Prompt: Navidad.

Clasificación: T, Romance

Nada me pertenece.


Juntos en Nochebuena


Con un suspiro de satisfacción, Hans concluyó la engorrosa tarea de quitar la nieve que entorpecía el patio frontal de su hogar. Habían tenido una tormenta la noche anterior y debía deshacerse de las montañas blancas resultantes en buen tiempo, o las consecuencias no serían muy agradables.

Los que amaban esa temporada invernal nunca hacían mención de las no gratas cosas que implicaban las hermosas estampas níveas.

Él odiaba hacer eso. Desde que tenía memoria, durante tres o cuatro meses del año le correspondía aquella molesta actividad, la cual sería fácil si no debiera cuidarse de resbalar, tropezar o morir por las extremidades congeladas.

A pesar de esto, no deseaba que el clima cambiara. A Elsa le encantaba ese invierno, y a él le fascinaba verla feliz.

Ahora bien, por lo general Hans evitaba quitar la nieve de una forma u otra; sin embargo, ese año había llegado a un acuerdo con su hermano mayor Rudi, quien le pagaría sustancial cantidad si hacía su parte, así que lo haría por esos billetes prometidos. Necesitaba el dinero para comprar un buen regalo a Elsa; no iba a pedirlo a sus padres, se lo ganaría y se sentiría más orgulloso de sí mismo, como el hombre adulto que estaba próximo a ser.

Observaba su trabajo contento cuando de pronto dio un respingo, sintiéndose atrapado por detrás. De la sorpresa soltó la pala.

Una risa le aceleró más el corazón y él sonrió apretando las manos de su captora, liberándose un poco para darse la vuelta en el abrazo.

Mirando a su novia de frente, enroscó sus manos por la espalda baja de ella y le dio su atención, mientras su interior se retorcía ante las sensaciones que esta le daba, incluso a un año juntos. Estaba seguro que Elsa era algo más que un gusto pasajero o un amor de adolescencia, como decían sus conocidos. Ella le encantaba y no conocería a ninguna mujer tan perfecta con la que estar.

Los ojos azules de su chica brillaron como la sonrisa en sus labios pintados de rosa y él no se resistió a atrapar su boca para saludarla como correspondía. Bajó sus párpados y durante unos segundos solo se concentró en disfrutar del maná en forma de beso, que de no acabar hubiese escalado para el disfrute de su chismoso vecino Kristoff.

Sus labios, antes resecos por el frío, terminaron húmedos, igual que los de ella.

—Hoy sabes a chocolate —dijo Elsa con diversión y placer en el rostro —nada complicado de adivinar, pues era amante del mencionado.

—Para mantener el calor. —Con un movimiento de cabeza señaló el termo junto a la puerta de entrada. —Todavía tengo.

Elsa titubeó espiando la puerta y él rió entre dientes, soltándose de su abrazo. Ella le cogió una mano en lo que él recuperaba la pala del suelo. Entrelazando sus dedos caminaron hasta el porche; sin soltare, dejaron la herramienta y se hicieron con el termo para acomodarse en uno de los sillones, con Elsa sentada en su regazo.

Por ella, él hizo la concesión de permanecer fuera. Después de tanto tiempo en el exterior, la chimenea sonaba exquisita.

Aunque en esa posición se calentaba lo suficiente.

—Empieza a enfriarse, se siente tibio —comentó su novia tras beber un sorbo.

—Puedo ir por más —ofreció él haciendo un ademán para levantarse.

Ella negó y se meneó sobre sus piernas, poniéndose más cómoda. Su pene le dio un pinchazo, estimulado por el movimiento; él no conocía de inocencia.

Bueno, sí, era virgen, pero casi todo de Elsa le ponía a mil. Ella era un motor para que su sangre bajara a su entrepierna, imaginando el alivio que esta tendría en sus manos.

—Se está muy bien así, no importa el chocolate —musitó ella descansando sobre su hombro, quitándole presión a su amigo de abajo.

Hans sonrió, apretando su mano en el muslo de ella. Elsa volvió a beber y esa vez dejó un pequeño bigote de chocolate encima de su labio superior. Él, complacido con la bebida, se inclinó con la lengua de fuera y le dio un lametón lento, amando la manera en que las mejillas de ella se colorearon.

Elsa golpeó sus narices.

—Debiste decirme que querías —aseveró juguetona.

—El sabor es diferente —expresó lobuno, buscando implicarla en un nuevo beso.

En esa ocasión ella alejó el rostro y él terminó rozando el cabello platinado de su novia.

—Hans…

Sin amedrentarse, él presionó sus labios en su sien, separándose unos centímetros para tocar el pliegue superior de su oreja, lo que la hizo estremecer.

—No, recordé que… —Él chupó la piel de su lóbulo, invitado por la calidez que la acción le regalaba, tanto como las respuestas que obtenía de ella, temblando cual gelatina. —No… no tengo mucho tiempo…

Elsa dejó escapar un sonidito al encontrarse con la prueba del entusiasmo de él, que adquiría fuerza al correr de los segundos.

—Yo tengo mucho tiempo, y estoy solo en casa… han ido a comprar para Navidad… —informó él roncamente, entre mordiscos a la tierna esquina de la oreja. —Podemos continuar donde… lo hemos dejado antes —invitó esperanzado.

Se moría por conocer el sexo al fondo de ella.

Y Elsa también quería tenerlo dentro. Hacía semanas le había dicho que deseaba perder la virginidad con él, pasado su décimo sexto cumpleaños, acontecido dos días atrás.

Ya habían superado las bases previas; los cuerpos y mentes de ambos estaban en ello.

—Hans… no puedo… —Elsa interpuso su mano en la boca de él, ocupando el guante de algodón como una barrera efectiva.

Frunció la nariz, frustrado por la interrupción. Su mano salió de debajo del suéter azul de Elsa, sitio al que había ido a parar inconscientemente.

—Por ti… olvidé que vine a una visita rápida. —Él sonrió petulante al oírla. —Tengo algo que hacer, pero antes debía hablar contigo.

Un sonrojo cubrió los pómulos de ella.

—Sé que es con poco tiempo; mas quería preguntarte si tenías planes para la víspera de Navidad, alrededor de las dos… Sé que nos reuniríamos el veintiséis, pero las circunstancias cambiaron y… Quiero hacer algo especial contigo mañana.

Se erizó bajo la piel, concentrando la anticipación en su ingle.

—Claro, cuenta conmigo —contestó aparentando seriedad.

—Te veo en mi casa. Llámame, el timbre se descompuso; mis padres tuvieron que cambiar sus vuelos y llegarán tarde, y Anna saldrá, no escucharé la puerta.

Ella lo besó con rapidez y se fue apurada, dejándolo con una erección que celebraba la próxima fiesta.

n.n

Hans había perdido el apetito y le apenaba forzarse a comer el espagueti cocinado por Elsa.

No sabía mal, pero la ansiedad estaba afectándolo gravemente. La inexperiencia y las expectativas que pudiera tener Elsa le carcomían el cerebro; de repente, no quería que durante su primera vez ella sufriera sobremanera por su culpa, si bien llevaba tiempo imaginando que los dos se acostarían. Hasta ese día la posibilidad de arruinar el momento se le había escapado de la mente; quizá el entusiasmo le había nublado de tal asunto práctico —pese a informarse en lo que creía pertinente—, o no tener una fecha concreta le había dado falsa seguridad.

¿Y si se venía demasiado rápido? ¿Y si la excitación lo cegaba y no alcanzaba a notar que para ella era horrible? ¿Y si le arruinaba la Navidad, amada por ella? ¿Y si era tan malo que Elsa lo dejaba?

No cabía duda que estar enamorado y ser un novato lo hacía pésimo para estar en esa situación. A punto de comenzar a salir con Elsa, Kaleb le había aconsejado ir donde una experta para no avergonzarse con la que decía querer, pero él había estado idiotizado por una manera de impresionar a la chica y no había hecho lo indicado, desoyendo al que le superaba dieciocho años en conocimiento de vida.

Ahora era tarde.

Y no ayudaba la cara de nerviosismo que ella también portaba.

¿Eran lo suficientemente grandes para eso?

Sus dieciocho meses de diferencia no le conferían mucha ventaja en madurez a él, que era ínfimamente más sensato que el joven promedio, gracias a crecer con un número importante de adultos. Podía no ser la oportunidad correcta y que les estuviera guiando el ansía que sentían por el otro.

Tragó duro, con un pensamiento nuevo.

¿Estarían empujándose mutuamente sin saberlo? ¿Él había sido insistente con sus caricias?

Se fijó en el modo en que ella se apretaba las manos, señal inequívoca de su nerviosismo.

Abrió su boca con la intención de tranquilizarla, animándose a exponer sus preocupaciones. De esa forma ella le imitaría, debido a que podía ser reservada con sus emociones.

—¿Ya terminaste? Perfecto —habló ella ganándole, al tiempo que se ponía de pie y cogía los platos, ambos con restantes de comida.

Hans asintió por inercia, ya que ella no se había quedado a esperar. Si quería otra muestra de la inseguridad de Elsa, la había obtenido.

Tomó los vasos dudando sobre su próximo paso.

—¿Por qué no me esperas en la sala? —sugirió ella quitándoselos. —Pondré esto a lavar e iré contigo.

—De acuerdo.

Antes de salir de la cocina se giró y la vio con los hombros rígidos. Entonces se aseguró que en la sala hablarían calmadamente. Hasta su regalo podía esperar.

Elsa tardó un par de minutos en reunirse a él, aunque su primer destino fue la ventana, en la cual se asomó mordiendo su labio.

Él se puso en pie y acudió a su lado.

—Hermosa —susurró abrazándola por detrás y descansando el rostro en la curvatura de su cuello—, ¿qué haces?

—Estamos esperando a mi tía Gerda. Ella nos dará lo que necesitamos.

Eso le desconcertó, cambiándole todo el panorama.

¿Qué necesitamos?

Elsa soltó una risa temblorosa y ocultó la cara en la cortina.

—Verás… sé que no te agradará y tuve que callar hasta ahora, pero es una emergencia y no confío en nadie más que en ti.

Pestañeó sumamente confundido, apartándose para girarla, sin lograr que soltara la cortina.

—¿Puedes ser más clara? —Elsa se descubrió el rostro.

—Dos trabajadores de mi tía tuvieron un accidente y le hacen falta hoy en el puesto de Santa.

Retrocedió un paso.

—No.

—Tienen que ser personas de confianza para que puedan tratar con los niños —dijo ella atrapándolo de las muñecas. —Por favor. Por favor.

La expresión suplicante de su novia le caló hondo.

—Elsa… no puedo ser un duende —rezongó tratando de mantenerse firme, sabiendo que era en vano. Resultaba imposible no consentir a Elsa, quien con su bondadoso corazón lo había arrastrado a cosas que él habría hecho nunca. Era como si fuese un ángel que lo guiara al camino del bien, y un demonio para conseguir tentarlo a aceptar.

—Sé que no te gusta, pero serás el más guapo de todos… solo son tres horas… Mi tía te pagará, lo sabes… y te deberé un gran favor y al final del día te sentirás muy bien por una buena obra.

n.n

Elsa sería su perdición, clamó Hans en su cabeza, mientras resistía el impulso de aflojar la presión de los pantaloncillos verdes en su entrepierna.

La talla disponible le quedaba muy justa y era incómodo.

Vaya ironía que quisiera su miembro apretado gracias a Elsa y obtuviera aquello.

—Si algún compañero me ve, van a reírse de mí en la preparatoria —farfulló contra el vidrio de la ventana del coche de Gerda, empañándolo.

—No lo harán, eres el duende más sexy de la historia —le murmuró Elsa al oído, para después besarle la mejilla.

—¿Quién querría reírse? —preguntó genuinamente anonadado Olaf, otro de los ocupantes del automóvil y duende. —¡Esto es un honor!

Hans bufó, volviendo a pulir su vaho en el cristal. Elsa rió, pegándose más a su pecho.

Él ocultó una sonrisa, sabiendo que ella sentía lo mismo que ese Olaf. Siempre había querido participar, pero era muy tímida para pedirle a su tía un sitio y ahora tenía la oportunidad. Ya entendía su nerviosismo temprano; era parte de mezclarlo en eso y el resto la agitación que le causaba esa tarde.

—Muchas gracias —volvió a decirle ella, enlazando sus dedos y contemplándolo con afecto.

Su pecho se contrajo con fuerza, dominado por las emociones.

—Será un favor bien cobrado —bromeó raspando sus labios en su ceja.

—Lo haré con gusto —respondió ella animada.

Él le apretó la mano y se relajó en lo que quedaba del viaje, soportando incluso los villancicos que Olaf entonó y las múltiples selfies que Elsa insistió en capturar.

Sin embargo, al llegar al centro comercial se inundó de aprensión por el papel que representaría.

—¿Por qué tenemos que ir vestidos desde aquí? —inquirió receloso al descender de la camioneta, aprovechando que los duendes restantes se alejaban riendo a carcajadas, haciendo sonar los cascabeles en sus zapatos marrones.

—Porque entregaremos publicidad —explicó Elsa dándole un saquito rojo como el que llevaban los demás; este completaba el atuendo de camisas blancas con botones en forma de caramelo, pantaloncillos verdes sujetos a tirantes del mismo tono, mallas rojas y blancas, y gorro con la típica combinación navideña, que animaba las falsas orejas puntiagudas.

Por la ropa térmica debajo, no sentían frío, o tendría las pelotas congeladas.

—Tenemos que animar a la gente —continuó Elsa.

Gimió.

—Toda la escuela sabrá de esto.

—Conociéndote, serás más popular, fotogénico presidente estudiantil —manifestó su novia guiñándole un ojo mientras se adelantaba.

Él arrugó la frente.

—¡Subiste las imágenes!

Elsa lanzó una carcajada y se echó a correr, obligándole a darle caza y crear música con los cascabeles. Lamentablemente, el pobre espacio para su entrepierna le molestó a unos cuantos metros.

—¡No te olvides de los flyers! ¡Solo desea Feliz Navidad! ¡Nos vemos arriba! —gritó ella.

Luego se perdió en la multitud.

Él levantó sus ojos al cielo y se frotó la cara con su mano libre. Ella era su perdición.

Suspirando, se apresuró a repartir los numerosos volantes alusivos al valle de Papá Noel, su objetivo veinte minutos más tarde, si la muchedumbre le permitía pasar.

De no ser por Elsa, el gentío lo habría animado a regresar a su casa, aunque tuviese que colaborar con algún preparativo para la cena de medianoche. Gustoso, hasta tiraría nieve a su entrada y la levantaría sin rechistar.

Así pues, cuando atisbó la larga fila aguardando por una foto con Santa, su gemido fue sonoro.

Eso no sería unas cuantas horas. ¿Cómo había voluntarios para esas torturas?

Elsa le agitó su mano desde su ubicación junto a Papá Noel, una bien disfrazada Gerda, que año tras año engañaba a cientos de pequeños con su anciana voz masculina.

Pasó saliva y asintió a la rubia, sin poder arruinar su entusiasmo. Estaba pletórica y sería peor que el Grinch si externaba sus quejas. Tampoco era tan horrible; por la noche lidiaba con sus múltiples primos y sobrinos, bastante malcriados.

Los infantes en la línea le señalaron conforme avanzaba, exclamando jubilosos cuando aceptó extender su mano y permitir que le saludaran como si fuese un artista famoso. La atención, en casos así, no le molestaba; alimentaban su ego al tratarlo tal como a la estrella de ese día, Santa.

Pero se detuvo en seco al ver una cara familiar, cuya dueña también le sostuvo con fuerza.

—¡Tú también tienes la magia, Hans! —celebró su pequeña cuñada, con sus ojitos rebosantes de alegría. No estaba seguro si era por verlo, dado el enamoramiento que la niña tenía por él, o el ánimo que sentía por la época, como su hermana mayor.

—Eh, sí —replicó regalándole una palmadita sobre su mano, tras lo que la soltó y continuó andando hacia Elsa.

Era increíble.

—Me encanta verte con los niños, serás un gran padre —dijo su novia sonriente, haciéndole sonrojar.

Carraspeó.

—Elsa… Tu hermana tiene doce jodidos años, ¿cómo es que todavía cree en Santa Claus? —preguntó acercándose a su oído.

¿Era tan distraída para no darse cuenta que cada año su tía Gerda estaba bajo el disfraz?

—¿Qué tiene? —Elsa entrecerró los ojos y él se reprendió por la manera de abordar a la adoración de su novia.

—¿Anna no usa internet? ¿No escucha a sus amigos en la escuela? —siguió, sorprendido del límite que tenía la niña, cuidando más sus palabras. —¿Cómo la convenciste de tu presencia aquí? ¿Por qué mencionó la magia?

Elsa dejó escapar una risita cariñosa.

—Le dije a Anna que sería un duende porque todos los años Santa busca a gente para ayudarle y les pone un encantamiento para vernos como uno.

La miró boquiabierto.

—Tu hermana va a detestarles cuando descubra la verdad… pronto. Tiene doce.

—El próximo año será. Yo lo supe con ocho, mis papás y yo juramos que máximo a los trece años.

Mucho tiempo para un secreto.

—Vaya.

Elsa puso un dedo en su mentón.

—¿No lo sabrá por ti, cierto?

Negó. Podría ser cruel al portarse cariñoso con Elsa frente a la niña, recordándole que era de su hermana, pero no sería el indicado para contarle la verdad, le faltaría comprensión. Y así se evitaría su berrinche posterior.

—Con mis hijos también querré mantener la ilusión todo el tiempo que pueda. Espero que mi esposo concuerde conmigo.

¿Eso era lo que creía?

—¡Vamos a comenzar!

La voz de Santa le impidió continuar su charla con su chica, obligándolo a ponerse manos a la obra para acabar con ese alboroto.

—Buena suerte, mi duende —le deseó Elsa depositando un beso en su mejilla. —Te quiero.

Sonrió embelesado.

—Y yo a ti.

Se giró, yendo a su posición para acomodar a los visitantes con Gerda, procurando no distraerse con su novia regalando sonrisas en la bienvenida y despedida de los menores. No le extrañaba que partieran medio enamorados de ella, exudaba espíritu navideño y era preciosa.

Le enorgullecía saberla suya.

Al concluir, le dolían los brazos de levantar chiquillos y su pene pedía clemencia, pero no la pasó tan mal como creía. No había sido lo esperado; sin embargo, fue un momento especial que su novia y él recordarían para la posteridad.

Y, en el fondo, se sintió feliz porque no hubiese tenido sexo en Nochebuena. Estaba ligeramente decepcionado, pero la insinuación al futuro le generaba más esperanzas y le prometía que esa intimidad llegaría a su debido tiempo, del que les restaba mucho.

Entretanto, podían explorarse como quisieran sin temor a pensar en las consecuencias.

Porque sí, ambos coincidieron en que descansarían de los niños un rato.

(Al menos ella, pues Hans tendría una noche repleta de ellos.)


NA: ¡Hola!

Sé que ya pasó la fecha, pero no me iba a quedar si subir algo por Navidad. Comencé este fic ayer noche, porque el otro que inicié es largo y sabía que no iba a terminarlo para estos días, si solo con la introducción me hice diez hojas XD. Será para el 2022.

En fin, fue un poco OoC de parte de Hans, aunque un chico enamorado puede ser distinto, ¿no? También me pasé un poco con lo fluff y su forma de pensar, pero nada que la ficción no perdone ja,ja.

Espero que pasaran una bonita Navidad. Les deseo lo mejor para el próximo año.

Besos, Karo