La dama de los secretos

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Disclaimer: Los personajes de Candy no me pertenecen sino a sus respectivos autores. Esta es una historia original que me pertenece y que les pido que por respeto NO compartan en otros foros, webs, canales, etc. ya que no cuenta con permiso para ser copiada o narrada en ningún otro sitio ajeno a Fanfiction.

Dicho esto, disfrútenla.

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Capítulo 7: Dos corazones (parte 1)

Terry despertó casi a mediodía cuando quedaban pocas horas para llegar a Nueva York. Durmió como nunca a pesar de la incertidumbre de la amenazante frase de Candy: "mañana hablaremos". Nada le quitaría la dicha de haberla besado, no como el mocoso que era en el colegio, sino como el hombre que la deseaba y que estaba dispuesto a dejarla molerlo a golpes siempre y cuando ella le permitiera seguir a su lado.

Abrazó su almohada y se mentalizó para levantarse, pero no antes de volver a recrear en su mente la forma y el sabor de los labios de Candy.

Para ella, la noche no había sido tan afortunada, se revolvió tanto entre las frazadas que terminó por caer al suelo. No podía dejar de sentir el calor y la fuerza de Terry, abrazándola, cautivándola, y llenándola de una abrumadora excitación que invadía desde su vientre hasta el centro de su pecho manteniéndola con los ojos abiertos toda la noche.

Al alba, con gran pesar se alistó, acomodó su valija para cuando tuvieran que dejar el tren y esperó pacientemente la hora de apertura del carro comedor. Candy siempre pensaba mejor con el estómago lleno.

Cuando por fin pudo sentarse en un sillón al lado de una mesita con un buen café, bocadillos y galletas frente a ella, sonrió. Todo estaría bien.

Mientras revolvía el azúcar en su café comenzó a pensar en las personas que ya no están. Pronto visitaría el lugar donde Eleanor descansaba y se preguntó si sería parecido a la experiencia de visitar los rincones de Lakewood tras todos esos años sin Anthony.

Si él no hubiera muerto, todos se habrían quedado en Estados Unidos, ella nunca habría ido a Inglaterra y nunca habría conocido a Terrence. A veces le daba por pensar que fue Anthony quien puso a Terry en su camino. Fue este encuentro lo que la ayudó a darle sentido al sufrimiento que aún la rondaba cuando pensaba que había cosas que una vez perdidas ya no se pueden recuperar. "No podemos reunirnos con aquellos que han dejado este mundo": es una realidad obvia que ella era incapaz de aceptar. En cambio, ahora sabía que incluso para los que están vivos, hay circunstancias en las que el destino no permite que dos personas estén juntas. Después de todo, vivir significa acumular experiencias 1.

— Si continúa haciendo eso, enfermera White, le hará un orificio irreparable a su taza.

Candy volvió en sí y miro al hombre mayor que el día anterior curaba a los heridos junto a ella.

— ¡Doctor Lewis! — respondió Candy con alegría.

— Si así me hubiera recibido mi ex mujer, nunca me habría divorciado de ella.

— ¿Divorciado? — los ojos de Candy se entristecieron al pensar en las inevitables separaciones que nos depara la vida.

— No ponga esa cara señorita White, en ocasiones las separaciones nos colocan en el lugar correcto. ¿Puedo sentarme o es que espera impacientemente a alguien?

— Adelante doctor, mi acompañante debe estar profundamente dormido en este momento.

— ¿Familia?

— No, Terry no es… bueno, lo que él es… — comenzó a balbucear.

— ¿Es complicado?

— ¿Él? ¡Sí, terriblemente!

— Ya veo, Terry "el terrible" — afirmó riendo alegremente. — ¿Se puede saber cuál es la "terrible" complicación?

— Para empezar, nunca sé en qué está pensando. Y de pronto actúa sin razón, creo que debe visitar un psiquiatra.

— Suena a que lo suyo es un padecimiento muy obvio.

— Sí, creo que le falta uno o varios tornillos.

— Permítame contarle una historia señorita enfermera. Debo admitir que en mis primeros años ejerciendo como médico, la inocencia inicial era mi más grande enfermedad. Conocí a una chica aproximadamente de mi edad en aquel entonces que, tras varias visitas previas por distintos problemas de salud que hoy no recuerdo, un buen día se presentó en la consulta con una carta de amor de tres hojas por ambos lado. La leí estupefacto y, sin saber muy bien qué hacer, la guardé. Días después, de nuevo en la consulta, volvió sólo para pedirme abiertamente una respuesta a su carta. Me sentía profundamente halagado, era guapa y me parecía increíble que se hubiera fijado en un médico de poca monta que no tenía mucho qué ofrecer. No supe distinguir el amor del agradecimiento.

Candy lo miraba tan atenta que él optó por continuar.

— Todo parecía marchar bien hasta que un día, varios años después de nuestra unión y tras un matrimonio algo gris sin la chispa inicial que la condujo hacia mí, descubrí cartas de amor que ella escribía a un hombre que jamás supe quién era. No puedo decir que mi corazón se rompió, pero sí mi confianza y mi fantasía de estabilidad. Nunca dije una palabra. Poco tiempo después conocí a una mujer que me contrariaba tanto como me apasionaba. Sin darme cuenta, mis ojos comenzaron a seguirla cuando nos encontrábamos y el tiempo que pasamos juntos se fue incrementando, hasta que parecía lo más natural del mundo. Era mi alma gemela, estaba seguro.

— ¿Fue por esa razón que se separó, Arthur? — preguntó comiéndose una de las galletas en el platón sobre la mesa acompañando el café.

— No, señorita White. Los males del corazón, hablando del órgano, son relativamente fáciles de conocer y arreglar, pero aquello que le llamamos mal de amor, proviene de un sitio muy diferente al que le llamamos igual, ese otro corazón es un océano de misterios. A los caballeros nos guía el honor, no ese corazón. Ella un día se fue y yo no la seguí. Tiempo después mi esposa me pidió el divorcio y yo no se lo negué.

Candy sintió que la galleta que estaba en su boca se atoraba al tragarla. Tras varios minutos de un doloroso silencio, tímidamente preguntó.

— ¿Se arrepintió de no haberla seguido?

— Cada persona que pasa por nuestra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se llevarán mucho, pero no habrá los que nos dejarán nada. Esta es la prueba evidente de que dos almas no se encuentran por casualidad 2. Mi entonces esposa me enseñó una valiosa y complicada lección. ¿Cuál de ellas cree que la vida les quiere enseñar a usted y el señor "terriblemente complicado"?

El doctor Arthur se levantó del asiento e inclinó su cabeza en señal de despedida. — Si me disculpa, hay una maleta aguardando por ser llenada en mi vagón. En breve deben estar anunciando la primera llamada para nuestro arribo a Nueva York.

Candy le sonrió comprensivamente.

— Espero que la vida nos vuelva a reunir, doctor Arthur. Nada me daría más gusto que volver a trabajar con usted.

— Que así sea — dijo el hombre dándose la vuelta.

Candy lo siguió con la mirada mientras desaparecía por la puerta del carro comedor.

Querido Arthur, aun así, mientras sigamos con vida, siempre habrá sitio para la esperanza. ¿Quién sabe qué nos traerá el amanecer, cuando su luz blanquecina nos envuelva? No sé por qué, pero estoy dispuesta a afrontar lo que me depare el destino1. Pensó Candy con ilusión.

Cuando la rubia regresó a su vagón, la luz del medio día lo llenaba todo, tardó unos minutos en aclarar su mirada. En el centro de aquel espacio lo primero que pudo distinguir fue la sonrisa deslumbrante de Terry, que la recibió con una frase que hizo estrujar tu corazón.

— Te esperaba con ansias Candy, sólo para decirte que nada en mí ha cambiado.

Fue todo lo que dijo antes de alcanzarla dando largas zancadas hasta estar a su lado.

Nota de la autora:

Lo siento queridas y queridos lectores. Este es un mes difícil para mí. Se mezclan momentos lindos de celebrar mi cumpleaños y el de gente muy querida, pero también se cumple un aniversario más de haber visto partir a mi primer héroe de la vida, mi gran confidente y también mi gran maestro: mi padre. Lo extraño cada día, pues su ausencia es la cosa más presente que me sigue en la vida.

Las abrazo a cada una con cariño, gracias por sus comentarios los valoro y aprecio profundamente. Trataré de no tardarme tanto con la parte 2 de este capítulo.

Notas al pie:

1. Todo este gran bloque desde que surge la idea de Anthony es una transcripción de la carta que ella le escribe en Candy Candy. La historia definitiva

2. Frase de Jorge Luis Borges.