La dama de los secretos
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Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen sino a sus respectivos autores. Esta es una historia original que me pertenece y que les pido que por respeto NO compartan en otros foros, webs, canales, etc. ya que no cuenta con permiso para ser copiada o narrada en ningún otro sitio ajeno a Fanfiction.
Dicho esto, disfrútenla.
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Capítulo 1: La herencia de Eleonor
En cuanto Candy abrió la puerta sintió el impacto de verlo. Era el primero de los encuentros que tendrían; había sido una sorpresa saber que lo volvería a ver en un café, pero lo más difícil de creer, era que nada en él había cambiado.
Llevaba el cabello recortado y sus facciones eran más maduras, pero seguía teniendo la misma abrumadora presencia que atraía las miradas de todos los clientes del lugar. Después de todo, era una estrella de Broadway.
Jamás imaginó que Eleanor Baker, en su última voluntad, dejara por escrito que había algo que quería que ella recibiera. Durante años la madre de Terry intentó provocar algún encuentro entre ellos sin éxito. Candy, fiel a su promesa, se mantuvo apoyándolo siempre, pero a distancia.
Esta vez era distinto. Había pasado un tiempo considerable desde que Candy leyó en los diarios sobre la muerte de Susana. En aquel entonces, con los ojos llenos de lágrimas recorrió la noticia varias veces sin poder creerlo; la aún joven exactriz había partido de este mundo dejando varias obras de su inspiración, en las cuales, Terry había sido protagonista de algunas, pero curiosamente, no de todas. Nunca se casó y el público había dejado de hablar de su accidente y de cualquier deber moral que la uniera al actor Shakespeariano. A pesar de la noticia de su muerte, Candy nunca se acercó y tampoco recibió noticias de él.
Habían transcurrido muchos años tras esa noticia, cuando el abogado de Eleonor la llamó y le hizo saber que figuraba en su testamento. Terrence Graham era albacea y se encargaría de entregarle lo que Eleanor le había heredado. En un inicio Candy se negó a aceptarlo, pero el abogado siendo muy insistente, supo apelar al valor sentimental que tenía para ella la última voluntad de una mujer que respetaba y admiraba. En una edad avanzada, una mujer aprende a valorar sus recuerdos, tanto que busca la manera de compartirlos con los seres de su pasado. Candy lo entendía mejor que nunca.
Esa mañana en la que se encontraría con Terry, constantemente se encontraba perdida en sus recuerdos. Para empezar, en cuanto la luz había entrado en su habitación y tras envolverse en su bata, se dirigió al armario de donde sacó una destartalada caja de cartón que comenzaba a desbaratarse por completo. Cada esquina había sido reforzada múltiples veces con cinta adhesiva, tantas que ahora parecía hecha de ese material.
– Creo que ha llegado el momento de cambiarla – suspiró Candy hablando para sí misma. Albert le había insistido miles de veces en que dejara su vieja caja de cartón por aquel joyero de madreperla que no acababa de gustarle y que tampoco se decidía a descartar. Después de todo había sido un regalo del "Pequeño Bert".
Con cuidado, sus manos recorrieron los tesoros que contenía: alguna fotos viejas, la cruz de la señorita Pony, un pañuelo pasado de moda que alguna vez fue usado como corbata, recortes de revistas, cartas amarillentas, y un antiguo cuaderno con las iniciales C.W.A. Sus dedos quedaron fijos en éste, esa mañana se sentía tentada a volverlo a abrir.
Cuando lo hizo, el sonido crujiente de las hojas la hizo tomarlo con aún mayor delicadeza, sonaban como las rodillas de su amigo Tom, que insistía en seguir llevando las labores del rancho por sí solo. Candy rio con esa idea, si tan solo pudiera decirle a su amigo lo que había pensado, pero ella nunca le confesaría que aún guardaba su viejo diario de juventud.
Tardó unos minutos en recorrer las páginas tratando de elegir alguna parte que leer esa mañana cuando se topó con una hoja seca de roble. La tomó con cuidado haciéndola girar por el tallo. La voz grave y profundamente masculina que llevaba enterrada en sus recuerdos, resonó en su cabeza haciéndola retroceder en el tiempo a esos días en el colegio...
Siempre saltándose las clases. Ella lo miró desde lo alto de un árbol cerca de la Falsa Colina de Pony. El muy descarado llevaba consigo una cajetilla de cigarrillos y había colocado uno en su boca sin encenderlo, mientras se acostaba cómodamente cual largo sobre el césped.
Candy se debatía entre volver a imitar la voz de la hermana Gray y lanzarle la semilla de la ciruela que estaba por terminarse en venganza por aquella vez que le tiró dulces desde un árbol en el zoológico.
– ¿Te quedarás ahí mirándome, Pecosa? – Terry hablaba manteniendo los ojos cerrados y dibujando una sonrisa burlona en su rostro. – Sé que no puedes evitarlo, pero si sigues haciéndolo pensaré que eres una pervertida.
– ¡Cállate, Terry! – gruñó Candy saltando ágil de rama en rama hasta llegar al suelo junto a él. – No te estaba mirando a ti.
– ¿Ah, sí? ¿Y entonces qué hacías sentada en esa rama? ¿Planeabas arrojarme un beso?
– Estás loco, yo jamás haría eso. Pensaba que podría lanzarte un proyectil directo a esa cabeza que no te funciona bien, es probable que un buen golpe termine por arreglarla.
– Nada puede arreglarme, Pecas – dijo él extendiéndole la mano todavía con los ojos cerrados.
Candy lo miró confundida y solo atinó a colocar su mano sobre ella. Terry se sobresaltó visiblemente al sentir los pequeños dedos de Candy sobre su palma, abrió los ojos y se incorporó sin soltarla.
Los dos se quedaron por largos minutos en silencio con las manos una sobre la otra.
Un fuerte viento sopló haciendo sonar las hojas de los árboles del bosque. Era el sonido favorito de Candy, pero tenía que admitir que ese lugar le gustaba más cuando lo miraba junto a él.
Una hoja de roble voló en círculos aterrizando justo sobre la cabeza de Terry. Candy, sin pensarlo, retiró su mano del agarre y la recogió de su cabeza.
Él volvió a extender su mano y la rubia colocó la hoja verde sobre ella.
– Esta vez sí estaba pidiendo tu mano – dijo él colocando la hoja en la mano de Candy y depositando su mano por encima. La hoja había quedado prensada entre los dos.
Así permanecieron en silencio el resto de la tarde, hasta que el atardecer los obligó a despedirse.
La chica entró en su habitación llevando la hoja de roble consigo; al notarlo, la colocó dentro de su diario con la intención de escribir sus impresiones del día, pero cuando quiso hacerlo su mente se quedó en blanco.
Tenía que saber por qué cuando estaba cerca de Terrence sus reacciones eran siempre extrañas. Si algún otro chico hubiera intentado tomar su mano, le habría dado un buen empujón.
Al día siguiente, Candy volvió a su lugar de encuentro. No había podido dormir bien y se encontraba inquieta. Seguía preguntándose la razón por la cual se desconocía a sí misma estando cerca de él.
Cuando llegó, Terry ya estaba sentado en lo alto de la pequeña colina. Candy se sentó a su lado y lo miró fijamente durante unos minutos.
– ¿Puedo ayudarte en algo, Pecas?
Ella continuó mirándolo en silencio y Terry pensó que quizás ella estaba en problemas de nuevo ¿Cuándo aprendería?
Suspirando, él se dispuso a preguntar qué había hecho en esta ocasión ¿Acaso había llamado a Sor Gray nuevamente "vieja cabeza dura"? ¿La habrían confinado de nuevo al cuarto de castigo?
– ¿Qué es lo que…?
– Terry, ¿me harías un favor? – lo interrumpió ella.
– ¿Huh? ¿de qué se trata, mona pecas? – pensó que la haría rotar los ojos como siempre lo hacía cuando la llamaba con ese sobrenombre, pero ella con el rostro serio lo ignoró.
– Vamos hacia allá, y tomémonos de las manos.
La boca de Terry se abrió ligeramente.
¿Qué pasa? ¿Por qué no dice nada? Pensó Candy sintiendo cómo sus mejillas comenzaban a sentirse muy calientes.
– Olvídalo, si no quieres, no tienes que hacerlo.
– Vamos – el chico se levantó y comenzó a caminar a la reservada zona que ella había señalado. Era un pequeño lugar rodeado de árboles y arbustos de amplio follaje que la ocultaba de los ojos curiosos de quien, por un azar del destino, decidiera caminar por ese alejado lugar cerca de la colina. Terry lo conocía muy bien, era donde solía fumar cuando no quería ser molestado por nadie.
Al llegar, él se sentó y le extendió nuevamente la mano. Se sentía distinto de las veces anteriores, esta vez, estaba nervioso.
Ella tomó su mano sentándose junto a él, y ambos entrelazaron sus dedos.
Candy se preguntó si tomarse de las manos siempre le había brindado tanto confort. La única persona con la que lo había hecho de esa forma tan íntima era Annie; esto no se parecía en nada a lo que sentía cuando correteaba por las praderas con su amiga de la infancia.
– ¿Esto era lo que querías? No tenías que preguntar, Pecas, tú puedes hacerlo sin necesidad de pedirlo. Lo sabes.
– ¿Lo sé?
Terry desenlazó sus dedos, acercó la mano de Candy a su rostro y besó suavemente el centro de su palma colocándola después sobre su mejilla sin soltarla. La piel que ella sentía en su mano era suave y cálida, nunca había acariciado el rostro del chico que la miraba fijamente.
¡Oh, Dios! Candy sintió una combinación de felicidad y miedo. Su corazón latía cada vez más fuerte, tanto, que creía que alguien más podría escucharlo.
Ella bajó lentamente la mano hasta tocar el pasto apretándolo ligeramente para calmar su corazón y giró su mirada hacia los árboles.
– ¿También te tomas de la mano de esta manera con el Elegante?
– Claro que no.
– ¿Y qué me dices del chico de las gafas?
– Debes de estar bromeando, Terry.
Parecía que Candy era la única que ignoraba la forma en que ambos chicos Cornwell la miraban. En particular, la manera en la que el chico elegante la trataba salía de toda costumbre, era bastante abierto en sus demostraciones de cariño hacia ella, pero Candy parecía no darle importancia
– Candy.
– ¿Mmm?
– Normalmente no pediría permiso para esto… – la voz de Terry se notaba nerviosa.
Candy volvió a mirarlo alerta. Él también se estaba comportando de manera extraña.
– ¿Qué es lo que nos pasa, Terry?
– ¿A qué te refieres? – dijo él dejando en pausa lo que iba a decir.
– Estar contigo no es igual que cuando paso tiempo con los chicos.
– Eso es obvio, Archibald es un pesado y el "gafitas" es bastante peculiar. Junto a ellos seguramente yo soy una persona normal.
– ¿¡Normal!? – resopló Candy. – Tú eres todo menos normal, Terry.
– Me alegra que estar juntos sea diferente, Pecas. Yo no quiero ser como ellos.
Candy reflejó en su rostro reprobación. Archie y Stair eran sus queridos primos, no entendía qué era lo que a Terry no le gustaba de ellos.
Terry, por su parte, pensó que prefería ser un desconocido para ella, antes que ser tratado como uno más de sus primos.
– ¿Y bien? ¿Qué es lo que quieres? – habló ella con la voz todavía molesta.
– No estoy seguro de que sea un buen momento para lo que tenía pensado.
– Terry, ¿has pensado qué harás cuando termine el colegio?
– Es posible que haga un tour de bares que haga rabiar al Duque – respondió ácidamente.
El rostro de Candy se entristeció, ella misma no sabía qué sucedería consigo al terminar el colegio ¿La dejarían volver al Hogar de Pony? Después de todo, esa era la razón por la que había accedido a partir a Londres.
– Pero antes de meterme en problemas, he prometido ir contigo a tu hogar. Tengo que probar esas maravillosas galletas que dices que hacen tus madres y necesito ser testigo de cómo ganas las competencias acerca de trepar por los árboles como toda una Mona Pecosa.
– ¿Lo dices en serio, Terry?
– Claro – dijo tomándola por los hombros y acercándola hacia él en una especie de abrazo. Eso es lo que él quería pedirle antes. Quería saber si le permitiría abrazarla. Al final, lo hizo sin pedir autorización.
Candy se quedó muy quieta, sin reaccionar. Definitivamente esto era raro, pero ese día no podría encontrar la razón.
A lo lejos comenzó a sonar la campana que indicaba que era hora de la merienda y que siempre marcaba el final de su encuentro.
Después de tantos años de ese evento, Candy todavía podía escuchar en su cabeza el sonido de la campana. Ese recuerdo permeó toda su mañana y el camino hacia el lugar previo al encuentro,
En el presente un Terry adulto la esperaba en un café de Chicago.
Tragó saliva y comenzó a caminar hacia él. En el momento en el que ella iba a llamarlo, él se dio la vuelta.
– Querida Candy, ¿cómo estás?...
Nota de la autora:
¡He vuelto al fin! Ha pasado casi un año desde entonces y luego dejé pasar otros seis meses para poder volver a escribir, pero finalmente lo he hecho. Tal y como dice la nota de Terry, me sucedió.
No es una historia hecha así que iré publicando semanalmente y construyéndola junto con ustedes.
Les tengo una sorpresa y un aviso. Comienzo por este último; sé que quienes han leído mis historias en el último año se han topado con que faltan capítulos, sobre todo el final. Esto lo he hecho pues una querida amiga se encontró mis historias (sin autorización) en Wattpad y en alguno que otro canal de videos, por lo que me vi en la necesidad de retirar el material. Volveré a colocarlo momentáneamente, ya les compartiré cuándo más adelante.
Y la sorpresa es que el sábado a las 19 hrs de México estaré junto con otras maravillosas escritoras del Candy Mundo y de Fanfiction platicando con ustedes en el canal de Gissa Graham en aquella plataforma de videos que empieza con "Y" y termina con "tube" para quienes nos quieran acompañar en la presentación de un proyecto precioso de Antologías en donde les relatamos 5 maneras de fantasear en el escenario "Bajo el cielo de París".
Las espero 3
Nos leemos en la siguiente entrega; éste es por supuesto un Terryfic.
ClauT
