- CAPÍTULO 9 -
No te me pongas chulo que no te lo aguanto
La ronda de aquella noche fue una de las más absurdas que habían hecho en todo el año. Si normalmente esos paseos eran inútiles, servían más bien de poco a la causa de la Orden y lo único que sacaban en claro era un pequeño dolor de pies y un enorme dolor de cabeza, aquel fue directamente la pérdida de tiempo más grande de la historia de las guerras encubiertas o declaradas. Pérdida de tiempo para la lucha contra Voldemort, por supuesto; para ellos dos fue una de las noches más agradables de su vida.
Con el proverbial egoísmo de los que se gustan y además lo saben, Lupin y Zoe sólo tenían ojos el uno para el otro. Las sombrías y despobladas calles de Londres no tenían ningún tipo de interés para ellos, excepto como marco para hacer de protagonistas de una película especialmente edulcorada. En las escasas ocasiones en que miraban a lo que les rodeaba, lo hacían sin verlo realmente; era el fondo, el escenario, donde se colocaba en esos momentos la persona amada. Sólo les faltaba una canción de ritmos lentos y subida de un semitono al final que incluyera la palabra "love" en el título para ser la perfecta estampa de los dos actores principales de una comedia romántica hollywoodiense. Para lo que les importaba a ellos, Voldemort podía estar dos calles más abajo celebrando un mítin electoral, y ni aún así se habrían enterado.
Lo cierto es que Dumbledore no debería haberlos hecho salir de ronda aquella noche. Y si hubiera sabido que en esos momentos ambos estaban tan ensimismados que no veían nada más allá del otro, probablemente no les habría permitido que fueran.
Porque no estar pendiente de lo que ocurre a tu alrededor puede ser peligroso.
Por eso Zoe tardó un segundo de más en reaccionar cuando Lupin cayó al suelo, inconsciente, sin proferir ni un quejido.
- ¡Expelliarmus! - gritó una voz detrás de ella. Su varita salió disparada de su túnica antes de que tuviera tiempo siquiera de sacarla, y rebotó contra el portal de una casa, cayendo a dos metros de distancia, inútil.
Miró en esa dirección, sin acabar de asimilar que estaba sola y desarmada en mitad de una calle de Londres de noche y con alguien apuntándole a la rabadilla con una varita mágica, y lo único que fue capaz de hacer fue hacer un gesto para acercarse a Lupin.
- Quieta - dijo la voz -. Mírame.
Zoe se dio la vuelta lentamente, muy lentamente, tan lentamente que, de hecho, para cuando se hubo girado por completo ya debía estar amaneciendo. Después, se enfrentó al propietario de la voz que la había desarmado y levantó la mirada. Y hasta su tenia soltó un respingo.
Era una mujer. Vale, hasta ahí nada horrible ni horroroso. Tampoco era horroroso su aspecto, aunque era evidente que había conocido tiempos mejores: ya no era una niña, debía estar bien plantada en la cuarentena, y además no la llevaba nada bien. Su piel estaba estirada sobre unos pómulos altos y una mandíbula huesuda, y no escondía la forma de ninguno de los huesos del rostro. El cabello negro caía en ondas sobre sus hombros, fino, sin vida, deslustrado, obviamente necesitado de un buen tratamiento nutritivo a base de aceite de jojoba. Pero fueron sus ojos los que hicieron que Zoe diera un respingo y abriese aún más los suyos propios. Unos ojos que se abrían camino entre unos párpados caídos y unas oscuras y abolsadas ojeras. Unos ojos que, a despecho del marco tan poco agradable que tenían, brillaban febriles y fanáticos, como si su propietaria fuera una integrista de cualquier religión y además tuviera potestad de mandar a la hoguera a cualquiera que no opinase como ella.
Y, además, Zoe ya había conocido antes a aquella mujer. Recordó un bosque perdido en lo alto de una montaña rumana, un muggle daltónico cargado con una fusta, un montón de chispitas verbeneras volando por los aires... Miró a su alrededor, pero no parecía haber por allí ningún mago pelirrojo con pecas para distraer a aquella bruja. Y mucho menos, y mira que Zoe sentía tener que admitirlo, un dragón que dijese Grrroooooaaaaaaarrrrr y le pusiese las patas encima.
Bellatrix Lestrange sonreía, con los fríos ojos clavados en ella, sin dejar de apuntarla con la varita.
- Mira qué bien - dijo, torciendo la boca -. Dos miembros del club de Dumbledore por el precio de uno. Y sin tener que hacer demasiado esfuerzo... Mi señor estará contento - añadió, y un brillo fanático apareció en los ojos negros como escarabajos peloteros -. Por fín le llevo al hombre lobo... - hizo un gesto en dirección a Lupin -. Creí que me lo pondría más difícil, pero ya veo que lo había sobreestimado. Hacía tiempo que mi señor quería verlo: no le gustaba nada que una criatura de naturaleza maligna se opusiera a él.
"Y tú, por supuesto - dijo a Zoe -. Charlie Weasley dijo que no pertenecías a la Orden del Fénix, pero ya veo que mintió. No sé de dónde habrás salido, pero estoy segura de que mi amo te encontrará alguna utilidad.
Zoe sacudió la cabeza para aclarar sus pensamientos, sin desviar la mirada de la varita de Bellatrix. Pero por mucho que se exprimió el cerebro (Anda que no hablas cuando nadie te necesita y ahora que quiero que me digas qué hacer te quedas callado, cacho cobarde...) no fue capaz de hallar una salida para aquella situación. Lupin seguía desmayado. Su varita yacía en el suelo, inalcanzable. No había magos pelirrojos ni dragones con muchos cuernos, dientes y patas. Ni siquiera había ningún muggle trasnochador a quien pedirle a gritos que llamase a la Guardia Civil. Lo único que Zoe podía hacer en esos momentos (aparte de acoonarse mucho) era ganar tiempo. Y eso, por fortuna, se le daba bastante bien.
Irguió la cabeza, desafiante, y trató de imprimir en su voz un tono ligero que no dejase ver el temblor de sus piernas.
- Es curioso - dijo, e incluso intentó esbozar una sonrisa que más bien parecía una mueca de dolor de muelas -. De modo que tu señor te envía a buscarme y no te dice quién soy... No debe confiar mucho en ti, ¿no te parece?
Fue un disparo a ciegas, y ella fue la primera en sorprenderse cuando funcionó. Bellatrix se quedó aún más pálida de lo que era de natural, y aferró la varita fuertemente, con la mano temblorosa.
- Mi señor tiene sus motivos para enviarme a por ti - dijo con un graznido -. Y también los tiene para no explicarme sus planes. Y yo... yo obedezco - añadió.
Zoe levantó una ceja.
- ¿En serio? - dijo -. ¿Y eso?
- No te importa - respondió Bellatrix, entrecerrando los ojos en un gesto de odio.
- Vale - Zoe se encogió de hombros, rezando para que sus vértebras se quedaran en su sitio y no empezasen a entrechocar las unas contra las otras, como notaba que estaban queriendo hacer todos los huesos de su cuerpo -. Dime una cosa... Creía que vosotros preferíais no dejaros ver, y que no atacábais nunca en mitad de la calle... Pensaba que preferíais actuar un poco más... digamos, en secreto.
- Y así es - Bellatrix esbozó una sonrisa burlona -. Pero no iba a dejar escapar la oportunidad de llevarme a dos de los vuestros cuando se me ponen a tiro tan alegremente, ¿verdad? -. Soltó una carcajada -. Hay que ver... Mi señor tenía razón, la gente como vosotros no es apta para una lucha de estas características.
Zoe volvió a encogerse de hombros.
- En fin - continuó Bellatrix -, ahora tú, el licántropo y yo vamos a hacer un viajecito. Supongo que te gustaría preguntarle a mi amo por qué quería verte, ¿no?
- No tengo muchas ganas, gracias. Otra vez será...
- No me toques los huevos - dijo Bellatrix en tono peligroso -. Vamos a ver al Señor Tenebroso, y estoy segura de que él, por lo menos, estará encantado de veros.
- Si quieres llevarme ante él - dijo Zoe, repentinamente seria -, tendrás que matarme antes.
Bellatrix esbozó una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
- No sabes lo mucho que disfrutaría haciéndolo - dijo -. Pero mi señor os querrá vivos, así que le dejo a él el gusto, para cuando le hayas contado todo lo que quiere oír de ti.
- No pienso soltar ni media - dijo Zoe bruscamente.
- Oh, sí que lo harás - contestó Bellatrix -. Y mi señor disfrutará obligándote, si eso es lo que quieres que haga. Adelante, resístete - añadió, relamiéndose como una gata -. Yo también me merezco un poco de diversión.
Zoe tensó todos los músculos del cuerpo, buscando desesperadamente una forma de conseguir lo que quería sin su varita. No iba a permitir que Bellatrix Lestrange se la llevara a ver a Voldemort, para que éste le sacase toda la información que tenía acerca de la Orden. Y, lo mirara por donde lo mirase, la única solución que veía, la más obvia, era también la que menos le apetecía. Zoe se exprimía el cerebro buscando la manera de conseguir que Bellatrix Lestrange tuviera que matarla.
En ese momento, Lupin hizo un movimiento y soltó un gemido. Bellatrix desvió un instante la mirada hacia él, y Zoe, siguiendo más un impulso que un pensamiento coherente, se lanzó hacia ella y, sin saber muy bien cómo, se las arregló para asestarle un puñetazo en la mandíbula que ni Mohamed Alí.
La pilló totalmente de sorpresa. Como era de esperar, Bellatrix suponía a Zoe totalmente indefensa sin la ayuda de la varita. Pero Zoe había crecido como una muggle, y todos aquellos años de pelearse a tortazo limpio con sus primos, sus vecinos, sus compañeros de instituto y cualquiera que le pusiera mala cara habían hecho que no estuviera indefensa, ni mucho menos, sin una varita. Si hubiera tenido una tubería de hierro en la mano, haría tiempo que aquella mujer estaría con la cara del revés. Bellatrix tropezó y dio un paso atrás, desorientada. Zoe aprovechó el momento para obligarla a soltar la varita de un manotazo, y la zarandeó hasta que cayó al suelo. Se tiró encima de ella en una llave de pressing catch que habría enorgullecido al matón más salvaje de los suburbios de cualquier ciudad, y rodeó el cuello de su enemiga con las dos manos. Apretó.
Al cabo de un rato de forcejeos, Bellatrix Lestrange se fue debilitando lentamente. Zoe miró a su alrededor y vio, con un sobresalto, que la varita de aquella bruja estaba junto a una de sus rodillas. Soltó una mano, con cuidado de no dejarla respirar, aferró la varita y apuntó al rostro demacrado.
- ¡Desmaius!
El chorro de luz roja salió de la varita, y, sin pararse a mirar cómo golpeaba, Zoe se incorporó y corrió hacia su propia varita, que permanecía (como una buena varita) inmóvil junto a la puerta de una casa que permanecía en penumbra. Antes de que la cabeza de Bellatrix cayera hacia atrás y golpease el suelo con un golpe sordo Zoe ya había recuperado su arma.
Sin perder un instante en contemplar el cuerpo desmayado de Bellatrix Lestrange, corrió hacia Lupin, que yacía tumbado en el suelo, desmadejado.
- ¡Remus! - exclamó, dejándose caer en el suelo a su lado -. ¿Remus? -. Lupin abrió los ojos lentamente, y lo que inició como una sonrisa acabó siendo una mueca de dolor -. ¿Estás bien?
Sin embargo, antes de que pudiera siquiera acercarse lo suficiente como para mirarlo bien, oyó una voz a su espalda. Una voz fría, desapasionada, que animó a su escalofrío escalador a subirse hasta su coronilla. Una voz que hizo el mismo efecto en Zoe que si alguien le hubiera echado un cubo de agua helada por la espalda, con cubitos incluídos.
- De modo que Dumbledore ha encontrado a alguien capaz de vencer a Bella... - dijo aquella voz, y Zoe se estremeció tanto que todos los órganos de su cuerpo gritaron indignados -. Deberías haberla matado cuando tuviste la oportunidad, estúpida. De ese modo, tu muerte al menos le habría servido de algo a ese viejo loco.
Zoe se incorporó y se dio media vuelta lentamente, tan lentamente que tardó unos cincuenta minutos en completar la vuelta completa. Con un tic en la ceja bastante molesto y un temblor en la rodilla izquierda directamente desagradable, miró hacia aquel hombre.
Pese a saber lo que se iba a encontrar, Zoe no pudo evitar horrorizarse. Frente a ella había una figura alta, vestida de negro de la cabeza a los pies. Lo único visible de su anatomía hacía desear que aún tuviera al descubierto menos partes. Las manos, alargadas, blancas, con dedos como las patas de las langostas muy cocidas. Y el rostro, lo peor de todo, un rostro blanco como la cera más blanca e incluso aún más, que había perdido casi todos los rasgos humanos o directamente nunca había visto de cerca un rasgo humano. Una boca sin labios, una mera línea estrecha; una nariz que sólo eran los agujeros (sin mocos, gracias a Dios; Zoe no creía poder soportar la visión de más asquerosidades); y unos ojos rasgados, de un rojo brillante, maléfico, con la pupila asín (como un dragón, o un gato, o un reptil).
Ooops...
¿Sólo se te ocurre eso?
¿Y a ti?¿Se te ocurre algo?
Voldemort la observaba directamente a los ojos, con la varita levantada y una mueca de diversión en los ojos rojos. Zoe tembló, como si otro cubo de agua helada con cubitos se hubiera deslizado por todos y cada uno de los centímetros de su cuerpo. La varita permanecía en su mano, inútil, a un costado de su cuerpo, y éste temblaba con tanta violencia que no pensaba que le fuera posible levantarla ni para salvar la vida. Que era, probablemente, lo que tendría que estar pensando en hacer.
Piensa algo. Y que sea rápido.
Este...
Pero, aún en el hipotético caso de que su cerebro recuperase la normalidad en los minutos siguientes, Zoe no tenía ni idea de qué podía hacer para evitar lo inevitable. Apartó de su enmarañada mente todo lo que se le iba ocurriendo, desde la receta del pavo en pepitoria con arándanos hasta la nueva aleación que había inventado para hacer las tuberías más resistentes, pasando por un truco de manos para hacer trampas al mus, la alineación del Fútbol Club Barcelona y todos los hechizos y encantamientos que se le pasaban por la mente (¿Y para qué demonios quiero ponerme ahora las orejas del revés?).
Inútil, todo inútil... Sabía lo que estaba a punto de ocurrir, sabía a lo que iba a tener que enfrentarse en unos pocos segundos. Podía escuchar la voz de Dumbledore, como surgida de un sueño, o más concretamente de una época muy anterior, una época más feliz, una época en la que no tenía a Voldemort delante de ella empuñando una varita con intenciones aviesas.
Recuerda, Celia, que nunca debes ponerte en una situación en la que tengas que enfrentarte a una maldición asesina. No se puede luchar contra esa maldición. No se puede detener. No se puede sobrevivir a ella.
Voldemort soltó una carcajada fría, como si hubiera escuchado él también la voz de Dumbledore.
Desalentada, ni siquiera hizo el esfuerzo de intentar levantar la varita. Para lo que le iba a servir... Ella no sabía realizar la maldición asesina, y no podía protegerse de ninguna manera si Voldemort la usaba contra ella. Sintió a la altura de los riñones un pinchazo de pesar, que le hizo temer la posibilidad de estar sufriendo un cólico nefrítico. Ya ni siquiera sentía miedo: ¿miedo por qué, si no se podía evitar? En ese momento comprendió lo que ya había adivinado meses antes acerca de lo que significaba pertenecer a la Orden del Fénix: si había que morir, se moría y punto. Pero lo de las piedras en el riñón sí que no le hacía ni puñetera gracia.
Tampoco le hacía ninguna gracia tener que morir, para ser sinceros. No por el hecho de la muerte en sí, que ya era bastante, sino por tener que dejar esa vida. Sintió otro pinchazo de tristeza al pensar en todo lo que se iba a perder, en todo lo que iba a dejar. Precisamente ahora que estaba a punto de... esto... con cierto mago que está ahí tirado y que, por cierto, espero que ya se haya largado por patas de aquí...
Estuvo a punto de soltar una carcajada. Allí estaba, frente a un lord Voldemort que la observaba con las peores intenciones, total y completamente a su merced para que hiciera con ella lo que quisiera (espero que sólo tenga intención de matarme, puag), y sólo podía pensar en que ya no iba a poder hacer... eso con Lupin.
Aunque... Sí podía hacer algo antes de morir.
Torció la cabeza, miró a Lupin y sonrió.
Lupin se arrastraba por el suelo como podía en dirección a ella, con el gesto descompuesto de dolor y miedo. No tenía varita. Y tampoco tenía ninguna oportunidad.
Bueeeeenoooo... Igual podrías darle tiempo para escapar, ¿no crees?
Zoe tomó una decisión. Sin atreverse a lanzar una última mirada a Lupin, levantó la cabeza y clavó los ojos en Voldemort. Con un esfuerzo sobrehumano alzó la varita, pese a que sabía que no iba a servirle para nada. Pero, en un gesto de generosidad y desprendimiento impropio de ella, había decidido distraer a Voldemort lo suficiente como para que Lupin tuviera tiempo de largarse.
No lo mires a él... Mira, estoy aquí, hoooolaaaaa, tengo una varita... Incluso le hizo una pedorreta mental para que los ojos rojos permaneciesen fijos en ella. ¿A que no me pillaaaaas? Lalalalala...
Voldemort la miró y rió estridentemente. Zoe trató de imprimir en su rostro una mueca de desafío que prolongase un poco esa situación.
- De modo que sigues intentando luchar, y no te rindes ni cuando sabes que no puedes vencer... - dijo Voldemort con esa voz granizada que tenía -. Qué gran mortífaga habrías sido - rió -. Es una lástima... -. Hizo un giro con la muñeca para que Zoe fijase toda su atención en la varita que sostenía entre los largos dedos -. Adiós, amiga de Dumbledore. ¡Avada kedavra!
Zoe abrió mucho los ojos, incrédula. Lo había hecho. El muy cabrón... Ni siquiera había esperado a sacarle algo de información. Simplemente la había matado, así, sin más. Hijo de...
Una intensa luz verde surgió de la varita de Voldemort y se lanzó sobre ella hasta rodearla por completo, ahogándola. Zoe podía sentir la malignidad de aquella luz como si fuera algo tangible, el calor que desprendía, similar al de un horno crematorio, privándola del oxígeno, asfixiándola. Oyó un sonido estruendoso, como si se hubiera roto una presa frente a ella y el torrente avanzase, destructivo, avasallador, hacia su persona.
Zoe aguantó el embate de lo que habría sido una crecida de agua si no fuese porque era pura luz de un cegador color verde esmeralda, y permaneció erguida, desafiante, poniendo toda su voluntad en aguantar viva aunque sólo fueran los pocos segundos necesarios para que Lupin escapase de allí. Se rebeló contra la muerte porque la muerte significaba que Voldemort desviaría toda su atención hacia él...
No desvió la mirada de Voldemort, por miedo a que éste recordase su presencia. Aunque tampoco habría visto a Lupin si lo hubiera mirado: hacía siglos que estaba ciega, hacía eones que se había quedado sorda, ya ni recordaba lo que había que hacer para hablar.
La luz desgarraba jirones de su piel y se metía en su cuerpo para estrujar cada uno de sus órganos. Pero Zoe no se movió. No me vas a matar, hijo de puta. No todavía. Entrecerró los ojos y luchó con su cerebro para que éste comprendiera que todavía no estaba muerta, que todavía pensaba, y que necesitaba sobrevivir un poco más, sólo unos segundos...
Repentinamente, la luz cambió. No de color, ni de forma, ni siquiera de ubicación: simplemente, cambió. Lo que antes era una niebla brillante con una clarísima intención asesina que la rodeaba buscando la forma de matarla, ya no intentaba llevársela al otro barrio con tanta claridad: de hecho, para estar muerta la sensación que sentía era bastante agradable. La luz esmeralda no la atacaba, sino que más bien parecía acariciarla, respetuosa, amigable, casi, casi... sensual.
Zoe reprimió una exclamación de sorpresa y otra de... otra cosa. La luz intentaba de nuevo introducirse en su cuerpo, pero ya no percibía ninguna amenaza por su parte. Zoe pensó que quizá aquel cambio de situación le daría los segundos que había pedido. Qué amable por tu parte. Cerró los ojos y dejó que la luz penetrase en su interior como un amante largamente esperado. Bueno, como cualquier amante, a todos los efectos.
Sintió un espasmo del más puro placer y cerró los ojos. La luz se hizo una con ella, de tal forma que ya no podía distinguir con claridad dónde acababa Zoe y dónde empezaba la luz. Zoe era un ser de luz verde. Sentía el poder hormigueando por todo su cuerpo, hasta las puntas de los dedos, hasta las puntas del cabello. La luz le devolvió la vista, el oído, e incluso las ganas de... ¿Ya se había ido Lupin?...
Y, de pronto, supo qué tenía que hacer. De hecho, comprendió que lo había sabido siempre. Abrió los ojos.
Voldemort la observaba con una expresión de sorpresa en su rostro cadavérico. Zoe lo miró un instante, saboreando la sensación de estar repleta hasta las cejas de poder. Ordenó a la luz que se volviera contra él. Y la luz golpeó con todas sus fuerzas a su creador.
Por un instante, la luz que surgía de ella por todos los poros de su piel (ya sabía ella que tenía que haberse hecho una limpieza de cutis) se reflejó en los ojos rojos de lord Voldemort, que se clavaron en ella, desorbitados de terror. Al instante siguiente Voldemort desapareció.
Zoe cerró los ojos de nuevo. Paladeó la sensación de poder un instante más, sabiendo que jamás iba a volver a sentir algo similar, y después ordenó a la luz que saliera de ella. Pero la luz se negó.
Asustada, Zoe intentó expulsar a la luz de su cuerpo con tanto ahínco que comenzó a dolerle todo entero, de arriba a abajo y de abajo a arriba. La luz no se fue.
Gritó de dolor cuando todos sus músculos se desgarraron, sollozó al notar los huesos de su esqueleto hechos astillas, berreó cuando sus ojos se disolvieron, y lloró en silencio cuando su lengua explotó, dejándola muda. Cayó al suelo con un golpe tan fuerte que habría sido francamente doloroso si todavía tuviera intactas sus terminaciones nerviosas. Y se desmayó, incapaz de seguir consciente con tanta luz en su interior.
