Prompt: Quemadura de hielo (Página Helsa Amor Verdadero para el Helsatober)
Clasificación: M, Romance
Intensidad
Los cabellos blanquecinos de Elsa estaban esparcidos sobre el pecho de Hans cuando el escozor lo sacó del mundo de sus sueños. Ella se encontraba profundamente dormida, con la cabeza recostada en su brazo derecho, acomodada en la cara opuesta de su hombro.
Una sonrisa acudió a su rostro al contemplar a su bella esposa, pero se borró al sentir el ardor en su espalda, que le obligó a coger delicadamente la cabeza de Elsa para sacar su entumecido brazo y dejarla seguir durmiendo en la almohada.
Ella frunció el ceño sin abrir los ojos.
Mientras se recuperaba del hormigueo, acarició la mejilla de su mujer con su mano activa, haciendo que su expresión se relajara de nuevo.
Con sus poderes sobrenaturales, incluso dormida era capaz de sentir que algo no iba bien, o como ella quería que fuese.
Su espalda palpitó de nuevo y trató de explorar los puntos ardientes con su mano. Siseó al rozarse con su dedo, absteniéndose de seguir hasta no saber qué era.
Esperando que ella no se despertara cuando él buscase una explicación para su molestia, Hans salió de la cama muy intrigado. Aunque era finales de otoño, no se colocó su bata, pues en los dos años enamorado de Elsa, y los tres meses de casado, el aire tenía que ser muy gélido para perturbarle. Después de todo, ese tiempo estuvo con los Northuldra, durmiendo en chozas expuestas a las temperaturas bajas.
Asimismo, más de una década viviendo en Arendelle lo había hecho habituarse a la falta del sol que no había en su reino natal.
Encendió una luz y se acercó al tocador con espejo, donde colocó la lámpara. Luego buscó silenciosamente en los cajones hasta dar con el espejito con mango que Elsa usaba en el territorio Northuldra.
Le dio la espalda al tocador y usó el reflejo de los dos cristales metálicos para investigar lo que ocurría.
Descubrió unas marcas rojizas en sus hombros, con la forma exacta de dedos, y unos pequeños círculos, menos colorados, como de tonalidad rosa, cerca de su columna.
Hans entornó los ojos, pero de pronto su mente cayó en la cuenta de la situación y se dejó arrastrar por el recuerdo, girando la cabeza hacia la pared junto a la ventana, aun si esta era apenas visible en la penumbra.
Con claridad, se vio arrinconando a Elsa contra el muro; ella, lejos de parecer intimidada, presumía su rostro coqueto al avanzar de espaldas, aguardando ser atrapada. Sus caderas se movían seductoras y el brillo en sus orbes cerúleos rivalizaba con el de una llama ardiente; su boca se abría invitadora, expulsando respiraciones cada vez más apresuradas.
Él sentía su cuerpo tenso y caliente, comenzando a sudar y a latir sin control, aguardando la posesión de esa mujer etérea, que solo era suya, tanto como todo de él le pertenecía.
Victorioso, finalmente la tuvo a su merced y la cogió de las caderas, haciéndole sentir el bulto debajo de su ropa. Ella sonrió y agitó su mano para que sus prendas de vestir se esfumaran; por supuesto, a él le quedaron sus calzones, los cuales no era creación mágica.
Eso se ganó un gruñido de la platinada. Sin embargo, Hans estaba muy concentrado en el cuerpo sensual de frente a sus ojos, que no se cansaba de admirar.
—Perfecta —musitó inclinándose para besarla.
Fuertes escalofríos le recorrieron al disfrutarla con sus labios, haciéndole probar la magia de su unión, que provenía de sus sentimientos y no de los dones de nacimiento del Quinto Espíritu. El amor que se profesaban hacía posible sensaciones más allá de toda lógica.
La abrazó con fuerza y profundizó su beso, intensificando el deseo de ambos con lengüetazos y mordiscos húmedos que entrelazaban sus hálitos de vida y sus esencias en un modo dulcemente primitivo.
A tientas y beneficiada por la práctica, Elsa desabrochó su ropa interior y la hizo caer por sus piernas, tras lo que él las pateó distraídamente, palpando los muslos de su esposa para sentir el río de su entrepierna que la alistaba para tomarlo.
No necesitó introducir sus dedos en su cavidad, porque sus jugos bañaban sus finos pliegues, anunciando una expectación grande por recibirlo.
Ansioso, separó sus bocas levemente y la sujetó con ambos brazos, levantándola del suelo. Ella enroscó sus piernas en su cintura y posó sus manos en sus hombros, gimiendo al rozarse con su erección. Apoyándola de la pared, él alineó sus sexos y los encajó hasta alcanzar el límite.
Liberaron gemelos sonidos guturales.
Volvieron a besarse y chapoteos los inundaron con cada envite de su cuerpo, responsable de altas cantidades de placer para ambos y un estallido de Elsa en medio de uno de los azotes de cadera, que la hizo gritar en su boca y presionar sus dedos sobre su espalda alta.
Envalentonado con esa primera cúspide de ella, siguió moviéndose y su pico de placer se aproximó, mas consiguió coincidir con el de su mujer y estallaron juntos.
—¿Hans?
Él agitó su cabeza con el llamado de su esposa, saliendo de su recuerdo, que le provocó tensión en la entrepierna, todavía no tan recuperada del encuentro de hacía poco, algo normal para su edad.
Sin embargo, todavía era lo suficientemente resistente para esa clase de artes amatorias, capaces de darle quemaduras de hielo.
—Estoy aquí.
Dejó el espejo en el tocador y cogió la lámpara para ir a la cama. Supuso que no había nada que hacer con las pruebas de la intensidad de su esposa; tendría que soportarlas, probablemente desaparecerían a su ritmo.
Al navegar en el pasado tuvo quemaduras similares, podía aguantarlas hasta que sanaran.
Solo extrañó los remedios de los marineros.
—¿Qué pasa? —preguntó Elsa cuando él se detuvo sin subirse al colchón.
Dudó en decirle de lo que le hizo, pero no fue más que un segundo, al recordarse su promesa de ser sincero con ella, como aprendizaje de los errores de su juventud.
—Te emocionaste de más. —Depositó la lámpara en la mesa de noche y se sentó de espaldas a ella. —Me despertó la irritación por las quemaduras.
Elsa jadeó.
De algún modo pudo sentir su mano acercándose a su piel, pero ella no lo tocó, quizá evitando empeorar el daño con su frialdad.
—¿Te duele mucho?
—No es nada que no sintiera por bañarme en la playa o navegar en verano —trató de tranquilizarla, sin faltar a la verdad del picor.
—Lo siento. —Ella puso su mano en su brazo y él la cogió para que envolviera su torso, animándola a que uniera la otra.
La oyó suspirar y apoyar la cabeza a mitad de su espalda, pasando su brazo en su costado para entrecruzar sus dedos sobre su abdomen. Su suave cabello, de algún modo, alivió parte de su malestar.
—Está bien, es la primera vez.
—Debe haber algo diferente en mí para que ocurriera esto. Puedo controlar mis poderes. No creo que sea esta visita al castillo, ya hemos venido antes.
Él contrajo sus cejas, recordando su comentario al entrar al dormitorio.
—Elsa, esta noche comentaste el retraso de tu periodo para poder intimar… ¿crees que…?
¿Podría un embarazo desequilibrar su magia?
—Con treinta y siete soy un poco mayor…
—Mi madre me tuvo con cuarenta.
—Nunca hablamos de ella, pensé que era más joven —susurró su esposa.
Hans colocó sus manos sobre las de ella.
—¿Qué pasaría si estuvieses de encargo?
—Tal vez lo estoy, me siento distinta. En Ahtohallan presentí una energía extraña en mí. Pero no puedo asegurarlo.
Los latidos de él se aceleraron, pese a su última frase. Con estar junto a su amada estaba conforme, pero la idea de un bebé de los dos le daba una emoción fuerte; una vibración extraña en lo más profundo de él, que le causaba una especie de maravilla enorme.
—Respondiendo a tu pregunta, me haría feliz. Antes de enamorarme de ti pensé que no sería madre, porque pasados los treinta creí difícil encontrar a alguien, mucho menos un hombre que se sintiera cómodo con mi poder, y todavía más complicado embarazarme; aunque tampoco ansiaba un hijo o hija, solo no lo rechazaba si ocurriera; con la magia, nunca he pensado mucho en matrimonio, embarazo y bebés, incluso con la responsabilidad de dar un heredero. —Sintió su sonrisa en la espalda, antes de un beso dulce en la piel. —Al comenzar a amarte y casarnos, sentí que contigo tenía todo para estar bien, contenta, así que no me dediqué a pensar en un bebé. En este momento, cuando has hablado al respecto, sin importar que no sea cierto, creo que mi felicidad sería mucha al tener un hijo o hija del hombre que amo. Si no ocurre, todavía te tengo a ti.
A veces no creía en su suerte de ser amado por una persona, pero su presencia y sus palabras siempre le recordaban que una mujer maravillosa lo quería.
Batalló con el nudo en su garganta, conmovido por los sentimientos de su esposa. —Tú me bastas, Elsa. —Apretó sus manos. —No necesito a nadie más, pero también me pondría pletórico si tuviera un hijo o hija contigo. Para mí, yo obtuve un tesoro con tu amor, y es suficiente que solo seamos los dos; un bebé sería un agregado a esta felicidad grande de vivir el resto de mis días a tu lado.
Una lágrima cálida se deslizó por su columna.
Inspirando, él abrió las manos de ella y se giró para mirarla de frente. En su burbuja de pequeñas sombras, su rostro era un poco oscuro, pero la luminosidad propia de ella dejaba a la vista parte de sus rasgos finos.
Aunque el amor en sus ojos era en lo único que se fijó.
Pegó su frente a la de ella, bajando sus párpados.
No hicieron nada más que aquello; prescindieron de besos, caricias y palabras, transmitiendo su amor, su paz, su alegría, todos sus sentimientos por estar juntos, con un solo gesto.
Y lo terminaron un tiempo indefinido más tarde, sin señales verbales o físicas para hacerlo. Ambos abrieron los ojos a la par, sonriéndose.
Elsa apretó su mano y retrocedió.
—Sé muy bien qué usar para quemaduras de hielo, una crema hecha por mi madre, para cuando mi padre terminaba afectado durante mis lecciones. Reflexionando ahora, debí darme cuenta de que sus conocimientos con hierbas y otros elementos naturales eran muy extensos, pero supongo que tratar de controlar mis poderes se robaba mucho de mi tiempo no dedicado a mi educación como reina. Iré a la cocina.
Con un movimiento presto, un vestido cubrió el cuerpo de su esposa.
—Te acompaño.
Ella asintió y agitó su mano para vestirlo sencillamente, con pantalón y camisa.
—No quiero que sufras demasiado —dijo Elsa en la puerta.
—Si es un aviso de lo que nos espera, vale la pena.
Su esposa cogió su mano para apretarla.
Meses y años más tarde, hasta su vejez y sus últimos respiros, recordarían que su única hija anunció su existencia con una quemadura de hielo.
NA: De la maldad a la ternura.
Para que sigan con sus travesuras en el dormitorio ja,ja.
Besos, Karo.
