- CAPÍTULO 13 -

Ya era hora, hombre...

Aquella noche Zoe se metió en la cama con un gruñido de satisfacción. Su conversación con Harry había tenido la virtud de alejar de ella casi todas sus preocupaciones, y había empezado incluso a pensar que aquello de ser la nieta de Voldemort no estaba tan mal, si al final resultaba que era un punto más en favor de la Orden del Fénix. Aquella noche sí que iba a dormir: no sólo porque todos los músculos de su cuerpo estuvieran gritando al unísono de cansancio, sino también porque su cerebro estaba tan aletargado como ella por la tensión sufrida los últimos días. Se cubrió con las mantas y cerró los ojos, dispuesta a no volver a abrirlos hasta que no durmiese unas veinticuatro horas seguidas, o quizá incluso más si de ella dependía. Dos días de sueño ininterrumpido no le vendrían nada mal. O tres. O hasta verano.

Por eso estuvo a punto de gritar de decepción cuando oyó un golpecito quedo en la puerta de su dormitorio.

- ¡Qué! - exclamó bruscamente.

No hubo respuesta. Al cabo de unos segundos, la puerta se entreabrió lentamente, y la cabeza de Lupin se asomó por ella, con expresión de cautela. Al verla decentemente cubierta, Lupin miró a ambos lados del pasillo y entró en la habitación, cerrando la puerta tras de sí.

- ¿Qué quieres? - preguntó Zoe con el ceño fruncido. Lupin no contestó; se acercó hacia ella con una expresión indescifrable en el rostro, y después se sentó a los pies de la cama.

Zoe suspiró. Quería dormir todo el mes, no tener otra de esas interminables conversaciones acerca de su árbol genealógico.

- Mira, Remus - dijo, intentando que su tono no dejase traslucir ni su decepción por tener que posponer el sueño ni su decepción por la actitud que había tenido él durante todo el día -. No hace falta que vengas a decirme nada, ¿vale, ya sé que no quieres tener nada que ver con alguien como yo, y en realidad...

Lupin la hizo callar posando el dedo índice sobre su boca. Zoe abrió los ojos, sorprendida, pero no dijo nada. Él la miró fijamente durante unos minutos que parecieron horas, clavando en ella los ojos ambarinos como si intentase ahogarse en ellos.

- Estás viva - susurró, y su mano resbaló por la mejilla de Zoe, temblorosa, sin atreverse apenas a rozarla. Después, lentamente, como si quisiera darle tiempo para escapar si así lo quería, se inclinó hacia ella, vacilante, casi asustado, y posó sus labios sobre la boca de Zoe.

La tenia se le subió hasta la garganta de un solo salto.

Un instante después, Lupin se abalanzó sobre ella cual adolescente en plena efervescencia erótico-hormonal.

- Va-vaya... - murmuró Zoe media hora después.

Lupin sonrió.

- Yo no lo habría expresado mejor.

- ¿Dónde has aprendido a hacer eso? - preguntó Lupin, acariciándole la mejilla.

- Me sale de natural - contestó Zoe, sonriente.

- ¡Viva la genética! - exclamó Lupin, abrazándola.

- ¿Sabes...? - dijo Zoe -. Cuando mi madre me decía que todos los hombres son unos lobos en la cama, me imaginaba otra cosa... No sé, algo más metafórico...

Lupin sonrió.

- Sí - respondió -, soy el único que puede decirte eso de "Hola, mi amor, yo soy tu lobo"...

- Vaya vaya... Eres incansable, ¿eh?

- ¡Mira quién fue a hablar! - exclamó Zoe, golpeándole con el puño en el hombro -. ¡Hace horas que no me dejas alejarme ni un milímetro! Oye - añadió, pasando la mano por el lugar donde le había golpeado -, estás en forma, ¿eh? - dijo, apreciativa.

Lupin enarcó una ceja.

- Pues claro - dijo, sonriente -. Me dedico a perseguir ovejitas desvalidas todas las noches de luna llena, ¿recuerdas?

- ¡Beeeeee! - baló Zoe.

- Creía que los chicos buenos no hacían este tipo de cosas - comentó Zoe, incorporándose y apoyando la cabeza sobre el codo.

- Yo no soy un chico bueno - contestó Lupin, acariciándole el brazo con un dedo.

- No - dijo Zoe -. Eres un buen perrito, ¿no?

- Sí - afirmó Lupin, y sonrió -. El perrito bueno de la nietecita del abuelito...

Zoe frunció el ceño.

- Te vas a comer la almohada, Remus Lupin.

Lupin la abrazó con fuerza.

- No te preocupes - dijo con voz ronca -, que ya te diré yo lo que me voy a comer. Y puedo adelantarte que no va a ser precisamente la almohada.

- ¡Aúa! ¡Me has mordido!

Lupin sonrió.

- No pasa nada - dijo -, todavía faltan dos semanas para la luna llena...

- Más te vale - respondió Zoe -. No me apetece nada pasarme las noches aullando por los pasillos, muchas gracias.

Lupin se inclinó sobre ella, mirándola fijamente a los ojos.

- Pues mira, eso es exactamente lo que vas a hacer hasta que tenga que irme a pasar la luna a otro sitio. Y cuando vuelva, también.

- ¿El qué? - preguntó Zoe, curiosa.

- Pasarte las noches aullando, claro...

Durante la siguiente media docena de horas, más o menos, Zoe aulló como no lo había hecho en toda su vida.

El desayuno del día siguiente fue una de las experiencias más embarazosas que Zoe había tenido la desgracia de vivir en toda su vida. Y eso que, gracias a alguna conjunción planetaria favorable, sólo tuvo que soportar el ceño fruncido de Molly, la mirada fija de Ginny, las cejas enarcadas de Hermione, la cara de asombro de Ron, la media sonrisa de Harry y el estado de euforia aprovecha-ocasionesjocosas de George y Fred.

- Esta noche he tenido un sueño muy extraño - dijo Fred en tono casual, mientras untaba mermelada en una tostada -. He soñado que se nos había metido una granja entera en la casa.

- ¿En serio? - contestó George, levantando la cabeza -. Qué casualidad, yo he soñado que había una ovejita perdida en el pasillo...

- Sí - confirmó Fred -. Y el lobo malo la perseguía con intenciones alimenticias.

- En mi sueño se la zampaba cinco o seis veces - añadió George con las cejas levantadas.

- Sí - repitió Fred -. Pero luego aparecía también una pastorcita...

- Ya lo creo - asintió George enérgicamente.

- Me desperté cuando la pastorcita corría perseguida por el lobo - dijo Fred con tristeza fingida -. ¿Cómo acababa?

- La pastorcita se comía al lobo feroz - dijo George.

- Con esa rival - intervino Lupin, que aquella mañana estaba de un humor efervescente, contento como un chiquillo, vaya usted a saber por qué motivo -, el lobo siempre tiene las de perder.

Hubo una carcajada general en la mesa. Incluso Zoe, que en esos momentos se hallaba escondida debajo de la mesa, roja hasta las orejas, no pudo evitar sonreír.

- Yo también he soñado algo curioso - comentó Harry, echando ketchup en su plato de huevos revueltos con bacon -. Mi sueño iba sobre Caperucita Roja - y, riendo, levantó el mantel y asomó la cabeza por debajo de la mesa para mirar a Zoe -. Pero que muy roja, ¿eh?... Sobre todo la piel de la cara.

Las carcajadas se sucedieron, mientras Molly fruncía los labios en una mueca de disgusto y posaba una jarra de leche con cola-cao en la mesa con tanto ímpetu que todos acabaron con el rostro chorreando. Pero eso no hizo sino acrecentar sus risas.

- Harry - dijo Molly con voz tensa -, no creo que tengas edad para...

- Oh, vamos, mamá - dijo George con voz dolorida -, te aseguro que para eso sí que tienen edad.

- Estoy seguro de que éstos - Fred señaló a Harry, Ron, Hermione y Ginny con un dedo - también han... contado cuentos, alguna vez.

Hermione enarcó tanto una ceja que casi se le sale de la cara. Ron se puso del mismo color que su pelo. Ginny tiró un tenedor y bajó a hacerle compañía a Zoe un rato bajo la mesa. Harry decidió que era el momento adecuado para ponerse a silbar la banda sonora original de Los Siete Magníficos.

- Pues claro - dijo George, sirviéndose leche en un tazón tan grande como un barreño lleno de ChocoTripis -. ¿No lo sabías?... A Ron le encanta el de la princesita rubia que se enamora del pobre pelirrojo...

- Pena que la princesita se equivocase de pelirrojo al final - rió Fred.

- A Hermione le gustan los cuentos de caballeros intrépidos que participan en torneos medievales... y ganan mundiales de quidditch...

- Ya ves - dijo Fred -, ese cuento siempre me ha hecho reír mucho, la verdad... Sobre todo porque el pobre pelirrojo del primero acaba sin la princesita rubia y también sin la princesita del cuento del caballero que gana el torneo medieval.

- Y de pequeña, Ginny cantaba cuentos sobre sapitos en escabeche y príncipes que tenían los ojos de ese color...

- Cierto - asintió Fred -. De ese cuento me acuerdo. Lo que no he sabido nunca es qué cuento le gusta contar a Harry...

- El de la princesa oriental que se casa con el príncipe de ojos color sapo escabechado - intervino Ron, que parecía pensar que, si él tenía que pasar por aquello, Harry también.

- ¿Princesa oriental? - preguntó Fred, confuso.

- La que también juega al quidditch y se llama Cho.

- ¡Caramba, qué coincidencia! - exclamaron a la vez Fred y George. Harry los miró con la boca abierta y no dijo nada.

Molly carraspeó.

- Ya está bien - dijo abruptamente -. Como bromita, ya vale.

- ¡Venga, mamáaaaaa!

- Agua fiestas...

- ¡Si no estamos diciendo nadaaaaa!

- Eres la alegría de la huerta, mujer...

- ¡He dicho que ya vale!

- Lo que yo siempre he pensado - dijo Fred, ignorando a su madre - es que el malo del cuento es el leñador.

- ¿En serio?...

- Sí - afirmó Fred tajantemente -. Por impedir la historia de amor entre Caperucita y el Lobo.

Todos soltaron una carcajada.

Los días que siguieron fueron los mejores que Zoe había pasado entre los miembros de la Orden del Fénix. No sólo por lo que, evidentemente, estarán pensando todos los lectores (aunque eso también ayudó, todo hay que decirlo), sino porque Zoe empezó a pensar que por fin había encontrado su lugar. Poco a poco aquella vida se convirtió en la vida que siempre había querido vivir, y descubrió que ya no podía imaginarse viviendo de otra manera.

Esa misma noche Lupin se trasladó definitivamente a la habitación de Zoe (según le explicó, la razón fundamental era que ese dormitorio, que antes había pertenecido a Sirius y antes a la madre de Sirius, era el que tenía la cama más grande de toda la casa, y Lupin quería dormir cómodamente en ese armatoste de tres metros de ancho. Pero pocos minutos después de decirle eso le demostró que también había otros motivos interesantes para compartir la cama).

Molly pasó unos cuantos días bastante enfurruñada, y lanzaba a Zoe y a Lupin tantas miradas de reproche, reprobación o simple deseo de asesinato preventivo que llegó un momento en el que ambos empezaron a evitarla. Pero, finalmente, Molly también claudicó y volvió a la normalidad, cuando comprendió que esas cosas pasan, que se supone que hay que alegrarse por los interesados y no poner cara de limón, y que el resto de los miembros de la Orden se lo tomaban como una excusa más para dedicar las horas muertas a las bromitas procaces más o menos maliciosas (más bien más que menos). Cuando se autoconvenció de que la actitud de Lupin y Zoe no iba a corromper la moralidad de sus vástagos (que, dicho sea de paso, ya estaba bastante corrompida de por sí, a pesar de sus esfuerzos para educarlos en valores), Molly dejó de refunfuñar y gruñir entre dientes cada vez que los veía y volvió aproximadamente a ser ella misma. Es decir, volvió a refunfuñar y a gruñir entre dientes por las cosas normales, como las camas sin hacer y los armarios desordenados.

Los demás solían aprovechar cualquier ocasión para demostrar lo contentísimos que estaban porque Lupin y Zoe les hubieran dado un motivo para echarse unas risas. Los comentarios intencionados y los chistes picantes se sucedían hasta el hartazgo, y tuvieron su punto culminante la noche del treinta y uno de marzo, en la que Fred y George organizaron una fiesta para celebrar su cumpleaños (Zoe puso los ojos en blanco cuando se enteró de que habían nacido el uno de abril, el día de los Inocentes en aquel país de locos empeñados en cambiar todas las fechas importantes; sería cosa de la climatología...).

Los gemelos pusieron el colofón a una larga noche de comidas ultracalóricas y bebidas más o menos alcohólicas escenificando una boda, con la ayuda de una poción multijugos y de una excursión punitiva que habían realizado al dormitorio de Zoe en busca de pelos pegados a la almohada. Fred, convertido momentáneamente en Zoe, vestía la túnica blanca que ésta reservaba en su armario, los zapatitos de cristal y una de las cortinas de encaje del cuarto de baño sujeta a la cabeza a modo de velo; llevaba un ramillete de cardos borriqueros en la mano, y sonreía tímidamente mientras avanzaba por el improvisado pasillo entre las sillas de la cocina; George, que se había transformado en un clon de Lupin, llevaba puesta una túnica que, según declaración propia, le había mangado hacía años a un tal Gilderoy Lockhart (Zoe no sabía quién era ese Lockhart pero tenía un gusto francamente horrendo; George-Lupin estaba espantoso con esa especie de mantel de brocado antiguo de color violáceo sobre fondo verde pistacho, y encima llevaba un sombrero del mismo material con una estrella rojo fuerte en el centro que soltaba chispitas azules). Hermione y Ginny se habían ofrecido a hacer de damas de honor de Fred-Zoe, y lucían sendas sonrisas estúpidas mientras soltaban pétalos de rosa por toda la cocina. Ron, que hacía de padrino, arrastraba a Fred-Zoe por entre los "invitados", riendo escandalosamente, enfundado en una túnica de gala elegantísima de color rojo oscuro. Y Harry bordó el papel del oficiante, disfrazado con una casulla que se parecía sospechosamente a las antiguas cortinas de seda del salón, y tocado con una mitra que cantaba a voz en grito la marcha nupcial de Mendelsonn, el himno de Gran Bretaña y Paquito el Chocolatero.

Ni siquiera Molly pudo evitar reirse a carcajada limpia cuando Harry intentaba que Fred-Zoe y George-Lupin pronunciasen los votos, interrumpido por los sonoros God save the Queeeeennnn y Ya s´han casao, ya s´han casao que berreaba su mitra; o cuando Ron se confundió de ahijada y arrastró a la auténtica Zoe por toda la casa para que recibiera las felicitaciones del resto de los miembros de la Orden; o cuando Tonks salió en bikini de la tarta de bodas y Fred-Zoe hizo una soberbia interpretación de una escena de celos (George-Lupin acabó de cabeza en la tarta, de la que Tonks, que reía sujetándose el estómago, aún no había salido); o cuando George-Lupin cargó a su hermano en brazos con la clara intención de llevárselo al dormitorio, tropezó con la túnica de brocado y ambos cayeron rodando hechos un ovillo de cortinas y túnicas blancas hasta llegar al recibidor, donde la vieja chillona del retrato les gritó los peores augurios de impotencia e infertilidad para su matrimonio.

Los más jóvenes volvieron a Hogwarts a los pocos días, en cuanto Dumbledore apareció por Grimmauld Place y se convenció de que no sólo Zoe no seguía incubando ideas de suicidio o huída preventiva a causa de su recién descubierta herencia genética, sino que había aprovechado el trauma para llevarse a la cama al soltero de oro de la Orden (Vaya, vaya... Las hay que se recuperan rápido, ¿eh?... dijo con una sonrisa cómplice. Bueno, ten cuidado, no vaya a ser que lo de los embarazos no deseados sea también una cuestión hereditaria).

Al cabo de un tiempo, Zoe deseó haber hecho caso a su antiguo maestro, y no haberse limitado a sonreír y a asegurarle que eso no podía pasarle de ninguna de las maneras. Y es que hasta las personas más cuidadosas pueden tener un descuido, y hasta los métodos anticonceptivos mágicos tienen porcentajes de eficacia y márgenes de error, y un buen día (por decir algo) Zoe comprendió que no era que algún graciosillo le hubiera robado el mes de abril, sino que ya estaban en mayo y ella tenía que haber recibido la visita de la tía de rojo (con confetis incluídos, ¡Viva, viva, hagamos una fiesta, soy tu menstruación!) allá por finales del mes de marzo.

Oooops.

¿Eso es lo único que se te ocurre, preñadita mía?

Cállate.

Como quieras. Pero nadie ha manipulado el calendario, chata. Deja de contar y recontar los días que me estás volviendo loco.

¿No te he dicho que te calles?... Treinta y nueve... cuarenta...

Las cuentas no salían ni recurriendo a los misterios logarítmicos más ancestrales.

Zoe suspiró. De modo que la había vuelto a fastidiar. Cuarenta y uno, cuarenta y dos...

¿No se supone que tendrían que ser veintiocho?

Sé contar, gracias.

Eso es evidente. ¿Y aparte de contar sabes hacer algo?

¿Qué quieres decir?

Te saltaste Aplicación Práctica de las Matemáticas en el instituto, ¿verdad?

Zoe gruñó.

Si deberían ser veintiocho y la cuenta va por los cuarenta y cinco, eso significa que...

Significa que te calles y me dejes en paz.

Bueno, vale... Estas mujeres, cómo se ponen cuando se les suben las hormonas a la cabeza...

Ya vale. Cuarenta y seis, cuarenta y siete... Tenía que haberle venido unos días después de su cumpleaños, de forma que...

Qué tío, el licántropo, exclamó su cerebro. A la primera va y acierta... Mi héroe.

Zoe dejó de contar con los dedos y enterró la cabeza entre las manos.

Según aquello, y siempre contando con:

a) que las matemáticas no mintiesen

b) que nadie hubiera eliminado mayo del calendario para gastarle una bromita

c) que sus funciones fisiológicas siguieran funcionando, valga la redundancia...

...Voldemort va a ser bisabueeeeeeelooooo..., canturreó su cerebro de forma muy poco oportuna.

Bien. Vale. De acuerdo. Zoe respiró hondo y trató de enfrentarse con serenidad a la situación.

Después de pegar un alarido quita-tensiones que se debió oír más o menos a la altura de Matalascañas, Zoe volvió a tratar de enfrentarse con serenidad a la situación.

En la puerta de la sede, ede, hay un charco y no ha llovido, ido...

¡Cállate!

...son las lágrimas de Zoe, oe, porque la regla no le ha veniiiidooooooo...

¡Que te calleeeees!

No te lo tomes así, dijo su cerebro con voz animosa. Piensa en lo que te vas a ahorrar en tampax y evax con alas...

En fin.

Haciendo oídos sordos a su cerebro, que estaba en un estado de euforia tal que Zoe temió que le fuera a dar un colapso de pura efervescencia, intentó pensar en qué hacer a continuación.

Dejando a un lado el miedo que sentía ante la posibilidad (no, la certeza) de ser madre, Zoe tuvo que reconocer, muy a su pesar, que no le disgustaba tanto la idea de tener un hijo de Remus Lupin. Al fin y al cabo, quería a ese hombre, ¿no?... ¿Qué importaba que no se lo hubiese planteado? A veces las cosas había que tomarlas como vinieran...

Sí, y además ya se te estaba pasando el arroz. Qué oportuno.

Jaja. Hace tiempo que me pasé a Brillante, que nunca se pasa.

Y encima lo consigues a la primera... Ese tío es mi ídolo.

El problema más gordo era que Zoe no creía que a Lupin le fuera a hacer mucha gracia enterarse de que iba a tener un hijo. Por Dios, si hubiera querido ser padre ya lo habría sido hace tiempo, ¿no?... Anda que no habría tenido oportunidades... Si hasta la zorr... Tonks, se lo comía con los ojos...

Se te está volviendo a ir la olla.

Tienes razón.

De pura sorpresa, su cerebro no respondió.

Una cosa era pasar las noches jugando a médicos y enfermeras con una chica y otra querer tener un hijo. Probablemente, se dijo Zoe empezando a notar los síntomas de un ataque de histeria, Lupin saldría corriendo en cuanto se enterase y no pararía hasta llegar a Leningrado...

Ya sabes que puedes solucionarlo antes de que se entere, ¿verdad?... sugirió su cerebro.

, pensó Zoe. Pero...

¿Pero...?

Pero no quería. Ni siquiera si Lupin desaparecía y no volvía a verlo en toda su vida. Zoe descubrió que quería tener ese hijo.

Uy uy uy uy...

¿Uy uy uy uy qué?

Que estás loca por ese tío.

Eso ya hacía mucho tiempo que lo había descubierto. Pero hasta ese momento no había comprendido que le quería.

Y lo más probable era que, al decírselo, lo perdiese para siempre...

En fin. Zoe se encogió de hombros, tratando de pensar que no le importaba. Al fin y al cabo, las mujeres de su familia estaban acostumbradas a criar hijos solas...

Pero ¿qué estás diciendo? Tu abuela ni siquiera llegó a ver a su hija, y tu madre te ha aguantado en casa hasta hace nueve meses...

Vale, admitió Zoe. Pero podrían haber criado solas a sus hijos, ¿no?

Su cerebro soltó un bufido.

El caso era que Zoe acababa de convencerse a sí misma de que, fuera cual fuese la reacción de Lupin, había algo a lo que ya no pensaba renunciar: y era eso que, si las matemáticas no engañaban, nadie había manipulado el calendario y su cuerpo aún funcionaba medianamente bien, estaba en esos mismos momentos haciéndole compañía a su tenia.

Armándose de valor por una vez en su vida, Zoe salió de la habitación en busca de Lupin y de lo que probablemente sería la última conversación que mantuviese con él. Con una depresión pre-parto de tamaño XXXL, lo buscó por toda la casa, miró hasta debajo de las camas y en los armarios y alacenas, pero o le estaba gastando una bromita muy pesada con la ayuda de la capa invisible de Ojoloco o Lupin no estaba en casa.

Idiota, idiota, idiota, pensó, sacudiendo la cabeza y golpeando de paso a su cerebro por si quería decir algo. Claro que no está... Hoy es luna llena. Idiota. Si estuviera aquí, estaría contigo...

De forma que Zoe tuvo toda la noche para seguir rumiando a solas su problema, y a cada minuto que pasaba se asustaba más, pensando en lo que diría o haría Lupin cuando se lo dijera... Y bueno, también estaba su madre, claro... El grito que pegaría se oiría en Londres sin necesidad de teléfono, por supuesto. Pero eso la preocupaba menos. Se imaginaba a Lupin expulsándola de la casa de Harry, se imaginaba a su madre negándole la entrada a su casa, se imaginaba unos meses después durmiendo bajo un puente, con el frío que hacía en ese puñetero país en cuanto pasaban las cincuenta y seis horas, tres minutos y catorce segundos de verano... Bueno, y en su país también, aunque el verano durase algunas horas más...

La depresión se le había acrecentado tanto para la mañana siguiente que estuvo a punto de pedir la baja por maternidad y largarse de vacaciones a Jamaica a ver si así se animaba. Recordó a tiempo que no tenía trabajo y que tampoco tenía jefe con quien pelearse para conseguir unos días libres, y por una vez lamentó haber sido autónoma toda la vida: con la de tensiones que se liberaban poniendo verde al jefe... Para librarse de la ansiedad se dio un baño caliente que en realidad la puso más nerviosa.

Vestida con la túnica negra-no-estoy-de-humor y entonando por dentro un réquiem de algún compositor alemán o vienés de esos con grandes pelucas blancas empolvadas, Zoe bajó a la cocina, donde encontró, como esperaba, a Lupin desayunando para recuperar fuerzas tras una larga noche de perseguir ovejitas desvalidas.

La reacción de Lupin fue desmesurada hasta para lo que Zoe había imaginado. Se quedó petrificado, con los ojos muy abiertos, la boca desencajada y la mirada desenfocada. De hecho, para cuando empezó a dar señales de tener las constantes vitales en funcionamiento, la cocina estaba llena de gente preparando la comida.

- ¿Y a éste qué le pasa? - preguntó Bill, mirando a Lupin con curiosidad mientras abría la alacena para sacar los platos.

- Ni idea - dijo Arthur, que cortaba zanahorias para una de las afamadas ensaladas de verano de Molly -. Lleva así desde que he entrado...

- Se habrá metido algún ácido muy malo - sugirió Fred, observando atentamente a Lupin.

- Eso es cosa de la edad - dijo George -. Una enfermedad mental degenerativa o algo así.

- ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? - preguntó Fred, agitando una mano frente a los ojos de Lupin, que ni siquiera parecía respirar.

- ¿Estará enfermo? - Molly miraba a Lupin con preocupación -. Remus, ¿estás bien?

- A lo mejor es una secuela de la luna llena... - Arthur se levantó y se acercó a Lupin -. No sé, las manchas lunares o algo así, nunca he entendido mucho de astronomía...

Lupin abrió y cerró la boca varias veces, como un pez asfixiándose fuera de su pecera llena de algas de plástico y barquitos hundidos. Zoe permaneció sentada con la mirada baja y no dijo nada.

- Tío, está realmente mal - comentó Fred -. Pa mí que lo que necesita es un buen trago...

- Igual tiene síndrome de abstinencia - sugirió George, levantando la cara de Lupin para mirarle fijamente las pupilas.

Finalmente la mirada de Lupin volvió a enfocarse. Apartó a George sin muchos miramientos y buscó a Zoe con los ojos. Ésta permanecía quieta, mirando a la superficie pulida de la mesa y contando las vetas de la madera.

- Pe-pe-pero... - balbució al cabo de un rato. Fred meneó la cabeza, mirándolo con pesadumbre.

- Igual con un tratamiento de hechizoshocks...

- Pero... ¿pero? - preguntó Lupin, como si no hubiera oído a Fred en absoluto.

Zoe levantó la mirada, vacilante, y se encogió de hombros.

Lupin emitió un sonido extrañísimo, como una mezcla de gemido y sollozo, que hizo que Zoe bajase de nuevo la cabeza. Por eso no vio cómo él se levantaba de un brinco de la silla, tirándola violentamente contra la pared, y corría hacia ella tan rápido que los demás se quedaron paralizados, con los ojos abiertos de asombro, sin atinar a reaccionar.

Lupin levantó a Zoe de la silla de un tirón y la abrazó con tanta fuerza que casi le saca el hígado por la nariz.

- Pero... ¿es verdad? ¿Estás segura? ¿En serio? ¿Sí?... - preguntó atropelladamente. Zoe lo miró, sorprendida, mientras Lupin la alzaba del suelo sin dejar de apretarla entre sus brazos.

- S-sí... - dijo al fin.

George y Fred intercambiaron una mirada estupefacta.

- Igual les ha tocado la Quidditchnela... - dijo Fred.

- O los Galeonmillones - añadió George, observando con curiosidad cómo Lupin hacía dar a Zoe una voltereta triple mortal en el aire.

- Jobar, les ha tenido que tocar un buen pico - comentó Fred.

- Qué bien - dijo George, sonriente -. Así podremos ampliar nuestro local, Fred...

- Sí - contestó éste con expresión de procapitalismo exacerbado -. Por fin podremos comprarles el bar a las de al lado...

- Callaos de una vez - interrumpió Molly, frunciendo el ceño -. Si les ha tocado la lotería es cosa suya, ¿de acuerdo?...

- No, pero si no es eso... - dijo Lupin, sonriente, mientras dejaba a una Zoe mareadísima sentada de nuevo en su silla -. Aunque hay que reconocer que no nos vendría nada mal, y menos ahora... -. Miró a Zoe y sonrió tan ampliamente que parecía que se le iban a salir los dientes -. No, es que... Bueno - enmudeció, como buscando una forma de expresarlo -. Lo que ocurre es que...

- ¡¿Quéééééééé! - exclamaron a la vez los gemelos. Arthur y Bill intercambiaron una mirada de incomprensión. Pero Molly frunció aún más el ceño, se sentó junto a Zoe y la obligó a mirarla a los ojos.

- Ya - dijo bruscamente -. Sí, bueno, tenía que pasar tarde o temprano.

Zoe enrojeció.

- ¿Qué pasa? - preguntó Fred. George se encogió de hombros.

- Ni idea - respondió.

- Molly - dijo Arthur en voz baja -, ¿qué...?

- Está embarazada - contestó Molly con voz tensa, señalando a Zoe, que hizo todo lo posible por hacerse invisible en su silla.

El estruendo de la vajilla completa al caer al suelo después de resbalar de las manos de Bill se mezcló con el que hicieron las sillas donde se sentaban Fred y George al golpear la pared con tanta violencia que cayó sobre ellos parte del enlucido del techo. Arthur se quedó con la misma expresión que Lupin lucía minutos antes.

- ¡Pero qué dices! - exclamó George, corriendo hacia Lupin y abrazándolo con palmadas en la espalda incluídas.

- ¿¡En serio? ¡Pero bueno! - Fred se abalanzó sobre Zoe y volvió a levantarla de la silla -. ¿Y cómo ha sido?

- No creo que tengas que responder a esa pregunta, Zoe - dijo Molly fríamente, mirando a su hijo con reprobación.

- ¡Pero esto es genial! ¿Y cuándo...?

- U-unos dos meses, creo... - musitó Zoe débilmente, tratando de aguantar otra tanda de volteretas en el aire.

- ¡Dos meses! ¡Qué puntería! ¡Mi héroe! - gritó George, abrazando con más ímpetu a Lupin.

- George, no digas tonterías - exclamó Molly de mal humor -. ¡Y tú, déjala en paz! - gritó en dirección a Fred -. ¡Lo que menos necesita ahora mismo es que la agites!

- Uy, es verdad... - Fred dejó a Zoe rápidamente sentada en su silla, como si acabase de comprender que podía estallar en cualquier momento -. Lo siento...

- ¡Haced el favor de poner la mesa! - Molly siguió gritando como si hubiera cogido carrerilla y no quisiera parar -. ¡Esta chica necesita comer!

Su marido y sus hijos se apresuraron a obedecerla a la mayor velocidad de que fueron capaces sin romper nada más. Molly miró a Zoe -. ¿Y tú cómo estás?

- Bien... supongo - dijo Zoe con una sonrisa débil.

- De acuerdo. Eso es lo importante - masculló Molly -. De lo demás ya nos preocuparemos más adelante.

Fue como si, al decirlo, se hubiera echado a sí misma una maldición bastante chunga de efectos absolutamente puñeteros. A la mañana siguiente empezó a vomitar a eso de las seis y no fue capaz de levantar la cabeza hasta mediodía. Y al día siguiente también. Una semana después se hizo evidente que entre el amanecer y las tres de la tarde no era capaz de retener en su estómago ni un mísero vasito de agua. En principio pensó que su tenia estaba rebotada por tener que compartir el cuerpo de Zoe con otro bichito pequeñito y saltarín, pero Zoe acabó por concluír que ni siquiera su tenia podía tener tan mala leche como para tenerla así de enferma durante tantos días seguidos.

Molly Weasley, que había sido la única que no se había tomado la noticia como algo fantásticosensacionalextraordinariochupi, se comportó, para sorpresa de Zoe, como la madre que necesitaba tener a su lado en esos momentos (mejor, incluso, porque Zoe dudaba de que su madre hubiera soportado tantas horas de vomitonas sin quejarse). Estuvo permanentemente a su lado, sujetándole la palangana auto-vaciante y enjuagándole del rostro el sudor y otras sustancias pseudo-líquidas más asquerosas, mientras la tranquilizaba explicándole que era una cosa normal.

- Mira - decía -, yo tuve seis embarazos y lo pasé así de mal en todos... Bueno, excepto en el de Percy, ahora que lo pienso.

- Es curioso, teniendo en cuenta que Percy es vomitivo de por sí - comentó George, que pasaba en esos momentos junto a la puerta del cuarto de baño.

En lugar de engordar, como se suponía que tenían que hacer todas las mujeres normales en ese estado, Zoe adelgazó. Molly procuraba hacerle comidas nutritivas y digestivas, pero Zoe siguió adelgazando hasta que la única túnica que le quedaba medianamente bien al cuerpo era la blanca (Lupin soltó una carcajada al verla tres días seguidos con ella y le dijo que si era una indirecta estaba dispuesto a pensárselo, pero que en Inglaterra solían ser los chicos los que pedían esas cosas a las chicas).

Curiosamente, fue Snape quien puso fin al martirio de Zoe y le devolvió la capacidad de digerir los alimentos con normalidad.

- El director me ha dicho que te encuentras mal - dijo a Zoe el día que apareció por Grimmauld Place, con su extraña sonrisa sardónica. Zoe, agotada de tanto vomitar, asintió débilmente con la cabeza.

Snape sacó una botellita con un líquido blancuzco de entre los pliegues de su túnica negra. - Toma, esto te ayudará. Echa una gota en una taza de té y tómatela antes de acostarte.

- Y no dormirás en toda la noche - susurró George a su oído. Snape lo miró como si quisiera envenenarlo.

Zoe cogió la botellita y sonrió.

- Gracias - musitó.

- De nada. Ah, por cierto - añadió Snape, mirando a Lupin y sacando de su túnica otra botella, ésta mucho más grande y llena de un líquido de color verdoso -. Ya que estoy aquí... Toma, Lupin. Supongo que ya se te habrá acabado la poción.

- Gracias, Severus - dijo Lupin, y alargó la mano para coger la botella que Snape le tendía -. Aunque no la necesito hasta dentro de tres semanas...

Snape esbozó una sonrisa irónica. - No pretenderás que me pase la vida yendo y viniendo de Hogwarts, ¿verdad?... Tengo cosas mucho más interesantes que hacer que contar los ciclos lunares y traerte pociones, Lupin. Tengo trabajos que corregir, clases que dar, alumnos a los que suspender...

- ¿Los vas a suspender a todos? - preguntó Lupin con voz educada.

- A todos no - dijo Snape suavemente -. Pero sí a algunos que recordarás de tus días como decente... digo, docente - sonrió -. A Potter, por ejemplo. No veo el momento de librarme de la obligación de tener que darle clase.

Lupin frunció el ceño.

- ¿Vas a suspender a Harry sólo porque te cae mal?

- Pues... sí, básicamente - dijo Snape, enarcando una ceja.

Lupin hizo una mueca. - Qué poca madurez la tuya. Sólo lo odias porque se parece demasiado a James, Severus.

Snape enarcó la otra ceja. - Exacto. Siempre he pensado que hay gente que no debería tener hijos... si entiendes lo que quiero decir.

Lupin se levantó de un salto, con una expresión de furia en el rostro que asustaba.

- ¿Qué le has dado a Zoe? - exclamó, entrecerrando los ojos -. Me da igual. Sea lo que sea no voy a permitir que se lo tome.

Snape sonrió aún más ampliamente.

- Sólo es una poción anti-náuseas, Lupin. Si hubiera querido que lo perdiera, ni siquiera te habrías enterado de que ibas a ser padre -. Se encogió de hombros -. No, qué va. Dejemos que lo tengas. Debo reconocer que siento... curiosidad, por saber qué llevas en los genes.

Zoe, que hasta ese instante estaba intentando refrenar a Lupin, se levantó y se enfrentó a Snape, echando rayos y centellas y demás aparato eléctrico por los ojos.

- Si vuelves a hablar así de mi hijo - dijo en un susurro amenazador -, o si vuelves simplemente a mencionarlo, te juro que te convierto en una cosa reptante con muchas patas y tan asquerosa que ni siquiera tú te atreverías a meterte en una de tus pociones.

- Qué miedo - dijo Snape con sorna -. Que conste que no tengo nada en contra de ti, salvo tu legendario mal gusto para elegir a los hombres. En fin - levantó la cabeza para mirar a todos los que se encontraban en ese momento en la cocina -. Por mucho que me agrade esta conversación, me temo que tengo cosas mucho más interesantes que hacer. Me alegro de veros a todos en tan buen estado de salud. Bueno, unos más que otros - hizo un gesto en dirección a Zoe -. Sed buenos y temerosos del Señor y lavaos bien detrás de las orejas -. Y se desapareció con un "bling".

Pese a los augurios de Lupin y a las previsiones de George, Zoe comenzó a sentirse mejor en cuanto empezó a tomar la poción de Snape. No sólo empezó a engordar y su rostro dejó de presentar ese tono amarillento-verdoso de los últimos días, sino que además, y pese a la sobredosis de teína que se metía pal cuerpo todos los días antes de acostarse, dormía como un tronco y tenía sueños agradables en los que se veía a sí misma de playa en playa tomando cocktails con sombrillita como el que tanto le gustaba a Dumbledore. Muchas veces Lupin salía en sus sueños, en los que, para vergüenza de Zoe, se veía junto a él vestida con la túnica blanca y frente a Harry, que llevaba una mitra que cantaba marchas nupciales variadas y otros hitos del repertorio clásico.

En otras ocasiones sus sueños eran inconexos, y Zoe no era capaz de encontrarles sentido; veía gente que no conocía, y hacía y decía cosas que jamás había dicho o hecho en su vida.

Una noche Zoe soñó que estaba dormida (bueno, sueños más extraños se han tenido a lo largo de la Historia). No estaba en su camita, y Lupin no se hallaba a su lado: se encontraba medio tumbada en un incómodo asiento que vibraba y traqueteaba desmesuradamente. Al cabo de un rato comprendió que debía estar dormida en un transporte de esos que van por vías férreas, un tren o incluso el Metro (no sería la primera vez que se dormía en un sitio así; de hecho, en su ciudad la llamaban "la bella durmiente de la circular" porque tenía la costumbre de darse cinco vueltas a la ciudad mientras roncaba apaciblemente los lunes por la mañana).

En esta ocasión no debía ser el Metro sino un tren de los que van por la superficie, porque Zoe podía oír entre sueños cómo la lluvia golpeaba con fuerza los cristales de la ventanilla a su derecha y cómo el viento rugía en el exterior. También oía, como si provinieran de un lugar muy lejano, las voces de varias personas que decían cosas incomprensibles.

De pronto el tren comenzó a reducir su marcha; estaban llegando a donde quiera que el tren se dirigía. Conforme el ruido de los pistones se amortiguaba, el viento y la lluvia sonaban con más fuerza al golpear contra los cristales. Zoe oyó el sonido de una puerta abriéndose. El tren se detuvo por completo, y se escuchó el estruendo de varias maletas muy grandes y pesadas, o quizá baúles llenos de piedras, cayendo al suelo estrepitosamente.

- ¿Qué sucede? - dijo una voz.

- ¡Ay! ¡Me has pisado!

Zoe oyó el sonido húmedo que hace una mano al frotar un cristal, y después otra vez el chirrido de la puerta al abrirse.

- ¡Perdona! ¿Tienes alguna idea de lo que pasa? ¡Ay! Lo siento...

- No tengo ni idea. Siéntate...

Un bufido. Un chillido de dolor. Otro chirrido. Un golpe. Dos gritos.

- ¿Quién eres?

- ¿Quién eres?

- ¿Ginny?

- ¿Hermione?

- ¿Qué haces?

- Buscaba a Ron...

- Entra y siéntate...

- Aquí no. ¡Estoy yo!

- ¡Ay!

Zoe despertó de golpe y se levantó de un salto. A su alrededor sólo había oscuridad.

- ¡Silencio! - dijo con voz ronca.

Las voces que exclamaban a su alrededor se apagaron. Zoe extendió la mano y, con un chisporroteo, un puñado de llamas temblorosas apareció en su palma. Zoe miró a su alrededor, cansada pero con los sentidos alerta, cautelosa. En la oscuridad, con los ojos asustados, la observaban cinco niños de unos trece años de edad: tres chicos y dos chicas.

- No os mováis - les dijo con la misma voz ronca, extraña, mientras se levantaba del asiento. La puerta del compartimento se abrió con un chirrido, lentamente, antes de que Zoe pudiera alcanzarla.

De pie, en el umbral, iluminado por las llamas que Zoe tenía en la mano, había una figura cubierta con capa y tan alta que llegaba hasta el techo. Tenía la cara completamente oculta por una capucha, pero aún así pareció mirarlos a todos detenidamente.

El ser aspiró larga, lenta, ruidosamente, como si quisiera aspirar algo más que aire. Y en ese momento uno de los muchachos, que permanecía sentado junto a la puerta, se quedó completamente rígido y cayó al suelo con un golpe sordo. Tirado allí cuan largo era, comenzó a agitarse como si le estuviera dando un ataque epiléptico bastante aparatoso.

Zoe lo miró un instante, y después, como si estuviera representando un papel que había hecho infinidad de veces, saltó por encima de su cuerpo, que seguía convulsionándose, y sacó la varita de un bolsillo de su túnica. Apuntó con ella al ser encapuchado.

- Ninguno de nosotros esconde a Sirius Black bajo la capa - dijo Zoe con voz fría -. Vete.

Pero el extraño hombre no se movió, y continuó haciendo ese extraño sonido de succión. Zoe notó cómo el cuerpo del chico que se agitaba en el suelo golpeaba su pierna. Agitó la varita.

- ¡Expecto patronum! - pronunció con voz queda.

De la varita de Zoe surgió una sombra plateada que se lanzó contra el ser de la capa oscura. El hombre trastabilló, tropezó y cayó hacia atrás, hacia el pasillo. Zoe se abalanzó sobre la puerta del compartimento y la cerró, dejando fuera al extraño indivíduo. La sombra plateada desapareció antes de que Zoe tuviera tiempo de ver qué forma tenía.

Se dio la vuelta. Sus compañeros de viaje rodeaban al muchacho que permanecía caído en el suelo, aunque al parecer ya había recuperado la consciencia, y en ese momento se subía las gafas, tembloroso. Un chico pelirrojo y una chica de enredado cabello castaño lo ayudaron a sentarse de nuevo en el asiento.

Zoe lo observó, sintiendo un nudo en el estómago al verle el rostro por primera vez. Era un muchacho delgado, pálido. El cabello negro le caía, revuelto, sobre la frente, y formaba un remolino en la parte de atrás de su cabeza. Tras las gafas redondas brillaban unos ojos verdes, enormes, rasgados. El corazón de Zoe dio un vuelco doloroso, mientras el muchacho dirigía hacia ella una mirada asustada. La misma mirada que había tenido ella, en el mismo rostro que había tenido él. Los ojos de Lily. El rostro de James.

- ¡Harry! - gritó, y se incorporó en la cama, cubierta de sudor frío. A su lado, Lupin se agitó y sacudió la cabeza, desorientado. Zoe enterró la cara entre las manos y comenzó a llorar. Cada lágrima que derramaba parecía caer como plomo fundido sobre su dolorido corazón, unas lágrimas amargas que ni siquiera nacían de sus propios sentimientos: eran las lágrimas que, ahora lo sabía, seguía derramando Lupin día a día, por James, por Lily, por Sirius, por Harry.

- ¿Qué ocurre? - preguntó Lupin, incorporándose rápidamente y abrazando a Zoe, que seguía sollozando incontroladamente -. ¿Estás bien? ¿Quieres que llame a alguien?

Zoe negó con la cabeza y se aferró a él. Jamás habría imaginado que Lupin no sólo sintiera hasta lo más hondo de su alma la muerte de sus amigos, sino que tuviera tanto miedo, día a día, por Harry. No había imaginado que Lupin quisiera a Harry hasta tal punto que cada minuto que pasaba consciente, y a veces también cuando dormía, como aquella noche, era un sufrimiento constante por el temor a que Harry tuviera el mismo destino que sus padres y que su padrino.

- ¿Qué ha pasado? - preguntó Lupin, acunándola para que dejase de llorar -. ¿Ha sido una pesadilla?

- No... bueno, no sé - balbuceó Zoe. Respiró hondo y se secó las lágrimas de un manotazo -. Eso tendrás que decírmelo tú, supongo...

Lupin la miró, sorprendido.

- ¿Yo? ¿Qué quieres...?

- Estabas soñando con Harry, ¿verdad? - dijo Zoe. Lupin se quedó boquiabierto y abrió tanto los ojos que le ocuparon la mitad de la cara.

- En realidad no estaba dormido - dijo al cabo de unos segundos -. Pero sí, estaba pensando en Harry. Estaba recordando el día que lo conocí, hace ya cuatro años.

- En el expreso de Hogwarts, ¿no? - dijo Zoe con voz queda -. Os atacó un dementor.

Lupin no dijo nada, y se limitó a observarla, asombrado. Al cabo de un rato tragó saliva y parpadeó.

- Tú... ¿Sabes... has aprendido... Legeremancia?

Zoe se encogió de hombros.

- Dumbledore trató de enseñarme algo de eso cuando era pequeñaja - dijo con voz indiferente -. Pensaba que tenía dotes para ello. Pero nunca fui capaz de ver gran cosa de la mente de nadie, bueno, excepto algún que otro sueño raro como éste.

Lupin abrió y cerró la boca unas cuantas veces, como si no supiera qué decir.

- Pero... pero esto... - dijo con voz débil - ...esto no es, no puede ser... La Legeremancia no consiste en esto, es... - carraspeó -. Nadie se mete así como así en la mente de otra persona, en realidad de lo que se trata es de captar imágenes, o sensaciones... No de meterse dentro...

- ¿No? - Zoe parecía indiferente -. Bueno, no sé, yo te digo lo que me pasa a mí, no sé qué hará el resto...

- Pero... Bueno - dijo Lupin -, sólo conozco a una persona que haya hecho eso antes, y es Harry... Pero Harry se metía en la mente de Voldemort porque están conectados, no porque... Tú no...

Su voz se fue apagando poco a poco, y su mirada de asombro se desvaneció, sustituída por otra que traslucía admiración y asombro a partes iguales. Soltó un silbido.

- No me extraña que Dumbledore quisiera tenerte en la Orden - dijo, observándola con una sonrisa -. Puedes entrar en la mente de la gente... Eres increíble, Zoe.

Ella se estiró en la cama y le acarició el brazo con un dedo.

- Ahora mismo - dijo con una mirada inequívoca - sólo me interesa una cosa de la Orden -. Sonrió con una intención evidente.

Lupin soltó una carcajada y la abrazó.

- Bueno - dijo, y le pasó el índice por el perfil de la nariz -, eso se puede arreglar, ya sabes...

- Aprovecha ahora, Remus Lupin - dijo Zoe con una risita -. Dentro de poco estaré gorda y fea y no querrás ni mirarme a la cara.

- Aprovecha tú - respondió Lupin acariciándole la mejilla -. A ti te quedan por lo menos cinco meses para estar gorda: yo dentro de dos semanas estaré lleno de pelos y de dientes.

- Por cierto - susurró Zoe, antes de perder la cabeza del todo (y volver, en consecuencia, a su estado natural) -. No te preocupes: Harry conseguirá encontrar el modo de seguir vivo.

- Más le vale - dijo Lupin, y hundió el rostro en el cuello de Zoe -. Como le maten, te juro que me lo cargo.