Jejejeejej un capítulo más... jejejej no me odien por favor. Yo los quiero. Nada me pertenece, sólo hago un fanfic.


9. Longing

Supo que algo malo ocurría cuando sintió el sonido de un disparo. Intentó llegar a donde le parecía que provino pero no lo halló. Estaba en todo buscar cuando vio salir de entre la maleza a Hiei. Traía el rostro desencajado y la ropa manchada de sangre.

Se acercó a él sin decir palabra, con el arma en la mano. No tenía que decirle porque podía presentir que había hecho lo que dijo que haría. Tragó un nudo en la garganta al darse cuenta lo mal que se sentía al ver a su hijo en tal estado. Hiei estaba fuera de sí.

No dijo nada cuando pasó al lado suyo rumbo a la casa. Sabía que el disparo que oyó provenía de su arma. Ahora sólo quedaba buscar al youko. Aunque hubiera querido acabar con él con sus propias manos, por lo menos el maldito zorro ya estaba fuera de sus vidas.

Siguió a Hiei luego de encomendarles a sus sirvientes que busquen el cuerpo del youko. Como era de esperarse, su hijo se encerró en su habitación sin decir una palabra.

Nunca pensó que lo llegaría a hacer.

Lo dejó tranquilo hasta que los sirvientes dijeron que no podían encontrar el cadáver por ningún lado. Entonces Yomi tuvo que ir a ver a Hiei en busca de respuestas. Entró a su habitación sin anunciarse y lo halló sentado mirando a la ventana.

"Hijo." susurró tímidamente. En el fondo la culpabilidad empezaba a pesar.

Pero Hiei no le respondió. Ni en ese momento ni durante todo el tiempo que perdió tratando de sacarle respuestas. Nada de nada. Ni una sílaba, ni siquiera conseguía que lo mirara.

Lo dejó tranquilo con la seguridad de que si no encontraban su cadáver no era importante. No había duda de que el zorro estaba muerto, de otro modo Hiei no estaría tan deprimido. Y para confirmar sus sospechas, Hiei no dijo una sílaba y casi ni comió en una semana. No salió de su habitación y no hubo fuerza sobre la tierra que lo sacara de su encierro.

Sintiéndose tan triste, tan deprimido y era de entenderse, de verdad ese zorro lo había marcado.

Encerrado en sí mismo sólo pensaba en Kurama, en su cabello rojo ondeándose con el viento, en sus manos suaves, sus piernas rosadas, su piel sedosa, sus ojos verdes fulgurantes, su cola sensual, las orejitas que coronaban su cabeza. No podía olvidarse de su youko, de su Kurama. Ahora que se había ido no iba a ser su vida igual. Pero tuvo que hacerlo, no había otro remedio. No podían quedarse juntos porque así era el destino.

Injusto.

Quizá si se hubieran conocido en otras circunstancias. De repente las cosas hubieran sido distintas. Pero fue mejor así, de ese modo. Fue el deseo de Kurama. Al final no pudo hacer nada por él, nada de lo que hubiera deseado. Quería ser feliz a su lado, hacerlo feliz como nunca nadie antes lo había hecho.

Imposible.

Estaba dicho desde el inicio que sólo el desear estar juntos era pura ilusión. Nada más, en el fondo ambos sabían que desearlo estaría bien, pero no se puede vivir de ilusiones.

No se puede.

Ahora no lo iba a volver a ver nunca más. Mirando por la ventana podía imaginarlo recostado en la hierba y deseaba más que nunca volver el tiempo atrás. Si tan solo pudiera retroceder el tiempo y volver al inicio, no, antes de eso. Se hubieran conocido de otro modo.

Se tendió sobre la cama sin deseos de volver a respirar el aire que no traía el perfume de su youko. Harto de mirar al techo y sentir el vacío en su cama. Si se hubieran conocido antes, como Kurama deseaba. De repente todo hubiera sido diferente.

Un zorrito corriendo sobre la hierba verde, su colita ondulándose mientras se movía, sus orejas peludas moviéndose con ritmo agitado. Mejillas coloradas por el esfuerzo.

De repente si se hubieran conocido en ese lugar, de repente si se hubieran visto antes, nada de esto hubiera pasado. No lo hubiera dejado ir nunca. Nadie nunca le habría puesto un dedo encima, nadie. Nadie lo hubiera tocado como lo hizo Yomi o Karasu, nadie. No lo hubiera permitido jamás.

Nadie lo hubiera lastimado tan profundamente y aún así Kurama no perdía las esperanzas de que las cosas mejoren. Hasta el final creía firmemente que las cosas hubieran podido ser diferentes.

Quizá tenía razón.

El río plateado, le había dicho, su refugio, su lugar especial. Casi podía verlo en ese lugar ilusorio, sentado bajo el chorro de agua, esperándolo.

No quería hacerlo esperar, pensó. Cerró los ojos sin remedio.

No quería hacer esperar más a Kurama.

Continuará...