La dama de los secretos

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Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenecen sino a sus respectivos autores. Esta es una historia original que me pertenece y que les pido que por respeto NO compartan en otros foros, webs, canales, etc. ya que no cuenta con permiso para ser copiada o narrada en ningún otro sitio ajeno a Fanfiction.

Dicho esto, disfrútenla.

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Capítulo 4: El baile que hacemos.

— Archie, ¿puedo sentarme contigo? — Esa mañana Candy se levantó muy temprano para poder coincidir con la apretada agenda de su primo y desayunar con él.

Archibald se levantó de su asiento para ofrecerle la silla a su lado con una sonrisa sincera en los labios, señal de que estaba abierto a una tregua.

— ¿Café?

— No, gracias, prefiero un poco de té — respondió Candy tomando la tetera y sirviéndose ella misma. — Archie, ayer no fue mi intención ocasionarte un disgusto, yo sé que Terry…

— Candy, hace mucho tiempo que somos amigos. Me preocupa lo que te pase, eso es todo — la interrumpió Archie resistiéndose a escuchar cualquier cosa que tuviera que ver con ese ex noble inglés.

— No va a pasarme nada — habló Candy con una suave calma — Verás Archie, a lo largo de mi vida he tenido que enfrentarme a separaciones dolorosas, pero también he acabado por entender que mientras continuamos viviendo, los reencuentros siempre serán posibles. Por eso ya no le tengo miedo a las despedidas.

— Y después de cada una de esas despedidas te encerraste en ti misma. Yo estuve allí, sobre todo en la segunda, ¿recuerdas?

— Claro que lo recuerdo, tú, Annie y Patty fueron muy buenos conmigo. No creo que hubiera podido superar esa tristeza sin ustedes. Sin embargo, esta situación no tiene que ver con Terry.

Archie la miró impaciente. Por supuesto que el asunto era sobre ese mequetrefe, todo estaba muy bien hasta que él volvió a aparecer.

— Yo realmente aprecié a su madre; nunca pude aceptar sus obsequios en vida, pero creo que puedo hacer esto por ella. Al menos debo conocer cuál era su deseo. Estaré bien, Archie.

— Si esto no resulta como piensas, ¿puedo ofrecerme a romperle todos los huesos?

Ella le sonrió conmovida y divertida a la vez.

— Estoy segura de que eso te complacería, mi paladín, pero no será necesario. Te lo aseguro, todo estará bien.

— ¿Sigues enamorada de él? — Archibald dio un sorbo a su café y decidió que no se quedaría con la duda, al menos tenía que preguntarlo.

Candy no esperaba una pregunta tan directa y privada.

Bajó la mirada y meditó por un momento.

— Lo amé… — respondió con una seguridad que en realidad no sentía. — Sin embargo, nadie mejor que yo, sabe que no se puede huir del pasado, hay que enfrentarse a él.

Archie cerró los ojos deseando que la vida le hubiera permitido a Stair construir aquella máquina detectora de mentiras a la que deseaba someter a Eliza cuando se las ingenió para provocar la expulsión de Candy del colegio. Le hubiera sido muy útil para hacerle ver a su querida amiga lo terriblemente mala que era para mentir.

El verdadero amor merece una segunda oportunidad

La frase resonaba una y otra vez en su cabeza, Annie había esperado pacientemente a que él saliera del cuarto de baño y lo recibió con esas contundentes palabras. Su hoy esposa le había dado cientos de oportunidades mientras esperaba pacientemente a que él dejara ir a cuentagotas el amor romántico que sentía por Candy, para darle paso a un enorme cariño fraternal.

Ese noble, como tú lo llamas, ha podido hacer lo que nosotros no pudimos… Stair fue quien hacía muchos años había dicho aquello.

Como le gustaría que Stair estuviera aquí. Esperaba no tener que arrepentirse por no actuar a tiempo para proteger a la única persona que le quedaba como recuerdo de esa maravillosa juventud.

— ¿A qué hora vendrá ese tipo a recogerte? Quizás deba darle un buen sermón a él también gatita — dijo cerrándole un ojo a Candy con una enorme cantidad de cariño y resignación.


Conforme el día transcurrió Candy se sentía más y más nerviosa.

Jugar con los pequeños Rosy y Stair no la había tranquilizado como esperaba. No entendía qué era lo que le sucedía, después de todo lo peor ya había pasado; había visto a Terry después de largos años de silencio y ahora simplemente irían a cenar para acordar lo que sucedería con ese dichoso viaje a Nueva York que ella deseaba postergar tanto como pudiera.

Alrededor de las cinco no encontró otra cosa qué hacer, así que decidió cambiarse de ropa y buscar a Annie en su habitación, a la que encontró completamente absorta en la lectura.

— ¿Annie?

— ¿Sí? — respondió ella sin dejar de mirar su libro. — Ah, Candy, ¡tienes que leer esto! Es simplemente adictivo.

— ¿Qué cosa es eso?

— ¡Agatha Christie! The Murder at Hazelmoo1 es maravilloso.

— ¿Un libro sobre asesinatos te parece maravilloso? —respondió Candy arrugando la nariz, pensando en lo mucho que había cambiado esa pequeña miedosa que se aferraba a su vestido en las noches de tormenta.

— No, el asesinato es el pretexto, lo realmente fascinante es la manera en la que se descubre todo. Emily Trefusis está por probar la inocencia de su amado y… ¡Santo Dios! No me digas que piensas ir a cenar vestida así Candice White — Annie miró de pies a cabeza a su amiga por primera vez desde que atravesó la puerta para descubrirla ataviada con uno de sus vestidos planos y pasados de moda.

— ¿Qué tiene de malo mi vestido? — refunfuñó ella sacudiéndolo un poco, — Malo sería que llevara puesto el vestido con el que jugué con los niños toda la tarde.

Annie suspiró cerrando su libro, el misterio del asesinato del señor Trevelyan tendría que esperar; con prisa caminó hacia su armario y sacó varios vestidos que miró durante varios minutos hasta que se decidió por una pieza larga y vaporosa de color rosa.

— Sé buena Candy y ponte esto. Se me ocurre que hará un contraste hermoso con tu cabello y tus ojos verdes.

Candy rodó los ojos y tomó la pieza con pocas ganas de discutir, le daría gusto a su amiga que al parecer tenía ganas de jugar a las muñecas a sus costillas, para demostrarle lo mal que le sentaba ese tipo de ropa.

Al comenzar a ponérselo, Candy notó que aún llevaba la etiqueta; Annie tenía tantos vestidos como siempre soñó en sus fantasías en las que se convertía en una princesa. Pero eso no fue lo único que notó acerca de él.

— ¿Estás loca, Annie? — dijo saliendo del vestidor y mirando por encima del hombro, con incredulidad el profundo escote en su espalda. — Si llevo esto puesto, incluso Terry que muestra las mismas expresiones que una piedra se sorprenderá y después no parará de burlarse de mí. Esto no va conmigo. Se me hace tarde, dame mi vestido, debo cambiarme.

Annie se había encargado de desaparecer el vestido que Candy pretendía llevar, si saliera así a cualquier restaurante de moda, la gente pensaría que era una niñera o peor aún, una solterona — lo cual ciertamente era—, pero aquello podía comenzar a cambiar desde esa noche. Se mordió los labios y la abrazó.

— Candy, ¿recuerdas aquella vez que dijiste que harías cualquier cosa por mí?

— ¡Oh no, Annie! No te atrevas a…

— ¿Quieres decir que no harías esto por mí? — balbuceó Annie sentándola frente a su tocador y comenzando a cepillar su cabello con la idea de peinarlo en un medio recogido y una moderna onda de lado.

— Annie…

— Candy, sólo te pido lucir un poco diferente el día de hoy. Este vestido no tiene un color que me favorezca, pero a ti se te ve muy bonito; pensaba regalártelo pero me imaginé que ni siquiera lo usarías. Esto garantizará que lo harás al menos una vez; vamos di que sí.

Ella frunció los labios mirando el reloj, sólo tenía poco menos de media hora para salir por la puerta y evitar que Terry tuviera que esperar arriesgándose a una discusión con Archie. Sabía que descubrir dónde había escondido Annie su vestido — y probablemente el resto del contenido de su maleta —tomaría mucho más tiempo que eso.

— Te advierto que no saldré por esa puerta si me transformas en una muñeca de aparador.

Annie sonrió satisfecha. Sabía que muy en el fondo Candy deseaba lucir bien aquella noche. Mientras la maquillaba cuidando de no excederse, recordó la expresión que tenía su amiga aquel día de nieve y sintió escalofríos; había vuelto de Nueva York a toda prisa, hecha pedazos. Su fiebre tan alta no se debía sólo a la gripe. Cuando estuvo algo mejor le explicó con calma que había regresado antes de tiempo debido a algunos imprevistos y que había decidido que no quería volver a ver a Terry. No sabía lo que había sucedido, pero estaba consciente del enorme esfuerzo que tuvo que imprimir para poder decir esas palabras, y se entristeció. A pesar de haberle escrito una carta en la que le rogaba no renunciar a Terry, ella de todas maneras lo hizo2.

Si eran ciertas las palabras que Candy repetía citando a la señorita Pony, «nadie puede saber lo que le espera a la vuelta de la esquina», quizás ella podría estar dispuesta a darle al amor una oportunidad, y en sus manos estaba enviarla hacia su destino vestida para la ocasión.

Un minuto antes de la hora acordada, Annie le puso un abrigo sobre los hombros y comenzó a preparar su bolso mientras Candy se inspeccionaba frente al espejo.

— ¿Qué le parece, señorita White?

— Nada mal, señora Cornwell, aunque creo que con mi primer vestido lucía casi igual — bromeó Candy — Te lo devolveré intacto.

— Te he dicho que es un regalo y no aceptaré nada de vuelta — respondió Annie cortando la etiqueta del abrigo que también era nuevo.

— Annie, es demasiado, no hay manera de que use este tipo de ropa en la Clínica Feliz o en el Hogar, el ochenta por ciento del tiempo uso un uniforme blanco ¿recuerdas?

— Está bien Candy, durante el veinte por ciento que sobra puedes usar esta ropa cuantas veces quieras.

— El restante es para el uso de mi pijama y mi ropa de jardinería.

— Serás la jardinera más elegante de los alrededores — insistió Annie. — No acepto devoluciones, lo siento mucho.

— ¿Desde cuándo te has vuelto tan necia? — suspiró Candy comenzando a resignarse a que nada saldría como ella quería esa tarde.

— Desde que he decidido que esta vez te empujaré hacia "la vuelta de la esquina".

— ¿Cómo dices?

— Mamá… — Rosy entró por la puerta de la habitación evitando que Annie tuviera que responder a eso. — ¡Candy, qué bonita te ves! — exclamó alegremente.

Candy le sonrió suavemente, los ojos color avellana de la pequeña y sus expresiones cargadas de halagos le recordaban a ese joven zalamero de su padre que en su juventud gozaba de la atención de todos a su alrededor, sobre todo de las mujeres.

— He venido a decirles que el príncipe regresó y está esperando frente a la puerta — exclamó sonrojada e inquieta como cualquier chiquilla que veía a un hombre guapo cerca.

Ese no podía ser otro que Terry. Candy sonrió recordando que ella también tuvo un príncipe en su infancia.

— Se te hace tarde — dijo Annie colocando unas cuantas cosas más dentro del bolso que había preparado para Candy y poniéndoselo en las manos. — Vete antes de que esos dos decidan revivir sus peleas a puñetazos del colegio.

— Gracias Annie, no volveré tarde. Mañana debo regresar a la Clínica.

— Espero que no sea así.

Candy le dirigió una última mirada de advertencia. Su amiga estaba fantaseando con algo que no tenía nada qué ver con la realidad. Esto solamente era debido a Eleanor, no había nada más que la uniera a Terry, sólo sus memorias. Con ese pensamiento bajó a toda velocidad las escaleras y se encaminó hacia la puerta de entrada que el mayordomo abrió con amabilidad.

Annie por su parte fijó la mirada a través de la ventana del segundo piso. No quería perderse la reacción de Terry cuando la viera aparecer. ¡Estaba por verse si ese hombre lograba conservar su expresión de piedra como la describía Candy!

Cuando la rubia atravesó la puerta, él caminó hacia ella con una discreta sonrisa, inclinó su cabeza en agradecimiento al mayordomo que sostenía la puerta y le ofreció su mano galantemente para que bajara las escaleras; tras lo cual la colgó de su brazo como todo un caballero.

— Vaya Terry, tus modales han mejorado un poco.

— Sólo un poco, señorita Pecas, no quiero ocasionar que tu perro guardián salga a toda velocidad para morderme; este traje es nuevo y me gusta. Por cierto, ese vestido se ve recién salido de una boutique.

— Es un regalo de Annie — respondió encogiéndose de hombros. — Tengo que admitir que la moda no es uno de mis puntos fuertes.

Candy pensó que tenía razón, Terry era el mismo de siempre sin importar cómo ella estuviera vestida. No notó la manera en cómo él mantuvo la mirada fija en ella durante todo el trayecto hasta el coche, y cómo tras ayudarla a subir, se dio vuelta para mirar hacia el gran ventanal del segundo piso donde encontró a Annie y su hija observando la escena. Él levantó una ceja y le mostró una hermosa sonrisa a aquella mujer, que antes fuera la chica tímida del colegio, en señal de agradecimiento. Annie lo entendió a la perfección.

— Se ve todavía más guapo cuando sonríe — murmuró Rosy sin poder dejar de mirarlo. Aquella sonrisa tierna y amable conseguía derretir el corazón de cualquiera.

— Y esa sonrisa solamente aparece cuando está con Candy — Annie recordaba a la perfección cada una de las fotografías que mostraron a Terrence a través de los años — después de su despedida en Nueva York — en innumerables eventos sociales, estrenos y entregas de premios.

En ninguna, jamás, sonreía.

Annie abrazó a su hija con fuerza, deseando con todo su corazón que aquellas dos almas gemelas que se reunían aquella tarde no volvieran a separarse jamás. Ahora todo estaba en sus manos.


— Terry, ¿a dónde iremos a cenar? — preguntó sin poder mirarlo de frente. Se sentía un poco incómoda todavía con la cercanía a la que se encontraban dentro del automóvil.

— Eres una glotona, pecosa. ¿No puedes pasar unos minutos sin pensar en comida?

— Y tú eres un grosero. Sólo estaba haciendo un poco de plática, ¿tan pronto has olvidado tus modales? — dijo negando con la cabeza. — Rosy no deja de llamarte príncipe. Se ve que no te conoce.

— ¿Rosy?

— Es la hija de Annie y Archie, parece que la has cautivado con esa magia que tienen las estrellas de Broadway.

— La he cautivado porque sigo siendo muy guapo — le guiñó un ojo.

Candy resopló como respuesta, pero no dijo una sola palabra. Era una verdad innegable lo atractivo que seguía siendo y eso atraía a la mayoría de la gente, pero ella, además conocía su corazón amable y noble que lo hacía todavía más irresistible.

— Así que es la hija de la tímida y el elegante. Sí que han pasado los años — meditó él acariciando su barbilla — Regresaremos a mi hotel, hay un algo que quiero mostrarte.

Candy frunció el ceño.

— ¿Quieres mostrarme tu habitación?

— No sería la primera vez que entras, aún sin ser invitada, ¿ya lo olvidaste?

— Bien — respondió Candy con una chispa de picardía en la mirada que la hacía verse de nuevo como una pequeña pecosa — Hagámoslo.

— Los rebeldes del colegio San Pablo juntos en la ciudad de Chicago — dijo Terry riéndose.

Juntos.

Esa palabra resonó en el interior de Candy provocándole un escalofrío de expectación mezclado con temor. Si bien en estos años ella había salido en algunas citas, en realidad nunca le llamó la atención volver a visualizarse al lado de nadie, o al menos eso es lo que se repetía cada vez que alguien le preguntaba su estado civil. El mismo Albert la había cuestionado con prudencia y cariño, acerca de qué era lo que deseaba a futuro. Ella siempre respondía lo mismo "Bert, soy feliz".

Pero ¿era tan feliz como decía ser?

Amaba su vida, su sueño siempre fue regresar al hogar de Pony y cuidar de los niños, ayudar a sus madres, ser libre de hacer y comportarse como quisiera, tener contacto con sus queridos amigos. Eso era la felicidad para ella. Y ahora además, podía volver a abrazar a Terry.

Un momento… ¿abrazar?

Candy dirigió su atención a Terry que le devolvió la mirada achicando los ojos, como si estuviera planeando decir algún improperio.

— Te ves muy linda esta noche, Pecas.

Candy se quedó en silencio esperando lo que seguía a esa frase, seguramente le diría que hasta las monas se veían bien con un vestido o algo similar. Pero él no dijo nada más.

Incómodo, él tosió un poco para aclarar su garganta.

— Me estoy quedando en el Hotel Drake, ¿lo conoces?

— La oficina de Archie queda muy cerca del centro, lo he visto por fuera un par de veces.

— No te pierdes de nada, en realidad lo que quiero enseñarte está en su bar, Coq d'Or.

— ¿Me enseñaras a pelearme después de beber alcohol dentro de un bar?

— Acabas de leerme la mente. Es una suerte que el bar ya tenga licencia para vender alcohol, hoy aprenderás muchas cosas — contestó mientras le indicaba al chofer que los dejara en la entrada principal.

Entrar a un hotel de lujo del brazo de un famoso actor shakesperiano era una experiencia que Candy nunca pensó vivir. Los pisos alfombrados de color azul, el gran candelabro en el techo del elegante lobby o la extraña estructura que le recordó a una gigantesca chimenea, eran lo menos importante; fueron las miradas constantes y la lluvia de atención lo que le resultaba ajeno. Incluso el gerente que se encontraba a un costado dando indicaciones, se acercó para darles la bienvenida, besó su mano con galantería y halagó su belleza mientras adulaba a Terry y lo instaba a quedarse más tiempo en su hotel. Él parecía acostumbrado a todo ese mundo desconocido para Candy, sin embargo, fiel a su personalidad reaccionó de una manera educada, pero distante y desinteresada.

Con un par de autógrafos consiguió una privilegiada mesa en el atestado bar del hotel que era la novedad como uno de los primeros lugares que logró obtener licencia para romper la Prohibición. Candy pensó en lo absurdo que le parecía el que la gente hiciera fila solo para beber, era como si en cada una de esas personas hubiera una pizca del doctor Martin. Todavía recordaba la manera en cómo la engañó innumerables veces diciendo que su bebida era un "jugo especial"; bajo esa mentira ella había bebido por error varias veces desarrollando cierta tolerancia, y aún más aversión por las bebidas alcohólicas. Pero eso lo ignoraba Terry que ordenó para ella un vino rosado para acompañar la famosa sopa de mariscos que servían en ese lugar, Candy la recibió arrugando la nariz pero le bastó una cucharada del platillo para hacerle olvidar el contenido de su bebida.

— ¡Dios Santo! ¿Qué hay en esta sopa?

— ¿Mariscos? — respondió él con una sonrisa burlona.

— ¡Terry, esto es delicioso! Desearía poder llevarle un poco a la señorita Pony, le encantaría.

— Podemos invitarla alguna vez, Chicago queda suficientemente cerca de tu hogar.

— ¿Podemos? — respondió ella haciendo alusión al plural en el que Terry parecía incluirse en el plan.

— Me necesitarás, Pecosa. Después de todo no es fácil obtener una mesa aquí. Nadie puede resistirse a mis encantos.

— Eres un vanidoso, Terry.

— No discutas y mira hacia el extremo del bar. ¿Reconoces a esa persona del retrato?

— ¡Oh, vaya, es Eleanor Baker!

— Eso es lo que quería mostrarte. Cada vez que ella actuaba en Chicago reservaba una habitación en este hotel y solía comer aquí con frecuencia, donde la trataban como una reina. En forma de agradecimiento les obsequió una fotografía autografiada que ellos colocaron en ese muro junto al de otros actores famosos.

— Un día tú podrías estar junto a ella en ese muro.

— Ni hablar, yo no regalo mis fotografías con facilidad. Pero quizás tenga que hacerlo para convencer al gerente de permitirme rentar un par de horas este lugar.

— ¿Y para qué harías eso Terry?

— No esperarás que sólo invitemos a tus madres, me imagino que a los niños del hogar también les gustaría probar esta sopa, claro, eso si son la mitad de glotones que tú.

Candy no pudo evitar morder su labio inferior para contener la emoción que le causaban las palabras de Terry. Los niños del hogar nunca habían pisado un restaurante elegante. Habían estado felices de celebrar su cumpleaños en la residencia de los Ardlay, pero esto no tenía comparación. Sin darse cuenta tomó la copa y bebió de un trago su contenido, el suave licor bajó por su garganta con una suave sensación aterciopelada. Al terminar, ella exhaló con fuerza dejando salir un suspiro con sus labios rosas entreabiertos hipnotizando a Terry que tenía sus ojos azules clavados en su boca. Ella al notarlo se revolvió nerviosa en su asiento.

— Vaya que ha cambiado señorita White, ahora podría entrar en una competencia de bebedores — silbando rellenó su copa. — ¿Prefieres que cambiemos a algo más fuerte? He oído que en la cava tienen un champán fantástico.

Champán. La única vez que Candy lo había bebido fue en aquél viaje en trasatlántico a Londres hace una eternidad, en la fiesta de año nuevo.

— El champán me hace ver cosas en la oscuridad. Tiendo a confundir a la gente y no queremos que termine siguiendo a un extraño, ¿estamos de acuerdo?

— ¿Por qué no me cuentas esa historia, señorita Pecas?

— Qué curioso, en esa ocasión fue la primera vez que me llamaste así.

— ¿Soy parte de esa anécdota? — él levantó sus cejas y acomodó su barbilla en el puño.

— Fue aquella noche en la que te conocí… — los recuerdos de Candy la transportaron aquella noche de año nuevo en la que ambos se encontraron por primera vez en medio del océano.


… El viento era helado y una niebla espesa cubría el puente como un manto invisible que vestía a las ninfas oscuras que lo cruzaban. Ella había decidido volver al salón pero se detuvo de golpe. Más allá de la niebla le pareció distinguir la figura de alguien conocido; cuando sus ojos se acostumbraron a la oscuridad distinguió la espalda de un muchacho.

El joven estaba de pie, quieto frente a la barandilla del barco, apoyado en ésta con los codos, ligeramente inclinado hacia adelante. Observaba en silencio la negrura del mar, parecía que iba a saltar al agua en cualquier momento.

Preocupada decidió acercarse, notó que le costaba respirar. El corazón le latía tan fuerte que le dolía.

— Anthony — dijo con labios temblorosos.

Aquel muchacho se le parecía tanto. La postura de alguien absorto en sus pensamientos, el viento acariciándole el cabello, tan, tan suave. Se acercó como si una fuerza invisible la estuviera atrayendo hacia él… 2


Candy regresó al presente agitando su cabeza como para ahuyentar los recuerdos. — Es una anécdota que no creo que te guste — dijo ella tomando un sorbo de su copa. Comenzaba a entender por qué a la gente le gustaba tanto el vino.

Los hombros de Terry se tensaron. ¡Con un demonio! Por supuesto que recordaba esa historia. Hablaba de aquella ocasión en que ella lo había confundido con Anthony, para después aclararle que eran "diferentes en todo". Cuando era joven solía llenarse de rabia al recordar la manera en que su mirada se extraviaba como si pudiera verlo a él. La había visto desmayarse pronunciando su nombre al verlo cabalgar. ¿Cómo podría olvidarlo?

— Escuché que el Mauretania fue convertido en hospital durante la guerra, suena profético, ¿no crees?3 — intentó él cambiar el tema tragándose su molestia.

— No lo sabía, ¿te imaginas ese elegante barco convertido en hospital de guerra? — ella suspiró pensando en que quizás Stear lo habría abordado para llegar a Francia.

— Candy, sé que el tema de la guerra no debe ser fácil para ti. Leí en uno de los periódicos sobre la muerte del hermano de Archibald. No tuve muchas oportunidades para hablar con él, pero no tengo palabras para describir lo que debió significar para ustedes, para ti. Sólo él sabe qué fue lo que lo llevó a tomar esa decisión.

— He llegado a pensar que a todos nos impulsa una fuerza misteriosa… ¿Sabes? Creo que él debe haber inventado el Servicio Postal en el Paraíso porque cuando hablo con él, me da la sensación de que siempre está ahí para responderme — confesó con tristeza pero a la vez con una ternura que apretó el corazón de Terry. — No, no me veas así. Él me dejó la cajita de la felicidad de Candy. No sé cómo fue capaz de crear un objeto tan maravilloso. Es en verdad un gran inventor.

— ¿La cajita de la felicidad de Candy? ¿Qué es eso?

— Algún día te la mostraré. Ha dejado de funcionar, pero a pesar de ello, cuando cierro los ojos puedo escuchar su melodía a la perfección.

— Quizás puedas mostrármela de camino a Nueva York — Terry abordó el tema que los había llevado a encontrarse, no deseaba demorarse más en ponerlo sobre la mesa.

— Terry, lo siento mucho pero no puedo ausentarme tan de imprevisto de la clínica, todos los días estamos llenos de pacientes. Es la única clínica en los alrededores, así que podrás darte una idea de lo ocupados que estamos. En este momento no creo que pueda acompañarte.

— Candy, no puedo abrir esa caja de seguridad sin ti. Si no puedes viajar ahora, esperaré hasta que puedas hacerlo.

— No creo que eso sea necesario. Archie me comentó que podía realizarse con una carta poder notariada. Él mismo se ofreció a redactarla.

Maldita sea la hora en que el elegante había metido sus narices en esto.

— Parece que esta noche no lograré persuadirte, Pecosa. ¿Quieres que te lleve a casa? — lo que le sobraba a Terrence Graham era tiempo. Había decidido que no se marcharía sin Candy aunque eso le costara meses enteros y el que en la última obra que protagonizaba junto a Karen lo reemplazaran con un suplente diez años menor que él. Esta vez ella era todo lo que le importaba, no perdería esta oportunidad.

Con sobrada galantería, le retiró la silla y nuevamente colocó su mano en su brazo para escoltarla hasta el área de guardarropa donde debían recoger sus abrigos antes de marcharse. Se encaminaron a la entrada del hotel donde el chofer ya había sido llamado para recogerlos.

— ¿Terrence Graham? — los interrumpió una voz a sus espaldas.

Al darse la vuelta Terry reconoció a Benjamin Goodman4 aquel hombre solía trabajar en las orquestas de los musicales a los que había asistido en Broadway. Habían construido una especie de relación cordial a través de su gusto por la música.

— ¿Benny? Qué sorpresa encontrarte en tu natal Chicago, ¿qué hay del musical de temporada?

— Recién finalizó el contrato ¡Hombre! Ahora estoy haciendo lo que más me gusta, jazz. Si no estás ocupado tú y tu acompañante podrían ir a vernos, esta noche nos presentamos en el Savoy Ballroom para poner a bailar a todos en Bronzeville, es mejor que el Roseland, ¿lo conoces? te gustará.5

Terry se disponía a negarse cuando Candy lo interrumpió con un repentino interés por las palabras de aquel hombre. ¿Sería a causa de las tres copas de vino que había tomado como si fueran agua?

Savoy como el hotel pero en este caso, ¿un salón de baile? ¿Qué es lo que baila ahí la gente? ¿Vals, Charleston?

— No precisamente señorita — dijo el hombre con orgullo. — Mi banda y yo los levantamos de sus asientos a ritmo de swing.

— ¿Swing? ¿Cómo se baila el swing?

— No hay manera de describírselo, tendrá que venir para verlo con sus propios ojos, aunque me parece que tiene un duro acompañante que persuadir.

— ¿Quizás sólo unos minutos, Terry? — lo miró ella con los ojos brillantes en parte debido al alcohol.

Él la observó con incredulidad, ¿en verdad estaba dispuesta a ir a un salón de baile? Por otro lado, si la llevaba así a casa era muy probable que Archibald le arrancara la cabeza alegando que la había corrompido con sus malos hábitos o algo similar como si estuvieran hablando de una jovencita. Se rascó la cabeza meditando si eso era lo más adecuado, pero le bastó verla tan hermosa con su vaporoso vestido y envuelta en una animada plática con Benjamin para mandar al diablo la razón.

— Está bien, señorita. Si me hace el honor de ser mi pareja en todos los bailes, me encargaré de poner mi nombre en cada pieza de su carné.6

— Bien, entonces nos vamos todos juntos, Graham. Dile a tu chofer que esta noche tardarán en regresar a casa.

Dicho esto, los tres subieron al coche de Goodman que manejó como un loco por la zona de State Street bordeada por muchos clubes nocturnos, salones de baile y salas de teatro. Cuando Candy bajó del auto, la mitad del alcohol que había consumido había desaparecido como resultado de la velocidad a la que ese hombre conducía. Terry tentado por echarse a reír, se atrevió a acariciarle la mano con delicadeza para calmar su evidente espanto. Ella se colgó nuevamente de su brazo como respuesta.

Cuando entraron al lugar era una explosión de entusiasmo. La orquesta tocaba una animada melodía que tenía a todos en la pista realizando una serie de pasos que Candy no había visto antes. Los salones de baile no eran precisamente lo que abundaba en su ciudad natal y cuando viajaba a Chicago nunca visitaba aquella zona de Bronzeville.

El ambiente era tan alegre que sin poder evitarlo comenzó a moverse al ritmo de la música.

Una chica de color apareció para saludar a Benny y éste aprovechó para pedirle que acomodara a Terry y su cita, dicho esto se retiró para prepararse para la presentación de su banda. La orquesta que tocaba en ese momento anunció que se tomarían unos minutos para realizar el cambio y presentar al siguiente grupo, dándole oportunidad a los asistentes de tomar un respiro y un par de copas.

— ¿¡Terry habías ido a un lugar similar!? Es fascinante, mira el vestido de aquella chica que gira como si estuviera hecho de cien metros de tela, y mira a ese chico, ¿¡cómo puede mover sus pies tan rápido!?

— Quién diría que serías cautivada por el mundo nocturno que domina Al Capone — murmuró Terry sin ser escuchado por ella que no dejaba de mirar en todas direcciones y comentar todo lo que veía.

La chica los guio a una zona en el fondo donde había una larga mesa donde se podían colocar las bebidas pero sin espacio para sentarse ya que las mesas disponibles estaban ocupadas por los clientes habituales; intercambió algunas palabras con Terry y cuando volvió sólo fue para dejarles un par de bebidas tras lo cual desapareció por el resto de la noche.

Cuando la banda de Benny apareció en el lugar preparándose para tocar, el público se emocionó. Candy aplaudió contagiada por la expectación general y obligó a Terry a hacer lo mismo. Rápidamente hombres y mujeres comenzaron a emparejarse para dirigirse nuevamente a la pista. Una chica que los había mirado desde que llegaron se acercó a ellos.

— ¡Hey, whitie! ¿Vas a bailar con este primor o dejarás que lo haga yo?

Candy la miró achicando los ojos y Terry temió que permitiera que la chica se lo llevara, y es más, que lo agradeciera.

— Este hombre no bailaría ni aunque se lo pidiera Benny Goodman en persona, inténtalo — replicó Candy encogiéndose de hombros, convencida de que esa mujer jamás lograría arrastrar a Terry ni remotamente cerca de la enorme pista de baile. — Es posible que ni siquiera sepa bailar.

— ¡Oye, Pecas! ¿Estás insinuando que sería incapaz de bailar? ¿Acaso no recuerdas el magnífico bailarín que fui en el colegio?

— ¿Cuándo dejarás de llamarme Pecas? Y no, no lo insinúo, estoy segura de que no tienes ni idea de cómo se baila esto — respondió ella mofándose. ¿El ex aristócrata Terrence Graham bailando como esos hombres que parecían tener un motor en las piernas? ¡Ja! Ni vuelto a nacer podría hacer algo igual.

La chica, aburrida y apurada por encontrar una pareja, los dejó solos sin que ninguno de los dos se percatara de su ausencia.

— ¿Quieres apostar? Soy mejor de lo que crees — sonrió Terry con una expresión maquiavélica.

— No me engañarás, Terry. Dudo mucho que tengas ritmo.

— ¿Por qué no lo compruebas? — respondió él rechinando los dientes.

— Bien, ¿qué te gustaría apostar?

— ¿Qué te parece si lo decidimos cuando gane? No sabes lo que se avecina Candice White, piensa bien antes de apostar conmigo.

Ella rodó los ojos y le ofreció la mano confiada de que se arrepentiría en el último minuto. Él la tomó y después de besar sus nudillos la soltó. Candy confirmó que se había arrepentido y comenzaba a pensar qué pediría al haber ganado la apuesta, cuando de pronto Terry se quitó el saco arrojándolo sobre la mesa y arremangándose las mangas de la camisa la tomó de la mano nuevamente y comenzó a caminar con ella tras él.

Candy no podía creer lo que veía. Terry la llevaba entre la gente hacia una zona más o menos despejada. ¿Hasta dónde llegaría con su actuación? Sería vergonzoso tener que regresar al área en la que se encontraban estando ya entre todas esas personas.

— Terry, no importa que no sepas bailar, podría perdonarte…

Ella no alcanzó a terminar la frase, Terry la había tomado por la cintura y la había hecho girar con rapidez soltándola y atrayéndola hacia él al ritmo de la orquesta que estrenaba su nueva canción Sing, sing, sing 7.

Candy se echó a reír.

Él agradeció que el ritmo no se pareciera en nada a aquel vals del jardinero de Candy. En esta ocasión no la vería con los ojos acuosos por el recuerdo mientras bailaban, esta vez sólo quería verla reír mientras giraba al compás de la música tratando de imitar los pasos de las otras mujeres en la pista. Ella nunca lo sabría, pero él había tenido que aprender algunos pasos de baile debido a la nueva era de los musicales a los que rápidamente había renunciado. Él pertenecía al teatro clásico, no había más. Ahora estaba profundamente agradecido por ese breve momento de locura que lo llevó a aprender cómo moverse.

El cuerpo firme de Terry la recibía al aterrizar cada giro. Las manos de Candy fueron a parar a su pecho varias veces sin darle tiempo de avergonzarse; en otras ocasiones pudo sentir la fuerza de sus brazos que la impulsaban y la regresaban a él. Había dejado atrás el cuerpo estilizado de su juventud para dar paso a un cuerpo fuerte de hombros amplios que la protegía en cada uno de los movimientos.

Ella seguía teniendo un cuerpo ágil, a través de la ropa él casi podría intuir que seguía estando en forma. Sus piernas se movían con rapidez sin que eso la agitara demasiado y no había tropezado una sola vez.

Después de la tercera pieza, Candy se quitó los zapatos dejándolos a un lado tratando de estar más cómoda y maldiciendo un poco su largo vestido que le impedía levantar las piernas como lo hacían las otras chicas. Tenía años sin divertirse de esa manera.

Al final de la canción, Terry la atrajo hacia él para murmurarle al oído.

— Me parece que he ganado la apuesta, Pecosa.

Candy le hizo una simpática reverencia y le aplaudió.

— Tengo que admitir que me has sorprendido Terrence Graham, quien diría que ahora eres el Hamlet de las pistas de baile.

— Acabas de decir algo que no tiene ningún sentido — rio él con los disparates de la rubia. La tomó en sus brazos con el pretexto de terminar la última pieza antes del descanso de la orquesta de Benny, le dio un giro y la inclinó hacia atrás sosteniéndola por la espalda. Candy no paraba de reír.

— Candy, espero que cumplas tu palabra, estoy listo para reclamar mi premio.

— Bien, bien. Nadie dirá que no sé cumplir una apuesta, ¿qué es lo que quieres Terry? — dijo ella casi gritando para que él la escuchara.

— Ven conmigo a Nueva York — contestó él hablándole al oído con la voz enronquecida.

Los ojos de Candy se congelaron por un momento en su rostro, su corazón estaba agitado por el baile y podía sentir el sudor resbalando por su espalda. No sabía si era la bebida o la contagiosa alegría del salón de baile, pero solamente una palabra vino a su mente y salió de su boca.

— Sí.


Nota de la autora:

Me he tardado una eternidad en este capítulo, lo he escrito y reescrito una docena de veces, como verán he acabado por llenarla de datos históricos que me hicieron girar la cabeza entusiasmada por poder aprovechar esta época dorada del swing. Junté dos capítulos como compensación por el tiempo perdido así que es extralargo. La aventura recién comienza. Respuestas a sus amables comentarios al final de las siguientes citas:


Citas:

1 El misterio de Sittaford (título original en inglés: The Sittaford Mystery) es una novela de ficción detectivesca de la escritora británica Agatha Christie. Fue publicada por primera vez en Estados Unidos en 1931 bajó el título de The Murder at Hazelmoo.

2 Fragmento de Candy Candy. La historia definitiva.

3 Cuando el combinado de fuerzas británicas y francesas empezaron a sufrir grandes bajas, se ordenó que el Mauretania fuera reconvertido en barco hospital para tratar a los heridos hasta el 25 de junio de 1916. Durante su servicio como barco hospital, el buque fue pintado en color blanco, con grandes cruces rojas alrededor del casco. A finales de 1916, fue reconvertido de nuevo en buque para el transporte de tropas y cuando Estados Unidos declaró la guerra a Alemania en 1917, transportó miles de tropas norteamericanas (Wikipedia).

4 Benjamin David Goodman, mejor conocido como Benny Goodman, fue un clarinetista y director de orquesta de jazz estadounidense "El rey del swing". En 1929 se traslada de Chicago a Nueva York donde trabajó en las orquestas de los musicales de Broadway.

5 El Savoy Ballroom se encontraba en el lado sur de Chicago, presentaba principalmente artistas de jazz y abría 7 días a la semana.

Entre 1923 y la Segunda Guerra Mundial, Chicago fue la capital mundial del jazz. Hubo alrededor de 70 clubes nocturnos, salones de baile y salas de teatro en las calles de Bronzeville, particularmente en State Street zona conocida como "the Stroll". Nat King Cole, Louis Armstrong y muchas otras estrellas se presentaron en clubes propiedad y controlados por el mismísimo Al Capone.

El Roseland Ballroom era un salón de usos múltiples en una pista de patinaje, ubicada en el distrito de teatros de la ciudad de Nueva York, en West 51st Street en Manhattan.

6 El carné de baile es un un librillo de tamaño pequeño impreso con algunos datos y adornos, que fue indispensable para las damas que asistían a los bailes aristocráticos o de familias importantes del siglo XIX y comienzos del XX; por lo general tenía ya escrito el nombre de las piezas musicales programadas, a continuación de los cuales la dama iba escribiendo el nombre del caballero que le pedía bailar con él ese determinado número.

7 Canción de 1937 Benny Goodman Orchestra. No encaja con el año de la historia, pero quise incluirla pues es la canción más rítmica que me inspiró para este capítulo.


A ustedes, gracias por leerme, y a cada una:

Martha Alvarez: Muchas gracias por acompañarnos en las entrevistas y por la felicitación sobre la Antología. Me alegra mucho que te esté gustando la historia, la voy construyendo sobre la marcha así que de momento no he pensado mucho en Albert pero cada vez notó más que tendrá que hacer aparición 😊

abuseamayo25 y Guest 1, 2 y 3 Gracias por leerme.

Clint Andrew: Noooooo Albert sigue vivito y coleando, "en su ausencia", como lo pensé, es que anda en uno de sus interminables viajes jejeje

Althea: Gracias querida, si quieres mandarme un mensaje te paso el sitio donde subiré lo que falta para que lo leas. Es un sitio blog. Si no tienes manera de mandarme mensaje te lo publico aquí la próxima vez. Déjame un review para organizarnos y que puedas leer el final.

Ferrer Grandchester y Lulu G, gracias y hermosas ustedes por chulear esta historia.

Eli: Qué gusto volver a leerte a ti, te recuerdo bien de otras historias por tu sensibilidad y la manera en la que te involucras con la trama.

Yelani: Y yo las extrañaba a ustedes, aquí nos leemos, gracias por recordarme.

Australia77: Hi hon! I knew you would hate this Archie but is the way he appears in my head. Overprotective and intense, but I promise he won't be an obstacle 😉

ArmonicadeTerry: Ahora sí, comienza toda esa respuesta pasional que sólo las almas gemelas pueden experimentar jejeje gracias por leerme.

Mia8111: Gracias a ti por dejarme un review que me alegra el corazón.

Letty Bonilla: Bendiciones para ti también querida Letty! Espero este capítulo te gusté más.