Hola a todos, otro año más a pasado y este fic vuelve a cumplir años. Siento la tardanza, pero entre una cosa y otra no he podido escribir mucho, y cuando lo hacía, no me gustaba como iba esto. He borrado y cambiado mil cosas una y otra vez, pero en estas fechas, siempre me gusta subir algo. Este fic sigue adelante y agradezco a todos lo que lo siguen siguiendo a día de hoy. A ver si voy acabándolo, que ya son muchos años.
Espero que os guste. Ya empieza el final. Casi acabamos.
Dislaimer: Ninguno de los personajes de MK/DC me pertenecen, yo solo sigo los guiones de mi cabeza, creando escenarios en este caso AU para mi adorada OTP.
Capítulo 14 — Preludio
Sus ojos amenazaban reiteradamente por cerrarse. Llevaba horas sin moverse de ese lugar, y su cuerpo imploraba un descanso que ella no iba a permitirle. Ella quería estar ahí, en esa maldita sala de espera hasta que alguien le asegurara que el mago estaba bien, y le permitieran ir a su lado. Pero no, nadie aparecía para sacarla del infierno en el que llevaba horas viviendo. La imagen de Kaito en el suelo con esas grandes manchas de sangre se repetía una y otra vez en su cabeza, recordándole que era ella la que debía de estar en esos momentos jugándose la vida, no él. Las lágrimas volvieron a recorrer su rostro, en ese recorrido ya marcado por muchas anteriores. No podía perderlo. Él debía vivir, ser capaz de ver todo lo que habían logrado y escuchar su contestación. No podía morir. Era ella quien merecía morir.
Al cabo de las horas aparecieron los médicos, pero no para darle la noticia que ella esperaba. Kaito no reaccionaba, con todos los riesgos que eso presentaba. Su mundo se volvía cada vez más negro, solo consiguió salir de esa espiral autodestructiva cuando todos los seres queridos de Kaito se reunieron con ella, dándose ánimos los unos a los otros, creyendo firmemente en el próximo despertar de mago.
Sin embargo, los días comenzaron a pasar, y nada cambiaba. Aoko se negaba a moverse de su lado. Solo podía pedirle que abriera pronto los ojos.
Se sentía pesado, como si miles de elefantes le estuvieran aplastando, a veces, incluso dificultándole la natural tarea de seguir respirando. Intentaba abrir los ojos, pero siempre que se acercaba a ese objetivo, un fuerte dolor aparecía, y, milagrosamente, volvía a perder la conciencia al completo.
No supo cuánto tiempo pasó, hasta que un día, por fin, fue capaz de volver a ver la luz. Sus ojos se abrieron despacio, cegándose con la fuerte luz del sol. Parpadeó reiteradas veces, intentando ubicarse. Su mirada, paseó por la habitación, luchando para que sus pestañas no volvieran a cerrarse. No era la primera vez que estaba en ese lugar, aunque tardó tiempo en notar que estaba en una habitación de hospital.
—¿Kaito? — una suave voz rompió su análisis, haciéndole girar la cabeza hacia la puerta, dónde esa mujer, de ojos azules que tanto lo torturaba, se encontraba cargando un vaso entre sus manos temblorosas, con los ojos de par en par — Has despertado…
Fue entonces, cuándo el mago recordó todo lo sucedido recientemente. Se fijó en la mujer, su rostro tenía marcas de lágrimas, su cabello estaba enmarañado y sus ropas no eran la misma de la fiesta. Pero, aun así, la seguía viendo hermosa.
Sonrió con esfuerzo — ¿Enserio creías que iba a morir tan fácilmente? — bromeó, notando como cada palabra le quemaba la garganta.
Al pronunciar esas palabras, vio como las lágrimas volvían a caer por el rostro de la castaña, que, no tardó en correr hacia él, abrazándose a su cuerpo mientras se desahogaba. Él solo la sostuvo entre sus brazos mientras ella soltaba toda esa agonía que la había consumido. Se dedicó a acariciar su cabello, mientras decía palabras tranquilizadoras, en búsqueda de detener ese llanto que tanto le dolía. Parecía mentira que las lágrimas de esa mujer fueran capaces de dañarlo más que el dolor que aún sentía en su cuerpo.
— Creí que te perdía — articuló la mujer entre hipos, agarrándose a su pecho con fuerza, cómo si creyera que pronto se desvanecería entre sus dedos — Tenía tanto miedo — susurró, con un ligero temblor recorriendo su cuerpo.
— Pero aquí estoy, todo ha ido bien — murmuró en tono conciliador, disfrutando de esa cercanía y, especialmente, de que ella estuviera bien. Había sido capaz de cumplir lo que le dijo a Akako. La había salvado.
Ella no le contestó a eso, solo se mantuvo allí, en sus brazos, recibiendo sus caricias, autoconvenciéndose de que no era ningún sueño. Kaito estaba vivo, abrazándola con cariño. Por el momento, eso era suficiente.
Se mantuvieron así durante varios minutos. Ninguno quería separarse. Estaban felices en los brazos contrarios. Sin embargo, la burbuja se rompió cuando el personal del hospital apareció en la habitación. Kaito había despertado, y era hora de asegurarse de que todo estaba bien. Así que, no sin quejas por parte del mago, se despidieron por el momento. Tiempo que Aoko aprovechó para avisar a todos de la buena noticia.
Por suerte, cuando Kaito volvió fue con un aparente buen estado de salud. Ambos querrían disfrutar de la compañía ajena, sin embargo, pronto llegarían todos al hospital, y antes de eso, Kaito debía estar al día de todo.
— Han pasado dos semanas — empezó a relatar la guardaespaldas, tranquilizándolo en cierta medida. Temía haber dormido meses — La herida podría haber sido mortal, pero al parecer la suerte te sonrió y no tocó ningún órgano vital, aunque por los pelos — explicó, siguiendo su relato — A pesar de ello, estuviste crítico varios días. La ambulancia tardó en llegar, y también en sacarte de allí. En cuanto te dispararon la situación se volvió aún más loca...
Kaito cerró los ojos, echando la cabeza hacia atrás. Todo era un caos ante de que le dispararan, no quería pensar en cómo debió ponerse la cosa — Siento haberte dejado en aquel lio — se disculpó, acariciando su pómulo.
— Si no fuera por ti, estaría muerta — expuso, recostándose en su mano, sujetándola con la propia — No tienes nada de qué disculparte, en todo caso, debería darte las gracias, pero, no quiero hacerlo, porque no deseo que vuelvas a ponerte en riesgo por mí — articuló, fijando su mirada en él. Se reflejaba tanto dolor en esos orbes azules — No quiero volver a sentirme así nunca.
— Lo siento, pero no puedo prometerte que, en caso de que vuelvas a estar en peligro, no me meta en medio, aunque acabe muerto — replicó, irguiéndose todo lo que podía — Porque te quiero.
El silencio reinó. Ambos se quedaron en la misma posición, mirándose. Sus cabezas empezaron a acercarse, con la intención clara de fundirse con los labios del otro. Solo había habido un beso, que aún resonaba en sus memorias, y que anhelaban volver a vivir. Sin embargo, Aoko se detuvo antes, girando su rostro. No tenían tiempo para eso, aún había mucho de lo que hablar. Gesto que a Kaito no le gustó lo más mínimo.
— Aparte de ese tema — intentó reconducir el tema, ignorando la cara de pocos amigos del mago — Te tengo una muy buena noticia — avisó, cambiando el semblante del mago. Ella mismo sonrió al recordarlo — La organización está presa.
El rostro del mago se iluminó con esas cuatro palabras. ¿Acaso eso era posible? — ¿Enserio?
— En la fiesta había una gran parte de la plantilla, entre ellos Ares y Snake. El que disparó fue Snake, y tras hacerlo fue imposible que escapara. Ares sí que huyó, pero las cámaras lo captaron, más específicamente, Akako y Hakuba, que tenían las grabaciones completas. No esperaban que al permitirles seguir viendo la imagen de la sala estarían firmando su sentencia. Intentaron jugárnosla de ese modo, pero al final su extrema confianza los ha llevado a la perdición. Ahora mismo están en comisaria, a cargo de Shinichi Kudo y de Hakuba, así como también lo están Aoi y Aki, ambos por intento de homicidio — explicó sonriente.
—¿Aoi también? ¿También le grabaron? — inquirió.
— No solo eso, también se ha confirmado su culpabilidad en los dos intentos de asesinato en tu casa, aunque para ambos se unió con Aki, que era la que tenía la información de todo debido a Fumie — explica algo apagada al nombrar a la última mujer.
—¿Cómo está Fumie? — interrogó bastante preocupado. No dudaba de su inocencia, y solo sentía pena por lo que debía de estar sufriendo esa pobre mujer.
— Ese es otro tema bastante largo — avisó la mujer — Fumie fue la que nos ayudó a saber que Aki estaba detrás de tuya, así como también descubrió que tenía a Chikage secuestrada, y la salvó en cuanto tuvo la oportunidad. Se mantuvo alejada de nosotros para que Aki no sospechara que podría jugársela — reveló, dejando anonadado a Kaito — Ella es la persona que llegó al bar junto a tu madre Kaito. Y, desde que te dispararon no es capaz de estar tranquila. Se culpa a sí misma de los actos de Aki y no hemos sido capaces de consolarla. Por su parte Aki será ingresada en un psiquiátrico después de un exhaustivo examen.
— Parece que tendré que hablar seriamente con ella sobre eso — comentó con una sonrisa amable en el rostro.
— Eso será dentro de poco. Todos están de camino — articuló Aoko, imitando su gesto.
— Al parecer, todo ha acabado, ¿no? — cuestionó el ilusionista, mirándola directamente a los ojos.
Aoko calló. Pensó en todo lo ocurrido esos meses. Ese día, casi todos sus problemas tenían una solución. Con el despertar de Kaito, todo parecía ir bien. Su padre también parecía ir progresando según los informes que recibía a diario. Solo faltaba una cuestión que resolver, y era decirle toda la verdad al hombre que estaba frente a ella, para después aceptar su juicio. Iba a responderle cuando unos toques en la puerta anularon la posibilidad. Se miraron, sabiendo que esa conversación se posponía., a la vez que la puerta se abría, dejando ver a tres mujeres y dos hombres. Kaito miró sus rostros.
La primera mujer, de cabellos violetas, no tardó en lanzarse a los brazos del mago, llorando cómo nunca la había visto. Él se abrazó a su madre, dichoso de volver a verla sana y salva, cuando tiempo atrás había temido por su integridad.
— Todo está bien, no llores, mamá — susurró, observando a todos los que habían entrado en aquella habitación.
Saguru estaba junto a Jii, que se secaba las lágrimas con un pañuelo, mientras el detective lo animaba; a su lado, Akako estaba junto a Fumie, aunque esta última ni siquiera los miraba. Aoko por su parte, se había alejado, colocándose junto a la puerta, con una expresión bastante seria.
—¿Qué todo está bien? ¡Casi te matan! — exclamó alarmista, haciéndolo suspirar — ¿¡Qué hubiera pasado si te hubiera dado en un órgano importante!?
— No ha pasado. Eso es lo que importa — la intentó relajar el mago. Eran pocas las veces en que su madre había perdido su tranquilidad, eso demostraba lo preocupada que había estado. Su mirada se centró entonces en Fumie. — Fumie, gracias por ayudar a mi madre.
La sala quedó en silencio, y Fumie al fin le devolvió la mirada. Sus ojos guardaban grandes ojeras y bolsas, y una pena infinita.
— Lo siento tanto, Kaito — habló de pronto la mujer, conteniendo las ganas de llorar — Por mi culpa, ella…
— Fumie, acércate — pidió el mago interrumpiéndola, haciéndole un hueco a su lado. Se sentó allí — Lo que ha pasado, no es culpa tuya. Tú no tuviste nada que ver — aseguró, tomando sus manos con cariño — Así que no te martirices.
— Pero…
— No hay peros — la cortó con voz suave, acogiendo sus manos entre las suyas — Sé todo lo que hiciste por mí. Sin ti no estaría aquí ahora. Siempre te he considerado de la familia, Fumie, y por ello no quiero verte así. Sabes que te quiero, y que estoy aquí para lo que necesites, sea lo que sea.
Kaito no dijo nada más. No lo veía oportuno, solo rodeó con un brazo a aquella mujer. Allí, reunidos en aquella habitación de hospital, estaban las personas más importantes para él, y no podía sentirse más feliz de que todo pareciera haber acabado.
Las horas pasaron, allí, en la agradable compañía de sus seres queridos. La felicidad inundaba la sala, pero con el transcurso del tiempo, llegó la hora de que todos se marcharan a sus casas, al haber acabado el horario de visitas. Todos, salvo ella, que después de mucho debatir con Chikage y Jii, sería la que se quedaría con él de nuevo. Kaito tuvo que ocultar la sonrisa cuando lo escuchó.
— Mañana, te pongas como te pongas, irás a casa y descansarás — le decía su madre, mientras recogía sus cosas para marcharse con Jii.
— Si todo va bien, quizás le den el alta antes. El médico me comentó antes que le repetirán las pruebas mañana por la mañana, y, si todo sale como esperamos, por la tarde podrá irse a casa — sonrió feliz, mientras acompañaba y seguía su conversación con Chikage, aunque Kaito ya desconectó.
A su mente volvió a acudir la imagen de aquel médico que le atendió la última vez que estuvo allí. Las emociones de aquel entonces volvieron a acudir, pero ahora si era capaz de llamarlas por su nombre. Aun así, no dijo nada. Confiaba en Aoko, más después de que en su día hablaran de ese tema.
— Ha sido un día largo — dijo Aoko, sentándose a su lado, sacándolo de sus pensamientos. Al mirarla, vio que se había medio recostado a su lado, quedando sus miradas a la misma altura — Estoy agotada.
— Deberías haber hecho caso a mi madre. Según sé, llevas varias noches haciendo la guardia. No quiero que te pongas mala por mi culpa — expresó acariciando su mejilla, haciéndola sonreír.
— Tranquilo, sé cuidarme. Además, no hubiera sido capaz de descansar si me hubiera ido — expresó, con su mirada fija en sus ojos — No hubiera podido dejar de pensar en ti.
Kaito la miró afable. Pensaba en qué responder, cuando unos toques en la puerta lo detuvieron. Miró hacia la entrada — Adelante — entonó lo suficientemente alto para ser escuchado, a la vez que la guardaespaldas y él mismo se reincorporaban levemente.
Por la puerta, entró el hombre que ya en el pasado estuvo a su cargo, y que, además, parecía tener muy buena relación con Aoko. La sonrisa estaba pintada en su cara mientras sus ojos marrones observaban con disimulo a la castaña, algo que lo molestó, aun recordando las palabras de Aoko sobre él y la discusión que provocó ese tema.
— Buenas noches, Kuroba. ¿Cómo te encuentras? — preguntó observando su portapapeles.
— Bastante bien, la verdad — contestó con su habitual cara de póquer, fijando su mirada en aquel hombre de cabello oscuro.
— La verdad es que es increíble. Has tenido suerte, Kuroba. Desde que superaste el estado crítico has ido mejorando, a tal punto de que es probable que mañana te demos el alta — explicó terminando de revisar los papeles — Eso sí, tendrás que venir a revisión, por lo menos, hasta que sepamos que tu herida ha cicatrizado adecuadamente — advirtió, dejando de lado ya el portapapeles.
— Por supuesto — afirmó sin dudarlo, esperando que después de eso se fuera, pero no fue así — ¿Algo más? — inquirió de la manera más inocente que podía.
— Me gustaría hablar un momento contigo, Aoko — expresó, haciendo que las sospechas del castaño se confirmaran.
— Lo siento, pero ahora mismo no es bueno momento — contestó la mujer con toda la cortesía posible — Estoy aquí para cuidar a Kaito, y no creo que sea adecuado irme.
El mago, aguantaba la sonrisa que le había provocado esa contestación. Aoko acababa de rechazar salir a hablar con el doctor por él. En su interior daba saltos de alegría por ese hecho. Era la cosa más infantil del mundo, pero le encantaba que Aoko hubiera priorizado el estar con él sobre el hombre de pelo oscuro y ojos marrones.
— Tienes razón, disculpa. Si te parece bien, hablaremos mañana mientras le hacen las pruebas — propuso de nuevo, volviendo a hacer saltar las alarmas en Kaito, que miraba a la guardaespaldas, expectante.
— De acuerdo — aceptó, anulando el buen humor del mago.
Tras ello, el médico se despidió, dejándolos de nuevo solos. Kaito quería decir mil cosas, pero se contuvo. Creía en ella, y eso debía bastar, pero el no saber sus sentimientos le creaba mil dudas, a pesar de que ya había indicios de que podría ser correspondido.
— Espero que no estés montándote películas sin sentido en esa cabecita tuya — comentó la guardaespaldas tras un rato en silencio.
— No sé de qué estás hablando — mintió el mago mirando hacia otro lado.
— Y se supone que debo de creérmelo — rio la joven, obligándolo a mirarla de nuevo. Sus emociones estaban cubiertas con su característica cara de póquer, pero a esas alturas lo conocía lo suficiente para imaginarse el rumbo de sus pensamientos, y más aun conociendo los celos que en su día presentó hacia su tío. Y es que, debía reconocer que sin saber ese dato y visto desde fuera, podrían interpretarse mil cosas — Como te dije en su día, la relación entre él y yo no es la que imaginas — explicó, ya era hora de ir soltando verdades. El peligro había pasado y debía de cumplir su promesa.
—¿Y por qué no me dices cuál es esa relación? — interrogó frunciendo el ceño.
Ella sonrió levemente — Es mi tío — respondió simplemente. Kaito abrió la boca por la sorpresa — Somos familia, por eso nos llamamos por nuestros nombres. Tenemos que hablar sobre unos temas familiares, eso es todo.
—¿Cuándo pensabas decírmelo? — inquirió reincorporándose — Habríamos ahorrado muchos malentendidos.
— En primer lugar, no te lo dije por tu reacción aquel día — respondió tranquilamente — Y, en segundo lugar, porque decírtelo implicaba hacerte conocedor de parte de mi vida, y no podía dejar que supieras nada sobre mí, al menos en aquel momento — explicó de manera relajada, aunque su corazón estuviera latiendo a un ritmo desenfrenado, debido a los nervios que le suponía estar diciendo verdades.
— Y ahora, ¿podrás decirme todo lo que ocultas? Aquel día...Me dijiste que cuando fuera posible me lo dirías. ¿Ha llegado ya ese momento? — inquirió ilusionado.
— En cuanto salgamos del hospital tendremos una larga conversación — aseguró sonriente. Se acercó a su rostro y depositó un beso en la frente — En ese momento también te contestaré a la pregunta que me hiciste en la fiesta y decidirás si realmente quieres que siga en tu vida.
Kaito iba a replicar, diciéndole que, por supuesto que la quería en su vida, pero ella con un gesto lo hizo callar. No hablarían más de ese tema, quedaba pendiente para el día siguiente. No tardaron mucho en dormirse. El día había sido largo y lleno de emociones, y, sin separarse mucho, se quedaron durmiendo ambos en la camilla con las manos entrelazadas.
La mañana siguiente, tal y como estaba programado, se llevaron a Kaito temprano para realizarle las pruebas pertinentes para determinar si era posible darle el alta. Kaito aseguraba que más allá de no poder mover el brazo derecho, todo parecía estar bien, y con esa afirmación salió de la habitación.
Era entonces el momento de la reunión que quedó prevista el día anterior. Aoko, con paso seguro, se dirigió hacia dónde sabía que estaba el despacho de su tío, que la esperaba ansioso. Solo se habían comunicado por mensajes en los últimos meses, y tenían muchos temas que tratar, aunque ahora, con la tranquilidad de saber que Ginzo estaba en las mejores manos posibles.
— ¿Ya le están haciendo las pruebas a Kuroba? — inquirió al verla entrar. Ella asintió — Parece que la relación entre ambos ha mejorado bastante desde que lo conocí.
— No estamos aquí para hablar de eso — le recordó, sentándose en uno de los asientos — Sino de mi padre.
— Así es — afirmó, recostándose en el respaldo con las manos entrelazadas — Todo parece ir a mejor, sin embargo, no saben si llegará a despertar. Estaba demasiado dañado y los meses que pasó aquí fue tiempo perdido. Sin embargo, si es capaz de despertar, será allí.
— Seguro que lo hará — aseguró la mujer. Su padre era fuerte, si había resistido a la organización, resistiría eso — ¿Irás con él?
— La duda ofende — sonrió — Mi hermana no me perdonaría jamás que no lo ayudara. Cuando la viera de nuevo no me hablaría. Además, se lo merece. He pedido el traslado y me lo han concedido. Me voy en tres días — relató mirándola fijamente — ¿Qué harás tú?
Aoko se paró a pensarlo. Hace algún tiempo, hubiera tenido la respuesta clara. Ahora, las cosas habían cambiado. Aun así, sabía lo que debía hacer, aunque le doliera.
— Iré allí, aunque no sé cuándo ni por cuánto tiempo — respondió — Antes de ir debo solucionar ciertos asuntos aquí y dependiendo de cómo ocurra, estaré allí más o menos tiempo, aunque, si vuelvo, iré con frecuencia. No podría estar mucho tiempo sin verle. Además, si tú estás allí, sé que no tengo de qué preocuparme — articuló con seguridad.
— Esos asuntos tienen que ver con ese chico, ¿cierto?
— Algunos sí — corroboró, sin embargo, no todos eran relacionados con Kaito. Debía asegurarse de que la organización no tenía posibilidad de movimiento, así como también pagar su deuda con Akako y en cierta medida con Ran. Aunque sí que era cierto que el eje principal de todos los asuntos era Kaito por un motivo u otro — Es hora de ir diciendo la verdad. Ahora el riesgo ya es prácticamente nulo, y he mentido demasiado para conseguir sobrevivir y sacar a papá de esto. Se merece saber la verdad.
— Estoy de acuerdo contigo, sobrina. Espero que todo salga bien, aunque, si es cómo a mí me ha dado la impresión que es, saldrá bien. Se nota que le importas mucho.
Aoko sonrió ante esas palabras, recordando también las declaraciones del mago. Tenía que ser positiva. Todo saldría bien.
Con un abrazo se despidieron, prometiendo seguir en contacto y verse lo antes posible.
Aoko volvió al cuarto asignado al mago con una sonrisa, y poco después apareció su dolor de cabeza favorito, que la miró con duda.
— ¿Ha ido todo bien? — cuestionó mirándola, aunque su sonrisa era un buen augurio.
— Sí, todo va perfecto. Y si te dan el alta, ya sería estupendo — aseguró sentándose a su lado, una vez que las enfermeras se fueron.
El ilusionista solo sonrió. Horas después le daban el alta, recordándole las citas de control que tendría en las próximas semanas y que tuviera cuidado con el brazo derecho, que llevaba en cabestrillo. Por fin, salían de aquel hospital, con unas maravillosas perspectivas de futuro en sus cabezas.
El viaje a la residencia del mago ocurrió entre risas y chistes. Parecía mentira el tiempo que había transcurrido desde la última vez que estuvieron allí. Aoko conducía uno de los autos de Kaito, que no tardó en aparcar en el interior de su enorme cochera, para después ayudarlo a bajar las cosas, pues, la falta de uno de sus brazos en funcionamiento le limitaba mucho, algo de lo que él no dejaba de quejarse.
— Deberías dejar de quejarte como un niño pequeño. Agradece que nos vas a tener pendientes de ti todo el día — le dijo la guardaespaldas, que portaba un macuto en su hombro.
— Si eres tú la que vas a estar pendiente, quizás no sea tan malo — manifestó Kaito con una sonrisa divertida.
— Idiota — murmuró la mujer, sonrojándose imperceptiblemente para el mago.
Ambos anduvieron hacia la puerta que daba al salón. Al abrirla se encontraron a oscuras, hasta que de pronto mil luces y papelillos de diversos colores los sorprendieron. En el interior, todos los que el día anterior habían acudido al hospital, estaban allí, para sorprender al mago y darle la bienvenida a su casa. Kaito miró a su compañera, que solo se encogió de hombros.
El mago fue recibido con mil abrazos y palabras de afecto, alejándolo de la guardaespaldas, que aprovechó el momento para ir a soltar la bolsa que cargaba al cuarto del hombre, avisando con un ademán a Akako, que era la única que en ese momento la observaba.
Subió las escaleras, dirigiéndose a aquella estancia que solo pisó el primer día de trabajo, cuando revisó la seguridad de aquella casa. Entró sintiéndose extraña, pues, aunque la conocía, no era capaz de sentir la comodidad que sintió en la casa del bosque, de donde guardaba muchos y agradables recuerdos. Dejó el macuto en una de las sillas, y se sentó sobre la cama. Parecía que de nuevo iba a librarse de decir la verdad ese día. En el fondo, aunque era positiva al respecto, temía la reacción del ilusionista. Se tumbó, sin duda, esos días estaban siendo estresantes a nivel mental. Desde la fiesta su cabeza no había podido parar. El estado de Kaito, los arrestos, el descubrimiento de los corruptos en los cuerpos de seguridad, el estado de Fumie, su padre...Eran demasiados problemas en pocos días, aunque por suerte, todo parecía haber salido bien.
Justo cuando pensaba bajar para celebrar con todos, la vibración de su móvil la distrajo. No hacía mucho tiempo desde que recuperó uno. Era necesario para su comunicación con algunas personas, tales como su tío o Ran. Apenas había por ello contactos en su agenda. Abrió el móvil, y vio que la emisora era Ran. Abrió el chat, para ver una fotografía, los ojos se le abrieron al ver su contenido, para después leer que la mujer le pedía que la llamara cuanto antes, algo que no tardó en hacer.
El escenario que se pintaba tan perfecto empezaba a derrumbarse.
Kaito estaba abajo con sus seres queridos, sin embargo, llevaba un buen rato observando que la guardaespaldas no volvía del piso superior. Los minutos pasaban, y estaba decidido a subir a buscarla cuando apareció, aunque su rostro no le daba buena espina, sin embargo, lo cambió con prontitud, relacionándose con todos los presentes en la sala, salvo con él. En un principio, pensó que podría ser una coincidencia, pero, cuando todos se fueron y quiso hablar con ella, lo evitó, demostrando que realmente la guardaespaldas huía de él. Decidió no presionarla, creyendo que el día siguiente las cosas estarían mejor, pero en su interior, algo le a advertía que no todo había acabado.
La noche había pasado, y ella no había logrado dormir absolutamente nada. Era media mañana, pero no quería salir de la cama. La conversación que había mantenido con Ran el día anterior aún resonaba en su cabeza. Ares no estaba completamente anulado, y no había dudado en amenazarla a través de del propio Shinichi Kudo, que se había puesto al frente del caso. Ares se sentía invulnerable, creía que era cuestión de días que saliera de la cárcel, y por desgracia, Shinichi lo veía en cierta medida posible debido a los contactos que Ares tenía. Ran le había avisado, pidiéndole que fuera con cuidado, además, le había advertido de una amenaza directa a todos los que la rodearan cuando fuera a por ella. Lo que en ese momento apuntaba directamente hacia Kaito.
Sin duda, era el mejor momento para irse a América, lejos del alcance de ese hombre y sus esbirros si es que lograban ser puestos en libertad. Pensó en Kaito, en todo lo que había planeado decirle y que debía quedar solo en ella. No podía ponerlo más en riesgo. Aún no sabía nada, por lo que era mejor mantenerlo así, para evitar que fueran tras él. Le quemaba el pensar en no volver a verlo, el no poder intentar vivir con él esa vida que ya había imaginado mil veces, pero su seguridad siempre sería lo primordial para ella.
Se levantó dolida, y dispuesta a marcharse de allí tras hablar con el mago. No podía solo desaparecer, pues sabía que él no lo aceptaría.
Bajó las escaleras tras asearse, sintiendo como cada paso le pesaba más en el pecho. Buscó a Kaito, encontrándolo finalmente en su oficina, mirando unos papeles. Se quedó en la puerta, observándolo sin que él la notara. Lo detalló con la mirada, guardando cada detalle en su memoria. El día anterior, no había sido capaz de hablar con él, pues no sabía lo que haría y no quería cometer ningún error.
Él tardó unos minutos en notar su presencia, fijando apenas unos segundos sus ojos en ella, para después volver a sus papeles.
— ¿Me dirigirás hoy la palabra o seguirás evitándome como ayer? — inquirió con cierta ironía.
— Lo siento, no tuve un buen día después de volver, y no quería pagarlo contigo — mintió. No podía decirle la verdad. Tragó saliva, preparándose para lo que iba a decir a continuación — Tengo que comentarte algo.
El mago la miró, indicándole con un ademán que se sentara, suavizando su semblante. No podía estar enfadado con ella. Creyó que hablarían sobre ellos, pero su mirada esquiva le hizo suponer lo peor — Tú dirás.
— Me voy — informó, aun evitando su mirada — Todo esto ha acabado, así que será mejor que me marche ya. Tú estás a salvo y tu vida volverá a ser normal.
El mago se quedó helado. ¿Qué demonios había pasado el día anterior para ese cambio? Se mordió los labios — ¿He hecho algo que te haya enfadado? — inquirió confuso.
— No, para nada. Solo quiero irme — respondió, intentado contener las ganas de decirle que todo era una mentira.
— No te creo — replicó con rabia. Algo pasaba, pero, ¿cómo hacerla hablar? Chasqueó la lengua — Pero está bien, si tanto te incomoda mi presencia será mejor así — aceptó, queriendo probarla. Abrió uno de sus cajones ante su silencio, sacando su chequera, extendiéndole la cantidad acordaba desde un principio — Aquí tienes tus honorarios. Con esto, nuestra relación laboral queda finalizada.
Aoko miró el dinero, aún sin mirarlo a él. Era muchísimo dinero, más que el que necesitaba. Cogerlo era resolver toda su vida, pero no podía cogerlo — Puedes quedártelo, no lo merezco — aseguró levantándose dispuesta irse. Kaito la miraba imperturbable — El pacto fue que no te hirieran, y no solo te han herido de gravedad, sino que fue por protegerme a mí. Por ello, ese dinero no me pertenece. Ahora, creo que será mejor que me vaya.
Aoko se dio la vuelta, dispuesta a coger su maleta y marcharse. Kaito miraba su espalda, como se marchaba. Estaba loca si creía que la iba a dejar irse así, sin explicaciones y sabiendo que algo le preocupaba, razón de su cambio de actitud.
—¿No vas a mirarme ni siquiera una vez a los ojos? — inquirió, levantándose él también de su sitio, mientras ella detenía su paso, cerrando los ojos con pesar — Siempre haces eso cuando sabes que estás mintiendo y, al mirar a los ojos de la otra persona, te descubrirán — comentó, colocándose frente a ella — ¿Tan difícil es decirme la verdad?
Aoko sonrió. Que ironía. Ojalá fuera posible decirla. Pero no contestó.
El mago la tomo del mentón, obligándola a cruzar miradas. Sus ojos tenían signos evidentes de cansancio, así como también de haber llorado no hace mucho. Acercó sus labios a esos ojos, besando sus párpados con cariño — No me gusta verte así — confesó con voz suave. La guardaespaldas se mantenía quieta, con los puños apretados intentando resistir. Debía marcharse, pero a esas alturas toda mentira sería descubierta — Aoko, no sé qué es lo que te preocupa, pero sea lo que sea, déjame ayudarte. Hemos logrado mucho juntos, ¿por qué no confías en mí para ayudarte? — inquirió, siguiendo con sus besos en diferentes puntos de su rostro, al no recibir oposición.
— Por favor, déjame irme ahora. No debo seguir aquí, solo te traeré problemas, por favor, no me hagas llevar más peso en mi conciencia — pidió con sus últimas fuerzas y resistencia ante el mago. Su voz dulce y sus caricias la hacían perder la razón. Ese hombre, a día de hoy, era capaz de anular su buen juicio.
Si te vas, deberás cargar en tu conciencia con mi corazón roto — dijo, llevando su mano a su pecho. Ella cruzó miradas de forma voluntaria por primera vez ese día — Si te quedas es por mi deseo. Lo que ocurra será porque yo así lo he querido.
No sabes a lo que te arriesgas — le aseguró, viendo como los labios del mago estaban cerca de los suyos, hipnotizándola.
Sé a lo que me arriesgo si te vas, y ese escenario es el que más miedo me da — aseveró, mirando también los de ella, deseoso de tomarlos — El día de la fiesta, no temía a nada ni nadie, ni siquiera el hecho de morir me importaba del todo. Lo único que me atemorizaba era perderte, Aoko — aseguró con el corazón en el puño — Te necesito.
Esa confesión rompió del todo la poca resistencia que le quedaba a la mujer, que, con lágrimas en los ojos terminó las distancias con el mago, juntando sus labios en un beso, el segundo para ellos, aunque completamente diferente al anterior. Ese era un beso largo y pasional, que consiguió alejar todos los pensamientos que torturaban a la joven. Era peligroso, pero la voluntad para alejarse ya era nula, solo quería seguir en los brazos del ilusionista y dejarse llevar por él. Lo amaba.
