- CAPÍTULO 16 -
Jaque mate
Podríamos decir que nuestra protagonista se decidió en milésimas de segundo, que en ese tiempo elaboró una hipótesis, hizo una argumentación completa, desarrolló una teoría con tesis y antítesis, llegó a una conclusión, la estudió detenidamente para ver que no tenía fallos y actuó en consecuencia después de comprender gracias a su claridad mental que Voldemort no querría hacerle daño a ella y que, por tanto, era una protección adecuada para Lupin, y recordando también que lo peor que podía pasarle era que tuviera que darse otro revolcón con aquella extraña luz verde, lo cual tampoco sonaba tan mal. Pero no; Zoe reaccionó sin pensar, como era su costumbre, de modo que los escasos nanosegundos que tuvo para estudiar la situación fueron completamente innecesarios. Se colocó de un salto delante de Lupin, que intentó en vano hacerla a un lado, y miró a Voldemort desafiante.
- ¿Quieres hacer el favor de quitarte de en medio? - susurró Lupin en su oído -. ¡Es a mí a quien quiere matar, no a ti!
- ¡No creo que sea el mejor momento para discutir tácticas! - respondió Zoe en un susurro sin apenas mover los labios.
- ¡Apártate! - exclamó Lupin, subiendo un poco el tono -. ¡Que tú eres dos personas, leñe!
- ¡Pero a mí no me puede matar! - contestó Zoe, también en un tono un poco más fuerte.
- ¡A ti no! ¿Pero y a él? - le tocó la tripita con un dedo -. ¿Quieres hacer la prueba?
- ¡Pues cógelo y mételo en el congelador, coñññññiooo!
- ¡No me vengas con tonterías, joder! ¿Quieres apartarte?
- ¡Deja de tratarme como si fuera una inútil y estate quieto!
- ¡Te trataré como una niña hasta que dejes de portarte como...!
- ¡Que te estés quieto, leches!
- Enternecedor - dijo la voz helada de Voldemort. Zoe volvió a fijar su mirada en él, y al parecer Lupin hizo lo mismo, porque dejó de intentar apartarla de su camino y se quedó quieto -. Según tengo entendido, os conocéis desde hace menos de un año... y, sin embargo, ya parecéis un matrimonio de esos que llevan juntos tanto tiempo que no se separan porque es mucho más cómodo no hacer el esfuerzo. Hazle caso, nietecita querida - añadió, burlón -. Apártate.
- No - contestó Zoe, apoyando la espalda en el pecho de Lupin para impedir que saliera de detrás de ella.
Voldemort se encogió de hombros, y los cuadros que había colgados en la pared huyeron sigilosamente hacia la ventana.
- Bueno - dijo, levantando la varita -. Me gustaría tener a ese niño, pero si te empeñas, tampoco tengo tanto problema en matarte a ti también. Tengo otros muchos aliados, ¿sabes?
Zoe sintió la familiar sensación de que alguien acababa de echarle un cubo de agua helada por la nuca, con cubitos incluídos.
- N-no puedes matarme - balbuceó, tanteando en su túnica en busca de su varita.
- Quizá no - admitió Voldemort -. Pero, si yo no lo consigo, a lo mejor lo consigue tu madre. Apártate.
- No - repitió Zoe, que por fin había encontrado su varita; la aferró con fuerza, tratando de que Voldemort no se diera cuenta.
- Como quieras - dijo Voldemort, y sus ojos brillaron antinaturalmente cuando agitó la varita (es que no es natural tener los ojos rojos, se entiende).
- Perdonad - dijo una voz desde la entrada -. Siento interrumpir esta preciosa escena de amor familiar, en realidad no quisiera molestar y todos esos rollos, pero creo que es el momento en el que un guión que se precie incluiría la entrada de una nueva variable en la ecuación. O sea, un nuevo personaje. Bueno, vamos, que una historia que en su momento cumbre no recoja la aparición de alguien no vale ni medio knut, y considero que esta historia ha sido bastante buena hasta el momento, no la vamos a estropear en el clímax... O sea que hola a todos.
Voldemort se quedó petrificado, con la varita en alto, y los ojos desorbitados. Giró la cabeza lentamente en dirección a la voz.
- ¡Dumbledore! - susurró con la voz cargada de veneno.
- Hola, Tom - dijo Dumbledore con una sonrisa, avanzando en dirección a Voldemort con paso enérgico -. Cuánto tiempo... ¿Qué es de tu vida? ¿Sigues matando gente, o ya has cambiado de profesión?
Zoe lo miró, sorprendida. Lupin, por el contrario, intentó ponerse delante de ella para ser él quien la protegiese.
- ¡Pero por qué demonios siempre tienes que aparecer tú! - gritó Voldemort, descompuesto (lo cual le hacía mucho más feo, si es que eso es posible) -. ¡Qué puo afán de protagonismo, joder! ¿No me puedes dejar en paz ni un segundo? O, mejor todavía, ¿no podría haber aparecido un vendedor de helados, o un conductor de mulas, o cualquier persona que no fueras tú?
Dumbledore acentuó su sonrisa.
- Bueno, verás - dijo -, es que no me gusta que te cargues a dos de mis niños, y menos cuando una de ellos está embarazada... No me parece de buen gusto, ¿sabes? - se encogió de hombros -. Además, teniendo en cuenta que ella es tu nieta... Y que ya debería haberse largado de aquí, por cierto...
Zoe cogió la indirecta. Y Lupin también.
- Ni se te ocurra - susurró Lupin cuando vio que Zoe se concentraba para desaparecerse.
Zoe abrió los ojos, exasperada.
- Hay que salir de aquí, Remus - dijo -. Ya discutiremos luego sobre...
- No vas a desaparecerte - insistió Lupin -. ¿Y si le dejas el crío a Voldemort? ¿No es eso lo que quiere?
Zoe perdió los nervios.
- ¡¿Y qué va a hacer, meterlo en la nevera! Remus...
- Vamos a irnos en traslador - dijo Lupin terminantemente.
- ¿Cómo...?
- Busca un objeto - dijo Lupin -. Yo lo convertiré en traslador, y nos vamos de aquí caando leches.
- No tenemos autoriz...
- ¡Me importa un...!
- Vale, vale, un objeto... ¿Qué tipo de...?
- ¡Lo que sea!
Era más fácil decirlo que hacerlo. Zoe miró a su alrededor, pero al parecer todos los objetos que había en la habitación se habían esfumado. No se lo podía reprochar: ella también lo habría hecho hacía horas de haber podido. Y necesitaba un objeto para hacerlo. Pensó en arrancar una de las tablas del parquet, pero se había hecho la manicura dos días antes y no iba a romperse una uña si podía evitarlo.
Se dirigió hacia la puerta de la habitación, mientras esquivaba un rayo de color morado con muy malas intenciones que algún mago viejo le había enviado a otro mago viejo.
Allí, acurrucada junto al quicio de la puerta, había una maceta con un poto que temblaba visiblemente. Zoe la cogió sin muchos miramientos y se la dio a Lupin.
- Portus - dijo éste, golpeando la maceta con la varita (el poto agitó las hojas, enfadado) -. Vale, ahora...
- ¡Espera! - exclamó Zoe, y se agachó para coger un objeto que yacía tirado en el suelo del pasillo -. Esto es mío - dijo, y se guardó el cargador del móvil en el bolsillo de la túnica.
- ¡Date prisa, Zoe!
- Sí, sí, ya voy...
- ¿Vas a alguna parte? - preguntó la voz de su madre junto a su oído. Zoe ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar: Aurora le soltó un bofetón y la lanzó contra la pared. Zoe se golpeó la cabeza y resbaló por la pared hasta caer al suelo.
Aturdida, levantó la mirada para ver cómo Lupin y Aurora se miraban, ambos sosteniendo la varita en alto, ambos con cara de querer hacerse mucha pupa el uno al otro. De repente empezaron a volar por todos lados chispitas, rayitos y fogonazos de colorines (básicamente rojos, amarillos y azules, aunque también había algunos de colores secundarios y complementarios en general). Zoe tanteó el suelo hasta que encontró su varita.
- ¡Tabicum nasopartus! - exclamó. Aurora soltó un gemido y se llevó la mano a la nariz, que había empezado a sangrar profusamente. Lupin la rodeó y corrió hacia Zoe, que se levantó de un brinco del suelo. Su madre se giró hacia ella, con la cara llena de sangre.
- Dumbledore sigue olvidando que se equivocó conmigo - dijo, escupiendo sangre pero con cara de satisfacción -. Me ha dejado allí, como si fuera un objeto inútil. Pero yo no soy una squib, ni mucho menos. ¡Golpogordo!
Lupin se dobló sobre sí mismo como si le hubieran cortado la respiración de un puñetazo en el estómago o en las partes blandas. Cayó al suelo y gimió.
- Bien, bien... - Aurora apuntó a su hija con la varita -. Ahora tú y yo, Zoe. Veamos quién es mejor: la alumna de Dumbledore o la fiel servidora del Señor Tenebroso -. Levantó el brazo izquierdo hasta que la manga de la blusa le resbaló hasta el codo. Zoe vio, asombrada, el tatuaje negro que su madre tenía grabado en el antebrazo: una calavera con la lengua en forma de serpiente. La Marca Tenebrosa.
Su mente comenzó a trabajar a toda velocidad. No sabía muy bien cómo enfrentarse a una mortífaga: la única vez que se había visto en esa situación, aparte de aquella en la que un dragón con mal despertar le había echado una mano (o, más concretamente, una pata), había arreglado el problema liándose a golpes con la mortífaga en cuestión. Pero no parecía que Aurora fuese a darle esa opción. Zoe levantó la varita, insegura.
En ese momento, un rayo rojo golpeó contra el quicio de la puerta, y su madre se volvió hacia el salón, sorprendida. Zoe aprovechó la oportunidad y le atestó una patada que le dejó los riñones al jerez.
Mientras su madre caía al suelo, Zoe apuntó a Lupin con la varita. - ¡Finite!
Lupin la miró, agradecido, y se incorporó trabajosamente del suelo.
- Vámonos - dijo.
- Me temo que no podemos - respondió Zoe con toda la tranquilidad de que fue capaz -. Mira.
Señaló hacia su madre, que se levantaba, tambaleándose, con la varita en alto y la otra mano sujetándose las lumbares. La maceta-traslador estaba justo detrás de ella.
Lupin suspiró y cogió su varita del suelo.
- No - dijo Zoe, posando una mano sobre la mano de Lupin -. Déjamela a mí.
- Zoe - musitó Lupin, mirándola fijamente -, tú no sabes combatir...
- Es mi madre - dijo Zoe con voz dura -. Es cosa mía.
Lupin la miró intensamente durante unos segundos, y después se apartó ligeramente a un lado.
Zoe avanzó un paso en dirección a Aurora, que la observaba con una mirada de desprecio en los ojos idénticos a los de Zoe.
- ¡Expectorantus! - gritó Zoe.
- ¡Longlastinglashus! - exclamó Aurora a la vez.
Zoe notó cómo sus pestañas se pegaban las unas a las otras hasta que sus ojos se cerraron sin dejar ni un resquicio por el que entrase un poquito de luz. Intentó despegar los párpados, pero no consiguió más que hacerse polvo los ojos. Completamente ciega, levantó la varita y apuntó, orientándose por los ruidos de tos compulsiva bronquítica que oía frente a ella.
- ¡Architectus patéticum! - gritó, y escuchó un estruendo de cascotes que caían y rodaban por todos lados.
Se apuntó con la varita a los ojos y susurró: - Finite Incantatem -. Cuando por fin pudo volver a abrir los ojos, comprobó que el techo del pasillo había caído justo encima de su madre.
- Ha estado bien - comentó Lupin con una sonrisa, mientras saludaba con una mano al vecino de arriba, que se asomaba al agujero con cara de estupefacción -. ¡Hola, señor vecino! ¡Obliviate!
Zoe sacudió la varita una vez más. - ¡Reparo! -. Los cascotes volvieron al techo y cerraron el agujero, dejando arriba al vecino con cara de haberse metido un viaje de LSD.
Volvió la vista hacia el suelo, hacia donde esperaba ver el cuerpo de su madre sin vida (o, al menos, sin conocimiento), y su sorpresa fue mayúscula al ver a Aurora sentada tranquilamente, apuntándola con la varita.
- ¡Culovasus! - exclamó su madre. La visión de Zoe se hizo borrosa, y no fue capaz de distinguir más que sombras difuminadas allí donde se movían las personas que había en la habitación -. ¡Expelliarmus! -. Zoe escuchó cómo la varita de Lupin rebotaba por las paredes -. Bien, bien... Quédate tranquilita un rato, Zoe, mientras acabo con el licántropo, ¿de acuerdo? Luego ya hablaremos tú y yo... -. Soltó una carcajada demente de esas de las que te dejan los pelos como escarpias -. Adiós, ex futuro yerno. ¡Avada ke...!
- ¡Carius! - gritó Zoe en dirección a la sombra borrosa que había delante de ella. Esperaba fervientemente que fuera la de Aurora, porque si no el pobre Lupin iba a acabar no sólo muerto sino encima desdentado.
- ¡Ababada guedabrra! - exclamó su madre -. ¡Afada fedafra! ¡Maldifión!
- ¡Expelliarmus! - dijo Zoe.
- ¡Frotego! ¡La leshfe, no fuedo hablad! ¡Nooooo, fen aquí, faritaaaaa!
La varita de Aurora cayó justo al lado del pie de Zoe, que no necesitó verla enfocada para saber dónde tenía que pisar.
¡Crack!
- Finite. Cómo me gusta este hechizo.
Aurora permanecía de pie frente a ella, pero su rostro se había contraído en un horrible rictus de pánico (o quizá era que el hecho de no tener dientes le daba una expresión muy extraña a su cara). Miró a Zoe y retrocedió, tropezó con la maceta que había detrás de ella y cayó al suelo golpeándose justo en el coxis. Hizo un gesto de dolor, y después levantó la mirada hacia su hija, que la apuntaba con la varita.
- ¿Gué fas a hafer, Shoe? - preguntó -. ¿Fas a madarme?
Lupin se colocó junto a Zoe, con la varita en la mano, y la miró, interrogante.
Zoe dudó sólo un instante.
- No - dijo con voz tranquila. Aurora abrió mucho los ojos, lo cual, unido a la implacable desnudez de sus encías, le daba un aspecto francamente sorprendente.
- ¿No? - la pregunta no provino de la madre de Zoe, sino de Lupin, que la observaba con una ceja arqueada.
- No.
- Zoe... - Lupin pareció dudar, como si no supiera cómo expresarse -. ¿Por qué...?
- Es mi madre - dijo Zoe -. No puedo matarla, no sería de buen gusto.
Lupin la miró intensamente unos momentos, y después se encogió de hombros.
- ¿Serviría de ayuda que la matase otra persona? - preguntó, y alzó la varita por encima de su cabeza.
Antes de que Zoe pudiera contestar se oyó un enorme estruendo a lo largo del pasillo.
¡¡¡¡IIIIIIIIIIIII CLOPCLOPCLOPCLOPCLOP SOOOOOOOOOO!
La figura informe de la Calesa Sonámbula se materializó a la entrada del salón, y frenó justo encima de Aurora. Uno de los caballitos enjaezados de campanillas se permitió el lujo incluso de cocear la cabeza de la bruja, que sobresalía de entre sus patas.
- Bienvenidos a la Calesa Sonámbula - dijo alegremente el niño moreno vestido de flamenquito -, transporte de emergencia para el mago o bruja necesitados de recorrido turístico por las calles de nuestra excelsa ciudad, fundada en...
Se interrumpió cuando vio a Zoe con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en el hombro de Lupin, y a éste mirando los cascos de los caballos con cara de asco.
- Este... - el niño los observó, desconcertado -. ¿Han llamado a un taxi?...
- No - dijo Lupin con expresión sombría.
- Ah... Bien, en ese caso... - el niño les echó una última mirada de incertidumbre, agitó las riendas llenas de cascabelitos y la Calesa Sonámbula desapareció.
Lupin acarició los cabellos de Zoe, y ella levantó la cabeza sin abrir los ojos.
- ¿Está... está...? - preguntó.
- Creo que sí - respondió Lupin, mirando el suelo del pasillo -. Vamos, a menos que alguien pueda vivir con el cerebro pegado a la alfombra. Espera, no mires, que ahora mismo el pasillo parece el contenido del cubo de basura de un taxidermista y no quiero que te pongas a vomitar otra vez -. Agitó la varita -. ¡Cubrecorpus!
Zoe volvió la cabeza y miró, asustada, pero en el pasillo sólo había un bulto cubierto con una sábana blanca y rodeado por unos postes que sostenían unas cintas de plástico amarillo en los que se leía "POLICE LINE DO NOT CROSS" en letras negras. Un brazo en bastante mal estado asomaba de debajo de la sábana, justo encima de un dibujito hecho a tiza en el parquet que coincidía exactamente con el contorno del brazo.
- Va-vaya... - murmuró, sin saber muy bien si se sentía aliviada, triste, furiosa, alegre o todo a la vez (lo que se podía resumir en esquizofrénica, aproximadamente).
- Vámonos - repitió Lupin con voz suave -. Vámonos, Zoe... Aquí ya no podemos hacer nada, aparte de molestar y mirar la decoración. Y, sinceramente, la decoración de esta casa no es algo que sea muy agradable de ver...
- Normalmente es preciosa - dijo Zoe sin saber muy bien lo que decía (como de costumbre) -. Cuando las cosas no se han escondido todas debajo de otras cosas huyendo de un mago malvado y maligno.
- Hablando de magos malvados y malignos - dijo Lupin -, esa es otra muy buena razón para largarnos de aquí a toda leche.
- Pero... ¿Y Dumbledore? - preguntó Zoe, prestando atención a los golpes, gruñidos, chillidos, insultos, risas y conversación en general provenientes del salón.
- Bah, déjalo - respondió Lupin, encogiéndose de hombros -. Me parece que se lo está pasando en grande con su viejo amigo Voldemort... Ya sabes, intercambiando anécdotas, poniéndose al día de la vida del otro, compartiendo confidencias y esas cosas que se suele hacer cuando te encuentras con un colega a la hora del té.
- No es la hora del té - dijo Zoe, mirando la sábana manchada de sangre con aire ausente.
- Ya sabes lo que quiero dec...
Se interrumpió cuando un rayo de color rosa fucsia golpeó el techo justo encima de su cabeza. Un gran trozo de escayola cayó, golpeándole el brazo.
- ¡Ouch! - exclamó Lupin, llevándose la mano contraria al brazo herido. La apartó manchada de sangre.
Dumbledore apareció en la puerta, con aire cansado y los pelos de punta.
- ¡Pero todavía estáis aquí! - gritó, enderezándose las gafas de media luna -. ¡Haced el favor de iros, los dos! ¡Ya!
Zoe lo miró, indiferente. Lupin levantó la mirada y la clavó en Dumbledore, con los ojos turbios. Su rostro empezaba a palidecer a velocidades imposibles. Un hilillo de sangre corría por su antebrazo, y goteaba sobre el suelo del pasillo, que entre la sangre de Lupin y la de Aurora estaba quedando hecho una pena.
- ¿Y Volde...?
- ¡Fueraaaaaaaaaa!
- Bueno, vale... Hay que ver cómo se pone...
Dumbledore se agachó y cogió la maceta del poto, que temblaba como una hoja. Bien, en realidad temblaba como muchas hojas. Se la tendió a Zoe. Lupin se apoyó en la pared y cerró los ojos.
- No, no, Dumbledore... - la fría voz de Voldemort sonó justo detrás de Zoe -. No puedo permitir que te lleves a mi querida nieta, precisamente ahora que acabamos de conocernos...
Una mano helada aferró a Zoe por el antebrazo y le clavó los dedos en la carne. Zoe se encogió de dolor. Giró la cabeza: Voldemort no la miraba a ella, sino que tenía la vista fija en Dumbledore, y esbozaba una sonrisa francamente acoonante.
Zoe reaccionó por instinto: hizo un gesto brusco con el brazo que Voldemort tenía agarrado, confiando en que no la soltase. Al mismo tiempo estiró la pierna.
Voldemort, que probablemente no esperaba tener que enfrentarse a una lucha física y no estaba precisamente en buena forma, se desequilibró con el tirón de Zoe y trastabilló, tropezando con la pierna que ella había extendido. Sus pies se enredaron con su propia túnica y cayó hacia delante, golpeando el cuerpo de Aurora y rodando por el suelo en un lío de brazos, piernas, ojos rojos, sábanas blancas y capuchas negras.
Sin detenerse a mirar a Voldemort, Zoe saltó hacia delante y llegó hasta donde Lupin permanecía apoyado en la pared, con la cabeza colgando inerte sobre los hombros.
- ¿Cómo se activa este cacharro? - exclamó Zoe, poniendo la maceta con el tembloroso poto en manos de Lupin.
Dumbledore se adelantó un paso, con un ojo puesto en Voldemort, que forcejeaba en el suelo, y otro en la maceta (quedaba bastante curioso el efecto de ver esos ojos estrábicos tras las gafas de diseño). Golpeó la maceta con la varita.
- No lo soltéis, ninguno de los dos - dijo -. Uno...dos...tres...
Zoe miró en el último segundo a Voldemort, que se incorporaba del suelo con una cara de tener muchas ganas de hacer algo muy malvado y muy maligno. Es decir, la cara que tenía normalmente pero más exagerada. Abrió la boca para gritarle una advertencia a Dumbledore, pero en ese momento sintió una sacudida que le recorrió todo el cuerpo, y una sensación extraña, como si las hojas del poto se hubieran enroscado en su cintura y tirasen de ella con una fuerza descomunal. Tenía la mano pegada a la maceta de tal forma que estaba segura de que si intentaba despegarla se le quedaría la carne grabada en la maceta y sólo retiraría el hueso de la mano (de modo que no intentó despegarla por si acaso). Un remolino de colores brillantes e irisados la rodeó. Tuvo la curiosa sensación de que viajaba miles y miles de kilómetros en un solo segundo, arrastrada por aquel remolino de colorines... Desorientada, trató de mantener el equilibrio, pero su cuerpo daba vueltas y más vueltas y tuvo que cerrar los ojos, mareada.
Sus pies golpearon fuertemente contra una superficie dura y resbaladiza. En esta ocasión Lupin no le había prestado apoyo (no estaba en condiciones de prestarse apoyo ni a sí mismo), de modo que Zoe no pudo mantenerse en pie. El impulso que llevaba, como si hubiera viajado toda aquella distancia a una velocidad absurda y se hubiera detenido de golpe, la lanzó hacia delante con una inercia fortísima. Abrió los ojos mientras caía, a tiempo para ver que estaba a punto de golpear el cuerpo tendido en el suelo de Lupin.
La rodilla de él se clavó en su abdomen con tanta fuerza que Zoe pensó que la había atravesado de parte a parte. Sintió como si le hubieran arrancado la tenia del estómago de un tirón. Una oleada de dolor, rojo y húmedo, subió por su columna y le nubló la vista. Sintiéndose morir de dolor, Zoe se debatió unos instantes por mantenerse despiera y después se abandonó a la inconsciencia.
