CAPITULO 4
Kizashi siempre vestía de blanco. Y prefería que yo llevara trajes largos, flotantes, al estilo griego, también blancos. Las paredes del palacio se encalaban una vez al mes y todo el mobiliario y los accesorios estaban desprovistos de la más mínima mancha de color. Aunque esa peculiaridad de Kizashi me divertía, complacía sus deseos. Era muy bueno conmigo. Podía tener todo lo que quería y no me dejaba levantar ni un dedo para hacer cualquier trabajo. Solo me obligaba a obedecer una regla. Kizashi me hizo prometer que nunca saldría de los inmaculados terrenos del palacio, explicándome que era para protegerme.
Cumplí mi promesa casi seis meses. Luego empecé a oír rumores sobre las condiciones existentes fuera de mis muros. Creí que los enemigos de Kizashi difundían aquellos rumores de brutalidad solo para provocar disturbios.
Mi doncella y yo nos vestimos con ropas de campesinas y salimos a pie hacia el pueblo más cercano. Yo veía aquella salida como una aventura.
Que Dios me ayude, porque entré en el purgatorio.
Anotación en el diario, 15 de agosto de 1795
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Los abogados a cargo de las propiedades del conde de Ryūdōin visitaron a la condesa Furofuki Jofuku el martes a las diez de la mañana. Mister Dōshin y mister Ebizō llegaron con una absoluta puntualidad.
La condesa apenas podía contener su entusiasmo. Condujo a los dos canosos caballeros a su estudio, cerró la puerta y ocupó su sitio detrás del dañado escritorio.
-Tendrán que perdonar este mobiliario tan gastado -dijo. Hizo una pausa para ofrecerles una sonrisa crispada antes de continuar-: Me he visto obligada a gastar mis últimas reservas en vestir a mi sobrina, Sakura, para la temporada que empieza y no ha quedado mucho después de eso. Si hasta he tenido que rechazar muchas peticiones de personas que querían venir a visitarnos; era demasiado embarazoso, ¿comprenden?, que vieran la forma en que vivimos. Sakura ha causado una gran sensación. La casaré bien. -La condesa se dio cuenta de que estaba divagando. Tosió remilgadamente para ocultar su turbación-. Sí, bueno, seguro que ambos saben que solo tenemos alquilada esta casa por otro mes. Han recibido la oferta de compra, ¿verdad?
Dōshin y Ebizō asintieron al unísono. Ebizō se volvió hacia su asociado, le dirigió una mirada extraña, incómoda y luego se puso a juguetear con la corbata.
La condesa entrecerró los ojos ante aquella muestra de mala educación.
-¿Cuándo me será transferido mi dinero? -exigió-. No puedo seguir mucho más tiempo sin los fondos adecuados.
-Pero es que no es su dinero, condesa -anunció Ebizō, después de recibir un gesto de su asociado-. Estoy seguro de que es consciente de ese hecho.
Ebizō palideció ante la horrible mirada que la condesa le dedicó. No pudo seguir mirándola.
-Por favor, Dōshin, ¿querrá explicárselo? -pidió, con la mirada fija en el suelo.
-Ciertamente -dijo Dōshin-. Condesa, querríamos hablar con su sobrina en privado. Estoy seguro de que podremos aclarar este malentendido.
Era evidente que Dōshin no se sentía intimidado por la visible cólera de la condesa. Su voz era tan suave como la buena ginebra. Continuó sonriendo todo el tiempo que duró la pataleta de la desagradable mujer.
Furofuki golpeó con los puños encima de la mesa.
-¿Qué tiene que ver Sakura con esta reunión? Yo soy su tutora y, por lo tanto, controlo sus fondos. ¿No es así? -dijo con voz estridente.
Antes de que Dōshin pudiera responder, Furofuki volvió a golpear la mesa.
-Yo controlo el dinero, ¿no?
-No, señora. No es así.
Sakura oyó el chillido de su tía desde el piso de arriba. Inmediatamente salió de su habitación y se apresuró a bajar la escalera para ver qué había causado aquel enorme disgusto a la condesa. Sakura había aprendido la diferencia entre los diversos gritos de su tía hacía tiempo. Este se parecía a la protesta de un búho atrapado y le decía a Sakura que tía Furofuki no estaba asustada; solo estaba furiosa.
Llegó hasta la puerta de la biblioteca antes de darse cuenta de que iba descalza.
Dios, aquello sí que haría que su tía se subiera por las paredes. Volvió apresuradamente arriba, buscó sus poco prácticos zapatos y se los puso rápidamente.
Sakura contó cinco chillidos más antes de llegar de nuevo abajo. No se molestó en llamar a la puerta, sabiendo que los gritos de su tía ahogarían el sonido. Abrió la puerta de golpe y se precipitó al interior.
-¿Puedo ayudarla en algo, tía? -preguntó.
-¿Es esta su sobrina? -preguntó Dōshin mientras se ponía en pie rápidamente.
-Sakura, vuelve a tu habitación. Yo me ocuparé de estos sinvergüenzas.
-No hablaremos con usted de las condiciones establecidas por su padre, condesa -dijo Ebizō-. Es usted quien tiene que dejarnos solos con su sobrina. Ese fue el deseo de su padre y así consta en su testamento.
-¿Cómo puede existir una condición así? -gritó la condesa-. Mi padre ni siquiera sabía que Mebuki estaba embarazada. No podía saber nada de Sakura.
Me aseguré de ello.
-Su hermana escribió a su padre, señora, y le habló de su nieto. Creo que envió la carta cuando estaba viviendo con usted. Y además, dejó un mensaje. El conde lo encontró un año después de que ella desapareciera.
-No es posible que Mebuki le escribiera -declaró Furofuki con un bufido muy poco elegante-. Están mintiendo. Yo lo habría sabido. Miraba todas sus cartas.
-Quiere decir que destruía todas sus cartas, ¿verdad, condesa? -preguntó Dōshin, fulminándola con la mirada-. No quería que su padre conociera la existencia de su heredero, ¿no es así?
Tía Furofuki se puso roja como el fuego.
-Eso usted no puede saberlo -musitó.
Sakura estaba preocupada por la extremada cólera de su tía. Fue hasta su lado y le puso la mano en el hombro.
-No importa cómo llegó a saberlo mi abuelo. El pasado ha quedado atrás, caballeros. Dejémoslo en paz.
Los dos hombres se apresuraron a asentir.
-Una petición muy sensata, querida -comentó Dōshin-. Veamos, según lo estipulado en el testamento, debemos explicarle los aspectos financieros en privado.
Sakura aumentó la presión sobre el hombro de su tía cuando vio que estaba a punto de protestar.
-Si yo solicito que la condesa esté presente, ¿estarán de acuerdo? -preguntó.
-Por supuesto -dijo Ebizō, después de recibir otro gesto de conformidad de su socio.
-Entonces, háganme el favor de sentarse y empezar su explicación -dijo Sakura. Notó cómo la tensión abandonaba a su tía y la soltó lentamente.
-Un hombre llamado capitán Fugi entregó la carta de su madre al conde de Ryūdōin -empezó Dōshin-. Tenemos esa carta en nuestros archivos, junto con la que Mebuki dejó oculta, por si duda de nuestras palabras, condesa - añadió el abogado-. No es necesario que entremos en más detalles porque, como usted dice, princesa Sakura, el pasado ha quedado atrás. Su abuelo redactó un nuevo testamento inmediatamente. Le había vuelto la espalda a usted, condesa, y estaba tan furioso por la conducta de su otra hija que decidió poner su fortuna en depósito para su único nieto.
Ebizō se adelantó para intervenir.
-No sabía si sería un niño o una niña. Hay estipulaciones que cubren ambos casos, por supuesto, pero solo le explicaremos las que se refieren a una nieta, ¿comprende?
-¿Qué hizo mi madre para que su padre cambiara de opinión respecto a ella? Pensaba que tenían una relación muy estrecha -dijo Sakura.
-Sí, ¿qué fue lo que hizo mi santa hermana para que nuestro padre se volviera contra ella? -preguntó Furofuki con voz sarcástica.
-Mebuki humilló a su padre cuando abandonó a su marido. Princesa Sakura, su abuelo tuvo un gran disgusto. Le gustaba su yerno y pensó que su hija estaba actuando de forma inapropiada -acabó con un encogimiento de hombros para ocultar su embarazo.
-Lo que está insinuando y negándose a decir es que mi padre comprendió, por fin, que mi hermana estaba loca -afirmó la condesa.
-Esa es la triste verdad -dijo Ebizō, mirando compasivamente a Sakura.
-¿Así que el dinero va directamente a Sakura? -preguntó la condesa.
Dōshin vio la astucia que apareció en los ojos de la mujer. A punto estuvo de echarse a reír. Decidió que el conde de Ryūdōin había acertado respecto a su hija. Dōshin resolvió explicar rápidamente el resto de estipulaciones, preocupado por que aquella anciana le estropeara el almuerzo, si tenía que seguir mirándola mucho tiempo más.
-Los fondos quedaron en depósito hasta que cumpliera usted los diecinueve años, princesa Sakura. Si se casa antes de ese día, los fondos le serán entregados a su esposo.
-Faltan menos de dos meses -observó la condesa-. No se casará tan pronto. Por lo tanto, como tutora suya...
-Por favor, escuche el resto de las estipulaciones -exigió Dōshin con voz severa-. Aunque al conde de Ryūdōin le agradaba su yerno, decidió proceder con cautela, por si las acusaciones de su hija contra su marido resultaban tener algo de credibilidad.
-Sí, sí -intervino Ebizō, impaciente-. El conde era un hombre muy prudente. Por esa razón, añadió controles adicionales para la distribución de su vasta fortuna.
-¿Continuará de una vez? -exigió la condesa-. Detallen las malditas condiciones antes de que hagan que me vuelva tan loca como Mebuki.
La condesa empezaba a ponerse frenética de nuevo. Sakura apoyó su petición, aunque con un tono de voz mucho más suave.
-A mí también me gustaría oír el resto. Por favor, continúen.
-Ciertamente -dijo Dōshin.
Deliberadamente evitó mirar a la princesa, seguro de que perdería el hilo si se detenía a apreciar el encantador matiz de sus ojos verdes. Le parecía increíble que las dos mujeres estuvieran emparentadas. La condesa era una bruja vieja y fea, tanto en su físico como en sus modales, pero la preciosa joven que estaba de pie a su lado era tan bonita como un ángel y parecía tener un carácter igualmente dulce.
Dōshin centró su atención en la mesa y continuó:
-En el caso de que cumpla los diecinueve años y siga sin estar casada, su padre supervisará su herencia. Princesa Sakura, su padre fue informado de las condiciones del testamento antes de dejar Inglaterra en busca de su esposa. Comprendió que no tendría acceso al dinero hasta...
-No puede seguir vivo -exclamó la condesa-. Nadie ha sabido nada de él desde hace años.
-Sí que está vivo -dijo Ebizō-. Recibimos una misiva suya hace solo una semana. Actualmente reside en el norte de Francia y piensa volver para reclamar el dinero el día que su hija cumpla diecinueve años.
-¿Sabe que Sakura está viva, que está aquí, en Londres? -preguntó la condesa. Le temblaba la voz de ira.
-No, y no vimos la necesidad de informarlo -dijo Furofuki-. Faltan menos de dos meses para el cumpleaños de la princesa. Por supuesto, si desea que se lo notifiquemos a su padre, princesa, antes de...
-No -Sakur controló su voz. Sin embargo, deseaba gritar la negativa y apenas podía respirar debido a la opresión que sentía en el pecho-. Será una agradable sorpresa para él, ¿no les parece, caballeros? -añadió con una sonrisa.
Los dos hombres sonrieron, mostrando su acuerdo.
-Señores, hemos fatigado a mi tía -anunció Sakura-. Si he entendido bien el testamento, yo nunca podré controlar mi propio dinero. Si me caso, mi marido administrará los fondos y, si no lo hago, entonces mi padre tendrá las manos libres con la herencia.
-Sí -respondió Ebizō-. Su abuelo no podía permitir que una mujer tuviera tanto poder sobre su dinero.
-Todo este tiempo, he creído que yo... -La condesa se desmoronó en su silla-. Mi padre ha ganado.
Sakura pensó que su tía iba a echarse a llorar. Despidió a los dos caballeros unos minutos después. Con un gesto de magnanimidad, Dōshin le dijo a Sakura que liberaría una suma de dinero para cubrir sus gastos hasta que su padre volviera a recuperar su custodia.
Sakura mostró humildemente su gratitud. Acompañó a los dos abogados hasta la puerta y luego regresó a la biblioteca para hablar con su tía.
La condesa no se dio cuenta de lo disgustada que estaba su sobrina.
-Lo he perdido todo -lloriqueó en cuanto Sakura entró en la habitación-. ¡Ojala el alma de mi padre arda en el infierno! -gritó.
-Por favor, no se disguste de nuevo -dijo Sakura-. No puede ser bueno para su salud.
-¿Lo he perdido todo y te atreves a decirme que no me disguste? -aulló la condesa-. Tendrás que defender mi causa ante tu padre, Sakura. Me dará dinero si tú se lo pides. Yo no le gustaba a Kizashi. Tendría que haber sido más amable con él, supongo, pero estaba tan celosa de la buena suerte de Mebuki al cazarlo que apenas podía ser educada con aquel hombre. El porqué la eligió a ella y no a mí es algo que no tiene ningún sentido. Mebuki era como un ratoncito. Yo era mucho más guapa.
Sakura no respondió a los murmullos de su tía. Empezó a andar arriba y abajo, con la cabeza ocupada en el problema que tenía delante.
-¿Te ha sorprendido saber que tu padre sigue vivo? -preguntó la condesa.
-No -respondió Sakura-. Nunca he creído que hubiera muerto.
-Vas a tener que cuidar de mí, Sakura -gimoteó la condesa-. ¿Qué haré si tu padre no me mantiene? ¿Cómo saldré adelante? Seré el hazmerreír de la buena sociedad -exclamó.
-He prometido cuidar de usted, tía -dijo Sakura-. ¿Recuerda que le di mi palabra antes de salir de Boston? Y me encargaré de cumplirla.
-Tu padre quizá no esté de acuerdo con tus nobles intenciones, Sakura. Tendrá el control de mi dinero, ese bastardo, y estoy segura de que se negará a darme ni un chelín.
Sakura se detuvo bruscamente delante de su tía.
-Darle a mi padre el control de mi dinero no conviene a mis propósitos -anunció-. No dejaré que eso suceda.
Furofuki Jofuku nunca había visto a su sobrina tan enfadada. Asintió, luego sonrió, porque dio por sentado que aquella mocosa estúpida estaba furiosa por ella.
-Eres muy buena preocupándote así por mi bienestar. Por supuesto, tu preocupación no va descaminada. Mi padre me ha hecho víctima de una grave injusticia y he utilizado mis últimos fondos para vestirte adecuadamente. Y todo para nada -añadió la condesa-. Tendría que haberme quedado en aquellas colonias dejadas de la mano de Dios.
A Sakura le irritaba la autocompasión que impregnaba la voz de su tía. Respiró hondo, esperando recuperar la paciencia y dijo:
-No todo se ha perdido. La solución a nuestro problema es evidente para mí. Me casaré antes de que mi padre llegue a Inglaterra.
Aquel anuncio expresado con tanta calma captó la plena atención de la condesa. Abrió mucho los ojos y se enderezó en la silla.
-No sabemos cuándo llegará Kizashi. Podría entrar en esta habitación mañana mismo -dijo.
Sakura negó con un gesto.
-No, no lo creo. Recuerde, es seguro que él cree que yo no he sobrevivido. Todo el mundo pareció muy sorprendido al verme. Y pienso casarme lo antes posible.
-¿Cómo podríamos hacer los arreglos a tiempo? Ni siquiera tenemos en mente un hombre adecuado.
-Haga una lista de los que yo deba considerar -aconsejó Sakura.
-Esto no es nada apropiado -protestó la condesa.
Sakura iba a replicar cuando observó el brillo que aparecía en los ojos de su tía. Sabía que estaba considerando atentamente aquella idea. Así pues, la incitó para que estuviera plenamente de acuerdo:
-Debemos actuar rápido si queremos tener éxito.
-¿Por qué? ¿ Por qué querrías sacrificarte de esta manera? -preguntó Furofuki mirando a su sobrina con desconfianza-. ¿Y por qué preferirías que el dinero estuviera en manos de tu esposo en lugar de en las de tu padre?
-Tía, como le he dicho antes, no conviene a mis propósitos dejar que mi padre tenga dinero alguno. Veamos, ¿qué otras objeciones va a plantear antes de convencerse de lo sensato de mi plan?
-Puede que tu padre haya reunido una nueva fortuna. Puede que ni quiera el dinero.
-Se equivoca -dijo Sakura-. Dudo que sea rico. ¿Por qué sostendría correspondencia con los abogados si fuera tan rico? No, tía Furofuki, él volverá a Inglaterra.
-Si afirmas que Kizashi querrá la herencia, no te lo discutiré -dijo la condesa.
-Bien -dijo Sakura-. Creo que es usted una de las mujeres más listas que he conocido -dijo alabándola-. Seguro que se le ocurrirá alguna razón plausible para una boda apresurada.
-Sí -admitió la condesa-, soy lista. -Irguió los hombros hasta que parecía que la columna se le iba a partir-. Dime, exactamente ¿cómo me beneficiará a mí tu boda? -preguntó.
-Le pediremos al hombre con quien me case que le transfiera una importante suma a usted. Deberá firmar los papeles antes de la boda.
-Entonces tendrá que ser alguien manejable -musitó la condesa-. Hay muchos así a mano. Tendré que pensar en una buena razón para la precipitación de la boda. Déjame ahora, Sakura, mientras hago una lista de posibles maridos para ti. Con tu belleza, podemos conseguir que casi cualquiera acepte mis condiciones.
-Me gustaría que el marqués Uchiha de Lyonwood ocupara el primer lugar de la lista -anunció Sakura, preparándose para el desagrado de su tía.
-No puedes hablar en serio -dijo la condesa tartamudeando-. Es rico, no necesita el dinero y no es la clase de hombre que cooperaría con mis planes.
-Si consigo que firme los papeles, entonces, ¿no habrá problema en que lo case durante el corto período que esté en Inglaterra?
-«Lo case» no es correcto en inglés, Sakura. Bueno, está bien, ya que estás dispuesta a hacer este sacrificio necesario, te autorizo para que abordes a ese hombre aborrecible. Por supuesto, él no aceptará, pero tienes mi permiso para intentarlo.
-Gracias -dijo Sakura.
-¿Todavía estás decidida a volver con aquellos salvajes?
-No son salvajes -murmuró Sakura-. Y volveré con mi familia. Una vez que tenga usted el dinero en sus manos, no tendría que importarle.
-De acuerdo, pero no deberías mencionárselo, de ninguna manera, al hombre que elijamos para casarte. Seguro que lo pondría en tu contra, Sakura.
-Sí, tía.
-Sal de aquí y ve a cambiarte de vestido -le espetó la condesa-. Estás muy fea con ese tono de amarillo. Además, también tienes que hacer algo con ese pelo. Ocúpate de ello inmediatamente.
Sakura salió de la biblioteca al instante, sin hacer caso de las ridículas críticas sobre su aspecto.
Cuando hubo cerrado la puerta de su habitación, abandonó todo fingimiento. Estaba temblando de pies a cabeza. Le dolía el estómago como si se lo hubieran retorcido y estuviera lleno de nudos y tenía la cabeza a punto de estallar.
Aunque le costara admitirlo, Sakura era lo bastante sincera como para comprender que estaba asustada de verdad. Y era una sensación que no le gustaba en absoluto.
Comprendía la razón. El chacal volvía a Inglaterra y trataría de matarla.
Sakura no tenía ninguna duda sobre la determinación de su padre. Los chacales no cambian de naturaleza con los años.
Sakura iba a dar a Kizashi una segunda oportunidad para asesinarla. Si Dios quería, lo mataría ella primero.
