La dama de los secretos

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Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenecen sino a sus respectivos autores. Esta es una historia original que me pertenece y les pido que por respeto NO compartan en otros foros, webs, canales, etc. ya que no cuenta con permiso para ser copiada o narrada en ningún otro sitio ajeno a Fanfiction.

Dicho esto, disfrútenla.

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Capítulo 3: Candy y Terry.

¿Cuál sería tu reacción si te encontraras con tu ardiente amor de juventud?

Candy había evitado pensar en ello por tanto tiempo que dejó de ser una posibilidad. Por años luchó con emociones contradictorias, sentía ganas de verlo, pero al mismo tiempo, su recuerdo la intranquilizaba. Siempre temió que lo sucedido aquella noche en Nueva York volviera para atormentarla, y ahora ese algo imposible era una realidad vestida de azul frente a ella.

Trató sin éxito de estirar un brazo hacia él, sentía cada una de sus articulaciones tan rígida que podría jurar que se movía como un robot mientras él la miraba con una discreta sonrisa y le preguntaba cómo estaba.

«¿Qué cómo estoy?» Pensó Candy. Sentía el estómago revuelto, la boca seca y le dolían las piernas como si hubiera corrido un maratón. Esa no era una respuesta apropiada, aunque era verdad.

No sabía cómo debía saludarlo. Una sonrisa extraña fue todo lo que pudo dibujar en su rostro y sólo atinó a asentir pues su cuerpo seguía sin moverse.

Terry leyó en ella su incomodidad. Mientras se levantaba del asiento observó rápidamente en lo que aquella jovencita pecosa del pasado se había convertido. Estaba algo más alta, no mucho más de lo que recordaba, siempre había sido pequeña; su cabello seguía siendo ondulado, rubio y abundante. Sus ojos eran tan verdes como siempre, grandes, brillantes y expresivos. Continuaba siendo tan blanca como la nieve y todavía tenía esa nariz achatada sobre la que bailaban sus pecas disminuidas por los años y el maquillaje.

«Me gustan las pecas…»

Terry podía escuchar en su cabeza aquella frase.

Le seguían gustando, aún más si fuera posible; lo volvían loco, ese era el efecto que tenían sobre él.

Galantemente, Terry la tomó del brazo y la guio hasta el asiento junto a él mientras seguía recorriéndola con la mirada. De pronto, su tono de voz cambió.

—No lo puedo creer Candy, ¿cómo has podido?

Los ojos de Candy se abrieron completamente, ¿de qué estaba hablando?

—¿Qué es lo que hice?

—Nunca te creí capaz de algo semejante, ¿qué ha sido de aquella chica a la que conocí en Londres?

—Y…Yo, no te entiendo, sigo siendo la misma.

—¿La misma? —se mofó Terry. — Yo no diría eso… ¿cómo te atreves a ocultarlas?

—¿¡Terry!? ¿De qué diablos estás hablando? ¿Te has vuelto loco?

Él no pudo evitar sonreír deleitado al escuchar su nombre en los labios de esa persona. Hacía tantos años que no la escuchaba nombrarlo y de inmediato una cascada de recuerdos se apoderó de él.

«Escucha, llámame Terry, por Dios. Solamente los inútiles me llaman Terrence. Aunque no tengo muy claro que tú no lo seas»

En ese entonces ella no lo llamó "Terry" inmediatamente.

Fue una tarde que se encontraba tumbado sobre la hierba rodeado del aroma de los narcisos, cuando una Candy que corría a toda velocidad cayó sobre él. Tras un mes volvían a encontrarse, la última vez que la vio fue escapando por el balcón de su habitación llamándolo borracho y ordenándole que esperara a que volviera con medicinas para curar sus heridas.

«Terry, tus heridas eran graves por eso…»

¡Sí, esa fue! La primera vez que lo llamó, Terry.

Regresando de aquél breve viaje por sus recuerdos, él miró su cara angustiada y no pudo evitar dejar salir una risilla maliciosa.

— ¡Cómo te has atrevido a perder algunas de tus pecas y a ocultar las que se han quedado! — dijo él colocando su dorso en la frente en un gesto dramático y después sonriéndole con descaro.

— Terrence Graham, eres un tonto, ¡me has dado un susto de muerte! — chilló ella dándole un par de golpes en el pecho. Todos esos sentimientos que la habían preocupado desaparecieron de golpe con esa sencilla broma de Terry que lo mantenía riendo.

Fue así como comenzó su reencuentro acompañado de un par de tazas de té y bocadillos.

Cuando la mesera los dejó solos, Terry se regodeó recordando la cara de susto que había puesto Candy con toda esa treta que montó.

Ella lo miró achicando los ojos en un gesto de reproche que no consiguió durar en su rostro más que un par de segundos para dar paso a una enorme sonrisa.

— No has cambiado nada, ¿verdad, Terry? — Una vieja conocida calidez que no había sentido en años le envolvió el corazón.

Él sonrió en forma lenta y deslumbrante.

— Es curioso, yo he pensado lo mismo al verte.

Habían vuelto a ser Candy y Terry.

— Me alegra ver que te encuentras bien.

— ¿Y por qué no habría de estarlo, Pecosa?

Candy se tensó visiblemente de nuevo. No sabía por dónde comenzar, la muerte de Susana o la de Eleanor.

— Cuando lo supe quise escribirte Terry, en verdad. También en esta ocasión cuando todos los periódicos publicaron la muerte de tu madre. No puedo imaginar lo que ha sido para ti la pérdida de las dos mujeres de tu vida.

La sonrisa de Terrence desapareció y la observó en silencio tratando de comprender lo que había escuchado.

— No te equivoques — dijo molesto. — Tú mejor que nadie sabes cómo era mi relación con Eleanor, si bien es cierto que gracias a ti no le puse fin, tampoco puedo presumir una gran cercanía. Y de aquello otro, fue una deuda de honor, nada más.

Ella quería decirle muchas cosas pero calló. Éste no era el momento. Al cabo de un rato Terry suavizó el gesto. No había venido a portarse como su yo del pasado.

— Discúlpame Candy, no es un tema fácil para mí. — dio un sorbo a su taza de té. — Espero no estar interrumpiendo tu horario en el hospital.

— ¿Cuál hospital? — respondió Candy con un tono irónico en la voz. — Hace muchos años que no trabajo en ningún hospital, Terry. Y menos aún en Chicago.

— No lo sabía, ¿qué fue lo que sucedió? — preguntó él incrédulo.

Candy le relató entonces los eventos que habían tenido lugar con respecto a Neal, sus amenazas y las consecuencias de su breve enamoramiento que la llevaron a estar vetada de todos los hospitales de Chicago y sus alrededores. También le explicó cómo el "Tío Abuelo William" había intercedido para librarla de ese compromiso al que ella no accedió, y cómo fue que descubrió que ese viejo amigo de ambos, Albert el trotamundos, era aquella misteriosa persona que la había adoptado y a quien ella quería impresionar convirtiéndose en una dama.

Él la escuchó muy atento, impactado por la cantidad de eventos que habían sucedido en la vida de esa pecosa rubia.

— Cuentas esa historia tan surrealista como si no fuera la gran cosa — afirmó Terry mirando hacia el techo. — Pero debo admitir que la parte más aterradora es aquella de Neal, ¿finalmente se vio cautivado por tus pecas? ¡Increíble! — dijo comenzando a retorcerse de la risa.

— ¡Terry, basta! ¡No le veo la gracia! — exclamó ella sintiendo una calidez en el pecho.

— ¡Yo sí! ¿El romance entre una sabandija y una mona? ¡No me lo perdería! — bromeó él sin parar de reír.

— Terry, si sigues riéndote voy a olvidarme de que soy una dama ¡y voy a golpearte!

— ¡Como usted diga "señora Legan"! — siguió mofándose, haciendo un pobre esfuerzo por contener la risa.

Candy apretó los labios, Terry seguía siendo un burlón, irreverente, maleducado, malcriado sin modales… y eso la hizo darse cuenta de lo mucho que le había echado de menos.

— ¡No tienes remedio, Terry!

— Lo sé — Él secó las lágrimas que habían salido de sus ojos tras la mejor carcajada que había tenido en años.

— ¿Está bien que estemos aquí sin tu disfraz? — Candy notó la mirada insistente de algunas personas que estaban en el café y la manera en que las meseras cuchicheaban en una esquina sin parar de mirarlos.

Pecas, he dejado de ser el actor de moda. Mis principios me alejan del cine que es en donde las nuevas estrellas se congregan. Si fuera Cary Grant¹ o Humphrey Bogart¹ no podría salir a ningún lado.

— ¿El cine no te interesa?

— Hasta yo tengo mis límites — dijo encogiéndose de hombros. — Me sigue gustando actuar, pero no me veo fuera de un teatro, ¿sabes? Pronto comenzaré a dirigir.

Candy escuchó los planes de Terry sintiéndose feliz por cada palabra que salía de su boca. Él volvía a ser esa persona deslumbrante cuando hablaba de sus sueños e ilusiones.

Las horas se fueron una a una sin notarlo, cuando menos lo esperaban ya pasaba de la hora del té. Terry ordenó algunos platillos dulces sabiendo cómo le gustaban a ella.

— Esto no está nada mal, sin embargo, no le pide nada a la cocina de la señorita Pony.

— Eres una glotona.

— No dirías eso si la conocieras o si hubieras probado las galletas con pasas de la señorita Lane.

— Todas las pláticas sobre tu hogar, en algún punto, tienen que ver con comida.

— Sin duda — dijo ella llenándose del dulce sabor de las tostadas con mermelada que acompañaban su plato. Viéndola tan feliz y relajada, Terry decidió que no habría un mejor momento.

— Candy, creo que es hora de que hablemos del tema que me trae a Chicago.

— Claro, ha sido una sorpresa el que ella pensara en mí, Terry. Me siento honrada, pero no creo poder aceptarlo.

— Aún no sabes lo que hay en la caja de seguridad.

— ¿Caja de seguridad? — preguntó ella frunciendo el ceño. Si aquello estaba en una caja de seguridad, mayor razón para negarse a aceptarlo.

— Así es, mi madre ha dejado para ti "algo" en una de sus cajas de seguridad.

— Bien, pues bastará con abrirla para saber lo que…

— La caja está en Nueva York, Candy. — agregó Terry con recelo.

Candy, a punto de llenarse del delicioso té que estaba por finalizar, al escuchar esas palabras estuvo a nada de escupirlo. Sólo atinó a tragarlo de golpe y cubrirse la boca con la servilleta deseando haber escuchado mal.

— ¿Nu… Nueva York? — los labios de Candy temblaron ligeramente bajo la tela.

— Comprendería que no desees regresar conmigo a ese lugar, pero no hay otra manera de abrir lo que está en su interior.

— ¿Contigo? — preguntó de nuevo terriblemente incómoda.

— Podríamos ir por separado si lo deseas, aunque me parece que será más ameno el camino si viajamos juntos.

Ella bajó la cabeza como respuesta.

— Sé que es mucho pedir, no necesito ahora un respuesta. Piénsalo.

Nueva York… un lugar lleno de tristes y dolorosos recuerdos. Candy había evitado ese sitio como la peste, por un lado para evitar encontrarse con el hombre al que había prometido no volver a ver, y por otra parte, para dejar el pasado enterrado en su memoria.

— Terry debo irme, se ha hecho tarde.

— Te llevaré — dijo él pidiendo la cuenta y deteniéndola en su intento de sacar su billetera del bolso. — Es lo menos que puedo hacer después de hacerte venir a Chicago.

Durante todo el camino, Candy permaneció con la mirada perdida, limitándose a sonreír cuando él decía alguna cosa.

Al llegar, Terry hizo que el chofer aparcara frente a la casa donde le indicó Candy que se estaba quedando.

— ¿Quieres que te acompañe a la puerta?

Teniendo en cuenta que estaba a unos diez pasos de la entrada de la casa, la oferta le parecía educada pero totalmente innecesaria, y si Archie lo llegaba a ver por la ventana no sabría lo que podría suceder.

— No gracias, tengo que pasar por el jardín para recoger algunas cosas. — Ella le sonrió y se bajó del auto.

Una vez afuera se sorprendió al ver que él también había descendido del auto y caminaba hacia ella.

— ¿Qué haces? – le preguntó sorprendida.

— Te ayudaré a cargar esas "cosas".

— Hey Terry, ¿cuándo he sido una debilucha? No hace falta, puedo hacerlo sola.

— Ya sé que puedes hacerlo sola, pero será más cómodo si te ayudo, te ves cansada.

A Candy se le puso la mente en blanco ante la insistencia de él y no pudo hacer otra cosa que echar a andar hacia el jardín posterior escuchando los pasos de Terry a sus espaldas.

Se quedaron unos minutos callados mirando la noche estrellada, cada uno perdido en sus propios pensamientos. La voz enronquecida de Terry terminó con el silencio.

— Quiero volver a verte — le dijo él de pronto con una sinceridad que la desarmó. — ¿Podemos cenar?

A ella se le aceleró el pulso con su obvio cambio de tono.

— Acabamos de llegar y es un poco tarde para ir a cualquier lugar — balbuceó a toda velocidad Candy — Ni siquiera he abierto mi maleta y seguramente Annie desea que charlemos un poco antes de que tenga que marcharme, como sabes debo volver a la Clínica del doctor Martin en mi ciudad natal.

— Mañana, entonces — La mirada decidida de Terry acompañó sus palabras, ella apretó los labios sin saber qué decir.

— ¿¡Qué estás haciendo cerca de Candy!? — cuando por fin ella se había decidido a abrir la boca, una voz resonó en el jardín interrumpiéndolos.

Candy se dio la vuelta hacia la puerta de la casa principal desde la cual Archie había salido hecho una furia y listo para embestir como si fuera un toro.

«Oh, rayos» pensó Candy, las palabras de Terry habían provocado que se distrajera un minuto, y sólo uno de ellos bastó para que lo que temía se volviera una realidad.

— Terry, será mejor que te vayas. Esta es la casa de Archie y Annie, verás…

— No soy bien recibido, lo sé, yo en su lugar haría lo mismo, Pecosa — murmuró suavemente Terry — Sin embargo, no soy ningún cobarde.

— ¿Qué no me oíste? ¿¡Qué demonios haces en mi patio trasero!?

—Un placer volver a verte Cornwell, aunque veo que no lo es para ti.

— ¡Lárgate o no respondo!

— Archie, cálmate. Terry estaba por marcharse, sólo vino a…

— ¿A complicarte la vida? — Archie la miró contrariado. — En ausencia de William, soy yo quien debe de velar por todos los miembros de la familia. Y tú eres uno de ellos.

Archie nunca volvió a llamar "Albert" al tío abuelo después de enterarse que eran la misma persona para él fui imposible hacerlo considerando el gran respeto que le tenía al jefe del clan Ardlay y éste se tradujo en un compromiso, aún más apremiante, a partir del instante en que lo apoyó con sus estudios en la Universidad de Massachussets y respaldó su boda con Annie.

— Terry, he sido muy feliz al volver a verte, pero debes marcharte. Acerca de la herencia te pido que le comuniques al abogado Franz que no podría aceptar nada que se encuentre en una caja de seguridad. Tú comprendes cómo soy, ¿verdad? — habló Candy con honestidad deseando acabar con ese pleito a medio patio de los Cornwell.

— Sabes dónde está la salida — Dicho esto, Archie la tomó del brazo guiándola hacia la entrada, no sin antes lanzarle una mirada de advertencia a Terry que seguía parado en el jardín.

Él la siguió con la mirada. Sus ojos se achicaron un instante aguardando a que ella lo mirara nuevamente, sabía que lo haría. En cuanto se dio la vuelta él movió sus labios diciendo la palabra "Mañana".

Candy asintió levemente como respuesta.

«No te librarás de mí tan fácil, Pecosa, es mi turno de "complicártelo" todo» pensó él caminando hacia el coche que lo esperaba a la entrada.


— ¿Papá? ¿Quién era ese hombre? — la voz de Rosemary, la hija de Archie, lo sorprendió en el recibidor.

— Un fantasma que no regresará nunca más no te preocupes Rosy —respondió mirando a Candy subir las escaleras sin darse la vuelta.

— Parece un príncipe — respondió la pequeña sonrojándose al admitirlo.

Los ojos incrédulos de Archie la miraron con reprobación. ¡Qué diablos tenía ese truhan que idiotizaba a las mujeres!

— Pues no lo es, ese tipo es un sinvergüenza, un infame, es un…

— Archie, no olvides que estás hablando frente a una niña — intervino Annie tratando de mantener la calma mientras abrazaba a su pequeña.

— Pues lo es, eso y más ¿Qué no te das cuenta? Ha regresado para seguir lastimándola, quizás esta vez consiga matarla.

— ¡Santo Dios! Archie, ¿te estás escuchando? Cariño, ve a tu recámara, subiré en un momento para acostarte.

La niña miró a su padre espantada, jamás lo había visto tan enojado, ni siquiera cuando se le ocurrió esconderse de su hermano Stair en el parque y lo había hecho llorar desconsolado pensando en que lo había dejado allí a su suerte. Sería mejor correr a su recámara y esconderse bajo las sábanas.

Annie se aseguró de ver a su hija desaparecer al final del corredor del segundo piso antes empujar a su marido hacia el estudio; tras cerrar la puerta observó a Archie cruzada de brazos.

— Tú no la viste Annie, tú no fuiste testigo de cómo estaba cuando la recogí en la estación de trenes. — continuó Archie incapaz de dejar el tema. — Nunca la había visto tan débil, tan desprotegida, tan… sola. Ese infeliz la dejó a su suerte, la arrastró a Nueva York para abandonarla, para demostrarle que nunca estarían juntos. ¡Nunca! Yo lo sabía, se lo advertí, ese tipo no era para ella en ese entonces, como tampoco es para ella ahora.

— Ambos sufrieron mucho al separarse Archie, estás siendo muy duro. Ninguno de nosotros sabría qué hacer si se encontrara en el lugar de Terrence.

— Yo sí sé, no habría abandonado a Candy, no a ella quien perdió a Anthony y después lo perdería a él. Candy debió de estar loca para darle una oportunidad y ahora parece estar enloquecida al permitir que se le acerque de nuevo. ¿Qué busca?

Annie se debatió entre callar y decirle lo que sabía, quizás si se enteraba que el motivo por el que se habían visto no era por voluntad sino por un asunto legal su enojo se suavizaría un poco.

— La madre de Terry murió y dejó algo para Candy — confesó Annie.

— ¿¡La madre de ese infeliz!? Debe ser una broma, Candy no conoció a la familia de ese bastardo. — dijo Archie negando con la cabeza enfáticamente.

— ¡Archie! ¿Qué te pasa? Te desconozco, parece como si estuviera escuchando a cualquiera de los Legan.

— Pues si debo comportarme como uno de ellos para mantener lejos a ese bastardo, lo haré, no lo dudes.

— Archie, no te olvides que Candy es una mujer adulta, ella sabrá lo que hace.

— No, no lo sabe. Ella cree que toda la gente es buena, tanto que no se da cuenta del estafador que tiene en sus narices. ¡Mañana mismo averiguaré que hay detrás de todo esto! — Diciendo esto, Archie desapareció azotando tras de sí la puerta del estudio.

Cuando Annie entró a su recámara después de dormir a su hija encontró a su marido encerrado en el cuarto de baño. Todo lo que escuchó fue el sonido del agua corriendo.


— ¿Está enfadado? — murmuró Candy mordiéndose los labios. Lo que menos quería era causar un problema a las personas que consideraba su familia.

— De cierta manera lo entiendo, Candy. Yo tampoco estoy muy convencida de este reencuentro. ¿Por qué no me dijiste que verías a Terry? Pensé que todo esto sería a través del abogado.

El silencio de Candy fue suficiente para que ella lo entendiera. Su hermana siempre guardó secretos en su corazón, ésta no era la excepción.

— ¿Qué ha pasado?

Candy dejó escapar un suspiro

— Quiere que vaya con él a Nueva York.

Annie levantó las cejas. A su marido le iba a dar un infarto.

— ¿Y tú quieres?

— No —respondió Candy como un reflejo. — Sí. — murmuró de inmediato, quedándose en silencio por un par de minutos. — No lo sé Annie… — su voz sonaba titubeante.

Candy siempre pensó que todo entre ellos se había terminado. Había enterrado toda esta tristeza, estaba convencida de ello. Y de pronto, todo volvió y no tuvo tiempo de pararlo. — Me gustaría que esto fuera un sueño, un hermoso sueño en el cuál pude volver a verlo y saber que está bien, para después despedirnos para siempre.

Pero esa era una mentira, con la simple llamada de aquel abogado que había planteado este encuentro en Chicago y la idea de poder verlo de nuevo, aunque fuera una sola vez, el corazón de Candy había comenzado a latir tan fuerte que casi se le salió del pecho.

— Oh, vaya… no creo que eso suceda — Annie miraba por la ventana fijamente la figura de un hombre que sonreía con descaro y que parecía haber recuperado la arrogancia con la que ella lo recordaba.

— ¿Por qué?

— Porque es obvio, Candy.

— ¿Qué es obvio?

— Que él ha vuelto por ti — dijo Annie tomándola por los hombros y guiándola hacia la ventana para que fuera testigo de lo que había descubierto.

Esta vez, nada lo detendría.


Nota de la autora:

Disculpen queridas lectoras la tardanza, a Terry se le ocurrió dictarme el capítulo 4 en vez del 3 y ahora he tenido que arreglar ese asunto jeje. La buena noticia es que ya tengo avanzado el siguiente capítulo.

Les agradezco infinitamente a quienes nos han acompañado en las entrevistas, para nosotras cada letra es dedicada a ustedes y por ello, sentir el apoyo que nos dan le aporta sentido a todo lo que escribimos.

Las saludo y abrazo a cada una a cambio de sus review: verdeazulgraham, Fabiola PG, Letty Bonilla, Clint Andrew, Mia811, armonicadeTerry (vi tus review en el Fanfic Azul y Yume, yo también amoooo esas historias), Australia77 (hugs my dear), Eli, Fabaguirre167 y ambar graham.

(1) Ambos actores ("galanes") de moda del cine de los años 30. "Cary Grant" que fue el seudónimo de Archibald Alexander Leach, fue un actor inglés que saltó de las obras de variedad de Broadway a los cines.

Importante: en este capítulo añado párrafos literales que he tomado de Candy Candy La historia final, en su versión en castellano.