La dama de los secretos

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Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenecen sino a sus respectivos autores. Esta es una historia original que me pertenece y que les pido que por respeto NO compartan en otros foros, webs, canales, etc. ya que no cuenta con permiso para ser copiada o narrada en ningún otro sitio ajeno a Fanfiction.

Dicho esto, disfrútenla.

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Capítulo 5: El corazón de Candy.

Cálido y agitado, así se sentía Terrence Granchester. El calor del cuerpo de Candy seguía latiendo dentro de él. En cada giro, su mano rozó la piel desnuda de su espalda. En cada pausa, observó la curva de su cuello que quedaba expuesta a sus ojos cuando ella se recogía el cabello para refrescarse. En cada cambio de ritmo, vio cómo separaba los labios para inspirar con fuerza recuperando el aliento perdido. Por un momento se sintió en el límite; si ella no hubiera accedido a ir con él a Nueva York, había la posibilidad de que la llevara consigo de todas maneras.

Se estaba volviendo loco y no pegar un ojo en lo que quedaba de la noche tras dejar a Candy en la residencia Cornwell, no ayudaba en lo absoluto a que recuperara la cordura.

Un vago ruido lo despertó.

Tardó unos minutos en recordar que un oficial lo había obligado a subir al tren, ya que LaSalle Street Station1 aún carecían de suficientes asientos en la zona de espera para aguardar la salida rumbo a Nueva York. Hubiera deseado recibir a Candy y subir con ella hacia el compartimiento que había reservado desde que emprendió el viaje a Chicago.

Una sonrisa se dibujó en su rostro, sólo en sus sueños se había imaginado que lograría persuadirla.

A lo lejos escuchó a un hombre gritar "todos a bordo". Nervioso revisó su reloj; en efecto era hora de partir y no había rastro de ella.

¿Se habría arrepentido en el último minuto? Pensó sintiendo un vacío en el estómago.

Decidido se levantó de su asiento y salió del compartimiento, si no lograba retrasar la salida, se bajaría del tren. No partiría sin ella.

Ya había vivido una vez la angustia de esperar por ella dentro de un tren, muchos años atrás cuando personificaba al rey de Francia en la representación benéfica que hizo en Chicago en el Rey Lear. Él estuvo esperándola delante del hospital hasta el amanecer. Ella había abandonado su puesto como enfermera de guardia en el hospital con la intención de verlo y luego lo buscó en el hotel donde se hospedaba. Para cuando ella recibió la nota que le dejó, era demasiado tarde.

Sin embargo, su característica terquedad hizo realidad que se pudieran ver a la distancia aunque sólo por unos cuantos segundos. Ella no había cambiado, se veía muy hermosa vestida de blanco. En ese momento se alegró sabiendo que no tendría que cruzar el Atlántico para volver a verla. No era necesario que le explicase el motivo que la había llevado a regresar a los Estados Unidos. Él ya lo sabía.

— Señor, es importante que tome asiento al menos los primeros minutos durante el arranque. No queremos que sufra un accidente — lo atajó un empleado del tren cuando se dirigía hacia la puerta más próxima.

— Déjeme pasar, estoy buscando a una persona que debe viajar conmigo.

El hombre negó firmemente con la cabeza.

— Lo siento mucho señor, pero ya no es posible permitir que nadie suba o baje del tren. Hemos cerrado las puertas y en breve comenzará el movimiento.

— Usted no entiende, yo no puedo viajar sin esa persona — dijo Terry intentando pasar hacia la zona de abordaje.

— Le repito que desafortunadamente no es posible hacer nada al respecto, su acompañante deberá tomar el siguiente tren. Mañana de madrugada podrá partir y alcanzarlo en Nueva York con un día de diferencia.

Ese hombre no cedería, pudo ver con claridad como le hizo una señal a otros empleados del tren para que se acercaran.

— ¿Hay algún problema, señor? — el tono amenazante del empleado de seguridad que se aproximó rápidamente era evidente.

— ¡Sí, es una emergencia, debo bajar de este tren! — respondió Terrence sin dejarse amedrentar.

— Como ya debe haber escuchado de mi compañero, eso no es posible en este momento.

Esos hombres eran más testarudos que la hermana Gray.

Era posible que si seguía insistiendo acabara detenido, causar un incidente en los vagones de pasajeros de primera clase era igual de grave que el hacerlo en los otros compartimientos. No había distinción de clase que justificara una agresión al personal.

Demonios, Candy.

Una voz femenina resonó a sus espaldas provocando que todos los involucrados se dieran la vuelta.

— ¿Qué es lo que pasa oficial?, ¿Hay algún problema? — preguntó ella con una voz tranquila.

— No hay ningún problema señorita, por favor vuelva a su asiento. Nos encargaremos de ello.

Con decisión, la mujer se interpuso entre los hombres y Terry.

— ¿Me puedes explicar qué es lo que está pasando, Terrence?

Al sonido de su nombre, Terry reaccionó mirando a una rubia que lo miraba con el ceño fruncido.

— ¿Eres tú, Candy?

— ¿Acaso pensabas viajar con alguien más? — se burló ella.

— ¿¡Dónde diablos estabas!? ¡Pensé que no habías subido al tren y yo…!

Ella lo silenció poniendo un dedo sobre los labios y tomándolo firmemente por el brazo.

— Discúlpenos oficiales, todo ha sido un malentendido. Este caballero solamente estaba velando por mí sin mala intención — dijo bajando la mirada femeninamente — Me apena mucho haberlos hecho pasar por esta situación, ha sido culpa mía perder de vista a mi paciente, pobrecillo tras un golpe que sufrió le funciona mal la cabeza — miró a Terry con una señal de advertencia, para después de ello dirigir una sonrisa dulce a los empleados del tren. — Verán, soy enfermera.

Candy estaba utilizando todo su carisma y un poco de coquetería para salvar la situación. Terry la miraba boquiabierto sin atinar a decir una sola palabra. No sabía si se sentía fascinado u ofendido.

Los hombres le devolvieron la sonrisa con disimulo. Siempre agradecían una palabra amable de una clienta distinguida, y más todavía si se trataba de alguien honorable como lo era el personal de salud. Se retiraron el gorro en señal de respeto y se retiraron sin más.

Ella llevó casi arrastrando a Terry hacia su compartimiento, y una vez adentro lo miró con severidad cruzando los brazos.

Él tragó con dificultad.

— ¿Acaso estás loco?

— Pensé que tú…

— ¿Pensaste que te había plantado? ¿Por quién me tomas, Terry? ¡Dije que viajaría contigo! — lo interrumpió ella visiblemente molesta.

— No sé qué decir, Pecosa; cerré los ojos un par de minutos y el tren estaba por partir.

— ¿Un par de minutos? ¡Terry! Dormiste por casi media hora. Cuando me guiaron a este lugar estabas profundamente dormido. Mi equipaje ya está en el compartimiento, ¿no lo viste? — señaló ella un espacio por encima de su cabeza.

Era verdad, él ni siquiera pudo notarlo en su ansiedad.

— Estabas babeando — dijo ella rompiendo a reír sin poder mantenerse irritada por más tiempo y dejándose caer sobre el asiento — Sigues siendo un dolor de cabeza que se mete en problemas con la autoridad.

— Eso no es verdad.

— Claro que sí — resopló ella.

— Yo no babeo mientras duermo — dijo él sonriendo contagiado por la risa de ella.

Todo volvía a estar bien.

— ¿Qué pensabas hacer?, ¿Ibas a pelear a golpes con todos esos hombres?

— Me haría falta Albert para tener una oportunidad de mantener mi orgullo intacto.

— Él te hubiera dejado solo por necio, ¿a quién se le ocurre iniciar una pelea con oficiales a bordo?

— Estaba dispuesto a saltar del tren si hubiera sido necesario.

— ¿Y por qué harías eso? — preguntó Candy acomodando sobre una gran servilleta los bocadillos que había traído del carro comedor para sorprender a Terry cuando despertara.

— Porque no me marcharía sin ti — afirmó él mirándola fijamente.

Candy mantuvo la mirada clavada en los panecillos sobre la mesa, temía encontrarse con esos ojos azules que la hacían sentir que podían ver a través de ella.

— Pues nada de eso era necesario. Candice White podrá no ser realmente una dama, pero cumple sus promesas fielmente como el mejor de los caballeros.

— Por un momento creí que te vería aparecer en tu uniforme de enfermera, corriendo a toda velocidad, saltando cercas mientras agitabas tu mano y gritabas mi nombre.

Durante largos minutos no dijeron más, Candy comió en silencio uno de los panecillos mientras miraba por la ventana. El paisaje había cambiado radicalmente desde la última vez que ella recorriera en tren la distancia entre Chicago y Nueva York.

Sacudió la cabeza tratando de ahuyentar los recuerdos acerca de las ilusiones que se había hecho en su juventud. En ese entonces se estuvieron persiguiendo durante mucho tiempo sin encontrarse; estaba convencida de que recuperarían el tiempo perdido y de que estarían juntos durante mucho tiempo más.

Qué ingenua había sido.

— ¿Cómo fue que conseguiste viajar sin la compañía de tu perro guardián, Candy? — ella agradeció que Terry la sacara de sus pensamientos.

— Ya te dije que no llames así a Archie, él se siente responsable de todos y nos cuida de esa manera por igual. Además era imposible que viniera, tiene varios negocios que cerrar — dijo ella casi murmurando y sintiendo algo de vergüenza. Si hubiera podido, su primo habría viajado con ella.

— Me lo imaginé — se burló Terry sintiéndose muy afortunado por esos "negocios" que impidieron al Elegante escoltar a Candy. Para él, era un personaje más molesto que todos los tercos elementos de seguridad del tren.

— Terry, ¿dónde se encuentra descansando tu madre? Me gustaría saludarla.

— En Ferncliff — respondió de manera automática. A pesar de los años, el tema de Eleanor aún le traía cierta incomodidad.

— ¿Es lindo?

— Más que lindo lo definiría como tranquilo.

— Debe estar repleto de sus admiradores, los imagino llevando cualquier cantidad de cosas como regalo para su actriz favorita — Candy juntó sus manos como si fuera uno de ellos.

— Te sorprendería lo rápido que la gente olvida, Pecosa.

— Yo sé por lo menos de uno que jamás la olvida, aún guarda fotografías de ella en todas sus representaciones. La segunda vez que tuve en mis manos una imagen publicitaria de tu madre fue gracias a él que me mostró parte de su colección. La encantadora Eleanor, no había persona en el mundo que no hubiera oído de ella.

— ¿De qué fiel admirador hablas?

— No creo que puedas dormir si respondo a esa pregunta.

— Ugh, no me digas que… ¡No, no! Prefiero no escucharlo. Dices que fue la segunda vez que veías a Eleanor, la primera fue…

— Sí, la primera vez fue en una imagen que encontré por casualidad en el piso de tu habitación en el San Pablo.

En ese entonces Candy había visto el rostro de Eleanor tachado con una cruz enorme y se había preguntado quién querría hacer eso. Y peor aún, la frase que habían escrito con rabia a un lado «Muérete». Nada de eso la hizo gritar, fue cuando dio vuelta a la foto que no pudo contener su voz.

A mi hijo Terrence.

Con amor,

Eleanor Baker.

Tras leer aquello, la puerta se abrió a su espalda. Al darse la vuelta, vio a Terry apoyado en la pared. Mirándola con unos ojos fríos e indiferentes. A Candy le pareció que ese momento duró una eternidad. Terry se le acercó con gesto amenazante, le arrancó la fotografía de Eleanor y la hizo pedazos frente a ella, con rabia, hasta que no quedó nada qué destruir.3

— Nunca tuve la oportunidad de disculparme por lo que sucedió aquella noche. — El rostro de Terry se entristeció. Cuán estúpido había sido. Su secreto había sido descubierto por Candy, pero no era eso lo que le molestaba. En ese entonces lo torturaba preguntarse por qué había guardado esa fotografía. Se había reído de su propia inocencia al haber cruzado el océano aquel día invernal, impulsado por unas emociones incontrolables.

Candy recordó de inmediato lo sombría y triste que le pareció su mirada aquella noche, y de lo cristalina que, paradójicamente era. 3

Los ojos de Terry seguían siendo los mismos. Aquella tristeza aún se percibía en el fondo de sus ojos, pero también seguía teniendo esa pureza que grabó en sus recuerdos durante muchos años.

— Y yo te aseguro que nunca hubo nada que perdonar — respondió ella colocando su mano sobre la de Terry estremeciéndolo. — Fui yo quien entró sin permiso a tu habitación y quien husmeó en ella. Siempre he sido una entrometida, ¿no es así?

Terry rozó con su pulgar la mano de Candy que permanecía sobre la suya y le sonrió suavemente.

— Sé que le dará gusto volver a verte Candy, cuando estemos en Nueva York te llevaré a ver a Eleanor. Ferncliff es una especie de laberinto, así que me necesitarás de mi guía para llegar a ella. Pocos logran tener la paciencia para encontrarla, el truco es ir siguiendo la ruta menos obvia.

— Terry, ¿no deberías guardar ese secreto celosamente de cualquier persona? — murmuró Candy colocando ambas manos a los costados de su boca.

— Tú eres todo menos cualquiera para Eleanor, y …

— Me siento honrada — Nerviosa, lo interrumpió Candy — tendré que llevarle las flores más bonitas que encontremos en nuestro camino…

— Y para mí. — Fue el turno de Terry de interrumpirla. No tenía la menor intención de ocultar lo que sentía.

La mirada de Terry, increíblemente transparente, estaba cargada de dulzura.

Una sensación de calor se depositó en el pecho de Candy.

— Te has convertido en un ladykiller (ladrón de corazones), Terry — dijo ella cubriéndose el sonrojado rostro con una servilleta, dejando sólo sus chispeantes ojos verdes por encima de ésta.

— Yo lo llamaría la sabiduría de la edad, algo que tengo muy claro es que no vas a lograr tus sueños si no vas hacia ellos. Tienes que hacer que sucedan.

Candy le regaló una hermosa sonrisa dejando la servilleta a un lado y dejándose caer por completo sobre el respaldo de su elegante asiento.

Suficiente, por ahora. Pensó Terry tratando de controlar sus impulsos de tomarla en sus brazos y transmitirle todo lo que sentía en su interior. No atinaba a saber si la conducta de Candy estaba guiada por la amabilidad, el cariño a un pasado lejos de su alcance, o si en verdad tenía una oportunidad.

Ese viaje sería una muerte súbita, se jugaría todo o nada.

— ¿Y bien, Candy?, ¿Qué opinas del famoso tren 20th Century Limited?4

— Impresionante. Ahora podré contarles a todos que he caminado por la alfombra roja.

— Espero que tu opinión no cambie, pasaremos aquí todavía diecinueve largas horas — dijo él, mirando su reloj.

Algo brilló en el cuello de Candy, era un dije en forma de corazón con algunas incrustaciones de esmeralda. Notando la mirada de Terry, ella lo tomó en sus manos.

— Es lindo, ¿no lo crees?

— Lo es, te queda muy bien, Candy. Quien quiera que te lo haya obsequiado te conoce muy bien.

Candy asintió alegremente

— ¿Y bien? ¿No me contarás la historia de ese corazón?

Terry recordaba muy bien aquel crucifijo que Candy guardaba llamándolo su tesoro. Si no estaba equivocado perteneció a la señorita Pony. Parecía que Candy se había hecho de un segundo tesoro.

— Fue un regalo que recibí por mi cumpleaños el año pasado — dijo quitándoselo y poniéndolo sobre la palma de la mano de Terry.

Él silbó mientras lo inspeccionaba.

— ¡Vaya, Pecas! Es una pieza fantástica. Si algún día necesitas empeñar algo para comprar un boleto que atraviese el mundo de lado a lado, sin duda esto servirá — Después de todo, era exactamente lo que había hecho él para conseguir llegar a América.

— ¡Terry! ¡Jamás haría eso! — respondió ella tomando el dije en su mano y apretándolo contra su corazón.

— Lo sé, Candy. Un regalo de tus madres jamás acabaría empeñado.

— Este no es un regalo de mis madres, Terry — negó enfáticamente con la cabeza.

— ¿No lo es?

— No.

— ¿Y entonces?

— Este es un regalo de Eddie.

— ¿Eddie? — preguntó Terry con recelo repasando en su memoria si alguna vez Candy había mencionado ese nombre. — ¿Es uno de tus amigos?

— No, Eddie es mi...

Terry sintió como si algo hiciera explosión en su cabeza; miró con incredulidad a una Candy sonrojada que apretaba fuertemente en su mano aquel objeto que desde ese momento odió con todo su ser.

Un fuerte sonido seguido de un brusco movimiento provocó que ambos acabaran cayendo al suelo sin poder evitarlo y sin dar oportunidad a que Candy terminara por romper su corazón.


Nota de la autora:

Sí, definitivamente me he desaparecido por más tiempo del que planeaba. No les aburriré con la larga lista de justificaciones para mi demora en actualizar, no tengo una fecha para actualizar.

Es una historia que voy escribiendo conforme avanzo, no sé muy bien dónde iremos a parar con ella y espero no hacer sufrir demasiado a mi querida amiga Australia77 ni a ninguna otra persona que se da una vuelta para leerme. Les recuerdo que es una historia de romance+ Terryfic (como tooodooo lo que he escrito).

Para quienes me preguntan sobre los capítulos faltantes de mis otras historias, les prometo que consideraré subirlos nuevamente. No sé cuándo lo haga, pero se los haré saber para que puedan terminar de leerlas.

Les responderé a cada una la próxima vez, cada mensaje me hace ilusionar y me anima a seguir escribiendo. Se los agradezco desde el fondo de mi corazón, por favor, síganlo haciendo.

Maravillosa semana.

ClauT


Notas al pie:

1 LaSalle Street Station es una terminal de trenes de cercanías en el centro de Chicago que fue utilizada primero como terminal ferroviaria en 1852 interurbana hacia Nueva York hasta 1968.

2 El Cementerio y Mausoleo de Ferncliff está situado en Hartsdale, ciudad de Greenburgh, Westchester County, Nueva York, a unos 25 kilómetros al norte de Manhattan. El cementerio fue fundado en 1902 y es aconfesional. Ferncliff tiene tres mausoleos de la comunidad, un crematorio y una pequeña capilla. Lo elegí pues aquí se encuentra descansando Joan Crawford e inicialmente Judy Garland (luego la llevaron a California).

3 Fragmento de Candy Candy. La historia definitiva.

4 El 20th Century Limited era el tren insignia del New York Central y fue anunciado como "El tren más famoso del mundo". La frase "tratamiento de alfombra roja" se deriva de los pasajeros que caminan hacia el tren sobre una alfombra carmesí especialmente diseñada.