La suave brisa se rompía en contacto con su rostro, mientras en cada aleteo de su temible sapuri, surcaba los claros cielos, que lo adentraban con ímpetu en los territorios protegidos por el Santuario.
Sus ojos podían ver sin dificultad las imponentes masas de roca, que intentaban ocultar las entradas próximas a los templos de los caballeros dorados. Su cuerpo sentía la presencia de lo que por un largo tiempo, su insaciable ira buscaba destruir con ansias.
Cerca de su destino, fue descendiendo lentamente, hasta que sus pies quedaron sobre una roca cercana, observaba las cercanas y solitarias rocas, analizando cada detalle de la superficie desolada. Un retumbante estallido en las cercanías, se escuchó estremeciendo el suelo. La suave brisa se reemplazó bruscamente por una ventisca iracunda, acompañada de una cantidad considerable de polvo y pequeñas rocas que salían disparadas en su dirección; obligándolo a alzar sus brazos, cubriendo su rostro con él, sintiendo cómo agitaba sus cabellos, y los notables impactos de las rocas en su cuerpo, arrastrándolo hacia atrás en contra de su voluntad, dejando a su paso, surcos en la rígida superficie.
Los fuertes vientos fueron cesando lentamente, hasta que dejaron de soplar. Retornando nuevamente a la brisa cálida qué débilmente sentía en los pequeños pedazos y descubiertos de piel. Descubriendo lentamente sus ojos y expandiendo sus alas; en un fluido movimiento, dispersando sin problema alguno, la densa nube de polvo que lo había cubierto. La potencia del viento, separó sus pies de la superficie rocosa, mirando el rastro de árboles hechos astillas y tierra removida por el ataque del caballero. Un pálido y sutil brillo dorado, resaltaba entre la polvorienta cortina de polvo.
Lejos de ahí, una presencia casi indiferente, iba alejándose con lentitud del lugar. Enfocando su vista en un ése mismo punto, pudo visualizar los largos cabellos del otro sujeto que parecía permanecer inmóvil
—Te encontré.
La ardiente sangre en sus venas, comenzó a correr cada vez más rápido, sus latidos acelerados punzaban en sus oídos, mientras en su mente, el delicado rostro que rodeaba los ojos de zafiro de Natasha, llena de luz, sonriente, inocente, acompañado con el cálido sonido de su risa, desvaneciéndose entre sombras.
Una oleada llameante golpeo su interior, al mismo tiempo que la pureza en la imagen de Natasha, iba tiñendo de negro sus cabellos de fuego y de oscuridad su inocente mirada. Con un brutal aleteo se levantó aún más alto en los claros cielos, saliendo disparado y aumentando la velocidad en medio de su vuelo, rodeándose con llamaradas negruzcas y con movimientos extremadamente virulentos, emergiendo alrededor de todo su cuerpo.
Cada vez más cerca, mirando aquellos verdes cabellos meciéndose, observándolo, sintiéndolo casi al alcance de sus manos, aumentando la intensidad de su aleteo. Sin perderlo de vista, logró percatarse de una extraña mujer de pálidos cabellos, que se alejaba con lentitud, dejándolo solo en el lugar. Podía sentir la presencia de esa persona, la hostilidad oculta en un delicado y sereno cosmos. Mezclado en un rostro fugaz y extrañamente familiar.
Acortando cada vez más su distancia, iba cegándose por la ira creciente, hasta llegar a pocos metros de él.
El caballero giró su cuerpo hacia su dirección, y en un sonoro impacto sus pies se posaron en el duro suelo, agachando su cabeza hacia él, vislumbrando cómo las llamas iban consumiéndose con lentitud. Apoyándose en sus piernas, comenzó a incorporarse hasta quedar de pie. Guardó sus alas, levantando mirada sin ninguna expresión en su rostro, aún manteniendo y concentrando toda su rabia en sus ojos, tratando de imitar al caballero.
Una suave brisa agitó los cabellos de ambos, arrastrando consigo el silencio.
—No podía esperar más, por éste momento, caballero...
Klaus cerró sus puños, presionando con fuerza, sosteniendo la fría mirada de Paul, conservaba el silencio sellando sus labios.
—Tú también has sido enviado por Hades.
Sumando fuerza a la presión de sus puños, provocando un crujido de la sapuri, desfigurando sus labios con una mueca, que mostraba los dientes.
—¡Mi nombre es Klaus de Bennu, la Estrella Celeste de la Violencia! —Su cuerpo se tensó, y comenzaba a temblar mientras elevaba uno de sus brazos—. ¡No me confundas con demás espectros! ¡Está estupidez de la Guerra Santa no me interesa, él único que me ha traído hasta éste lugar eres tú! ¡Y haré qué me recuerdes, aunque sea a la fuerza!
Su puño se rodeó de llamas, y lanzándose hacia Paul, arremetió un golpe hacia su rostro. La distancia entre ambos desapareció repentinamente, al instante que su golpe llegaba a su destino. Un hábil destello, se atravesó entre ambos, y una onda expansiva agitó todo a su alrededor. Sintiendo como los brazos de Paul temblaban ante el impacto. Arrastrándolo hacia atrás con una notable inercia de ambos contrincantes, ambos estremecedores.
—¡No eres lo suficientemente fuerte!
Con un salto hacia atrás, Klaus miró cómo Acuario bajaba sus manos rojizas y palpitantes, sintiendo cómo la ligera satisfacción que emergía al verlo herido, se desvanecía ante su fría expresión, que detonaba la furia que aún se mantenía en calma dentro de sí.
Pesadas nubes negras comenzaron a avanzar, hacia la entrada del Santuario opacando el resplandor de la armadura dorada y su trémulo cuerpo siendo rodeado por iracundas llamas, que se movían tempestuosas, mientras podía sentir aquél cosmos llenar paulatinamente el lugar.
Frunciendo el ceño y haciendo una mueca en su rostro, sintiendo al mismo tiempo, cómo su cuerpo se envolvía en llamaradas virulentas.
"Desde la era del mito, nos hemos enfrentado. Eso no terminará hasta que uno de los dos muera."
Las crueles palabras provenientes de los labios de Natasha, rondaban su cabeza, en el mismo instante en que la soledad y su dolor por su pérdida lo invadía, alimentando su ira y su oscuro fuego.
Se lanzó hacia Paul, que se encontraba frente a él.
Un golpe tras otro con sus puños ardiendo, impactando contra las palmas doradas, estruendoso sonido que resonaba en ecos retumbando en las sólidas rocas del lugar dejando sólo un rastro de destrucción a cada paso. Sentía cómo lentamente le hacía retroceder sobre el suelo.
—¡Será fácil derrotarte, maldito!
En un movimiento rápido, retrajo su brazo derecho, empuñando rodeado de llamas, lanzándolo directamente hacia su rostro.
El impacto en su destino, lanzándolo con casi sonido hasta percatase de un estrepitoso sonido, una tras otra, las rocas caían encima de Paul, levantando una espesa cortina de polvo que ganaba terreno acercándose a un impresionante velocidad.
Klaus aspiraba aire agitado, mirando con el ceño fruncido, y una sonrisa en el rostro y las violentas llamas alrededor de su cuerpo se extinguían. Volviéndose sobre sus pies, comenzó a caminar, sintiendo un estremeciendo en su cuerpo, llevando aire hacia sus agitados pulmones. La satisfacción invadía cada nervio de su sistema, llevándolo a un éxtasis qué lo llenaba por completo.
Un rocoso sonido rompió el silencio, estremeciendo el lugar en un notable temblor.
Girando y podía mirar cómo las rocas caían dejando ver el ligero resplandor dorado de una armadura sobresaliendo entre una casi disipada nube de polvo.
Apoyándose en sus brazos, moviendo pequeñas rocas que caían llegando a los pies del montículo. Paul con su rostro impasible, salió del montón de roca, abriéndose camino con lentos pasos, podía verse cuán decidido estaba en pelear.
—Eres violento —se detuvo a unos metros de él. Lentamente extendió su brazo derecho con la palma apuntado al oscuro cielo. En ella comenzó a formarse una esfera de aire frío, y a su alrededor giraban pequeños cristales de hielo. Levantó la mirada hacia él, sin parpadear. Con el ceño fruncido, tensando su cuerpo, recordaba ésa mirada, preparándose para lo que ya esperaba—. Sin embargo, no importa… ¡POLVO DE DIAMANTE!
Cerró rápidamente el puño para abrirlo repentinamente, una ráfaga de viento helado y fragmentos de hielo brillantes comenzaron a soplar con fuerza. Abrió los ojos rápidamente, girando la mirada a sus brazos que iba cubriéndose de una delgada capa de hielo, que iba avanzado llegando a los codos, mientras los falsos diamantes de hielo, cortaban su piel y su rígida sapuri rápidamente.
Sin poder evitarlo, su cuerpo fue arrastrado por los aires, repentinamente, hasta sentir cómo un impacto en su espalda, que junto con el intenso dolor que le provocaba, el crujido sonoro de las roca rompiéndose debajo de su cuerpo.
De un impacto sordo y notablemente doloroso, tocó el suelo, sintiendo las punzantes cortadas en su cuerpo y apenas logrando levantar la mirada, sentía cómo la ira explotaba en su interior, con su cuerpo temblando, su cosmos ardiente envolviéndolo en incandescentes llamas, lo miraba fijamente.
—¡Acabaré contigo! —Extendió sus alas alzando un brazo hacia el tenebroso cielo, las llamas comenzaron a acumularse, una repentina e iracunda explosión levantando una aparentemente, inalcanzable cortina de fuego que destrozaba el rocoso suelo, levantando pedazos de roca, para luego destrozarlos hasta convertirlos en polvo. En sus brazos sostenía, por encima de su cabeza, tres esferas de fuego con apariencia de estrellas ardientes alumbrando intensamente entre penumbras— ¡Es tu fin, caballero! ¡RÁFAGA DE LA CORONA SOLAR!
Las tres estrellas salieron disparadas girando en una sola órbita, mientras la danza ardiente se aproximaba llegando a su objetivo, de las tres, una ráfaga de fuego comenzó a cubrir al caballero de Acuario, formando un torbellino que los rodeaba por completo, hasta elevarse más allá de las negruzcas nubes. La oscuridad había sido disminuida por las resplandecientes llamas, mientras sus ojos no podían apartarse de la deslumbrante escena. Anhelaba ver al caballero y su reluciente armadura siendo devorados por las infernales llamas hasta no dejar ni un rastro de ellos.
—¡Lo único que quedarán de ti, serán cenizas! —Una sonrisa malévola se dibujaba en su rostro.
Absorto en las abrasadoras llamas, sentía cómo en una parte de él, se sentía complacida. Por fin podía asesinar al responsable de la desgracia que se había adueñado de la persona que más amaba.
"Yoshino, Klaus..."
Una débil y confundida voz lo llamó, sus ojos giraron a la cima del Santuario. Podía sentir un cálido cosmos que se adentraba en su interior, luchando por deshacer la ira que era parte de él. Algo en su interior se estremeció sintiendo cómo la pureza y la nobleza del alma de Natasha, reaparecía mientras el cosmos de Hades iba desvaneciéndose.
"Natasha..."
Repentinamente dos presencias parecieron inesperadamente. Sabía de quienes se trataban.
"¡Maldita sea...!"
Una repentina explosión procedente desde del altar de Athena, se manifestó, sin demora y la maligna presencia de Hades reapareció agresivamente, llenando de un perturbable y escalofriante cosmos, que llenaba cada rincón del Santuario. Al igual que sentía a la furia ardía en su interior careciendo sin control.
Giró su mirada hacia la trampa de Paul, tan repentino como la breve desaparición de Hades, un poderoso cosmos comenzaba a crecer, tan gélida qué sentiría qué sus llamas se extinguían, tan grande, cómo la ira causada por la decepcionante esperanza pérdida, de liberar a Natasha.
La ausencia del oxígeno en su sistema, era cada vez más notable, rápidamente consumido por las murallas de fuego que amenazaban por dejar sus huesos convertidos en carbón. Las gotas de sudor no paraban de recorrer las líneas de su rostro, sintiendo cada vez el peso de su armadura y de cómo sus párpados se cerraban contra su voluntad, mientras sus piernas perdían fuerza y obligaba a sus rodillas a rendirse, sintiendo el ardiente dolor en la piel que su armadura no había logrado proteger.
Levantando la mirada en la monumental pared de fuego, cerró sus párpados lentamente, tratando mantener su consciencia nítida.
En medio del caos que inundaba su mente, un cosmos amable que volvía a envolver al Santuario, sintiendo la calidez que iba desvaneciendo el maligno cosmos de Hades.
Los pensamientos de Paul aumentaban retumbando en sus cabeza, cómo un enjambre, perdiendo la capacidad de mantenerse concentrado, por el sofocante calor que seguía asfixiándolo. Inesperadamente, abrió sus ojos como platos dejándose deslumbrar por las intensas llamas.
"¡Ahora, entiendo todo!"
Aún estando débil, forzando y tensando cada músculo y tendón de su cuerpo, tratando de mover sus piernas. El inevitable temblor de ellas no había tardado en aparecer, logrando apoyarse en ellas e incorporándose casi por completo.
Un par de ojos marrones y cansados con una atenta sonrisa, aparecieron en aquél amable rostro dibujándose en su mente.
"Elián..."
Lentamente su cosmos, en una aura dorada comenzó a rodearlo, logrando levantar la mirada ante el muro de fuego que pronto lo consumiría.
"Elián, tú sabías quién era... desde el principio... Y por alguna razón, ella pudo estar a tu lado, ¿no es así, diosa Athena?"
Manteniendo la firmeza entre el abrasador viento dentro del torbellino con su cosmos buscando rápidamente con su mirada al espectro, sintiendo cómo toda la ira se desvanecía.
Dos presencias oscuras aparecieron repentinamente, interrumpiendo el cosmos de Athena había desaparecido violentamente con un ataque con la misma violencia; mientras el maligno cosm,os de Hades reaparecía abruptamente, instante un cosmos lleno de violencia y hostilidad explotó, acentuando la agresividad de las llamas. Fijó su mirada justo frente a él, y su cosmos llegando a su límite, y la lucha contra su propio cuerpo. Extendió sus brazos y entrelazando sus dedos, y alzando sus brazos por encima de su cabeza, su cosmos llegando al séptimo sentido. El aire caliente, enfriándose lentamente, sintiendo la suave caricia del aire gélido entrando a su interior, calmando la ansiedad de su sistema, enfriándose y recuperando el movimiento de su cuerpo, mientras, con su alrededor cubriéndose de cristales de hielo.
—¡EJECUCIÓN DE AURORA! —Gritó lanzando hacia la barrera de fuego. La ráfaga de viento congelante salió disparada golpeando directamente, al impactar atravesó ágilmente.
—¡No es posible! —Un grito de dolor se produjo del otro lado, y de inmediato las llamas se disiparon hasta des. Mientras miraba como Klaus era arrastrado por su ráfaga envolviéndolo en una capa de hielo que cubrían rápidamente. El crujido metálico no se hizo esperar, pedazos de la sapuri de Bennu comenzaron a caerse en el congelado suelo. Klaus tambaleó para luego caer de rodillas con la mirada perdida.
Paul lo miró fijamente, acercándose con cautela, aún con el punzante dolor de las quemaduras que tenía en sus manos, antebrazos y el cuello, se detuvo al notar una dificultosa y casi desapercibida respiración.
—¡Mátame! ¡Es lo que quieres, ¿no?! ¡Hazlo de una maldita vez!
Deteniéndose a unos cuantos pasos de él, optó por guardar silencio. Mirando como con dificultad y dolor en su pálido rostro se levantaba para mirarlo desafiándolo con sus escasas fuerzas, y unos ojos que abrían con dificultad por la luz del sol comenzaba a asomarse nuevamente en el Santuario, que cubría parcialmente su rostro bañado en sangre, y pudiendo sentir el abrigador calor de éste que punzaba ligeramente sobre sus quemaduras.
—¡No intentes burlarte de mí!
—No lo estoy haciendo...
Una peculiar brisa comenzó a soplar a su alrededor abrigando el lugar, repentinamente; se podía oler la suave fragancia a flores que llegaba a su posición.
Su cuerpo se tensó mirando cómo pétalos de todos los colores, bailoteaban con la brisa cubriendo el espacio entre él y el joven espectro.
Paul abrió los ojos, mientras, los pétalos se adherían lentamente a la oscura sapuri. Klaus levantó una mano ensangrentada, acercándola hacia él, la cuál lentamente comenzaba a desaparecer junto con el resto de su cuerpo cubierto del tibio líquido.
—¿Qué estás haciendo, Acuario?
Tensó su cuerpo, su siluetas iba desvaneciéndose hasta que Klaus desapareció completamente, dejando un rastro sangriento mezclado con polvo. Una nítida luz comenzó a llenar el lugar.
Sus ojos giraron sigilosamente hacia la fuente del resplandor.
Unas largas y brillantes vestiduras blancas se agitaban en su dirección. El fulgor fantasmal de su frágil figura, rodeada por los largos cabellos ondeantes.
—Ha pasado tiempo caballero —La dulce voz de una joven se escuchó, mientras en sus frágiles manos sostenía una corona de flores de las que caían los pétalos, sosteniéndola a la altura de su pecho.
—Artemisa.
Paul giró por completo su cuerpo hacia ella. Sus verdes ojos se clavaban en él, escasos de la felicidad y ternura que dibujaba en su frágil sonrisa.
—Me alegro que ahora nadie nos interrumpirá.
Con cuidado acercó la corona de flores a su rostro, cerrando los ojos; y aspirando profundamente la fragancia de las mismas.
