Vuelves a ser presa de tu propia ingenuidad cuando trece dedos índices te señalan con escarnio.

Diste a los cerdos la oportunidad de huir que no eres digna de suplicar para ti misma frente al rey. El sentimiento hecho ovillo en tu pecho, ese que al compás de tus latidos fue creciendo como una bola de nieve al caer de un risco, ese que hizo saltar tu corazón como una rana enjaulada, eclipsa de nuevo tu ser ante la sentencia del rey, de quien pende tu existencia.

''Eres libre''.

Resuena en tu mente, con el mismo tono mustio del soberano, mientras sus soldados te cazan y el carmesí de tu sangre mácula los pétalos de las rosas en plena belleza de florecimiento.

Te esfuerzas por mantener el aire difícil de respirar cuando avistas el árbol gigante y frondoso, tu luz al final del túnel. Pero, en lugar de luz, te devora una infanta oscuridad en compañía del silencio. Entonces por fin te abrazas al deseo más egoísta e íntimo del ser humano, que iluso promete ''para siempre'' cuando su vida misma yace a merced de la muerte.

''No quiero morir''.

''Eres libre''.

El rey te lo dijo y tú, como esclava, debes cumplirlo.

''¡Quiero ser libre!''

Sientes ese deseo recorrer tus vértebras, agigantar su tamaño hasta casi rozar las nubes en el cielo.

Ese deseo te ha hecho poderosa, ese deseo te ha hecho sobrevivir, ese deseo ha empujado a lo más profundo de tu ser a la niña con una cubeta de agua para dar de beber a los cerdos en el coral. Ese deseo te ha dado el poder de un titán y los privilegios del rey...

Mas no te ha hecho libre.