Disclaimer: Todos los personajes pertenecen a DreamWorks. Yo sólo los tomo para curarme el dolor de su horrible final x.x
Este fanfic participa en el reto #Omegacember de la fanpage Esdefanfics en Facebook
(Día 3. Instinto)
Trigger alert: Descripción ligera de crisis sensorial.
3. Contrapunto de guitarra y bajo
Keith siempre había sido inepto para socializar. Al menos desde que lo conocía.
Le costaba mucho expresarse en público y, en la mayoría de los casos, estar entre personas desconocidas le ocasionaba ansiedad.
También era un poco raro.
No raro en general, pero sí para ser un alfa.
La mayoría de los alfas se desenvolvían con una confianza innata, eran líderes naturales y, muchos, se comportaban cómo si no los mereciera ni la tierra que pisaban.
Keith era todo lo contrario.
Era un chico más bien tímido y reservado, que trataba de pasar lo más desapercibido posible. Cosa que, realmente, no era muy viable. Su estatura, sus corte de cabello mal hecho y sus ojos gris azulado, que a veces se veían violetas, de aspecto melancólico lo hacían el centro de las miradas a menudo. Así como la fineza de sus facciones y el contraste entre su piel blanca y la delgada cicatriz rosácea que surcaba su mejilla derecha, de la cuál seguía sin saber cómo diablos la había obtenido, pero que le daba ante los ojos de otras personas (se incluía) un aspecto aún más interesante. Eran todos esos atributos físicos los que le hacían imposible a su mejor amigo pasar desapercibido, aunque lo deseara con todas sus fuerzas.
Sin embargo, tratar con él ya era un asunto muy diferente. Había que tener bastante paciencia y esperar a que él mismo derribara sus barreras emocionales antes de realmente entrar en su vida. Si llegabas e intentabas hablar con él cómo con cualquier otra persona, sólo te respondería con monosílabos y miradas evasivas; no podías hablarle muy fuerte porque se crispaba, cómo un gato arisco, y se alejaba sin dirigirte la palabra; si te acercabas con alguna mala intención él, literalmente, la olería y quedarías al descubierto; había que ser muy honesto y transparente al tratarlo porque era demasiado desconfiado. La mayoría no tenía la paciencia para serlo y, por lo general, desistían en los primeros intentos de acercarse. Y a Keith no le importaba realmente estar solo. En lo que llevaba de conocerle, nunca le había interesado otra persona lo suficiente cómo para acercársele. Así que, si algo había en el mundo que Keith no era, eso era sociable.
Quizá era por ello que Lance jamás había tenido prisa en darle a conocer sus sentimientos a su compañero de piso. Pensaba que, con el tiempo y mucha paciencia, podría acercarse lo suficiente para que el otro también hubiera desarrollado sentimientos románticos hacia él y, finalmente, estar juntos.
Por eso es que le golpeó duro la realidad cuándo se dio cuenta de que su amigo comenzaba a engancharse profunda e irremediablemente con alguien más.
Una chica, para ser más específicos.
Una chica omega, para ser muy específicos.
Lance no era el tipo de beta que despreciaba a los omegas, o a los alfas si era el caso. En realidad creía firmemente en que todos eran iguales y que los que trataban mal a otras personas eran gente débil tratando de suplir sus fallas.
Pero igual creía que, cómo todos eran iguales, nada ni nadie tenía el derecho de establecer con quién debía sentirse atraído nadie. Por lo que, para él la vieja idea de que los beta sólo debían relacionarse entre ellos y los alfa con los omega, resultaba estúpida y sin fundamento.
Era consciente de que el deseo y la atracción eran muy diferentes entre alfas, betas y omegas. Ya que los alfas y omegas tenían instintos muy marcados y ciertas necesidades sensosexuales que, casi siempre, sólo podían entender entre ellos. Pero eso no significaba que no pudieran ser satisfechas entre un alfa y un beta, o dos alfas si fuera el caso aunque, estadísticamente, era más probable que un alfa se sintiera atraído por un omega, y viceversa.
Y allí era dónde entraba su conflicto.
Pidge le caía bien, era una chica inteligente y vivaz, con una energía vibrante. Emanaba una música alegre e intensa, cómo una orquesta de una sola persona. Siempre que ella estaba cerca, algo se iluminaba en su amigo.
Las últimas semanas los encontraba juntos muy seguido, ya fuera comiendo en alguna de las áreas al aire libre de la universidad, estudiando en la biblioteca o pasando un poco el tiempo en la sala del departamento.
Se veían bien juntos, se veía que se sentían cómodos en la presencia del otro. Nunca se tocaban, al menos hasta dónde había visto pero el espacio vacío entre ambos incluso se sentía cómodo. Era cómo un requinto de guitarras acústicas sonando una y otra vez. Confortable y suave, pero que en algún momento, al evolucionar, se podría convertir en algo maravilloso.
Respetaban su espacio. Respetaban sus tiempos. Respetaban su sensibilidad.
Y era feliz por su amigo, realmente lo era.
Pero...
Él quería estar allí también.
Él quería a Keith. Él había esperado por Keith. Él conocía a Keith.
Había una serie de cosas que sabía de Keith que, estaba muy seguro, nadie más podría enumerar salvo, quizá, por su hermano.
La frustración de haberse tardado demasiado en compartir sus sentimientos se acentuaba por ese sentimiento absurdo de querer tener cierto derecho por haber pasado tanto tiempo conociéndolo. Era estúpido y lo sabía.
Estaba siendo estúpido con su amigo. Lo sabía.
Si su madre supiera todo lo que pasaba por su cabeza en ese momento, seguramente le daría una regañina por semejante estupidez. Ella era psicóloga y una apasionada investigadora de la psique alfa y omega. Se había esforzado porque él aprendiera a ser empático y respetuoso con los demás.
Todo lo que estaba sintiendo en ese momento, respecto a Keith y Pidge, estaba en contra de lo que le habían enseñado. Y aún así, allí estaban esos sentimientos. No los podía evitar.
Se sentó en la banca dónde usualmente se reunía con Keith después de las clases, cuándo sus horarios coincidían y soltó un sonoro suspiro. Tenía clase más tarde, pero sabía que no sería capaz de concentrarse con todos esos pensamientos en su mente.
El campus de ciencias computacionales y exactas estaba prácticamente vacío. La administración de esa escuela había organizado una visita guiada a Galaxy Garrison para todos los estudiantes interesados en realizar el ingreso a la Guarnición Espacial al finalizar sus estudios y, por ende, las clases habían sido canceladas tanto para quienes iban cómo para quienes no.
Keith había ido junto con Pidge.
Y eso era algo que también le molestaba hasta cierto punto.
Keith no estaba interesado en el Galaxy Garrison, nunca había estado interesado en la vida militar que llevaban en aquél sitio, ni en seguir los pasos de su familia o "servir a su país"
Pero Pidge si que quería entrar a Galaxy Garrison. Sus padres y su hermano eran oficiales científicos en el cuartel espacial y, a ella le apasionaba la construcción de naves y el pilotaje. Por ende, aquel día Keith había ido únicamente por acompañar a Pidge.
Lance no sabía mucho sobre el pasado de su amigo. Sabía que sus padres habían fallecido cuándo aún era niño, su madre cuándo él tenía aproximadamente 8 años y su padre cuándo tenía 12; que su madre había sido una importante piloto y que había llegado a ser General de División, uno de los puestos más altos. También que había fallecido en servicio, aunque desconocía los detalles detrás de esa palabra.
También sabía que Keith relacionaba al Galaxy con la pérdida de su madre, que entre mayor rango obtenía su hermano, más ansiedad sufría él ante la posibilidad de una nueva pérdida. Y que la sola visión del cuartel, incluso si se trataba únicamente de una visita recreativa, le traía malos recuerdos de los que nunca hablaba.
No entendía qué lo habría impulsado a ir en ese paseo aún con todo eso y, a Lance, eso le daba mala espina. No le gustaba ver a su amigo sufrir.
La hora de su clase se acercaba, así que tomó sus audífonos, se los colocó en los oídos y comenzó a caminar desde el área compartida hasta su facultad.
Llevar audífonos a todos lados era más fácil para él. Si se concentraba en la música que sonaba en su aparato, era más sencillo ignorar la música que las personas emitían a su alrededor.
Las personas llevaban una melodía consigo, todas sin excepción. Había algunas más armoniosas que otras, había algunas que eran más de su gusto que otras. Pero escucharlas todas al mismo tiempo era algo terriblemente abrumador.
Pero también le encantaba cuando escuchaba a las personas por separado. O a algunas personas juntas también. Sus padres, cuando estaban juntos, sonaban cómo una pieza suave de trova, especialmente romántica. Sus sobrinos pequeños sonaban cómo una canción de cuna o una de esas rondas infantiles que se cantaban en su país natal, aunque ellos nunca lo hubieran conocido.
Era interesante cómo la música de cada uno cambiaba en base a sus emociones y a las personas de las que se rodeaban.
Keith tenía una melodía intensa todo el tiempo, contrastando con su personalidad tranquila y reservada, su música solía ser un estruendo de guitarras, batería, teclado y bajo. Cómo el repertorio de una banda rock-pop moderna, podía ir de una melodía suave y armoniosa, casi clásica a un sonoro contrapunto de bajo y guitarra en el que ambos instrumentos buscaban ser el foco de la atención, creando una armonía intensa y, a menudo, desgarradora. Eso lo fascinaba.
Sólo dos veces había escuchado la melodía de alguien apagarse.
Y ninguna había sido agradable.
El sonido de esos acordes, cortados de tajo por las circunstancias, aún lo perseguía en sueños a menudo. Las melodías de las personas que más amaba interrumpidas de tajo, cómo si se reprodujeran en una bocina que alguien había decidido apagar sin aviso era parte de sus pesadillas frecuentemente. La idea de las armonías de Keith silenciadas para siempre se ocultaba en uno de los rincones más profundos de sus miedos.
El resto del día pasó sin mucha gracia. En las clases de la universidad le fue bien y después trabajó un par de horas apoyando a dar clases en un pequeño estudio de danza a un grupo de niños revoltosos que siempre lo hacían reír.
Eso era todo lo que necesitaba de la vida. Su título de pedagogía y un estudio de danza donde enseñar. Era lo único que deseaba para sí mismo.
Volvió a su departamento alrededor de las 5 de la tarde. Tenía bastante tarea así que se preparó un par de botanas para picar, un poco de agua de frutas como le gustaba hacerla a su mamá y fue a sentarse en el escritorio de su cuarto a leer los dos capítulos que correspondían esa semana de su copia de Psicología y Pedagogía.
Puso música relajante en sus audífonos y comenzó a leer. Iba en su segunda lectura, más o menos por la mitad del primer capítulo, cuando escuchó la puerta principal del departamento abrirse. Levantó la cabeza, quitándose los audífonos en el mismo movimiento y una fuerte melodía, intensa y caótica, llegó hasta sus oídos.
Vio la sombra de su compañero de departamento escabullirse velozmente hasta su cuarto, trastabillando a su paso y azotando la puerta al entrar en la recámara.
¿Qué diablos había pasado?
Había escuchado antes esa melodía en Keith, normalmente cuando estaba desbordado por sus emociones o sensaciones. Era fuerte, errática y, hasta cierto punto, dolorosa. Sabía que, cuándo su amigo sonaba de esa manera, estaba sufriendo.
Apretó los labios al suponer que le habían hecho algo durante el viaje de su clase y, luego de poner el separador en la página del libro en la que iba y pausar su música, se levantó de su escritorio y caminó hasta la puerta del cuarto del mayor.
Tocó suavemente la puerta con los nudillos y pegó la oreja a la madera, tratando de escuchar mejor a su amigo.
- ¿Keith? ¿Estás bien?
Nada...
Soltó un sonoro suspiro, sopesando sus opciones. Podía irse de vuelta a su cuarto y esperar a que él decidiera salir, después de todo tenía aún mucho que leer y debía avanzar lo más posible para poder tener un fin de semana relajado cómo a él le gustaba. Pero si algo malo pasaba con su amigo, irse no era lo más sensato que podía hacer.
Quedarse en la puerta no era una opción más atractiva. Esperar allí a qué él abriera podría interpretarse como apoyo incondicional, pero también podía verse demasiado invasivo e insistente. Además que, después del día productivo que había tenido, a sus piernas no les apetecía en lo más mínimo seguir sosteniendo su cuerpo en ese sitio por quién sabe cuánto tiempo.
Entonces, ¿Debía entrar? ¿No sería eso aún más invasivo? Definitivamente no quería parecer irrespetuoso con su amigo, pero su instinto le decía que debía hacer algo más que esperar.
Colocó la mano en la perilla de la puerta y giró, comprobando que estaba abierto. ¿Por qué no había cerrado?
Si algo sabía de Keith es que le gustaban las puertas. Las puertas con cerrojo. No estaba enterado de por qué o bajo que circunstancias había desarrollado ese aprecio por su privacidad, pero sí sabía que lo hacían sentir seguro por alguna razón. Nunca dormía si no echaba el cerrojo de su habitación antes de meterse en la cama.
Lo tenía muy claro. Cuando recién habían llegado al departamento los cerrojos de las puertas estaban descompuestos y les había tomado un par de semanas conseguir el dinero suficiente para repararlos. Mismas que Keith no había podido dormir bien. Había llegado a escucharlo en medio de la noche caminando en círculos por la sala del departamento sin poder conciliar el sueño. Cuando habían reparado los cerrojos de las habitaciones, los episodios de insomnio del otro habían parado como por arte de magia.
Si Keith no había echado el seguro al encerrarse en su cuarto significaba que algo sí estaba pasando.
- ¿Keith? - llamó una vez más, empujando ligeramente la puerta para abrirla apenas un par de centímetros- ¿Keith, estás bien?
Nada.
Estaba a punto de irse cuando escuchó algo parecido a un gemido de dolor, proveniente de la cama del mayor.
- Keith... ¡Voy a entrar! - dijo antes de abrir la puerta apenas lo suficiente para que entrara y deslizarse ligeramente hasta el interior del cuarto.
Cerró la puerta tras de sí y, le tomó un momento acostumbrarse a la poca iluminación del cuarto de su compañero. Keith cubría la ventana con una gruesa cortina negra que no dejaba entrar casi nada de luz. Tenía unas tiras LED instaladas a lo largo de la parte superior de la pared que cambiaban de color pero en ese momento brillaban en un tono violeta que iluminaba muy poco, dejando apenas distinguir sombras y siluetas.
Se acercó despacio hasta la cama dónde distinguió la figura de su amigo acurrucado en su cama.
- Vete...- le gruñó Keith con un débil hilo de voz en cuanto llegó a su lado. Lance pudo percibir entonces que Keith temblaba fuertemente mientras aferraba su cabeza con ambas manos, enterrando sus dedos en su cabello y, posiblemente, tirando de él.
Lance no se inmutó, dió el par de pasos que lo separaban de la cama y se sentó suavemente en una orilla junto a su amigo.
- ¿Qué pasó?
- Nada... - Keith volvió a gruñirle. No era un gruñido de enojo, era un gruñido de alfa. Un gruñido de advertencia. Aún así, Lance se dió cuenta de que su amigo tenía los ojos apretados y fruncía los labios en una mueca de auténtico dolor.
- ¿Tengo que llamar a un médico, amigo? Te ves mal...
Keith sólo se removió en la cama, jalando su almohada hasta cubrir su cabeza con ella.
Lance suspiró, pensando que lo mejor sería llamarle a un médico o al hermano de Keith. Él no sabía que pasaba y su amigo no parecía querer cooperar para ayudarlo a sentirse mejor.
Se dispuso a levantarse de la cama cuando la mano de Keith lo detuvo por la muñeca. Lance lo miro, sorprendido y su corazón se aceleró.
- Espera... - pidió en un susurro, casi inaudible. Asomó su cabeza desde debajo de la almohada y lo miró-. Sólo es migraña. Había demasiada gente allá.
- De acuerdo. ¿Te consigo medicamento?
Keith negó con la cabeza, antes de cerrar los ojos de nuevo. Pero no soltó su muñeca en ningún momento.
Lance se quedó allí un momento, sin saber qué hacer. Sentía su corazón golpeando contra su pecho a mil por hora y una extraña sensación burbujeante se asentó en su estómago.
Luego de un rato, Lance fue inclinándose lentamente hasta recargar su espalda en el colchón, aún con su mano atrapada por la de Keith. Una vez recostado giró la cabeza para ver a su amigo quien parecía haberse quedado dormido.
"Grandioso, Kogane" pensó con sarcasmo "¡Quédate dormido aferrado a mí cuando he estado todo el día pensando en ti!"
Se quedó mirando su rostro. Las facciones finas y anguladas de su rostro, las pestañas negras y espesas que enmarcaban sus ojos alargados, los mechones negros de cabello que resbalaban por su frente, la arruga pronunciada que se hacía entre sus cejas cuando fruncía el ceño. Los delgados labios de un pálido tono aduraznado y el colmillo largo que asomaba, allí donde estaba mordiendo su labio inferior.
Le gustaba. Le gustaba muchísimo. Y se sentía estúpido por no haberlo hablado antes.
Sin darse cuenta, cómo si su cuerpo se mandará por si sólo, levantó su mano libre y la llevó hasta el rostro de su compañero acariciando con suavidad la piel pálida con la yema de los dedos, quitando un rebelde mechón de cabello a su paso.
¿Qué estaba haciendo?
A pesar de su aspecto calmado, la melodía interior de Keith seguía con ese ritmo fuerte y errático con el que había llegado. Le preocupaba bastante que algo hubiera pasado durante el viaje y que por eso no quisiera hablar.
Escuchó un suave suspiro y levantó la mirada para encontrarse con la del chico. Los ojos gris azulado se veían casi negros con la poca iluminación, aunque tenían un ligero brillo que indicaba humedad.
Debía ser terriblemente dolorosa esa migraña si provocaba que se le anegaran los ojos de esa manera.
- ¿Qué haces? - preguntó Keith con un hilo de voz.
Fue entonces cuando se dió cuenta de que había seguido acariciando suavemente la mejilla del otro. Sintió como los colores se le subían a la cara y agradeció en silencio que la habitación estuviera tan oscura, así él no vería como se ruborizaba desde el nacimiento del pelo castaño hasta la comisura de sus labios. Retiró la mano tímidamente y, sin saber dónde ponerla, la dejó en el aire.
- Lo siento... Ehh... Yo... - ¿Qué se suponía que dijera? No estaba preparado para esto. No quería hacerle daño y tampoco quería arruinar su amistad. "Piensa en algo, Lance, maldición"
- Está bien... No te avergüences- dijo Keith, volviendo a cerrar los ojos.
- ¿Te diste cuenta? - logró decir finalmente, acomodando por fin su mano debajo de su mejilla- ¿Cómo?
- Hueles a anís cuando te avergüenzas- susurró él, removiéndose un poco - . Bueno, siempre hueles a especias, pero cuando te sientes incómodo el anís se acentúa.
Lance escuchó con incredulidad lo que Keith le decía. ¿Él olía a especias? Sabía que los alfa tenían un sentido del olfato más desarrollado que los betas como él, pero nunca había escuchado a ninguno hablar de esa manera sobre los aromas de las personas. Pero le sorprendió aún más el hecho de que Keith se lo dijera, parecía demasiado desinhibido para lo normal en él.
- Keith Kogane ¿Estás drogado? - preguntó sarcásticamente.
- Nooo... Bueno, tal vez un poco. Me tomé algo para la migraña así que puede ser...
Con razón.
- ¿Huelo a anís?
- Ajam... A anís, pimientas, otras especias y agua de mar... Y cuando te enojas hueles más a canela.
- ¿De verdad? Wow... No sabía eso. ¿Siempre hueles todo eso en todas las personas?
- Casi... - Keith volvió a abrir los ojos- . No todas las personas huelen tan bien.
Lance había vuelto a llevar su mano a la mejilla de Keith y acariciaba suavemente la piel suave con la yema de sus dedos. No sabía por qué, pero hacerlo se sentía bastante bien y a él no parecía molestarle en lo absoluto.
- ¿Crees que huelo bien?
- Ajam...- la mano de Keith fue hasta su mejilla, cubriendo la de Lance con suavidad. Lo miro a los ojos mientras ambos se quedaron en silencio, sólo escuchando sus respiraciones.
Entonces pasó, cómo si de un suspiro se tratara. Un segundo estaban mirándose en silencio y, al siguiente, sus rostros estaban a sólo unos pocos milímetros de distancia. Su corazón volvió a acelerarse con fuerza cuándo sintió los labios del chico rozando los suyos con suavidad.
Soltó un suspiro, entre abriendo sus labios para recibir el beso del otro. Deslizó su mano desde su mejilla hasta el nacimiento del negro cabello, entrelazando sus dedos con los suaves mechones y atrayéndolo más hacia si mismo, buscando profundizar más el beso.
Escuchó como la música de Keith iba suavizandose desde el intenso y caótico sonido con el que había llegado hasta un suave contrapunto de guitarra y bajo, rítmico y melodioso. Se sintió satisfecho al saber que el dolor debía estar cediendo y él, finalmente, se estaba tranquilizando.
Sintió como las manos del mayor buscaban su cintura y se posaban tímidamente en la orilla de la playera, justo donde, al alzarse, la tela había dejado al descubierto un pedazo de la piel de su abdomen. Se estremeció levemente y dejo a su mano viajar desde dónde estaba hasta posarse en la espalda baja del mayor, imitando su postura y, una vez seguro de que él chico no se alejaría de su tacto, deslizó sus dedos debajo de la playera acariciando suavemente la piel de la espalda.
Sintió las manos de Keith colarse también debajo de su playera, haciendo círculos sobre su piel con una ternura que le estremeció la piel.
Su mente no entendía lo que estaba pasando pero, en ese momento no quería pensar, sólo sentir.
Un momento después separaron sus labios, aún con sus manos metidas debajo de las playeras del otro. Se miraron a los ojos por un momento intenso en el que ninguno pudo decir nada más que lo que sus miradas transmitían. Un momento después, Keith cerró los ojos y se inclinó hacia él, colocando su cabeza en el hueco de su cuello y cerrando el abrazo alrededor de su cintura con algo más de fuerza.
Lance estaba anonadado. Keith no era una persona especialmente cariñosa, mucho menos de abrazar o acurrucarse con nadie. Siempre había sido, más que nada, arisco.
No sabía que era lo que significaba la actitud de Keith ni si ese beso tan maravilloso era una respuesta silenciosa a las preguntas que había estado formulando en su mente durante todo ese tiempo o si su amigo realmente sentía algo por él.
Pero no le importó.
Inclinó su cabeza, recargando su mejilla en la cabeza del Keith dejándole acomodarse bien, notando que se estaba quedando dormido.
Ese instante era especial y perfecto tal y como estaba, así que acalló a su mente y cerró los ojos también, disfrutando el momento.
Tengo un headcanon de que a Keith en realidad si le gustan los abrazos, sólo que lo ponen melancólico por lo que está parte final en especial me ha gustado mucho escribirla, aunque ha sido un poco difícil.
Dejen sus comentarios por favor, me encantaría saber qué opinan.
Saludos.
Clau :)
