CAPITULO IV

Durante meses, Snape y yo no nos dirigimos la palabra. Solo miradas, las suyas llenas de odio y las mías llenas de burla hacia él. Dumbledore y Remus seguían pidiéndome que le diera una oportunidad, incluso Minerva se metió en la discusión en más de una ocasión. Pero yo me identifico sobretodo por testaruda..., puedo ser muy cabeza cuadrada cuando me lo propongo.

Como miembro nuevo de la Orden y profesor de Hogwarts mi principal misión era proteger a Harry y a sus amigos... y alguna que otra escapada para buscar información sobre Voldemort.

Mi vida era tranquila, teniendo en cuenta que estábamos en guerra.

Aunque todo cambio el día de Navidad, en el desayuno, cuando recibí un vociferador y una cajita.

Cuando vi el vociferador me levante de la mesa rápidamente y salí al pasillo rogando que nadie lo oyera, pensando en quien me la podido haber enviado, pues no tenia remitente...

Ni falta que hacia, en cuanto lo abrí supe quien era. Solo había una persona que se atreviera hacer una cosa así. Jiménez el negro...Un psicópata que dimos por muerto cuando yo era una Auror Indecible. Este loco había matado a más de 200 personas en una sola ocasión y eso sin contar las otras matanzas que hizo. Yo fui quien se supone que lo mato, yo fui quien se supone que le destruyo. Él fue mi última misión y una de mis principales causas de pesadilla.

El vociferador grito de tal forma que me produjo un escalofrió al volver al oírlo.

-PUTA. TU ERES LA SIGUIENTE.

Reconocí su voz, a Jiménez le encantaban los vociferadores y cuando íbamos detrás de él solía mandar una lechuza con un vociferador cada vez que llegábamos al lugar del crimen.

Quizás la estupefacción y el recuerdo del pasado fueran la excusa para que no me diera cuenta de que alguien me observaba. Como no, era Snape.

Abrí la caja con manos temblorosas...estuve a punto de tirar la caja al suelo...Dentro había un dedo, un dedo humano con un sello de oro. Cogí el dedo y observe el anillo, sin darme cuenta que mis ojos se habían llenado de lagrimas. Reconocí el sello, era de unos de mis compañeros de trabajo. Del que me había ayudado ha luchar contra Jiménez, el único auror indecible que había conocido. Y ahora estaba muerto, asesinado.

Guarde el dedo en la caja y cogí un papel doblado que estaba dentro. No me daba cuenta que estaba temblando, ni siquiera que él seguía observándome. Sino me hubiera afectado tanto el vociferador, lo más seguro es que hubiera abierto la cajita en mi habitación y no en el pasillo. Pero aunque no sea excusa...debo reconocer que en esos momentos estaba en estado de Sock.

Desdoble el papelito y lo leí, esas palabras me llenaron de rabia y de impotencia.

Hola Putita,

¿De verdad creíste que me mataste¿No abras sido tan crédula, verdad?

¿Reconoces el dedo¿Y el sello? Debo decir que tu compañero chillo como un cochino y que imploro por su familia. No sabes lo bien que saben las vírgenes de 10 añitos. Gocé mucho con su familia.

Tu amigo me suplico de rodillas¿qué harás tú? Estoy deseando verlo.

Disfruta de tu último día de Navidad.

Volví a guardar la carta en la caja, era una prueba del crimen.

Me quede allí quieta, con la mirada perdida, sin poder moverme, sin poder reaccionar. Sentí mi estomago arder. Volví a mirar la caja ya cerrada, entonces sentí una arcada que me obligo a doblarme y apoyar mi mano contra la pared para no caer. Vomite. Y llore silenciosamente. Fue entonces cuando sentí como una mano tocaba mi espalda. Me di la vuelta rápidamente y él se encontró con mi varita apuntando a su corazón. Yo estaba cegada de ira, lo veía todo rojo. Estaba fuera de mi. Mis palabras salieron roncas, llenas de odio.

-Tú, maldito mortifago. Tu y los tuyos...todos moriréis...no estáis enfermos, no hay nada que funcione mal en vuestro cerebro...matáis por puro placer...violáis...y aun así saléis libres de vuestros crímenes...pero conmigo os habéis equivocado, dadme una sola razón y no me lo pensare ante de mataros...

-AINHOA BAJA LA VARITA

Era la voz de Dumbledore, lo oí de lejos, debo decir que en esos momentos su voz fue lo único que me podía hacer reaccionar.

-BAJALA.

Me costo, pero volví a la realidad y me encontré con el rostro pálido de Snape. En sus ojos no había frialdad, sino pena...eso solo consiguió que fuera directamente a Dumbledore y le entregara la cajita.

-Dasela a los que fueron mis superiores, les interesara tenerla.

Luego me dirigí a mis habitaciones, donde estuve todo el día encerrada.

Pero por la noche tuve la compañía que menos me esperaba, la compañía que quizás menos deseaba, pero la tuve. Y eso hizo que él ganara puntos a su favor. Fue muy valiente de su parte presentarse allí, sobretodo si tenemos en cuenta que esa mañana solo la voz de Dumbledore detuvo mi mano.

No sé como lo hizo, como volvió a entrar en mis habitaciones sin que yo me percatara, pero hoy doy las gracias porque lo hiciera. Ese noche necesitaba una presencia cerca.

Me quede dormida, en un sillón cerca del fuego. Cuando desperté tenia una manta encima y él estaba sentado en otro sillón al lado del fuego. No me miro, ni me dijo nada. Yo ...no sé porque pero no le pedí que se marchara.

Su compañía me hacia bien, sentía que el comprendía que pasaba en esos momento por mi cabeza, lo que sentía. Rabia, miedo, dolor...muchos sentimientos que no sé como explicarlos. Solo sé que deseaba gritar y golpear. Y fue lo que hice. Me levante y empecé a pasearme por mi habitación, al final cogí los libros y mis cosas arrojándolas con fuerza contra el suelo. Gritando. Golpeando las paredes con mis puños, hasta hacerme sangre. Él no me miraba, estaba quieto en su sofá mirando el fuego, esperando que mi furia se calmara.

El tiempo que pase destruyendo mi habitación lo desconozco, pero cuando me canse de destruir y de gritar me senté en el suelo. Apoye mi espalda en la pared y sin saber porque...quizás por autocastigo por haber fallado a mi compañero...empecé a golpear mi cabeza contra la pared. Al principio lentamente y sin fuerza, poco a poco fui cogiendo más fuerza, pero él no me dejo...Sorprendente¿verdad?. Se acerco a mi, se puso de cuclillas y me abrazo. Yo me agarre a él como si fuera un salvavidas y entonces por fin, en todo el día y en muchos años conseguí que toda mi rabia, dolor y odio desaparecieran de mi. Llore como hacia años que no lo hacia, es irónico que él fuera quien estuviese esa noche allí¿verdad?... En realidad no tanto, cuando he estado sola y él ha estado cerca, siempre ha estado allí. Recordar lo que paso en el colegio a pesar del golpe que recibió de mi parte. Recordar que me salvo la vida cuando los mortifagos llegaron a mi casa. Y esa noche él volvía a estar allí, sin pedir nada a cambio, sin desear que mi opinión hacía él cambiara. Estaba allí y punto.

Al día siguiente me desperté en el sof�, la chimenea no se había apagado y en una mesa estaba mi desayuno. Desayuno que no probé.

Pero esa mañana me desperté con una fuerza que hacia tiempo no sentía, la fuerza que da la esperanza. Nunca me había rendido y nunca lo haría.

Cuando lo vi al día siguiente, él se comporto como siempre con una mirada fría y de odio hacia mi. Yo le sonreí agradeciéndole lo de la noche anterior, pero era como si hubiéramos hecho un trato, un trato de silencio. Mi mirada de burla, aunque ya no la sintiera de corazón, se dibujo en mi rostro tras el agradecimiento.

Lo que yo no sabía esa mañana es que las cosas se iban a complicar más...