella irradiaba se apagaba.

El grupo se quedó mirando la escena sin saber qué hacer. Ceres comenzó a llorar en silencio sin creerse lo que había pasado. Pip la abrazó para ofrecerle consuelo conteniendo su propia angustia. Walter suspiró con pesar y su cuerpo se inclinó ligeramente, como en una reverencia, mostrando admiración ante ese acto que había puesto fin a todo. Íntegra miró al vampiro desecho, sintió lástima por él y un gran respeto por la mestiza, que se había sacrificado para salvarlos, al final Ceres había tenido razón, la chica había sido una buena persona.

Resquiescat in pace —oró Anderson con pesar, dibujando una cruz cristiana en el aire, ojalá el alma de la joven encontrara el descanso eterno tras ese enorme y noble sacrificio.

Los gritos angustiosos y lamentos del vampiro siguieron resonando en el desolado estadio, rompiendo el silencio entre los rayos de sol del atardecer que se abrían paso entre las nubes oscuras que se retiraban. Parecía que quisiera romperse por completo para dejar de sentir, para dejar de sufrir mientras, de rodillas, seguía abrazando el cuerpo inerte de la chica entre sus brazos, llorando sin consuelo lágrimas de sangre.

Había vuelto a ser un cobarde. No había querido enfrentar la realidad una vez más cuando aún estaba a tiempo. El miedo y el egoísmo habían vuelto a tener un coste enorme. Y ya no había vuelta atrás, no había solución. Ioana e Ilian habían muerto, por su culpa. Las únicas dos personas que habían visto más allá del monstruo y el horror, más allá de la coraza. Las únicas que le tendieron su mano para aliviar el vacío, para ofrecerle una alternativa. Volvía a estar completamente solo en la oscuridad.

Con un último grito de angustia que le quebró la garganta, desapareció entre girones de sombras, llevándose con él el cuerpo de la última persona que le había importado de verdad. De Blake. De Ilian. De su hija.

...†...

El Mayor observó las imágenes con una expresión en el rostro que nadie supo descifrar. Todos los allí presentes se mantenían en silencio. Habían visto lo sucedido en Aveley gracias a las cámaras que había instalado el suboficial Schröndinger, antes de salir huyendo a toda prisa cuando las bestias empezaron a darle caza hasta arrancarle una pierna.

—Es una pena... una gran pérdida —dijo al fin el Mayor— Alcemos nuestras copas por ella, brindemos por ella, honrémosla con nuestros actos. Que sea nuestra inspiración para lo que está por venir ¡Por Blake!

—¡Por Blake! —corearon todos con solemnidad.


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