- CAPÍTULO 6 -
Economía sumergida
Cuando llegó el mes de septiembre, el tiempo empeoró de una forma tan radical que Zoe se preguntó si no habría perdido un par de meses sin haberse dado cuenta. El cielo presentaba un perpetuo color grisáceo, a veces gris perla, otras veces gris marengo, las más gris plomizo, y las nubes no se comportaban como cirros normales, sino que bajaban hasta el suelo y, a la que te descuidabas, se te metían a tomar el té en la salita. Eran unas nubes omnipresentes, que a veces se presentaban solas, a veces con acompañamiento de agua y en ocasiones incluso con hielo incluído y sin recargo. Zoe acusó el impacto: su ánimo decayó, y cada vez que tenía que salir a la calle temblequeaba como si padeciera un Parkinson terminal mientras las ráfagas de viento helado la zarandeaban de un lado para otro. Recordaba con mucha nostalgia el calorcito que hacía en su España a esas alturas del año, pese a que en multitud de ocasiones había soltado reniegos de todo tipo (Uf qué calor no hay quien lo soporte ya estamos en septiembre y no se puede parar en la calle y yo con estos pelos). El verano en Inglaterra duraba exactamente cincuenta y seis horas, tres minutos y catorce segundos, y era evidente que ya se había acabado, de modo que Zoe descubrió lo que mucha otra gente antes que ella: que no hay que creerse todo lo que ponen en las películas porque la mitad están rodadas en interiores y las otras en Almería, que en Inglaterra llueve a cántaros prácticamente todos los días, y que los ingleses no tienen un término específico para la sequía y si lo tienen seguro que lo han inventado a raíz de su entrada en diversos organismos internacionales.
Harta de pasar frío y mojarse hasta las pencas cada vez que asomaba la nariz fuera de la casa, Zoe hizo una nueva excursión punitiva al Callejón Diagon y, aparte de aprovechar para saludar al camarero pleistocénico, a la señora Malkin y a los dos viejecitos de la mecedora de la estación-trasbordo de la red flu, se gastó lo que le quedaba de sueldo en una capa negra de paño muy abrigadita, muy sencillita y sobre todo muy baratita (que no estaban las cosas como para hacer excesos y ella no cobraba prestación por desempleo al no haber cotizado nunca a la Seguridad Social), y volvió a Grimmauld Place con su capa más contenta que unas pascuas (lo de las pascuas era fundamentalmente por el clima).
Sin embargo, cada vez que veía el cielo grisáceo cernirse sobre ella se deprimía más. Y a eso se unió la depresión de ver cómo los más jóvenes de la casa (Harry, Ron, Hermione y Ginny) se iban al colegio para empezar el curso escolar. No era porque hubiera llegado a tener una gran amistad con ellos, sino porque eso de tener adolescentes en casa siempre da para muchos temas de conversación, la mayoría de ellos picantes, la mayoría de ellos expresados con mucho sentido del humor y la mayoría de ellos comprensibles pese a las diferencias culturales e incluso climatológicas.
Por lo menos no se había quedado sola en aquella casona de cuento de miedo... Allí también vivían la mayoría de los Weasley que ya habían pasado la edad escolar (Arthur y Molly, Bill, Charlie, Fred y George; había un séptimo miembro del que no hablaban casi nunca, y al que Zoe no tenía demasiadas ganas de conocer por lo poco que había oído sobre él y sus orejas de tamaño desmesurado; también tenían un primo contable del que hablaban aún peor. Y ya si hablaban de la hija del contable directamente se les salía el bazo por la boca, de tal forma que Zoe comprendió pronto que, para los Weasley, "Mafalda" era un insulto horrible). Aunque pasaban temporadas fuera de allí, en un lugar llamado "La Madriguera" que debía ser su hogar habitual. También hacían de Grimmauld Place su segunda residencia algunos de los demás magos de la Orden del Fénix, que iban y venían esporádicamente (excepto Mundungus Fletcher, que siempre estaba por allí cuando Molly empezaba a preparar la comida). Y Remus Lupin vivía allí siempre, sin segundas residencias ni apartamentos en la playa o en la sierra.
Conforme iban pasando los días y las semanas, Zoe comprendió una cosa más: que, para los miembros de la Orden, aquello no era ningún juego. En su subconsciente, ella siempre se había tomado esa temporada como una prolongación de sus vacaciones de verano, quizá una oportunidad para conocer algún que otro mago y bruja, pero siempre había pensado que al final acabaría volviendo a casa de sus padres y los recuerdos que le quedaran sólo le servirían para sacarles el polvo, como a las fotos de las fiestas familiares de diez años antes Mira, aquí todavía tenías pelo, cacho bolo... Sí, pues tú pesabas treinta kilos menos, so gorda...
Pero las cosas no eran así en la Orden del Fénix. La mayoría de sus miembros habían perdido seres queridos en el transcurso de su lucha contra Voldemort, e incluso uno de ellos había muerto ese mismo verano. Todos habían dejado a un lado gran parte de su vida y se la jugaban día a día, sin importarles el coste, en un intento de impedir que Voldemort volviera a hacerse con el poder.
Zoe no había comprendido cuando aceptó la invitación de Dumbledore lo que realmente estaba aceptando (no era la primera vez que firmaba un contrato sin leerse la letra pequeña, pero es que normalmente en la letra pequeña de los contratos vienen cosas acerca de la retención del IRPF, las horas semanales, las horas extras, la disponibilidad, las vacaciones, etcétera; nunca que estabas dispuesto a jugarte el tipo en el trabajo y que encima lo disfrutarías). Sin embargo, poco a poco fue asumiendo que, para aquella gente, no era cosa de risa. Si había que morir, se moría y punto y encima se le escupía encima a la Muerte.
Lo comprendió en toda su magnitud el día que entró a la cocina a desayunar y se encontró a Molly sollozando encima del hombro de Lupin.
Lupin la sacó de la habitación para dejar a Molly llorar en paz, mientras Zoe intentaba por todos los medios deshacerse de la cara de asombro que había puesto. Nunca había visto a una persona de esa edad llorar con tanta congoja como lo hacía en aquellos momentos Molly Weasley. Pero claro, las personas adultas que conocía lloraban porque su pareja les había dado calabazas o les había puesto los cuernos, porque les habían bajado el sueldo o porque el Real Madrid no había ganado la Liga. Molly lloraba por la pérdida de un ser querido.
- Bueno, de dos, en realidad - dijo Lupin -. Verás, Zoe... Es que hoy hace quince años que un grupo de mortífagos mató a sus hermanos. Y Molly todavía se entristece cuando lo recuerda.
Zoe se quedó callada unos segundos.
- N-no sabía que Molly tuviera hermanos...
- Ya no - contestó Lupin -. Eran la única familia que tenía, bueno, aparte de la que ella misma había formado con Arthur, claro. Y ambos formaban parte de la Orden del Fénix original. Sin embargo, muy poca gente recuerda que Molly era hermana de Gideon y Fabian Prewett.
"Dumbledore sí se acuerda. Oh, sí, Dumbledore recuerda muy bien a Molly Prewett. Por eso, cuando quiso volver a crear la Orden, ella fue la primera con la que contó. Porque Dumbledore sabe muy bien que, aunque Molly no formaba parte del grupo hace quince años, sí colaboraba con ella en cierto modo: tenía aquí a sus dos hermanos.
"Es cierto que Molly no podía comprometerse en persona con la Orden en aquellos momentos: hay que tener en cuenta que Ginny acababa de nacer, Ron tenía sólo un año y el mayor de sus hijos, Bill, apenas llegaba a los diez. Pero Gideon y Fabian suplieron a su hermana con mucho entusiasmo, y de hecho Molly llegó a colaborar puntualmente con nosotros, al igual que Arthur, que trabajaba en el Ministerio ya entonces y era un contacto muy importante allí dentro.
Zoe levantó la mirada y clavó los ojos en Lupin. - ¿Y... y cómo...?
Lupin suspiró.
- Tienes que entender, Zoe - explicó - que antes la Orden no estaba tan bien protegida como ahora. Me refiero a la Orden que había antes de que Harry venciera a Voldemort por primera vez. Los mortífagos nos superaban en una proporción de tres a uno, y además contaban con el apoyo de los gigantes, los dementores, la mayor parte de los duendes... Sabían quiénes éramos y dónde encontrarnos, y procuraban encontrarnos de uno en uno para que no pudiéramos oponer resistencia. En aquel momento nos estaban destrozando... Gideon y Fabian no fueron los únicos en morir, antes de que Voldemort atacara a la pareja de magos equivocada.
Por un instante, Zoe pensó que se refería a los Prewett. Sin embargo, recordó a tiempo que se suponía que Fabian y Gideon habían acabado... bueno, muertos, de modo que no pudo suponer una equivocación para Voldemort atacarlos.
- Lily y James Potter - afirmó con total convencimiento, pese a que sabía que ellos también habían acabado... bueno, eso.
- Exacto - asintió Lupin -. Eso ocurrió hace quince años, la noche de Halloween. Pero antes Voldemort mató a muchísimos de los nuestros, entre ellos Gideon y Fabian. Ahora se les considera unos héroes... A pesar de que les tendieron una emboscada y no les dieron ninguna oportunidad, hicieron falta cinco mortífagos para acabar con ellos. Lucharon como leones - sonrió -. En eso supongo que interviene la genética... No hay más que ver cómo se pone Molly cuando te dejas la cama sin hacer. Hecha una fiera.
Zoe se estremeció.
- Sí, lo sé - dijo Lupin -. Es una historia triste, pero no te preocupes: pasó hace mucho tiempo, ahora las cosas son muy distintas. Y yo creo que Molly ya no llora porque le dé pena, sino porque no tiene aquí delante a Gideon y a Fabian para darles una buena voz por habérselo hecho pasar tan mal.
Zoe asintió, sin ver la razón por la cual tendría que admitir que se había estremecido al recordar la cara que puso Molly Weasley la última vez que salió a la calle sin recoger su dormitorio.
Pese al miedo que le había entrado en el cuerpo al comprender que quizá algún día se le pediría que diese su vida por la causa (como todas las causas pero esta vez de verdad), Zoe descubrió que le gustaba bastante eso de vivir rodeada de magos, sin tener que actuar como una muggle y sin ver caras de susto y de congoja cada vez que hacía el hechizo más tonto y más nimio. Ella que siempre había odiado las tareas domésticas se vio un día disfrutando como una loca mientras ayudaba a Molly a hacer la comida a golpe de varita. E incluso fregar los platos, que siempre había sido un engorro (su primer sueldo lo había invertido en un lavavajillas), se hacía mucho más llevadero en aquella casa de enseres bien educados que hacían las cosas por sí solos. Las cacerolas de Grimmauld Place ya eran mayorcitas y se lavaban, se secaban e iban al cole, es decir, a la alacena, sin ayuda de mamá cazuela.
Siempre había sido una nulidad para la cocina, pero descubrió que con magia se le daba muchísimo mejor. Ella que nunca había conseguido hacer decentemente ni una simple tortilla, y a la que le daban problemas hasta los bocatas de jamón, comprobó que una varita mágica es mucho más útil que el mejor libro de recetas, e incluso comenzó a hacer sus propios experimentos culinarios, aunque sin contar con la aprobación de Molly Weasley, eso sí (dijera lo que dijese, aquel cordero al vinagre con salsa de zarzaparrilla era un monumento a la nouvelle cuisine y a la cocina experimental, y si nadie más quería probarlo pues peor para ellos, Zoe tenía estómago para comerse el cordero entero y un par de postres experimentales aunque ligeritos).
El día que explotaron las tuberías del cuarto de baño después de haberse congelado (estaban sólo a mediados de octubre) Zoe decidió que aquel tiempo iba a acabar con ella. Y también decidió que, antes de morir por causa de la climatología, iba a experimentar a ver qué tal se le daba su profesión con una pequeña ayudita por parte de su varita.
Decidió, por último, no volver a arreglar una puñetera tubería si no podía usar la magia para ello. Porque resultaba no sólo mucho más sencillo y menos cansado físicamente, sino que además el acabado quedaba mucho mejor. Consiguió pegar el parche en el tubo con un simple encantamiento de presencia permanente; colocó la tubería en su lugar con un hechizo levitador que habría podido pronunciar incluso estando dormida; y arregló el tabique por el sencillo procedimiento de convencer a las baldosas de que nunca se habían ido del agujero. En consecuencia, el baño quedó como nuevo. Bueno, todo lo "como nuevo" que puede quedar un baño como ese, con aquellas baldosas grises con rosas negras, vamos, que más que descatalogadas deberían estar catalogadas en un manual de paleontología; con esos sanitarios de bronce estilo "Guerra de los Cien Años" y casi casi setecientos de historia; y con esa lámpara marrón tierra imitando a un mantel de cuadros, vamos, la peor pesadilla de un interiorista, es que ni Almodóvar querría un baño como ese para rodar en él una de sus películas costumbristas con decorados eclécticos.
Le gustaba utilizar la magia para hacerse la cama con un leve movimiento de muñeca; también le gustaba limpiar el polvo encogiéndose de hombros, y arreglar su armario guiñando el ojo (el derecho para planchar las túnicas, el izquierdo para doblarlas y un breve parpadeo para que se guardaran en las baldas de forma ordenada y sin pegarse por el espacio que hay para todas).
Aparte de la limpieza doméstica, la vida en Grimmauld Place no le daba demasiado trabajo (a veces combatía su aburrimiento arreglando las tuberías de los vecinos, aunque siempre exigía que no hubiera nadie presente para verla trabajar; y es que tanto tiempo libre daba para aburrirse muchísimo, y más si no tenías tele de pantalla panorámica, discman, DVD, home cinema, equipo estéreo de música ni play station. Por eso Zoe repartió por el barrio carteles de los de "Fontanera a domicilio" y despistaba a los muggles que la llamaban para que no la vieran haciendo volar las tuberías por los aires).
Pese a todos sus temores, el hecho de pertenecer a la Orden sólo la obligaba a asistir a las reuniones semanales que celebraban y escuchar los informes de los magos que hacían el verdadero trabajo de campo (sobre todo los aurores del grupo, que eran quienes más veces se enfrentaban con los mortífagos; también los que trabajaban en el Ministerio solían ser fuente de información. E incluso los profesores de Hogwarts, con Dumbledore a la cabeza, estaban mejor informados que los que vivían permanentemente en Grimmauld Place). También la enviaban un par de noches por semana a hacer rondas nocturnas por las calles de Londres, acompañada del único mago que estaba también en su situación (o sea, en el paro).
Pero Zoe seguía sin comprender por qué Dumbledore había querido que se uniese a ellos, porque, en general, eran mucho más útiles los magos y brujas que cotizaban a la Seguridad Magial que ella. Las rondas nocturnas, sospechaba Zoe, eran un simple regalito para que ambos se sintieran parte del grupo y no se deprimiesen por no ser de utilidad para la Orden. En realidad eran bastante absurdas, porque, por mucho que digan en las películas, los malos no se dedican a planear y cometer sus infamias con premeditación, nocturnidad, alevosía y tan poca luz; es mucho más sencillo hacerlo a la luz del día, y Voldemort era malo, pero no estúpido.
De modo que durante sus noches de rondas daban un par de vueltas, comprobaban que no había nadie con cara de malvado pululando por los alrededores (el portero de la casa de al lado no contaba) y después se iban al Caldero Chorreante a pillarse una cogorza. A veces también iban a otro local que habían abierto un poco más arriba en el callejón Diagon, y cuyo nombre no habían llegado a leer nunca porque siempre que llevaban estaban borrachos como cubas.
Sin embargo, aquellas rondas sí que sirvieron para algo: por primera vez en su vida, Zoe encontró un amigo, un amigo que no se asustaba cada vez que sacaba la varita, un amigo que no la despreciaba por ser fontanera (de hecho pensaba que era una profesión muy cool), un amigo que comprendía perfectamente lo que había sentido Zoe al estar desplazada toda su vida, un amigo que la entendía cuando hablaba de lo mal que se sentía por ser un bicho raro, o sea, una bruja viviendo entre muggles. Porque él también se había sentido así toda la vida, pese a que era hijo de magos y había vivido rodeado de magia desde que nació.
Y es que Remus Lupin era un hombre lobo.
Podríamos decir que Zoe empezó a sospecharlo desde el principio, que vio algo raro en Lupin en el momento en que lo conoció y que, después de meses de investigación y recopilación de datos, lo había descubierto un buen día al entrar en su habitación y encontrarlo a cuatro patas y lleno de pelos y dientes por todos lados. Pero si lo dijésemos estaríamos mintiendo, porque Zoe no había sospechado en ningún momento que hubiera nada especial en Remus Lupin (bueno, aparte de ser un hombre simpático, agradable y medianamente atractivo pese a su prematuro envejecimiento; en ese sentido Zoe sí pensaba que Lupin era especial, pero no tan especial como eso).
Lo que sucedió en realidad fue mucho menos impactante y no da ni para rellenar un mísero capítulo: Lupin se lo comentó una noche de ronda, simplemente para explicarle por qué entendía perfectamente los traumas infantiles de Zoe. Y ni siquiera la conversación fue nada del otro jueves:
- ¿Shabesh? Shoy un licos... licon... licandr... un hombrrreh.
- Ya lo había dedushido yo sholita, ggrashiassssh - rió Zoe tontamente.
- No, boba... Quiero dessshir que shoy un hombrrreh lobbo.
- Ah. ¿Guieres odra gopa?
Al día siguiente a Zoe le costaba comprender por qué se sentía tan mal. Hizo memoria de lo ocurrido la noche anterior, hizo recuento de las neuronas desaparecidas (fue como un parte de guerra con bajas incluídas) y, después de entonar un sentido réquiem por las caídas en cumplimiento del deber y por defender a la patria cerebral, decidió:
a) beberse cinco litros de agua seguidos sin respirar.
b) beberse una manzanilla
c) beberse un gazpacho multivitaminado, mineralizado e hidra-proteico
d) darse una ducha alternando agua helada y caliente
e) ir a hablar con Lupin
Esta conversación sí que fue un poquito más impactante que la de la otra noche. Bien, es cierto que una mañana de síndrome de abstinencia etílico no es quizás el mejor momento para hablar de ciertas cosas, pero Lupin, que se encontraba fatal y estaba tan perjudicado que apenas podía abrir los ojos, pensó que Zoe estaba decidida a saberlo todo y que su expresión, aparte de "resaca", decía a las claras: "me lo cuentas ahora o carretera".
De modo que suspiró y le contó cómo le había mordido un hombre lobo cuando era apenas un niño (fundamentalmente por hacer el cabra y desobedecer a papi y a mami, como hacen todos los niños... Aunque no todos los niños se convierten por ello en pequeños monstruitos aullantes, por la sencilla razón de que la mayoría de ellos ya son pequeños monstruitos aullantes).
Pese al inicio propio de una peli de terror barata y anticuada, la historia de Lupin tenía visos de ir a convertirse en el dramón más lacrimógeno de la historia del cinema, por la sencilla razón de que, si uno se saltaba el prólogo, la cosa empezaba bastante bien. Zoe empezó a interesarse cuando Lupin le contó cómo Dumbledore había aceptado que estudiase en Hogwarts pese a ser un hombre lobo, y cómo cada luna llena iba a la Casa de los Gritos por el pasadizo que salía del Sauce Boxeador (que tenía toda la pinta de ser una de esas plantas simpáticas que vendían en la tienda del callejón).
Zoe sonrió cuando Lupin le explicó que en Hogwarts, por primera vez, había encontrado amigos de verdad: James, Sirius y Peter, y rió con ganas cuando supo que habían conseguido hacerse animagos de forma ilegal bajo las mismas narices de Dumbledore, que no se había enterado de aquello hasta tres años antes.
- Ojalá se me hubiera ocurrido a mí cuando estudiaba con él... - dijo Zoe, soñadora, imaginando lo divertido que habría sido convertirse en zarigüeya a sus espaldas.
Se metió tanto en la historia que soltó una exclamación de sorpresa cuando Lupin le contó cómo los cuatro, con el añadido de Lily, siguieron siendo amigos al salir de Hogwarts. Y lloró de rabia cuando le dijo que James y Lily habían sido asesinados por la traición de Sirius, que también había acabado con la vida de Peter.
Se le saltaban las lágrimas sólo de pensar en lo mal que lo habría pasado Lupin durante aquellos largos años: de tener cuatro amigos fantásticos había pasado a estar solo, sin trabajo y aislado de la comunidad mágica.
Por eso, sonrió ampliamente cuando Lupin le explicó que Dumbledore le había dado trabajo en Hogwarts, donde había conocido a Harry, el hijo de James y Lily. Rió francamente cuando supo que, gracias en gran medida a Harry, había descubierto que Sirius (que en aquel momento se había escapado de Azkaban y parecía dispuesto a asesinar a Harry como un mago psicópata), en realidad no había traicionado a James y había asesinado a Peter, sino que había sido éste último quien propició la muerte de James y Lily y había fingido su propia muerte. Y estuvo a punto de aplaudir, a pesar de saber que Peter había huído, cuando se enteró de que Sirius había vuelto a escapar gracias a su ahijado, Harry.
Por eso le impactó muchísimo más enterarse de que Sirius era ese mago de la Orden que había muerto unos meses antes. Y volvió a llorar cuando Lupin le explicó, con el dolor claramente reflejado en su rostro, que había muerto por intentar salvarle la vida a Harry.
Si lloraba (no a causa de la resaca sino por su natural melodramático) era por Lupin, que, a su modo de ver, era quien más había perdido en esa historia (los muertos pierden la vida; los vivos pierden a los muertos. Y les queda vida para recordarlos). Haber perdido dos veces a sus mejores amigos (a James y a Peter por Sirius, y a Sirius, en parte, por Peter) tenía que haber sido muy duro para él, más aún teniendo en cuenta que no podía demostrar su dolor frente a muchas personas, y que de nuevo volvía a ser un licántropo aislado y solo, sin trabajo y sin amigos. Si Zoe estaba desesperada por encontrar un amigo mago, la desesperación de Lupin debía ser como un dolor de muelas constante, sin antiinflamatorios ni analgésicos y a una distancia de 5.000 km del dentista más cercano.
Después de saber aquello, Zoe descubrió que no le importaba ni mucho ni poco que Lupin fuera un hombre lobo. Bien, podía llegar a ser incómodo si un día se despistaba y la mordía (no tenía ninguna gana de pasarse las noches llena de pelos por ahí, gracias, con lo que le había costado hacerse la depilación por láser), pero en realidad no era para tanto, ¿no? Vamos, que tampoco había que echarse las manos a la cabeza, con quitarse de en medio cuando tuviera ganas de hincar el diente era suficiente...
De ese modo, Lupin se convirtió en su amigo. Aparte de emborracharse juntos y ayudarse a pasar las resacas, Zoe empezó a permitirle que la acompañase cuando iba a hacer algún trabajillo de fontanería ("No te puedo pagar nada pero igual si aprendes un oficio puedes llegar a ser becario..." "¿Crees que tengo edad de ser becario, mujer?"), le pedía que le contase todo lo que pudiera sobre la sociedad mágica (de la que ella no tenía ni idea, lo cual puede llegar a ser bastante molesto en según qué ocasiones), y encontró en él a la persona ideal para ayudarla en sus experimentos culinarios (casi nunca se quejaba de los nuevos sabores que ella descubría mezclando ingredientes ignotos, e incluso de vez en cuando alababa sus nuevas recetas, aunque sin mucho entusiasmo, todo hay que decirlo). Zoe llegó a pedirle que la acompañase de compras, y Lupin se negó, claro, pero sin apenas mofa, befa o escarnio, lo que demostraba lo mucho que había evolucionado su relación amistosa con la confesión de su licantropía.
Y, en las noches de luna llena, Lupin permanecía echado sobre la alfombra del salón, frente al fuego, Zoe le rascaba detrás de las orejas mientras leía un libro tumbada en el sofá, y él ronroneaba como si fuera un gatito de angora con lazo al cuello incluído en vez de un peazo lobo de doscientos kilos.
