LA CRÍTICA HA DICHO:

"Una novela paralela al Príncipe Mestizo. Aunque más que paralela es perpendicular.O tangencial, no sé. Inclasificable"

ARITMANCIA PATÓS

"No vale nada, no cuenta con quién se morrea Harry o cómo se declara Ron a Hermione"

THE NIU LLORK TIMOS (Y EXTASIS)

"Los fans españoles se llevarán una gran sorpresa. Y J.K.Rowling también"

CALUCA NEWS

"Una delicia. Deberían venderlo en Honeydukes"

SUPER TOP CHACHICHACHI

"Indiscutiblemente, la mejor novela de J.K.Rowling"

ESTAMOS A LA ÚLTIMA

"El nuevo Premio a la Sonrisa Más Encantadora es para Remus Lupin"

CORAZÓN DE MELÓN

"Sí, Lupin sale guapísimo en este libro.(Editorial: las mujeres no somos estúpidas)"

MAGIOPOLITAN

"Lo único que merece la pena es Lupin. (Editorial: ¿Quién es estúpida?)"

MAGAZZA

"Aunque hay secundarios que también tienen un vuelta y vuelta. (Editorial: Tú, estúpida)"

GUOMAN

"Podrían haber desarrollado más la escena de la fusta y el muggle rumano, la verdad..."

THE SARI AND PETER SADOMASOQUIST INQUISITOR

"Absurdo. Habiendo un mago como Harry Potter (oh alabado y nunca bien ponderado), ¿por qué un personaje femenino?. (Rita Skeeter no ha vuelto de desayunar, ¿verdad?)"

EL PROBETA

"Maravilloso. Increíble. Divino. Fantástico. Sensacional. (¿Puedes dejar de apuntarme con la varita, niña estúpida? Uy, perdón, preciosa niña, no, no cojas el teléfono, ¿por qué llamas al Departamento de Seguridad Mágica...?)"

LA QUISQUILLA

"Ese libro no existe. Nadie lo ha visto. Nadie lo ha leído. Nunca se escribió. ¿Qué es esto, otra tontería del disidente de Dumbledore?"

BOLETÍN OFICIAL DEL MINISTERIO DE MAGIA

Harry Potter

Y EL LIBRO EN EL QUE, ¡POR FÍN,

HARRY POTTER NO ES EL PROTAGONISTA

V.P. PWENTING

- CAPÍTULO 1 -

Siéntate, bonito... Eso es, buen chico

La noche les sorprendió el pleno bosque. Quizá fuera porque no habían prestado atención, pero, para ellos, lo que debió haber tardado en pasar al menos una hora larga, había ocurrido en apenas unos segundos. Como en una de esas películas de efectos especiales en las que, de repente, el tiempo se pone a dar saltos como si fuera una rana loca con parkinson, el anochecer había tenido lugar a una velocidad absurda: en menos de lo que se tarda en decir "¡Ornitorrinco!" las sombras de los árboles habían pasado de ser prácticamente inexistentes a convertirse en alargadas y desproporcionadas réplicas oscuras y bidimensionales de los árboles que imitaban, y lo que era una agradable penumbra había alcanzado sin lugar a dudas la calificación de oscuridad francamente acojonante.

Eso les pasaba por no prestar atención.

Si hubieran prestado atención, por ejemplo, habrían sabido en el exámen de Selectividad que el objeto directo no es lo mismo que el complemento circunstancial de lugar. Si hubieran prestado atención, sabrían que las integrales no son operaciones matemáticas con fibra. Si hubieran prestado atención, sabrían que no es bueno perderse en un bosque de noche. Y menos en un país desconocido. Porque en tu propio país, por lo menos puedes insultar en tu idioma a los ignotos habitantes del bosque que ocasionalmente se te crucen por el camino con la única intención de acojonarte todavía más. Pero en otro país las alimañas nocturnas te avisan en jeringonza antes de comerte, y, mientras tratas de encontrarle sentido a la frase, tienen tiempo de comerte cuatro o cinco veces.

Y en ese momento su complemento circunstancial de lugar era un país muy, muy desconocido.

Zoe hizo callar a Piotr por decimoquinta vez (que hubiera contado) y trató de distinguir algo entre los árboles. Aparte de un poco inquieta por su situación actual (un bosque de noche en un país desconocido no era ni remotamente lo suficientemente acojonante como para acojonarla, al menos no demasiado), estaba enfadada consigo misma.

Menudas vacaciones... Ella, que había decidido pasar por un año de la acostumbrada temporada estival, mitad playa abarrotada de gente de la ciudad, mitad pueblo de la abuela abarrotado de gente de la ciudad, y pensaba haber sido muy inteligente al colarse en el Interraíl para recorrer Europa ella solita, hala, ahí, a la aventura, se había encontrado con un tren abarrotado de gente, y una interminable sucesión de estaciones de tren abarrotadas de gente donde lo más interesante que podía hacer era intentar salir de la estación luchando contra la marea humana para estirar las piernas antes de que saliese el siguiente tren, tarea en la que había fracasado estrepitosamente.

Tras quince horribles días de tren, donde el olor a pies competía (y empataba a muchos goles) con el hedor a gente sin duchar, decidió abandonar el tren y ya se las arreglaría para volver a su España natal por sus propios medios cuando hubiera visto un poco de mundo. Y se había encontrado solita y abandonada en la estación de... Este... ¿Qué ponía allí? Ah, sí, Bucarest. Una estación que, cuando dejó de estar abarrotada de gente, unas veinte horas después, era lo más solitario y deprimente de este lado del Universo conocido. Aunque, por supuesto, tenía unos enormes y muy instructivos carteles por todas partes, que señalaban sin lugar a equivocaciones dónde podías encontrar cualquier cosa que pudieras necesitar, desde un cuarto de baño hasta un perrito caliente con cebolla caramelizada... Sólo tenían un pequeño inconveniente: estaban en rumano.

¿No se suponía que el rumano era un idioma muy similar al español? ¿No se suponía que los españoles entendían a la perfección el rumano? ¿No se suponía que cualquier español medianamente inteligente era incapaz de perderse en Rumania? Bien, pues ese debía ser su caso, porque ella se sentía básicamente incapaz.

Piotr había acudido en su ayuda. Era un rumano eslavo, alto, rubio, cachas, guaperas, todo lo que la imaginación desbocada de una veinteañera perdida en un país desconocido pueda imaginar... El único problema era que sólo hablaba rumano. Pero, dejando aparte aquella evidente carencia comunicativa, su relación prosperó a un ritmo increíble: dos días antes ni siquiera lo había visto en su vida, y ahora se encontraba con él en un bosque perdido en plena cumbre de... de... bueno, de una de las montañas esas de los Cárpatos, y en plena noche. Ni siquiera las montañas de ese país se comportaban como debían. ¿Qué hacía un bosque en la cima de una montaña? Por Dios, los bosques tienen que estar abajo, ABAJO, no en la puñetera cima...

Y eso que se lo había dicho muy clarito: el Danubio, quiero ver el Danubio, ya sabes, un río ancho, así, azul... Incluso había tarareado el vals de Strauss (claro que no muy bien, nunca había tenido lo que se dice un oído musical). Pero que si quieres arroz Catalina (y eso que ella no se llamaba Catalina): el tío se había empeñado en los Cárpatos. ¿Y en qué demonios de parecían los términos "Cárpatos" y "Danubio"? ¿Acaso los Cárpatos se llamaban "Danubio" en ese país de locos? ¿Ni siquiera podían comportarse con la suficiente normalidad como para llamar a sus propios accidentes geográficos como Dios manda?

A menos, claro, que Strauss hubiera llamado a su vals Los Cárpatos azules... Pero, lo mirase por donde lo mirase, aquellas montañas tenían todos los colores del espectro excepto el azul. Así que concluyó que había ido a caer en un país de daltónicos.

El tal Piotr era un guía turístico, y muy entusiasta, por cierto. En lugar de limitarse a llevarla por los museos y galerías de arte bucarestianos, o bucarestienses, se la había subido montaña arriba hasta ese encantador bosquecillo de la cima. Y, una vez allí, había demostrado que conocía todos y cada uno de los árboles, matorrales, matojos, hierbajos y piedros como si fueran parientes suyos. O eso suponía Zoe: la verdad es que no entendía ni papa de lo que decía el buen hombre. Pero le ponía tanto interés que no había tenido corazón para decirle que no tenía ni idea de a qué se refería cuando exclamaba animadamente: ¡Dfgdghj ipahct uevmpejvc!... Bueno, tampoco es que hubiera servido de mucho, porque al tipo ese parecía encantarle el sonido de su propia voz: no había quien lo callase. Estaba pensando muy seriamente en arriesgarse a una multa y echarle un encantamiento silenciador... Lo dejó, porque no conocía las leyes rumanas y en ese país de locos eran capaces de penar con la decapitación un simple delito contra el Estatuto Internacional de Secreto.

Sin embargo, cuando oyó un sonido como de garras arañando el suelo del bosque se pasó el Estatuto Internacional de Secreto por una parte de su anatomía y sacó instantáneamente la varita. Y era un delito contra el Estatuto, sin duda, porque Piotr era un muggle de la cabeza a los pies.

Y menudo muggle.

Vamos, que en cuando la punta de la varita de Zoe se iluminó, soltó un chillido que habría enorgullecido a la adolescente con miedo a los ratones más histérica y con mayor capacidad pulmonar y se encogió, haciéndose un ovillo en el suelo, entre un vetusto árbol de especie desconocida (algo así como sjfhwjkcthnsk) y un piedro de tamaño medio (cajecbkdik).

Zoe lo miró despectivamente y avanzó entre los árboles, internándose en la oscuridad. Una oscuridad tan oscura que casi le dio la impresión por un momento de que su varita también se había hecho un ovillo y había dejado la luz al lado de Piotr.

Es curioso la cantidad de sonidos, ruiditos y ruidazos que hay en un bosque. Zoe siempre había pensado que los bosques eran lugares silenciosos, pacíficos, relajantes y placenteros, pero en tan sólo cinco minutos de recorrido tuvo que admitir que había estado muy muy muy equivocada. El bosque estaba lleno de cri-cris, cracks, crecks (sabor barbacoa), scratchs, flusshhs y grrrroaaaaaaaarrrrs.

¿Grrrroaaaaaaaarrrr?

Estuvo a punto de soltar un chillido un par de octavas más agudo que el de Piotr.

Tragó saliva, se recordó a sí misma que era una bruja, qué demonios, y que tenía a mano su varita, aferró la idem con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos y continuó avanzando en dirección al espeluznante Grrrroaaaaaaaarrrr.

Unos minutos después entrevió entre los árboles una serie de lucecitas tilitantes que podían ser:

a) las luces de una verbena de Carnaval

b) las luces de un árbol de Navidad

c) las luces emitidas por las varitas mágicas cuando soltaban algún hechizo con acompañamiento lumínico

Como estaban en verano, Zoe pensó que, a menos que el Vaticano se hubiera vuelto loco y hubiera adelantado la Cuaresma (y, por tanto, el Carnaval) unos siete meses, o que los lugareños empezasen a instalar la decoración navideña incluso antes que El Corte Inglés, la respuesta correcta debía ser la c. Se reafirmó en su conclusión cuando se percató de que:

a) no había música de gaitas, tambores, dulzainas, guitarras, xilófonos ni demás instrumentos populares

b) no se oían cánticos, salvo que en ese país de daltónicos la letra de los cánticos populares fuera "Grrrroaaaaaaaarrrr" (y no veía cuál podía ser la relación entre la incapacidad de distinguir los colores y la incapacidad de pronunciar una letra tipo La Virgen del Pilar diceeeeee coherentemente)

c) no había ruido de bailes, sino más bien una serie de sonidos inconexos de golpes, arañazos y batacazos contra el suelo

En su enmarañada mente, repleta con tantas ideas y conclusiones y cavilaciones y teoremas, surgió de repente un pensamiento: si los únicos sonidos distinguibles de los naturales en los bosques de noche y en un país desconocido eran grrrroaaaaaaaarrrrs, golpes, arañazos y batacazos contra el suelo, y si las luces eran emitidas por varitas mágicas cuando soltaban algún hechizo con acompañamiento lumínico, entonces cabía imaginarse que allí delante había un grupo de magos en apuros.

Aferró la varita aún con más fuerza y corrió hacia las luces y los sonidos. Un instante después salió a un amplio claro. Y se quedó petrificada.

A primera vista, lo único que había en aquel claro (aparte de hierbajos y algún que otro escarabajo pelotero pululando) era un grupúsculo de magos de edades variadas (oscilantes entre los 20 y los 35 años) jugando a echarse chispitas de colorines con las varitas. A segunda vista, los magos tenían desgarrones en las túnicas, arañazos y heridas de diversa consideración esparcidas aleatoriamente por el cuerpo, y cara de susto. A tercera vista, las chispitas se las echaban a algo que se movía entre la penumbra del otro extremo del claro. A cuarta vista el viento era suave de componente nor-nordeste y la humedad relativa del 30.

Zoe avanzó hasta la mitad del claro, esquivó alguna que otra chispita perdida y levantó la mirada para ver a qué bicho gruñente chispeaban los magos.

Y siguió levantando la mirada un buen rato.

Cuando su mirada se hubo elevado hasta por lo menos quince metros de altura, Zoe se masajeó el cuello para evitar la tortícolis y deseó estar perdida en cualquier otra parte del Globo que no fuera ese maldito bosque.

A quince metros de altura había un montón de dientes. El problema no eran los dientes en sí (que ya era bastante, porque medían cada uno más o menos 50 centímetros y eran pelín afilados), sino que estaban pegados a una boca enorme, que a su vez formaba parte de una cara poco menos que espantosa: dos orificios nasales como la boca del metro de Moncloa, dos ojos inmensos, enormes, muy grandes, vamos, de color rojo y con la pupila asín, o sea, como la de un gato o una serpiente, se dijese como se dijese (Zoe no era muy buena en lingüística), una cabeza escamosa del tamaño de un camión de recogida de basuras selectivas, un número indeterminado de cuernos repartidos al azar por el cráneo, y todo ello unido a un cuerpo como medio rascacielos (sin ventanas), dos patas del tamaño de columnas dóricas pero sin basa y con zarpas y una cola que ni la del INEM en hora punta.

O sea: un dragón.

Zoe pasó mentalmente las páginas de su libro Criaturas mágicas simpáticas y cómo no tropezarse con ellas y llegó al capítulo de los dragones. Vio en su mente los gráficos e ilustraciones a todo color y se detuvo en la que, más o menos, correspondía a aquel especímen. Vamos, se parecía poco porque el ilustrador debía estar en huelga o borracho cuando la hizo o bien tener más bien poco pulso, pero el dragón del dibujo tenía todos esos dientes, todos esos cuernos y la misma cola en forma de muelle gigante.

Un Cabezahueca rumano.

- ¡Lukaut!

- ¿Eink?

Una zarpa pasó rozando su cabeza, seguida de un montón de chispas que intentaban por todos los medios alejar semejante conglomerado de zarpas de ella. Zoe se agachó, recriminándose por haberse perdido en los libros cuando tenía un Cabezahueca rumano a menos de tres metros de distancia. Se echó al suelo y rodó, alejándose del animal y arañándose con las piedrecitas partes del cuerpo que pensaba que los humanos no poseían. Siguió rodando hasta que chocó contra unas piernas.

Una mano aferró el cuello de su jersey de lana de oveja merina y la levantó violentamente.

- ¡Lukaut, sili gerl! ¡Ou mai got, guat ar yu duin jir!

- ¿Lo qué?

Levantó la mirada, recorriendo el brazo, hasta llegar a un hombro, y deteniéndose en el rostro iracundo y asustado del hombre que la había levantado. Un hombre joven, en mitad de la veintena, quizás. Poseía un rostro agradable, de piel curtida y con multitud de pecas esparcidas por toda su superficie, tantas que más parecía una peca con algún que otro milímetro más claro. El cabello, despeinado y lleno de hierbajos y tierra (él también debía haber rodado por el suelo en algún momento de la velada), era de color rojo intenso.

- ¿Ar yu creisi? ¿Or du yu guant tu dai jier?

Zoe lo miró, perpleja. Aquel idioma no era rumano. Pese a que era igual de incomprensible para ella, entre las nieblas que inundaban y humedecían su mente pudo distinguir un timbre familiar. Ella había oído aquel idioma en alguna ocasión.

- ¿Qué idioma hablas, tío?

- ¿Ecskiusmi?

- ¡Que qué idioma hablas!

- Ai cant anderstend yu, bat get aut of jier if yu guant tu lif tu si anoder dei.

- Qué demo... Oh, bueno, vale - suspiró Zoe. Levantó la varita, se apuntó a su propia cabeza y musitó: - Entiendo.

El hombre la miró con cara de extrañeza.

- ¿Crees que es momento de hablar de tus inclinaciones sexuales, con un dragón con ganas de arrancarnos la cabeza ahí al lado? ¡Además, no intentaba tirarte los tejos! ¡Hay que ver estas turistas lo que llegan a inventarse para mantener una aventura con un hombre!

Zoe lo miró, asombrada.

- No estaba hablando de mis...

- ¿Entonces por qué me has dicho que entiendes? ¿Y a mí qué me importa?

- No, hombre... era el hechizo...

- ¿Qué hechizo?

- Entiendo... Era el hechizo autotraductor...

El hombre la observó con los ojos muy abiertos y después se echó a reír a carcajada limpia.

- ¡Cuidado!

- ¡Grrrroaaaaaaaarrrr!

- ¡Desmaius!

- Kaikaikaikaikai...- PLOFTCH.

Tras un interminable segundo de vacilación, durante el cual el dragón había emitido un sonido como el que hacen los caniches cuando les pisas una pata (Kaikaikaikaikai), el inmenso animal cayó con un golpe sordo contra el suelo, e hizo pegar un brinco a todos los árboles, matorrales, piedros, magos y escarabajos peloteros de los alrededores. Zoe salió de debajo del cuerpo protector del hombre pecoso, se levantó del suelo y miró al dragón dormido mientras se sacudía briznas de hierba de la túnica.

- Menudo pedazo de bicho - murmuró.

- Animalico... - dijo el hombre pecoso con la voz impregnada de ternura, levantándose a su lado -. Lleva un par de horas dándonos una serenata... Menos mal que al final hemos conseguido tranquilizarlo.

- Si lo tranquilizas un poco más lo matas, tío - dijo Zoe. Desvió la mirada hacia el hombre, y se tranquilizó al ver la expresión sonriente y bonachona de su rostro.

- No te preocupes, esto lo hacemos todos los días - dijo, y extendió una mano hacia ella -. Charlie Weasley. Cuido dragones.

- Zoe Ortega. Cuido de no encontrarme con dragones.

Charlie sonrió aún más ampliamente.

- Pues hoy no has tenido mucha suerte...

- No, la verdad es que no.

Observó el dragón desmayado durante unos minutos.

- ¿Qué haces aquí, Zoe?

- Turismo. Me colé en el Interrail y me perdí en Bucarest. Y un muggle daltónico me trajo aquí, creyendo que esto era el Danubio.

- ¿Cómo...?

Zoe se echó a reir. - No me lo preguntes. La verdad es que era un muggle rumano...

- Si te descuidas, te encontrarás muchos por aquí.

- ...y no conseguí hacerme entender. Yo quería ver el Danubio y luego volver a España.

Charlie la miró como si no hubiera visto nunca algo tan raro como Zoe. Y, trabajando con dragones, eso era mucho decir.

- ¿Y por qué no usaste antes el hechizo autotraductor?

- Porque no quería infringir el Estatuto Internacional de Secreto.

Charlie soltó una carcajada.

- ¡Pero serás inocente! Rumania no firmó el Estatuto... Un problema con un par de tránsfugas en el Parlamágico Rumano, creo que la votación quedó al final en un empate técnico pero todavía no han convocado un referéndum para que la comunidad mágica vote a favor o en contra. Los del PTT, ya sabes, el Partido de los Taumaturgos Tiroideos, están haciendo campaña en contra...

- Vale, vale. No me hables de política que se me pone la cabeza como un bombo.

- De todas formas - continuó Charlie -, no deberías haberte colado en el Interraíl muggle para viajar por este continente. Ni en ningún otro medio de transporte muggle, ya que hablamos de ello. ¿Por qué no usaste la Red Flú?

Zoe lo miró con la boca abierta.

- ¿Red Flú? ¿Y eso qué es?

Charlie abrió la boca aún más que ella.

- ¿No sabes... no sabes...?

Zoe puso cara de fastidio.

- Mira, tío. Saber, saber, lo que se dice saber, sé alguna que otra cosilla. Vamos, que no soy una ignorante de la vida. Ahora, si me hablas de cosas de este país de locos desconocedores de las longitudes de onda, pues no, no tengo ni idea. Ni siquiera sabía que la capital era Bucarest, y pensaba que su idioma era igual que el mío...

- La Red Flú no es una cosa de este país de... bueno, de Rumania. Es algo que hay en todos los países.

- Bueno, pues en el mío no.

Charlie puso cara de desconcierto.

- Tú eres española, ¿no?

- Chico listo.

- Pero... pero... ¿En España no hay Red Flú?

- ¿No acabo de decírtelo? ¿Y qué es eso de la Red Flú? ¿Una página web de adictos a los insecticidas? ¿Sortean billetes gratis para el Interraíl?

Charlie se dejó caer al suelo, mirándola desconcertado. Zoe suspiró y se sentó a su lado.

- ¿Y bien? ¿Qué es eso de la Red Flú?

- Bueno... Es un medio de transporte mágico - dijo -. Para trasladarte instantáneamente a otro sitio, ya sabes...

- Pero para eso ya sé aparecerme, Charlie...

- Sí, bueno, pero hay mucha gente que no tiene carnet de aparición...

- ¿Carnet de aparición? ¿Desde cuándo hay que sacarse el carnet para aparecerse?

Charlie abrió los ojos hasta que parecieron dos huevos cocidos. No le favorecía nada la expresión, para ser sinceros.

- ¿En España no hay que sacarse el carnet en el Ministerio para...?

- ¿Ministerio? - exclamó Zoe -. ¿Cuál, el de Fomento? ¿La Dirección General de Tráfico hace exámenes para aparecerse? ¿Y si te saltas los límites de velocidad te quitan puntos en el carnet? - Zoe comenzó a reírse como una loca.

Charlie la miró con una vacilante sonrisa. - No me digas que en España no tenéis Ministerio de Magia...

Zoe se interrumpió a mitad de una carcajada, emitiendo un sonido hipante.

- No me estás tomando el pelo, ¿verdad?

- No.

- ¿De dónde eres?

- Soy inglés.

- ¿Y en Inglaterra hay un Ministerio de Magia?

- ¡En todos los países hay Ministerio de Magia!

- Bueno - Zoe se encogió de hombros -. En el mío, no.

- No puede ser - murmuró Charlie, asombrado -. ¿Y cómo reguláis las relaciones con otras comunidades mágicas? ¿Cómo...?

- Ya has nombrado antes eso de las "comunidades mágicas". ¿Qué es, como una secta?

Los ojos de Charlie estuvieron a punto de salirse de sus órbitas, pero debieron pensar que estaban mucho más cómodos y calentitos incrustados en su cráneo que por ahí dando botes en mitad de un bosque y cerca de un dragón roncante.

- Zoe, la comunidad mágica somos todos los magos... Tú tienes que formar parte de una, de la comunidad mágica española, es como la sociedad...

- En España las cosas no son así - dijo Zoe, y sonrió -. Yo no he conocido a más de dos o tres magos en mi vida. Bueno, contigo ya serían cuatro. Lo único parecido a un mago o bruja que he visto en mi vida han sido las videntes de la tele y una tía bastante extraña que se me acercó el otro día para contarme mi destino y pedirme que me uniera a ellos en la lucha de no sé qué. Supongo que quería que me uniese a una secta...

- ¡No puede ser!

- Sí, en serio. Los magos vivimos como muggles, bueno, más o menos. Yo soy fontanera - añadió, orgullosa -. Y vivo con mis padres. Que, por cierto, son muggles. Ellos ni siquiera saben que soy una bruja. Bueno, cuando me llaman bruja en realidad lo dicen porque no me soportan, no porque sepan que yo...

- ¿Como muggles? - exclamó Charlie, saliendo apenas del estupor en el que se había sumido -. Pero... pero... ¡Pero eso es imposible! ¿Y dónde... dónde aprendiste tú...?

- ¿A hacer magia? - Zoe terminó la frase por él -. Bueno, un día a la salida del cole un viejo se me acercó y me dijo que si quería caramelos. Yo le mandé al cuerno, porque siempre hay que mandar al cuerno a los viejos que te ofrecen caramelos a la salida del cole, pero él me dijo que yo era una bruja. Entonces me puse muy furiosa porque a ver quién se creía que era llamándome bruja sólo porque no quisiera sus caramelos, y al momento siguiente el viejo estaba sentado en el suelo y el banco donde estaba había explotado o algo así. Pero el viejo se reía en vez de, no sé, estar asustado o algo así, y entonces me dijo: "¿Ves? Una bruja. ¿Quieres que te enseñe a usar tus poderes? ¿Quieres ser la bruja más poderosa del país? ¿Quieres una rana de chocolate? Tienen cromos...".

- ¿Y te fuiste con él? - dijo Charlie débilmente.

- Todas las tardes durante seis años. Le dije a mi madre que tenía clases extraescolares de bandurria - Zoe esbozó una sonrisa -. El viejo Wulfric fue mi maestro, y me enseñó todo lo que sé. Y al séptimo año un buen día me dijo: "Bueno, pues nada, que ya eres una bruja. Felicidades. Ya te llamaré". Y hasta la fecha.

Charlie no fue capaz de pronunciar palabra. Se limitó a permanecer quieto, como petrificado, mirándola asombrado.

- Bueno... - dijo Zoe después de lo que le parecieron horas de incómodo silencio -. ¿Y tú? ¿Quién te enseñó?

- Ah... eh... - Charlie tragó saliva -. Bueno... Verás. En... en la mayoría de los países hay... hay escuelas de magia, ¿Sabes?

- ¿Escuelas de magia? ¿Como el cole pero en magia?

- Sí... sí, algo así. Es un colegio donde... donde aprendes, vamos.

- ¿Y tú estudiaste en un colegio de esos?

- Sí, yo estudié en Hogwarts - dijo Charlie -. El mejor colegio de magia del mundo.

- Ya, eso dicen todos - musitó Zoe.

- Pero... Lo que no entiendo es cómo es que en tu país no estáis registrados... Quiero decir, el Ministerio de Magia tiene localizados con nombres y apellidos a todos los magos y brujas de su jurisdicción desde que nacemos, y cuando cumplimos los once años se nos envía a Hogwarts, o, bueno, a las otras escuelas de magia... ¿Cómo es que estáis descontrolados?

Zoe se encogió de hombros. - No lo sé. Supongo que desde siempre los magos españoles han pensado que es mucho mejor vivir como magos entre muggles que hacerlo entre iguales... A lo mejor les gusta sentirse más poderosos que los que tienen alrededor, no sé.

- ¡Pero... pero... pero eso es anarquía pura!

- Síp - dijo Zoe -. Bueno, no es tan malo. Aunque me habría gustado eso de ir a un colegio con otros magos. A veces, cuando me ponía nerviosa en los exámenes del mío, o me cabreaban mis compañeros de clase, les convertía en cosas raras, o hacía que la clase explotase, o esas cosas.

- ¿Y no iba una brigada de reversión de accidentes mágicos...?

- ¿Una qué? - preguntó Zoe.

- Olvídalo. Ya veo... - Charlie se quedó pensativo un rato -. Ya me extrañaba a mí que en El Profeta no saliese nunca una sola noticia relacionada con España. Así que toda la actividad mágica que hay allí se hace de forma encubierta...

- Encubierta, sí. ¿Vosotros vais por la calle con la varita en alto, o algo así?

- Bueno, no, claro, me refería a encubierta de cara a vosotros mismos. Nosotros sólo nos escondemos de los muggles. Por lo del Estatuto Internacional de Secreto... Por cierto - añadió, como si se le acabara de ocurrir -. ¿Cómo es que no sabes nada sobre el resto de las cosas y sí sobre el Estatuto?

Zoe se encogió de hombros.

- Wulfric me advirtió el mismo día que hice explotar el banco debajo de su trasero que no debía mostrar mi magia delante de otras personas. Me contó lo del Estatuto, y me dijo que era la única ley de la cual tenía que preocuparme.

- Vaya... - Charlie levantó la vista hacia las estrellas, como intentando entender lo que Zoe estaba diciéndole -. Así que tu vida no ha tenido nada que ver con la de cualquier otro mago de cualquier otro país... Una vida de muggle.

- No lo digas como si fuera algo horrible - dijo Zoe con el ceño fruncido -. Tampoco ha estado tan mal... Aunque la verdad es que es un poco desesperante, eso de estar escondiéndote hasta de tus propios padres como si fueras un bicho raro. La única vez que hice magia delante de ellos fue sin darme cuenta, un día que estaba viendo el telediario y me enfadé tanto con el presentador que hice explotar la tele... Pero mis padres creyeron que había sido una bajada de tensión, y consiguieron que la compañía de energía eléctrica les pagase una televisión panorámica de pantalla plana.

- Menuda adolescencia debiste tener... - dijo Charlie.

Zoe suspiró, y también levantó la mirada hacia las estrellas. - ¿Sabes? Creo que en parte por eso me he venido sola hasta aquí. La verdad - bajó la voz hasta hacerla un susurro -, estaba un poco harta de todo aquello. Tenía ganas de estar con alguien que no me mirase raro cuando hago cosas tan simples como limpiarme los zapatos con la varita. Y como la única que no me mira raro cuando hago eso soy yo...

- Ya veo -. Charlie posó una mano sobre su hombro -. Oye, se me acaba de ocurrir una cosa.

- ¿Sí?.. - preguntó Zoe, sin apartar la vista de las estrellas.

- ¿Te gustan los dragones?

Esta vez sí, Zoe lo miró, y con el ceño muy fruncido. Tanto, tanto, que casi no podía ni verlo entre los pliegues del entrecejo.

- La verdad es que nunca los he probado.

Charlie se echó a reír.

- Me refería a que si te gusta... bueno, ya sabes, que si te gustaría trabajar con ellos, y eso...

- Este... - Zoe vaciló, y miró en dirección al dragón, que en esos momentos roncaba ruidosamente y expulsaba con cada ronquido un chorro de llamas azules -. Bueno, verás... yo...

- ¡Podrías quedarte aquí con nosotros! Así estarías entre otros magos, y no tendrías que esconderte, y...

- Bueno, yo... - Zoe lo miró, y, al ver su rostro ilusionado, sintió lástima y no tuvo deseos de desilusionarlo tan pronto -. Déjame que me lo piense, ¿vale?

- Como quieras -. Charlie se levantó -. No, no te levantes. Sólo... sólo voy un momento a... Bueno, ya sabes. En seguida vuelvo.

Zoe lo vio desaparecer detrás del grueso tronco de un árbol. Suspiró. Quedarse con todos esos magos, no tener que esconderse más de los muggles, o sea, no ver a muchos muggles, porque viviría entre magos... Los dragones eran un pequeño inconveniente, sí, pero el resto era muy tentador. Miró de nuevo hacia donde el dragón yacía, soñando con enormes dragonas de cuernos puntiagudos. Quizá incluso acabasen gustándole, nunca se sabía... Los dragones también tendrían su corazoncito, ¿no? O se los podría domesticar, o algo... Bueno, a lo mejor no podías enseñarle a un dragón a traerte un palito, pero podían llegar a ser unos bichos agradables... en el fondo. Además, estaban todos aquellos magos para ponerse entre el dragón y ella, ¿verdad?... Por cierto, ¿dónde habían ido todos aquellos magos? ¿Todos hacían sus necesidades a la vez? ¿Estaban sincronizados?

Miró a su alrededor, buscando alguna señal que le indicase dónde habían desaparecido una docena de magos adultos sin dejar rastro. Lo único que daba señales de vida en el claro era el inmenso dragón, cuyo pecho escamoso subía y bajaba rítmicamente al compás de su respiración. Zoe se levantó. No estaba asustada. Estar perdida en mitad de un bosque en la cima de una montaña en un país desconocido de noche y con un dragón de quince metros a su lado no era razón suficiente para asustarse. Además, en caso de despertarse, el dragón no hablaría rumano... Eso ya era un punto en favor de quedarse con Charlie: los dragones no decían nada inteligible, así que no había que preocuparse por lo que querían decir cuando decían Grrrroaaaaaaaarrrr. Cuando decían Grrrroaaaaaaaarrrr, simplemente querían decir que te iban a zampar.

Ni siquiera hacía falta el hechizo autotraductor para darse cuenta de aquello.

Después de un rato de observar fascinada las subidas y bajadas del pecho del dragón, Zoe se encogió de hombros.

- No sé por qué me pongo nerviosa. ¿Qué más me puede pasar hoy?

- Dont muv. And tel mi guer charli guisli is.