- CAPÍTULO 8 -

Redecora tu vida

Como dice la canción, la Nochebuena se vino, la Nochebuena se fue, y los de siempre se quedaron en la casa después de que los niños volvieran al cole en enero. Pero entre medias pasaron unos días bastante entretenidos, en una chabolilla muy graciosa perdida en mitad del campo (La Mondroñera, o algo así la llamaban) por no decir francamente divertidos, entre Nochebuena, Navidad, Año Nuevo, la resaca de Año Nuevo y los Reyes Magos de Oriente (los ingleses no solían celebrarlo, pero Zoe lo convirtió en una nueva tradición en la casa con el apoyo entusiasta y pro-consumista de los magos menores de edad y algunos de los mayores).

Gracias a su intercesión en favor de una segunda e inesperada remesa de regalos de Navidad, Zoe encontró la mañana del día seis de enero encima de sus zapatos con amapolas (eran los que había elegido para dejar bajo el árbol de Navidad, porque si se le estropeaban o las amapolas acababan chafadas no le importaba en absoluto) una gran cantidad de paquetes con su nombre.

Recibió como regalo un enorme libro auto-lector de Historia de la Magia: Del Mesolítico a la Época Actual (que le envió por correo Hermione Granger, que no podía asumir que Zoe viviera en la más absoluta ignorancia respecto a aquella cuestión); doscientas bolsas de gominolas que cambiaban de sabor cuando te las comías (cortesía de Ron y Ginny Weasley); un costurero (regalo de Harry, "por si quieres ponerte a hacer tapetitos también para adornar las mesas", dijo el muy sinvergüenza); un kit de Haga estallar su propio barrio (de Fred y George Weasley); un dragón de trapo que hacía Groooooaaaaaaaaaarrrrr ("así te evitas destrozarte la garganta con las onomatopeyas", dijo Charlie con un guiño; como el guiño no parecía tener segundas intenciones y lo de las onomatopeyas tampoco, Zoe aceptó la marioneta con una sonrisa); una estancia de una semana en un magilneario (de parte de Bill, porque Fleur llevaba unos cuantos meses diciéndole a Zoe que se hiciera una limpieza de cutis que tenía los poros fatal); un jersey de lana de oveja merina con un encantamiento anti-estiramiento incorporado ("por si vuelves a encontrarte con un dragón estando por ahí mi hijo Charlie", dijo Molly); una radio mágica con conexión a la cadena CM ("Los Cuarenta Magistrales", le explicó Tonks; "Así te enteras de una vez de quiénes son Las Brujas de Macbeth"); el Reglamento del Nuevo Juego del Futbbolitch (Arthur Weasley se lo entregó henchido de orgullo); y una caja de botellas de Beefeater ("Pero con la condición de que la compartas conmigo, ¿eh?", dijo Lupin).

A cambio, ella les hizo a cada uno de ellos una estantería de regalo (era una broma, pero ninguno pareció tomárselo con demasiado sentido del humor... Menos mal que Zoe fue capaz de arreglar la situación entregándoles unas camisetas de Osborne y unas figuritas de cerámica que representaban a un torero vestido de luces; era lo más jorrible que había encontrado en la Duty Free del aeropuerto internacional de Londres, pero a todos les gustó tanto que incluso la felicitaron por los entrantes de cocina experimental que había preparado para la comida sin que Molly se enterase).

Sus padres le enviaron una suscripción anual al Noticias del Globo Terráqueo acompañada de una nota:

Es una revista muy interesante, gracias. Dinos dónde demonios estás, en el número de diciembre dice que en Asturias no hay alcantarillas arévacas.

Besos, Papá y Mamá.

Para cuando los más jóvenes volvieron a Hogwarts (gruñendo y quejándose porque tenían que entregar un trabajo para Defensa Contra las Artes Oscuras y al parecer el profesor que les daba esa asignatura era ni más ni menos que Snape, el que se suponía que tenía que darles Pociones... Zoe dejó de intentar comprender las aspiraciones direccionales de Dumbledore: la forma en que llevaba su colegio era, absurda o no, suya), el tiempo parecía más propio del barrio de Nanuk El Esquimal que de la capital de un país civilizado muy al sur del Círculo Polar Ártico. Pese a que pueda parecer lo contrario, no es que Zoe estuviera habituándose a esa costumbre netamente británica de hablar a todas horas del tiempo; simplemente era que la climatología estaba a punto de causarle un ataque de nervios.

Pensando en el frío de peotas que hacía en aquel país de locos pasó el mes de enero y un buen día Zoe se encontró a medidados de marzo sin saber muy bien qué había ocurrido y quién había sido el idiota que había manipulado el calendario y se había saltado un mes así, sin avisar y sin anestesia. Siempre pasaba lo mismo: a esas alturas del año, y más conforme se acercaba a la fecha fatídica, el tiempo parecía ir a saltos descontrolados, las semanas tenían apenas unas horas y en un día apenas le daba tiempo de hacerse la cama antes de tener que volver a meterse en ella.

Una mañana se despertó sintiéndose mucho más vieja, mucho más estropeada, con mucha menos salud y muchas menos ganas de hacer absolutamente nada, y menos aún de permitir que nadie le tocase mucho los coones.

Fue el día que cumplió treinta años.

Bajó a la cocina para desayunar arrastrando los pies y el alma, entró, saludó a Molly con un gruñido ininteligible y soltó una carcajada amarga al darse cuenta de que Molly no estaba allí, porque los Weasley habían ido a su madriguera a pasar una breve temporada (uno o dos minutos, a juzgar por cómo pasaba el tiempo de raro en esa casa).

Mucho mejor... Así no tendría que soportar que nadie la felicitase por su cercanía a la senectud. Zoe frunció el entrecejo mientras empezaba a reunir los ingredientes para hacerse una tortilla de aguacate y pepino con salsa de zarzamora, que, además de ser buenísima para las líneas de expresión, las patas de gallo, la flaccidez, el descolgamiento, los radicales libres y las arrugas en general, estaba buenísima, dijera lo que dijera Molly Weasley. Si oía a alguien hablar de cumpleaños era capaz de cometer un asesinato preventivo con mutilación y desparrame de tripas en general.

- ¡Muchas felicidades, Zoeeeeeeee! - exclamó una voz alegre a su espalda.

- ¡Hostia puta! - gritó ella, lanzó la sartén hacia atrás con toda su mala leche y salió despendolada de la cocina, ignorando la expresión de desconcierto que Lupin tenía debajo de la capa de huevo batido y trozos de aguacate.

Un rato después se dirigió a la habitación de Lupin para disculparse por su arranque de mal genio. Ya tenía bastante con sentirse fatal por haber cambiado de década y estar a un paso de ser una vieja pelleja, como para encima tener que cargar con un enorme complejo de culpabilidad por haber sido grosera con Remus Lupin, que no se lo merecía y era un encanto en todas las circunstancias (y en todas sus encarnaciones).

Pero cuando llegó frente a la entrada de su habitación, se quedó petrificada y no fue capaz de entrar a decir absolutamente nada. Y, por los sonidos que flotaban hacia ella a través de la delgada puerta de madera, pensó que, si entraba en ese momento, iba a tener que estar disculpándose con Lupin y con Tonks aproximadamente once meses y medio.

Cuando escuchó un gemido especialmente fuerte de la garganta de Tonks y una risita de Lupin, notó una sensación muy extraña: fue como si su estómago se desplomara en un instante hasta chocar fuertemente contra sus tobillos. Al mismo tiempo, un escalofrío trepó por todas sus vértebras y, tras un recorrido a lo largo de su columna, se instaló justo encima de su nuca. Por otra parte sintió como si un puñal se le clavase justo en los riñones y escarbase hasta llegar al estómago. Temió que la tortilla del desayuno le hubiera sentado mal, pero desechó la idea al recordar que ni siquiera había llegado a hacerla. Entonces su temor fue haber contraído algún virus realmente chungo de origen británico que fuera a matarla justo el día en que cumplía tan avanzada edad.

Déjate de rollos: lo que te pasa es que estás celosa. Su cerebro solía intervenir en sus pensamientos con mucha más frecuencia de la que a Zoe le gustaba.

Ni de coña, respondió. Estoy muy enferma...

La increpación a su cerebro consiguió lo que no habría logrado hacer sin ayuda: le devolvió la movilidad, aunque no le quitó los síntomas de su enfermedad mortal. De hecho, un susurro de "Sí, sí, ahí" proveniente del interior de la habitación acentuó su malestar e hizo que la cabeza, cerebro incluído, comenzase a dar vueltas a una velocidad vertiginosa.

Temiendo ir a vomitar en el pasillo, Zoe se dio la vuelta con la mayor rapidez de que fue capaz sin dejarse alguna parte de su anatomía por el camino y se alejó de la habitación de Lupin procurando no hacer ningún ruido.

Una vez en su propio dormitorio, Zoe se sentó en la cama y bajó la cabeza, rogando porque aquellos extraños dolores y sintomatología adversa en general se disipasen cuanto antes. Pensó en meterse en la cama para pasar el mal trago durmiendo, que es la mejor forma de pasar cualquier tipo de enfermedad. Sin embargo, las carcajadas que soltaba su cerebro dentro de su cabeza no sólo no la ayudaban en absoluto, sino que estaban haciendo que se sintiese peor.

Déjame morir en paz, jodío capullo, le espetó.

No estás enferma, pichoncita. Estás celosa...

Ya te he dicho antes que no, lárgate.

Piensa lo que quieras, pero todos los síntomas coinciden, así que...

Ah, ¿ahora eres médico?, preguntó sarcásticamente.

No. Ni falta que me hace. Estás más celosa que la de Atracción Fatal, así que deja de pensar gilipoeces que me das dolor de cabeza.

Mira quién fue a hablar...

Curiosamente, el enojo que sentía hacia su cerebro disipó en gran medida sus extraños síntomas, aunque seguía teniendo el estómago muy pesado y ese escalofrío escalador seguía patrullando sus vértebras.

Hasta que no lo asumas no vas a poder librarte de ese gusanillo que baila en tu estómago, moza.

¿Gusanillo?, pensó Zoe. Más que un gusanillo es una tenia o solitaria...

Su cerebro rió escandalosamente. Zoe se enfureció y sacudió la cabeza para obligarlo a callar golpeándolo contra los huesos de su cráneo.

Estás celosa.

No...

Sí.

Pero...

Sí.

Zoe se obligó a realizar una introspección (no estaba muy acostumbrada, así que al principio le costó un gran esfuerzo, sobre todo porque su cerebro no se quedaba calladito ni aunque le amenazara con practicarse una lobotomía.

No estaba celosa. Lo que ocurría es que se había sentido dolida porque Lupin no le había contado nunca que estaba liado con esa zorrona de Tonks, y ella había confiado en él, había pensado que él confiaba en ella...

Estás celosa.

¡Cállate!

Mira, digas lo que digas estás colada por ese hombre, por mucho que me hagas una disertación digna del Nobel acerca de la amistad y sus valores. No estás jodida porque no te lo haya contado, estás jodida porque está liado con ella.

¿No te he dicho que te calles?

Lupin te mola, Lupin te mola, Lupin te mola..., canturreó su cerebro, poniéndola de los nervios y contemplando seriamente la posibilidad de sacárselo por las orejas.

Así era imposible concentrarse en los derechos y deberes de los amigos declarados, y mucho menos cuando al canturreo de su cerebro se le unió el baile la tenia que habitaba su estómago, que hizo un par de giros con una alegría inusitada en un bicho de esas características.

¿Era posible que estuviera colgada de Lupin? Lo cierto era que nunca se lo había planteado, porque siempre lo había visto como a un buen amigo... Pero las tenias no nacían en el aparato digestivo de una por una amistad, ¿no? Zoe se pasó la mano por la frente, tratando de pensar con claridad, mientras su cerebro le cantaba al oído ¡Que se beeesen, que se beeesen, que se beeeesen!.

No le gustaba Lupin... Sólo era que la había decepcionado su mal gusto, porque vamos, mira que liarse con esa zorrona de Tonks... Hay que tener mal gusto, se dijo, con semejante zorrona, es que desde luego, qué mal gusto, ya no se puede confiar en nadie...

Lupin te mola, Lupin te mola, Lupin te mola...

¡A callar!

...te mola, Lupin te mola, Lupin te mola...

La tenia se confabuló con el escalofrío escalador de vértebras y ambos comenzaron a moverse al ritmo de los cánticos populares de su cerebro. Zoe estuvo a punto de gritar de frustración. Pero, cuando volvió a aparecer el cuchillo en sus riñones y se puso a escarbar siguiendo el compás, tuvo que admitir la verdad. Bajó la cabeza, derrotada.

Lupin me mola.

La carcajada de su cerebro resonó en todos y cada uno de los huesos de su esqueleto.

¿Cómo había ocurrido aquello? Zoe no quería estar enamorada de Lupin. Y mucho menos ahora que sabía que estaba liado con esa zorrona. Se levantó de la cama, más enfadada que deprimida, y se dirigió hacia la cómoda. Cogió la radio mágica y dedicó la tarde a destrozarla pieza a pieza, meticulosamente, enfocando todo su cabreo en ella, hasta que sólo quedó un montoncito de chips y hierrecitos de aspecto curioso que emitían un leve sonido que podía confundirse con música.

Mientras se dedicaba a ello, pensaba diversas teorías que explicasen el hecho de que Lupin no le hubiera contado lo suyo con Tonks (esa zorrona). Pero claro, era lógico, pensó Zoe, porque como dice la canción Una aventura es más bonita si se lleva en secreto y ellos pretendían prolongar el morbo, o bien, se enfureció Zoe, porque si lo hubiera sabido nunca habría querida liarse con Lupin, y él nunca quemaba sus naves, o bien, se deprimió Zoe, igual pensaba que Zoe habría querido unirse a la juerga, y nada le atraía menos que la idea de ver a Zoe en ropa interior...

Esa noche bajó a cenar bastante más enfadada de lo que estaba antes de desmontar la radio mágica que Tonks le había regalado. Bien, es lógico, después de una tarde entera oyendo a su cerebro cantarle al oído el hit parade de los institutos públicos, empezando por Qué guapos son los chicos de mi Orden y terminando con En la puerta de la sede, ede, hay un charco y no ha llovido, ido, son las lágrimas de Zoe, oe, porque Lupin no la ha elegidoooooo, cualquiera estaría al borde del asesinato o del suicidio. Más si acababas de descubrir que te gustaba uno que estaba liado con una zorrona. Y más si encima llevabas veinticuatro horas sin comer.

Entró en la cocina con ganas de morder las paredes. Lupin estaba allí sentado, sólo (la zorrona ya se habría ido; para que Zoe no sospechase nada y no le echase a perder el lío, supuso Zoe... La muy zorrona). La miró, intimidado, y, cuando comprendió que Zoe no iba a decir ni una palabra, agitó la varita e hizo aparecer frente a ella una tortilla de aguacate y pepino con salsa de zarzamora.

- Te he guardado esto... - dijo, inseguro. Zoe respondió con un gruñido y se dispuso a zamparse la tortilla cuanto antes para salir de allí a la velocidad absurda. Sólo le echó una mirada fugaz antes de centrarse en su comida, pero bastó para que la tenia en su estómago diera un brinco, alborozada.

Pero mira que está bueno este hombre...

Pues lo siento, chata, pero mucho me temo que está liado con Tonks.

Esa zorrona...

- ¿Te pasa algo, Zoe? - preguntó Lupin. Zoe ni siquiera levantó la mirada, y se puso a perseguir con el tenedor un trozo de tortilla que se le había escapado antes y que trataba de huír desesperadamente de ese palo con pinchos enormes -. ¿Es porque es tu cumpleaños?

- Hombre, muchas gracias - gruñó Zoe, agarrándose a la excusa como a un clavo ardiendo -. Ya casi había conseguido olvidarlo, pero gracias por recordármelo.

Lupin soltó una carcajada que a Zoe le sentó a cuerno quemado. De modo que aún tenía ganas de reírse de ella... Seguro que un rato antes se había reído mucho, junto con la zorrona...

- ¡Pero Zoe! - exclamó un Lupin sonriente -. Se supone que hay que alegrarse cuando se cumplen años, no ponerse hecha una fiera...

- Sí, claro - contestó Zoe, bajando la mirada para evitarse el disgusto de verlo riéndose de ella -. Porque siempre es mejor cumplirlos que no cumplirlos, ¿no?

- Claro - dijo Lupin alegremente -. Mira, yo tengo más años que tú y no me deprimo, ¿ves?

- Ya - musitó Zoe -. Pero seguro que te deprimiste cuando cumpliste los treinta.

- Bueno... un poco - admitió Lupin sin dejar de sonreír -. Pero venga, mujer, arriba ese ánimo, ¡que estás estupenda para la edad que tienes! - añadió, en un claro intento de hacerla reír -. ¿Quieres que vayamos a tomar una copa para celebrarlo? Hay dos por uno en el Caldero Chorre...

- No, gracias - le cortó Zoe, y se puso en pie de golpe. Ese "estás estupenda para la edad que tienes" se lo iba a tener que tragar sin empujar con pan, el muy cretino.

Y salió de la cocina sin despedirse ni siquiera con un ademán, dejándolo allí abandonado, desconcertadísimo, con un par de invitaciones a copas en la mano y un montón de platos sucios encima de la mesa.

El primer día que Zoe actuó como una quinceañera enfurruñada (no le dirigió la palabra, ni siquiera se molestó en mirarlo, lo esquivaba escondiéndose por todos los rincones de la casa e incluso cuando salieron de ronda se las arregló para ir a cinco metros de distancia) Lupin reaccionó como Zoe esperaba: se alejó de ella y procuró no forzarla a hablar ni a aguantar su compañía. Era de esperar, pues Zoe ya contaba con que, ante la más mínima dificultad, Lupin mostrara lo que realmente sentía hacia ella: nada, ni siquiera el más leve compañerismo.

Sintiéndose fatal al comprender que la había engañado durante todos esos meses, y rabiando al imaginar lo que habría tenido que reírse en brazos de la zorrona al contarle que Zoe creía que eran amigos, se encerró aún más en sí misma y se aisló por completo del mundo exterior. Su estado de ánimo oscilaba entre la depresión más profunda (no hay nada que hacer, si es que soy muy fea, me voy a quedar soltera y entera como dice mi madre, igual debería volver a casa con ellos, por lo menos mi mami me quiereeeee) y la furia más inmensa (menudo peazo de ijoepua, qué callado se lo tenía, y lleva siete meses ocultándome el muy cabrón que se está tirando a la zorrona esa, ¿dónde está la radio que me regaló? Voy a destrozarla... Vaya, si ya lo he hecho, me cagóntó...).

Conforme pasaban los días, Lupin empezó a hacer tímidos intentos de acercarse a ella. Zoe le regaló una actuación sublime de desinterés y desidia, y no salió de su ensimismamiento en ningún momento de la semana. De hecho, cuantos más días pasaban, más se reafirmaba en su idea de no volver a mirar siquiera a Lupin a la cara.

Pero no contaba con que Lupin no tenía ni la más mínima intención de permitir que Zoe lo ignorase.

Una semana después de su cumpleaños, Zoe estaba en la cocina, cenando, después de haber esquivado a Lupin por toda la casa para no tener que compartir la comida con él. Por eso cenaba un poco más tarde de lo normal, y por eso se había limitado a prepararse un bocata de jamón en lugar de uno de sus afamados platos de nouvelle cuisine (aparte de porque no estaba de humor, como atestiguaba el hecho de que llevaba puesta la túnica negra que la había acompañado toda la semana).

Lupin entró en la cocina cuando ella acababa con las últimas migas del bocata, miró a su alrededor para comprobar que no había sartenes llenas de huevo batido por los alrededores, cerró la puerta y se apoyó contra la lámina de madera, con la clara intención de no dejar salir a nadie de allí hasta que él quisiera.

Zoe se levantó con parsimonia, recogió las migas que habían quedado desperdigadas sobre la mesa y se dirigió hacia la puerta. Podía tener que aguantar la compañía de ese sinvergüenza liado con una zorrona durante la ronda nocturna, pero no tenía por qué soportarlo más de lo necesario.

Lupin la impidió salir por el sencillo procedimiento de agarrarla fuertemente con los brazos para que no fuera capaz de hacer ni el más mínimo movimiento de cejas para abajo. Zoe se debatió unos segundos, con muy poquito éxito.

- ¡Suéltame! - exclamó, furiosa. Lupin se limitó a apretarla con más fuerza.

- No - dijo tajantemente. Zoe levantó la mirada y clavó en Lupin lo que esperaba que fuera unos ojos asesinantes.

- Suéltame - repitió en un susurro amenazador.

- No - volvió a decir Lupin -. No hasta que me digas qué demonios te pasa.

Zoe cerró la boca, obstinada.

- ¿Qué te he hecho, Zoe? - preguntó Lupin bruscamente. Por su tono de voz, parecía estar tan enojado como ella.

Zoe no movió ni un músculo. De modo que estaba enfadado... ¡Pues no tenía derecho a estar enfadado, joder! Era ella la que tenía todos los derechos reservados en ese aspecto. Se debatió de nuevo, intentando alcanzar su varita con una de las manos que tenía aprisionadas contra la espalda, tan furiosa que mentalmente repasaba todos los hechizos transmutadores hombre-planta que conocía.

- Estate quieta - dijo Lupin, apretándola tan fuerte que la hizo daño.

- Déjame en paz.

- Dime qué te he hecho - volvió a decir él.

Zoe se enfureció tanto que quiso volver a tener libertad de movimientos en las piernas aunque sólo fuera para darle una patada en la espinilla a semejante cretino.

- ¡Con que quieres saber qué me has hecho! - explotó Zoe, más furiosa todavía al comprobar que no podía hacer ni el movimiento muscular más leve para agredirle -. Qué me has hecho... ¡Eres un cabronazo, Remus Lupin! ¡Déjame en paz!

Sintió un asomo de satisfacción al ver el gesto de desconcierto en el rostro de Lupin. Pero se recuperó muy pronto, y, al parecer, todavía más enfadado que al principio. Zoe sentía el cuerpo acalambrado.

- ¿Qué te he hecho? - dijo Lupin por tercera vez, con un tono que no admitía excusas, disculpas o rodeos.

- ¡De modo que decías que eras amigo mío! - gritó Zoe, descompuesta -. ¡Te voy a decir yo por dónde me paso tu amistad! Exactamente por el mismo sitio por el que te la has pasado tú...

- ¿Q-qué? - Lupin parecía desconcertado, aunque eso no le restaba enojo a su expresión.

- ¡Amistad! ¡Ja! ¿Y cuándo pensabas decirme que estabas liado con esa... esa... con Tonks? ¡Se supone que los amigos se cuentan esas cosas! ¡Y tú has estado siete meses haciendo...!

La interrumpió una carcajada que soltó Lupin, tan repentinamente que Zoe pensó por un momento que estaba gruñendo en lugar de reír. Aquello no hizo más que enfadarla más todavía.

- ¡No te rías! ¡Pedazo de mamón!

Lupin reía tan fuertemente que hasta tenía lágrimas en los ojos. Sonriendo, miró a Zoe, sin soltarla pero apretándola menos entre sus brazos (por lo menos su circulación volvía a estar más o menos operativa).

- Pero serás tonta...

- ¡Y no me llames tonta! - Zoe estaba entrando en un estado de histeria bastante profundo.

- Es que eres tonta, Zoe - dijo Lupin sin dejar de sonreír -. Pero ¿de dónde te has sacado que Tonks y yo somos amantes? - preguntó Lupin con una sonrisa burlona.

Zoe se lo quedó mirando unos instantes.

- Te ví - afirmó -. Y...

- ¿Me viste? - dijo él, levantando una ceja. Zoe bajó la cabeza.

- Bueno... te oí. ¡Pero lo que oí no me dejó ninguna duda de que...!

- ¿Cuándo? - le espetó Lupin con brusquedad, aunque no parecía enfadado en absoluto a esas alturas.

- ¿Qué importa...?

- ¡Cuándo!

- El... hace una semana - dijo Zoe, encogiéndose -. En tu habitación.

Lupin volvió a soltar una carcajada.

- Serás tonta... - repitió.

- ¡Tonta, una mierda! ¡Resulta que ahora me llamas...!

- Zoe - interrumpió Lupin, sonriente -. Aquel día Tonks estaba en mi habitación... ¡porque le estaba dando un masaje! Verás, desde que Bellatrix Lestrange la hirió hace casi diez meses tiene un hombro que no le funciona muy bien, y cuando no puede ir a San Mungo nos pide a alguno que le demos un masaje para quitarle la rigidez... A cualquiera de nosotros, no sólo a mí - añadió -, tontita...

Zoe entrecerró los ojos.

- Eso no se lo cree nadie, tío - dijo con dureza.

Lupin volvió a reír.

- Vale - dijo -. Así que no te lo crees. Bueno - se encogió de hombros -, aún así, ¿a ti qué te importa?

Zoe abrió mucho los ojos, sorprendida.

- ¿Qué?

- Quiero decir - continuó Lupin - que vale, imaginemos que estoy liado con Tonks. Pero eso a ti no tiene por qué importarte, ¿no es así? ¿Por qué te enfadas?

Zoe abrió y cerró la boca varias veces, desconcertada.

- Po-porque... porque...

Lupin sonrió ampliamente, y, aprovechando que ya estaba lleno de brazos por todas partes y todos alrededor del cuerpo de Zoe, la abrazó fuertemente, aunque cuidando de no volver a cortarle la circulación. Permaneció así hasta que Zoe dejó de debatirse y se quedó quieta. Después la miró fijamente a los ojos.

- Mira que eres tonta... - susurró. Bajó la cabeza lentamente. Y la besó.

La tenia de Zoe se volvió repentinamente loca dentro de su estómago, y empezó a dar unos giros, vueltas y revueltas rapidísimos que hacían que incluso sus riñones se estremecieran. El escalofrío trepador subió hasta la nuca y comenzó a hacer algo similar a lo que hacen los focos de una discoteca en la hora feliz. Y las rodillas se le doblaron tan repentinamente que Lupin tuvo que sostenerla para que no cayera al suelo. Zoe sintió el beso de Lupin hasta los dedos de los pies.

- Más tarde - dijo Lupin al cabo de un rato, apartándola de sí con visible esfuerzo y mirándola con los ojos casi cerrados -. Ahora tenemos que irnos de ronda, pero te juro que cuando volvamos te vas a enterar de lo que es un hombre lobo hambriento.

- ... - musitó Zoe.

Lupin se la quedó mirando unos instantes. Después la soltó y se dio la vuelta para abrir la puerta, dejando a Zoe en un equilibrio tan inestable que estuvo a punto de caerse al suelo en una postura poco digna. Recuperó el equilibrio y lo miró, indignada. Pero se le pasó el enfado cuando Lupin torció levemente la cabeza, la miró y guiñó el ojo.

- Vámonos - dijo Lupin -, o voy a tener que demostrarte ciertas cosas encima de la mesa, y no creo que a Molly le hiciera ninguna gracia.

La tenia de Zoe bailó una danza húngara en su aparato digestivo. Ahora sí que sí...

Salió detrás de Lupin, sin poder reprimir una sonrisita estúpida.