Nena Taisho: jaja gracias! También espero que estés bien

mariajoseunnie: gracias! :)

RbBlack: Muchas gracias por tu comentario! Jaja sí, Draco ha descubierto que todas las sangres son iguales de una forma muy diferente a los demás


Capítulo Cuatro

Aromas


Pasaron varios días y Hermione no había vuelto a ver nada sospechoso.

Malfoy se sentaba junto a sus amigos y actuaba como siempre en las clases que tenían en común con Gryffindor.

Bueno, había algo diferente. Ya no escuchaba risas burlonas cada vez que levantaba la mano para hacer una pregunta al profesor.

Antes de volver a Hogwarts Hermione le había pedido a Harry el mapa de los merodeadores y su capa de invisibilidad. Su amigo le dio ambas cosas y la animó a utilizarlas si lo necesitaba, como había hecho él durante tantos años.

Y lo estaba haciendo. Cuando no estaba en clase, contemplaba el nombre de Draco Malfoy moviéndose por el mapa.

Durante toda la semana no lo vio quedarse a solas con ninguna chica ni entrar en una clase vacía, aunque no podía vigilarlo tanto como le gustaría.

Aquella tarde, tras salir de la biblioteca y echarle un vistazo al mapa vio su nombre adentrándose en el baño de chicas del segundo piso. Solo había un punto más dentro de aquel lugar y era Myrtle Warren.

Hermione lo meditó durante unos segundos mientras jugaba de forma ausente con la pequeña bola plateada que colgaba de su collar y al final le pudo la curiosidad. Sacó la capa de Harry de su bolso y se la colocó bien, asegurándose de que nada quedara a la vista. Lanzó un hechizo silenciador a sus zapatos y corrió escaleras abajo hasta el segundo piso.

Al llegar abrió la puerta del baño muy despacio, intentando que no hiciera nada de ruido, y se deslizó dentro con cuidado. Escuchó unos pasos y enseguida vio a Malfoy asomarse, mirando hacia la puerta con el ceño fruncido.

—¿Qué pasa? —preguntó Myrtle, apareciendo a su lado.

Él no dijo nada y siguió observando la puerta con gesto serio, recorriendo cada centímetro de las paredes de piedra con la mirada.

Hermione contuvo la respiración y se quedó totalmente paralizada. Había sido una muy mala idea entrar en el baño y no estaba segura de lo que haría Malfoy si descubría que estaba allí.

Harry y él tuvieron un duelo mágico cuando lo siguió hasta ese mismo baño en sexto curso y ella no quería tener que pasar por lo mismo.

Muy despacio, metió la mano derecha en su bolsillo y sacó su varita, sujetándola con fuerza entre sus dedos.

Mejor estar preparada.

Malfoy inhaló profundamente varias veces, como si estuviera intentando oler algo. Lo vio darse la vuelta y pasarse una mano por el pelo, alborotando su melena rubia con sus dedos.

Hermione cerró los ojos, llevándose una mano al pecho. Había faltado muy poco.

—Me ha parecido escuchar algo... pero supongo que lo habré imaginado —contestó Malfoy, mirando a la figura fantasmal que flotaba a su alrededor.

—¿Qué vas a hacer entonces? ¿Vas a seguir yendo a la biblioteca por las noches? —preguntó ella, cruzándose de brazos y levitando delante de los lavabos.

Él asintió.

—Tengo que seguir buscando. En mi casa no encontré nada de información y tengo esperanzas de que aquí haya algo.

—Podría preguntarle a los fantasmas del castillo —comentó Myrtle con aire ausente. —Tal vez ellos sepan algo sobre...

—No —la cortó Malfoy, tajante.

Ella cerró la boca y arrugó el entrecejo, mirándolo fijamente.

—Esto es un secreto. Te lo he contado porque sé que tú no vas a traicionarme, pero no puedes no puede salir de aquí —añadió él con expresión fría.

Myrtle torció los labios.

—No diré nada, pero intentaré averiguar algo por mí misma. Eso puedo hacerlo, ¿no?

Malfoy resopló, encogiéndose de hombros.

—No creo que puedas ayudarme. Ni tú ni nadie... esto es algo que tengo que hacer yo.

—Al menos puedes hablar conmigo siempre que quieras. Ya sabes dónde estoy— respondió la fantasma.

Él asintió y sus pasos se dirigieron hacia la puerta que daba al pasillo. Hermione palideció y miró hacia abajo, comprobando que la capa estuviera cubriendo sus pies. Se pegó todo lo que pudo a la pared, evitando que Malfoy pudiera rozarla al pasar cerca.

Él se detuvo al agarrar el pomo, cerrando los ojos e inhalando de nuevo. Sacudió la cabeza y abrió la puerta, alejándose por el pasillo a grandes pasos.

Ella no se movió, pestañeando con el corazón retumbando en sus oídos.

¿Es que la había olido?

Esperó un par de minutos, respirando hondo para tranaquilizarse, y salió del baño en cuanto Myrtle se perdió de vista.

Un escalofrío había bajado por su espalda cuando Malfoy se detuvo tan cerca de ella, congelando su sangre.

Volvió a la sala común todavía envuelta en la capa invisible y no se relajó hasta que estuvo dentro de su dormitorio.

Se la quitó, suspirando mientras la guardaba en un cajón. Ni Ginny ni Parvati estaban allí.

Extendió el mapa sobre su cama y buscó el nombre de Malfoy otra vez confirmando que estaba en las mazmorras, dentro de sala común de Slytherin.

Habían pasado seis días desde su extraño encuentro con la chica que parecía haber perdido la memoria, pero Hermione no había descartado ninguna posibilidad todavía.

Seguiría vigilándolo un poco más, solo para asegurarse de que Malfoy no tramaba nada malo.


Draco suspiró, apartando hacia un lado el plato de su desayuno. La comida ya no le saciaba como debería.

Ya hacía una semana de la última vez y empezaba a sentir ansiedad.

Sabía que esperar más podía ser peligroso por lo que se despidió de sus amigos, usando la excusa de que necesitaba coger algo de su habitación, y salió del Gran Comedor asegurándoles que más tarde los buscaría alrededor del lago.

Miró hacia atrás y vio a Theo observándolo con los ojos entrecerrados.

Draco apretó los puños mientras bajaba las escaleras hacia las mazmorras. Debía tener más cuidado porque él sospechaba algo.

Avanzó hasta donde estaban las aulas de pociones de uso libre. Cualquier alumno tenía permiso para experimentar y elaborar pociones en ellas.

Draco detuvo sus pasos junto a la pared de piedra, la única zona donde no había una puerta. Puso una mano sobre ella y cerró los ojos, apretando la mandíbula mientras susurraba unas palabras. Dio un paso atrás y ante él apareció una puerta de madera idéntica a las del resto de aulas.

Miró a su alrededor, asegurándose de que estaba solo, y la abrió.

El primer día de curso había puesto un complicado hechizo sobre esa puerta usando magia de sangre y ahora él era el único que podía verla. El resto de los alumnos y profesores no podían recordar que existía.

Había catorce laboratorios de pociones y nadie echaría de menos uno.

Draco caminó hasta la esquina donde dos calderos humeaban. Observó la poción de color rojo oscuro que giraba dentro con el ceño fruncido.

Ya estaban listas, y con esa cantidad tendría suficiente para un par de meses.

Cogió ocho frascos de una estanteria y los llenó con el líquido viscoso, sellándolos con un tapón y dejando siete de ellos en el mismo sitio. El octavo lo guardó en uno de los bolsillos de su túnica y volvió a salir al pasillo, comprobando que la puerta volviera a ser invisible antes de alejarse.

Subió las escaleras hasta la planta principal y empezó a caminar por los pasillos en busca de alguna chica que estuviera sola.

Cerca del Gran Comedor dos alumnos de quinto curso estaban sentados en un banco de piedra, hablando en voz baja. Uno de ellos, rubio y con los ojos verdes, levantó la mirada al escuchar sus pasos.

Draco lo vio apretar los puños y maldijo entre dientes, sabiendo lo que iba a pasar. Tenía prisa y no podía perder el tiempo en escuchar palabras de odio, por lo que pasó de largo sin mirarlos.

—¡Malfoy!

Se detuvo al escuchar su nombre y giró la cabeza, alzando una ceja.

—¿Qué quieres?

—¿Por qué has vuelto? Tendrías que estar pudriéndote en Azkaban como tu padre —dijo él, poniéndose de pie y mirándolo fijamente con desprecio.

Su amigo también se levantó y se colocó a su lado, mostrándole su apoyo. Draco puso los ojos en blanco y resopló.

—Quedé libre de todos los cargos así que déjame en paz y preocúpate por tu vida, no por la mía —gruñó entre dientes, esforzándose en controlar su rabia.

Él dio varios pasos hacia él con expresión desafiante, levantando la barbilla. Draco le sacaba diez centímetros de altura pero eso no parecía intimidarlo.

—Tan solo eres un puto mortífago y deberías estar muerto, tú y toda tu familia.

Draco cerró los puños hasta que se clavó las uñas en las manos y apretó la mandíbula, fijando su mirada en los ojos de ese chico.

Un pequeño rugido resonó en su garganta. Estaba a punto de perder el control y no iba a poder evitarlo.

Que se metieran con él no le importaba, pero que insultaran a su madre era algo que no podía tolerar.

—¡Anderson!

Su rugido murió al escuchar esa voz y miró hacia la derecha, viendo una melena alborotada corriendo hacia ellos.

Draco le lanzó una mirada de odio.

¿De verdad tenía que aparecer otro prefecto en ese momento? ¿Y justo tenía que ser Granger?


Hermione caminaba en dirección a la entrada del castillo al lado de Ginny. Habían quedado en encontrarse allí con Luna a las diez para empezar juntas un trabajo sobre los hechizos sanadores que les habían mandado en Encantamientos.

Atravesaron uno de los pasillos que había cerca del Gran Comedor, que ya estaría vacío. El desayuno había terminado hacía más de media hora.

De repente escucharon varias voces masculinas, una de ellas gritando. Hermione arrugó el entrecejo y agarró la mano de Ginny, tirando de ella para llegar a donde se oían los gritos.

—Quedé libre de todos los cargos así que déjame en paz y preocúpate por tu vida, no por la mía.

Estaba segura de que aquella era la voz de Malfoy. Al girar la esquina vio a dos chicos de Ravenclaw que estaba frente a él con expresión poco amigable y los brazos cruzados

Uno de ellos parecía echar chispas por los ojos.

—Tan solo eres un puto mortífago y deberías estar muerto, tú y toda tu familia.

Hermione jadeó y soltó la mano de su amiga, acelerando sus pasos.

—¡Anderson!

Él se giró para mirarla, poniendo los ojos en blanco.

—¿Qué quieres, Granger? Esto no es asunto tuyo.

Ella llegó hasta donde estaban los tres y colocó las manos en sus caderas. Malfoy tenía los puños tan apretados que sus nudillos estaban blancos.

—Soy prefecta y si estás insultando a alguien es mi problema. Además te recuerdo que Malfoy también es prefecto y le estás faltando al respeto. Diez puntos menos para Ravenclaw.

Los dos chicos abrieron la boca con incredulidad.

—¿Cómo puedes defender a este maldito asesino? ¡Mi hermano murió por su culpa! —gritó Anderson, furioso.

Hermione levantó la barbilla, poniendo esa mirada que siempre aterrorizaba a Harry y Ron.

—Él no fue quien lo mató y tiene tanto derecho a estar aquí como tú. Volved a vuestra sala común y no molestéis a nadie más.

Anderson apretó la mandíbula, mordiéndose la lengua para no contestar, y le dedicó una mirada de desprecio a Malfoy antes de caminar a paso rápido hacia el pasillo central. Su amigo lo siguió sin decir nada.

Malfoy respiró hondo y clavó sus ojos grises en Hermione.

—Lo tenía todo bajo control, Granger.

Ella levantó las cejas y soltó una risita burlona.

—Eso es mentira. Estábais a punto de comenzar una pelea y no pienso permitirlo.

—No necesito que tú me defiendas —siseó él, curvando sus labios en una mueca de desprecio.

Hermione se cruzó de brazos.

—Se dice gracias, Malfoy.

Él dio media vuelta y se alejó en silencio con los puños todavía apretados.

En cuanto giró la esquina Hermione vio por el rabillo del ojo a Ginny acercándose. Su amiga chasqueó la lengua.

—Así que ahora se meten con él... Creo que le vendrá bien recibir un poco de su propia medicina —comentó en tono burlón.

El mapa de Harry pesaba en su bolsilo. Hermione tragó saliva y la miró.

—Nadie se merece que le deseen la muerte, Ginny —sacudió la cabeza, sujetando su colgante entre los dedos mientras desviaba la mirada al pasillo por el que se había ido Malfoy. —Tengo que comprobar algo. Ve con Luna y empezad sin mí, no tardaré.

Hermione avanzó hacia delante sin esperar la respuesta de su amiga. No se atrevió a sacar el mapa, aunque lo haría si no conseguía encontrarlo. Malfoy no debía estar muy lejos.

Utilizó el mismo hechizo silenciador en sus zapatos y pegó su cuerpo a una de las paredes, intentando escuchar sus pasos para saber por dónde se había alejado.

Dejó de caminar al oír un jadeo y se ocultó tras una columna. El ruido parecía salir de uno de los armarios.

Hermione se asomó un poco, lo justo para poder observar sin ser vista. Las puertas de los dos armarios que había en ese pasillo estaban cerradas.

No se movió, intentando escuchar algo más. Cuando estaba a punto de salir de su escondite una de ellas se abrió y Malfoy salió, alisando las mangas de su túnica y pasándose la lengua por los labios.

Tras comprobar que no había nadie en el pasillo se peinó con una mano y se alejó en dirección contraria, metiendo ambas en sus bolsillos.

Hermione esperó hasta que se perdió de vista y corrió hacia ese armario, sospechando lo que se iba a encontrar dentro.

Maldijo en voz baja al encontrar a una chica de sexto curso sentada en el suelo, enredando uno de sus rizos en su dedo índice con expresión ausente.

Hermione se arrodilló delante de ella y colocó una mano sobre su hombro, sobresaltándola.

—¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?

Ella la miró a lo ojos y pestañeó varias veces, enfocando la vista y sonriendo.

—Estoy bien, aunque un poco cansada —murmuró ella, encogiéndose de hombros mientras bajaba la mirada a sus manos. —Me apetecía estar sola un rato.

Hermione puso los ojos en blanco y suspiró. Eso era demasiado parecido a lo que le había dicho la otra chica.

—¿Malfoy te ha hecho algo?

—¿Malfoy? ¿De qué hablas?

—Lo he visto salir de aquí. Sé que estaba dentro contigo.

Ella frunció el ceño.

—He estado sola en este armario hasta que has entrado tú.

Hermione sacudió la cabeza, resoplando con impaciencia.

—¿Por qué me mientes? No voy a juzgarte si tienes algo con él pero me preocupa que te pueda haber hecho algo.

Ella apartó sus manos y se incorporó, mirándola con mala cara.

—No me gusta que me llamen mentirosa y, además, no tengo por qué darte explicaciones. Si quiero encerrarme aquí para estar sola no es asunto tuyo, Granger. Déjame en paz —dijo, saliendo del armario y resoplando con fastidio mientras se alejaba.

Hermione se levantó y volvió al pasillo, cerrando la puerta. Apoyó la espalda sobre ella y miró hacia el techo, mordiéndose el labio inferior.

No sabía qué hacer. Era la segunda chica que actuaba de forma extraña y negaba haber estado con él.

¿Qué estaba pasando? ¿Sería capaz Malfoy de estar abusando de esas alumnas? ¿Les estaría borrando la memoria después?

Hermione sacudió la cabeza. No podía creer que Malfoy fuera capaz de hacer algo así, pero era la única explicación que se le ocurría.

Aunque todo había ocurrido muy rápido. Solo habían pasado un par de minutos hasta que ella llegó allí y lo vio salir del armario.

Tal vez debería visitar a la directora McGonagall y explicarle lo que había visto, aunque no conseguiría nada sin pruebas.

Además, si al final resultaba que Malfoy estaba teniendo encuentros rápidos con chicas que también querían lo mismo, Hermione quedaría fatal al delatarlos.

Cualquier actividad sexual estaba prohibida en todo Hogwarts, aunque eso no impedía que los alumnos aprovecharan las clases vacías y los rincones oscuros para dar rienda suelta a sus deseos.

Necesitaba asegurarse de que lo que estaba pasando era consentido para quedarse tranquila.

Hermione se mordió el interior de la mejilla mientras subía la escaleras hasta el tercer piso. Necesitaba apuntar lo que sabía en una libreta para así poder analizarlo todo con tranquilidad.

Decidió que utilizaría las últimas páginas de su diario esa misma noche. Tenía hechizos protectores y sus compañeras de cuarto nunca conseguirían leerlo por mucho que lo intentaran.

Tener escritas todas sus sospechas le ayudaría a aclararse y a pensar en cómo descubrir la verdad.

Hermione recorrió los pasillos llenos de libros hasta que vio a sus dos amigas sentadas en una de las mesas. Luna levantó la vista y la saludó con una mano, muy sonriente. Ella se sentó a su lado, correspondiendo a su sonrisa.

—Es genial que podamos trabajar juntas, ¿verdad? —preguntó Luna con ojos brillantes.

Ella asintió y Ginny le pasó un libro y un gran trozo de pergamino con varias cosas apuntadas.

—Eso es lo que tenemos por ahora. Léelo a ver si lo ves bien y seguimos a partir de ahí.

Hermione sujetó su pluma favorita entre sus dedos, mordisqueando la punta mientras leía lo que sus amigas habían escrito con atención. Añadió un par de notas en el margen, tratando de concentrarse y que sus pensamientos no volaran de nuevo hasta ese chico de ojos grises y pelo rubio platino que estaba haciendo cosas muy raras por el castillo.


Cinco días después Hermione y Neville bajaban las escaleras que llevaban a la entrada de su sala común para patrullar el castillo, como todas las noches.

En la planta baja les estaban esperando sus acompañantes de aquella noche.

Neville arrugó la nariz al ver a Pansy Parkinson pero no hizo ningún comentario. Ella puso los ojos en blanco y, sin dejar de mascar chicle, se alejó en dirección al pasillo oeste. Él miró a Hermione, encogiéndose de hombros y siguiéndola con el ceño fruncido.

Malfoy estaba apoyado en una columna de mármol. Chasqueó la lengua con impaciencia, llamando la atención de Hermione.

—Tu novio estará bien. Vamos.

Ella se cruzó de brazos, entrecerrando los ojos.

—No es mi novio, y Neville sabe defenderse.

Malfoy arqueó una ceja y le dio la espalda, caminando en la otra dirección. Hermione siguió sus pasos escaleras abajo hasta las mazmorras. Era la primera vez que le tocaba patrullar en aquella parte del castillo y no le hacía mucha ilusión estar en el territorio de las serpientes.

Unos minutos después se cruzaron con varios alumnos de Slytherin de sexto curso que ya deberían estar durmiendo.

Malfoy les ordenó volver a la sala común con voz grave y gesto serio. Ellos obedecieron y Hermione no protestó, aunque le molestaba que no les hubiera quitado puntos. Seguro que lo habría hecho si fueran de otra casa.

Giraron hacia la derecha y pasaron por la zona donde se encontraban los laboratorios de pociones. Hermione sintió que Malfoy se tensaba a su lado y lo miró, extrañada, pero él tenía la vista fija en la pared de enfrente y los labios apretados. Siguieron andando hasta que Malfoy se detuvo junto a una puerta de metal.

La abrió y, con un gesto de su mano, le indicó a ella que pasara primero. Hermione levantó las cejas al verlo tan caballeroso con ella y la duda surgió en su interior. Una pequeña punzada de miedo retorció su estómago al saber que estaban completamente solos y que nadie solía entrar a esa parte de las mazmorras. Ella ni siquiera la conocía y eso la ponía más nerviosa.

Tras un largo suspiro atravesó la puerta y escuchó a Malfoy inhalar profundamente cuando pasó junto a él. Hermione pestañeó varias veces y giró la cabeza. Él caminaba a su lado como si no hubiera hecho nada, iluminando aquella habitación tan tétrica con la luz de su varita.

—¿Qué haces? —preguntó ella con el ceño fruncido.

Malfoy la miró con una ceja levantada como si le hubiera hecho la pregunta más estúpida de la historia.

—Ver si hay alguien escondido aquí.

Hermione sacó su varita y la agitó suavemente, haciendo que la punta se iluminara sin tener que decir el hechizo en voz alta. Apuntó a una de las esquinas de la habitación se estremeció al ver cadenas colgando de la pared.

—Me has olido. ¿Es que ahora te molesta el olor de los sangre sucia? —añadió, mirándolo de reojo.

Sabía que lo había hecho y no pensaba quedarse callada. La rabia hizo que salieran chispas doradas de su varita y Hermione la sujetó más fuerte entre los dedos.

Malfoy se rio entre dientes, sacudiendo la cabeza.

—No digas gilipolleces, Granger. Se llama respirar y necesito hacerlo para sobrevivir.

—Pues yo creo que me estabas oliendo.

—Piensa lo que quieras —contestó él, alejándose hacia la zona más oscura.

Hermione puso los ojos en blanco y lo siguió.

Caían gotas de agua del techo y el suelo estaba lleno de charcos. Debían estar justo debajo del lago.

—¿Sabes para qué se utilizaban? —preguntó, apuntando a los grilletes con su varita.

Malfoy comprobó que no hubiera nadie tras un tapiz antes de responder.

—Para castigar a los alumnos.

El corazón de Hermione se encogió. Aquella habitación parecía una sala de tortura.

—Eso... eso suena muy cruel —murmuró mientras volvían a la puerta de entrada.

—Díselo a los profesores de hace un siglo —añadió él, encogiéndose de hombros.

Los dos atravesaron las mazmorras una vez más, subiendo a la planta principal y deteniéndose frente a la Gran Escalera que siempre estaba en movimiento.

Malfoy la miró y asintió una vez, alejándose hacia la zona donde Neville y Parkinson debían estar terminando su ronda.

Hermione subió las escaleras lentamente, preguntándose por qué no la había acompañado hasta la entrada de su sala común esa vez. Probablemente había prometido ir en busca de su novia en cuanto terminaran de patrullar.

Entró en la sala roja y suspiró al sentirse de nuevo en casa, subiendo la escalera de caracol que llevaba a su cuarto.

Ginny y Parvati ya estaban dormidas, y había un pequeño frasco de poción sobre la mesita de noche de su mejor amiga. Se acercó y lo cogió, levantándolo y observando el líquido púrpura que había dentro atentamente.

Hermione se encogió de hombros y le quitó el tapón, dándole un trago. Estaba agotada y necesitaba una noche sin pesadillas por una vez.

Volvió a dejar el frasco en su sitio y, tras cambiarse de ropa y ponerse algo cómodo, se metió en su cama y cerró los ojos.

Un par de minutos después estaba profundamente dormida. Aquella fue la primera noche desde el final de la guerra que Fred y Tonks no aparecieron en sus sueños.