La dama de los secretos
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Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenecen sino a sus respectivos autores. Esta es una historia original que me pertenece y que les pido que por respeto NO compartan en otros foros, webs, canales, etc. ya que no cuenta con permiso para ser copiada o narrada en ningún otro sitio ajeno a Fanfiction.
Dicho esto, disfrútenla.
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Capítulo 6: La tradición de la Luna llena.
Las valijas de Candy estuvieron a punto de caer sobre ella. De manera instintiva, Terry se lanzó sobre ella para protegerla. Estaba tan preocupado por evitar que se hiciera daño que ni siquiera percibió la herida que uno de los objetos causó en su frente.
Candy miró esa escena en cámara lenta. Se preguntó si algo similar fue lo que experimentara Susanna cuando sin pensarlo, empujó a Terry evitándole la muerte. Cerró los ojos con fuerza para escapar de ese doloroso recuerdo.
Permanecieron por un tiempo en el piso esperando que nada más cayera al suelo. Los brazos de Terry la tomaron por la espalda, pero ella se mantuvo con los ojos cerrados, aferrada a él.
— ¡Candy! ¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? — preguntó ansioso recorriendo su cabeza, su torso y sus brazos buscando señales de alguna herida.
— Estoy bien Terry, dame un minuto para incorporarme — murmuró de manera casi imperceptible.
Él se inclinó hacia sus labios rozándolos con los suyos, mientras la estrechaba con fuerza.
Candy abrió los ojos sorprendida.
— Terry, ¿acaso tú me be…?
— Estimados pasajeros, ¿se encuentran bien? — Un empleado del tren entró como un torbellino dentro del vagón de primera clase; se sintió sumamente aliviado de verlos conscientes pero en seguida frunció el ceño y con pasos largos se acercó a Terry, poniéndole su pañuelo sobre la frente para detener la sangre que brotaba de un delgado hilo atravesando su rostro. — ¡Tenemos varios heridos! Sufrimos un descarrilamiento debido a una vía fracturada. Nos apena terriblemente este incidente.
— ¿Dice que hay heridos? ¡Yo soy enfermera! Por favor, indíqueme dónde puedo ser de ayuda.
— ¡Gracias a Dios! Venga conmigo, también tenemos a bordo un doctor, pero es un poco mayor y no puede atender a tantas personas él solo.
— ¿Tantos son? — dijo Candy alarmada.
— Alrededor de una veintena, en todos los casos se trata de algunos golpes, crisis de ansiedad y heridas menores como la de este caballero.
Candy miró a Terry que continuaba apretando el pañuelo blanco, que se tornaba rojo, contra su frente. Se levantó dirigiéndose hacia su maletín del que sacó una botella, una gasa y una venda. Hincándose frente a él, retiró su mano y curó su herida con manos suaves y ágiles. Al terminar, guardó los objetos y tomó nuevamente su maletín.
— Lléveme con los heridos por favor.
— Candy, ¿estás segura de que te encuentras bien? — dijo Terry levantando su brazo para detenerla antes de que llegara a la puerta.
— Sí, yo estoy bien, gracias a ti — le sonrió. — Te veré después.
El corazón de Candy latía a toda velocidad. Juraría que Terry había presionado sus labios contra los suyos. Solo una vez en la vida se habían besado. Sus recuerdos la llevaron a ese momento, muchos años atrás, un día del mes de mayo en el bosque del Real colegio San Pablo.
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En aquel momento, como si el viento hubiera querido transportarla allí, escuchó a lo lejos la dulce melodía del vals que la orquesta estaba tocando en el salón. Era una canción que ella ya había escuchado en otro lugar, una armonía inolvidable. Candy se concentró en el sonido.
Esa melodía era la misma que bailó con Anthony en Lakewood, estaba segura.
Aquel día Anthony llevaba puesto su traje tradicional escocés y le sonreía de oreja a oreja. La dulzura en su mirada era casi palpable…
Terry se atrevió a acariciarle la mano con delicadeza.
— ¿Me concede este baile, princesa? — Su voz sonó casi tan suave como la de Anthony. Candy aceptó la invitación y comenzó a bailar con él en medio del bosque. Los rayos del sol brillaban con fuerza y se filtraban a través de las ramas de los árboles. Le dio la sensación de que, poco a poco, volvía atrás en el tiempo, al momento en que bailaba con Anthony y…
— ¿Qué te ocurre? — le preguntó con dulzura Terry, mirándola directamente a los ojos, sin dejar de girar con ella en el aire.
No se había dado cuenta hasta el momento, pero, sin querer, había comenzado a llorar. La joven dio un respingo y observó al muchacho que estaba frente a ella. A través de los ojos velados por las lágrimas, Candy podía ver la mirada decidida de Terry, tan diferente a la de Anthony. Los labios le empezaron a temblar.
— Acabo de recordar algo… Esta melodía es la misma que sonaba cuando bailé la primera vez con Anthony — explicó. De repente, los pies de Terry se detuvieron —. ¿Qué sucede? ¿Te has enfada…? — Pero Candy no pudo terminar la frase.
Antes de que pudiera seguir hablando, Terry la estrechó de forma violenta entre sus brazos y presionó sus labios contra los de ella. Los labios de Terry…
Candy no entendía lo que estaba pasando. 1
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— ¿Señorita?
La voz de un hombre mayor la sacó de sus recuerdos rápidamente.
— Sí, perdóneme. Mucho gusto doctor, soy la enfermera White.
— Qué nombre más apropiado para una enfermera. Soy el doctor Lewis. Llámeme Arthur.
Estrechando sus manos, ambos asintieron y se pusieron a trabajar. En efecto las heridas de los pasajeros eran menores, lo más difícil fue lidiar con los egos de algunos de ellos que se negaban a ser tratados por un par de desconocidos.
Cansada e increíblemente satisfecha, Candy regresó al vagón donde se encontraba Terry. Al abrir la puerta se topó con un delicioso aroma que llenaba el recibidor. Él se había encargado de montar una apetitosa comida. Se sintió afortunada de viajar a su lado.
— ¡Vaya que han mejorado esos modales, señor Graham!
— Deja de bromear y toma asiento. Debes estar agotada. Han pasado más de cuatro horas desde que te marchaste — dijo él tomando el maletín de sus manos y colocándolo a un lado.
Candy arrugó la nariz y se dirigió hacia él.
— Inclínate hacia mí Terry — habló con seriedad. Había visto el estado de la venda que le había colocado por la mañana. Él obedientemente siguió la indicación.
Ella retiró la venda y presionó el contorno de la herida con suavidad. Él cerró uno de sus ojos haciendo un ademán.
— ¿Te duele mucho? Puedo darte algunos analgésicos, pero necesitas comer antes de ingerirlos.
— Sé de algo más eficiente contra el dolor — murmuró él mirando directamente a sus labios.
Notándolo ella los apretó alejándose un poco.
— Creo que sobrevivirás, Terry. Ya eres un niño grande — afirmó ella tomando una gasa y apretándola contra su frente.
— ¡Agh! Eres un peligro para tus pacientes, Pecosa.
— Sólo con los que quieren pasarse de listos — refunfuñó ella vendando su frente nuevamente. — Es una pena que un rostro tan bello adquiera una cicatriz, así que deja de bromear y cuida tu herida.
— ¿Así que crees que tengo un bello rostro?
— ¿Te has visto al espejo?
— ¿Estás coqueando conmigo, Pecas?
— No me respondas con una pregunta Terry, no es de buena educación.
— Tú hiciste lo mismo.
— Sí, pero yo no terminé el colegio.
— Ni yo. Fui expulsado a cambio de salvar a una chica que quería ser una dama.
— Un sacrificio sin sentido, ahí sólo aprendería a ser como Eliza.
— ¡Ugh! Nadie puede ser como ella, al menos eso espero.
Ambos se rieron en complicidad.
Él la tomó por el brazo y la guio hacia el asiento donde disfrutaron de una deliciosa comida. Ver a Candy comer era una de las cosa que Terry comenzaba a guardar en su lista de preferencias. Se deleitaba con cada bocado profundamente agradecida y feliz. Él recordó cuántas veces se había retirado de la mesa del Duque de Granchester sin haber probado más que un bocado y dejado el resto para que fuera tirado a la basura.
En ese momento se sintió contento de haber dejado toda esa vida tras él. Nunca más desperdiciaría una sola comida, si eso ayudaba a que pudiera tener una sola esperanza de ver a Candy cada día disfrutar de su comida, sentada en la misma mesa que él.
Las horas pasaron una a una mientras los empleados del tren hacían todo lo que podían para poder continuar la marcha. Comenzaba a anochecer cuando por fin dieron la indicación de que en treinta minutos retomarían la marcha. Terriblemente apenados, sugirieron a los pasajeros salir de los vagones para estirar las piernas antes de continuar a toda velocidad para tratar de aminorar los inconvenientes que la demora les traería a todos.
Candy y Terry eran de los muy poco pasajeros que descendieron con una sonrisa en los labios decididos a tomar el fresco del anochecer.
Una enorme luna iluminaba el paisaje. Candy levantó su mirada para apreciarla, mientras que él lo hizo brevemente, sólo para regresar su mirada hacia ella.
— Debe besar a la señorita si desea pasar su vida con ella. No subestime la tradición de un beso bajo la Luna llena.
Ambos se dieron la vuelta sorprendidos y avergonzados.
— Nosotros no somos una pareja de enamorados — afirmó Candy tratando de aclarar la situación. Recorrió con la mirada a la mujer que se encontraba frente a ella. Vestía como una adivina. Eso la perturbó, la única vez que había consultado sus servicios fue en aquella visita al pueblo con Anthony, y no guardaba buenos recuerdos de aquella ocasión.
"Serás feliz a partir de ahora" le había dicho a ella. Lo cual resultó ser una gran mentira; mientras que a él ni siquiera le quiso decir su suerte. Una marcada por la carta que mostraba a la parca 2.
Inhaló con fuerza llevando su cabeza hacia atrás, tratando de ahuyentar todo aquello y después intentó huir, siendo detenida nuevamente por la voz de la mujer.
— Se dice que la mayor parte de la magia del amor se produce durante la fase de luna llena. Bajo sus auspicios puedes reunirte con la persona que amas o encontrar el valor para enfrentarte a un nuevo amor. Cuando no se ven sombras en la luna, su magia te permite mirar y escuchar de una forma verdadera. Deberían aprovechar este momento.
Dicho esto, se retiró de la misma manera en la que había llegado.
— Siempre he creído que todo eso es una patraña —dijo Terry estirando sus brazos hacia el cielo. — ¿Tú qué opinas?
— A mí no me gustan las adivinas.
— Vaya, Pecas. Hacía mucho tiempo que no escuchaba un desagrado tan contundente en tus palabras — La miró levantando la ceja con suspicacia recordando que era el mismo tono en el que solía decir que no le agradaban los caballos.
— Dejemos el tema Terry, no es de tu incumbencia — insistió tratando de regresar al tren.
— Esa reacción me dice que sí lo es. Ningún recuerdo debe atarte a algo desagradable Candy, creí que te lo había dejado claro la última vez.
— Esto es diferente, Terry. El terror que me causaban los caballos era doloroso, esto no lo es. No es más que una patraña, tú mismo lo has dicho.
Él se interpuso en su camino tomándola por los hombros. No le gustaba nada verla huir de algo que la atemorizaba. Quizás su terquedad para aceptar aquello se debía a su miedo a que ella huyera nuevamente de él dejándolo atrás.
Simplemente no podía tolerarlo.
— No te muevas — le rogó Terry en un tono sorprendentemente dulce.
Con cuidado, él colocó las manos a los lados de su rostro acariciándolo con suavidad.
Ante ese tono de voz tan sereno, Candy no pudo hacer otra cosa que quedarse quieta observándolo. Él la miraba de una forma desafiante y paradójicamente cargada de ternura. Ella se aferró a su cintura acercándose como una autómata atraída magnéticamente a su cuerpo. Estaban tan cerca que sentía su calor a través de la camisa.
— Candy, estoy a punto de hacer algo que sólo un lunático podría.
— ¿Vas a convertirte en hombre lobo? 3
— Entiendo la razón por la cual, cualquier hombre se enamoraría de ti, pero no puedo permitirlo en absoluto… — susurró Terry a su oído ignorando los intentos de Candy restarle seriedad al momento. — Yo mismo enviaré al diablo ese Eddie — gruñó Terry antes de inclinarse hacia ella para besarla como había deseado desde la primera vez que volvió a verla.
— ¿Qué? — fue todo lo que ella alcanzó a decir entre un beso y otro. No entendía el por qué Terry mencionaba a Eddie en ese momento.
Los labios de él no volvieron a darle la oportunidad de decir algo más. La acariciaron una y otra vez, a veces con fuerza, otras con ternura. Parecía debatirse entre querer devorarla y al mismo tiempo no desear lastimarla. No estaba seguro si Candy estaba correspondiendo a sus besos, pero tampoco le importaba, mientras ella no lo empujara él continuaría.
Me pregunto qué pasa por su cabeza... Ah, sí, se ha vuelto loco. Fue todo lo que ella atinó a pensar durante esos largos minutos que le parecieron eternos.
— ¡Pasajeros! ¡Todo a bordo! — resonó un grito en el silencio nocturno.
Reticente y de mala gana Terry no tuvo otra opción que liberarla.
Candy había enmudecido de tal manera que Terry pensó que no volvería a abrir la boca. Comenzó a caminar hacia el tren como si todo lo que había sucedido hubiera sido un sueño. Pero no lo era, sus labios pulsaban como si tuvieran vida y aún se sentían húmedos.
Ambos abordaron en un extraño silencio y se dirigieron a su vagón. Cuando estuvieron dentro de él, Candy se movió hacia la puerta de su pequeño apartado donde intentaría dormir una horas.
— Mañana hablaremos Terry — dijo ella con fuego en los ojos.
Terry tragó con dificultad imaginando que si la primera vez un tímido beso le había valido dos bofetadas, esta vez lo molería a golpes con esos pequeños pero fuertes puños.
Una vez dentro del lugar Candy se tiró sobre la cama con el rostro en la almohada y una enorme agridulce sonrisa dibujada en su rostro.
Nota de la autora:
Hey, esta vez no tardé tanto. Es un pequeño capítulo pero necesitaba escribirlo porque Terry no me dejaba en paz con su voz recitando los diálogos y exigiéndome escribirlos antes de que los olvidara. Estamos en el previo de la llegada a Nueva York. Confirmo que esta historia no será tan larga como pensaba. Sobre todo porque Terry ya anda repartiendo besos jajaja.
Les dejo un gran agradecimiento por sus palabras y las espero en la siguiente entrega.
PS. JenGrant me sorprendió mucho que en el capítulo anterior comentas que has encontrado esta historia por una publicación en Facebook. Según yo soy algo así como una desconocida en el Candy Mundo jejeje así que me he sentido realmente halagada.
Y gracias miles a quien a pesar de la tardanza continúan leyéndome en el capítulo 4 y 5: Cara Ary81, Eli, Lectora1977, Nancy Vianey, Sol, Yelani, Lety Bonilla, Guest que ama la canción de la felicidad, Tete, Martha Alvarez, Susana Ibarra, Cara Guest, Fabiola PG, Mia8111, Cla1969, Ambar Graham, EveStru1213, JenGrant, my dear Australia77, Haroli, Ladyyiya, Ferrer G, dilciamartinez27, a todos y cada uno de los invitados que me dejan un mensaje y a quienes han comentado los otros capítulos.
Les dejo mi corazón, se los encargo ;) ClauT
Notas al pie:
1 Fragmento de Candy Candy. La historia definitiva.
2 Episodio 23 del anime: "Su primer paseo juntos". Toei Animation.
3 La referencia se debe a aquello que tradicionalmente en el relato fantástico y la historia oral se ha asociado a la Luna y sus efectos: los locos o lunáticos, la transformación del hombre lobo, los efectos sobre la marea, etc.
