- CAPÍTULO 11 -
¿Pero qué me estás contando?
Zoe sacudió la cabeza, y su cerebro, que había permanecido muy calladito durante las últimas horas, protestó enérgicamente conforme iba golpeando las paredes de su cráneo. Atontada, Zoe intentó incorporarse. Harry le pasó un brazo por detrás de los hombros y tiró de ella hacia arriba, exactamente igual que había hecho un instante antes, entre la niebla de color verde. Cuando Zoe estuvo en una posición aproximadamente vertical, Harry mantuvo el brazo sobre su hombro, sirviéndola de apoyo.
- Gracias - repitió Zoe, y ensayó una sonrisa temblorosa.
Harry se encogió de hombros y sonrió ampliamente.
- Yo sola no lo habría conseguido - dijo Zoe.
- A la larga, habrías encontrado el camino - contestó Harry.
- Tal vez - replicó Zoe -. O tal vez no.
Zoe intentó posar los pies en el suelo para recuperar una postura medianamente digna. Sin embargo, sus piernas, acostumbradas a holgazanear estiradas sobre el sofá, se rebelaron y se replegaron bajo su cuerpo, negándose a colaborar.
Zoe se enfureció.
No os lo pienso consentir, ¿me oís?, pensó, rabiosa. Aquí mando yo, y si os digo que bajéis al suelo y os portéis como piernas normales con un poco más de decoro, espero un poco de colaboración por vuestra parte.
Las piernas conferenciaron entre sí y siguieron dobladas en ángulo recto, sin hacer ningún movimiento.
¡He dicho que os mováis! No pienso permitir que sigáis así, y yo aquí, hecha un ovillo, con la túnica doblada y la ropa interior al aire. El que está ahí delante es menor de edad, ¿vale? Y como me denuncien por incumplir Decretos os juro que me pongo unas piernas biónicas y os dono a San Mungo para la experimentación genética.
Sus piernas dudaron un instante, y parecieron llegar a la conclusión de que era mejor dejar la negociación del Convenio Colectivo Corporal por el momento y hacer lo que Zoe quería.
Después de un enfrentamiento similar con sus cervicales, Zoe logró levantar la cabeza y mirar a su alrededor.
Se encontraba en el sofá que había construído para el salón de Grimmauld Place (el amarillo con cojines azules), y más o menos una docena de magos y brujas la rodeaban con expresiones que oscilaban entre la ansiedad y la estupefacción. Dumbledore estaba frente a ella, sonriente, aunque su rostro parecía cansado y más anciano que nunca. Junto a la puerta, Molly la miraba mientras destrozaba los guantes de fregar con las manos sin darse cuenta, y Tonks, al lado de Molly la observaba también con los ojos muy abiertos y expresión sombría, la muy... (ah, no, que al final no era una zorrona, es cierto...). Minerva MacGonagall había perdido su habitual expresión de machacar cabezas y no llevarle mucho la contraria, y su cara tenía un gesto inexcrutable, aunque un leve temblor en la mandíbula indicaba que no estaba lo que se dice del todo serena. Arthur hablaba en una esquina con su hijo Bill y con Fleur, a quien Molly echaba de vez en cuando miradas de soslayo. Severus Snape observaba a Zoe con la misma expresión que hubiera puesto si hubiera visto a un niño hablar con una serpiente (una mirada astuta, calculadora y también, por qué no, de incredulidad). Ojoloco Moody aprovechaba el momento para sacarse brillo al globo ocular de cristal, que tenía entre las manos y frotaba vigorosamente con un pañito. Sentado (o más bien derrumbado) en el suelo a los pies del sofá, Lupin aferraba con fuerza un almohadón y la miraba, pálido como un muerto, con los ojos ambarinos rodeados de profundas ojeras. Sentados también en el suelo, con la cabeza gacha y un aire inconfundible de desinterés, Fred y George jugaban al chinchón.
Dumbledore se acercó al sofá con paso resuelto, pero, en lugar de ir hacia Zoe, se dirigió a Harry y le posó una mano sobre el hombro.
- Gracias, Harry - dijo el anciano con voz cansada.
Harry se encogió de hombros otra vez y no respondió. Dumbledore pareció vacilar un instante, y después se volvió hacia Zoe.
- ¿Qué tal te encuentras, Celia?
- Zoe - respondió ésta automáticamente. Sacudió la cabeza, conminó a su cerebro a que dejase de pegar esos chillidos y cerró los ojos -. Estoy... como si alguien me hubiera estrujado todos los órganos del cuerpo y los hubiera metido en una prensa hidráulica antes de volver a metérmelos dentro, creo.
Dumbledore sonrió, fatigado (son cosas de la edad).
- Bueno, es normal que te encuentres así - dijo -. Al fin y al cabo, hace menos de veinticuatro horas que Voldemort te ha matado.
Zoe permaneció en silencio. Su cerebro, animado por el movimiento de antes, siguió dándose golpes alborozadamente contra todas las paredes de su calavera. Todo lo que se ponía delante de sus ojos tenía un tenue tinte verdoso; la habitación (que estaba segura de haber decorado de color amarillo) tenía las paredes, los suelos e incluso los muebles de color verde; los rostros de los magos que la rodeaban eran de un malsano color verdoso; incluso el aire tenía ese inconfundible brillo de color verde desvaído y oscuro. Zoe tenía la sensación de que su piel era verde, de que hasta el blanco de sus ojos se había vuelto de color verde esmeralda. Incluso se cogió un mechón de pelo para comprobar que seguía siendo negro y no había adquirido el mismo color castaño rata que presentaba en esos instantes el cabello de Tonks (esa... no, nada). Tardó un segundo en darse cuenta de que Harry tiraba de su brazo, intentando obligarla a mirarlo. Lo miró, con los ojos desenfocados, hasta que encontró el resorte para obligar a sus músculos oculares a que vieran la imagen de forma nítida. Harry sonreía.
- Yo te veo bastante viva - susurró el muchacho -. No dejes que te convenzan de lo contrario.
- Viva sí - respondió Zoe, asustada -. Pero ¿de qué color?
Harry la miró con los ojos abiertos de asombro unos segundos, y después soltó una carcajada. Siguió riendo un buen rato, hasta que Zoe se contagió y empezó a reír también. Notó cómo su tenia volvía a la vida y empezaba a dar brincos alborozados en su estómago, cómo su cerebro seguía dando golpes contra el cráneo pero ya sin ansias autodestructivas, y cómo hasta su páncreas volvía a colocarse en su lugar aproximado de origen. Incluso el color verde que lo impregnaba todo se diluyó poco a poco hasta desaparecer casi por completo.
Entre lágrimas de risa, vio que Dumbledore sonreía y asentía.
- La risa es una de las magias curativas más potentes que conozco - dijo, aprobador -. Te has vuelto sabio, Harry.
- He tenido un buen maestro - contestó éste. Incluso en el estado mental en que se encontraba, Zoe distinguió una clara nota de... ¿reprobación? en el tono del muchacho.
- Bien - dijo Dumbledore, sin que a su expresión asomase ni la más mínima reacción -. Ahora que Celia vuelve a estar con nosotros, sugiero que nos vayamos todos a descansar. Ha sido un día muy largo, todos lo hemos pasado bastante mal... Bueno, unos peor que otros - añadió, y dirigió una mirada de soslayo a Fred y George, que seguían con la mirada clavada en las cartas.
De uno en uno, todos los magos y brujas que había en la sala (excepto los gemelos, que en esos momentos repartían una nueva mano de cartas) se fueron dirigiendo hacia la puerta. Zoe permaneció sentada, con la cabeza gacha. Aunque ya había dejado de reír, su cerebro seguía golpeándose con frenesí contra los huesos de su calavera, de una forma bastante molesta.
- ¿Por qué no he muerto? - preguntó finalmente, levantando la vista hacia Dumbledore.
- Buena pregunta - dijo George sin levantar la vista de la baraja.
- Fantástica - añadió Fred, tirando una carta sobre la alfombra.
- De hecho, Elvis se pregunta lo mismo.
- ¡George!
- Es verdad, mamá, nos lo dijo el otro día...
Dumbledore permanecía quieto, con la cabeza gacha. Al cabo de un rato levantó la mirada y la clavó en Zoe.
- Digamos que... has tenido suerte - dijo -. Todos la hemos tenido. Y ahora, Celia, deberías irte a descan...
- Zoe - le interrumpió ésta bruscamente, tanto que el páncreas le hizo un amago de volver botando hasta su boca. El cerebro rebotaba cual pelota de ténis en su cabeza -. Y no me digas que he tenido suerte porque eso no se lo cree nadie, hombre.
Dumbledore permaneció callado. El resto de los magos se habían quedado petrificados, y el ambiente en la habitación había adquirido un inconfundible aire de tensión.
- ¿Y bien? - exigió Zoe.
- No lo sé.
Zoe se encrespó. Furiosa como estaba, ya ni siquiera le importaba que su cerebro celebrase dentro de su cráneo una partida de cerebro-vasco con las paredes.
- ¡Y una mierda! - vociferó, haciendo caso omiso a la punzada de dolor que atravesó su cráneo -. ¡Acaban de echarme una maldición asesina, hombre! ¡Dime por qué no he muerto!
El silencio que se hizo en la habitación fue casi palpable. Incluso Fred y George levantaron la vista de la baraja de cartas, interesados.
Dumbledore mantuvo la mirada fija en Zoe.
- No lo sé - repitió.
Zoe se enfureció de pronto. Le dolía todo el cuerpo, acababa de pasar por una experiencia que no le recomendaba a nadie, y quería saber lo que había ocurrido. Y aquel hombre se lo negaba como si pudiera borrar toda aquella noche de un plumazo sin dejar rastro.
- ¡Dímelo, maldito seas! - gritó.
- ¡No lo sé!
- ¡Dímelo!
- Profesor Dumbledore - intervino Harry de pronto, apartándose unos centímetros de Zoe -. Creí que había comprendido hace mucho tiempo que saber la verdad, por dura que sea, es siempre preferible a conocer una verdad a medias o una mentira. Y, claro, mucho mejor que no saber absolutamente nada.
Dumbledore pareció envejecer un par de eones en unos segundos. Derrotado, bajó la cabeza, con los hombros hundidos. Zoe temblaba de rabia; últimamente se había enfurecido tan a menudo que ya casi le parecía su estado natural. Pero el enojo que había sentido hacia Lupin no tenía ni punto de comparación con lo que sentía hacia Dumbledore en esos momentos (quizá el hecho de que Dumbledore no le pusiera nada tuviera algo que ver, hay que mirar las cosas desde todos los puntos de vista). También, por qué no, influían los golpes y reveses que su cerebro seguía dándose contra sus huesos craneales.
- Dímelo - susurró, temblando de furia.
- No lo sé - se obstinó Dumbledore.
- Sí lo sabe - dijo Harry -. Claro que lo sabe. Hace mucho tiempo que he comprendido que nada de lo que pasa a su alrededor se le escapa. Y que muchas de esas cosas pasan porque usted quiere. Si no, ¿por qué insistió en que Zoe se quedase con la Orden? No me creo eso de que fue para protegerla: aquí todo el mundo corre más peligro que en cualquier otro lugar del planeta. Y, ya puestos, ¿por qué tuvo que ir hasta España para convertirse en su maestro? ¿No había más magos para hacerlo? ¿Por qué molestarse en hacer tanto viaje para enseñar magia a una bruja extranjera, hija de muggles, que ni siquiera sabía lo que era? -. Soltó una carcajada que no tenía nada de jocosa -. Y no me venga con que da clases de magia a todos los magos españoles porque no me lo voy a creer.
Dumbledore permanecía con la cabeza gacha, mirando fijamente sus porpias manos. No contestó.
- Me da, no sé por qué - continuó Harry -, que ese interés suyo por ella tiene mucho que ver con su capacidad para sobrevivir a una maldición asesina. No es un don muy común, ya sabe...
Incluso Fred dejó de barajar las cartas un instante, y levantó la cabeza para observar a Dumbledore. Éste continuaba observando sus propias manos, como si quisiera dilucidar si necesitaba con urgencia una manicura o podía esperar a la semana siguiente.
- Dígaselo, profesor Dumbledore - dijo Harry con suavidad -. O se lo digo yo.
Dumbledore levantó la cabeza como si se le hubiera soltado un resorte muy rápido y bien engrasado.
- No - musitó -. No sabes lo que estás diciendo...
- Sí que lo sé - dijo Harry, todavía utilizando esa voz suave que lo hacía parecer mucho mayor de lo que en realidad era -. He estado en su cabeza, ¿recuerda? Allí hay cosas que ella no puede leer. Pero yo sí. Y también - añadió, señalando a Dumbledore - he estado en su cabeza.
Dumbledore miró a Harry, implorante. Zoe se asombró: ¿cómo era posible de que aquel mago tan poderoso y respetado tuviera... miedo, de aquel muchacho? Bueno, no de Harry en sí... Más bien de lo que Harry sabía.
Por un instante, Zoe no quiso saberlo. Algo capaz de aterrorizar a Dumbledore hasta ese extremo tenía que ser algo que Zoe no podía querer oír. Estuvo a punto de dar por finalizada la conversación antes de que fuera tarde. Sin embargo, un par de cerebrazos bien dados en la parte frontal de su cabeza le recordaron que, tarde o temprano, ese órgano librepensador acabaría formulando sus propias teorías. Puestos a escuchar chorradas, prefería oír la verdad, fuera la que fuese.
Dumbledore seguía mirando a Harry, vacilante. Negaba con la cabeza, y sus manos necesitadas de manicura temblaban visiblemente.
- No - repitió.
- Elija - musitó Harry en voz baja, que, por extraño que parezca, resonó en la habitación como si hubiera gritado -. O se lo dice usted, o se lo digo yo.
Dumbledore se encogió como si una mano invisible le hubiera apretado justo encima de la coronilla. Al cabo de unos minutos que parecieron horas o incluso semanas, suspiró, levantó la cabeza y miró a Zoe.
- Bien - dijo Dumbledore, y pareció tomar una decisión. Agitó la varita y frente a Zoe apareció un sofá de brocado con chaise longue, donde Dumbledore se dejó caer, estirado cual romano en orgía imperial desenfrenada. Sacudió la otra mano, y en ella se materializó un cocktail de color azul claro, con azúcar en el borde de la copa y una sombrillita rosa.
- No te va a gustar - dijo.
- No quiero, gracias - dijo Zoe, señalando el cocktail -. He dejado de beber.
- Ya, claro - dijo Fred sin dejar de mirar las cartas que había sobre la alfombra.
- Y mañana es Navidad - añadió George, cogiendo una carta del mazo.
- Me refiero a lo que te voy a contar. No te va a gustar, Celia.
- Zoe - contestó ésta con brusquedad -. Y no me importa.
- Usted mismo me dijo en una ocasión que, por mucho que duela, hay que conocer la verdad para comprenderla, y hay que comprenderla para asumirla - dijo Harry -. ¿Lo recuerda?
- Ya no estoy tan seguro de eso - dijo Dumbledore, y miró al techo como si le costase un esfuerzo inimaginable sumergirse en sus propios recuerdos. Después volvió a mirar en dirección a Zoe, aunque no clavó los ojos en los suyos, sino que fijó la mirada en un punto un poco por encima de su cabeza; quizá no era capaz de mirarla a los ojos mientras le contaba lo que fuera que le iba a decir, pensó Zoe, inquieta, revolviéndose en su asiento.
- No sé - comenzó Dumbledore - si lo que voy a contarte tiene relación con lo que ha ocurrido esta noche. Pero es lo único que puede explicar el hecho de que hayas sobrevivido a una maldición asesina. Porque quien la lanzó fue lord Voldemort.
- Sí - dijo Zoe, irónica -, era bastante improbable, ¿verdad?
- Improbable no - intervino Snape con el ceño fruncido -. Era directamente imposible.
- Imposible, sí - asintió Dumbledore -. Pero tú has sobrevivido.
Se quedó callado, con la mirada fija en la pared que había tras el sofá donde Zoe y Harry se sentaban. Permaneció en silencio tanto tiempo que Zoe pensó que se había dormido cual vejete al sol, y estaba a punto de carraspear para despertarlo cuando Dumbledore abrió la boca.
- Ahí hay un desconchón - dijo, señalando la pared -. Tendré que llamar a los pintores...
- ¡Albus! - exclamó Minerva, con una demostración magnífica de lo que es una cara de machacar cabezas y de no llevarle demasiado la contraria.
- Sí, sí, de acuerdo... - Dumbledore suspiró -. Bien, para explicarlo voy a tener que hablar de hace mucho, mucho tiempo, en una galaxia muy, muy lejana...
- ¡Venga ya, hombre!
- Nos ha jodío el George Lucas este...
- Que se calle que le suelto al Chewbacca, ¿eh?
- Hombre, un poco sí que se parecen...
- ¿Y qué tiene en contra de cómo hemos pintado la pared?
- ¡Hemos trabajado como elfos domésticos!
- Calla, que como te oiga Hermione...
- Pero si está en Hogwarts...
- Sí, pero la tía se entera de todo...
- Ah.
- Hay que joerse...
- Las veinte en bastos.
- Le voy a hacer comer la pared.
- ¿Ya es la hora de la cena?
Dumbledore permanecía en silencio, con la mirada perdida. Un codazo por parte de Minerva pareció devolverle a la vida, y se encogió de hombros y volvió a hablar.
- Bien, como iba diciendo, hace cincuenta y dos años...
- Ya va rebajando la cosa.
- ¡Fred!
- ...sucedió algo en Hogwarts - continuó Dumbledore -. Algo que, por extraño que parezca, no había sucedido antes, aunque siempre hemos pensado que debería pasar al menos una vez cada generación - sonrió -. Al fin y al cabo, que no se nos olvide que damos clase a niños y niñas, y que los niños y las niñas crecen...
- Se le ha ido la olla - dijo George.
- Grandemente - añadió Fred -. Las veinte en copas.
- Estamos jugando al chinchón, Fred, no al tute.
- Ah. ¿Y cómo se juega al chinchón?...
Dumbledore había vuelto a su mutismo anterior, y permanecía, otra vez, en silencio absoluto, mirando unos centímetros por encima de la cabeza de Zoe. Ésta aguardó pacientemente hasta que estuvo segura de que, esta vez sí, se había quedado dormido (la edad, que no perdona). Y entonces sí carraspeó para despertarlo.
- Perdona - dijo Dumbledore, sacudiendo la cabeza -. La verdad es que tenemos la pared fatal...
- ¡Pero buenoooooooo!
- ¿Lo va a contar de una vez?
- Anda que cómo le gusta mantener la emoción...
- Las veinte en chinchones.
- Fred, tío, dedícate a las canicas, ¿vale?
- Me gusta más la pley esteishon.
- ¿A dónde quieres llegar, Albus? - preguntó Minerva, con una mirada machaca-cabezas dirigida a Fred y George.
Dumbledore suspiró.
- Hace cincuenta y dos años, en Hogwarts, como decía, ocurrió algo que nunca antes había sucedido, y que no ha vuelto a suceder.
- Venga, macho, que tú puedes - le animó George mientras barajaba las cartas.
- Hace cincuenta y dos años, en Hogwarts...
- Jooooodeeeeer...
- Cómo le cuesta arrancar...
- Será cosa del carburador.
- O de la junta la culata.
- Hace cincuenta y dos años...
- ¡Pero dilo de una vez, coñññioooo!
- Vale, vale - Dumbledore dio un sorbo a su cocktail y lo dejó en el aire, donde se sostuvo como si allí hubiera una mesita supletoria invisible -. Decía que hace.. bueno, que entonces, vamos, hace cincuenta y dos años, una alumna de Hogwarts se quedó embarazada.
Minerva MacGonagall puso tal cara de reprobación que cualquiera habría sufrido un aborto espontáneo sólo de verla. Snape soltó una exclamación de burlona incredulidad. Molly chasqueó la lengua. Tonks abrió mucho los ojos y dijo: -¡Vayaaaa! -. Bill y Charlie Weasley soltaron una risita. Arthur sonrió pícaramente.
- Aficionados - dijo Fred, repartiendo las cartas.
Dumbledore escuchó todas aquellas reacciones sin reaccionar en absoluto él mismo. De hecho, su mirada volvió a perderse en el infinito un buen rato, mientras Molly repartía collejas entre sus dos hijos gemelos por saber más de lo estrictamente necesario de ese tipo de cuestiones.
- ¿Hola? - dijo Zoe en dirección a Dumbledore, intentando llamar su atención.
- Sí... - Dumbledore pareció volver de aquella galaxia muy, muy lejana de la que había hablado antes -. ¿Qué preferís, gotelé o pintura al temple...?
- ¡Pero hombreeeeeeee!
- ¡Ya le vale!
- Le voy a poner el bote de pintura de sombrero, a ver si le gusta.
- Bien - dijo Dumbledore -. Aquello ocurrió...
- Sí, ya lo ha dicho, hace cincuenta y dos años...
- ...en Hogwarts...
- ...unos aficionados...
- ¡Fred! ¡George!
- Dumbledore - interrumpió Zoe con el ceño fruncido -. ¿Qué tiene que ver todo eso conmigo? Aparte de cuestionar mi profesionalidad a la hora de pintar la pared, quiero decir...
Dumbledore esbozó una sonrisa triste.
- Dejadme terminar mi historia y después te lo explicaré, Celia - dijo, y esta vez sí su mirada dejó de buscar desconchones en la pared y se clavó en los ojos de Zoe -. Bueno, fue una alumna de séptimo la que se quedó embarazada. Veréis, lo que ocurrió fue que en la fiesta de graduación, la que hacían los de séptimo cuando acababan sus estudios, esta muchacha bebió más de la cuenta. Y tuvo... digamos, un resbalón - sonrió -. Por supuesto, esa fiesta ya no se celebra en Hogwarts, y tampoco hemos permitido que los alumnos vuelvan a beber alcohol en el colegio. Aunque - y dirigió una sonrisa hacia Harry -, estoy seguro de que todavía lo hacen a escondidas algunas veces.
- Que no te quepa la menor duda - dijo George repartiendo las cartas.
- Calla, que nos desmantela el negocio - susurró Fred.
- La chica - dijo Dumbledore - llevaba un par de años un poco traumatizada, todo hay que decirlo, y aprovechó aquella noche para deshacerse de todos sus miedos por el método más sencillo: beber hasta quedar casi inconsciente. Una pena que aquello no hiciera sino provocarle más problemas. Pobre Olive... - suspiró.
- ¿Olive? - preguntó Harry, sobresaltado. Dumbledore levantó la cabeza.
- Olive Hornby, sí - dijo -. Así se llamaba.
Para sorpresa de Zoe, Harry soltó una risita. Lo miró, desconcertada, y Harry se encogió de hombros sin que su sonrisa flaquease.
- La conozco - dijo -. Quiero decir que he oído hablar de ella. Myrtle no la tiene demasiado aprecio...
- No - admitió Dumbledore -. Tuvimos que enviar una Brigada de Control de Criaturas Humanas Pasadas a Mejor Vida a Hogwarts...
- ¿De qué demonios estás hablando? - Zoe frunció el ceño.
- Perdona, Celia. Verás, Myrtle es uno de los fantasmas de Hogwarts...
El ceño de Zoe se acentuó. No sabía muy bien de qué iba toda esa historia, ni qué relación tenía con ella, pero contarle un cuento de fantasmas a la luz del fuego una noche tenebrosa no era su idea de remedio para quitarle la ansiedad por haberse enfrentado a Voldemort y haber vivido para contarlo.
- ¿Y qué leches tiene que ver conmigo?
- De hecho, Myrtle fue, en parte, culpable de lo que ocurrió. Si no hubiera pasado todos esos años persiguiendo a Olive por los pasillos, Olive quizá no habría sentido la necesidad de emborracharse hasta ese punto el día que se le presentó la oportunidad. Claro que Olive fue también, en parte, culpable de la muerte de Myrtle... En parte, digo -. Suspiró, y elevó la mirada hasta el techo, como si estuviera sumergido en sus propios recuerdos -. En realidad, Olive acabó siendo víctima de la misma persona que había matado a Myrtle, aunque de distinta manera, obviamente.
- No podía ser más obvio.
- ¡Fred!
Fred se encogió de hombros y siguió jugando a las cartas.
- El caso es que puedo imaginar el susto que se llevó Olive cuando ya estaba de vuelta en su casa y se encontró con que estaba embarazada. Mucho mayor que cualquier susto que Myrtle pudiera haberle dado en su vida. Aquello sí que podía ser un tropezón a la hora de incorporarse al mundo laboral, ahora que había terminado los estudios. Sus padres no creo que se lo tomasen muy a bien, todo hay que decirlo: aquella época era distinta de ésta en muchos aspectos, y la gente no se destacaba por su liberalismo, precisamente. Y a todo eso hay que añadirle el hecho de que Olive, en realidad, no soportaba al chico con el que había... esto... resbalado. Hasta le tenía un poco de miedo: era el mejor estudiante, el perfecto prefecto...
- ¡Percy!
- Qué calladito se lo...
- ¡Callaos!
- ...y, sin embargo, Olive le tenía un poco de miedo, porque había demostrado que era una persona fría e incluso en ocasiones cruel.
"Asustada ante la idea de echar a perder toda su carrera y su vida social, Olive decidió librarse del niño antes de que nadie supiera lo que había hecho. Menos mal que no intentó hacerlo ella misma - Dumbledore suspiró de alivio -. Acudió a la única persona en la que había confiado durante todos los años que pasó en Hogwarts, la primera que la creyó cuando dijo que un fantasma loco la perseguía por todas partes, la que le pasaba pociones tranquilizantes en cantidades poco recomendables: la enfermera del colegio.
"La señora Gaskell intentó que Olive hablase con el director antes de hacer ninguna tontería; pero Olive tenía miedo de casi todo el mundo, y el profesor Dippet la aterrorizaba, lo cual no era muy recomendable en su... situación. De modo que la señora Gaskell consiguió finalmente que accediese a hablar con el jefe de la que había sido su casa en Hogwarts, y su profesor de Transformaciones, además, que, si no afecto, por lo menos le inspiraba una cierta confianza.
"Cuando Olive me contó de quién estaba embarazada, utilicé todas las armas a mi alcance para conseguir que no acabase con ese niño, y la convencí de que me lo cediera al nacer. Una vez supe de quién era ese niño no podía permitir que Olive lo matase.
El silencio se hizo denso, casi palpable, en la habitación. La mayor parte de los que la ocupaban contenían la respiración. Incluso Fred y George dejaron por un instante de jugar a lo que quiera que jugaban. Todos, en cierto modo, sabían lo que Dumbledore estaba a punto de contarles.
- Olive estaba embarazada de Tom Ryddle - continuó Dumbledore -. Y, conociendo a Tom como lo conocía, no estaba dispuesto a dejar que una chiquilla asustada acabase con su hijo. Pero tampoco podía arriesgarme a que Tom conociera la existencia de ese niño... De modo que me venía bien en ese momento que Olive no quisiera saber nada de ese hijo.
"En ocasiones puedo ser muy... persuasivo - dijo -, y Olive estuvo dispuesta a quedarse unos meses más en Hogwarts y dejar que yo me hiciera cargo del bebé en cuanto naciese. No le había contado a nadie lo que había ocurrido, por lo que nadie tenía por qué saber que iba a tener un hijo. Y eso también me convenía - añadió -, porque, si Olive hubiera hablado del tema con alguien, o hubiera decidido quedárselo, a la larga Tom lo habría descubierto. Y lo que yo quería era ocultar a ese niño para que Tom nunca llegase a comprender la verdad. Podéis llamarme exagerado, pero en aquella época ya respetaba a Tom lo suficiente como para no desear que se hiciera cargo de la educación de un niño, y menos si yo podía evitarlo.
"Durante meses estuve buscando el lugar ideal para esconder a ese niño. Barajé distintas posibilidades, pero no fue hasta el mismo día en que Olive dio a luz a una niña que encontré el escondite ideal.
"Por pura casualidad - explicó Dumbledore - encontré una familia de muggles que habían tenido una niña ese mismo día. Y, lo que es más importante, la niña había muerto a las posas horas. Pero cuando yo los encontré ellos todavía no sabían que estaba muerta.
"De modo que cambié a las dos niñas, como si fuera un vulgar duende, y dejé que aquella familia pensase que la hija de Tom y Olive era, en realidad, su propia hija. Y Olive creyó que su hija había muerto al nacer, lo que daba fin a toda la historia.
"Y lo que más me preocupaba, que Tom pudiera encontrar a su hija, también se había solucionado, porque ¿quién buscaría a una niña, cuya existencia no conoce, entre una familia de muggles, y encima extranjeros?
- ¿Extranjeros? - preguntó Arthur, confuso.
- Sí - respondió Dumbledore -. Pensé que, cuanto más lejos estuviera aquella criatura, menos posibilidades habría de que Tom la localizase. De modo que me la llevé a otro país, y la dejé entre muggles, para ponérselo aún más difícil. La niña creció en España.
- ¿E-España? - Zoe abrió mucho los ojos, asombrada.
- Sí - confirmó Dumbledore, sonriendo tristemente -. Era virtualmente imposible que Tom pudiera encontrarla allí, a menos que se fuera de vacaciones un año a Marbella, en cuyo caso quizá...
- ¡Albus! - exclamó Minerva.
- Bueno - dijo Dumbledore, encogiéndose de hombros -. De todas formas, no era el típico que fuera en busca de sol y playa, todo hay que decirlo.
- Y en Marbella sólo se habría encontrado a Gunilla Von Bismarck - añadió Fred.
- Pero, Albus - dijo Minerva, sin molestarse en mirar a Fred -, no tiene sentido. Quiero decir... A la larga, la niña se habría incorporado a la comunidad mágica de su país, y, de algún modo, él podría haberla localizado...
- En España no hay comunidad mágica - dijo Zoe bruscamente.
- Era un riesgo, sí - admitió Dumbledore, para sorpresa de Zoe -. Pero verás, en este caso la suerte jugó en mi favor - añadió -. La niña resultó ser una squib. Resulta curioso, por no llamarlo... quizá una especie de justicia poética - comentó Dumbledore con voz nostálgica -. La hija de Tom Ryddle, una squib. En fin... - continuó -, como squib que era, la niña no tenía ninguna posibilidad de descubrir que no era hija de quienes decían ser sus padres. Ellos tampoco descubrirían jamás que ella era, en realidad, hija de uno de los magos más poderosos que ha habido en esta época y en otras muchas. Y, en consecuencia, Tom no la descubriría, puesto que, incluso en el hipotético caso de que la buscase, no lo haría entre los muggles de otro país.
"Así que la niña pudo llevar una vida todo lo normal que ella quiso, sin plantearse en ningún momento vivir de otra forma que no fuese como una muggle.
"Sabía, sin embargo, que había otro riesgo igual de grande: si bien la hija de Tom era una squib, si ésta a su vez tenía hijos, podría llegar a transmitirles ese poder mágico que ella no había heredado. El gen de la magia es dominante; por eso los squibs son muy escasos, ya que los hijos de magos tienden a heredar ese poder mágico de sus padres.
"De modo que, cuando veinte años después la hija de Tom se quedó embarazada, yo comencé a vigilarla muy de cerca, por si su vástago tenía algo de magia en la sangre.
"Y no me equivocaba - continuó Dumbledore con una mirada de pesar hacia el desconchón de la pared -. La hija de Tom tuvo, a su vez, una hija. Y esa niña tenía, en potencia, tanto poder mágico como Tom y Olive juntos. Así que llegó el momento de tomar decisiones, un momento que yo había podido evitar durante más de dos décadas.
"¿Debía permitir que esa niña creciera normalmente, y que a los once años se incorporase a la comunidad mágica, como haría si yo no intervenía? Era evidente que los magos y brujas españoles ya la habrían detectado, puesto que, al igual que nosotros, tienen mecanismos para conocer al instante el nacimiento de un mago o bruja, provenga de la familia que provenga.
"Al principio no hice nada, porque hacía ya muchos años que no había vuelto a oír hablar de Tom, y supuse que habría muerto, o se habría convertido en un ermitaño dedicado al estudio o a la investigación... No me pegaba nada con su forma de ser, pero, como no había vuelto a dar guerra, lo dejé estar, y la hija de la hija de Tom y Olive pasó sus primeros años de vida sin que yo me metiera en ella para nada.
"Sin embargo, cuando la niña tenía unos tres años, empezaron a llegarme rumores de que había por ahí un mago tenebroso que estaba acumulando seguidores y buscando poder por todos los medios imaginables. Eso fue aproximadamente cuando me nombraron director de Hogwarts, y otras muchas cosas que, la verdad, me abrieron muchas puertas.
"Investigué utilizando todas las fuentes a mi alcance, y, tras unos meses, fui capaz de comprender quién era realmente ese mago que se hacía llamar el Señor Tenebroso, lord Voldemort para los amigos, y más adelante ni siquiera eso. Y no era otro que Tom Ryddle, evidentemente, como todos sabéis.
"Sabiendo que Tom había vuelto a la carga, más poderoso y con más apoyos que nunca, pensé que su hija y la hija de ésta debían permanecer lo más ocultas posible. No quería arriesgarme a que consiguiese todavía más poder; con los magos que lo apoyaban ya había suficiente, no necesitaba que encontrase a esa brujita descendiente suya y la criase él mismo, lo cual habría sido potencialmente desastroso: ya he dicho que la cría era bastante poderosa, incluso sin saber ella misma que lo era.
"Así que me puse en contacto con el Ministerio Español de Magia. Como Jefe Supremo de la Confederación Internacional de Magos, no me resultó muy difícil convencerlos de que sería muy beneficioso para ellos borrar de sus bases de datos a cierta bruja de tres años, abstenerse de tener ningún contacto con ella y dejarme a mí su educación.
"Y bien... Yo mismo me encargué de educar a esa niña, en cuanto cumplió los once años, porque, si bien consideraba que podía ser desastroso que se incorporase a la comunidad mágica y estuviera expuesta a Tom, también podía ser catastrófico que no aprendiese a utilizar todo el potencial que tenía. Catastrófico para ella, y catastrófico para los que la rodeaban. De forma que le enseñé todo lo que pude, y la convencí de que era mejor para ella mantenerlo todo en secreto y vivir como una muggle.
"Podría haber acabado con su aislamiento cuando la niña tenía quince años y este muchacho aquí presente - señaló a Harry, que lo miró con indiferencia - venció a lord Voldemort por primera vez. Pero, como ya le he dicho a él en alguna ocasión, no creía que Tom fuera a darse por vencido así como así. Pensaba que encontraría el modo de regresar, como así ha sido -. Suspiró dolorosamente -. Y por eso mantuve aislada a aquella niña, y mantuve aislado también a Harry hasta que tuvo edad de venir a Hogwarts bajo mi protección.
"Quizá podría haber trasladado a esa niña a Hogwarts - añadió -, pero, si bien Harry necesitaba protección, esa niña lo que necesitaba era permanecer en el economato, digo, en el anonimato. Voldemort sabía perfectamente quién era Harry, y lo buscaría; pero nunca buscaría a esa niña si no sabía que existía.
Dumbledore sonrió, pesaroso. - Siento haberte tenido aislada tanto tiempo, Celia, pero pensé, y lo sigo pensando, que en ese momento era lo mejor para todos. Y te habría mantenido así, si no hubieras salido tú solita del armario. No me refiero a eso, Fred - añadió al ver que los gemelos se incorporaban como movidos por un resorte.
"Claro, cuando te presentaste aquí el pasado verano, me di cuenta de que no sólo habías conocido a los miembros de la Orden, con quienes quizá querrías mantener un contacto después de tantos años aislada, sino que además te habías dado a conocer a Bellatrix Lestrange, la mano derecha de Voldemort, quien probablemente correría hacia su señor a contarle que Dumbledore tenía chica nueva en la oficina, o sea, en la Orden...
"Poniéndome en lo peor, pensé que Tom investigaría quién eras y de dónde habías salido, porque le gusta estar al tanto de quiénes son sus enemigos. Y, aunque no comprendiese quién eras en realidad, ya habías llamado lo suficiente su atención como para permitir que volvieras tú sola a casa, donde ni siquiera conocías a los magos y brujas que te rodeaban y que en algún momento podrían haberte prestado su ayuda.
"Así que decidí que la única solución era mantenerte aquí, con nosotros, donde yo mismo pudiera vigilarte y protegerte, llegado el caso, de un ataque de Tom.
- No has tenido mucho éxito, me parece - comentó Tonks en tono casual, fingiendo estudiarse la laca de las uñas.
- No - reconoció Dumbledore -. Me temo que lo de la otra noche se me escapó de las manos. Pero es que no me imaginaba que Bellatrix os atacaría así, en mitad de la calle, al descubierto... Todos cometemos errores de vez en cuando - se disculpó.
"Aunque, si de algo nos ha servido todo esto, es para descubrir que Celia es mucho más de lo que yo podría haber llegado a imaginar cuando nació. Nunca, ni en mis sueños más locos, llegué a pensar que pudieras hacer algo como lo que has hecho hace unas horas... Aunque, bien mirado, tiene su lógica - añadió -. Y esa es la única explicación que he podido encontrar a lo que ha pasado: que has sobrevivido a la maldición asesina de Voldemort porque eres su nieta.
Zoe bajó la cabeza y permaneció con la mirada puesta en un punto indeterminado del suelo. Lo que Dumbledore había contado no tenía ningún sentido... Aunque su cerebro kamikaze se empeñase en demostrarle que todo encajaba con lo que ella había vivido durante su infancia, Zoe no podía, no quería, creérselo. Ya se había tragado demasiadas cosas: no tenía ninguna intención de tragarse también ese cuento sobre su ADN.
- No me lo creo - le espetó finalmente, e hizo ademán de levantarse del sofá. Pero Harry la agarró por el brazo y la obligó a mirarlo. Los ojos verdes, brillantes, decían con tanta claridad como si se lo hubiera escrito en la frente al lado de la cicatriz que debía quedarse a escucharlo todo, hasta el final.
Dumbledore volvió a suspirar, y soltó de nuevo la copa de cristal con sombrillita incluída (pero ya sin líquido). Juntó ambas manos por las palmas, y de la rendija entre ellas comenzó a surgir de repente un brillo plateado, iridiscente. Cuando Dumbledore separó las palmas, en medio flotaba, temblorosa, una vasija de piedra con runas grabadas en el borde; de su interior provenía el extraño brillo plateado.
- ¡No, hombre, no!
- ¡Otra vez el numerito del pensadero noooooooooo!
- ¡Se lo traga! ¡Esta vez sí que se lo traga!
- ¡Sujetadme que se lo parto en el coxis!
- ¡La virgen, qué perra tenía la criatura!
Dumbledore ignoró las exclamaciones de protesta y los intentos de agresión de leves a moderados y levantó la varita, llevándosela hasta la sien.
- ¡Pero qué pesaooooooooo!
- ¡Se lo voy a poner de sombrero!
- Y después le metemos la cabeza en el cubo de pintura, a ver qué le parece.
- Claro, si no no tiene emoción...
- ¡Que alguien le vuelva a partir la nariz!
- ¡La hotia con el puo pensadero de los hueos!
- Mira que lo estaba deseando desde hace meses, ¿eh?
-
- Hombre, Ramsés, tú por aquí...
- Quién la pillara...
Dumbledore siguió ignorando los gritos, sollozos y bramidos, así como los intentos de agresión netamente violentos que se sucedían a su alrededor, y removió la sustancia plateada que acababa de depositar en el pensadero como si fuera un cuenco de leche con cola-cao turbo poder-te-dará-a-mí-me-gustan-las-burbujitas. Al cabo de un instante ("¿Qué significa tantáneo?" Pues eso, que rápido se disuelve; en ocasiones las conversaciones que tenía Dumbledore cuando hablaba consigo mismo daban auténtico terror) levantó la varita, y de la vasija surgieron dos figuras también plateadas. Dumbledore agitó la varita y las figuras, poco a poco, fueron adquiriendo color.
Zoe ahogó un respingo. Del pensadero acababan de salir las imágenes de un muchacho y una chica aproximadamente de la misma edad que Harry; el chico, de pelo negro azulado y ojos verdes, pálido, con los rasgos fuertes, era la viva imagen de la determinación; la joven, castaña, con ojos dorados, nariz respingona y mandíbula redondeada, parecía la encarnación del candor.
Zoe hizo un esfuerzo por cerrar la boca, que se le había abierto tanto que debía habérsele visto hasta el páncreas (claro que no era muy difícil, habida cuenta que su páncreas pasaba más de la mitad de su existencia bien plantado en su garganta). Los ojos dorados de la muchacha eran exactos a los que ella mantenía ahora mismo abiertos como platos. El cabello negro del chico era igual que su propio pelo. La nariz de ella, los rasgos de él, eran su nariz, sus rasgos. El rostro que Zoe veía diariamente en el espejo era una combinación, calcada rasgo a rasgo, de los rostros que acababan de surgir del pensadero.
- Olive Hornby y Tom Ryddle - dijo innecesariamente Dumbledore. El cerebro de Zoe se golpeó con alborozo cinco o seis veces contra su hueso occipital. Por muchas excusas que quisiera inventar, Zoe no tenía más remedio que reconocer que aquellas dos figuras eran las de dos personas de su propia familia. (Salvo que los magos hubieran legalizado la clonación con fines no terapéuticos, en cuyo caso la cuestión moral indicaría que no eran exactamente familia suya, pero sí compartían un par de hélices del ADN con ella). Y Zoe tuvo que admitir, después de sufrir un par de cerebrazos más, que aquel muchacho moreno y guapetón tenía toda la pinta de ser el mismo tipo que había intentado cargársela unas horas antes, pese a las evidentes diferencias fisiológicas (hombre, cada uno es cada uno, y allá ca cual con el estilo que quiera imprimir a su propia imagen, igual el muchacho pensó que con esa imagen no iba a ninguna parte y decidió que, con una buena campaña de márketing, el look mega-siniestro voy-de-negro-soy-pálido-tengo-ojos-rojos-y-se-me-ha-perdido-la-nariz se convertiría en el último grito... Y bueno, en muchos casos sí que se convirtió en el último grito, si se me permiten las bromas macabras).
Tom Ryddle. Lord Voldemort.
Mi abuelo.
Bajó la cabeza y se dedicó al estudio contemplativo de su propia manicura. No era que sus uñas le pareciesen precisamente interesantes, y menos aquel día, que estaban partidas, descascarilladas y llenas de tierra por culpa de su juerga nocturna por las calles de Londres. Pero Zoe prefería pasarse la noche contándose los padrastros antes que levantar la mirada y comprobar que todos y cada uno de los magos de la sala la miraban con desprecio, repulsión o incluso miedo por culpa de su abuelastro.
Bueno, no, su abuelo... El abuelastro era el otro, el señor Jacinto, natural de Villarriba del Pardillo, fallecido una década antes a los 80 años de edad. Y, puestos a pensarlo, la señora Fortunata, 85 años, nacida en Villabajo de la Paellera, no era más que su abuelastra... Sus tíos no eran sus tíos, y el primo que se había inventado el mote de "Zoe" no era más que un chaval con frenillo que había tenido la suerte de crecer junto a ella.
¿Se te está subiendo a la cabeza el pedigrí, bonita?...
Zoe ignoró por completo a su cerebro auto-golpeante.
De modo que su única familia real eran su madre, su padre (que nunca había entrado demasiado en la ecuación, todo había que decirlo) y... lord Voldemort. Pues menudo plan.
- No tiene sentido - intervino en ese momento Minerva Macgonagall, que por una vez y sin que sirviera de precedente no había utilizado un tono machaca-cráneos sino otro más parecido a la confusión. Zoe levantó la cabeza, deseando, implorando, que aquella bruja hubiera encontrado algo a lo que pudiera agarrarse para negar la evidencia: que era la nieta del enemigo de los Pueblos Libres de la Tierra M... bueno, de la Tierra.
- ¿Qué es lo que no tiene sentido, Minerva? - preguntó Dumbledore con voz suave.
- Bueno... Es evidente que ella es la nieta de Quien-Tú-Sabes - dijo Minerva, echando por tierra las esperanzas de Zoe -. Pero aún así no debería haber sobrevivido a la maldición. Quiero decir... Quien-Tú-Sabes mató también a su padre y a su hermano, y ellos eran familiares suyos, y sin embargo cayeron a la primera frente a esa misma maldición... Ella - señaló a Zoe, que en esos momentos debía tener la misma cara que se pone cuando se encuentra uno una cucaracha especialmente crecida moviendo las antenitas dentro del plato de garbanzos que se está zampando - debería haber muerto.
- Y Elvis tamb...
- ¡George!
- Bueno, era pa quitarle hierro al asunto...
Dumbledore suspiró, paseando la mirada por el espacio que ocupaba Zoe, centímetro arriba o abajo.
- Tenemos la pared hecha una pena, Molly... - aventuró con una sonrisa vacilante, como si su mayor deseo fuera dejar el tema de una puñetera vez. Zoe lo miró, enojada.
- Ya me estoy cansando de tu manía de no terminar nunca de decir las cosas - exclamó, furiosa -. ¿Quieres hacer el favor de dejar de criticar la pared, que, dicho sea de paso, tardamos cinco días en pintar y nos quedó de pua madre, y responder a la pua pregunta? Ya has dicho lo peor, así que déjate de rodeos y escupe, maldito seas.
- Creo que no se refería a eso - comentó Fred, sin levantar la mirada, cuando Dumbledore soltó un escupitajo sobre la alfombra -. Órdago a chica.
- Diez más - dijo George.
- ¿Diez órdagos? ¿Pero a qué estás jugando?
- ¡Albus! - exclamó Molly, agitando la varita con la mano izquierda -. ¡No me dejes la alfombra hecha una pena, hombreee! ¡Fregotego!
- Jugador de chica, perdedor de mus - dijo Dumbledore.
- Échale las de Hontanares...
- ¿Eink?
- Dos a grande, tres a chica y cuatro a pares.
- ¡Las cuarenta en tréboles!
- Virgen de Guadalupe, qué juego más complicado...
- ¡Lo compro!
- ¿Qué hace éste aquí?
- ¡Se va a comer el pensadero!
- ¿Qué hay de cenar?
-
- ¿Hay algún traductor en la sala?
- Quién la pillara...
- ¡Callaos! - gritó Zoe.
Se callaron todos al instante, excepto un mago que nadie sabía de dónde había salido y que nadie sabía cómo se llamaba pero que siempre estaba por allí así que todos pensaban que sería porque tenía derecho a estar allí, que hizo un sonido como el que hacen los patitos de goma cuando los aprietas. El resto quedó en silencio, todos ellos inmóviles, e incluso Fred y George barajearon las cartas con cuidado de no hacer ruido.
- Bien - dijo Zoe -. Y ahora, Dumbledore, ¿quieres hacer el favor de responder?
- Hombre - aventuró Dumbledore con un suspiro -, no me iréis a decir que pensáis que los muggles son iguales que los magos, ¿no?...
Harry levantó la cabeza.
- Profesor - dijo -, usted mismo me contó que mi tía Petunia es en gran parte responsable de un hechizo que lleva protegiendo mi vida desde que tenía un año. Y ella es la muggle más muggle que me he encontrado en mi vida...
- El hechizo lo lancé yo, Harry - dijo Dumbledore dirigiendo la vista hacia el muchacho -. Tu tía es muggle, y además odia la magia; ni con una sobredosis de marihuana habría podido lanzar un hechizo como ese. Tu tía era un simple... digamos, ingrediente, por llamarlo así.
- Cuando se lo diga le va a encantar - dijo sardónicamente Harry.
Dumbledore volvió a suspirar.
- Bueno, Celia, ya te he dicho que lo que iba a contarte era una teoría, nada más... Es sólo que el hecho de que seas la nieta de Voldemort es la única explicación que se me ocurre para tu supervivencia a una maldición a la que no se puede sobrevivir.
- Pues la verdad, pa ser una maldición a la que no se puede sobrevivir aquí tenemos una proporción bastante alta de supervivientes - comentó Tonks, mirando por encima del hombro de Fred las cartas que éste sostenía -. Dos de veinte que somos. Échale quince a pares, hombre.
- Todas - respondió rápidamente George.
- Con esos duples guarros yo no lo haría - dijo Ojoloco desde el otro extremo de la habitación.
- ¡No vale mirar con el ojo, macho!
- ¿Y con qué quieres que mire, con el &$#?
-
- Sigue sin tener sentido - insistió Minerva, ignorando al resto de la humanidad -. Vamos, hombre... No me estarás diciendo que ahora el hecho de morirse o no depende de la genética...
- Hombre, en ciertos casos...
- No me refiero a las enfermedades hereditarias, gracias, George - dijo Minerva, retomando su tono de no llevarle mucho la contraria.
- Yo sobreviví porque tenía una protección - intervino Harry, mirando directamente a Zoe -. Mi madre, ya sabes... Pero tú no tienes algo similar, ¿no?
- No - dijo Zoe -. Toda mi familia está bien... Creo, vamos.
- No estoy diciendo - interrumpió Dumbledore - que el hecho de que Celia haya sobrevivido a la maldición de Voldemort sea una cuestión genética.
- Venga, macho, es precisamente lo que estás diciendo.
- Nos has contado muchas cosas - dijo Lupin, que había permanecido callado hasta ese momento -. Cosas muy interesantes, debo decir -. Su tono de voz, casi completamente indiferente, hizo que la tenia de Zoe comenzase a pegar mordiscos indiscriminadamente en todo su aparato digestivo -. Pero sigues sin responder a la pregunta que te hemos hecho al principio, Albus.
- Es que no sé la respuesta, Remus - dijo Dumbledore.
- ¿Y entonces a qué venía este rollo de mie...?
- ¡Fred!
- Bueno, vale, ya me callo...
- El caso - continuó Dumbledore - es que no creo que Celia haya sobrevivido porque Voldemort no haya sido capaz de matarla, sino que ha sido la maldición la que no ha conseguido acabar con su vida.
Hubo un silencio prolongado, mientras los engranajes de las mentes de todos los presentes trataban de encajar los unos con los otros.
- Lo que dices no tiene sentido, hombre - dijo Ojoloco con una mueca -. Estás hablando de esa maldición como si fuera un ser vivo.
- Vivo no - dijo Dumbledore con suavidad -. Pero el Avada Kedavra tiene una intención, evidentemente.
- Sí - dijo Molly, suspirando con tristeza -. Matar.
- Es una maldición asesina, por el amor de Dios - intervino Snape en tono sardónico -. ¿Qué esperábais que hiciera, invitarla a tomar el té?
- Precisamente por eso - dijo Minerva -. La maldición tenía que haber matado a Zoe, puesto que eso es lo que hacen las maldiciones asesinas, matar gente.
- Bueno - dijo Dumbledore -. El Avada kedavra no es un ser vivo, evidentemente. Pero sí podría decirse que tiene una voluntad. No una voluntad propia, sino la voluntad que le presta el mago que la pronuncia.
- Está desbarrando - dijo Fred.
- La edad, que no perdona - añadió George.
- Tantas emociones, y ya no es un hombre joven...
- La droga, que es mala...
- Quizá una insolación...
- Para pronunciar una maldición tan poderosa como esa - continuó Dumbledore sin hacer ni caso de los gemelos - hay que ser un mago muy poderoso. Y ese mago poderoso tiene que prestar a la maldición una cierta parte de su voluntad para conseguir que funcione.
- Algo de eso me dijo el año pasado Bellatrix Lestrange - dijo Harry de repente -. Para que la maldición tenga efecto tienes que desear de verdad hacer daño.
- Exacto - asintió Dumbledore -. Tienes que poner en esa maldición toda tu fuerza de voluntad para conseguir que funcione. Por tanto, se podría considerar que el mago que pronuncia una maldición de este tipo está dotando a la maldición de voluntad. Y, en ese caso, quizá nos encontremos ante una maldición que, en cierto modo, tiene voluntad. La voluntad del mago que la ha pronunciado.
- La voluntad de esa maldición era la voluntad de Voldemort - dijo Zoe agriamente -. ¿Me estás diciendo que Voldemort quería que yo volviese la maldición contra él?
- No, en absoluto...
- Entonces sigo sin entenderlo.
- No me cabe ninguna duda de que Voldemort quería matarte - dijo Dumbledore -. Y que su maldición estaba formada con su voluntad de asesinarte. Pero... Se me ocurre que quizá la maldición, cuando entró en contacto contigo, reconoció en ti parte de su creador, y por eso no fue capaz de matarte. Quizá el hecho de encontrarse con que tenía que matar a alguien a quien reconocía como a su propio hacedor la confundió, y por eso pudiste volverla contra Voldemort. Es una teoría, nada más, pero es lo único que se me ocurre - se disculpó.
Zoe abrió mucho los ojos, asombrada. En ese momento volvieron a su mente las sensaciones que había notado cuando pensaba que estaba a punto de morir a manos de Voldemort. La impresión de que la luz era maligna, asesina, de que buscaba el modo de entrar en ella y matarla, y la impresión posterior de que se había vuelto respetuosa, cariñosa, casi sensual, y quería entrar para ayudarla a acabar con su enemigo...
- Sí - susurró.
Dumbledore se incorporó de su sofá con chaise longue y estuvo a punto de tirarse encima el cocktail de la sombrillita. Miró a Zoe directamente a los ojos. Zoe, avergonzada, no quiso sostener la mirada de aquellos ojos azules que se clavaban en ella tras las gafas de media luna. ¿Qué pensaría Dumbledore, qué pensarían todas, si supieran el curioso revolcón lumínico que se había pegado con una maldición lanzada por Voldemort? Y encima eso, Voldemort era su abuelo... No sólo era utilización con fines eróticos de objetos inanimados, sino que casi casi se podía considerar incesto.
- Creo - dijo Dumbledore con voz suave - que quizá sea el momento de que nos cuentes qué pasó realmente cuando te enfrentaste a Voldemort, Celia.
- Zoe - dijo ésta, tragando saliva.
Levantó la mirada, asustada, esperando ver en los rostros de los que la rodeaban algo similar a la repulsión que sentía por sí misma. Se sintió algo decepcionada al comprobar que Dumbledore la observaba con una sonrisa alentadora, Harry la miraba con un gesto de simpatía, Minerva la contemplaba con conmiseración, Tonks se estaba limando las uñas, Molly le pedía a Fleur la dirección de su peluquero, Bill se jugaba con Arthur una túnica a los chinos, Snape observaba con ojo crítico los libros de las estanterías, y Ojoloco daba consejos a George sobre qué apostar con Fred al strip-poker. Sólo la indiferencia de Lupin se ajustaba a lo que Zoe esperaba.
- En realidad no hay mucho que contar - comenzó, vacilante -. Sólo que... Bueno, vino la luz, ¿no?... Y al principio creo que quería matarme, y estuvo un buen rato buscando el modo de hacerlo... Pero luego... Luego me pareció que cambiaba... Cambiaba de idea... - Zoe tragó saliva, esperando que nadie pudiera ver las imágenes que le venían a la mente -. De repente me dio la impresión de que lo que quería era ayudarme, y yo... yo... - respiró hondo -. La dejé que entrase en mí. Y luego supe cómo hacerlo para... para obligarla a atacarlo a él.
- Y te obedeció - musitó Dumbledore.
- Sí - susurró Zoe, y bajó de nuevo la mirada.
- Bien - dijo Dumbledore al cabo de un rato -. Creo que podemos deducir que lo que ha ocurrido es precisamente lo que yo pensaba: la voluntad que la maldición compartía con Voldemort te ha reconocido, y por eso ha decidido obedecerte a ti también.
- Me da la impresión de que esa maldición tiene mucha más voluntad que yo - intervino Tonks -. Y mucha más voluntad de permanecer despierta también. Me voy a la cama, chicos - dijo con un bostezo, y salió sin decir ni una palabra más.
Dumbledore se levantó del sofá -. Creo que sería mejor que nos fuésemos todos a descansar. Sí, los de la timba ilegal también - dijo hacia donde Fred y George habían empezado a jugar a la ruleta con Ojoloco y Bill -. Ha sido un día duro, y tú, Celia, tienes que dormir algo... Bueno, y tú también, Remus; con tanta historia se nos ha olvidado que tú también has sido herido. Bellatrix Lestrange puede ser una rival muy dura... - añadió con amargura.
- Sí, tienes razón - dijo Lupin con voz débil. Se incorporó trabajosamente y, musitando un inaudible "Buenas noches", salió cojeando de la habitación, sin siquiera mirar atrás.
De modo que así es como van a ser las cosas a partir de ahora..., pensó Zoe con tristeza. Lupin ya no quería tener nada que ver con ella. Bueno, si ella pudiera elegir, tampoco querría tener nada que ver con alguien como ella.
La nieta de Voldemort.
Estuvo a punto de reír. Parece el título de una peli de terror de la serie B...
Observó cómo los magos y brujas de la Orden iban saliendo de uno en uno de la habitación, despidiéndose de ella con un gesto de cabeza o ni siquiera eso. Dumbledore esbozó una sonrisa en dirección a Zoe -. Mañana, cuando hayas descansado, verás las cosas de otra manera, Celia; estoy seguro de ello.
Y también él salió de la habitación.
Zoe se quedó cabizbaja unos minutos, intentando no pensar en nada. Estaba segura de que, en cuanto empezase a plantearse el significado de todo lo que había oído aquella noche, su cerebro se volvería loco a base de darse de leches contra su calavera.
- ¿Sabes...? - dijo una voz alegre a su lado. Zoe se sobresaltó y miró a su izquierda: había olvidado por completo que Harry seguía allí sentado -. Cuando te conocí me caiste más o menos bien, tía - dijo Harry -; ahora me caes de pua madre.
- ¿Ah, sí? - dijo Zoe con el ceño fruncido -. ¿Y eso?...
Harry se encogió de hombros.
- Es gratificante saber que hay alguien que está más chiflado que tú...
