La dama de los secretos
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Disclaimer: Los personajes de Candy Candy no me pertenecen sino a sus respectivos autores. Esta es una historia original que me pertenece y que les pido que por respeto NO compartan en otros foros, webs, canales, etc. ya que no cuenta con permiso para ser copiada o narrada en ningún otro sitio ajeno a Fanfiction.
Dicho esto, disfrútenla.
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Capítulo 2: Un piano en sus recuerdos.
Semanas antes en Nueva York.
Era uno de esos días de invierno neoyorquino que parecía no acabar nunca. Era el día perfecto para quedarse en casa, pero Terrence Graham se encontraba sentado en un restaurante en compañía de Franz, el notario de su madre. Tenía varios asuntos pendientes de los cuales debía ocuparse ese día y no dejaba de ver su reloj.
Poco más de seis meses atrás, Eleanor había dado su último suspiro, demasiado pronto diría la prensa ya que era apenas una sexagenaria. Tras su funeral, un día Terry descolgó el teléfono de su casa y la voz amable y formal de Franz le explicó la situación: su madre lo había designado como albacea, se reuniría con él y revisaría con él los objetos inventariados, notificaría a los herederos nombrados y se colocaría un anuncio en prensa para localizar a otros involucrados, tal como el proceso lo indicaba. Ese día se encontraron para iniciarlo.
— ¿Señor Graham? ¿Tiene alguna duda?
El viejo notario de Eleanor miraba al hombre que tenía frente a él. Llevaba unos minutos en silencio, visiblemente contrariado.
— ¿Candice White? ¿Eso dice el testamento?
— Así es, su madre estableció que debía entregar el contenido de la caja de seguridad a esa persona.
Terry puso sus dedos sobre la sien. No era para él un secreto los deseos que su madre guardó en vida acerca de reunirlo con Candy, pero no esperaba que después de su muerte insistiera en ello.
— ¿Cuál es el contenido de esa caja?
— No sabría decirle, la señora Baker se encargó de depositar su contenido y ordenar que se efectuara el pago hasta la fecha en que muriera.
— Ya veo, ¿sería posible extraer su contenido y enviarlo directamente a la señorita… a la señora… a Candice? — dijo Terry sintiendo un sabor amargo en la boca con la sola idea de que ella pudiera estar casada; debía estar preparado para ello. El tiempo era un enemigo cruel.
— Acorde al procedimiento me temo que no. Una caja de seguridad bancaria exige que ambos titulares se encuentren presentes al momento de abrirla con el fin de acceder a su contenido. La albacea en persona y el receptor de la herencia deben acudir al establecimiento. Aunque, si usted lo desea, podíamos tramitar un representante legal. Tomaría un par de días y…
— ¿Se lo ha notificado a ella? — lo interrumpió. Cabía la posibilidad de que Candy se negara a recibir la herencia. Conociéndola como lo hacía, esto era lo más factible; bastaría con hacerle llegar la notificación para que ella se rehusara y el problema estaría resuelto.
¿Era eso lo que quería? Terry se debatía entre enfrentar el presente que lo atemorizaba y sus deseos de verla nuevamente. Imaginarla feliz, formando la familia que no tuvo de niña era lo que él añoraba; sabía que algún día tendría una vida hermosa y que sería una estrella en el cielo de algún otro hombre, pero por qué no podía ser en el suyo1.
— El procedimiento comienza con esta reunión señor Graham, como albacea le corresponde indicarme el momento para llevar a cabo el listado de bienes y su repartición ¿Le parece que notifique a ésta y las otras personas a la brevedad?
— Hágalo. –diciendo esto Terry tomó su abrigo y se marchó de allí rumbo al teatro.
Durante todo el camino, él sintió esa inquietante sensación que invade cuando nos enfrentamos a algo deseado y temido. Por momentos se sentía un tonto, ya era un adulto y a pesar de ello, su reacción era la del joven de diecisiete años que dejo ir a su primer amor.
Karen Kleis lo esperaba en la sala de descanso del teatro; cuando él llegó le dedicó una sonrisa amable que no fue contestada. Terry tomó el guion y empezó a hacerle preguntas acerca de él. Ella lo miró con extrañeza.
— ¿A qué viene tanta prisa? — preguntó sirviéndole del café que había preparado.
Parecía agotado y, desde luego, no estaba de buen humor
— Tengo que hacer el inventario de una caja de seguridad que dejó mi madre — dijo dejándose caer sobre el sofá y pasándose las manos por el cabello.
— ¿Tan importante es? Siempre puedes designar un representante y dejarle a él estos pendientes — dijo ella con tono de aburrimiento.
— Debo entregar el contenido a Candice White.
— ¡Oh, vaya! — exclamó ella alzando las cejas y dejando la taza sobre la mesa. Eleanor sí que sabía crear una nueva intriga, aunque dicen que segundas partes, nunca fueron buenas — Y ella se ha negado a ver a un hombre que lleva años alejado de su vida.
Terrence la miró con fuego en los ojos.
— ¡No me mires así! Eres tú quien ha dejado pasar el tiempo, fue demasiado si me lo preguntas ¡Tú gran tonto! — dijo Karen haciendo un puchero.
Terry recargó la cabeza sobre sus manos.
— ¿Qué pasa si en verdad nadie aparece a la cita?
Karen suspiró con algo de pena. Todos estos años conviviendo con el actor la habían ayudado a dimensionar la tristeza que lo envolvió cuando tuvo que dejar ir a Candy. Jamás comprendería sus razones, pero por su amistad, procuraba no mencionar una sola palabra acerca de Susana.
— No te queda más remedio que acudir al lugar y esperar que ella se presente. ¿Qué hay en la caja, Terry?
— ¿Cómo lo voy a saber? ¡Eleanor debe haber enloquecido!
— Solo preguntaba — repuso Karen casi murmurando. — Si se presenta, ¿crees que lo hará… sola?
— Kleis no necesito que me transmitas más presión — dijo Terry entre dientes.
No estaba de humor para seguir escuchando los cuestionamientos de Karen. Necesitaba un cigarro, pero los diez años que llevaba sin fumar uno solo de ellos alimentaban su orgullo y provocaban que se alejara de la única cosa que lo calmaría. Un cigarro no arreglaría nada.
Durante el ensayo Terry estuvo rígido pero impecable. Estaba por dar el paso siguiente en su carrera haciéndose un camino como director; no podía permitirse dar una función con errores. Después de actuar en Hamlet, la crítica por fin le había asignado un merecido sitio entre los actores de renombre. Eso a él, que amaba actuar, le importaba poco; pero tenía que admitir que era la única forma de cruzar la línea hacia el siguiente paso que era dirigir sus propias obras.
— Debo irme Kleis, buen trabajo. Te veré la próxima semana — Terry tomó sus cosas y se dirigió a la puerta. — Es posible que la próxima vez llegue tarde, debo representar el papel de un hombre feliz y exitoso que se reúne con una vieja conocida mientras hace sus funciones de albacea. Claro, eso siempre y cuando ella se presente, de lo contrario tendré que hacerme cargo por mí mismo de los caprichos de Eleanor.
Karen lo miró con reprobación, ¿era tan difícil ser sincero?
— Terry, ¿qué harías si no tuvieras miedo?
Él no contestó, cerró la puerta con fuerza y comenzó a caminar por las iluminadas calles de Broadway hasta llegar a Park Avenue. No tenía deseos de ir a casa, así que se encaminó por la 3ª avenida hasta un discreto lugar, en la puerta decía PJ Clarke's. No era la primera vez que Terry visitaba ese lugar donde a pesar de vivir la época de «la Prohibición»2, siempre ofrecían disimuladamente alguna opción a sus clientes leales.
El lugar se encontraba prácticamente vacío, se dirigió a la barra donde sólo se podía ver a un individuo joven garabateando en una servilleta y tarareando palabras incomprensibles. Terry decidió sentarse algo alejado de él y esperar al cantinero que debía estar tomando un descanso en esa noche tranquila.
— Joy. ¡Hey, Tommy Joyce! Tienes otra alma en desgracia que ha llegado a tu barra — gritó el joven. Terry apenas lo miró, mientras el hombre le sonreía esperando una respuesta de su parte. Si continuaba así, tendría que marcharse; en los bares él había iniciado peleas, no amistades.
El cantinero apareció frente a Terry.
— Lo siento pero no vendemos alcohol — dijo mientras limpiaba la barra.
— ¿Es eso cierto? Este chico parece haber tomado por lo menos un par de tragos — señaló Terry con un gesto al chico que continuaba mostrando una boba sonrisa.
— No lo conoce — rio el cantinero. — Él siempre es así.
— Deme un vaso con agua — respondió Terry sin interés.
— No servimos agua en este bar — replicó el cantinero de mala gana.
Terry comenzaba a exasperarse, ¿qué diablos vendían en ese lugar entonces?
— ¡Vamos Joy! No seas pesado, este hombre necesita una mano — dijo el desconocido. — No se marche, este lugar necesita clientela.
Linda manera de atraer clientes. Pensó Terry.
— Dale lo mismo que bebo yo, pero que quede claro que esta noche no invito, todavía nadie me compra una canción, pero cuando lo hagan, le invitaré lo que quiera beber.
Qué bien, lo que necesitaba, un completo lunático que perseguía la fama, de esos que abundaban en Nueva York.
A regañadientes, el cantinero depositó un vaso frente a Terry, parecía ser una especie de Whisky de dudosa calidad. Él lo tomó de un trago, antes había bebido cosas peores. El licor bajó por su garganta con una sensación ardiente y paradójicamente reconfortante, hacía mucho tiempo que no bebía nada que no fuera el vino o el champagne que se estilaba en las fiestas previas a los estrenos.
— ¿Lo ves, Joy? Te dije que era un alma en desgracia. Dale otro para su chica y uno más para el camino3 .
— ¡Mi chica! — resopló Terry. Él nunca tuvo una chica, y cuando se atrevió a pensar que la tenía, la dejó ir.
— Déjelo salir amigo, ¿le gusta cantar? para eso son las canciones bellas y tristes. — el chico cantó parte de una canción que Terry nunca había escuchado antes. — ¡Eso es lo que quiero provocar con mis letras! ¿Lo ve? El dolor se desvanece al cantar.
— Menos sentimientos y más dinero, chico — respondió Tommy el cantinero puliendo un vaso.
— Eres un aguafiestas Joy. Deberías de tener un piano, ¡Cómo me gustaría dedicarle una pieza a nuestro visitante!
— Un piano… — murmuró Terry sintiéndose arrastrado hacia el fondo de su memoria donde guardaba sus preciados recuerdos del Real Colegio San Pablo, donde alguna vez tocó el piano para Candy.
Flashback
… Tocaba el piano pensando en ti…⁴
Hacía mucho tiempo que no sentía ganas de tocar. Y, como broche final, Candy estaba allí, sobre esa rama, justo cuando había levantado la vista. Pensó que soñaba con los ojos abiertos, pero no era así, allí estaba Candy frente a él, debatiéndose confundida, con las manos aferradas a la cortina.
— Nunca habría creído que alguien como tú sabría tocar el piano — murmuró ella.
Él sonrió y continuó tocando. Nunca lo sabría, pero aquella melodía la tocó de manera tan dulce que fue capaz de derretir su corazón. Gracias a ello, Candy se relajó.
— Se te da muy bien, Terry.
— Sólo esta canción de cuna de Mozart — confesó él, cerrando con delicadeza la tapa del piano.
— ¿Es una canción de cuna? ¡Seguro por eso siento sueño!
— Esa mujer la tocaba a todas horas… Recuerdo que también me la cantaba. Me la susurraba al oído antes de acostarme — suspiró Terry con la mirada fija en un punto lejano y con los ojos entrecerrados, como si aún pudiera escucharla. — Es el único recuerdo que me une a ella — explicó.
— Qué envidia me das — dijo Candy sorprendiéndolo. — Aunque sea sólo uno, al menos tienes un recuerdo. Yo no tengo ninguno — admitió ella.
Es cierto, Tú no sabes ni siquiera cómo eran tus padres, Candy.
Ella pareció adivinarle el pensamiento y sonrió agitando su cabeza.
— Me abandonaron en el orfanato más bonito del mundo. Los recuerdos que tengo del Hogar de Pony son un tesoro para mí y agradezco que mis padres me dejaran allí y no en otro lugar. Estoy convencida de que lo eligieron a propósito.
La miró sin saber bien qué decir al oírla hablar con tanta felicidad.
— Cuéntame más de ti, Candy.
Ella no se hizo de rogar, le habló de la señorita Pony, de la hermana Lane y de lo buena que era con el lazo y trepando árboles.
— ¿Y qué pasa con las pecas? Seguro que nadie te ganaba en eso tampoco.
— ¡Pues claro que no! No me digas que tienes envidia, Terry — bromeó Candy, riéndose.
— Quizás un poco. Me gustan las pecas — murmuró.
Terry continuó recordando.
Más adelante, en la Villa de su familia en Escocia, nuevamente un piano aparecería en su historia.
— Ojalá conociera a alguien que quisiera darme clases particulares de piano. Sería una gran ayuda.
Candy había dicho esa frase mirándolo con ojos expectantes. Él había reído mientras le daba una palmadita en la frente.
— Si te conformas conmigo, soy todo tuyo, ¿Eso es lo que querías escuchar?
— ¡Eso mismo! Exclamó la joven sonriendo de oreja a oreja.
Él había tenido que reprimir el impulso de atraerla hacia él y estrecharla fuerte entre sus brazos.
— Será un placer echarte una mano, doña Pecosa — se burló él haciendo una elegante reverencia frente a ella.
En esa ocasión fue cuando Terry se dio cuenta de que había encontrado algo que le cautivaba más que la interpretación.
Fin del flashback
Terry regresó al presente en el que el chico joven, con ojos brillantes, lo miraba con curiosidad.
— Parece que nuestro invitado ha recordado algo importante — dijo acercándole un nuevo trago.
Terry miró fijamente el vaso sin atreverse a tocarlo. La melancolía y el alcohol no eran una buena combinación, lo sabía muy bien.
— ¿Le gusta la música, señor…?
— Lo normal — respondió él secamente. — ¿Eres músico?
La mejor manera de detener una lluvia de preguntas entrometidas era comenzar a formular algunas.
— Me gusta escribir canciones, mejor aún si son tristes.
— En la vida hay suficientes historias tristes como para además de ello crear canciones que nos las recuerden — sentenció Terry dejando algunos billetes sobre la barra y levantándose de allí con la intención de marcharse.
— Si algún día escucho tus canciones tristes en la radio me aseguraré de adquirirlas, aunque si de verdad tocas el piano, lo que en verdad anhelo es una Improvisación que podría llamarse «la mona pecosa».
Dejando a dos hombres confundidos por sus palabras, él salió por la puerta y se encaminó a casa.
Esa noche Terry durmió profundamente, tanto que al día siguiente seguía en cama cuando la voz del notario al teléfono lo sorprendió.
— ¿Señor Graham? Le notifico que Candice White ha accedido a recibir la herencia. Lo esperará en el café Valois, muy cerca de la Universidad de Chicago este lunes por la mañana.
— ¿En Chicago? Espere, la caja de seguridad se encuentra aquí, en Nueva York.
— En efecto señor Graham, pero no esperará que la heredera acceda a recibir lo que la señora Baker dejó para ella si debe trasladarse hasta aquí.
— ¿Pretende que vaya a Chicago a ver a Candice con las manos vacías? Debe estar burlándose de mí.
— Se lo repito, Candice White lo espera a usted el lunes por la mañana. Después de esta reunión avíseme cuándo acordarán hacer la apertura de la caja de seguridad. Que tenga un buen fin de semana.
Sin darle oportunidad a Terry de decir algo, el notario Franz colgó el teléfono. Él tardó varios minutos en asimilar lo que estaba sucediendo.
¿Candy estaba dispuesta a encontrarse con él en Chicago?
Con incredulidad, comenzó a ordenar su cabeza, no había tiempo que perder. Con pasos agigantados caminó hacia la bañera y se metió en ella, con el cuerpo aún mojado se vistió con lo primero que encontró y corrió a conseguir sus pasajes a Chicago: uno de ida y dos de vuelta.
¡Era una locura! No sabía si Candy estaría dispuesta a venir a Nueva York pero él tendría todo listo si ella accedía.
La mañana del lunes, Terrence Graham despertó en la habitación que había reservado en el Palmer House Hotel en Chicago, muy cerca del Instituto de Arte.
Después de desayunar se vistió con aquel traje que las personas le decían que hacía ver sus ojos del color del océano, cosa que antes le había parecido ridícula, pero ese día sentía la necesidad de poner un poco más de empeño en su arreglo; mientras se vestía le temblaron las manos. Al terminar, se miró rápidamente al espejo, tomó su saco y se dirigió hacia el ascensor.
El café donde el notario había citado a Candice estaba a unas calles del hotel. Él prefirió caminar. El viento intenso que hacía famoso a Chicago sopló despeinando su cabello, lo llevaba recortado, pero un poco más largo de lo que la moda de la época marcaba como apropiado. Se preguntó si ella lo reconocería al verlo. Él estaba seguro de que le bastaría un solo vistazo para saber que estaba frente a ella.
Llegó casi media hora antes de la cita, se sentó en una de las mesas al lado del ventanal y frente a un largo espejo que hacía parecer el lugar más grande de lo que en verdad era. Fue en su reflejo que varios minutos después vio entrar a una mujer pequeña, de cabello rubio y recogido en una media coleta que no se parecía en nada al par de ellas que antes la caracterizaban. Sus ojos verdes recorrieron el lugar hasta que quedaron fijos en él; lo había ubicado en cuestión de segundos, pero a él le bastó con la mitad de éstos para saber que era ella.
Como si todo lo demás se hubiera congelado a su alrededor, vio como Candy comenzó a caminar hacia él hasta detenerse a unos pasos de su asiento, sin embargo, antes de que ella pudiera saludarlo, él no pudo contenerse por más tiempo y se dio la vuelta para mirarla de frente.
Tratando de disimular su emoción, Terry le habló con su profunda voz que sin saberlo, a ella tanto le gustaba.
— Querida Candy, ¿cómo estás?...
Notas de la autora:
Hola a todas las lectoras en esta segunda entrega. Me dio una gran emoción saber que algunas de ustedes me recuerdan aun después de tanto tiempo alejada de la escritura en Fanfiction.
Les agradezco desde el fondo de mi corazón: Mia8111, Laribel, ArmonicadeTerry, FabiolaPG, mi muy querida Australia77, Grazie cara Ary81, Blanca67, Clint Andrew, Letty Bonilla (¡qué gusto que nos acompañaras en la presentación de la antología!) y Elvira Soami.
Las invito a acompañarme este martes 31 de mayo a las 19 horas de la ciudad de México en la entrevista que me hará Gissa Graham en su canal de Y- ou Tu-be para platicar de todo lo que ustedes quieran saber sobre mis historias y sobre mi colaboración en la Antología: Bajo el cielo de París. Me encantaría tenerlas en vivo para leer sus mensajes y preguntas durante la entrevista. ¡Las espero! :)
Hasta pronto.
ClauT
Notas al pie:
1 Extracto de la canción "Black" de Pearl Jam.
2 La Prohibición fue una prohibición constitucional a nivel nacional en E.U.A. sobre la producción, importación, transporte y venta de bebidas alcohólicas de 1920 a 1933.
3 One for my baby es la letra de una canción escrita por Johnny Mercer. Se dice que éste escribió "One for My Baby (and One More for the Road)", en una servilleta mientras estaba sentado en el bar PJ Clarke cuando Tommy Joyce era el cantinero.
⁴ Inicio de un extracto original de Candy Candy Final Story, éste es parte de todo el Flashback.
