Sueños con destino
Corrió sin parar durante un buen rato, cayendo al suelo de vez en cuando al tropezar con alguna raíz de algún árbol muerto o al resbalar con alguna piedra medio suelta en alguna pendiente. Le daba igual. Nada más caer se levantaba y seguía corriendo. Estaba asustada. De las miradas y reacciones de los demás, también de si misma; de lo que había hecho. Sabía que los esqueletos esos extraños habían sido cosa suya, no entendía como pero había pasado. Eso había tenido que ver con que hubiesen derrotado a Malomyotismon, pero ahora todos estaban horrorizados de ella. Había huido en lugar de quedarse y hablar, dar una explicación para la que no tenía respuesta. Quería huir, tan solo quería huir. Encontrar una respuesta a lo que había sucedido por supuesto, pero por ahora tenía miedo a los demás, a cómo la habían mirado como si se tratase de un monstruo. Como si ella misma fuese un monstruo.
Pasó la noche a la intemperie, escondida en una cueva. Sin nada que comer y habiendo bebido agua de un riachuelo. Fue una mala noche. Los nervios y el hambre apenas la dejaron dormir; el miedo la hizo permanecer despierta durante un largo rato. A la mañana siguiente, al salir vio que el verde había regresado al digimundo, el mundo estaba vivo de nuevo. Era extraño, porque ese mundo había gastado muchas de sus energías en luchar contra la oscuridad de Malomyotismon. Sin embargo, estaba nuevamente regenerado. Se preguntaba cómo había sido en esta ocasión.
Una de las ventajas que la vida hubiese regresado al mundo es que pudo encontrar comida con la que al menos alimentarse un poco, también asearse en el río. Una de las desventajas era que los digimon volvían a salir por todas partes, y afilando sus instintos al máximo sabía que la estaban buscando. Había visto a Pegasusmon y a Raidramon. Suponía que el resto también estaban por el lugar. Aunque desaparecían por las noches. De hecho un par de días después había recibido un e-mail de Ken que le avisaba de aquello; gracias a que tenía con ella el D-terminal, había podido leerlo y responderlo. Aunque tan solo le había dado las "gracias".
Esa misma noche se durmió entre los árboles de un espeso bosque. Un lugar en el que había encontrado refugio y que esperaba no la encontraran. Según Ken, habían hecho correr la voz entre los aliados para que la buscasen. Le había dicho que querían interrogarla por lo que había hecho y que algunos creían firmemente que se había entregado a la oscuridad y que era una amenaza. Por suerte, por como se había dirigido a ella, sabía que él estaba de su parte. Le prometió que se lo explicaría todo. Cuando tuviese una explicación que ofrecer. Aquella noche le costó conciliar el sueño, estaba nerviosa por si la descubrian, aunque se había ocultado tan bien entre las plantas que no lo creía posible.
Estaba en una zona oscura y tenebrosa. Algo fría. Se escuchaban aullidos y quejas de un lugar que parecía una especie de sala de torturas. Cerca de donde estaba había un campo un poco tétrico, lleno de personas que vagaban sin rumbo y sin percatarse de las estalactitas que había en el techo. Esas personas se transparentaban cuando fijaba su mirada en ellas. Más allá algo que parecía inaccesible. Una especie de paraíso. Suspiró, estaba en una especie de cueva. Una cueva muy rara.
Aquel páramo oscuro le recordaba al mar oscuro, solo que sin resultar tan incómodo y ó por el lugar, mirando extrañada a todas partes. Estaba segura que ese no era el lugar donde se había tumbado a dormir. No supo el tiempo que llevaba caminando, tampoco la dirección en la que iba, más bien parecía estar dando vueltas por el lugar. Finalmente encontró una edificación en aquel páramo oscuro, una especie de palacio construido con obsidiana y algunos detalles metálicos que parecían hechos con bronce.
Las puertas del palacio se abrieron antes que se acercase a ellas. Dudó unos instantes, luego atravesó el umbral. Por dentro era lujoso, en cierta manera; también tétrico con sus grabados de momentos de distintas guerras y catástrofes como si hubiesen sido presenciados en persona; podrían pasar por imágenes de un museo, si no fuera porque sabía que no estaban en uno.
— ¿Te gustan? — Escuchó decir a una voz masculina, una voz que le resultaba conocida.
—No están mal. Parecen hechos con precisión. Aunque yo no los pondría para decorar mi casa — Respondió girándose. El hombre que estaba frente a ella era el mismo que se la había acercado días atrás en Odaiba y le había hablado en griego.
— Ya bueno. A mi hermana tampoco le agrada este tipo de decoración. Mi esposa en cambio, no pone reparos a este tipo de decoración. Compartimos ciertos gustos. Tendrías que ver cómo ha decorado el jardín que le hice.
Se quedó en silencio, contemplando lo que la rodeaba. Un palacio tétrico perdido en un lugar donde parece que no da la luz, con un campo de prisioneros, otro de olvidados y uno que parecía un hotel cinco estrellas. Luego estaba ese misterioso hombre; emanaba una gran oscuridad, pero no era una oscuridad mala, hablaba griego y este lugar en el que estaban. Parecía que era su casa.
— ¿Que eres?
— Un dios. Pero no es por eso por lo que estamos hablando.
Kari lo miró expectante. Repaso mentalmente todo lo que sabía de dioses, no sólo de la cultura japonesa, sino también del resto de culturas, aunque sabía más bien poco. Era un tema sobre el que en casa estaba prohibido hablar. Lo que ese hombre afirmaba era una locura, y sin embargo estaba siendo sincero. Completamente sincero.
— Debes ir a LongIsland, a un campo de fresas. Allí lo entenderás todo.
— ¿Un campo de fresas?
— No me hagas repetirlo. Ese campo es en realidad un campamento para gente como tu. Sigue tu instinto y llega a ese lugar.
— Gente con habilidades especiales, lo descubrirás con el tiempo. Decirte más sería ponerte en peligro, cuanto más sepas más peligro correrás. Allí estarás a salvo, y se puede convertir en un nuevo hogar para tí.
— ¿Un nuevo hogar?
— ¿Acaso quieres vivir para siempre donde quiera que estés ahora?
Lo pensó por unos instantes, conocía el digimundo como para poder vivir en el por un largo tiempo, pero si alguna vez regresaba al mundo real tendría que acreditar unos estudios para poder trabajar. Además que, quedándose allí, tarde o temprano la encontrarían. No quería que la encontraran, sabía que no le aguardaba nada bueno si lo hacían pues ya habían decidido sobre ella.
— No, señor
— Lo suponía. Long Island, campo de fresas en medio de un bosque, un campamento. Lo sabrás cuando llegue.
— ¿Como llego? Sabría llegar a los Estados Unidos. Pero...
Se interrumpió, viendo que el dios sacaba del propio suelo una piedra negra, del mismo material que su palacio estaba hecho y realizaba sobre ella un cántico en griego, ¿un ritual?. Era posible. Luego se la entregaba.
— Estampala contra el suelo cuando llegues, se convertirla en un transporte.
Tras coger la piedra; el dios y la estancia se volvieron borrosos. Desvaneciéndose poco a poco.
Despertó algo sobresaltada, el sueño le había resultado inquietante. En cierta manera notaba que era algo importante aquello con lo que había soñado, por otra parte era verdad lo que ese hombre... dios, le había dicho. Se incorporó, notando que tenía algo en la mano, la piedra que le había dado el dios. Un medio de transporte. No lo comprendía demasiado, pero ahora eso no importaba. Tenía que encontrar una zona cercana a ese lugar que le había mencionado. Por suerte podía recurrir al D-terminal para buscar una zona aproximada en el mapa.
(***)
Llevaban un par de días buscando a Kari por el digimundo. Había visto lo que su hermana había hecho, junto a todos los demás. Nada, nadie la había visto ni encontrado. Parecía que se había esfumado en el aire. Tenían que insistir, les debía una explicación.
Llegó a casa derrotado, tras todo un día de búsqueda, lo malo era que en cuanto comenzasen las clases, tendrían menos tiempo para buscar. Se fió una larga ducha, extrañando tener a Agumon con él. Pero lo había dejado en el digimundo, junto a otros para que siguieran el rastro, para que siguieran buscando. Al terminar se enrolló en una toalla y se metió en su habitación para ponerse algo de ropa limpia. Estaba molesto en realidad; no había podido ocultarles a sus padres lo que había pasado con Kari, le habían preguntado cuando regresaron y ella no. Incluso le habían pedido detalles y, como siempre no podía ocultar nada a sus padres. Lo que le escamaba era que no le habían dado mucha importancia, incluso cuando Gatomon describió a ese hombre que se había acercado a su hermana días atrás, describiendo las sensaciones producidas. Era la razón por la que Gatomon había abandonado ese techo mudándose con Tk y Patamon. Mientras divagaba escucho a sus padres hablando, los mismos que le habían pedido que no la buscaran.
— ¿Crees que estará bien?
— Si querida, siempre fue una chica muy fuerte. Sabrá cuidarse.
— Pero, ¿a donde habrá ido?, está claro que ese hombre que describió el Gato es uno de ellos, pero...
— No te inquietes. Ambos sabíamos que algún día tenía que pasar. Tarde o temprano, nuestra Hikari tendría que partir y encontrar su verdadera familia.
— Lo se, aquella mujer nos lo dijo cuando la adoptamos.
— Entonces ¿crees que nuestra pequeña ya sepa quien es?
— Eso me parece. Aunque hubiese preferido que nunca se supiese que ella es...
El sonido del móvil lo sobresaltó. Lo buscó apresurado por la habitación, molesto por perderse la conversación. Aunque lo importante lo había oído ya, Kari no era su hermana, ni siquiera compartían sangre. Para él eso siempre había sido importante, sus abuelos le habían mostrado lo importante que era proteger a los de su propia sangre. Lo que ella había hecho allí había sido raro, y ahora quería explicaciones por eso y por no decirle nunca la verdad. Porque seguro que ella sabía algo. Que Kari no fuese su hermana, cambiaba las cosas. Un poco.
(***)
Con el destino claro, le había costado un poco de encontrar, se decidió a partir hacia el mundo de los humanos y dejar el digimundo atrás. Nada la ataba allí. Los que antes eran sus amigos le habían puesto la etiqueta de oscura y traidora. Había tratado de aprovechar las mejoras que Izzi introdujo en los D-terminales para acceder a un mapa del mundo real, pero no había funcionado. Solo tenían capacidad para almacenar los datos de los digihuevos, para comunicarse vía e-mail y para tener en momento directo la geografía del digimundo. Fue Ken quien le pasó la información. Nueva York era el mejor punto por el que salir, donde había tanta población que seria difícil llamar la atención al salir por un ordenador.
Esperó a que anocheciera, donde el riesgo que la viesen era menor. Entre Japon y Estados unidos había trece horas de diferencia, así que saliendo del digimundo sobre las veintidós horas terrestres según Japon, en Nueva Jork aparecería en la ciudad a las nueve de la mañana, una hora de importante ajetreo y apertura de numerosos negocios. Programó uno de los televisores para abrir la puerta en ese punto. Agradecida de poder escoger el lugar donde abrirla gracias al mapa que había en todos los televisores del digimundo. En cuanto lo tuvo todo listo, apuntó con su dispositivo digital al monitor. Se aseguró que tenía todas sus pertenencias, incluida la piedra que aquel dios le había dado.
— Puerta digital, ábrete.
El monitor respondió, y enseguida fue succionada por el mismo, saliendo en medio del pasillo de informática de un centro comercial. Muchos se quedaron mirándola alucinados, tanto los que iban de compras como los dependientes, incluido uno de los tipos de seguridad que comenzaba a moverse hacia ella.
— ¡Eh! ¡Tú!
No se espero. De forma instintiva salió corriendo. Estaba siendo perseguida por el tipo de seguridad de la planta de informática, no dejó de correr, aunque sintiese cansancio o fatiga. Bajo corriendo las escaleras mecánicas, esquivando a la gente. Se interno por el área de botánica, donde vendían materiales de jardinería y algunas plantas. Ahora la perseguían dos guardas; el de informática y uno que se le acercaba por la izquierda. ¿Es que había pedido refuerzos?. Saltó entre dos plantas, que curiosamente se apartaron inclinándose un poco para dejarla pasar para luego cerrar el paso bruscamente a los guardas. Pudo escuchar el trompazo que se dieron y, al girar unos instantes la cabeza, le pareció ver que las plantas los habían enganchado como si se tratase de lianas. Impresionante. Aquello suponía un respiro, aunque no demasiado. Tenía que salir de ese centro comercial cuanto antes, y no creía que tuviese mucho tiempo para alejarse del lugar. Consiguió llegar a la calle, no supo como. No se detuvo hasta chocar con una mujer que entraba en una tienda de dulces, iba vestida con ropa en la que ponía el lema de esa tienda.
— Perdona — Agradecía que en el colegio les diesen clase de Ingles, sino no hubiese podido comunicarse en ese lugar.
— No pasa nada — La mujer la miró con ternura — Pareces acalorada, ¿quieres pasar y descansar un poco?
— Vale — Kari no sabía qué era lo que la impulsaba a confiar en aquella mujer pero así lo hizo.
La mujer no le hizo preguntas, le permitió permanecer en la trastienda hasta que recuperó el aliento. También la invitó a tomar algunos dulces y un poco de agua. Aprovechó el momento de tranquilidad para preguntar a la mujer cómo llegar a Long Island. Notó como la mujer la miraba con cierta sospecha, pero sin llegar a ser una mala mirada. O esa mujer sabía de que hablaba o lo había deducido por sus palabras. Sacó un mapa y le mostró el camino, dándole indicaciones de cómo llegar y de paso unos treinta dolares, una parte de su paga extra. Kari quiso negarse, pero la mujer no admitió negativa.
Pasado un rato abandono la tienda, comenzando a caminar por las distintas calles de la ciudad. Orientarse era un poco más complicado de lo que parecía. Palpo la piedra que tenía en su bolsillo. Era la que el dios le había dado. Le había prometido un transporte, pero ¿que clase de transporte podía salir de una piedra?¿Era algún tipo de broma?. Solo había una forma de comprobarlo. Saco la piedra sujetándola con fuerza y la estampó contra el suelo. Un humo negro la envolvió, más bien una especie de sombra. Era extraño. Cuando se disipó, donde había estampado la piedra, había ahora una bicicleta, negra y plateada con una mochila en la parte trasera de la misma y una nota pegara al manillar junto a un casco de los mismos colores que la bicicleta. La nota fue lo primero que cogió. Estaba escrita en griego clásico.
Esta bicicleta es tu medio de transporte. Es la tuya para siempre. Además de hacer la función de bicicleta tiene otra función, puede transportarte a donde desees en el acto; el como descubrir esa función te lo dejo a ti. También tiene un sistema antirrobo. Nadie la podrá coger si no eres tu o lo has autorizado. Ya lo sabrás si se da la situación. En cuanto a la mochila, es simplemente para que tengas con qué llevar tus pertenencias. Dentro encontraras la moneda de curso legal para el campamento y el tipo de transacciones que conocerás en ese lugar. Espera que disfrutes de tu regalo.
"El silencioso"
Examinó la mochila, en su interior había una bolsita de cuero que tenía dentro unas veinte monedas de oro. Todas tenían en una de las caras el Empire State, y en la otra el rostro de algún dios o distintos símbolos como la lechuza, el caduceo, la lira... Eran unas monedas muy curiosas. Guardó en esa bolsita los treinta dolares que le había dado aquella mujer. Luego dentro de la mochila, en sus boslillos interiores, la nota que acababa de leer. Además hecho en el interior de la mochila el mapa que le acababan de dar, el dispositivo digital y el D-Terminal. A pesar de no encontrarles ya utilidad, deseaba conservarlos. Por todo lo que significaban. La mochila era de color verde, pero no uniforme, sino de distintos tonos de verde con toques marrones. Parecía que la mochila era del color del bosque.
La bicicleta se ajustaba perfectamente a ella, como si la hubieses comprado en una tienda especialista en ciclismo y la hubiesen construido para ella. Se montó en ella y se ajustó el casco. Se colocó la mochila bien sujeta a la espalda y comenzó a pedalear. Ahora sabía más o menos hacia donde ir. Prestó especia atención al tráfico, algunos conductores conducían como verdaderos locos. Abandonó la ciudad comenzando a ir por carreteras rurales. Empezaba a notar el cansancio, así que había decidido parar en la primera gasolinera que pudiese a comprar agua y algo para comer. Al girar una curva tuvo que esquivar a unos motoristas que iban en contra dirección, parecía que estaban haciendo una carrera. En el movimiento que hizo para esquivarlos acabó dándose de bruces con un corredor que llevaba una bolsa de deporte con un bate de beisbol.
— Lo lamento señor — Se disculpó y lo ayudo a ponerse en pie.
— ¿Lo lamentas?. ¡Son ellos los que tienen que hacerlo!¡Malditos locos!¡Ya se enteraran cuando les atize con el bate!¡Les haré pagar esta afrenta!
— Bueno, creo que será complicado alcanzarlos. ¿Esta bien, señor?
El hombre de mediana edad se quedó mirándola, frunciendo el ceño. La miraba como si acabara de caer en cuenta de algo. Como si solo con mirarla la reconociese, aunque era imposible pues ese hombre no le sonaba conocido en absoluto.
— Vamos muchacha. No puedes estar aquí, es peligroso. Te conduciré a un lugar seguro. Ahora soy tu protector.
— ¿Mi protector?, Señor, ¿quien es usted?
— Gleeson Hedge. Soy un Sátiro y te conduciré hacia el campamento joven mestiza. Ahora siéntate en esa bici y arranca.
Kari se quedó mirándolo. Le parecía que el tipo estaba completamente chiflado, pero no le parecía que era mala persona. Enderezó la bici y aguardó a que subiese, antes de ponerse a pedalear.
— No se bien como llegar allí — Tenía el mapa pero no iba a decírselo aquel hombre. Que no le pareciese malo no significaba que pudiese confiar ciegamente en él — Creo que me he perdido. Además, pienso parar en la próxima gasolinera y comprar bebida y comida.
— De acuerdo. Pero no estaremos mucho tiempo. Nunca sabemos cuando puede aparecer un monstruo dispuesto a devorarte.
— Alentador.
Pasaron por una gasolinera donde hicieron un alto rápido. Aquel hombre que se había identificado como Gleeson Hedge, le había metido prisas para que no permaneciese allí más tiempo de lo necesario. Se comieron un sandwich de vuelta a donde había dejado la bicicleta, y antes de subir, bebió una considerable cantidad de agua. Tras ese alto en el camino, se pusieron nuevamente en marcha. Tal como estaban antes, ella en el manillar y él en la parte trasera de la bicicleta. Gritándole indicaciones de por donde debía ir al oído.
— ¡Sigue así!¡No dejes de pedaler!¡Vamos al campamento!
Definitivamente, a ese hombre, sátiro o lo que quiera que sea, no había perdido una tuerca; sino la ferretería entera.
(***)
Una mujer de cabellos como el trigo se aparecía en un torbellino de cereales en una oscura sala de trono. Allí había dos tronos colocados, ambos de obsidiana. Uno más grande que el otro y el más pequeño contaba con ornamentos florales de piedra. Ambos tronos estaban ocupados. Dos dioses miraban desde ellos a la diosa que acababa de llegar. Un hombre y una mujer.
— Debe ser la primera vez que quieres mi presencia aquí abajo, Hermano.
— Tu hija creía conveniente que te informase de las buenas nuevas — Replicó, haciendo una mueca como si la situación le desagradase aunque internamente la estaba disfrutando — Al parecer pronto tendrás a cierto vástago que reconocer en el campamento. Una preciosa y adorable niña de cabellos castaños.
— ¿Que has hecho? Sabes que nuestro hermano...
— ¿Lo has oído quejarse de semidioses volando hasta estados unidos en las últimas horas?
— No, pero si coje un vuelo.
— No lo hará. Me da la impresión que ha llegado con otros métodos. No se cómo ni me interesa.
— ¿Como sabes que ha llegado ya a este territorio?
— Reclamó el regalo que le hice.
— ¿Regalo? — Miró a su hermano con recelo.
— Una bicicleta. Es hermosa — Intervino Perséfone con una misteriosa sonrisa — El casco, la mochila y los dragmas corrieron por mi cuenta.
Se quedó mirándolos sin palabras. Durante unos instantes. Estaba con el entrecejo fruncido, podía entender que la hubiese protegido, devolviéndole el favor de hacia unos años. Pero ese interés y los regalos. Le parecía raro.
— No quiero trucos por ningún lado.
— Tranquila, hermana. No los hay.
— Doy fe de ello — Suspiró Perséfone aburrida -¿Te quedarás a cenar?
— Quizá otro día — Dicho lo cual. Desapareció.
(***)
Llegaron al campamento al anochecer. Kari no podía creerse que hubiese hecho tanto en tan poco tiempo. En un sólo día. Le dolían las piernas y los oídos de escuchar al hombre ese que le daba las indicaciones. Giró por un camino que señalaba hacia un campo de fresas. Recordaba que el dios había dicho algo sobre aquello. Un campamento en un campo de fresas. Hizo saltar la bicicleta por encima de las raíces de un pino que había en la entrada. Gleeson le había enseñado a hacerlo, le había enseñado varios trucos durante el camino. Mostrándole otras formas de manejar la bicicleta.
Entró en el campamento pedaleando deprisa. Bajando la rampa hacia donde estaban las personas yendo de un lugar hacia el otro. Esquivó a un par de rubios. Una que parecía algo más joven que ella, tal vez de unos nueve o diez años y otro que parecía de la edad de Tai. La niña gritó indignada, haciendo que todo el mundo se quedase mirándola. Frenó justo cuando el entrenador le dijo. Frente a un centauro que la miraba con ligera desaprobación.
— Hola Quiron. Te traigo a una nueva mestiza.
La multitud se congregó alrededor de ellos. Kari permaneció en silencio, guardándose las ganas de apuntar que más bien había sido ella la que había llevado hasta allí al sátiro. Claro que, él le había dado indicaciones precisas.
— ¡Quiero poner una queja! — La chica a la que había esquivado se había acercado al lugar, con la mirada completamente amenazante. Unos ojos de color gris tormentoso — Casi me atropella.
— Pero si ni te ha rozado, princesita — Le espetó una chica corpulenta — Me cae bien esta chica, tiene un buen manejo de la bicicleta.
— No te metas en esto, Clarise — Le replico la rubia furiosa. El otro rubio trataba de apaciguarla.
— Quirón, quiero enseñarle a la nueva el campamento — Clarisse la miraba con una sonrisa.
— La novata me debe una disculpa — Seguía gritando la rubia de ojos grises, moviéndose y empujando a Kari.
— Basta, Anabeth — Proyectó el centauro Quiron — No veo que tengas ninguna herida, y Luke tampoco es que se haya quejado. Clarisse múestrale el campamento mientras encontramos donde guardar su bicicleta. Anabeth, no quiero problemas.
— Pero Quirón, ella...
— ¡Mirad! — Exclamó un chico negro y corpulento. De estos que parecía que se pasaba el día trabajando en el campo. Estaba señalando un punto sobre la cabeza de Kari. Allí había un holograma, una hoz con espigas de trigo.
— Ha sido reclamada — Otra niña hablo mirándola con seriedad — Parece que tengo una nueva hermana. Soy Miranda. Te espero en la cabaña cuatro — Se acercó para coger la bici y las cosas de Kari — Creo que la cabaña de Demeter será un buen lugar para guardar sus cosas.
— Si, encargaté — El centauro se volvio hacia Clarisse — Enseñale el campamento y luego llevala a su cabaña. Falta una hora para la cena — Se volvió hacia el sátiro, que para sorpresa de Kari se habia descalzado y quitado los pantalones, mostrando unas peludas patas de cabra — Glesson, acompañame. Tendrás que hablarnos de esa chica al Seño mi.
La chica corpulenta se acercó a ella, sonriendole de forma afable y pasándole el brazo por encima de los hombros. Podía notar que era una chica fuerte, capaz de dirigirla por el campamento aunque lo hacía con suavidad. Comenzó a explicarle todo de forma completamente clara y precisa, sin adornos de ningún tipo. Como funcionaba el campamento, para que estaba allí, lo que acababa de pasar frente a todos al ser reclamada. Ser reconocida como hija de una diosa, Demeter. Lo importante que era ser reclamado. Al parecer en aquel lugar todos eran semidioses. Lo aceptó con total naturalidad, después de los sueños y de todo lo del digimundo. ¿Porqué no iba a ser eso algo normal?
— Bueno, aquí te dejo. Amiga mía — Habían llegado a la cabaña cuatro.
— ¿Amiga?
— Pues claro. Cualquiera capaz de hacer enfadar a la perfecta y listisima "soy mejor que nadie" hija de Atenea, puede considerarse amigo mio.
— No fue intencionado.
— Intencionado o no, ha sido divertido — Una voz surgió a espalda de ellas, era Miranda — Tendrías que ver como trata a la gente que se atreve a llevarle la contraria. O a los que considera débiles como los hijos de Afrodita o nuestra misma cabaña.
— Comprendo. Alguien inteligente que no sabe gestionar su propia inteligencia. ¿Orgullosa?
— Lo es. Y mucho —. Aseguró Clarisse — Bueno. Os veo en la cena, y mañana entrenáis con los de mi cabaña. Si vamos a patearles el trasero en la captura de bandera os quiero bien preparadas —. Agregó antes de marcharse — Se volvió unos segundos en el último instante — Por cierto, ¿Como te llamas?
— Hikari Yagami. Mis amigos me llaman Kari.
— Vamos, te mostrare donde dormirás. He dejado tus cosas junto a la cama.
— Gracias Miranda. Por cierto, ¿con quien tengo que hablar para que me permitan matricularme en una escuela? No quiero perder el curso.
— Habla con Quiron y con el señor D. Pero tendrá que ser mañana. Hay varias escuelas cerca para los que nos quedamos en el campamento todo el año. Te iré explicando todo mientras cenamos. Vamos.
— ¿Quien es el señor D?
— Dioniso. Lo conocerás en breve. Aunque te sugiero que no menciones los nombres de los dioses y criaturas míticas sin más. Los nombres son poderosos y podrías acabar convocando algo malo.
— Descuida. Por cierto, ¿que edad tienes?
— Nueve. ¿Y tu?
— Doce.
