- CAPÍTULO 2 -

Niña mala

Zoe abrió mucho los ojos y se quedó petrificada. Pese a que no había entendido en absoluto la orden que acababa de darle la voz, el tono había sido tan imperioso y arrogante que supo, inconscientemente, o quizá muy conscientemente, que no debía mover ni un pelo si no quería que la propietaria de aquella voz le hiciera la permanente.

Como no oyó nada más durante unos minutos tan largos que, aparte de sus sesenta segundos reglamentarios, debían haber incluido dos prórrogas, los penaltis y la entrega de trofeos, Zoe se giró muy lentamente para ver a la persona que, estaba segura, la apuntaba con una varita mágica.

Tardó aproximadamente media hora en darse la vuelta, tan lentamente lo hizo; para cuando se puso de frente a aquella persona, debía tener calambres en el brazo de sostener la varita en alto tanto tiempo. Zoe la miró directamente a los ojos y ahogó un respingo.

Era una mujer. Vale, hasta ahí nada horrible ni horroroso. Tampoco era horroroso su aspecto, aunque era evidente que había conocido tiempos mejores: ya no era una niña, debía estar bien plantada en la cuarentena, y además no la llevaba nada bien. Su piel estaba estirada sobre unos pómulos altos y una mandíbula huesuda, y no escondía la forma de ninguno de los huesos del rostro. El cabello negro caía en ondas sobre sus hombros, fino, sin vida, deslustrado, obviamente necesitado de un buen tratamiento nutritivo a base de aceite de jojoba. Pero eran sus ojos lo que hizo que Zoe diera un respingo y abriese aún más los suyos propios. Unos ojos que se abrían camino entre unos párpados caídos y unas oscuras y abolsadas ojeras. Unos ojos que, a despecho del marco tan poco agradable que tenían, brillaban febriles y fanáticos, como si su propietaria fuera una integrista de cualquier religión y además tuviera potestad de mandar a la hoguera a cualquiera que no opinase como ella.

Lo peor de todo es que aquella mujer le resultaba familiar, y no podía recordar de qué la conocía.

- ¿Ar yu deaf? ¿Guer is charli guisli? - dijo al fin la mujer.

Zoe levantó lentamente su propia varita, cuidando de parecer menos amenazadora que un gatito ronroneando junto al fuego, y se apuntó a su propia cabeza.

- ¡Entiendo!

- ¿Qué haces? - exclamó la mujer con voz amenazadora, y blandió la varita como si fuera un arma contundente -. ¡Te he dicho que no te movieras!

- Sólo... sólo era el hechizo autotraductor...

- ¡Cállate! - la voz de la mujer restalló como un látigo, y Zoe se encogió como si realmente la hubiera azotado. No sabía muy bien por qué, pero esa mujer era muchisisisisisisísimo más acojonante que todo el bosque entero, dragón incluído.

Tragó saliva. Nunca, en toda su vida, se había encontrado en una situación como esa. A ver, claro, ella siempre había sido la única bruja de los alrededores, por no decir de todo un país, y encontrarse de pronto ante una mujer con una evidente mala leche y unas más evidentes ganas de usar la varita para convertirla en algún bicho ignoto rumanoparlante no era precisamente su forma ideal de pasar una velada tranquila. Por el momento, no se sentía capaz de usar la varita ni para defenderse ni para nada útil. De hecho, hubo un instante en el que se preguntó qué demonios hacía ese palito con aspecto de bastoncillo para las orejas en su mano, cuando evidentemente iba a necesitar todas las extremidades que pudiera reunir para defenderse de aquella mujer con aspecto de bruja.

Luego recapacitó, y recordó que aquella mujer no sólo era una bruja, sino que además la amenazaba abiertamente con otro palito-bastoncillo. Y un minuto más de concentración la llevó a la conclusión de que, si la bruja llevaba un palito, entonces ella, que llevaba otro palito, debía ser también una bruja.

Una vez recuperado su verdadero ser, Zoe comenzó a pensar qué hechizo podía utilizar para deshacerse de aquella mujer. Wulfric le había enseñado muchos encantamientos y contramaldiciones a lo largo de los años, pero en esos momentos ninguno de ellos parecía ni remotamente útil.

- Bien, mujer. ¿Vas a decirme dónde está Charlie Weasley, o voy a tener que obligarte a decírmelo? - la mujer esbozó una sonrisa francamente aterradora -. Me encantaría hacerlo, ¿sabes?

Zoe la miró fijamente, y decidió que no quería que aquella bicha encontrase a Charlie.

- No sé de quién me estás hablando - respondió fríamente.

La mujer rió.

- Ya, claro - dijo, sonriendo -. Así que eso - señaló el dragón -, es tu mascota. Un poco grande, ¿no crees? -. La sonrisa se congeló en sus labios -. ¡Dime dónde está Charlie Weasley!

- ¡No sé de qué me hablas!

- ¡Dímelo! ¡Crucio!

Jamás, ni en sus sueños más descabellados, había creído que se pudiese experimentar un dolor como aquel. Era como si todo el mundo estuviera hecho única y exclusivamente de dolor. Los músculos le ardieron, sentía los huesos como astillas de hielo clavándose en su carne, la sangre hervía en sus venas. Los ojos parecían estar a punto de explotar en sus órbitas, las uñas le crecían para dentro, al igual que los dientes, y todas y cada una de las articulaciones de su cuerpo se dislocaron. Hasta el mismísimo suelo al que cayó, gritando de dolor, dolía.

Entre la niebla de dolor, oyó, como si proviniera de muy lejos, la voz de Charlie.

- Ya estoy aquí, Zoe. Pero... ¿Qué...?

- ¡Expelliarmus!

El dolor se detuvo, y, tras unos minutos de agonía, Zoe se sintió capaz de levantar la mirada. La mujer miraba a Charlie con una sonrisa demente, y Charlie le devolvía la mirada, desafiante, pero con las manos vacías. Su varita yacía lejos de él, junto a la pierna de Zoe.

Con mucho cuidado, e ignorando el dolor que sentía por todo el cuerpo, Zoe se incorporó y, lentamente, cogió la varita de Charlie, sin apartar la mirada de él y de la mujer.

- Bien, bien, bien. El hombre al que he venido a buscar. ¿Sabes quién soy, Charlie Weasley?

La mirada de Charlie destilaba tanto odio que Zoe apenas pudo reconocerlo. ¿Era aquel el mismo hombre afable que, sólo unos minutos antes, le ofrecía un puesto de trabajo como cuidadora de dragones? Desde luego no se parecían en nada.

- Sé quién eres - escupió Charlie -. Ninguna otra bruja puede tener ese rostro.

La mujer soltó una aguda carcajada.

- ¿Y de qué tengo cara, Charlie Weasley?

- Azkaban te sentó mal - dijo Charlie, encogiendose de hombros -. Pero lo que realmente te ha estropeado es la compañía que frecuentas. Dicen que todo se pega menos la hermosura... Yo diría que no hay nada que se pegue más que la maldad. Se te ve en la cara.

La mujer rió aún más fuerte.

- Ojalá llegara a parecerme al Señor Tenebroso, Charlie Weasley. Pero - añadió, con una sonrisa torcida -, me temo que aún estoy muy lejos de tener su poder.

- ¿Qué quieres? - preguntó Charlie, ahora con una nota de furia en la voz -. ¿A qué has venido?

- Piensa - dijo la mujer, riendo todavía -. Si mi Señor quiere información sobre la Orden, yo estoy obligada a facilitársela. No sé dónde está la Orden, pero sí sé que tú formas parte de ella. Y tú vas a darme esa información.

Charlie abrió la boca, asombrado.

- ¿Quieres... quieres que yo te dé información sobre la Orden?

- Chico listo. Me sería de mucha utilidad, sí.

- ¿Y crees que te la voy a dar así, por las buenas? - exclamó Charlie -. ¡Tú estás loca!

- Un poco sí - admitió la mujer -. Pero no, Charlie Weasley. No creo que me la vayas a dar así, por las buenas. Y de hecho no quiero que lo hagas. Mi Señor me ha enviado a mí precisamente porque sabía que iba a disfrutar... haciéndolo -. Y se relamió como una gata ante una madriguera de ratones.

Charlie se quedó rígido. Lo único que aún parecía tener vida en su cuerpo eran los ojos, que seguían destilando tanto odio que Zoe tuvo que apartar la mirada de ellos. Aferró las dos varitas fuertemente, una con cada mano, y se preguntó qué ocurriría si pronunciaba el hechizo aturdidor con dos varitas. Quizá sería suficiente como para desmayar a aquella arpía...

- Y dile a tu amiguita que no se impaciente, que después de hablar contigo le tocará el turno a ella - continuó la mujer, mirando de soslayo a Zoe.

- Ella no sabe nada - dijo Charlie -. Acabo de conocerla.

- Ya - rió la mujer -. Qué excusa más vieja. No le hagáis daño a ella, ella no sabe nada, no me importa en absoluto porque acabo de conocerla y no os sirve de rehén porque no movería un dedo para salvarla. La habré oído cientos de veces.

- Es cierto - insistió Charlie, con una nota de pánico en la voz -. Ella no sabe nada. Ni siquiera es inglesa...

- Da la casualidad - interrumpió la mujer - de que sé que estás aquí para captar magos extranjeros para la Orden. Así que deja de hacer el tonto y no intentes convencerme de que ella no es una de los vuestros. Al Señor Tenebroso le encantará - divagó un rato, pero sin dejar de apuntar a Charlie con la varita ni un instante -. Dos magos de la Orden por el precio de uno. Volveré a ser su bruja preferida... Me colmará de honores... Y me perdonará por el último error que cometí.

- Sí, aquello debió ser muy incómodo para tí, ¿verdad? - dijo Charlie con furia -. A tu jefe no le sentaría nada bien, supongo...

- ¡Cállate! - gritó la mujer, colérica -. ¡Cállate, Charlie Weasley! ¡No hables de lo que no entiendes! Ni siquiera estabas allí... Pero mi Señor no tomó represalias contra mí. Aunque no me ha perdonado todavía... Es difícil obtener su perdón. ¡Pero si os llevo a su presencia me perdonará!

- No iba a matarte, siendo como eres una de las pocas que siguen apoyándolo - dijo Charlie, burlón.

Zoe se encogió. La furia de la mujer era casi palpable, como una corriente eléctrica que saturase en claro del bosque. Estuvo a punto de decirle a Charlie que no era muy inteligente por su parte encolerizar a aquella mujer más de lo que ya estaba, pero las palabras murieron en su boca cuando vio qué nuevo personaje iba a unirse a la conversación.

Un personaje que no era muy buen conversador, a menos que Grrrroaaaaaaaarrrr fuese una postura válida en un debate de esas características. Zoe se encogió aún más, muda, y observó cómo se levantaba del suelo, vacilante y medio ebrio, el inmenso dragón.

- Pagarás por esto, Weasley - dijo la bruja, con los ojos desorbitados de furia -. Muy pronto te darás cuenta de que no soy yo sola la que apoya y venera a mi Señor. Y entonces desearás no haber...

Una enorme pata cayó sobre ella.

Charlie observó la pata unos segundos y después se volvió hacia Zoe. Corrió hacia ella y la obligó a levantarse del suelo tirando del cuello de su jersey de lana de oveja merina, que para ese momento ya debía estar deformado hasta lo indecible.

- ¡Corre! - gritó Charlie, y la condujo a trompicones hacia los árboles.

- Pero...

- ¡Corre!

- Pero Charlie - jadeó ella -. Tú eres cuidador de dragones... ¿No puedes hacerte cargo de él?

- Hacen falta muchos magos para convencer a un dragón de que debe dormirse - dijo Charlie sin dejar de correr -. Y muchas varitas. Y yo he perdido la mía...

Zoe le tendió la varita, y tropezó con una piedra. Estuvo a punto de caer, pero Charlie la sostuvo y siguió tirando de ella para que corriese. Cogió la varita.

- Gracias. De todas formas - añadió -, no es el dragón lo que me preocupa. La que me preocupa es ella.

- ¿Ella? - exclamó, incrédula -. ¡Pero si el dragón acaba de cargársela!

- ¡Qué va! ¡A esa no hay quien la mate!

- ¡Pero...!

- ¡No está muerta! ¡Hazme caso: es demasiado poderosa como para que un simple dragón la mate! ¡Vámonos!

- ¿A dónde?

- ¡Corre!

Siguieron corriendo durante eones. Zoe notaba el corazón dando brincos en su pecho, y unos pinchazos muy molestos en un costado. Pero creyó que no era el momento de explicarle a Charlie Weasley que no estaba lo que se dice en buena forma. Corrió, y corrió, y corrió, hasta que pensó que no había hecho otra cosa a lo largo de su vida más que correr por aquel bosque.

De repente, Charlie tropezó con algo y cayó al suelo cuan largo era.

- ¿Qué demon...? - exclamó desde el suelo -. ¡Lumos!

Cuando la varita se iluminó, sonó junto a él en el suelo un chillido agudísimo, de esos que si te descuidas te destrozan el tímpano. El charco de luz cayó sobre una figura encogida, que gemía suavemente y se tapaba la cabeza con las manos.

- ¡Piotr! - exclamó Zoe, sorprendida. Se había olvidado por completo del muggle.

- ¿Lo conoces?

- Sí - asintió ella -. Es mi guía rumano daltónico.

Charlie la miró con la boca abierta. Ella se encogió de hombros y levantó la varita.

- ¡Obliviate!

El cuerpo encogido de Piotr pareció relajarse. El muggle incluso se atrevió a levantar la mirada hacia ellos. Charlie reaccionó rápidamente y, antes de que el hombretón pudiera verlos con claridad, exclamó: - ¡Desmaius! -. Y Piotr se desplomó.

- Muy bueno - aprobó Zoe -. Nos quita un problema de encima.

- Sí, pero todavía tenemos otro detrás - dijo Charlie, mirando por encima de su hombro en dirección a los grrrroaaaaaaaarrrrs que sonaban en la lejanía -. Tenemos que salir de aquí.

Zoe pensó unos instantes.

- ¿No podríamos utilizar esa... la Red Flú esa que me has dicho antes?

- No - dijo Charlie -. Para eso necesitaríamos una chimenea.

- ¿Una chimen...?

- Y tú no puedes aparecerte en Grimmauld Place... No conoces su emplazamiento porque está oculto por el encantamiento Fidelio.

- ¿Grimmauld...?

- Pero tengo una idea mejor - afirmó, y se agachó para registrar los bolsillos de Piotr. Al cabo de unos instantes, extrajo de uno de ellos una fusta. La observó con interés unos instantes (Zoe la miró con repugnancia: sabía perfectamente para qué utilizaban la fusta muchos muggles, y se preguntó qué habría ocurrido si Piotr hubiera intentado utilizarla con ella). Charlie levantó la varita y apuntó a la fusta. - Portus - dijo, y la fusta vibró un instante, brillando con una tenue luz azulada, y después se quedó inmóvil.

Zoe la observó con curiosidad.

- ¿Qué has...?

- Esto - la interrumpió Charlie - es un traslador. Lo único que tienes que hacer es tocarlo cuando yo diga "tres". ¿De acuerdo?

- ¿Qué es un...?

- ¡No hay tiempo para eso! ¿Lo has entendido?

- Sí... creo que sí - dijo Zoe -. Tocarlo. Cuando digas "tres".

- Eso es. ¿Preparada? Uno... Dos...

- Espera, espera, ¿Cuando digas "tres" lo toco, o cuando digas tres espero un compás y lo toco...?

- ¡Tres!

- Oh, bueno, vale...

Zoe posó un dedo sobre la fusta y, al instante, sintió como si la mano de Charlie la hubiera agarrado no por el cuello del jersey de lana de oveja merina, sino por la cinturilla de los pantalones. Solo que la mano de Charlie no era tan fuerte, ni mucho menos. Se vio arrastrada hacia delante, con el dedo pegado a la fusta como si Charlie la hubiera rociado de Super Glue, y un remolino de colores irisados la rodeó. Tuvo la extraña sensación de que viajaba miles y miles de kilómetros en un solo segundo, arrastrada por aquel remolino de colorines...