- CAPÍTULO 3 -
El cuartel general de los buenos
Zoe cayó al suelo con un fuerte golpe cuando el remolino que la arrastraba hacia delante desapareció. El golpetazo fue de aúpa; era como si hubiera estado viajando a la velocidad de un Concorde y se hubiera estampado contra el duro suelo de piedra sin frenar un ápice. Cerró los ojos. La cabeza le daba vueltas, y su cerebro continuó golpeándose animadamente contra su cráneo cuando se agarró la cabeza con ambas manos. Era como si un tornado de fuerza 5 se hubiera instalado en su sesera y no tuviera intención de remitir por lo menos en la siguiente hora y cuarto.
Poco a poco, tomó conciencia de su propio cuerpo. La cabeza seguía pegada a su cuello, y éste a su tronco, y de éste salían cuatro extremidades... Bien, parecía que el recuento de miembros se podía calificar de completo y satisfactorio.
Abrió los ojos y trató de enfocar la mirada.
Por un momento, creyó haberse dormido durante el viaje (cosa harto improbable, no había sido precisamente un viaje tranquilo y placentero) y estar soñando. Claro que, si estaba soñando, su mente le estaba gastando una broma absurda. Porque allí, delante de su mirada, y mirándola con expresiones que variaban entre la aprensión, la sorpresa, la admiración y la lástima, había cuatro magos.
- Eh... eh...
- Ai gues si is a litel eslou.
- Or si jav problems guiz jer lenguech cordineishon.
- ¡Puur gerl! ¡Yu tu, shad ap! - dijo una mujer con aspecto maternal, se inclinó hacia ella y la levantó, tirando de uno de sus brazos -. ¿Ar yu fain?
- Eh... eeeh... eehhh...
- ¿Sii? Si is eslou.
- ¡Shad ap! - repitió la mujer, y se volvió hacia Zoe esbozando una sonrisa bondadosa -. ¿Can yu anderstand mi?
Entre el remolino de pensamientos mareantes, Zoe consiguió enfocar su cerebro en un sólo: la necesidad apremiante de buscar una solución al problema de la comunicación. No podía seguir manteniendo una situación en la que no era capaz de comprender ni una sola palabra, la dijera quien la dijese. Se encogió de hombros (lo cual estuvo a punto de hacerla vomitar), pensó que si estaba rodeada de magos el Estatuto de las narices no tenía ni la más mínima importancia, se apuntó con la varita a la sien y dijo: - ¡Entiendo Pasiempre Britanicum!
Un mago joven, que permanecía junto a otro joven mago exactamente idéntico a él en todos y cada uno de los detalles de su rostro, la miró apreciativamente. - Oh, vaya, qué bueno... Un encantamiento autotraductor permanente.
- Estoy harta de no enterarme de nada - respondió Zoe de mal humor, y se sacudió el polvo del estropeado jersey de oveja de lana merina. Suspiró al observar que sus pantalones tampoco tenían muy buen aspecto: tenía que ir de compras, y con urgencia.
- Supongo que el viaje te habrá mareado un poco, querida - dijo la mujer de aspecto maternal -. Ven, siéntate junto al fuego. Te prepararé una taza de té.
Zoe se dejó arrastrar hasta la chimenea, donde ardía alegremente un fuego anaranjado y cálido. Se sentó en una vieja y cochambrosa silla de madera, y volvió a mirar a su alrededor.
La mujer que la había ayudado a levantarse era bajita y regordeta, vestía una desastrada túnica de lana y un delantal de plástico de esos impermeables con un dibujo del ratón Miki, y poseía unos cabellos de un color rojo brillante. También tenían ese color de pelo los dos muchachos idénticos que habían hablado en primer lugar, y que aparentaban tener unos veinte años, así como un mago prácticamente calvo que conversaba un poco más allá con Charlie Weasley.
- Escucha, Molly... - dijo el mago calvo, volviéndose hacia la mujer -. Charlie tiene noticias importantes, voy a avisar al resto.
- Muy bien, Arthur - suspiró la señora pelirroja, la tal Molly -. Mejor dejo preparada la cena ya, y así podremos cenar en cuanto termine la reunión.
- Te ayudamos, mamá - dijeron al unísono los dos magos más jóvenes, que Zoe pensó debían ser gemelos. Al oír cómo llamaban "mamá" a la mujer, Zoe supuso que eran sus hijos (una conclusión abrumadora, teniendo en cuenta el estado mental en que se encontraba), y, yendo un poco más allá en sus hipótesis, supuso que el tal Arthur era su padre (el de los gemelos, no el de la mujer), y que los cuatro formaban parte de la familia de Charlie Weasley (que debía ser hermano de los gemelos y, en consecuencia, hijo del mago alopécico y de la rolliza bruja).
De modo que aquella debía ser la casa de los Weasley.
- No, de eso nada - dijo la señora Weasley en un tono que no admitía réplicas, y Zoe se encogió, creyendo por un instante que había leído sus pensamientos y estaba respondiendo a su afirmación. Luego se dio cuenta de que la mujer se dirigía a sus dos hijos más jóvenes -. Siempre que intentáis ayudarme a cocinar acabo con la cocina en llamas, o con el techo desplomándose sobre mi cabeza.
- Qué injusta eres, mamá - dijo uno de los gemelos pelirrojos.
- Sí - añadió el otro -. Nunca hemos hecho que se te desplome el techo...
- Aunque no es mala idea - dijo el primero.
- Subid arriba ahora mismo y aseguraos de que los otros están haciendo los deberes - dijo la señora Weasley.
Uno de los gemelos sonrió.
- Están de vacaciones, mamá - dijo.
- Lo más seguro es que estén jugando a los gobstones, o a echarse maldiciones pegamiembros los unos a los otros...
- ...o a tirar globos de ácido por la ventana...
- ¡Ey, qué buena idea! Vamos, George.
- ¡Ni se os ocurra empezar a tirar globos de ácido por la ventana!
- No, mamá, ni se nos pasaría por la cabeza...
Los dos gemelos salieron por la puerta, con la clara intención de dedicar los minutos siguientes a lanzar todo tipo de sustancias corrosivas por la ventana, y Molly se volvió hacia Zoe.
- Bien, creo que ha llegado el momento de presentarnos - dijo -. Soy Molly Weasley, y esos dos - frunció el ceño - eran mis hijos Fred y George. Ya conoces a Charlie - Charlie sonrió desde el otro extremo de la sala -. También es hijo mío. Y el hombre que acaba de desaparecerse es mi marido, Arthur Weasley. Tengo más hijos, ya los conocerás después.
- ¿Esta es su casa?
- No, no, querida - sonrió la señora Weasley bondadosamente -. Ésta es la sede de la Orden del Fénix.
- ¿La Orden del...? - preguntó Zoe, confusa.
- Sí, claro - dijo la señora Weasley -. No creo que hayas oído hablar de nosotros: no salimos a menudo en los periódicos. Luego te contaremos; ahora no puedo decirte nada, hasta que venga el Guardián Secreto. Si no te lo cuenta él, no lo recordarás ni siquiera un ratito - se encogió de hombros -. Ya sabes, tenemos que protegernos...
- Pero... pero... ¿De quién?
- Luego, cariño. Ven, come algo, que estás un poco paliducha.
¿Paliducha? Lo extraño era que todavía estuviese consciente, teniendo en cuenta todo lo que había pasado en unas pocas horas. Zoe estaba acostumbrada a la tranquila vida de una muggle, y tanta acción y emociones juntas eran algo difícil de asimilar. Cogió la taza de te que le tendía la señora Weasley y bebió un sorbo, sin animarse a decirle que le gustaba más la manzanilla.
- Señora Weasley... - dijo.
- Molly, querida.
- Bien. Molly...
- ¿Qué quieres, querida?
- Yo...
- ¿Sí, querida?
Zoe gruñó, absolutamente convencida de que con tantos "querida" iba a acabar subiéndole el azúcar hasta rozar el colapso insulínico, y sospechando que la mujer no tenía la más mínima intención de responder a ninguna de sus preguntas. Aún así, decidió intentarlo.
- ¿De qué va todo esto?
La mujer sonrió bondadosamente y volvió a llenarle la taza de té.
- Quiero decir... ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes?
- ¿Una pastita, querida?
- ¿Qué ha ocurrido antes? ¿Quién era aquella mujer?
- ¿Más té?
- ¿Por qué a Charlie le ha dado tanto miedo? ¿Son ustedes de los malos o de los buenos?
- Oh, de los buenos, te lo aseguro. ¿Un bizcocho?
- Sí, bueno, claro, eso es lo que dirían aunque fueran de los malos...
- No, no, te aseguro que este bizcocho es de los buenos, casero cien por cien...
- No me refería a...
- Lo he hecho yo misma, ya sabes, un poco de harina, huevo, azúcar...
- No, bueno, yo...
- Se bate bien y luego se añade un sobre de levadura Royal...
En ese momento las llamas de la chimenea comenzaron a brillar con una extraña tonalidad verde esmeralda, causándole a Zoe un sobresalto tal que a punto estuvo de derramarse la vigésimoquinta taza de té en los ya de por sí hechos un asco pantalones. De la chimenea salieron, de uno en uno, cerca de diez magos y brujas, todos ellos vestidos con túnicas de distintos colores y en diversos grados de deterioro, remiendo y suciedad. Según salían de la chimenea, saludaban alegremente a la señora Weasley.
- Hola, Molly...
- Hola, Hagrid... Agacha la cabeza que me destrozas el enlucido del techo...
- ¿Qué hay, Molly?
- Aquí, haciendo la cena, Minerva...
- ¿Todo bien?
- Muy bien, Hestia, muy bien..
- ¿Qué tal va el verano?
- Bue, ya sabes, Kingsley, como siempre...
- ¿Te dan mucho el coñazo esos niños?
- Qué va, Severus... No dan mucha guerra...
- ¿Qu´pasa, Molly?
- Hola, Tonks, querida... No, no dejes ahí el abrigo... Ooops... Bueno, no importa, luego lo recogeré, no, no lo recojas tú... Vaya... Tendré que comprar un juego de café completo...
- Hola, Molly...
- Vete directo al servicio y date un baño, Mundungus, por el amor de Dios...
- Hola, mamá...
- Córtate el pelo, Bill...
- Bonsuar, madam guesli...
- Buenas tardes, Fleur... No sé qué leches hace mi hijo contigo pero cada día hablas peor en inglés... No, no me lo digas, no quiero saberlo... ¡Córtate el pelo!
- ¿Excusemua?
- No, a tí no, al pelanas de mi hijo... ¡Vaya pintas!
- Hola, tronka...
- Hola, Perséfone... Bonito traje.
-
- Este.. Hola, hola...
- Sí, lo que tú digas, Ramsés, hombre... Puedes cogerte las vacaciones ahora o esperar a Semana Santa...
Zoe observaba aturdida como más y más magos iban entrando en la habitación, que estaba empezando a estar tan abarrotada de gente como una estación de tren rumana. En ese momento entró un hombre, éste por la puerta, sonriente, seguido por los dos gemelos de pelo rojo. El hombre era castaño, aunque su cabello comenzaba a tornarse gris en algunas zonas; alto, delgado, parecía ser más joven de lo que en realidad aparentaba. Zoe le echó unos cuarenta años como mucho.
- Hola a todos - dijo el hombre, que vestía una túnica marrón bastante vieja.
- Oh, hola, Remus - dijo Molly, y sonrió -. ¿Qué tal están los de arriba?
- Bien, bien - dijo el tal Remus -. Les he estado enseñando un par de truquitos para quitarse de encima a Malfoy este curso... Ya sabes, un encantamiento de depresión y otro de enfermedad leve transitoria repentina, para que lo usen con él si se les pone muy farruco... Oh, hola, Severus - dijo, dirigiéndose a un mago vestido de negro con pelo largo que lo miraba como si tuviera ganas de asesinarlo preventivamente -. A ver si este año controlas un poco más al cachorro de Lucius, es un niño francamente insoportable.
- No me digas, Lupin - dijo éste con la voz cargada de veneno. Zoe sintió un escalofrío -. Si la criatura no es capaz de vérselas con un niñito como Draco, entonces más nos vale ir haciendo las maletas y huyendo al Caribe lo antes posible.
- La criatura, como tú lo llamas, es muy capaz de vérselas con Draco Malfoy.
- Sí, eso díselo a otro.
- Si ha sido capaz de cabrear al mismísimo Voldemort...
- La criatura es capaz de cabrear al más paciente de los seres humanos.
- Lo cual no es precisamente tu caso, Severus...
- Escuchadme, todos - interrumpió Molly -. Ésta es... es... - se volvió hacia Zoe -. ¿Cómo era tu nombre, querida?
- Zoe - dijo ésta, cohibida, cuando todas las miradas de la habitación se volvieron hacia ella.
- Zoe, eso. La ha traído Charlie.
- Hola, Zoe - dijeron todos al unísono -. Te queremos, Zoe.
Zoe los miró, desconcertada.
- No les hagas caso - dijo Remus, sonriendo -. Siempre hacen la misma bromita estúpida cuando viene uno nuevo -. Se adelantó y le tendió la mano -. Soy Remus Lupin.
- Encantada - dijo Zoe.
- Y éstos - continuó Lupin -, son Rubeus Hagrid... sí, ese grandote de ahí... Minerva MacGonagall es la viejecita encantadora de aspecto feroz - la tal Minerva frunció el ceño. Parecía capaz de arrancarte la cabeza con un único pensamiento -. Hestia Jones es la de allá, algún día conseguiremos que tire ese sombrero a la basura... Kingsley Sacklebolt es el negro calvo, Severus Snape es el encanto del pelo negro con gomina, en realidad no es gomina pero a él no le importa..., Nymphadora Tonks, sí, esa que tiene el pelo a cuadros escoceses... Mundungus Fletcher es el montón de trapos de encima de esa silla, la que va de cuero negro en plan siniestro es Perséfone, que no te dé miedo que cuando la conoces es bastante maja - rió -. Bill Weasley el pelirrojo del pelo largo y Fleur Delacour la rubita mona... El nombre de esos tres - señaló a un mago y dos brujas de aspecto exótico - no sé ni cómo se pronuncia, pero son bastante agradables... Hola, hola, sí, hola, como te llames...
-
- Er... hola...
- A Fred y George Weasley ya les has visto antes... - dijo Remus -. Bueno, falta bastante gente pero nos las tendremos que arreglar, ¿no, Arthur? - dijo, dirigiéndose al calvo señor Weasley, que acababa de entrar por la chimenea.
- Sí, no he conseguido avisarlos a todos con tan poco tiempo... - contestó el señor Weasley, alargando una mano para estrechar la de Zoe -. ¿Qué tal? Yo soy Arthur Weasley.
- Encantada - respondió Zoe, insegura.
- Bien - dijo Molly -, más vale que nos sentemos, o se nos hará la hora del desayuno.
- ¿Ya? - dijo Mundungus, incorporándose -. Para mí huevos revueltos con bacon, Molly, gracias.
El resto de los magos soltó una risita, mientras Molly Weasley fruncía los labios en una mueca y rehusaba contestar.
- Os he llamado - dijo Arthur con voz de cura párroco celebrando la unión de un hombre y una mujer en santo matrimonio - porque mi hijo Charlie - señaló al pecoso Charlie, que sonreía y saludaba como un político en plena campaña electoral - tiene algo que contaros.
Charlie se levantó de la silla, indeciso, y, tras unos instantes, decidió que estaba más cómodo sentado, dónde iba a parar, y volvió a sentarse, como es obvio.
- Bueno - comenzó, azorado al tener que dirigirse a tanta gente -, bueno, lo que ha pasado es que...
- ¿Qué? - dijeron cuatro o cinco magos a la vez, impacientes.
- Bueno - Charlie carraspeó -. Bellatrix Lestrange ha intentado llevarnos ante Quien-Vosotros-Sabéis para sacarnos información.
Ante aquella escueta declaración (Zoe pensó que Charlie se lo podía haber currado más, y apuntó mentalmente que debía darle un par de clases de dialéctica), todos los magos de la sala guardaron un minuto de silencio sepulcral, mirándose los unos a los otros. Después, y como si el árbitro del partido hubiera dado por finalizado el minuto con tres pitidos, comenzaron a hablar todos a la vez.
- ¡Pero eso no es posible!
- ¿Cómo sabía dónde estabas?
- ¿Te conoce?
- ¿Tienes algo que decirnos, hijo mío?
- Anda que cómo te lo montas, chaval... - esto lo dijo Bill con un guiño pícaro.
- ¿Te ha hecho daño?
- ¡Esa maldita bruja!
- Oye, sin faltar...
- Perdona, Tonks...
- ¿Sigue estando tan buena como hace quince años?
- Quién la pillara...
- Oye, que se cargó a uno de los nuestros hace menos de dos meses...
- Sí, bueno, el que poco arriesga poco gana.
- ¿Y qué quería?
- ¿Es que no escuchas, colega?
- ¿Quésquevudit?
- En inglés, moza...
-
- ¿Hay algún traductor en la sala?...
- Yo voto lo que vote Sirius.
- Mundungus, hace ya semanas que Sirius está criando malvas...
- Ah, ¿ahora es florista?...
-
- No digas palabrotas, Ramsés.
- Quién la pillara...
- Una pregunta - dijo una voz, imponiéndose a todas las demás. Todos callaron, y miraron hacia la bruja mayor, la que parecía capaz de machacar cabezas con una mirada -. ¿Qué tiene que ver ella en todo esto?
- Mujer, que vino a sacarme información de parte de...
- No me refiero a Bellatrix - dijo la mujer -. Me refiero a ella.
Señaló a Zoe. Ésta se encogió en su asiento, mientras todos los ojos que había por los alrededores se fijaban en su persona.
- Estaba conmigo cuando vino Bellatrix - dijo Charlie -. Pensó que también pertenecía a la Orden, e intentó llevársela también a ella.
- ¿Y qué hacía contigo?
- Llegó cuando tratábamos de controlar a un Cabezahueca rumano hormonado - explicó Charlie -. Estuvo a punto de recibir un par de zarpazos cariñosos y luego estuvimos hablando un buen rato hasta que llegó la Lestrange.
- ¿Y qué hacía en un bosque perdido de Rumania?
Zoe se encrespó. - Estaba más perdida que el puñetero bosque, ya que lo preguntáis. Un maldito muggle daltónico con propensión a usar instrumentos sadomasoquistas me llevó hasta la puñetera cima de aquella puñetera montaña y luego el muy puñetero...
- ¿Un muggle? - preguntó la mujer. Después, se dirigió a Charlie -. ¿Y cómo sabes que es de fiar, Weasley? Podría haber estado allí por orden de El-Que-No-Debe-Ser-Nombrado...
- Es de fiar, Minerva - dijo una voz a espaldas de Zoe -. Yo la conozco.
Cuando Zoe miró por encima de su hombro para observar al propietario de la voz, vio a un hombre alto, erguido y rodeado con un aura inconfundible de poder. Su cabello y barba plateados le llegaban hasta bien debajo de la cintura, y los llevaba descuidadamente recogidos en dos largas coletas. Los azules ojos brillaban tras unas gafas con forma de luna en cuarto menguante (bueno, según las mirase; si torcía la cabeza y las miraba del revés eran un cuarto creciente cada una), cuya montura plateada se encaramaba sobre una nariz prominente y quebrada (alguna mala pelea de suburbio, seguro). Arrastraba por el suelo la túnica de terciopelo granate con adornos dorados en forma de... de... de animales irreconocibles (aunque homínidos) en posturas irreconciliables.
Zoe contuvo el aliento.
- ¡Wulfric! - susurró, anonadada.
- ¿Wulfric? - preguntó, asombrado, Charlie, mirando a Zoe con incredulidad.
- ¡Hombre, Dumbledore! - exclamó Mundungus animadamente -. Ya era hora, camarada, ya era hora...
- Bien, bien - dijo Dumbledore con voz pausada -. Eugenia Celia Alejandra María de las Mercedes Ortega. Cuánto tiempo.
- ¿Eugenia Celia...?
- ¿Conoces a Dumbledore, Zoe? - preguntó Charlie -. ¿Por qué no lo has dicho antes?
- No sé quién es Dumbledore - respondió ella -. Éste es mi maestro, Wulfric.
- Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore - dijo éste, con una sonrisa -. Pero casi todo el mundo me llama Jackie Chan.
- No tiene gracia, Dumbledore - dijo Minerva con voz severa.
- Yo soy Zoe - dijo ésta -. Deberías recordar que no me gusta mi nombre, Wulfric.
- Pues es un nombre precioso - dijo Dumbledore, y se sentó elegantemente sobre una de las destartaladas sillas que había en la estancia -. Tu madre tuvo muy buen gusto. No como tu abuela...
- Mi abuela no tuvo la culpa de que la llamasen Fortunata - dijo Zoe con voz tensa.
- No me refería a eso, pequeña - dijo Dumbledore amablemente -. Bien, bien, bien... Celia - dijo, haciendo caso omiso de la mueca de Zoe -. Has crecido mucho... Estás hecha una mujer, ¿eh?
- Tengo veintinueve años - espetó Zoe furiosa -. Y llevo once esperando a que mi antiguo maestro se preocupe por averiguar qué tal me va la vida. ¡No esperaba una carta de recomendación, pero al menos podrías haber venido algún día de visita!
- ¿Maestro? - exclamó Arthur Weasley con sorpresa.
- No quería llamar la atención - se disculpó Dumbledore con cara de no sentirlo en absoluto. Dumbledore era uno de esos hombres que no necesitaban disculparse por nada de nada porque casi todo lo hacían bien.
- ¡Tú llamas la atención dondequiera que vayas, Wulfric! - dijo Zoe enojada.
- No será para tanto... - dijo Dumbledore con modestia.
- Albus, ¿Puedes explicarnos a qué viene todo esto? - preguntó Minerva MacGonagall con severidad -. ¿Quién es esta mujer? ¿Qué quiere decir con eso de que tú fuiste su maestro?
- Pues exactamente eso, Minerva - respondió Dumbledore -. Que fui su maestro.
Zoe se revolvió en su asiento cuando todos y cada uno de los magos y brujas la miraron, atónitos.
- Dumbledore - dijo Lupin con voz serena -. ¿Por qué fuiste tú su maestro? ¿No estudió en el colegio?
- ¡Si ni siquiera es inglesa, por el amor de Dios! - exclamó el mago vestido de negro con sorna -. ¿Cómo demonios fuiste hasta su país, esté donde esté, para enseñarla? ¿Cómo te enteraste de su existencia, siquiera?
- Eso, Severus - dijo Dumbledore, mirándolo fijamente -, es algo entre Celia y yo.
- Zoe - corrigió ésta inmediatamente.
- Albus - dijo Minerva con los ojos muy abiertos entre el enmarañado conglomerado de arrugas que los rodeaban -. ¿Puedo preguntarte por qué...?
- Y eso es algo que sólo me incumbe a mí - respondió Dumbledore, con un tono que no admitía réplicas.
Se hizo un silencio ominoso y casi palpable, uno de esos silencios que se mastican y luego te dejan un desagradable sabor de boca y un inevitable dolor de estómago. La furia de Zoe se diluyó en ese silencio, y fue sustituida por una curiosidad casi tan espesa y densa como el silencio que la rodeaba.
- Wulfric... - se atrevió a decir.
- Llámame Dumbledore, querida - contestó éste -. O Albus, si quieres. Algunos me llaman Jackie Chan... - añadió, esperanzado.
- Albus... - dijo Minerva con severidad.
- De acuerdo, de acuerdo - admitió Dumbledore.
- Puedes llamarlo Aquel Al Que Él Siempre Ha Temido - ayudó Bill Weasley, en pelirrojo de la coleta.
- Vamos, vamos - se ruborizó Dumbledore -. No es para tanto...
- Dumbledore - interrumpió Zoe, levantando la voz -. ¿Puedes explicarme de qué va todo esto? ¿Quiénes son estas personas? ¿Qué hago en esta casa? ¿Quién era esa mujer...?
- Según me ha informado Arthur Weasley - dijo Dumbledore, inclinando la cabeza ante el padre de Charlie -, esta tarde habéis tenido un encontronazo con Bellatrix Lestrage...
- Sí - se apresuró a añadir Charlie -, ha intentado...
- ¿Quién es esa mujer? - preguntó Zoe -. ¿Qué quería?
- Bellatrix Lestrange - explicó Dumbledore - es una mortífaga, Celia. Ya sabes, una de las seguidoras de...
- Sé lo que es una mortífaga, gracias - interrumpió Zoe con acritud -. Tú mismo me lo explicaste.
- Sólo era por si lo habías olvidado - dijo Dumbledore con suavidad.
- Pues no.
- Pues vale.
- Lo que quiero saber es qué demonios hacía una mortífaga paseando tranquilamente por un bosque perdido en mitad de una montaña en Rumania. ¿No me habías dicho que todos los mortífagos acabaron en Azkaban?
- Todos no - dijo Dumbledore -. Algunos se libraron. Pero ésta en concreto escapó hace apenas unos meses.
- ¿Cómo escapó?
- Voldemort, claro.
Algunos magos y brujas hicieron una mueca o pegaron un respingo ante el nombre. Zoe se quedó mirando a Dumbledore con la boca abierta.
- ¿Voldemort? - preguntó con voz temblorosa, causando otras tantas muecas y respingos -. ¿Pero no había...?
- Sí, claro, tú no sabes nada de aquello... - Dumbledore suspiró -. Es el inconveniente de vivir aislada de la comunidad mágica, Celia.
- Zoe.
- Zoe. En fin - suspiró -, supongo que así ha sido mejor para todos. Pero ahora tendré que explicártelo todo, por supuesto...
- Albus - interrumpió Minerva MacGonagall, dubitativa -. ¿Crees que es seguro contarle...?
- Es de total confianza, Minerva - dijo Dumbledore -. Verás, Celia. Voldemort ha vuelto.
Los magos y brujas volvieron a dar respingos y a poner muecas, como si el nombre de Voldemort les hiciese daño en los oídos. Zoe enmudeció, y sus ojos estuvieron a punto de salirse de sus órbitas.
- ¿Ha vuelto? - susurró, asustada -. Pero... ¿cómo...?
- Es una historia muy larga - respondió Dumbledore -. Ya te la contarán más adelante, estoy seguro. Baste decir que ha recuperado su cuerpo, y que vuelve a ser igual de peligroso que hace quince años, o quizás más.
- ¡Pero tú dijiste que había desaparecido! - exclamó Zoe -. ¡Tú me dijiste que había muerto!
- Muerto no, Cel... Zoe - dijo Dumbledore con tristeza -. Voldemort - respingos y muecas - no es capaz de morir, al menos no podía morir hace quince años. Ahora quizá sea más fácil, aunque...
- Es imposible, Dumbledore - interrumpió Severus -. Si quien tiene que matarlo...
- Tranquilidad, Severus - dijo Dumbledore -. Todo a su debido tiempo.
- ¿Qué está pasando? - exigió saber Zoe -. ¿Cómo es que...?
- Más tarde - interrumpió Dumbledore -. El caso es que Voldemort - muecas, respingos - vuelve a estar vivito y coleando. Bueno, quizá coleando no, pero porque no tiene el más mínimo sentido del ritmo, animalito...
- ¡Albus!
- De acuerdo, de acuerdo, Minerva... Lo único que tienes que saber por el momento, Celia, es que Voldemort - respingo, mueca, hipido - vuelve a querer hacerse el dueño del mundo. Ha liberado a sus mortífagos, los que estaban en Azkaban, y aunque hace un mes encarcelaron a unos cuantos más - sonrió -, cada día que pasa se hace más poderoso.
Zoe tragó saliva.
- ¿Y tú vuelves a luchar contra él?
- Nosotros volvemos a luchar contra él - corrigió Dumbledore -. Éstos - abarcó con la mirada a todos los magos y brujas que abarrotaban la sala - forman parte de la Orden del Fénix.
- ¿La Orden del...?
- La Orden del Fénix - continuó Dumbledore - la formamos todos aquellos que luchamos contra Voldemort - hipidos, respingos, muecas, flaccidez, descolgamiento.
- Ya había llegado a esa conclusión por mí misma, muchas gracias - contestó Zoe.
- De acuerdo.
- ¿Y qué hacéis para...?
- Bien - explicó Dumbledore -, intentamos conocer sus objetivos e impedir que los consiga, básicamente...
- También había podido llegar a esa conclusión yo solita.
- Sí, siempre has sido una niña muy lista.
- ¿Y cuáles son sus objetivos?
- No creo - dijo Minerva, autoritaria - que sea prudente contárselo todo, Albus...
- Eugenia Celia Alejandra cuenta con toda mi confianza, Minerva - respondió Dumbledore, y sonrió a Zoe -. Aparte de controlar a cuantos más magos y brujas mejor, y de intentar minar la autoridad del Ministerio, Voldemort - respingos, muecas, hipidos, ABS, cierre centralizado, elevalunas eléctrico - está intentando reunir efectivos para la guerra que, seguro, espera que se declare cualquier día de estos.
- ¿Una guerra?
- Sí, pero eso no es en realidad lo más importante - dijo Dumbledore -. Nosotros - abarcó a los miembros de la Orden con un gesto - sabemos que, aunque la guerra se librará, y es probable que con muchas bajas de uno y otro lado, del resultado de esa guerra no depende en realidad quién acabe venciendo.
