Ningún personaje me pertenece. Yo sólo estoy haciendo un fanfic. Hay cierto OOC en los personajes, así que ya saben.


2. Second Lesson

Habían pasado dos días y no conseguía un minuto de paz. Durante la noche era peor, no podía dormir sin pensar aquel zorro que invadía su mente. En sus sueños se encontraba con sus enormes ojos verdes mirandolo solamente a él, se perdía en sus ensoñaciones tocando su piel, acariciando su cabello. Soñaba que lo tenía en sus brazos y si no lo veía pronto se iba a volver completamente loco.

Hiei necesitaba verlo de nuevo, hacer lo que fuera sólo para estar de nuevo frente aquel zorro.

Había encontrado cierta tranquilidad quedándose de pie frente a la ventana, disfrutando el viento fresco de la tarde, mirando como se mecían las hojas verdes de los arboles. De pronto el zorro volvía a sus fantasías, lo veía en las hojas verdes, en las hojas rojas, en el cielo cuando las nubes formaban su silueta, en el perfume del viento.

Estaba perdido.

Aun vacilando en si perderse en sus ensoñaciones o no, divisó a Yomi, aparentemente iba a salir. No iba a desperdiciar la oportunidad y se apresuró a alcanzarlo.

—Si vas a salir voy contigo —anuncio subiéndose al coche sin pensar que de repente no iba a donde el quería, pero valía la pena arriesgarse.

—Voy a ver Karasu —Yomi respondió en tono seco sin prestarle mucha atención.

Por fin, pensaba Hiei que no dijo una palabra durante todo el camino aunque ardía en deseos de llegar pronto. Verlo de nuevo, salirse con la suya, eso era lo único que importaba. El sirviente puso el coche en marcha y en pocos minutos estaban llegando al destino.

No podía contener las ansias de correr a buscarlo. No tenía idea de donde podía estar en ese momento, siendo un esclavo lo más lógico era que estuviera trabajando en algun rincón de la casa de su amo. Quizá lo habían metido a la cocina, tal vez lo mandó a trabajar en el campo. Esperaba de veras que estuviera dentro del edificio, caso contrario no iba a poder verlo sin despertar sospechas.

El dueño de casa no tardó en aparecer a darles la bienvenida. Por el modo como sonreía debía estar bastante alegre por algo que a Hiei no le interesaba del todo conocer. Yomi lo saludó para luego entrar ambos al recinto. Hiei no perdió el tiempo y los siguió manteniendose alerta de cualquier avistamiento.

Mala suerte, no lo veía por ningún lado. Al cabo de un rato de escuchar la conversación entre ellos dos estaba listo para preguntar por el zorrito cuando Yomi se adelantó.

—¿Qué tal tu nuevo esclavo? ¿No te ha dado problemas? —Yomi preguntó sin mostrar mayor interes, si no más bien por mero formalismo.

—Ninguno, tengo buena mano con los esclavos y buen ojo para elegirlos. La estoy pasando en grande con el nuevo que compré, como te mencioné, le estoy sacando provecho.

Hiei no prestaba atención a lo que conversaban, más bien se sentía algo incomodo al no poder ir a buscar al zorro como tanto deseaba. Al parecer tanto Yomi como el anfitrión notaron su inquietud.

—¿Por qué no sales a tomar algo de aire? —sugirió Yomi con cierto fastidio. Ya eran dos días que lo notaba así y empezaba a preocuparse.

No pudo tener una mejor idea, era ahora o nunca la oportunidad perfecta para emprender la búsqueda. Ni se tomó la molestia de responder, si no que emprendió la marcha hacia el amplio jardin. En el camino se cruzó con varios sirvientes, pero del zorro ni los rabos. Llegó a su destino bastante frustrado por no encontrarlo. Empezaba a perder la paciencia y le preguntó a dos criadas que estaban por ahí, las dos se disculparon y se fueron presurosas.

Con gesto de enojo ya ni sabia a donde ir, de repente en la cocina. De repente podría escabullirse y dar una mirada por la casa. Estaba perdiendo la cabeza pero tenía que verlo sino, no iba a poder vivir de nuevo, no podría regresar a su casa tranquilo, ni siquiera recostar la cabeza en la almohada sin pensar en él, soñar con él y desearlo en sus brazos, acariciándolo.

Decidió que no podía quedarse de brazos cruzados, tenía que verlo aunque tuviera que pedírselo a Karasu. No, eso nunca. Maldijo para si mismo y decidido regresar al inicio, a donde dejó a los otros dos conversando. Para su sorpresa el corazón casi se sale de su lugar cuando vio que sentado en medio de su papá y Karasu estaba el zorrito.

Sin disimulo entró a la sala y se quedó anonadado al verlo de nuevo tan cerca. Sus cabellos rojos estaban sujetos en dos trenzas que le daban un aspecto infantil que no sabía si odiar o adorar, se veía como una niña sentada en medio de los dos adultos. El kimono blanco que llevaba puesto combinaba perfectamente con el blanco grisáceo de sus orejas y cola, en la cintura iba sujeto por un cinturón rojizo. Se veía casi tan provocativo como en sus sueños. Con el solo contacto visual Hiei sintió que se iba a morir si no lo tocaba.

Sin darse cuenta de sus acciones ya estaba cumpliendo sus deseos, colocó una mano en sus mejillas. Piel suave, tal como la imaginó. El zorro levantó la cara y clavó los ojos que lo atormentaban por las noches sin dejarlo obtener descanso. Hiei sintió un calor subiendo por su cuerpo.

—Veo que te gusta mi youko. ¿Verdad que es hermoso? —Karasu supo como devolverlo a la realidad brutalmente.

Hiei no pudo responder, aún estaba absorto y perdido en esos ojos de esmeralda. Yomi hizo un sonido con la garganta incomodo, cuando lo notó pero ya era tarde. No podía ocultar lo fascinado que estaba por el zorro.

—Sin duda es hermoso — Yomi tampoco podía resistir la tentación de acariciarlo —Has tenido buena suerte en encontrar algo como esto.

A Karasu no parecía importarle que toquen a su preciado juguete, mientras estuvieron solos le comentaba a Yomi la posibilidad de prestárselo un día de estos. Claro que lo hizo mientras presumía las bondades de su mascota en la cama y lo fácil que le resultaba entrenarlo. Aprendía muy rápido los trucos que le enseñaba.

—Sin duda es un hermoso youko, tan inocente, tan delicioso, sobre todo obediente. Kurama, trae algunas frutas para nuestros invitados — le ordenó sin evitar derramar un tono meloso al dirigirse a su mascota.

—Sí amo —susurró el zorrito como respuesta levantandose de inmediato.

Así que se llamaba Kurama, por fin el protagonista de sus sueños tenía nombre. El zorro pasó a su lado y su colita rozó suavemente su brazo. Tan suave y peluda… ahora no iba a poder dormir pensando en él.

—Hiei, veo que mi youko te ha impresionado mucho. No puedes dejar de mirarlo, no te culpo, me pasa igual todo el tiempo –comentó Karasu recostándose sobre el sillón –De repente es momento que compren uno para ustedes. ¿Qué te parece Yomi? Verdad que es una buena idea. Imagínate como se van a divertir los dos con un youko así como el mío.

—No lo dudo, según tus comentarios es muy talentoso y obediente —sin duda compraría uno si encontraba uno igual de hermoso.

—Sí eso sí, tuve suerte que me consiguieran este, hace trucos maravillosos, un día te mostraré a que me refiero —no podía evitar recordar todos los truquitos que le había enseñado a su juguete. La pasaba en grande.

Kurama regresó a la sala donde lo esperaban trayendo una fuente enorme de frutas que colocó sobre una mesa al centro de los invitados. Timidamente pasó a ocupar su sitio junto a su amo. Cuando estaba ubicándose Karasu lo tomó de la cintura e hizo que se sentara entre sus piernas. Lo rodeo con sus brazos largos y apretó su cuerpo contra el de su mascota. Le susurró algo en los oídos mordisqueando sus orejitas ligeramente. El zorrito se incorporó y tomó un racimo de uvas verdes de la fuente y empezó a arrancarlas una por una, para colocarlas en la boca de su amo.

Hiei no podía más, quería estar en el lugar de Karasu, hubiera dado lo que fuera por estar en su lugar.

Una a una las uvas se iban acabando e iban a parar a la boca de su dueño, sólo quería que se acabara la fuente de frutas para poder levantarse de donde estaba y liberarse del contacto. Karasu insistía en tenerlo pegado a él, en apretarlo contra su pecho y estrujar su carne. Las heridas de los golpes de hacia dos noches aun no cerraban, porque el amo insistía en repetirle la lección para que no se le olvide, dolía un poco incluso al caminar.

—Es muy obediente —observaba Yomi mientras mordía un durazno maduro. Sí, ya era hora de tener una mascota, pensaba mientras saboreaba el jugo de la fruta. Aunque quería una como la de Karasu, nada más ni nada menos que ese zorro tan delicioso.

Hiei seguía absorto mirándolo, no comía, no se movía y a las justas si respiraba. No quería perderse ningún detalle, ningún gesto, ningún movimiento de Kurama. El sólo verlo para él ya era suficiente placer.

El amo se cansó de las uvas y decidió que jugarían más tarde. Era hora de conversar de negocios con su amigo. Se sacó al zorrito de encima y le ordenó llevarse las frutas. Sería imposible conversar de algo importante teniendo a una distracción tan poderosa en frente. Ya habría tiempo más tarde.

—Hiei. ¿Te gustaría ir con mi youko? Vamos a hablar de negocios y me imagino que te aburrirás mucho con nosotros. Kurama, lleva a Hiei al jardín —ordenó Karasu sin dejar a Hiei responder.

No era necesario esperar la respuesta, se puso en pie de un salto y agradeció en silencio mientras se dirigía hacia el jardín acompañado por la mascota. Caminaba detrás de el con pasos ligeros y un crujir de sus ropas que empezaba a ponerlo nervioso.

Por un lado quería que el camino se temine de una vez y poder tener al zorro frente a él, pero por el otro, no iba a saber que hacer. ¿Conversar? Imposible.

Terminaron sentados en una banca de madera y piedra que eran parte del decorado del amplio jardín. El zorro se sentó timidamente a su lado luego que Hiei le hiciera un gesto con la mano. Se quedó entonces en silencio y con la cabeza gacha, no se atrevía a moverse cuando i lo único que quería hacer Hiel era tocarlo.

Estuvieron en ese estado varios minutos, Kurama no sabría que decir si es que tuviera que hacerlo. Un esclavo no necesita hablar, solo cuando su amo lo requería. No tenía nada que decir de todos modos, si abría la boca sería para gritar lo mal que se sentía encerrado en ese lugar. Mejor quedarse en silencio aprovechando la oportunidad de que su amo no estaba vigilandolo para observar bien el panorama. Quiza podía ver un modo de escapar, aunque sería muy arriesgado de todos modos.

No tenía otra opción, no iba a quedarse en ese lugar, tenía que huir y pronto.

El viento soplaba levantando del suelo los pétalos de las flores, una de estas se posó en la cabellera roja del zorro. Hiei no perdió la oportunidad y tomó entre sus dedos el pétalo. Con el solo contacto el zorrito se asustó como si Hiei intentara lastimarlo.

—Hn. No te voy a hacer nada —exclamó Hien en tono serio mostrandole el petalo. Aunque se moría por acariciarlo y se derretía con solo mirarlo, prefirió mantener su mirada seria.

Kurama volteó a mirarlo y enseguida bajó la cabeza temiendo un regaño ante su insolencia. Como se había atrevido a mirarlo de frente, estaba en problemas. Tiró las orejitas para atrás y murmuró una disculpa, no iba a ser fácil burlar al amo Hiei, estaba pendiente de lo que hacía.

De nuevo el silencio incomodo.

—Hn. Zorro tonto. ¿De dónde eres? -—sabía que no era una pregunta muy simpática para alguien que seguro había sido separado de su familia a la fuerza y vendido como si fuera un mueble, pero necesitaba oir su voz, era todo lo que quería.

—Río plateado —murmuró luego de un momento de vacilación, no estaba seguro de responderle o no, pero se arriesgó y de nuevo bajó la cabeza.

Sin duda la pregunta le había molestado, lo había hecho recordar su vida anterior, su libertad. Hiei eres un torpe, pensó. Justo lo que no quería hacer lo logra, hacerlo sentir mal.

—Hn. ¿Y te gusta tu nuevo hogar? De seguro te alimentan bien acá ¿No? —otra pregunta torpe, pero su cerebro se rehusaba a pensar en otra cosa que no fuera acariciarlo.

Kurama bajó la cabeza más y encogió los hombros, intentando librarse del mal recuerdo de las noches de su estadía en ese lugar. No le pudo contestar con palabras sólo movió la cabeza asintiendo. Esto no estaba funcionando, pensó Hiei, si quería ganarse al youko para poder luego… un momento. ¿Qué es lo qué quería hacerle? Sólo acariciarlo. Definitivamente no, quería estar con él, a su lado, acariciarlo. Quería borrar ese gesto de amargura de su cara y reemplazarlo por felicidad. Si seguía así no lo iba a lograr jamás.

De nuevo se quedaron en silencio. Hiei decidió no seguir con sus preguntas y el zorrito se sumió en sus pensamientos, aquellos que lo llevaban fuera de los límites de ese lugar y lejos, muy lejos de la cama de su amo.

Hiei ya no sabía que hacer, sólo resignarse mientras pensaba que esa noche esa noche iba a ser muy larga…de nuevo soñaría con el zorro sin poder tenerlo a su lado. Se maldijo nuevamente por no tener el valor de lanzarse sobre el zorro y tocarlo como quería.

o.o.o

Estuvo soñando con el youko, con su pelo rojo y su piel suave, sus manos blancas y sus dedos finos. Era insoportable su existencia alejado del zorro, la necesidad se hacía más fuerte. Tenía que ver la manera de verlo de nuevo, al precio que fuera.

Iba a tener que ir a buscarlo entonces, así tuviera que trepar por las paredes de la casa de Karasu para tener cerca de ese zorro tonto.

—Hn.

No iba a estar tranquilo hasta que lo viera de nuevo. Sin saber bien como sus pies lo llevaron al origen de todos sus males. De nuevo de pie frente a la prisión de muros altos donde estaba el objeto de sus deseos. Se odió un poco por sentir ganas irresistibles de tumbar paredes y puertas en busca del zorro. Tirar lo que se le cruzara delante y lanzarse encima de su cuerpo tibio.

No estaba pensando las cosas, estaba actuando simplemente según sus deseos y eso no podía traer nada bueno. Retrocedió dos pasos frente a la puerta en plan de retirada. Casi no creía que hubiera llegado hasta ese lugar y se tendría que regresar sin haber logrado nada.

—Maldición —murmuró apenas cuando vio que de pronto la puerta se abrió. No le dio tiempo de correr, las piernas no le obedecieron, como si las tuviera pegadas al suelo.

Un par de criadas le lanzaron una mirada curiosa al salir de dentro. No tenía porque hablarles, se limitaría a ignorarlas hasta que se fueran de una vez.

Una de ellas sin embargo reunió coraje y se le acercó curiosa. Sin duda pretendía invitarlo a pasar.

—Disculpe… ¿Esta buscando al amo? — fue la pregunta. Hiei hizo un esfuerzo por no soltar su verdadera intención pero solo asintió como respuesta —Por favor pase, aunque no sé si el amo pueda atenderlo, ahora mismo anda ocupado. Permita que lo anuncie.

La otra criada le abrió la puerta invitandola a que la siga.

—El amo Karasu estaba algo ocupado con su nueva mascota, es que intentó escaparse —comentó la segunda mientras que la primera de las criadas desapareció rapidamente dentro de la casa.

—¿Cómo? —se le escapó a Hiei —¿Qué pasó?

—El youko, amo, el youko quiso escaparse del amo, pero este logró atraparlo sin que se fuera muy lejos. Pobrecito youko, el amo es muy severo con él, pobrecito —murmuró la muchacha casi perdiendo la voz.

—¿Cuándo sucedió? Dime, mujer.

—A…anoche, nos retiramos a descansar las labores del día cuando escuchamos ruidos de alguien que corría. Me asomé a la ventana y vi al youko correr entre los arbustos del jardín. Los otros sirvientes del amo lo perseguían y al final lograron agarrarlo. Me dio lastima porque…—la muchacha no pudo terminar con el relato porque la otra criada volvió con malas noticias.

—Perdoneme amo, pero el amo Karasu no se encuentra disponible en este momento, tuvo una mala noche y ahora se encuentra un poco ocupado. Pide que lo disculpe por esta vez, pero luego puede atenderlo.

Hiei casi no asimilaba las palabras de la mujer. Trataba con todas sus fuerzas de contener las ganas de correr dentro y buscar al zorro por su cuenta. Se quedó en silencio un momento sin poder decir nada, mirando a las mujeres con indiferencia.

Se dio media vuelta y se alejó hacia la puerta. Se perdió de ver las venias profundas que ambas criadas le ofrecían. En ese momento no tenía más opción que alejarse, era mejor regresar a su casa y ahogarse un rato en sus pensamientos.

—Hn. Estúpido zorro.

o.o.o

Kurama respiraba pesadamente mientras sentía que no había parte de su cuerpo que no le doliera. Toditas las heridas de la noche anterior no sólo se abrieron sino que ahora tenía nuevas que hacían juego con las antiguas. El amo Karasu le había golpeado tanto que en por momento sintió que la oscuridad lo invadía y lo transportaba a un estado en el que no sentía nada. Desafortunadamente se terminó el sueño y volvió a la pesadilla. Su amo regresó a visitarlo a la celda donde lo había encerrado, para recordarle la lección que quedó grabada en su cuerpo, con sangre.

Una vez entró lo tomó del cabello y lo hizo levantarse. No podía moverse por su cuenta porque el cuerpo no le obedecía.

—Así que mi mascota intentó escaparse de mí. Yo que te cuido tanto y tú tratas de huir de mi lado —Un golpe con el mango del látigo le hicieron ver estrellas cuando le dio de lleno en la cara. De no ser porque lo tenía sujeto del cabello su cabeza hubiera salido volando por el impacto.

Al youko se le escapaban gemidos y murmuraba disculpas porque no podía hablar bien con la mandíbula insensible. Varios golpes como ese hicieron que de nuevo la apacible oscuridad se asomara por sus ojos sugiriéndole que si se desmayaba todo iba a ser menos doloroso.

—Mi mascota no entiende por las buenas, tendrá que hacerlo por las malas —Esta vez el amo desenrolló el látigo y se lo puso al lado del rostro —tendremos que recordarte la lección de nuevo ¿no?

Acto seguido empezó a golpearlo en la espalda y el cuerpo entero hasta que sus brazos se acalambraron por el esfuerzo. No iba a resistir mucho, sin embargo, podía hacerle daño permantente y eso sería un desperdicio. Tuvo que soltarlo y este cayó al suelo sin fuerzas para nada.

Kurama ya no gritaba y casi ni respiraba mientras yacía sobre el suelo. Karasu se aseguró de que su mascota no haya muerto producto de la brutalidad de la golpiza. Menos mal su zorrito era resistente y quizá todavía soportara más.

—Tú si que no aguantas nada, con tan poco ya estas cansado y eso que recién empiezo contigo. Ahora que has hecho que me cansé castigándote es hora de que me des algo a mi –Karasu se agachó a la altura de Kurama que ya estaba en el suelo —Abre la boca.

No podía abrir nada, estaba demasiado agotado para mover un músculo. Afortunadamente el amo estaba ahí para ayudarlo. De nuevo lo levantó del cabello colocándolo de rodillas frente a él.

—Abre la boca — epitió y fue obedecido un momento después por un youko que apenas podía sostenerse sobre sus rodillas — Eso es, ya sabes que hacer.

Kurama no podía abrir los ojos y con las justas pudo obedecer. Sus brazos colgaban a los lados incapaces de moverse tan complacer a su amo. Hizo un esfuerzo grande para dejar pasar dentro de la cavidad de su boca el miembro de Karasu. Exhausto como estaba de luchar y resistirse, decidió abandonarse completamente mientras que su amo sujetaba los mechones rojos de su cabeza para que pudiera tenerlo todo dentro de la boca.

—Muy bien…—susurraba entre jadeos mientras que sentía como alcanzaba el extasis de a pocos —Casi… un poco más.

El youko ya no sabía bien que estaba pasando, con los ojos cerrados se limitaba a complacerlo tratando de olvidarse que el cuerpo le dolía como si le hubieran triturado la carne. El amo no tardó mucho en cumplir con lo que pronosticó. Explotó dentro de su boca llenándola. Kurama abrió los ojos por la sorpresa y volvió a la realidad. Intentó reunir fuerzas y sacarseselo de encima sin conseguir que el amo se lo permitiera.

—Ni lo intentes, trágalo.

La mascota gimoteó un poco a modo de protesta, pero sabía que no servía de nada. Karasu sólo le apretó más el cabello haciendo que más dolor se sume al que ya tenía.

—¿No oyes?— no era una pregunta que esperaba que respondiera. Tiró de nuevo de su cabello reafirmando su autoridad —Ahora pásale la lengua y déjalo bien limpio.

Kurama no podía más, el dolor era tan intenso como para recibir más así que obedeció. Karasu lo soltó cuando hubo terminado con la orden y se fue al suelo de bruces, sin más fuerzas para nada.

—No te he dado permiso para descansar. Quítate la ropa.

El amo no se daba cuenta de que ya no se podía mover. Ya era suficiente castigo con golpearlo toda la noche y obligarlo a hacer lo que hizo. ¿Qué más quería ahora? Pronto recordó un modo más doloroso de castigarlo, uno que el amo disfrutaba mucho más.

—He dicho que te la saques —gritó perdiendo la paciencia y arrojándose sobre el pobre youko arrancándole los retazos de la ropa que le quedaba encima.

Echado en el suelo el youko no podía resistirse más. Se abandonó por completo. Dejó que el amo actuara, que atrapara sus muslos magullados y separara sus piernas como si se las quisiera arrancar. Que se colocara en medio de estas y las levante colocandolas sobre sus hombros. Hizo que arqueara la espalda y elevara las caderas. Se detuvo para apreciar el rostro de terror de su mascota, era impresionante. Kurama pensó que no iba a poder lastimarlo más aún, pero se equivocó completamente.

Gritó sintiendo que se iba a morir ahí mismo y esperaba que fuera muy pronto. Intentó arrastrarse lejos del peso de su amo, pero fue inútil si quiera hacer el minimo movimiento. Cada vez que trataba de zafarse sentía que Karasu se hundía más dentro de él. Se movía muy rápido, arañandole la carne por fuera y por dentro. Kurama cerró los ojos con fuerza y trataba de contener sus gemidos, pero era inútil. Al amo le gustaba oirlo gritar y no iba a dejar que su mascota lo privara de ese placer extra.

Al cabo de un rato que pareció eterno el amo terminó con él y por fin se retiró de la celda. El youko permaneció en el mismo lugar, echado sobre su espalda, adolorido y sin poder moverse más, envuelto en un charco de sangre y sudor. Cansado, sin animos de seguir respirando, esperando que la oscuridad de la muerte lo recoja y saque de ese estado de miseria. Quizá el alivio llegaría, quizá no. No podía rendirse entonces, iba a tener que ver el modo de escapar como diera lugar. A pesar de que esa lección había sido bastante clara, se resistía a aceptarla, no iba a escapar de las garras de Karasu nunca.

Continuará...