-CAPÍTULO 7 -
La mejor manera de pasar
una tarde de domingo
- ¿Mamá? Mamá, ¿estás ahí?
- Hiiiiiiiiijaaaaaaa... - sonó una voz quejumbrosa al otro lado de la línea telefónica.
- Mamá, ¿estás bien?
- Bieeen, hija, bieeeeeeeeen... Aunque - la voz cambió para hacerse francamente acusadora - no es que te importe mucho, ¿verdad? Para lo que llamas para interesarte por nosotros...
- Mamá...
- ...desde luego, cría cuervos y te sacarán los ojos...
- Pero...
- ...tanto colegio de pago pa que luego me salgas asín...
- Mamá, ya sabes que aquí no tengo teléfono...
- Eugenia Celia Alejandra María de las Mercedes, eso no se lo cree nadie -. Zoe puso los ojos en blanco. Cuando su madre la llamaba por el nombre completo se avecinaba una conversación de las pesaditas de verdad.
- Es verdad, mamá...
- Ya, ¿y dónde estás, en Siberia? ¿Queda algún sitio en todo el planeta donde no haya teléfono?
- Mira, mamá...
- ¿Dónde estás? ¿Te has unido a una comuna hippie? ¿Eres drogadicta? ¿Estás embarazada? ¿¡Te has quedado en el paro!
- No, mamá... Bueno, sí, pero...
- Lo sabía, si es que lo sabía, ya sabía yo que tenía que pasar algo así...
- Mamá...
- Si es que ya se lo decía yo a tu padre, qué hace esta chica por ahí sola, perdida, que es una perdida...
- Pero mamá...
- ...que se cree que todo el monte es orgasmo, digo orégano, y con la cantidad de cosas que pasan hoy en día, sólo hay que verlo en las noticias...
- ¡Mamá! ¡Tengo veintinueve años!
- ...precisamente por eso, qué hace una chica de tu edad soltera y entera, pero claro, en lugar de ir a buscar un marido decente te vas por ahí de juerga, y a saber cómo vas a acabar...
- Mamá...
- ...tú lo que tienes que hacer es venirte a casa con tus padres, que dónde vas a estar mejor que con nosotros...
- Mamá, cállate sólo un min...
- ¡No me digas que me calle, jovencita! Ahora mismo te coges el primer avión, tren, autobús, coche o patera que salga para aquí y te vuelves a casa, que en cuanto llegues te vas a enterar de lo que vale un...
- TUIT-TUIT-TUIT-TUIT... - colgó Zoe.
Más o menos así, coma arriba o coma abajo, insulto arriba o insulto abajo, predicción apocalíptica arriba o predicción apocalíptica abajo, habían sido todas y cada una de las conversaciones que Zoe había mantenido con su madre desde que se había ido a vivir a Grimmauld Place, 12.
Evidentemente, su madre tenía parte de razón (aunque Zoe seguía sin soportar sus sermones, como buena hija que era). No le había dicho que se había trasladado a Inglaterra a vivir con la disidencia antivoldemortiana, porque las preguntas habrían sido largas, numerosas y sobre todo incómodas (empezando por "¿¡Antiquééééé?" y terminando por "¿Y tú por qué tienes que meterte en esos fregaos?").
De modo que se había limitado a explicarle a su madre (ella ya se encargaría de contárselo a su padre, si es que le apetecía hacerlo, lo encontraba a mano y estaban en un momento de esos raros en los que se hablaban con normalidad y no utilizaban a la vecina del quinto para comunicarse), se había limitado a explicarle a su madre, decía, que había ganado una beca CCC de paleofontanería, que se hallaba en un pueblecito de Asturias estudiando las alcantarillas arévacas y que para llamar por teléfono tenía que coger siete transportes públicos con sus correspondencias y trasbordos (esto último, al menos, era verdad).
Cuando su madre le dijo, con voz de sospecha, que quería pruebas y no promestas, Zoe le respondió que iban a publicar una lista de los ganadores de las becas CCC en el siguiente número de Noticias del Globo Terráqueo, que si tenía mucha curiosidad que lo leyese, y que desde luego, qué poca confianza tenían en ella, que se sentía muy dolida, que jamás iba a perdonarle esa suspicacia y que TUIT-TUIT-TUIT-TUIT.
(Evidentemente, su madre no iba a encontrar ninguna lista de ganadores que la incluyese en Noticias del Globo Terráqueo, pero seguro que pasaría un rato muy agradable leyendo la historia del anciano de Navalvillar de Pela que aseguraba que tenía una imagen de Cristo impresa en la barbilla, la del hombre de Gangas del Arroyo que había encontrado un diente de Hitler en un Bollycao, la de la niña de Carrascosa del Infante que había nacido con una marca de nacimiento con la forma del brazo incorrupto de Santa Teresa, y la de la mujer de Villajoyosa del Fairiultra que juraba que Elvis vivía pared con pared con ella y todos los años se encargaba de dar el pregón de las fiestas patronales. Sorprendentemente, una de estas historias es cierta).
Corría el mes de noviembre, y, para asombro de Zoe, el tiempo había empeorado todavía más hasta hacerse francamente insoportable. Había días que tenía que ponerse todas sus túnicas una encima de otra para poder salir a la calle (excepto la blanca, que la dejaba sin estrenar por si acaso, nunca se sabía...), y aún así había tenido que ir a ver a la señora Malkin para exigirle que le hiciera una remesa de camisetas térmicas (las camisetas térmicas realizadas con magia eran de una calidad muy superior a las muggles; tenían un sistema de ventilación por aire caliente que daba un gustito cuando fuera de la camiseta nevaba...).
Por lo demás, la vida seguía siendo exactamente igual en Grimmauld Place, 12. Zoe y Lupin eran los únicos que vivían allí permanentemente, pero los Weasley cada vez pasaban más tiempo con ellos en la sede, quizá porque era mucho más grande que su madriguera esa y cabían mucho mejor y estaban mucho más cómodos (y también a que cada vez que Zoe se ponía a hacer la comida tenían que llamar a la Brigada de Reversión de Accidentes Mágicos, y Arthur empezaba a estar harto de disculparla ante el Ministerio).
Los miembros de la Orden también estaban pasando una temporada muy tranquila. Después del órdago de Bellatrix Lestrange, los mortífagos no habían vuelto a intentar ningún golpe de efecto; salvo los típicos enfrentamientos entre ambos bandos a la salida del trabajo (ya se sabe, un par de intercambios de insultos entre los aurores y los partidarios declarados de Voldemort, un "Como os cojamos os vamos a dar una patada en el trasero", dos o tres "¿Vosotros y cuántos más?", media docena de "No os lo creéis ni borrachos", algún que otro "Sujetadme que lo mato" y un número indeterminado de "La última vez porque el árbitro estaba comprado, que si no..."), la Orden se limitaba a reunirse una vez por semana, hacer el paripé de presentar algún informe que otro acerca de lo que imaginaban que estarían haciendo los mortífagos, y organizar una partida de poker clandestina o pedir una pizza y ver en el fuego de la chimenea la final de la Copa del Ministro de Quidditch ("¡Faltaaaaaaaa!" "¡Qué dices, si ha sido él quien le ha bloqueado!" "¡Ni de coña, le ha agarrado el palo de la escoba!" "¡Pero antes le ha dado con el bate en la cabeza!" "¡No tienes ni idea!" "¡Sujetadme que lo mato!" "La última vez porque el árbitro estaba comprado, que si no..." etcétera etcétera etcétera).
Zoe había organizado una pequeña empresa ilegal de fontanería en el vecindario, que las primeras semanas le había reportado muchos beneficios (incluso había llegado a un acuerdo con los gnomos para que los muggles le ingresaran el dinero en libras y ellos lo cambiaran instantáneamente en galeones y se lo metieran en la cámara acorazada sin hacer demasiadas preguntas); sin embargo, conforme iba arreglando más y más tuberías, la iban llamando menos. Y es que ese es el problema de hacer bien el trabajo: que las tuberías no se volvían a romper nunca, y en consecuencia Zoe se iba quedando sin trabajo, y por ende sin ingresos.
Como sus dos rondas semanales con Lupin por las calles nocturnas de Londres no daban para sacudirle de encima el aburrimiento (sólo para darle nuevas ideas para sacudirse de encima la resaca), Zoe empezó a buscar un método alternativo de mantenerse ocupada. Y lo encontró en la misma sede de la Orden: después de arreglar el baño, pensó que lo más apropiado sería redecorar toda la casa, que era la causa en gran medida de la depresión que la aquejaba desde septiembre. Porque Grimmauld Place, 12 podía ser una casa grande y noble, pero la solera que podía haber tenido en algún momento de su historia se había convertido en pura decrepitud, y la casona era más apropiada como escenario de una película de terror adolescente que como hogar de un montón de magos y brujas buenos. Zoe tenía pesadillas por el color marrón ceniza de las paredes, sentía escalofríos al pisar el suelo de losas negras, y tenía el impulso de enviar todo el mobiliario de la casa a otro plano de existencia unas siete veces al día.
Preguntó a Lupin a quién tenía que pedirle permiso para poner toda la sede patas arriba, y éste le dijo que escribiera a Harry (el dueño de la casa había sido Sirius Black hasta mediados de año, pero, a menos que Zoe hubiera desarrollado sin saberlo un potencial especial para la Nigromancia, no era probable que pudiera hablar con él para preguntarle). De modo que Zoe escribió a Harry Potter intentando convencerlo, intentó convencer a Molly para que le prestase una lechuza, intentó convencer a Errol de que volar quinientos kilómetros no era para tanto, intentó convencer a Errol de que levantase la pata para atarle la carta, intentó convencer a Errol de que hiciera una pirueta, intentó convencer a Errol de que se presentase con ella al concurso de Brujas Y Lechuzas Trapecistas, e intentó convencer a Errol de que se volviera en sí y viajase a Hogwarts y a cambio ella se olvidaría de lo del concurso.
Mientras esperaba a que Errol encontrase el camino, Zoe decidió organizar una excursión para mostrarle a Arthur Weasley, el auténtico forofo de los muggles, la verdadera razón de vivir de los no magos. Fred, George, Bill y Charlie se unieron a la expedición con tanto entusiasmo que hubo que echarles un encantamiento tranquilizante, y Lupin se unió a la expedición por puro y duro aburrimiento, sin atenuantes. A última hora, Tonks, la bruja del pelo de colores, se unió a la expedición por razones que sólo ella podía comprender, pero que tenían mucho que ver con que tenía la tarde libre. Había cambiado su look habitual por otro mucho más convencional: llevaba el pelo de un color castaño de lo más vulgar, y la miraba como si la culpa de que el tinte le hubiera salido mal fuese única y exclusivamente culpa de Zoe.
De modo que Zoe abrió un traslador para evitar que alguien se perdiera por el camino, y se llevó a toda aquella gente a un lugar donde Arthur descubriría finalmente qué eran los muggles, por qué se empeñaban en vivir aunque fuera sin magia y cuál era el motor de su existencia: el Santiago Bernabéu.
Dos horas después salieron del Estadio, todos cubiertos de banderas y bufandas blancas (Fred y George se compraron una blaugrana para destacar, pero, pese a estar sentados en el Fondo Sur junto a una pancarta que decía Ultras Sur Puo Barça Viva España, nadie intentó tocarles ni un pelo, vaya usted a saber por qué). Todavía comentaban el partido, y Arthur exigía a Zoe tantas explicaciones acerca del reglamento que ésta estuvo a punto de desaparecerse y dejarlos para que volvieran a Londres como pudieran. Arthur se pasó todo el camino hasta el descampado más cercano (no iban a hacer un traslador ilegal en mitad de la Castellana, por favor) planeando proponer en el Departamento de Deportes y Juegos Mágicos una versión del fútbol en la que los jugadores fueran sobre escobas de carreras.
- ¡O mejor! - exclamó -. ¡Que vuelen encima del balón! Bueno, no, claro, porque los que no estuvieran en posesión del esférico se caerían...
- Papá, ¿me quieres decir que alguien irá a ver un deporte que sólo se juega con una pelota?
- No veo por qué no, mira qué de gente hay hoy aquí...
- Pero éstos son muggles, papá.
- Bueno, pero no son tontos, ¿no?
- Tengo mis dudas...
Cuando finalmente llegó la respuesta de Harry a la pregunta de Zoe (Si consigues que esa casa tenga un estilo menos retro y más acorde con los tiempos actuales, soy capaz de donar mil galeones a la revista Tendencias Decorativas. Dale de comer a Hedwig, que cada vez que va y viene de Londres se le caen todas las plumas de la cola de desnutrición. Errol está en coma, ya os lo enviaré cuando vuelva en sí), Zoe se puso manos a la obra y empezó a planificar la mejor forma de darle un aire más alegre a semejante monumento funerario con ventanas.
Para ello contó con la ayuda entusiasta de Fred y George Weasley, que decidieron intervenir pese a que nunca se aburrían porque siempre estaban probando cosas nuevas, los tíos, y de Lupin, que se aburría como una ameba y estaba empezando a entrar en un estado vegetativo permanente (un día incluso bajó a desayunar con hojas saliéndole de las orejas, aunque aquello fue por una mala pesadilla que había tenido la única noche que había dormido con la varita cerca).
Lo primero que hizo fue planear un cambio de color, que era lo que más daño hacía a la vista. Pasó un par de tardes entretenidísimas pululando por todas las tiendas de bricolage y construcción de Londres, buscando las pinturas más apropiadas para la casa.
Como el objetivo era evitar el aburrimiento, decidió redecorar la casa al estilo muggle, porque si lo hacía con magia sólo tenía que sentarse y mirar cómo las brochas pintaban las paredes y cómo los muebles se autolojaban y autobarnizaban, y eso no iba a servirle de mucho. De modo que cada noche se sentaban a la mesa cubiertos de gotitas y churretes de pintura plástica de distintos colores (amarilla para los pasillos, rojo bermellón para el salón, verde pistacho para el comedor por aquello de incitar al hambre, un color crema monísimo para los techos del cuarto de baño y azul celeste para los dormitorios, porque les habían dicho que el azul relajaba y propiciaba el descanso o algo así).
Fred y George estuvieron a punto de cargarse un par de sofás cuando los movían para quitarlos de en medio, y a Zoe le faltó un milímetro para caerse por la ventana cuando intentaba rematar una esquina del comedor, pero por lo demás no se les dio nada mal aquello de la pintura muggle; de hecho, Fred y George se plantearon por un loco momento cerrar su tienda de artículos de broma y abrir un taller de pintores a domicilio, hasta que Lupin les quitó la idea de la cabeza explicándoles que a los muggles probablemente no les haría ninguna gracia que la pared de su comedor les gritase insultos mientras cenaban.
Una vez finalizada la tarea de pintar todas las paredes, la emprendieron con el alicatado del baño; en esto sí que Zoe pudo enseñarles a hacerlo del modo muggle como una profesional que era, y, salvo convencer a los gemelos de que no era de buen gusto abrir detrás de las baldosas de la bañera un agujero para poder observar desde la habitación de al lado, la cosa quedó mucho mejor que antes: por lo menos las losas eran de un sencillo color beige con una hilera azul oscuro, el suelo era de ese mismo azul y los sanitarios eran de un tranquilizador color blanco y un sencillo diseño moderno. Tuvieron una pequeña discusión acerca de los grifos dorados, pero al final Harry escribió diciéndoles que, mientras funcionasen y no tuvieran fantasmas llorones dentro, el color le importaba un (censurado).
Bill y Fleur exigieron que la bañera fuera de hidromasaje y tuvieron que cambiarla, y Tonks se unió a ellos en una tarde memorable en la que empezaron confeccionando cortinas y estores y acabaron jugando a las tinieblas por toda la casa.
Después, Zoe dirigió su mirada al mobiliario. Lo mirara por donde lo mirase, no había por donde cogerlo, de modo que arrasó con él y lo vendió todo en un mercadillo improvisado que montó a tal efecto, para empezar de cero.
Tuvo que escaquearse de la multa que le puso el Ayuntamiento muggle por ejercer la venta ambulante sin permiso municipal, y Arthur le evitó la multa que tendría que haber pagado al Ministerio de Magia por vender objetos mágicos a muggles. Después, acompañó a la Brigada de Investigación de Uso Incorrecto de Objetos Muggles a intentar recuperar todo aquello (al Ministerio no le gustaba nada que hubiera por ahí pululando una serie de sillas abraza-personas, mesas escupe-comidas, espejos insulta-gentes, sofás ahoga-siesteros, camas impide-adulterios y demás tonterías), y durante la tarde se pelearon con dos vendedores que querían cobrarles el triple por cada uno de los objetos, con un intermediario que aseguraba que no sabía nada de ellos y con un carterista que pretendía meterles la mano en el bolsillo.
Arthur Weasley, como es de suponer, estaba encantado.
- Míralos, qué contentos van... - dijo con tono de añoranza.
- No creo que ese que se ha quedado sin dedo vaya muy contento, la verdad.
Una vez solucionados los problemas legales, Zoe empezó a pensar en cómo sustituir las piezas que había vendido y que habían acabado confiscadas por el Ministerio de Magia. Decidió que lo mejor para paliar el aburrimiento (y también para su bolsillo, que no era cosa baladí) era hacerlos ella misma con sus manitas y sus abalorios, que pa eso se había pasado todos los domingos durante años y años enganchada a Bricomanía.
Hizo varios intentos de enseñar a Lupin, Fred y George a hacer sillas, pero como no tenían ningún tipo de habilidad muggle les encargó las estanterías de toda la casa (que, en teoría, eran mucho más fáciles de hacer, aunque por los resultados nadie podía estar muy seguro de aquello), y ella se hizo las mesas, los sofás, las camas y las butacas.
Quedaron todos tan mal que pasó un par de días pensando seriamente poner una reclamación formal a la productora de Bricomanía, porque ella había visto religiosamente todos los programas y sin embargo las cosas no le salían como al presentador ese barbudo del mono azul, qué es eso de reírse de la gente, hombre ya. Sin embargo, decidió desistir porque no tenía ganas de meterse en pleitos y además no tenía dinero para pagar a un abogado. De modo que recorrió toda la casa a escondidas dando golpecitos de varita a todas sus recientes y catastróficas creaciones, y al final la casa quedó como un catálogo de Mueble Al Día.
Llegados a este punto, Zoe pensó que lo único que quedaba para que la casa fuera una auténtica maravilla de la decoración moderna y estilosa eran un par de detallitos por aquí, algún jarroncito por allá, las típicas figuritas de adorno, alguna alfombra que cubriese el reluciente parquet que había colocado días antes y un par de cuadros que hicieran compañía al de aquella señora que gritaba tanto y que nadie había sido capaz de descolgar del recibidor (como no había quien lo despegase, Fred le había dado por encima una mano de pintura rosa fucsia, mientras la señora soltaba insultos de camionera y escupía pintura plástica como una descosida).
Y también impidió que George y Fred colgasen un espejo enorme en el techo de cada habitación, les explicó que las cortinas de color carmesí no pegaban con el resto del mobiliario y decidió apuntarles a un cursillo CCC de Decoración e Interiorismo, porque desde que iban al garito de al lado de su tienda a pasar las horas muertas se les estaba quedando un gusto fatal. Zoe y Lupin no tenían esos problemas porque cuando iban a ese bar estaban siempre tan cocidos que apenas podían pedir otra copa, como para fijarse en el estilo que tenía.
En definitiva, para lo que habían gastado y el material con que contaban, la casa quedó como para presentarla a un concurso de reformas a bajo coste. Pena que los magos no hicieran ese tipo de concursos. Lo único que no decoró fue la cocina, porque Molly se transformó en un tigre de bengala con muchos dientes (curiosamente sin cambiar de forma) y coincidieron en señalar que la cocina estaba muy bien como estaba, dónde iba a parar, y que qué falta hacía ponerse ahora a cambiarla.
