CAPÍTULO 41
SIN MISERICORDIA
El Hotel Moka se ubicaba a las orillas del Aokigahara proporcionando una vista hermosa del mar de árboles. Las mañanas y noches frescas permitían actividades en las que el calor de una fogata y asados invitaba a pasar un momento relajado. El lugar no era el mejor de la zona, pero tampoco el peor; aun así, sus instalaciones se encontraban siempre vacías debido a la fama que el bosque tenía.
Las leyendas de las almas en pena que por las noches se colaban fuera de sus límites atrayendo a las personas con engaños, así como el aspecto de apariencia rústica del inmueble llamaba la atención y morbosidad de los turistas que buscaban experimentar en carne propia experiencias sobrenaturales, sentimiento aventurero que su propia población no compartía. La superstición fuertemente arraigada en sus venas aunado al hecho de estar al borde de sus límites los mantenía alejados.
Por estas razones Junta escogió este hotel en específico para llevar a cabo su plan. La falta de sistemas de vigilancia, el casi nulo personal, la cerca natural que los pinos formaban; así como la gran distancia entre este y los demás alojamientos les daba la privacidad para actuar como mejor les pareciera.
En cuanto llegaron prepararon el escenario. Compraron todas las habitaciones, incluso aquellas que ya se encontraban ocupadas, ofreciéndoles a los huéspedes suites en el mejor Hotel de la zona; cosa que les pareció extraña, pero al ver la apariencia de algunos de los hombres que entraban uno tras otro al lobby, dieron las gracias y aceptaron sin hacer una sola pregunta.
En cuestión de minutos el lugar se vio repleto de miembros de los tres Clanes que formaban alianza.
El dueño temblaba pensando que su fin había llegado, pero Usaka habló con él en privado explicándole que dejaría su negocio tal cual lo encontró, que no debía preocuparse y menos cuando observara la grosera cantidad de dinero que le dejarían por haberles "prestado" la propiedad.
Para Takato el tiempo parecía ir muy lento desde que dejó de escuchar a su bebé y en sus oídos estaba el sonido del fuego que iba consumiendo el lugar y a las dos mujeres que sin deberla ni temerla perecieron a manos de Hashiba.
Takato no alcanzó a conocer a las dos chicas que ayudaron a su hija, pero lamentaba profundamente el cruel destino del que fueron víctimas; por ello, una vez que tuviera a su primavera entre sus brazos se encargaría de darles una ceremonia apropiada con los honores que merecían. Era lo menos que podía hacer.
Ahora, solo restaba esperar, pero resultaba que eso era precisamente lo más difícil. Después de que enviaran el mensaje a Hashiba, este hizo una videollamada, misma que no fue contestada porque el sujeto con el que el ex Saiko Komon quería hablar no estaba presente. Así que poniéndose ingeniosos enviaron otro mensaje en el que le decían que esperara un poco más.
Todos se encontraban reunidos en el comedor del Hotel, ya que este tenía el tamaño ideal para contener perfectamente la cantidad de personas que eran, incluyendo a las otras que esperaban.
Cada bando se encontraba de pie mirando de vez en vez hacia afuera, esperando. La tensión se podía sentir en el ambiente cargado de anticipación y sed de sangre. Mandíbulas crujiendo, cadenas sonando; el aroma a pino mezclado con cigarro y la esencia propia de las personas, todo se fusionaba creando una amalgama de sentimientos, olores y sensaciones.
Takato se ubicaba en el centro del comedor sentado cual rey en una silla siendo custodiado por Junta que permanecía firme a su lado apoyando la mano en su hombro, y detrás de él un montón de Yakuzas dispuestos a defenderlo.
Qué ironía, antes consideraba a los Yakuzas como cuervos ansiosos por verlo caer para roer sus huesos, y ahora eran estos los que lo cuidaban de los depredadores.
Aunque la apariencia del omega luciera firme y serena, su pie rebotaba ansioso esperando el momento en el que por fin pudiera estrechar a su pequeña entre sus brazos. También, el hecho de que volvería a encarar a su verdugo y causante de todos sus males agregaba más presión y zozobra a su ya de por sí estresado corazón.
Mientras esperaba, muchos recuerdos vinieron a él. Si bien su vida no había sido la mejor en cuanto a crianza segura y responsable por parte de sus padres y económicamente hablando, era libre de hacer y deshacer, nadie lo insultaba ni golpeaba hasta desfallecer, disfrutaba del amor incondicional de su abuelo, podía estudiar y su trabajo de medio tiempo le proporcionaba el dinero suficiente para vivir; además, era feliz soñando que algún día las cosas serían diferentes gracias al esfuerzo que le ponía, cosechando al fin hermosos y apetecibles frutos.
Con una sonrisa en su rostro iría hasta el panteón y platicaría a su amado abuelo todo lo que su fuerza de voluntad y tenacidad habían logrado para que se sintiera orgulloso de él, para que viera que lo crio bien, que sus cuidados y amor palpable ayudó a mantenerlo firme y enfocado en su objetivo… pero nada resultó como lo planeó; un encuentro desafortunado, un celo repentino, un maldito acechador y un secuestro sepultó sus sueños.
Aunque hundido hasta tocar el fondo del pantano, un hermoso rayo de luz penetró para darle esperanza, para mantenerse vivo, para perpetuar su existencia, para dar todo el amor que él mismo había recibido y más. Justamente ese precioso haz era el que ahora iba a recuperar, pero la sombra del Alfa de ojos dorados lo perseguía incansablemente, perturbándolo y robándole la tranquilidad que día a día intentaba construir junto con su hija.
¿Se sentía listo para enfrentar a Himura sin que sus piernas se debilitaran o su cuerpo no temblara? ¿podría mirar a todas esas personas que hicieron de su vida un infierno en la tierra y salir bien parado en el acto?
No pudo responderse a sí mismo, pues el chirrido de la vieja puerta de madera abriéndose hizo que Takato volviera a la realidad y junto con los presentes miró hacia ésta quedando asombrado cuando las figuras de Chihiro y Ramiro entraron arrastrando al sujeto que había sido enviado para liberar a Himura, seguido del grupo de seis hombres que trabajaron para sacarlo del Nosocomio, todos amarrados y amordazados, y atrás de ellos el mismísimo ex Oyabun, cuya silla de ruedas era empujada por el pequeño Ken y a los lados los inseparables: Marioka, Yasuda, Sugihara y Kaji.
Sin decir una sola palabra, el mexicano tomó la silla de ruedas que emitía un sonido molesto sobre el piso de madera. Himura se endureció en su asiento al sentir las miradas sobre su cuerpo mutilado. Impotencia y vergüenza se podía leer en su rostro. Solo él sabía lo que pasaba por su mente en esos momentos.
—Aquí le traigo a esta basura, patrón.
Sin advertencia alguna, Ramiro levantó la silla provocando que Himura cayera de frente sin posibilidad alguna de protegerse. Su rostro hizo un sonido horrible en cuanto chocó con el suelo, pero lo que siguió fue un espectáculo por demás humillante para el Yakuza.
Nadie corrió a levantarlo, ni pretendían hacerlo, más bien lo observaban como si mierda en la acera se tratara, sacándole la vuelta e ignorándolo; por lo que si quería estar sentado debía lograrlo por sí mismo, y así fue.
Retorciéndose como el gusano que era, buscaba incorporarse mientras que de fondo: risas, palabras ofensivas, burlas a su condición y demás no se hacían esperar por parte de los Clanes, quienes parecían emocionarse cada vez más al ver la miseria en la que el hombre que estuvo sobre todos había caído.
Cada insulto era como un desahogo para los demás, cosas que siempre quisieron decirle afloraron con naturalidad, pues el resentimiento que algunos tenían hacia él era tanto que verlo en tal estado aumentaba su euforia y sed de ser saciados.
Apretando los dientes y después de varios intentos, al fin pudo sentarse en el suelo. Su respiración estaba agitada, el rostro rojo de rabia y vergüenza. La ropa desacomodada solo acentuaba las partes que le hacían falta. Aun así, esto no le hizo perder la arrogancia ni impidió que sus ojos se clavaran en la persona que había estado deseando ver, —Hermoso… tan hermoso como el primer día, hasta cortó su cabello… - divagó olvidando por un momento su situación. Entonces, bilis subió por su esófago cuando puso atención hacia la mano que se apoyaba sobre el hombro de quien fuera su omega.
Takato no apartó la mirada ni por un segundo desde que vio al grupo entrar. Siguió su recorrido y presenció con lujo de detalle cada movimiento que Himura hizo, intentando reconocer a quien tenía de frente, pero no podía o más bien, no lo creía ¿Cómo era posible esto?
De nuevo recuerdos vinieron a su mente.
Una de tantas noches, después de haber sido salvajemente violado. Takato se encontraba apenas respirando hecho un ovillo sobre las sábanas impregnadas de sangre y fluidos. Cada centímetro de su cuerpo dolía, su mente estaba en blanco, sus ojos fuertemente cerrados en un intento por poder desaparecer y privarse de la horrible realidad que vivía. No había alma, solo un cuerpo indefenso y mancillado.
No sabe cuánto tiempo pasó en esa posición, pero la habitación estaba fría cuando Himura volvió. Él lo cubrió con una manta y lo cargó todo el camino hasta acomodarlo dentro de la bañera que rebosaba de agua calientita. El líquido le escoció la piel en cuanto hizo contacto con sus heridas, pero Takato se encontraba tan débil que ni un solo murmullo salió de su boca. Ya había gritado suficiente al punto de quedarse sin voz.
Sentado en la bañera miró su mano izquierda deteniéndose en la férula que cubría cuatro de sus dedos, apenas una semana atrás Himura le había fracturado los huesos porque había visto que el jardinero tocó su mano cuando le entregó las flores que había pedido para decorar la habitación de Haru.
Tomándolo con fuerza por el cabello, Himura lo llevó hasta su oficina. Todo el trayecto le gritó y acusó de seducir a otros, amenazándolo de que le rompería la mano para que así no anduviera ofreciéndosela a cualquiera. Takato no daba crédito de lo que escuchaba. Se agarraba de lo que encontraba para no ser arrastrado al lugar que aparecía en sus pesadillas, pero su fuerza no era suficiente, intentó defenderse obteniendo como respuesta una bofetada. Himura estaba ofuscado por un velo negro de celos sin fundamento que limitaba su visión y entendimiento.
Takato lo miraba con los ojos asustados y llenos de lágrimas, pero ni eso conmovió su duro corazón. Sin el más mínimo rastro de misericordia tomó entre sus manos la delgada del omega y ejecutó su castigo sin importarle su ruego desesperado para que no lo hiciera. Entonces, bajo la sonrisa burlona de Hashiba que se encontraba atestiguando la acción, Takato escuchó cómo sus huesos crujieron hasta quedar en posiciones completamente antinaturales.
Y ahora, dentro de esa bañera no paraba de preguntarse por qué, ¿por qué le hizo esto? ¿qué había provocado su ira? ¿qué hizo para ser tomado con tanta violencia?
No lo entendía y por más que intentaba encontrar la fórmula perfecta para permanecer a salvo, no la encontraba. Incluso pensaba que, si llegaba a respirar muy fuerte o comer muy lento, podría disgustarlo.
Estaba las 24 horas en casa dedicado a su hija. Todos los días la rutina se repetía y solo sabía que las estaciones cambiaban cuando el paisaje del patio trasero y delantero mostraban colores diferentes. Solo Hablaba con Ramiro y Haru, y ella solo era una bebé de 3 añitos. Tanto adentro como afuera de la casa siempre había gente vigilando por lo que hacer algún movimiento era imposible, así que con el tiempo dejó de intentarlo. Se convirtió en "el esposo perfecto" dejando de ser combativo porque, primero: solo salía más lastimado y en segundo lugar, pero no menos importante, lo que más le interesaba era el bienestar de su niña. Entonces, ¿por qué?, ¿por qué se desquitaba con él? la frustración e impotencia era tal que no podía contenerla. Su labio inferior comenzó a temblar, así como su pequeño cuerpo.
—Relájate, mi amor – murmuró el alfa en su oído. Su aliento caliente sobre su piel fue repulsivo y aterrador, pero su lado omega se derritió al punto de dejarse hacer y lo odiaba.
Himura limpió cada parte con calma y delicadeza, como si fuera a romperse si no lo hacía de esa manera. Pasó la toalla por cada rincón de su cuerpo extremando cuidado donde la piel se había fisurado o amoratado. Además, colocó medicina en sus heridas y cuando al fin estuvo listo, le sonrió cálidamente.
De nuevo en el presente, la mandíbula de Takato se tensó, no necesitaba cerrar los ojos para recordar el shock que esa sonrisa le había provocado y como si eso no hubiera sido suficiente, ya de regreso en la cama, el Yakuza lo acercó a su cuerpo como un "tierno amante", le dio de beber agua directamente de su boca. Luego repartió besos en su frente y mejillas hasta que finalmente lo acomodó sobre su pecho.
Las medicinas comenzaron a hacer efecto, su cuerpo ya no dolía tanto y por un momento pensó que tal vez, había algo de humanidad en el monstruo que lo abrazaba, que tal vez esta sería la última vez que le haría algo tan horrible, que tal vez estaba arrepentido y se sentía mal por tratarlo así.
Su corazón le decía que no se confiara, pero su mente agotada y enferma necesitaba creer que sí, porque de no ser cierto se volvería loco de saber que esto seguiría repitiéndose en un ciclo espantoso y sin fin.
Fue entonces que mientras cerraba sus ojos para dejarse llevar por lo único que le otorgaba descanso, de la nada Himura comenzó a recitarle un poema.
Un pájaro de hermosas alas
surcaba el cielo,
cantaba y disfrutaba
de su privilegio
Libre había nacido,
la naturaleza lo amaba
su trinar dulce
la mejor temporada anunciaba
El viento lo mecía,
los rayos del sol lo acompañaban,
pero un pájaro que habitaba
en su angosta jaula
tras las rejas lo contemplaba
La envidia lo estremecía,
el anhelo le brotaba,
pero sus alas restringidas
y patas atadas
le recordaban con amargura
su vida limitada
El pájaro enjaulado abre el hocico,
una triste melodía
canta dolido,
deseos de libertad
se revelan en su trinar,
mas el dueño resentido
lo manda callar
El pájaro libre siente otras brisas
su acompañante llega a su vida
montando su nido ramita a ramita
poco a poco construye su alegría
Pero el pájaro enjaulado
los días ve pasar
nido no tiene
los sueños han muerto
sus alas no vuelan
ni sus patas despega del suelo
Alimento no le falta
ni calor en el invierno
pero con nostalgia recuerda
sus antiguos planeos
sintiendo cómo cada día
algo dentro se va muriendo.
No había querido prestar atención, pero a medida que hablaba le era imposible no escucharlo, entonces cuando terminó, Takato se estremeció cuando una risa cruel y aireada salió de la boca de Himura provocándole escalofríos.
El alfa acariciaba la espalda desnuda de Takato apenas rozándolo con sus yemas—Este poema lo recitaba mi abuela, siempre me pareció una estupidez, pero ahora… en verdad pienso que te queda – se detuvo pasando su mano a la barbilla del ojiazul, levantándolo con un movimiento brusco. Barrió su rostro clavando sus orbes doradas en las ajenas, ni el color cálido podía cubrir la frialdad con la que estos lo miraban.
—Conmigo lo tienes todo, pero te quejas y maldices, ansías tonterías y siempre piensas en dejarme – afirmó al tiempo que apretaba el pequeño cuerpo — Hashiba me dijo que intentaste salir de la casa, te vio cerca de la puerta del patio.
Takato se sorprendió —¡es mentira!, solo había ido por una pelota que Haru pateo – gritó en su mente.
De esta manera su pregunta fue contestada y no importaba lo que dijera, él no le creería ni cambiaría lo que ya le había hecho; por lo que se limitó a escuchar.
— Pon atención a lo que te diré, mi preciosa avecilla, tú estarás conmigo hasta el último de tus días. No me importa si te rompes, no me importa si no te gusta lo que te doy, no me importa lo que quieras. Yo te escogí, la marca en tu cuello dice que me perteneces y tu existencia se limita a complacerme. Ni sueñes con dejarme porque en el momento que lo hagas será el último que verás a nuestra hija.
El Yakuza besó los labios reventados de Takato y con un "descansa" dio por terminada su conversación, bueno, si es que una dedicatoria llena de amenazas se le podía llamar así.
Takato acercó su mano fracturada a su pecho. Tales palabras lo dejaron con un sabor amargo e intensas ganas de llorar, por lo que mordió con fuerza sus labios rotos hasta que el sabor a hierro llegó a sus papilas. No le daría el gusto de verlo destruido. Fue entonces que, aunque adolorido en cuerpo y alma, su cerebro despertó del espejismo y dejó de engañarse. El hombre con el que estaba solo lo atendió porque de no ser así no podría seguir usando a su juguete favorito. Para Himura no era más que un objeto cuyo valor residía en que tanto podía entretenerlo.
Sabiendo pues esto, vio al Yakuza como lo que era: un monstruo, uno enorme, asfixiante, con poder para hacerlo bailar sobre su palma por la eternidad, cruel y aterrador.
Pero ahora, con sus posiciones invertidas, viéndolo desde arriba, el monstruo sentado en el suelo se asemejaba más a un animal lamentable dando su último aliento de vida. Ya no se veía para nada como lo recordaba: la figura enorme que tanto lo intimidó ahora era demasiado pequeña, tanto que apenas y ocupada un punto en el espacio. Del poder abrumante que ostentaba ni un poco quedaba, de su boca ni una palabra mordaz salía y un ratoncito a su lado podía evocar más terror de lo que él lo hacía.
Creyendo que sus ojos lo engañaban, Takato avanzó hacia él.
Junta quiso detenerlo, pero el aura que emanaba de su ser lo contuvo. El pequeño omega seguía siendo él, pero al mismo tiempo lucía diferente. Más grande, más tranquilo, más seguro; por lo que el alfa en su interior se irguió orgulloso de su amado. Se cruzó de brazos mostrando una cara complacida mientras seguía sus pasos.
Un silencio sepulcral se apoderó del lugar. Solo el tap, tap de su calzado resonaba. Los hombres de Himura estaban desconcertados pensando que la mascota de su Oyabun se creía la gran cosa ahora que tenía de su lado a los Clanes. Seguramente ese logro se debía a su habilidad en la cama, pues para ellos no había otra manera de explicar que se ganara el favor de tantos.
Ilusos ignorantes, eso es lo que eran. Uno de ellos intentó incorporarse para atacarlo, más se vio frustrado cuando una alfa le propinó un rodillazo en el rostro.
Takato ni siquiera se giró a mirarlo. Con cada paso que daba se iba sintiendo más y más ligero del peso de su yugo. Sus alas quebradas iban encontrando su lugar, reconstruyéndose a lo que un día fueron. Había cicatrices, pero esto solo agregaba majestuosidad a medida que se iban extendiendo, pues la belleza que viene después de sobrellevar las aflicciones de la vida es la más brillante, hermosa y trascendental de todas.
El ruido de la cadena que por años arrastraba ganchada a sus pies tintineaba con cada zancada, hasta que de pronto, con un chasquido el candado que aseguraba su agarre quedó tirado en el camino, destruido e incapaz de volver a usarse.
Luciendo más hermoso, grande y seguro que nunca Takato se detuvo a un par de pasos en una pose elegante y altiva revoloteando sus alas. Desde lo alto del árbol, barrió con su vista al gusano que seguía en el suelo.
Himura ya no era esa figura que tanto miedo le había provocado. Lo único que podía hacerle creer que realmente era aquel hombre, eran esos ojos dorados tan frío como el invierno, pero estos no estaban ni cerca de intimidarlo. No ahora, no mañana, ni nunca.
La masa muscular se había perdido y solo huesos con un poco de carne mantenían la piel en su sitio. La espalda ancha y fuerte ahora estaba encorvada, el rostro llenito y de mandíbula cuadrada que transmitía ferocidad, lucía caída con las mejillas bien hundidas adornadas con una barba desprolija. Bajo los ojos, sombras oscuras y bolsas lo hacían ver como si no hubiera dormido en siglos, enfermizo.
Entonces lo vio de cerca, en ese tronco humano no había manos que quebraran sus huesos, ni piernas que patearan con saña su cuerpo. Y sonrió, sonrió en su corazón por la enorme satisfacción que eso le daba.
Ante la mirada escrutadora de Takato, Himura se sintió rebajado como Alfa e intentó hablar, pero solo ruidos inentendibles se oyeron. Lo que provocó que los demás rieran, pero Takato solo seguía viéndolo sin expresión alguna.
—¡Ggm! gmgng
Takato ladeó su cabeza frunciendo las cejas —Ah, es verdad… ya no tiene lengua – se dijo a sí mismo. Incapaz de contenerse, llevó una de sus manos hacia su boca cubriendo su risa traviesa. Nunca volvería a escuchar un solo insulto salir de esa fosa ponzoñosa, jamás otra amenaza lo encadenaría; ni falsas aseveraciones que solo buscaban destruir su moral, espíritu, confianza y autoestima —Ya no tienes nada, no puedes lastimarme, solo eres un muerto viviente…
Todos seguían los movimientos de Takato y Himura. El ex Oyabun miraba a todos, sus ojos bailaban de Takato hacia ellos y de regreso, después de las burlas no intentó decir nada más, menos cuando el omega hizo ese movimiento con su mano. Ni en sus más locas alucinaciones creyó que lo vería mostrándole tanta falta de respeto. Por lo que solo apretó la boca tensando su mandíbula. De haber tenido manos habría golpeado con fuerza el suelo, después hubiera soltado sus feromonas para someterlos a todos, pero no podía.
Acomplejado, el corazón le latió exageradamente rápido, nada le caló más profundo que su gatito callejero, que su avecilla enjaulada (como lo llamaba), lo mirara derrotado y como un mal chiste.
En cuanto recuperó la compostura, Takato se acercó más hasta colocarse de cuclillas frente a Himura. No había dudas ni miedo en su postura.
Con el azul clavado en el dorado, el omega extendió el celular para mostrárselo al alfa que parpadeó seguido sin entender lo que quería.
—Tu perro Hashiba se llevó a Haru y no la cuidó. La lastimaron, ha visto cosas que no debió haber visto jamás, - pronunció apretando los dientes — ha llorado mucho y rogado por estar conmigo. Así que, si es que tienes alguna pisca de humanidad en ti y amas tanto a tu hija como siempre dijiste, entonces demuéstralo.
Himura ya estaba enterado de que Hashiba tenía a Haru, podía dejar pasar que llorara por Takato, no sería la primera vez, pero de eso a que la lastimaran, no era algo con lo que podría hacerse de la vista gorda y Takato lo sabía.
— En un minuto este celular va a sonar, será Hashiba, tu enamorado quiere asegurarse de que seas tú – esto último incomodó a Himura, pues escuchar lo que el otro sentía por él le parecía asqueroso e instintivamente mostró una mueca de disgusto — ¡oye! —Llamó tronándole los dedos, lo que hizo enfurecer al otro que solo lo miró con odio — le dirás… - hizo una pausa dejando salir un suspiro de fastidio — bueno, le harás saber como mejor te parezca – exclamó señalando su falta de lengua, lo que hizo reír a todos, más con una mirada de Usaka callaron. El omega no había terminado —Le dirás que estás bien y que deje a Haru en esta habitación – señaló pasándole el número al líder del rescate, al que previamente Ramiro desató y llevó a un lado del Yakuza —Si hacen todo lo que les digo, les perdonaré la vida.
Ante la declaración, todos dejaron salir su sorpresa. Hasta Chihiro y Ramiro se quedaron congelados, ¿cómo era posible que hiciera eso? ¿acaso no tenía ganas de que el malnacido pagara por todo lo que le hizo?, pero si esa era la voluntad de Takato, la respetarían. Junta por su parte solo apretó los puños.
En ningún momento Takato apartó la vista de Himura, este frunció el entrecejo incrédulo, así como el otro sujeto, quien habló queriendo asegurarse.
—¿Qué hay de mis hermanos? – preguntó refiriéndose al resto del Clan —¿En serio cumplirás este trato? ¿cómo podemos creer en las palabras de un omega prostituto? – pronunció con desprecio, ganándose una patada en las rodillas por parte del mexicano.
—¡A mi patrón lo respetas, cabrón! – gritó levantándolo del cuello — Una sola mamada que vuelva a salir de tu jodida boca y te aseguro que te la lleno de mierda – amenazó furioso mostrando las venas de su cuello y brazos.
—Ramiro, está bien – indicó Takato mirándolo con seriedad para volver al sujeto que ahora se retorcía en el suelo — No me importan ustedes ni lo que vayan a hacer de sus vidas, me importa mi hija. Si cumplen, los dejaré libres – pronunció mirando a todos con ojos fieros — de no acceder a lo que les ofrezco, entonces sí que les aseguro que lamentarán no haberlo hecho – con movimiento elegante, ahora se dirigió al alfa —Himura, si haces esto nadie te tocará, vivirás cómodamente en una mansión con todos los cuidados que necesitas, no te faltará nada y permitiré que Haru te visite ¿aceptas?
Himura piensa detenidamente en todo, Haru siempre ha sido importante para él; aunque no tanto por ser ella misma, sino porque es su única hija de sangre, también porque estaba seguro que la niña era una alfa y de esa manera no tendría problema alguno en heredar el Clan y así continuar con el legado Himura. La consentía y apapachaba porque tarde o temprano sería la Oyabun y por lo tanto debía darle su lugar. Se esforzó mucho, todos aseguraban su amor incondicional a su pequeña, incluso Takato no lo dudaba y su ofrecimiento solo reforzaba su creencia.
Sin embargo, alguien tan egoísta como él solo sabía amarse a sí mismo. No quería aceptar el trato, pero al escuchar que Haru había sido maltratada demostraba que su personal actual no la respetaba como su futura líder, aunado a ello, recordó la última imagen que tenía de su hija, en la cual la niña lloraba tirada en el suelo con la boca llena de sangre a causa del golpe que le propinó, ahí fue cuando se dio cuenta que se había equivocado, pues años de esfuerzo por cuidar su imagen y legado se vinieron abajo. Ya no había nada por lo cual luchar así que ahora solo piensa en su beneficio. La situación en la que se encuentra no tiene salida más que la que Takato le ofrece.
No lo piensa más, tiene el orgullo herido, es indigno, la rabia corre por su venas intoxicando su ser con más odio que antes.
El silencio se prolongó por un rato, hasta que Takato habló —Estoy esperando, sí o no – su voz sonaba dura.
Himura lo miró como si quisiera aplastarlo y tomarlo al mismo tiempo —¿desde cuándo el pequeño gatito había aprendido a hablar así? – pensó. Entonces lo recordó. En realidad, siempre fue así, pero con los años se había perdido teniendo que suprimir sus impulsos y personalidad.
El alfa tragó en seco y asintió.
Takato reconoció esa mirada, sabía lo que quería decir. La había contemplado demasiadas veces como para olvidarla y mentiría si dijera que no sintió un horrible escalofrío recorrer su cuerpo, pero la balanza estaba inclinada hacia él y aprovecharía cada gramo de seguridad en su cuerpo para no dejarse intimidar, no más.
Junta también lo notó, por lo que caminó hasta posarse a un lado de Takato, tomando su mano, en la cual no encontró resistencia. Así que sintiéndose en el cielo la llevó hasta su boca para depositar un tierno beso.
En ese momento Himura mostró sus colmillos, su mirada de odio puro iba dedicada al Enigma y si solo con ello pudiera matarlo, ya estaría frío en el suelo. Aun así, no le queda más que tragárselo todo, asentir como un perrito amaestrado, aceptar el acuerdo y reponer fuerzas.
Entonces, cuando menos lo esperaran atacaría con toda su furia. Ya que Takato le iba a permitir ver a Haru, trabajaría en su venganza poco a poco, no tenía prisa alguna. Sería algo que cocinaría a fuego bajo, esperando con paciencia a que hirviera. Usaría a su hija, comenzando por volverse a ganar su confianza y afecto. Después le contaría su versión de los hechos, así cuando fuera el momento preciso, todos aquellos que lo redujeron a una vida de discapacitado quedarían sorprendidos y devastados cuando al fin cayera sobre ellos, sobre todo Junta y Takato quienes seguro jamás habrían imaginado que la pequeña cachorrita que criaban con tanto recelo un día se volviera y encajara sus colmillos en ellos.
Nunca olvidaría lo que Junta le hizo en acuerdo con los Clanes Ayagi y Usaka, jamás olvidaría la humillación ni la tortura a la que fue sometido perdiendo en el acto sus miembros, su fortuna, sus feromonas dominantes, y mucho menos que el Enigma le robara a su omega.
Quería gritarle a Takato que Junta lo había usado, que era un imbécil por apoyarse en él, quería al menos tener esa satisfacción de ver en el rostro de su enemigo cómo el ojiazul lo despreciaba, pero no tenía lengua. Así que debía limitarse a contemplar su romance barato.
Ver a su propiedad con el enemigo era como un carbón ardiente en su estómago. Takato era suyo y lo sería para siempre. Ni él mismo entendía por qué estaba tan encaprichado con él, pero no podía soltarlo. Todo el tiempo que estuvo en ese hospital tras cuatro paredes solo pensaba en tenerlo y retorcerle el cuello, lo deseaba tanto como lo quería ver destruido, llorando y sangrando bajo su cuerpo. No concebía la vida sin ese pequeño que se atrevió a arañarlo el primer día que se conocieron.
Si moría, no se iría solo, sino que lo arrastraría con él a la tumba. Siempre a su lado.
Al ver la respuesta afirmativa de Himura, así como de su seguidor, Takato asintió indicándole a Sugihara que procediera, este envió otro mensaje a Hashiba, en el cual le ordenaba que dejara a Haru en la habitación 102, alegando que era porque no está preparado para que lo vea en su estado actual.
Hashiba en cuanto lo leyó regresó el mensaje con una videollamada para comprobar que era realmente él quien estaba detrás de las indicaciones que recibía y se alegra de ver que efectivamente, su amo es el que se observa tras la pantalla.
Ambos estaban siendo observados bajo la mirada atenta de Junta, Takato, Usaka, Chihiro, Ramiro, Hasegawa y hombres de los tres clanes. Mientras que los seis restantes del bando de Himura permanecen en silencio ya que no quieren arriesgarse a poner de nuevo una soga en su cuello.
—¡Amo Himura! Ya casi estoy por llegar. Me alegra ver que tuvieron éxito, aquí traigo a la pequeña señorita, viene dormida. Estoy seguro que se muere por verla, no se preocupe, pronto llegaremos – una sonrisa boba se trazaba de oreja a oreja en el beta, pero si había llegado tan lejos en el mundo criminal, no era por su inocencia; por lo que, en cuanto terminó su informe la sonrisa pasó de ser alegre a una completamente falsa — Sé que no puede hablar así que solo asienta si la respuesta es sí y niegue si es no. Dígame amo, alguien que no sea de nuestros hombres está con usted – el ex Oyabun negó —, ¿se encuentra en alguna situación peligrosa? – de nuevo negó — ¿debo dejar a la pequeña señorita en la habitación que me indicó? – asiente. Aun así, el sexto sentido de Hashiba le dice que algo no va bien, no escucha ni un solo ruido y Himura pareciera estar sentado en el suelo, así que hace una petición — Amo, ¿podría pedirle a alguno de los hermanos que tome el celular y me muestre alrededor?
Ante la petición, todos se tensaron.
Himura niega con la cabeza e intenta hablar, pero esto solo lo frustra. Hashiba al verlo así lamenta el comentario —Disculpe, fui un desconsiderado ¿dónde lo encontraré? ¿habitación? – negó —¿Lobby? – de nuevo no — ¿comedor? – al fin un sí. —Entiendo, los chicos llegarán si acaso veinte minutos después de mí, yo vengo de más cerca. ¿Quiere que le lleve su café muy cargado?
Himura intentó no sonreír ante la pregunta. Iba a contestar, pero Takato intervino indicándole al otro que hablara. El rostro amenazante del omega no dejaba oportunidad alguna de negarse.
—Déjate de tonterías Hashiba y llega ya para que atiendas a nuestro Oyabun como siempre, ya queremos volver a Tokio, te voy a colgar quiero cenar y el Oyabun ya se cansó de ver tu cara.
Entonces, los demás lo notaron. Hashiba había hablado en clave frente a sus narices y de no ser por Takato, todo se habría ido por la borda.
Antes, el ojiazul había escuchado esta expresión, misma que aplicaban para saber si necesitaban prepararse para alguna situación imprevista.
Himura lo miró sorprendido, estaba seguro de que Takato jamás prestaba atención a sus cosas, pero al parecer el pequeño omega sabía más de la cuenta. Por un momento se vio tentado en alertar a Hashiba, tal vez si le decía podía tener una oportunidad pero, así como llegó ese impulso, se fue. De todas formas ya tenía un plan.
Takato, por su parte, advirtió —No quieras probar mi paciencia – su voz, aunque tranquila, se escuchaba tan afilada como cuchillo —iré arriba, quiero esperar a mi bebé. Él viene con nosotros – dijo señalando al sujeto llamado Hairo.
Junta lo detuvo del brazo antes de que siguiera avanzando. —¿Quieres que te acompañe? – de nuevo su tono dulce acarició los oídos de Takato. Este negó.
—No, tu presencia es como kryptonita para Himura. Deseo que el hígado le reviente de coraje – soltó al tiempo que palmeaba el pecho del Enigma.
Junta sonrió de lado, su pequeño omega se estaba haciendo descarado. De haber tenido el consentimiento de Takato, lo habría besado ahí mismo.
—Tus deseos son ordenes – su mano viajó hacia la nuca del omega acariciándola. Entonces, con una sonrisa burlona en su rostro, miró a Himura. Con ese movimiento le recordaba que Takato ya no tenía su marca.
En ese momento los ojos del omega se oscurecieron, pero pronto alejó sus recuerdos, hoy no pensaría en eso.
Ramiro y sus excompañeros siguieron a Takato, mientras que los demás permanecieron en su sitio, expectantes.
—Preparémonos. Arashi, Yuuto, Satsuki vayan ya a la recepción, recuerden actuar natural – ordenó Usaka. Hacía poco se habían unido al Clan, por lo que ni Hashiba ni sus hombres los reconocerían.
—Amarra a ese y no olviden mantenerlos callados – pidió Junta mirando a Himura y compañía al tiempo que tomaba asiento. De nuevo la herida comenzaba a doler, pero no la provocada por la bala.
Takato, Ramiro, ken y compañía esperaban en la habitación contigua. No pasaron ni quince minutos cuando oyeron a Yuuto indicarle al huésped que habían llegado.
Hashiba lo miró con sospecha, el chico era muy joven como para trabajar en un hotel tan remoto, además no había visto a ningún otro cliente, solo al personal y el montón de autos familiares afuera. Tampoco ninguno de sus hombres había salido a recibirlo. De no ser porque una de las chicas le indicó que había varias personas esperándolo en el comedor, este habría tomado su tiempo para revisar los alrededores.
Haru ya se encontraba despierta, pero se mantenía con la vista perdida y recargada en el hombro del Yakuza. Había llegado a su límite físico y emocional, por lo que ya no daba guerra mordiendo ni pateando, solo se dejaba llevar como una muñeca.
Hashiba abrió la puerta, colocó a Haru en la cama y de inmediato revisó el armario y baño, no encontrando nada fuera de lo común. Volvió sus pasos y se arrodilló quedando al borde de la cama.
Barrió unos cabellos del rostro de Haru intentando que esta lo mirara, cosa que no ocurrió —Mi pequeña señorita, espere aquí sí, llamaré a…
En ese momento se escuchó cómo tocaban la puerta.
—¿Quién? – preguntó sacando la navaja de su bolsillo caminando peligrosamente hacia la puerta. Dio un vistazo a Haru, pero esta seguía mirando hacia la ventana, ignorándolo por completo.
—Soy Hairo, me mandó el Oyabun a cuidar a la niña.
Hashiba guardó el arma, —¡ya voy! – apenas abrió la puerta fue jalado por unos brazos musculosos que de inmediato lo sometieron. No pudo si quiera reaccionar cuando ya sobre él se encontraban Marioka, Yasuda y Kaji. Todo fue tan rápido que estaba totalmente aturdido, su cerebro no conectaba con su cuerpo.
—Ahora sí valiste verga Hashi-miau – Habló Ramiro estrellándole la cabeza contra el suelo, acción que dejó al hombre aturdido e incapaz de hablar. En unos segundos Hairo y él estuvieron amarrados y listos para ser llevados con los demás. Un hilo de sangre escurría de su cabeza, mientras que Hairo se movía por inercia.
—¡Oigan!, ¡los ayudé! ¿por qué vuelven a amarrarme? – preguntó el hombre desconcertado. Por supuesto nadie le contestó —Kaji, te llevé a ese bar de omegas, nos llevábamos bien.
—¿Te refieres al bar en el cual tuve que pagar tres meses de mi salario porque solo te emborrachaste y huiste dejándome como garantía? ¿A ese? – Hairo no volvió a hablar.
Hashiba por su parte, apenas si podía mantener los ojos abiertos, todo le daba vueltas mareándolo. Lo único que pudo notar, fueron un par de zapatos que pasaban a su lado sin detenerse.
Por el ruido de la puerta al cerrarse, Haru se giró asustada. Se sentó colocando almohadas como barricada al tiempo que llevaba su dedo pulgar hacia su boca.
Atenta, creyó escuchar la voz del moreno, pero no quería hacerse ilusiones. Ansiosa mordió con fuerza la carne hasta abrirla.
—¡Ouch! – exclamó adolorida —Hashi… san…
¡Bam! Otro golpe seguido de un quejido se escuchó del otro lado. Con los ojos desorbitados, Haru permaneció con la vista fija en la manija que comenzó a girarse. Se puso en guardia tomando una almohada dispuesta a arrojarla a quien diera un solo paso adentro. El perímetro de la cama era su fuerte y no permitiría que alguien lo traspasara.
Su labio inferior tembló, más de su boquita no salió sonido alguno. En un momento la puerta se abrió de golpe.
—Haru, ¡mi amor!
Los enormes ojos dorados se abrieron de par en par sin poder creer lo que veían. Dejó caer la almohada dando un salto desde la cama cual resorte, abalanzándose hacia el omega que la recibió con los brazos abiertos —¡MAMI! – gritó presa de sus emociones. Una sonrisa enorme adornó su carita tan radiante rebosada en alegría.
Takato dejó salir todo el aire que había estado reteniendo en cuanto sintió el pequeño cuerpo entre sus brazos, — jahh… – mordió su labio inferior ahogando un quejido. Su corazón se desbordaba tanto como las lágrimas de sus ojos. El alivio reflejado en su rostro, así como los rastros de la angustia experimentada se fusionaban creando un cuadro crudo y muy humano capaz de tocar las fibras más sensibles de quien lo mirara.
—Sí llegaste, mami hic, viniste por mi – la pequeña no dejaba de llorar y aferrarse como koala a Takato, apresándolo fuertemente con sus brazos y piernas. Por su parte, él repartía besos por su cabecita, lamiendo también sus mejillas para consolarla.
—¡Sí mi amor, lo prometí! – exclamó caminando con la nena encima. La meció y acercó a su fuente de aroma para marcarla, quería que oliera a él, que se sintiera a salvo y amada. Ambas cabezas se apoyaban la una con la otra dándose fuerza y apoyo.
La cachorra pegó la nariz al cuello de Takato e inhaló profundo su aroma. Poco a poco, se fue relajando hasta quedar completamente recargada en su hombro. Takato repartió besitos en el hombro de su nena al tiempo que sobaba su espaldita.
—Mami… - llamó la pequeña mirando a Takato fijamente —Fui valiente… ¿lo hice bien?
Takato dejó salir un suspiro ahogado. Un nudo se formó en su garganta cuando vio la expresión ansiosa de su pequeña que esperaba su respuesta como si lo que él iba a decirle fuera lo que más valía en el mundo y la única opinión que le importaba.
Con sus dedos acarició la carita de su bebé, acercó su rostro y frotó su nariz con la de ella —¡Fuiste muy, muy valiente Haru, estoy realmente orgulloso de ti!
Haru dejó salir una risita aireada que pareció lluvia matinal en el corazón de Takato. Cómo había extrañado escucharla así, feliz y espontanea.
—Yo también estoy orgullosa de ti mami – acotó cepillando con sus manos el cabello del omega —Te extrañé mucho…
—Y yo a ti, mi amor... mucho, mucho – Takato mordía su labio intentando acallar su llanto, apretaba los ojos y susurraba un montón de cosas lindas en el oído de su bebé.
Escuchar su tierna voz, sentir su respiración, su calor y peso sobre sus brazos era la mejor sensación que podía experimentar. Era su hija, su tesoro, su mejor amiga y compañera de aventuras, su pedazo de sol que lo iluminaba incluso en sus días más oscuros. Era su vida, su bebé que lo salvaba de la desesperación, su refugio y alegría.
Separarse de ella fue como si le hubieran arrancado el corazón y motivo para vivir, se sentía vacío y destrozado. El tiempo que no supo de ella, aunque a muchos pudiera parecerles poco, él lo sintió como la eternidad misma. Pero ahora, aquí estaba de nuevo en su regazo, segura y llenándolo de calma. De nuevo solo existían ellos dos y así era perfecto.
Después de tanto llorar y llenarse de besos, ambos se relajaron sin dejar de abrazarse. Ramiro, Ken y Sugihara observaban desde la distancia incapaces de romper el momento tan íntimo que ambos tenían.
Takato limpió con sus manos el rostro de su hija y tomó asiento en la cama, acomodando a Haru sobre sus piernas, con cuidado revisó la cabeza herida, soltando un gruñido que asustó a la nena.
—¿Mami…?
—No te asustes, preciosa. Solo estoy molesto, te lastimaron y no pude hacer nada… lo siento bebé, lo siento mucho – La mirada reflejada en los ojos del omega era terriblemente triste y cargada de culpa —¿Te duele? – preguntó besando su nariz.
Haru negó —Mami, no tienes la culpa. – dijo lamiendo su barbilla — Duele, pero ya poquito… - indicó con un gesto de manos. Acomodándose mejor contra su pecho.
Takato recibió el besito con gusto, pero seguía molesto y nervioso. Tragó saliva y continuó —¿Te-te lastimaron de otra manera? – realmente no quería preguntarlo o más bien no quería escuchar que la respuesta fuera un sí. Revisó cada parte expuesta del pequeño cuerpo, tomó sus manitas y las besó notando las uñas y dedos al rojo vivo por morderlas tanto, se veía doloroso pero su bebé no se quejaba. Sus mejillas siempre rebosantes ahora lucían hundidas, sus labios secos; las ojeras e hinchazón por tanto llorar hacían ver sus ojos más pequeños y cansados. Su tesoro estaba exhausta, olía a humo, bosque y estaba seguro que ni siquiera había comido algo —Mi pobre bebé…
Haru agarró su cabello —No mami, solo mi cabello… - ¿se ve muy feo? ¿crees que me quede pelona?
Takato esbozó una sonrisa triste —No, no se ve feo y por el cabello no te preocupes, crece – aseguró poniéndose de pie con ella en brazos —Nos vamos a casa, mi amor. Copito te está esperando para que le des esas latas de atún que tanto le gustan.
Haru contestó con un "sí" bajito, sus ojos comenzaban a cerrarse, por lo que Takato apresuró su marcha.
En cuanto se giró, vio a Ramiro impaciente cruzado de brazos como si de esa manera pudiera controlar el impulso de cargar a la niña, quien en cuanto lo vio, otra sonrisa radiante apareció en su carita.
—¡Ramiro! – gritó extendiendo solo uno de sus brazos, pues el otro se mantenía firmemente ganchado del cuello del omega. Por su parte, Takato estaba igual, no quería ser egoísta ni aprensivo, pero hacía nada había recuperado a su cachorra y el instinto omega le impedía soltarla.
—¡Mi patroncita chula! Te extrañé mucho Haru chan – Al ver que la nena no quería despegarse de Takato, ni este de ella, le dio un abrazo a medias, aunque eso no impidió que la llenara de besos.
—Yo también te extrañé, tío – murmuró apretujada entre el musculoso pecho del mexicano.
Los otros también saludaron a la nena y esta les correspondió. Siempre abrazada de Takato.
Mientras caminaban hacia la camioneta, Haru volvió a quedarse dormida, en parte por el cansancio y en otra por las feromonas con las que Takato la había impregnado para tranquilizarla.
En cuanto salieron del hotel, el aire fresco de la noche los golpeó y el pequeño cuerpo se estremeció. Takato se quitó su cardigan y lo pasó por encima de la nena.
La camioneta se encontraba un tanto escondida para que cuando llegaran los hombres de Himura, estos no los vieran. Alrededor, hombres de Usaka la custodiaban y en cuanto vieron al pequeño grupo que caminaba hacia ellos, abrieron paso.
Con cuidado, Takato acomodó a la nena en el asiento trasero donde cojines y frazadas estaban listas para ella. De igual manera, dejó su cárdigan para que Haru pudiera olerlo.
—Ken-kun, ¿podrías pasarme el botiquín? Por favor – pidió al tiempo que limpiaba con toallitas húmedas las manitas de Haru.
—Sí, Saijo-san ya se lo trago, tairgo, ¡traigo! – corrigió dándose un golpe mental.
—Jaja, hay cosas que no cambian – exclamó Ramiro de mejor humor, recibiendo un asentimiento de cabeza por parte de Takato.
—Aquí tiene.
—Gracias.
Con paciencia, Takato desinfectó las heridas de los dedos y uñas de su hija, colocó una pomada y curitas, culminando con un besito en cada manita. Posterior a ello, revisó su cabeza, la sangre seca y la pomada lucían como una costra enorme e insalubre. Pasó con cuidado algodón y desinfectante hasta que el área fue visible.
Un nudo doloroso se formó en su estómago, pero no dijo nada. Solo apretó los labios en una fina línea y siguió curando la herida. — Nadie volverá a lastimarte, mi amor – susurró sellando su promesa con un beso en la frente.
En eso, uno de los hombres de Usaka corrió hacia ellos —Tanaka-san, me informan que los hombres de Himura han llegado.
Ramiro asintió —Pos bueno, es hora de terminar con esto.
—Sí, lo es… - Takato miró a su bebé que dormía plácidamente apretando su cardigan, ignorante de todo a su alrededor y de lo que iba a hacer para que estuviera segura —No quiero separarme de ella – exclamó afligido.
Ramiro lo miró con compasión, él mejor que nadie podía entender ese sentimiento. Pasó su mano por la cabeza de Takato cariñosamente —Solo será un momento y después no habrá nada más que los separe.
—Sí, lo sé… - exclamó dejando otro beso sobre Haru, olfateando su aroma hasta llenarse de él —Volveré pronto, mi amor. Mamá tiene algo que hacer.
Ramiro cerró la puerta de la camioneta, recargándose contra esta.
—Cuídala con tu vida, porque ella es la mía, por favor – pidió con rostro suplicante y preocupado.
Ramiro asintió con seriedad —Patr… - negó —Takato, no tienes que pedirme eso, sabes que así será. Con mi vida, - aseguró golpeando su pecho, ahí donde se encontraba su corazón — lo prometo. Ándale ve, está segura conmigo.
El omega dejó salir el aire retenido, mentiría si dijera que no estaba nervioso, pero el tener a su hija de nuevo con él era todo lo que necesitaba para que las nubes oscuras que cegaron su mente al fin se alejaran dejando un cielo de pensamientos despejados y claros.
—Gracias, hermano – dijo abrazando al moreno que de inmediato correspondió.
—No hay nada que agradecer… aunque sí te pediré algo – soltó separándose del pequeño, cruzándose de brazos.
—Lo que sea, dime – ahora se sentía curioso.
—Necesito mi parte, o no estaré jamás satisfecho – dijo el moreno con rostro sombrío. Takato entendió y solo sonrió de lado asintiendo.
En el comedor del hotel. Himura, sus hombres y Hashiba se encontraban atados en el suelo con el rictus de derrota en el rostro.
En cuanto el resto de los hombres del exoyabun llegaron, estos fueron emboscados apenas pusieron un pie dentro del inmueble.
La sorpresa y desesperación se veía reflejada en sus rostros, algunos lamentaban haberse metido en este lío, otros intentaron huir, pero fallaron. Algunos más irradiaban odio, frustración y resentimiento.
Tan solo los hombres y mujeres de los Clanes aliados sumaban alrededor de cien personas y los reclutados por Hashiba no pasaban de treinta. En conclusión: solo un milagro los podría haber salvado, pues desde el principio, la posibilidad de ganar ni siquiera existió y la única cosa que les habría dado ventaja, ya no estaba en sus manos.
Los golpes habían llegado de todas partes, la diferencia en número era evidente y terriblemente aplastante. Dientes cayeron, brazos y piernas se quebraron. Y en solo un par de minutos el lugar se pintó de rojo sangre, más ni una vida se perdió. No, eso habría sido demasiado fácil.
Contemplando a sus camaradas caídos, Hashiba no podía creer lo que acababa de pasar mientras repasa en su cabeza el momento justo en el que todo se fue a la mierda.
Como un tonto cayó de lleno en una trampa cual primerizo, creyó que tenía el control absoluto del escenario sobre el que montaría su obra; sin embargo, jamás tuvo el control de absolutamente nada. Ni del guion, ni de sus espectadores.
Sus ojos iban de Usaka a Chihiro, de Chihiro a Hasegawa y de Hasegawa a Junta. Al contemplar al Enigma tan entero frente a él y con esa cara de superioridad quiso arrancarse los cabellos desesperado, porque ¿cómo era posible que siguiera vivo? Él mismo había contemplado por el espejo retrovisor cómo cayó inerte en el suelo. Así que en lo único que podía pensar y desear era en tomar una maldita arma y meterle mil plomazos para asegurarse de que jamás pudiera levantarse.
En la cabeza de Hashiba, desde que Junta se metió con el puto omega callejero, las cosas fueron de mal en peor en cuestión de pocos meses, de los cuales fue testigo de cómo Himura se volvía loco intentando cubrir las fisuras que se abrían en su imperio, hasta culminar en la desgracia de su señor. Nunca lo perdonaría por haberle quitado las extremidades a Himura y deshecho a su Clan que consideraba su familia.
El ex Saiko komon escupió al suelo con rabia pensando "y todo por ese omega"
Ni la situación precaria en la que se encontraba le hacía doblar las rodillas y mirar la realidad. Quizás algunas personas simplemente eran capaces de ver aquello que querían y nada más.
El calor de la furia subió desde la punta de sus pies hasta la coronilla de su cabeza cuando Junta clavó sus orbes verdes en él sonriéndole con sorna.
No podía sentirse más humillado. Con ojos desorbitados y venas enrojecidas a punto de estallar giró su cabeza de manera antinatural hacia su gente —¿¡Por qué?! ¿¡por qué no me advirtieron?! ¿¡por qué no protegieron a nuestro Oyabun?! – gritó desquiciado al grupo de siete que había mandado por Himura.
Uno de los maleantes chistó los dientes en un gesto de fastidio—Porque nos dejarán ir. Hicimos un trato – exclamó quitado de la pena sintiéndose confiado, para luego torcerle la boca —Además, tú no eres nuestro jefe, no te debemos lealtad alguna – respondió altivo, lo que hizo que el rostro de Hashiba se descompusiera en una horrible mueca.
La cabeza le palpitaba, la sangre que brotó de su cabeza cubrió por completo su ojo derecho impidiéndole ver, estaba imposibilitado, derrotado y había perdido a Haru, pero lo peor de todo fue darse cuenta de que en todo el tiempo que llevaba ahí, Himura no lo había volteado a ver ni una sola vez.
Los aliados ignoraban los gritos y vociferaciones de quien alguna vez fuera el Saiko Komon, pero quien no lo hizo fue Chihiro, quien cansado hasta los cojones se acercó y lo tomó con fuerza del cabello estirándolo.
—¡Agghh!
—¡Ya cierra el hocico! – ordenó lanzándolo contra unas sillas. El cuerpo del hombre rebotó de manera descompuesta.
La rabia que sentía Chihiro hacia Hashiba iba más allá. Mirarlo era contemplar sus propios errores y faltas que pudieron haber causado que Takato jamás volviera a ver a la niña, que la pequeña viviera un infierno, que Ramiro pensara culparlo o que él mismo se señalara como el pecador máximo, pues al final de cuentas quien había liberado a Hashiba, no fue otro más que él mismo y no creía poder vivir tranquilo con eso remordiéndole la conciencia.
Volviendo a su lugar, miró a Junta fastidiado —¿Ya viene? En serio ya quiero acabar con esto – exclamó Chihiro dejándose caer pesadamente en una silla.
Mientras tanto Hashiba se tambaleada reculándose hasta pegar su espalda al macetero que tenía a un lado.
—Sí, ya un hombre de Usaka fue a avisar – pronunció Hasegawa jugando con las llaves de su auto. Todo había salido a pedir de boca y esperaba continuara así.
—Paciencia Chihiro, Takato es el único que dirá la última palabra en esto – acotó Junta presionando su herida.
En eso, la puerta se abrió de par en par y Takato hizo su entrada triunfal con pasos firmes y seguros. Siguiendo su camino, uno que iba directo hacia el sujeto que en estos momentos odiaba más que a nadie en el mundo y que había hecho pasar a su razón de vivir por un verdadero calvario.
En cuanto Hashiba lo vio, se esponjó cual puerco espín dispuesto a soltar sus agujas y atacar. Levantó la barbilla orgulloso demostrándole todo el desprecio que sentía por él, entonces cuando al fin estuvieron cara a cara, el Yakuza abrió la boca —Ja, por supuesto, Azumaya debía traer a su put…
¡PLAFF! Sus ganas de ofender murieron dentro de su boca, pues Takato lo golpeó tan duro en el rostro que le fue imposible mantener el equilibrio. Sin nada que lo amortiguara, por tercera ocasión fue a parar de lleno al suelo, pero ahora no solo su cabeza sangraba, también su nariz emanaba líquido rojo sin control alguno.
Takato lo miró desde arriba apretando sus puños. Sus nudillos derechos estaban lastimados por la fuerza con la que tiró el golpe, pero justo ahora era incapaz de sentir otra cosa que no fuera ira pura y destructiva.
Todos quedaron congelados olvidando cómo respirar, jamás habían visto a un omega golpear a alguien, simplemente escapaba de su comprensión y menos uno con apariencia tan frágil y pequeña como el que tenían en frente. El mismo que en todos los años que los hombres de Himura lo conocían, no había levantado la mano contra su amo. Aunque Hasegawa recordaba tan claro como el agua dos, cuando lo conoció y cuando su hija fue abofeteada frente a él. Aun así, verlo en acción por tercera vez resultaba estimulante.
Hashiba apretó los dientes incorporándose con dificultad. La sangre llegaba a su boca entrando en esta, le sabía horrible por lo que soltó un gruñido de frustración y escupió para deshacerse de lo que amargaba su lengua —AAgh, ¡puaj! – su respiración se aceleró. Pero un golpe de un omega no era suficiente para amedrentarlo o eso creía.
Takato hizo una mueca de asco al verlo. Su ira no se calmaba, quería hacerle daño, quería golpearlo hasta cansarse, quería que sufriera y gritara pidiendo clemencia, así como él lo hizo tantas veces suplicando su ayuda, la que nunca escuchó y que siempre ignoró.
Su pequeño cuerpo temblaba, pero esta vez no era el miedo lo que lo provocaba, sino todos los sentimientos que había guardado bajo presión en su interior.
Mirándolo desde arriba cual rey, dio un paso hacia él. Junta de inmediato se dispuso a ponerse a su lado. Se sentía preocupado por su seguridad y por su mano que sangraba de los nudillos, pero Takato lo detuvo negando con la cabeza.
Era su momento de desahogo en el que saldaría cuentas con el pasado y con el presente, así como con los años de humillación y abuso a los que fue sometido, de los cuales Himura y Hashiba habían fungido como jueces y verdugos al mismo tiempo que todos los presentes de su bando cumplieron su función como espectadores y en muchas ocasiones también como piedras en el zapato. Tales que, si bien no lo dañaban, permanecían como una molestia constante de la que no era capaz de librarse.
Miradas de desprecio, gestos de asco, palabras ofensivas, cuchicheos, chismes y faltas de respeto imposibles de enumerar llegaban a él como avalancha.
Entonces, cada músculo comenzó a dolerle casi como si su cuerpo recordara la sensación de estar herido, como si este le gritara: ¡este es el hueso que se rompió! ¡la carne que se abrió! ¡el labio que se reventó! ¿lo sientes?
Sin darse cuenta llevó sus manos a sus oídos y cerró sus ojos, como si de esa manera pudiera acallar sus recuerdos y retener las gotas de agua que amenazaban salir sin su permiso.
De nuevo se estaba hundiendo, pero no volvería a pisar el fondo.
Pronto sintió cómo unos brazos fuertes rodeaban su cintura y un pecho firme se ceñía a su espalda conteniéndolo con ternura —Shh, nadie volverá a lastimarte. Hoy termina esto. Todo estará bien – susurró besando delicadamente su sien — Eres increíble. Tú, precioso, fuerte y valiente omega.
La ansiedad que invadió su cuerpo por los abusos grabados en cada fibra de su ser fue desterrada por las palabras de Junta cual hechizo que aleja el mal.
Lentamente fue bajando sus brazos hasta quedar a sus costados y abrió los ojos parpadeando un par de veces antes de volverlos a enfocar en la basura frente a él.
Lo que le pareció una eternidad, en realidad habían sido segundos. Hashiba seguía tirado y sangrando, mientras que Himura se moría de celos y ganas de quitarle su omega a Junta.
—Patéticos… - murmuró viendo a ambos. Giró hacia atrás levantando la cabeza —Gracias, estoy bien ahora – aseguró palmeando las manos que permanecían fuertemente unidas a su cintura.
—Estaré justo detrás de ti – pronunció Junta aflojando su agarre. En sus ojos solo se podía leer adoración, pero al mismo tiempo una fuerza cual océano dispuesta a tragarse todo aquello que intentara siquiera tocar uno solo de los cabellos de Takato.
El azabache solo asintió. Volviendo a su posición original, comenzó a hablar.
—Desde el principio me trataste como basura, no entendía por qué, pero la única y real basura eres tú. Tan patético, e iluso. Enamorándote de Himura y sirviéndole como el perro que eres, tan estúpido que no te cabe en la cabeza que él no te quiere, que nunca te querrá, que nunca le has importado y prueba de ello es que hace unos minutos te entregó a ti y a todos sus hombres para poder conservar su vida – enunció — pero, jaja, no sería la primera vez ¿verdad?, sino cómo podrías tener esas cicatrices en tu espalda – aquello fue como si hubiera echado limón en la herida y disfrutó exprimir hasta la última gota, pues el rostro desencajado del yakuza era todo un poema.
—¡Admírenlo! – gritó Takato dirigiéndose al resto del Clan Himura mientras observaba cómo el otro se mordía los labios desesperado — miren a su "gran Oyabun", el lisiado cobarde que los condenó a todos ustedes a cambio de su vida. Felicidades por ser tan fieles a esa basura.
Los aliados comenzaron a aplaudirles como un gesto de burla.
Enfurecido, Hashiba se levantó de un salto impulsado por la adrenalina y corazón herido —¡MIENTES! ¡Tú, puta bara…
Al instante, Chihiro le propinó una patada en el estómago tan duro provocando que este se doblara y vaciara entre arcadas violentas todo lo que llevaba dentro —Nadie te dio permiso de hablar, escoria.
Ante las palabras de Takato, los hombres de Himura comenzaron a dudar y a verlo con odio.
—Entonces… ¿no fue Murata el que nos vendió? – preguntó uno de su grupo incapaz de creerlo. Murata era el líder que antes le había respondido a Hashiba.
—Ja, nunca he oído de un Clan en el que el Oyabun no tome la decisión final – pronunció Usaka dando otra calada a su cigarro.
Aquello fue suficiente para que estos dejaran de hablar, todo estaba claro ahora.
—¡OYABUN! ¿POR QUÉ?, ¡NOSOTROS ERAMOS FIELES A USTED! – grito uno, incapaz de contener su coraje.
—¡OYABUN HIMURA, NIÉGUELO!
Poco a poco sus hombres comenzaron a rodearlo exigiendo una explicación, pero el de los ojos ámbar ni se inmutó. Poco le importaban ellos, su seguridad ya estaba garantizada y con las manos y piernas atadas, como ellos lo estaban, no había nada que pudieran hacerle.
—¡ES UN DESGRACIADO!
De inmediato todos se preguntaron si todo lo que hicieron había valido de algo. Algunos comenzaron a gritar que lo matarían, otros rogaron clemencia y pidieron unirse a las filas de Hasegawa, quien miraba a cada uno de ellos con cierta lástima, pues al final de cuentas, cada uno de ellos habían sido sus hermanos, pero eligieron mal y su castigo estaba decidido.
Ignorando aquello, Takato se agachó para que Hashiba lo escuchara.
—Pude haber dejado pasar todo el daño que me hiciste, dar vuelta a la página, permitirte vivir, pero te atreviste a robar mi tesoro, a mi vida, mi amor – pasó la lengua por sus labios y continuó, concentrado y con voz pausada — hiciste cosas despreciables como envenenarla en mi contra y en contra de quienes realmente la aman. La privaste de su libertad, la hiciste sufrir, le mostraste cómo matabas a unas pobres chicas que solo querían ayudarla. Eres tan monstruoso como el amo por el que tanto te desvives y que no da ni un centavo por ti. Al que solo le provocas asco.
Hashiba temblaba, esta vez era incapaz de levantar la cabeza, pero quería comprobar algo, así que mordió su labio antes de girarse hacia Himura.
—Mi señor… yo…
Sus pequeños ojos parecieron doblar su tamaño cuando el gesto más horrible de desprecio que jamás hubiera visto fue dirigido hacia él por nada más ni nada menos que Himura.
—Jaah… - un suspiro ahogado salió de sus pulmones al tiempo que su labio inferior comenzaba a temblar.
Takato lo miró derrotado. El orgullo que lo sostenía estaba deshecho, y tirado en el suelo solo acentuaba su aspecto lamentable.
—¿Lo sentiste? ¿duele?... – preguntó poniéndose de cuclillas apoyando su barbilla sobre sus rodillas —estoy seguro de que te duele, pero ni eso se compara a lo que yo sentí cuando te llevaste a mi bebé. Por eso, ahora probarás en carne propia lo que se siente que te abran el pecho y aprieten tu corazón hasta destrozarlo, tú y todos tus parásitos inmundos.
Sentenció, mirando como Hashiba se hundía cada vez más en sí mismo. Esta vez no hubo reclamos ni alegatos por su parte.
Al verlo derrotado, se puso de pie
Takato apenas estaba comenzando.
—¿Dónde está el que se atrevió a tocar a mi hija? – rugió el omega paralizando a betas y alfas por igual.
Un chico de no más de 17 años, alto, de ojos rasgados y piel morena habló desde el fondo. Él no se había resistido cuando fueron atacados, ni participó en los arrebatos de los otros. Se había limitado a permanecer en silencio, recargado en la pared alejado de todos.
—Yo lo maté. Jamás debió ponerle una mano encima a la niña.
La expresión feroz de Takato se fue relajando al escucharlo.
Usaka y Hasegawa lo reconocieron. Él había sido uno de los tantos chicos explotados sexualmente que logró salir por su cuenta. Tal parecía que había sido de nuevo atrapado, pero ahora para servir en las filas de Hashiba. Para ellos resultaba obvio que no fue por voluntad propia.
Temiendo molestar a Takato, Hasegawa se manejó con cuidado. Sabido era que en este momento cada cabeza dentro del comedor le pertenecía al omega y solo él podía decidir sobre su destino.
—Si me permite, Saijo-san, me gustaría hacerme cargo de este chico personalmente.
Tanto Takato como Junta lo miraron. Si Hasegawa lo estaba pidiendo y en vista de que se veía tan joven, tanto como él un día lo fue, tal vez algo se podía rescatar en él.
El omega solo asintió regresando la vista hacia Himura. Era su turno.
Este último no cabía de la sorpresa al ver la nueva faceta del omega. No solo le resultaba fascinante, sino que además lo estaba excitando sobremanera, cómo disfrutaría el día que volviera a tenerlo debajo de él.
Junta, al percibir su lujuria rugió feroz paralizando a betas y alfas por igual. La sangre le hervía y poco a poco sus escleróticas comenzaban a pintarse de rojo.
Preso de su instinto animal caminó hacia Himura mostrando sus caninos listos para arrancarle el cuello.
—Alfa – llamó Takato tomándolo de su brazo. No permitiría que este se descontrolara, no cuando faltaba la estocada final. De inmediato el castaño se detuvo volviendo a ser él mismo.
—Dime, precioso – pidió besando su mano.
—Estoy cansado de esto, muy cansado y mi hija me espera – indicó frotando sus ojos —Empieza con él y que sufra – pronunció sin una pisca de remordimiento mientras su delgado dedo apuntaba inquisidor a Himura.
Éste al verse señalado se sorprendió sacudiéndose con violencia, su ropa floja por la falta de sus extremidades se movía como si de una marioneta se tratara. Su rostro estaba completamente desencajado en desesperación.
Este no era el trato que habían acordado. Takato lo prometió, dijo que ¡Él viviría! Aún tenía cosas que hacer, como preparar su venganza, recuperar lo que era suyo, ¡no era posible que terminara así! ¡no podía ser así!
Abrió la boca y desesperado comenzó a hacer ruidos extraños intentando hablar, pero lo único que salía de su boca eran hilos desagradables de saliva.
Oh sí, esa era la cara que imaginó… ¡no, era mejor!
Takato lo miró dedicándole una sonrisa burlona.
—¿En serio pensaste que te dejaría con vida? Que podrías quedar impune disfrutando de la vida cómodamente y más aún, ¿¡que yo te permitiría ver a mi hija?! No me hagas reír. Tú perdiste todo derecho de estar con ella desde el momento en que la usaste como un vil cebo para mantenerme a tu lado, ¡maldito cerdo abusivo! ¡Voy a destruirte!, no me importa si eso me enferma o si me provoca pesadillas, sin duda serán mucho mejor que las que tengo de ti golpeándome, dejándome sin comer, encerrándome, obligándome a dormir afuera en el frío, violándome, abriendo mis heridas una y otra vez, fracturando mis huesos, matando a tu propio hijo – la mandíbula de Takato se tensó por lo fuerte que apretaba los dientes —¡haciendo que mi bebé te suplicara que dejaras de golpear a su madre! ¿¡y qué hiciste?! – gritó a todo pulmón — ¡También la golpeaste!
—Takato – Junta se acercó para rodear con su brazo el pequeño cuerpo que no dejaba de temblar.
El ojiazul se apoyó un momento en el Alfa inhalando su aroma. Su pecho subía y bajaba acelerado. Por un momento perdió el control de sí mismo. Cerró los ojos y se refugió en el alto, recuperando fuerzas.
— Jamás volverás a lastimarnos, ni a nosotros ni a ningún otro ser – exclamó con una sonrisa temblorosa en su rostro — porque vas a morir.
Desesperado, Himura se removió en la silla donde lo habían sentado y amarrado para que dejara de intentar arrastrase hasta Takato.
Sacudía iracundo lo que quedaba de sus piernas en un pobre intento por llamar la atención. —¡daddfj! ¡dadgg!
Con tono burlón, Takato le respondió —Jaja, no te entiendo, deberías esforzarte para hablar con más claridad… ¡ah, cierto! no tienes lengua. Vete al infierno bastardo – esta vez una sonrisa firme se extendió por su rostro —Sufre en llamas agónicas por la eternidad – maldijo con desprecio —Mientras tanto, mi hija y yo disfrutaremos intensamente de la vida. Viajaremos, veremos hermosos amaneceres, pasearemos cuando queramos y a donde lo deseemos. Seremos inmensamente felices sin tu maldita sombra cubriéndonos. Y por supuesto me aseguraré de que olvide por completo que alguna vez exististe.
La desesperación, esa misma que experimentó muchas veces en 6 años de encierro, ahora Himura era quien la vivía en carne propia.
—Creciste tan carente de afecto que querías tan desesperadamente mi amor… me encantaba ver cómo te frustraba que no te dedicara ni una sola mirada y que todo lo que deseabas de mi tuvieras que sacarlo a la fuerza y ni así lo obtuviste. Perdedor.
Ah, decir todo lo que había guardado se sentía muy bien, demasiado… tanto que podría acostumbrarse a esto. Tomó aire y prosiguió.
—Jamás voy a perdonarte. Si crees que esto terminará pronto, que un golpe te dará fin y así tus ojos se cerrarán por siempre estas muy equivocado. Tu muerte no será rápida, ni placentera. Sentirás cada cosa que te hagan, si te desmayas por el dolor esperarán y te despertarán para continuar. No tendrás tampoco oportunidad de suicidarte, porque hasta del descanso eterno me privaste. No importa que tanto luches, llores o implores, nadie vendrá a salvarte, porque ¡no tienes a nadie! – dijo remarcando esto último —Me das pena, pero no de la que evoca compasión, en serio no te queda nadie e incluso la única y preciosa persona que realmente te amó con un amor puro e incondicional, ahora te ve como realmente eres: un monstruo. Y todo por tu increíble capacidad de arruinar todo lo que tocas.
Todos miraban asombrados al omega, en sus vidas imaginaron que aquel que se encontraba en el nivel más bajo de la pirámide social, se levantara con tanta fuerza hasta someterlos a todos.
Los muertos vivientes del Clan Himura no podían encontrar ningún rastro del omega sumiso que habitó junto a su amo.
En la actualidad los omegas son vistos como los débiles, sumisos, menos inteligentes, un problema para la sociedad; por lo que son maltratados, esclavizados y reducidos a meros objetos por los alfas.
Con el paso del tiempo al irse perdiendo cada vez más el gen de los lobos puros, los alfas que fueron naciendo sin tenerlo cambiaron hasta volverse arrogantes, creyendo que su posición en la escala evolutiva les daba el derecho de someter a los demás. Olvidando por completo sus orígenes y deberes. Los cuales consistían en ser un buen líder, ser honesto, leal, protector y amar a su pareja.
Por otro lado, en el pasado, cuando incluso existían los cambia formas, los omegas eran respetados y gozaban de una posición al mismo nivel que un alfa, pues estos buscaban siempre la paz; sus feromonas ayudaban a equilibrar las de los alfas, mantenían el hogar confortable para su familia, eran sabios consejeros, daban amor a los demás, cuidaban con recelo a sus cachorros, jamás derramaban sangre y el solo pensamiento de matar los enfermaba. Aun así, eran valientes y si se veían forzados a sacar los colmillos lo hacían sin titubear o mandaban a sus alfas a pelear sus batallas.
Y justo ahora, Takato se mostraba como esos omegas. Como el omega digno que era, como el que siempre debió ser.
Junta envolvió la mano herida de Takato, llamando su atención cuando este exhaló como si se hubiera sacado un enorme peso de encima – ¿Estás listo, precioso?
El omega asintió apretando los ojos, inhalando profundo e ignorando los gritos de los otros que pedían piedad. En cuanto volvió a abrirlos, buscó las orbes verdes que solo deseaban complacerlo — Sin misericordia, Alfa.
—Sin misericordia, omega. Espera en el auto, no tardaré – pidió juntando sus frentes llenándose de su aroma.
En cuanto Takato salió, Junta se giró para hablar con los otros.
—Ya escucharon, terminemos con esto.
