¡Hola!
No pensé que fuera capaz de volver a publicar tan pronto. Creí que hasta verano no podría hacer mucho, pero ya se sabe, todo es posible.
Esta historia va rumbo a los cuatro años, que tiempo, dios parece que no llevara tanto...
Sin más, el siguiente capítulo.
Dislaimer: Magic Kaito no me pertenece, si lo hiciera, Kaito y Aoko hace mucho, muchísimo que estarían juntos.
Capítulo 9 – Nuevas incógnitas
El silencio se había apoderado de la casa. Tras su precipitada huida, la macabra sombra que seguía sus pasos también se había marchado, conocedora del futuro que le aguardaba si continuaba escondido en aquel lugar. Pasó alrededor de media hora hasta que el sonido de pasos volvió a escucharse. En aquel lugar apareció un hombre joven, con el cabello castaño y ojos miel, con un claro signo de cansancio. Sus ojos, siempre agudos, observaron el lugar, en busca de las dos personas que debían estar allí. No les sorprendió mucho no verlos, era obvio que no esperarían recibirlo allí. Ni siquiera él mismo creyó tener que acudir a su búsqueda. Saguru Hakuba no era una persona que acostumbrara a realizar actos imprevistos, adoraba la puntualidad y la planificación, pero desde que su esposa apareció en su vida, se vio abocado a aquel hermoso desastre que en su compañía se hacía más ameno. Tenía que ir en búsqueda de sus dos compañeros, sin embargo, antes de marchar, algo llamó su atención. Al parecer, en aquella zona había llovido hace poco, eso había provocado que las huellas quedaran marcadas en la tierra, aunque solo en los alrededores de la casa, en los que la vegetación se negaba a crecer. Sin embargo, lo sospechoso era que las huellas no solo estaban en un lugar. Había una zona en la que se podía distinguir claramente dos pares, mientras que, en otro, solo había una. Miró ambas direcciones, no quería creerlo, no tenía pruebas, pero…
— Mierda — murmuró mordiéndose el labio inferior, se llevó las manos a su lateral, sintiendo la figura de su pistola. Si sus sospechas eran ciertas, más le valía estar en guardia.
Siguió el camino por donde habían huido sus compañeros, perdiendo el rastro en cuento la vegetación ocupó el lugar de la arena. Era de noche, pero no le importó, la luna iluminaba su camino. Caminaba con sigilo y precaución, esperando encontrar primero a la pareja que, al enemigo, o en todo caso, que él no los encontrara a ellos.
Algo alejados, escondidos en una pequeña e indetectable gruta subterránea, estaban guardaespaldas y protegido, silenciosos en busca de cualquier ruido que pudiera serles útil. Habían salido corriendo de la casa, dejando atrás casi todo lo que podría ayudarlos en esa situación. La chica no podía dejar de recriminarse por ello, pues era su obligación mantenerlos a salvo en cualquier momento, algo que no había cumplido, en cierto modo debido a los últimos acontecimientos antes del estruendo de aquella alarma.
Aprovechó el silencio que le otorgó la situación para repasar mentalmente lo ocurrido. Kaito se había confesado, y si nada de eso hubiera ocurrido, no podría decir claramente lo que hubiese pasado. Lo que si estaba claro era que habría habido beso, uno como mínimo. Las palabras de Ran pasaban entonces por su cabeza, esas que ya parecían tan lejanas y que había obtenido mediante un mensaje de texto. Aquel día se cabreó por su desconfianza, pero ese día tenía que darle la razón. Hubiera caído y no se hubiese arrepentido, lo habría hecho gozosa. Solo se le presentaba un problema en esa situación, quitando por supuesto todas sus mentiras y secretos, y es que Kaito nunca había dicho quererla de verdad, el verbo creer se había colado en sus palabras, dejando claro que sus sentimientos eran iguales o incluso más confusos que los de ella, o al menos eso se decía en consuelo. Sus sentimientos eran cada vez más nítidos, solo se negaba a admitirlos. Era más fácil pensar que todo era fruto de una simple atracción, esa que pronto desaparecería, pero no, en el fondo sabía que eso no sería tan fácil como ella pretendía.
A su lado, el mago aguardaba silencioso. Veía el rostro concentrado de su compañera, y no podía evitar imaginar sus pensamientos. Quizás su mente estaba en el mismo lugar que la suya, en ese casi beso que habían vivido hace minutos. Se mordió los labios, había estado tan cerca de esos labios sin ser rechazado, podía sentir su hálito en sus labios cuando ese maldito sonido rompió la bella atmósfera que habían creado. Se había declarado, no esperaba hacerlo cuando comenzó esa conversación, pero no había podido evitarlo, era lo justo. Ella debía saberlo, quizás, cuando todo eso acabara…Suspiró, en que cosas pensaba cuando podía estar en peligro. Si que estaba siendo descuidado. Volvió la mirada a la entrada de la gruta. Era casi imposible de ver, Aoko la buscó mucho antes para ello. Nadie podría verlos, y Aoko, en su colocación, apenas podría ver su rostro, pero era suficiente.
De pronto, en ese silencio autoimpuesto comenzó a escucharse el crujir de las hojas debido a unos pies. Ambos se tensaron, en esos momentos se descubriría quien era el intruso o la intrusa, si era amigo o enemigo. De pronto se vieron, unos zapatos color avellana. Kaito miró a Aoko, en búsqueda de alguna reacción, hasta que vio como sus ojos se abrían y brillaban, mientras su cuerpo se relajaba. Ante eso, intentó asomar su cabeza para ver, pero ella se lo impidió, mientras con gesto le ordenaba guardar silencio. Los pies se alejaron, dejándolos solo de nuevo. Aoko se enderezó, con intención de salir, él la agarró del brazo, preguntándole sin palabras.
— Tengo que asegurarme de que no sea un disfraz, no salgas hasta que vuelva. Aquí estarás a salvo — susurró, intentando moverse, pero el mago no la soltó. Lo miró, su mirada se había tornado seria.
— Si vas, iremos juntos. Y no permito un no por respuesta — articuló cuando la vio con intención de negarse.
La muchacha suspiró, ese hombre era un cabezota. Lo miró, no tenía opción —Pero te mantendrás escondido, si pasa algo imprevisto debes estar a salvo. Y yo tampoco acepto un no — le cortó antes de sus quejas. No aceptaría si no era así, su deber era protegerlo, y pensaba hacerlo hasta el final.
Él aceptó. Sabía que no tenía opción si quería acompañarla. El trato se había hecho, aunque no dudaría en romperlo si veía que ella estaba en peligro. Ambos salieron, lo más silenciosos que pudieron y siguieron las huellas. Pronto lo divisaron, y Kaito no necesitó de más para saber que estaban a salvo, conocía los hábitos de Saguru Hakuba a raíz de su necesidad de información para disfrazarse cuando era Kid. Pero había algo que no era capaz de imitar, y era su forma de caminar, que variaba según la situación. Era algo tan minúsculo que solo alguien que observara bien podría notarlo. Sabedor de ese dato, dejó actuar a Aoko, tal como había prometido, pues sabía que nada le pasaría.
La joven guardaespaldas se acercó con lentitud, y, tras asegurarse de que Kaito estaba oculto habló — Saguru Hakuba, no esperaba verte aquí. Según supe seguías en Inglaterra — comenzó a decir, logrando que el detective se girara – Me parece que es la primera vez que nos vemos.
— Se podría decir que sí — contestó observando a los alrededores, no hablaría de más, pues sabía que Kaito debía estar cerca oculto, en un lugar donde pudiera escucharlo todo — Tuve que apresurar mi llegada. Venir aquí no estaba en mis planes, pero sabéis que era la única manera de comunicarnos con vosotros.
— Sí, así se quiso para que nadie nos detectara. Ahora, necesito el motivo — exigió sin dejar su posición de defensa.
— Lo sabréis, pero debemos salir de aquí antes, no estamos solos — habló, la mujer abrió los ojos en respuesta — No se desde cuando estaba aquí, seguramente se habrá marchado, pero lo más seguro es irnos rápido. Tomaremos lo que necesitéis de la casa y nos marcharemos.
— ¿Cómo sé que no eres un farsante y que debo fiarme de ti? — inquirió de forma directa, no era un método seguro, pero sin armas, ninguno lo era.
— Si tenemos una niña la llamaremos Akane por tradición familiar, si tenemos un niño Taiki — dijo en respuesta, dejando extrañada a la mujer pero, en su escondite el ex ladrón sonreía.
— ¿Qué? – interrogó la muchacha extrañada.
— Solo Akako, Saguru o yo podríamos saber ese dato — articuló el mago saliendo de su escondite ante la mirada comprensiva de la mujer — Por lo tanto, no puedes ser falso.
— Estuve en contra de que Akako te lo comentara, pero ahora me alegro de que se empecinara tanto en hacerlo — confesó el detective divertido, sin perder de vista sus alrededores.
— Voy a ser el padrino, me lo merecía.
— ¿Podríais hablar de esto en otro momento? — comentó Aoko acabando con aquella conversación banal – Tenemos que irnos.
— La señorita tiene razón — puntualizó el inglés mirando al mago — No tenéis nada de valor en la casa, ¿no?
— Mis investigaciones están allí — confesó la joven suspirando — Sin embargo, no creo prudente ir a por ellas.
— Sin duda es peligroso, pero nos serán necesarias para enfrentarnos a ellos. Si lo perdemos estaremos a ciegas de nuevo — reconoció el detective — Tenemos que buscarlas.
No hicieron falta más palabras. Los tres estaban de acuerdo, no tenían opción. Cuidadosamente se dirigieron a la casa, observando bien sus alrededores en busca del enemigo, pero por suerte, este ya estaba lejos de allí y pudieron llegar fácilmente. Al entrar al despacho, los tres tenían ya todas las armas de la casa, no faltaba ninguna, algo que los alegró bastante. Sin embargo, cuando entraron a aquella estancia la alegría se convirtió en incredulidad. Detrás de la mesa, en donde ante había un enorme cuadro, ahora podía verse una puerta camuflada que se encontraba abierta de par en par. Se miraron estupefactos, y uno a uno fueron entrando a observarla tras ver que no había nadie. Dentro, miles de cámaras mostraban todas las estancias de la casa.
— Nos han estado vigilando desde el principio — dijo con rabia la guardaespaldas.
— Pero, ¿quién? Si era nuestro asesino, ¿por qué no matarme aquí? — inquirió el mago tan cabreado como ella, pensando en todos los posibles escenarios que podrían haber sucedido.
— No lo sé, pero debemos agradecer que estéis a salvo — habló el castaño — Ahora, será mejor que nos vayamos. Puede haber más salas ocultas como está.
Aún con el susto en el cuerpo, todos salieron de allí, visiblemente afectados sin poder evitar girarse cada pocos segundos para asegurarse de que nadie les observaba. Sin embargo, no todo podía verse.
Mojarse no era algo que les gustara a esas horas, pero no tenían conocimiento de otra salida que no fuera aquella. Por suerte, todo lo que no debía mojarse estaba guardado en sitios adecuados para ello.
Anduvieron por el bosque, esta vez más seguros de por dónde iban a pesar de la oscuridad, hasta que llegaron al medido de transporte que tenían, escondido en una carretera sin salida. Sin duda un coche no pasaba desapercibido, pero la noche era muy buena compañera a la hora de ocultarse. Antes de montarse, todos cambiaron sus ropas. Saguru había previsto como acabarían y se había asegurado de llevar toallas, ropas de cambio y mantas. Tras cambiar sus ropas por turnos, los tres tomaron asiento, Kaito y Aoko detrás y Saguru conduciendo, emprendiendo el regreso a Tokio.
¿Qué ha ocurrido? — preguntó al fin Aoko, exteriorizando la duda que aún tenían ella y Kaito.
Estaban a punto de encontraros, si es que no lo habían hecho ya — contestó Saguru suspirando aliviado al haber llegado a tiempo — Mientras estabais escondidos, Akako, Jii y yo ideamos algo para desviar la atención, para evitar que os buscaran en otro lugar que no fuera Tokio. Pero, como siempre, sus habilidades desconciertan.
¿Cómo lo supisteis? — preguntó Kaito extrañado.
Akako — respondió con simpleza el detective, consiguiendo una mirada extrañada de Aoko y una comprensiva de Kaito — Nakamori, hay muchas cosas que no sabes de mi esposa. Pero te puedo asegurar que ella es la mejor fuente de información que podrías encontrar. No hay nada que no sepa.
Aoko asintió no muy segura.
— Saguru dice la verdad, Aoko. Akako tiene algo que la hace diferente al resto. Puede saber todo sin necesidad de que nadie se lo cuente – añadió Kaito mirando su incredulidad — No es algo que se pueda explicar con la ciencia, pero te aseguro que es fiable. No es la primera vez que me advierte de un peligro. La última vez que no le hice caso acabé con una bala en el brazo, desde entonces confío en ella y he sido testigo de que, si no hubiese hecho caso a sus indicaciones, seguramente ya estaría muerto.
Aoko lo escuchó asombrada. Ella no creía en esas cosas, pero las palabras de Kaito y la seguridad que emanaba le hacia replantearse todo eso. Quizás, y solo quizás, podría llegar a creer algo tan fantástico. De momento, fuera o no gracias a Akako, solo se alegraba de que el mago hubiese salvado su vida en tantas encrucijadas.
— Cambiando de tema, ¿qué haremos ahora? — inquirió la mujer mirando de nuevo al castaño – Si nos iban a encontrar en este lugar, no quiero pensar lo que pasará en cuento pisemos Tokio.
— De todas maneras, la semana que viene tendríais que aparecer. Kaito tiene esa dichosa fiesta a la que está obligado a asistir — recordó, miró por el retrovisor y vio la cara de sorpresa del ilusionista — No me digas que lo habías olvidado.
Sonrió con culpa — Mientras he estado aquí en lo último en que he pensado ha sido mi agenda — comentó divertido, mirando de soslayo a su compañera que había sido la que había ocupado gran parte de sus pensamientos.
— ¿Me puedes explicar como demonios no has muerto aún? — preguntó con sorna el detective.
— Yo diría que todo a sido cuestión de suerte — articuló, después miró a Aoko — Y también por algo de ayuda.
Aoko suspiró, después sonrió. Sin duda su protegido era un caso perdido.
— Por el momento no os preocupéis. Os puedo asegurar que nada os pasará. Quizás os vendría bien dormir algo. Es de noche y queda mucho para que lleguemos. Descansad, necesitaréis hacerlo para usar bien la cabeza.
A pesar de esas palabras, ninguno tenía la intención de dormirse. Los últimos sucesos aún estaban grabados a fuego en sus memorias. Pero el sueño suele acabar haciendo efecto, y Kaito cayó el primero en los brazos de Morfeo.
El silencio reinaba en el coche. Aoko observaba a Kaito. El mago se había quedado dormido en una postura que sin duda lo haría despertar con el cuello adolorido. El detective miraba por el retrovisor en ocasiones. Una sonrisa se pintó en su rostro al notar ese gesto.
— Deberías recostarlo, no quiero escucharlo mañana culpándome de sus dolores — la animó el detective, sabiendo que ella no se movería sin que se lo dijera.
Lo recostó entonces sobre sus piernas y recordó la escena similar que habían vivido meses atrás, cuando iban camino al hospital. Sonrió nostálgica, las cosas habían cambiado tanto en ese tiempo.
— Aoko Nakamori — habló entonces el detective, ya seguro de que el mago dormía plácidamente — No es la primera vez que nos vemos. Te recuerdo perfectamente, aunque Kaito parece no haber notado quién eres.
— Te agradezco que disimularas antes — agradeció mientras una de sus manos acariciaba el cabello del mago inconscientemente — Kaito no lo sabe aún.
— ¿Se lo dirás algún día? Créeme que cuanto más tardes, más difícil será arreglar el daño.
— Lo sé, pero… — dijo mirando su rostro dormido — No quiero que sea más perseguido de lo que ya es.
— Siendo quién es, eso es difícil — le recordó, viendo como una sonrisa triste se formaba en su boca.
— Sé que lo buscan, pero te puedo asegurar que preferirían matarme a mí que a él. Sé demasiado, tanto yo como mi padre. Por eso a él lo intentaron quitar del medio, pero no lo lograron por poco, pero está demasiado grave. Mientras que yo sigo siendo un completo peligro para ellos. Si le cuento a Kaito algo, sé que querrá saber más para ayudarme, pero no puedo permitirlo. No me perdonaría que le hicieran algo por mí, no podría cargar con más gente que quiero desapareciendo de mi vida — confesó, mientras una lágrima amenazaba por caer, pero la eliminó antes de que pudiera hacerlo.
— Lo entiendo, y te creo. Sé que en cierto modo tienes razón. Pero, ¿y si ellos creen que ya has hablado? Kaito estaría más seguro sabiendo todo esto al menos.
— Saben que no he hablado. Si lo hubiese hecho, hubieran empezado a caer. Kaito tiene la llave para eso, pero a cambio, tendría que dar su vida. Sé que es lo bastante idiota para hacerlo, por eso no digo nada. Y, si le dijera esto que te estoy contando a ti, empezaría a hacer averiguaciones que al final le revelarían todo esto.
— Sin duda, conoces ya bien a ese mago de cuarta — suspiró el castaño.
— Más de lo que debería — sonrió algo triste.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? — inquirió, viéndola asentir — ¿Acaso te estás enamorando de él?
Era lo último que se esperaba. ¿Acaso era tan obvia? — ¿Por qué preguntas eso? — cuestionó intentando mantenerse serena.
— Porque se os nota en la cara…a ambos — añadió sonriente. Miró la reacción de la muchacha, y aunque era difícil, pudo distinguir un leve tinte rojo en sus mejillas — Digamos que soy un romántico, y conozco el amor, por tanto, soy capaz de reconocerlo.
— Pues siento decirte que te equivocas — mintió — Solo somos compañeros de trabajo.
— Te daré un consejo — habló, ignorando deliberadamente sus palabras — Deja de negarte algo que en el fondo ya sabes, porque todo el que os vea será consciente de lo que pasa entre vosotros, por mucho que tú o él lo queráis negar. Ahora será mejor que duermas, ya mañana hablaremos más detenidamente — aconsejó volviendo a centrar su completa atención en la carretera.
Creía que Aoko diría algo más, pero no. Calló y al rato, pudo ver que también se había dormido. Observó la escena y sonrió, le hubiese gustado inmortalizar aquel momento, pero no podía. Sin duda, hubiese sido un gran recuerdo de cara al futuro.
En Tokio, la noche estaba siendo larga. Dentro del Blue Parrot continuaba la actividad. Jii y Akako no eran capaces de dormir. Necesitaban saber que había ocurrido, pero por seguridad, Saguru no había llevado nada para contactarse.
— Seguro que están bien señorita Akako, el joven Hakuba sabe lo que hace — intentó relajarla el anciano, poniéndole el tercer vaso de tila por delante.
— Lo sé Jii, pero no puedo evitar estar preocupada. Mi marido, mi mejor amigo y la futura novia de mi mejor amigo están quién sabe dónde y quién sabe cómo — pensó, pero prefirió no decir nada, no quería preocupar más a Jii. No se lo merecía — Lo sé Jii, y creo en él. Sé que puede hacerlo — intentó ser positiva, para después tomarse el líquido de golpe.
El silencio reinó durante algunos minutos. Ninguno era capaz de hablar, pues sus pensamientos estaban en las personas ausentes, pero preferían no exteriorizarlos para no preocupar al contrario. Al final, fue Jii el que se decidió a hablar.
¿Tiene ya nombre para el bebé? — inquirió cuando al fin encontró un tema más alegre para hablar. Akako se giró a mirarlo — Son cosas que ya deben ir pensando.
Tranquilo Jii, tengo nombre tanto si llega a ser niño como si fuera niña — informó sonriendo sinceramente por primera vez esa noche — Es más, como tenemos opciones, hemos decidido que, a menos que venga más de uno no sabremos el sexo. Será una sorpresa.
Entonces lo tendremos complicado a la hora de comprar sus regalos — comentó el anciano, divertido por esa idea.
Cuando nazca lo haréis, no os preocupéis. Pero creo firmemente que es lo mejor, es un regalo, da igual lo que sea y bueno, también he decidido que sea así para asegurarme que Saguru no se vaya ningún caso en las semanas cercanas — confesó divertida.
Era cierto. Sabía que su marido seguiría trabajando, y estaba de acuerdo. Pero, aunque él pensara estar los meses restantes junto a ella, algunos de sus compañeros en Londres no estaban por la labor. Por eso decidió eso, así tendría un método de chantaje emocional que funcionaría mejor que la magia. Además, algo le decía que Saguru no debía separarse de ella, era una de esas predicciones, y aunque se la dijera, ese era el mejor método para que funcionara.
— Otra cosa Jii, hablando de mi hijo. ¿Sabe algo de Chikage Kuroba? — preguntó cuando el recuerdo de esa alegre mujer pasó por su mente. Hacia mucho que no sabía de ella.
— Nada señorita. Parece que hubiera desaparecido, y eso me preocupa — admitió el asistente colocándose las gafas.
— Crees que…
— Podría ser – admitió sin necesidad de palabras — Puede que la organización tenga la culpa de ello.
Ambos volvieron a callar. Esa mujer era otra de las muchas piezas de ese juego demasiado peligroso. Ni siquiera Akako podía ver nada, y eso ya de por sí decía mucho. Temía que algo le hubiese pasado a la madre de Kaito. Ella era la única familia que le quedaba, y, aunque hubiese vivido lejos por muchos años, no dejaba de quererla. Ella lo sabía.
Algo le decía que Chikage estaba viva, pero también, que la organización tenía algo que ver en aquella desaparición. Suspiró cansada de tantos pensamientos. Miró el reloj, sonrió por instinto. Era la llamada hora de las brujas. Aún quedaba para que amaneciera, y también para poder volver a abrazar a aquellos que tanto extrañaba.
El tiempo se acababa. Cada vez estaban más cerca del final, y aunque ella creía entrever el desenlace, el sabor amargo no se iba. Aunque todo fuera bien, nada le aseguraba un buen final.
