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(Día 5. Autocontrol)

Advertencia: Contenido erótico sutil.


5. Del fuego al amanecer

Tenía calor.
Mucho calor.
De-masia-do-ca-lor.

Aquel jueves casi al medio día, una oleada de deseos incómodos la atacó con una ferocidad bien conocida para ella. Tragó pesado y prosiguió su camino, buscando por todos los medios ignorar las sensaciones que se arremolinaban en su cuerpo con rapidez, comenzando a calcular pi mentalmente con tal de distraerse.

Funcionaba a medias. Su mente se mantenía alejada de los pensamientos inapropiados, pero su cuerpo se mantenía en ese estado de excitación que le resultaba tan incómodo.

Para las tres de la tarde, que era su última clase, ya no podía mantener a raya las sensaciones. Las tenía por todo su cuerpo. El calor, la excitación, los deseos y pensamientos poco apropiados para tenerlos en medio de una clase. Necesitaba algo para calmarse y pronto.

Aunque, más que el calor y las sensaciones, la preocupaba su aroma. Sabía que, para ese momento, su cuerpo debía estar generando una cantidad alta de feromonas que serían perceptibles a los olfatos de los alfa, atrayendo una atención indeseada sobre ella.

No podía permitirse faltar a clases aunque, siendo ella una omega a punto de entrar en su ciclo fértil, lo más recomendable era que se quedara en casa. Pero el nivel en su carrera exigía muchísimo y, a pesar de que faltar no la haría retrasarse demasiado, gracias a su maravillosa mente, era también una cuestión de orgullo.

Entró en el aula, sintiendo cómo si todos sus compañeros tuvieran la mirada puesta sobre ella y se sentó en su lugar habitual, notablemente incómoda. Por el rabillo del ojo vio a Keith sentarse junto a ella, pero no se atrevió a voltear.

Un aroma intenso a maderas y canela ardiendo la envolvió de repente, alborotando todos sus sentidos. Conocía el aroma, intenso y territorial como solían ser los aromas de los alfa, pero con la ausencia de la agresividad que los caracterizaba. En vez de eso, era como un toque amable y considerado. Era el aroma de Keith.

Inclinó ligeramente el rostro, tratando de encontrar a su amigo con la mirada de una manera discreta. Tenía una expresión cansada y, algo tensa. Los mechones de cabello azabache que caían sobre su frente estaban ligeramente húmedos y se pegaban a su piel. En el suelo, junto a su mochila, había un pequeño bolso deportivo rojo. Eso le hizo sentido, al parecer el aroma venía de allí.

La clase comenzó justo en ese momento y ella tuvo que esforzarse por concentrar toda su atención en el profesor. Los minutos pasaron con una lentitud tortuosa mientras su cuerpo seguía reaccionado con una inquietante excitación ante el aroma a maderas del alfa a su lado.

No era que no se lo esperara, sabía que Keith le gustaba de una manera más allá de la compañía y la amistad. Su aroma le encantaba y se sentía cómoda, de una forma en la que no se había sentido antes. Era fácil hablar con él y se entendían perfectamente la mayor parte del tiempo. Y el color de su voz, los tonos rojos que veía cuándo él hablaba, eran de las cosas más bellas y maravillosas que había experimentado.

Su cuerpo y las hormonas alborotadas por su ciclo solamente le estaban confirmando lo que ella ya sabía desde hacía algún tiempo. Durante su ciclo anterior, no había podido sacarse de la mente el aroma de su compañero. Era casi como una droga para ella, y eso que no había probado alguna antes.

Le encantaba, pero a la vez le aterraba. No sabía cómo la veía Keith y no sabía si temía más que él simplemente la viera cómo una amiga o que, por el contrario, también correspondiera sus sentimientos. Hasta antes de eso, nunca había sentido el deseo dirigido a una persona específicamente, sólo había conocido la sensación cómo parte de su celo. Una necesidad meramente fisiológica y que desaparecía junto con su ciclo.

Pero con Keith sus hormonas se alocaban incluso cuándo no estaba nada cerca de su celo. El aroma del joven alfa era a la vez, estimulante y bálsamo. Keith era cómo el rojo encendido del cielo del atardecer, un color cálido y reconfortante.

La clase seguía transcurriendo y, entonces, ella se dio cuenta de que su ansiedad y el calor habían disminuido lo suficiente cómo para poder centrarse. Inhaló profundo y el aroma a canela y maderas llenó sus sentidos.

Volvió a observar el bolso deportivo tirado junto a su amigo y se mordió el labio. Algunas veces Keith sentía un fuerte impulso por correr alrededor del campus, era una forma de controlar su ansiedad, según le había confiado él alguna vez. Por lo general terminaba sumamente exhausto y sudado después de ello, por lo que solía cargar ese mismo bolso deportivo con un cambio de ropa antes de salir a correr y, antes de las clases, se cambiaba de ropa en los vestuarios de la universidad.

Entonces se le ocurrió una idea. Una idea algo peligrosa que no abandonó su mente durante el resto de la clase.

Un par de horas más tarde iba corriendo a su casa, abrazando su mochila a su pecho cómo si su vida dependiera de ella porque, de alguna manera, era así.

Al llegar al recibidor de la casa en la que se hospedaba, se precipitó a su cuarto a toda velocidad, chocando en el camino con alguna compañera a la que no se detuvo a ver. Luego de encerrarse en su pequeña habitación, echando doble cerrojo por si acaso, se dejó caer en su cama aún apretando la mochila contra su pecho.

Inhaló profundamente y contuvo el aliento durante algunos momentos.

No podía creer lo que acababa de hacer y sabía que, de enterarse, Keith seguramente enfurecería con ella.

Abrió finalmente la mochila, extrayendo de ella la playera negra que había pillado del bolso deportivo del joven alfa. El aroma a canela y madera la envolvió cálidamente, atenuando el calor y la excitación que había tratado de contener todo el día. Inhaló el aroma de su amigo sintiendo un agradable hormigueo en la parte baja de su abdomen, el cual fue extendiéndose a las partes externas de su entrepierna. La ansiedad que sentía en su estómago fue atenuándose.

Se sacó los zapatos a puntapies y fue deslizándose hasta el centro de su cama, dónde se envolvió en las sábanas con la playera aún entre sus manos. El aroma comenzó a hacerla salivar pero, en aquél momento no le importó. El calor, la excitación, el agradable cosquilleo en sus genitales, todo su cuerpo reaccionaba al deseo instintivo de su ser. Y quería estar bien con eso.

Eventualmente se quedó dormida, con la playera aún pegada a su rostro.

Nunca había soñado con alguien de su entorno. Sus sueños generalmente eran una maraña de recuerdos pasados e ideas que le habían rondado la cabeza durante el día. Pero en esta ocasión su mente la traicionó, posiblemente ofuscada por la intensa carga de hormonas que su celo había traído consigo.

Al abrir los ojos aún se sentía bastante aturdida. Había sido un sueño tan vívido que incluso buscó a Keith en su diminuta habitación, aunque sabía perfectamente que él no estaba allí.

Se levantó con pesar, sintiendo el calor de su cuerpo que iba aumentando, así como la excitación que, en ese momento, venía acompañada de un ligero dolor en el vientre.

Mientras se vestía, pensó con cierto pesar que no era muy inteligente de su parte ir ese día a la universidad, a pesar de que sólo tenía un par de clases. Sin embargo, su orgullo era más fuerte y no quería permitir que su celo o su condición de omega alteraran el ritmo de vida que estaba acostumbrada a llevar.

La playera robada llamó su atención desde el lugar de junto a la almohada, dónde se había quedado durante la noche. El aroma a Keith aún emanaba ligeramente de la prenda arrugada. ¿Cómo iba a hacer para devolverla? ¿Qué pretexto usaría para poder infiltrar aquella prensa de vuelta entre las pertenencias de su dueño? Y más importante aún, ¿Quería devolverla? Suspiró. Aquel día no coincidía en clases con el chico, así que se encontraría a salvó al menos por el resto del fin de semana. Suficiente tiempo para pensar.

"Claro... Pensar en pleno calor. Sigue soñando" se burló su mente.

Sacudió la cabeza soltando un bufido. Ya lo resolvería después. Se acomodó el cabello con los dedos y tomó su mochila a la que, sin pensarlo mucho, echó la playera negra.

"Definitivamente no estoy siendo muy inteligente en esta ocasión" pensó con pesar mientras emprendía el camino hacia la universidad.

El día fue aún más difícil que el anterior. A la media mañana ya estaba suplicando internamente porque acabaran sus clases. El calor se iba extendiendo a todo su cuerpo desde su vientre, poniéndola aún más sensible a casi todo lo que había a su alrededor. En algún punto del día hasta el roce de su ropa le generaba una ola de sensaciones descontroladas en todo su cuerpo.

Eran casi las tres de la tarde cuando el profesor de su última clase les permitió salir un poco antes de lo planeado, claramente ansioso por comenzar su fin de semana al igual que sus compañeros.

Suspiró agradecida mientras lanzaba a toda prisa su carpeta y sus bolígrafos en la mochila y salía del aula con toda la velocidad que le permitía su menudo y dolorido cuerpo.

Una brisa fresca le rozó las mejillas, ayudándola un poco a relajarse.

Se detuvo en un hueco entre dos edificios para acomodar su mochila que estaba a punto de dejar caer sus pertenencias, pues con la prisa por salir no la había cerrado. Sus brazos temblaban ligeramente y sabía, en el fondo, que ya no podría retener a su cuerpo mucho más. El calor, la excitación, el dolor en el vientre bajo, todo se arremolinaba con una fuerza abrumadora. Lo único que podía hacer ya ese día era encerrarse en su cuarto, hacer un nido y dejar que esa terrible tortura pasará. En esos pensamientos andaba cuando el aroma llegó a sus sentidos.

Cerró los ojos e inhaló profundamente, las notas de canela y maderas la reconfortaban en ese momento tan incómodo. Sacó del fondo de la mochila la playera arrugada que había llevado consigo todo el día y hundió su nariz en ella, disfrutando de la calidez de ese aroma.

Tarde se dio cuenta que el olor no provenía por completo de la prenda robada, sino que el viento lo había llevado hasta ella en medio de una brisa otoñal.

— ¿Por qué tienes eso? — la cálida voz se había tornado en una mezcla de tonos rojizos que evocaba al fuego, alertando los sentidos de Pidge. La omega se crispó al escuchar el suave gruñido implícito en las palabras del alfa. Levantó la mirada, con los labios apretados, sabiéndose descubierta. Suplicó internamente a su cerebro, buscando alguna excusa, alguna historia creíble que la sacara de aquel aprieto pero su mente había entrado en suspensión.

Keith, frente a ella, la miraba con una expresión que no supo identificar. Su aroma se había tornado en unas notas más peligrosas, ya no olía cómo una fogata en medio del bosque.

No.

Su aroma era el de un incendio forestal.

Estaba enojado.

"Demonios..." pensó ella, tragando saliva.

Un alfa enojado era algo peligroso. Un alfa enojado con un omega en celo era una situación prácticamente suicida.

Y aún así, el aroma agresivo e incendiario provocó en ella todo lo contrario que se supone debía sentir en esa situación y, en lugar de salir corriendo en dirección opuesta, se quedó plantada en su lugar esperando (deseando) que el alfa se acercara más.

No solía pensar demasiado en estas cosas. No solía sentir mucho estas cosas tampoco. Ya hacía tiempo que había optado por asumir que algo estaba mal configurado en ella, puesto que las relaciones interpersonales y, especialmente las sexuales, siempre habían permanecido muy lejos de la línea de sus intereses o necesidades.

Era una omega, es cierto, pero eso nunca había significado absolutamente nada... hasta ese momento. El aroma a fuego del alfa la hacía salivar, la imagen del cuerpo alto del otro irguiéndose ante ella en esa postura imponente que caracterizaba a los alfas la mantenía clavada en su sitio, en una marea de sensaciones que jamás había experimentado. Sentía a su corazón galopar fuertemente en su pecho y no, no era por miedo. Hasta el tiempo parecía ir más despacio.

—¡Pidge! — gruñó nuevamente el alfa, visiblemente molesto al tiempo en que alzaba su mano derecha para jalar la prenda oscura de las manos de la omega.

Fue el tirón lo que la hizo reaccionar.

Con un gruñido agudo, ella afianzó el agarre sobre la prenda, negándose a soltarla.

"¿Qué demonios estás haciendo, Pidge?" se recriminó en silencio.

Entonces, todo pasó muy rápido.

Una nueva brisa se agitó alrededor de ellos, levantando el aroma de ambos. El aroma afrutado y ácido de Pidge llegó hasta los sentidos del alfa, quién se crispó ligeramente al reconocer lo que estaba sucediendo. La pequeña omega sintió, más que vio, cómo los ojos de su compañero se oscurecían ante el instinto que lo embargó.

Un segundo forcejeaban por una vieja camiseta negra en pleno pasillo de la universidad, al siguiente estaban ocultos debajo del hueco de unas escaleras, ella aferrada a su largo cuerpo como un koala y el con la espalda recargada contra la pared en un intento de soportar el peso de la chica...

Besándose.

No estaba segura de qué era lo que había pasado en ese momento, ni siquiera era capaz de recordar quién de los dos había iniciado la caricia.

¿Había sido él, a sabiendas de que ella sería incapaz de negarse, dada su situación?

¿O había sido ella, en un intento desesperado de desviar la atención de la camiseta robada?

El calor subió desde su pelvis, extendiéndose por su espalda, su abdomen, sus piernas y su pecho.

Era un calor agradable, placentero.

Cómo ese momento en el que todas las piezas encajan en su lugar.

Cómo el momento de éxtasis cuándo, después de días o semanas programando y revisando, al fin todos los datos funcionan y el programa compila exitosamente.

Los labios del alfa se abrieron, permitiéndole profundizar más el beso. Sus manos se enredaron en el cabello negro del chico, buscando más. Más cercanía, más de él, más de ella. Sintió una de las manos masculinas colarse bajo su camiseta, acariciando su piel con movimientos circulares. Sus manos eran cálidas, sus dedos se movían con suavidad siguiendo el camino de su columna, desde la mitad de su espalda hacía arriba, hasta rozar suavemente la orilla del corpiño, y hacía abajo, hasta dónde la tela del pantalón le permitía acceder a su piel.

Separaron sus labios por un momento, ambos jadeando ante la necesidad de aire. Ella hundió el rostro en su cuello para aspirar el delicioso aroma de Keith, madera quemándose al aire libre, una fogata en medio del bosque con toques de canela.

Buscó a tientas el sitio donde terminaba la camiseta negra que él traía puesta y también coló sus manos por debajo de la tela acariciando la suave piel del alfa, quién pareció estremecerse ante el tacto de sus manos frías. Esa reacción le fascinó, así que paseó sus manos por la espalda masculina con más confianza, disfrutando de la sensación de la piel suave y cálida a la vez que buscaba sus labios nuevamente.

Nunca había estado tan cerca de nadie, jamás había tenido contacto de esa naturaleza con alguien. Y mucho menos le atraía la idea. La mayor parte del tiempo le resultaba repulsivo siquiera pensar en buscar un alfa para apaciguar los calores y el dolor de su celo. Pero en ese momento estaba disfrutando realmente la situación.

Era todo un nuevo mundo sensorial por descubrir, cómo estar en el medio de la corriente de un furioso río, sólo rindiéndose ante el torrente que llegaba a ella, ante la ola de sensaciones cálidas que las manos del chico esparcían desde su espalda a todo su cuerpo. El fuego encendido de sus bocas bailando la una contra la otra.

Keith se había ido deslizando por la pared, hasta quedar sentado en el suelo con ella sentada a horcajadas sobre su regazo. Era una posición terriblemente comprometedora y tan excitante que el calor no hizo más que aumentar entre ambos. Las manos de su compañero ya se encontraban rozando el borde de sus pequeños hombros, al tiempo que las de ella jugaban en la espalda baja de él, deslizando los dedos una y otra vez entre la tela del pantalón y la piel cálida, provocando que él se estremeciera ante la expectativa.

Los labios del alfa abandonaron la boca de la omega para recorrer su cuello blanco con una lentitud que resultaba deliciosamente exasperante, a la vez que ella hundía la nariz en el cabello negro para seguir aspirando el aroma intenso que tan bien identificaba al chico.

Se crispó momentáneamente cuándo, entre besos y caricias, sintió los labios de su compañero pasearse levemente sobre su cuello, justo allí donde estaba la glándula del aroma. Contuvo la respiración y su corazón latió a mil por hora. Pero esta vez no era por la excitación.

"No, por favor..." pensó, sintiéndose incapaz de hacer algo más. Su cuerpo volvió a relajarse cuándo sintió los labios del chico alejarse de la sensible zona.

Fue en ese momento que su mente por fin hizo acto de presencia, comenzando a interrogar todo lo que estaba ocurriendo.

Estaba disfrutando, de eso no había ninguna duda. Estaba disfrutando cómo nunca antes en su vida.

Nunca se había considerado una persona recatada, ni mucho menos tenía tabúes respecto al sexo, ni a su propia (y recién descubierta) sexualidad, pero comenzaba a cuestionarse si lo que estaba haciendo en ese momento era porque realmente le gustaba o si simplemente estaba siendo victima de la marea de hormonas que en ese momento atacaban su cuerpo. Y si era así ¿significaba eso que se arrepentiría cuándo el celo hubiera pasado? ¿sería capaz de ver a su amigo a los ojos después de algo así?

Estaba a punto de intentar decir o hacer algo cuándo sintió, mas que escuchó, un sonido grave y bajo, parecido a un gruñido de frustración, provenir del cuerpo del alfa.

En un movimiento rápido pero suave, Keith recargó la cabeza en la pared al tiempo que deslizaba sus manos fuera de la camiseta de Pidge y la alejaba de sí mismo, empujando a la omega suavemente por los hombros. Ella lo observó confundida, sintiendo una repentina indignación subir por su pecho.

— No— musitó él, en voz baja pero firme. Un silencio tenso se asentó entre ambos, él continuaba con los ojos cerrados mientras ella lo miraba en un estado entre la confusión y la ira.

— P-pero... ¡Pero yo quiero!— gruñó ella irritada, cuándo finalmente pudo encontrar su voz.

— Yo también —le dijo él, mirándola finalmente a los ojos—. Pero no ahora. No así...

Esa respuesta sólo la irritó aún más, por lo que buscó con la mirada sus cosas, decidida a retirarse con la dignidad que le quedaba. Haciendo un gran esfuerzo, se levantó del regazo de Keith al tiempo que recogía del suelo su mochila. Keith se puso de pie casi al tiempo y, cuándo ella se daba la vuelta para retirarse, la tomó de la mano para impedir que se fuera.

— Pidge, por favor ¿puedes escucharme?

— ¿Qué es lo que quieres?— le gruñó colérica, sintiendo de nuevo cómo el calor comenzaba a volver a su cuerpo, acordándole que aún se encontraba en celo. Una punzada de dolor en su vientre le terminó de plantear la precaria situación en la que se encontraba, pero no se dobló ni emitió sonido alguno.

— Me importas— le dijo él, con un suspiro. El tono de voz con el que se lo dijo acabó con la indignación que ella sentía. El color de su voz había pasado del rojo incendiario con el que había comenzado ese encuentro a un tono más bien naranja-dorado, similar a los colores del amanecer. Cálido, suave y lleno de melancolía. La mirada de Keith se había vuelto evasiva y vagamente triste, cómo cuándo lo veía sentado solo en las áreas comunes de la universidad, perdido en sus pensamientos. Al parecer él se dio cuenta de que ella lo estaba escuchando porqué soltó su mano y continuó hablando con un hilo de voz—. Me importas mucho, Katie... Y me odiaría si... — él suspiró, visiblemente incómodo—. No quiero ser ese tipo de alfa... yo...

No lo dejó continuar, se plantó frente a él y, parándose de puntillas, le plantó un beso suave y corto en los labios, sorprendiéndolo a él y sorprendiéndose a sí misma.

Entendía a lo que él se refería, era común que los alfas acecharan a los omegas cuándo estaban en celo para lograr acercamientos que, de otro modo, nunca serían consensuados. Situaciones que iban desde tocamientos hasta mordidas no consentidas, los omega eran abusados día con día sin ninguna consecuencia para los alfa que realizaban estos actos, amparados bajo la excusa de que el omega había consentido en pleno celo.

En el tiempo que conocía a Keith, él había mostrado un abierto repudio a muchas de las costumbres abusivas de los suyos. Sin embargo nunca se había detenido a pensar en cuán fuertes pudieran ser las convicciones de su amigo. Y tampoco imaginó que tuviera una capacidad tan alta de autocontrol, puesto que todo en su lenguaje corporal, aroma y en el color de su voz le decían que realmente quería continuar.

— Gracias, Keith—susurró ella, rozando la mejilla del alfa con la yema de los dedos. Se sentía realmente aliviada ya que, aunque ella realmente hubiera deseado continuar, la sensación de seguridad que le habían dado las acciones de Keith le resultaba aún más reconfortante.

— ¿Te acompaño a casa? — preguntó él, tendiéndole la playera robada que había comenzado aquella situación. Ella asintió mientras tomaba la prenda, ligeramente confundida.

— ¿No la querías? —le preguntó con un dejo de burla en la voz, mientras ambos comenzaban a caminar hacia la salida de la universidad.

— ¿Me la llevo?

— Ni hablar, Kogane. Tienes como mil iguales, yo quiero esta —le dijo a la vez que le enseñaba la lengua en un gesto infantil, mientras que la guardaba en la mochila. Él soltó una risa divertida, mientras meneaba la cabeza.

— No tengo tantas iguales. Pero está bien. Si quieres, quédatela.

Pidge sonrió, colocándose la mochila en el hombro. Entrelazó su dedo meñique con el de Keith en un gesto de complicidad y siguieron así por el resto del camino. Cómodos con la simple compañía del otro.