Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi. No recibo beneficios con esta historia.
Capítulo 8: La caída
Las calles del centro estaban, como de costumbre, atiborradas de gente. Los estudiantes iban y venían soltando carcajadas, algunos oficinistas tomaban un almuerzo ligero debajo de los árboles y los niños correteaban alrededor de sus madres. Las vidrieras de las tiendas mostraban llamativos carteles de descuentos y algunos vendedores repartían volantes con promociones. Aquel panorama se alejaba por completo de la ciudad en donde ella había crecido, y aún no lograba acostumbrarse del todo. Echaba de menos las horas de paseo en bicicleta, los juegos de béisbol y las salidas familiares.
Enfrascada en sus pensamientos, la azabache se abrió paso entre el gentío y se adentró en una de las librerías más grandes del perímetro. Consultó a la vendedora por algunos títulos, le entregó su carnet universitario y abonó el importe especificado.
Las ventajas de la gran ciudad se encontraban en aquellos momentos de eficiencia y rapidez; en menos de diez minutos había realizado sus trámites. Se guardó el vuelto en el morral y salió del recinto, pero antes de poder dar un paso afuera, chocó contra alguien más.
-Lo siento, venía distraída.- Se disculpó recogiendo los libros.
-¿Kagome?-
Ella se volvió al instante. Una mujer de cabello corto la observaba con una sonrisa en los labios, al hacerlo le afloraban algunas arrugas del rabillo del ojo.
-¿Señora Izumi?- A penas había podido reconocerla. La amiga de su madre solía llevar el cabello largo hasta la cintura. Un aire nostálgico la inundó por completo.
Luego de un breve saludo, ambas se adentraron en la primera cafetería que encontraron. Tomaron un almuerzo ligero y recordaron viejos tiempos con añoranza. Izumi había sido vecina suya desde que tenía memoria, y solía pasarse las tardes de domingo en casa de ellos. Era una mujer viuda con un sentido del humor increíble, pero con el paso de los años su jovialidad se había ido extinguiendo. En aquellos momentos se encontraba en Tokio por trámites legales.
-Aún recuerdo cuando te colabas en mi jardín y husmeabas en el invernadero, eras tan inquieta.- Expresó soltando una carcajada. - ¿Cómo te trata Tokio?-
-Mejor de lo que pensé. Al llegar tuve algo de angustia, pero fue cuestión de tiempo.- Reconoció ella dándole un mordisco a su tarta de fresa. -¿Cómo está todo en casa?-
-Bueno, Sota es algo duro con el estudio, pero no genera muchas preocupaciones; es un buen chico.- Se aclaró la garganta. -Y Naomi… ella está bien, a pesar de todo.-
-¿A pesar de todo?- Kagome frunció el ceño y la mujer delante suyo desvió la mirada. De repente, aquel lugar se había cargado de una atmósfera fatídica.
-Le dije que hablara contigo, pero no quiso hacerlo. Ella no quería que saques la cabeza de tus estudios.- Comenzó a decir mientras que entrelazaba los dedos sobre la mesa. –Tu madre es una mujer testaruda.-
-Señora Izumi…-
Se produjo un silencio durante algunos minutos. Un silencio denso y abatido.
-Suzuke se fue de casa. Se marchó con otra mujer hace poco más de un mes.- Le dijo con los ojos vidriosos. Al verla, sintió como si ella fuese la traicionada, la que tuviese que soportar el peso de un abandono sobre sus hombros.
Kagome guardó silencio y trató de recordar la figura de su padre, quien se había ausentado la mayor parte de su niñez. Fiestas de cumpleaños, festivales de verano, muestras escolares, siempre había cuestiones laborales de por medio. Más de una vez había visto a su madre sollozar en la cocina.
Trató de imaginar a Sota, y a la rabia incontenible que tendría su hermano contra aquel sujeto. Estaba en una edad difícil y la situación no lo favorecería en lo absoluto.
-Tengo que volver.-
-No, Kagome. Tu madre no quiere que dejes tus estudios. Ella no se lo perdonaría.- Dijo. – Sé que todo esto es duro, pero tu abuelo, tu hermano y yo estamos con ella.-
-¿Y qué debo hacer entonces? ¿Girar la cabeza hacia otro lado?- Respondió con indignación. La mujer torció los labios en una sonrisa triste, se miró las manos y luego se volvió a verla.
-Dale tiempo. Cuando se sienta lista, ella vendrá a ti.-
El muchacho de ojos azules se miró al espejo una última vez, se arregló la pequeña coleta y tomó las llaves de la mesita de luz. Su compañero sacó la vista de los textos y se volvió a verlo con indiferencia
-¿A dónde vas?-
-A visitar a Sango. ¿Tienes algún problema?-
Inuyasha negó con la cabeza y miró la hora.
-Te acompaño. Tengo que recoger a Kikyo.-
Ambos salieron sin decir una palabra, con el silencio como intermediario. A decir verdad, luego de aquella discusión, ninguno se había vuelto a hablar con el otro. Durante el trayecto, lo único que los acompañó fue el sonido seco de sus pasos contra el suelo y el pequeño bullicio de las calles. Cada tanto, Miroku se volvía a verlo de reojo. ¿Acaso sería esa su forma de pedir disculpas? ¿Caminar a su lado en silencio?
A lo lejos, el sol se ponía con un atardecer espléndido. Y al cabo de unos minutos, las luces de las calles comenzaron a encenderse iluminando la ciudad. El día se fundía dándole paso a la noche, y las tinieblas envolvían el cielo con otra tonalidad.
-Sabes, el otro día… Estaba un poco nervioso.- Se dignó a decir el peliplata mientras que mantenía la vista fija en el suelo.
-Lo sé.-
-Lamento lo que dije.- Le dijo esta vez de forma más audible. Miroku siguió caminando y soltó un suspiro hondo. Luego se volvió a verlo.
-Está bien, te entiendo. Pero de verdad creo que debes dejar todo esto.- Añadió con una mirada apática. –Tengo que irme, te veo luego.-
Inuyasha asintió con la cabeza y lo vio adentrarse en un establecimiento algo solitario, con el dibujo de una pantera en el exterior. Una sonrisa atravesó su rostro.
Había encontrado el refugio de aquel imbécil.
-Ya es suficiente.- Soltó Yuka con la mirada nerviosa. Cerró su cuaderno de apuntes y se dirigió hacia su compañera.
Kagome tenía el rostro hundido en su libro de textos y había conservado esa posición durante horas. Parecía un ser en estado vegetativo que luchaba por su vida desde alguna parte. Causaba lástima el solo hecho de verla.
No respondía a los llamados, no se movía, no se levantaba para ir al baño. Ni siquiera fingía dormir. Ayumi observó con preocupación cómo su amiga se acercaba hacia ella.
-Escucha, no sé qué es lo que te esté ocurriendo. No quieres decírnoslo tampoco.- Le dijo mientras que la jalaba del brazo. -Lo único que sé es que si sigues así desaparecerás como un fantasma.-
-Vámonos de aquí. ¡Tomemos aire fresco!- Propuso la pelilarga desde el otro extremo de la habitación.
Luego de varios minutos de insistencia y de frases incongruentes, e incluso amenazantes, la azabache se puso de pie, se cambió y salió junto a ellas. Las tres deambularon debajo del paisaje nocturno, parando cada tanto para mirar una vidriera o sentarse en el banco de algún parque.
Kagome apenas abrió la boca, pero el hecho de que saliera de aquel encierro y se riera de vez en cuando las dejaba más tranquilas.
Luego de algunas horas fueron a parar a un bar bastante concurrido. Era lo suficientemente extenso y el bullicio se acrecentaba a medida que avanzaban. Nada comparado al bar de Toya, pensó ella mientras que le daba un sorbo a su trago. Pero la música no estaba mal, y al cabo de un tiempo pudo acostumbrarse al ambiente. No supo si fue a causa del alcohol o si realmente se estaba volviendo más flexible.
De las paredes colgaban varios marcos con fotografías a color; y al cabo de un rato, algunas bandas se presentaron a tocar. Le resultaba extraño estar en un lugar así sin Bankotsu.
Sacudió la cabeza. Iba siendo tiempo de desacostumbrarse de ciertas cosas.
-Brindemos por... los padres, ¿Quién los necesita?- Apuntó con una carcajada mientras que extendía su copa. Yuka y Ayumi rieron divertidas, sin entenderlo del todo, y brindaron con ella. Luego, las tres se sumieron en la música y el gentío.
Kagome bailaba con soltura, con los ojos entrecerrados y un ligero vaivén. Algún que otro hombre trataba de abordarla, pero ella continuaba con su danza, como sumida en un sueño. Un sueño vacío, plano e irreal. Un sueño breve, que se apagó al cabo de unos minutos. Y pronto volvió a oír la música y el bullicio, volvió a sumergirse en la realidad. En esos momentos tuvo la impresión de encontrarse embotellada, sofocada. De manera que, sin pensárselo dos veces, terminó su bebida y salió del establecimiento.
A medida que avanzaba por las calles, su cuerpo se tambaleaba con una ligera oscilación. El calor y la agitación aún predominaban en su interior, estaba impasible. Tecleó un texto breve en su móvil y caminó a pasos agigantados con una sonrisa en los labios. Dobló en una esquina, cruzó por un túnel, pasó por varios locales de comida rápida.
No supo durante cuánto tiempo deambuló ni cómo fue que lo hizo, pero llegó a destino de forma íntegra.
Delante suyo, el edificio parecía una criatura monstruosa, rígida y hostil. Tocó el timbre varias veces, pero lo único que consiguió fue un ligero dolor en el dedo índice. Cuando se dio por vencida, uno de los inquilinos, que regresaba junto a una chica, la dejó pasar. -¿A quién no lo han dejado afuera alguna vez?- Le dijo con simpatía.
La azabache se río y subió por el ascensor en silencio. Caminó por los corredores dando algún que otro traspié en el trayecto y llegó hasta el apartamento indicado. Tocó una, dos, tres, cuatro veces. Y al cabo de unos minutos, la puerta se abrió.
Él la veía con el ceño fruncido y el flequillo revuelto. Llevaba una camiseta blanca y unos boxers como únicas prendas.
-¿Por qué tardaste tanto en abrir? No me digas que tienes visitas.- Expresó fingiendo interés mientras que se adentraba en el piso. –¿Acaso es una chica?- Añadió en puntas de pie.
-Son las tres de la mañana. ¿Cómo llegaste hasta aquí?- Le dijo apretándose el puente de la nariz.
-Digamos que un pajarito me contó en donde vives…Lindo apartamento, muy acogedor.-
Él cerró la puerta y clavó sus ojos azules en los de la muchacha. Respiró hondo y caminó hasta su habitación en silencio. Encendió la lámpara de la mesilla de luz, tomó el encendedor y su atado de Malboro, sacó uno y se lo llevó a los labios. Ella lo observaba recargada en el marco de la puerta. Lucía inusualmente apaciguada, como si alguien le hubiese tocado el interruptor de apagado. Extrañado, dio unos pasos hacia adelante y se inclinó hasta quedar a pocos milímetros de su rostro.
-Qué aroma agradable… ¿Viniste ebria y sola hasta aquí?-
Kagome se miró las manos y guardó silencio. Su interlocutor le dio una honda calada al cigarrillo.
-Podría haberle dicho a alguien que me trajera.-
-Eres una niña.- Le dijo exhalando el humo con hastío. –Te llamaré un taxi.-
Ella lo observó marcar un número y soltó una risa leve. Podía oírse un atisbo de rabia reprimida. ¿Cuánto tiempo más se lo permitiría? Aquel individuo sólo le generaba un malestar constante. Era un desgarro en su existencia, era absurdo tratar con alguien que carecía de todo interés.
-Supongo que no lleno tus expectativas… Es que tú eres demasiado interesante, ¿no es así?- Comenzó a decir. – Con tu mirada perdida, fumando sin parar.-
Bankotsu cortó la comunicación y se volvió a verla.
-Te crees muy especial, ¿no es cierto?-
-Cierra la b-
-Arrogante, frívolo… Eso debe atraer a una mujer.- Lo interrumpió.
Esta vez, la azabache exhibió su irritación sin tapujos. Lo observó levantarse y avanzó de igual forma, sin miedo. Su mente había abandonado cualquier tipo de normativa para aquel entonces. La única luz presente era la que llegaba de la recámara. Muy tenue.
-Es un agrado saber que soy una niña. Para mí solo eres un accesorio.-
Bankotsu levantó una ceja al oír aquel detestable término y siguió avanzando hasta quedar lo suficientemente cerca. Ella se detuvo al sentir su columna chocar contra una superficie plana.
-¿No te parece que hablas demasiado? Ten cuidado con tus palabras, Kagome.- Lo expresó en voz baja, limpiamente. Con una mano apoyada en el marco de la habitación y el cuerpo ligeramente inclinado hacia su oído.
- Las niñas como yo hacen lo que quieren cuando quieren.- Soltó sin más.
Al decirlo, sus largas pestañas descendieron y el flequillo se le agitó con suavidad. Se veía magnífica.
El moreno curvó los labios.
-¿Tienes idea de en dónde estás?-
La azabache miró a su alrededor y colocó un dedo en la frente del muchacho.
- Aquí.-
El silencio se adueñó del piso durante algunos segundos. Kagome retiró su dedo índice y lo trasladó a su gusto a través del rostro ajeno. Tenía la mirada perdida. Estaba absorta en el recorrido. De cerca, el olor a alcohol se mezclaba con el de su fragancia. Su índice se detuvo en los labios masculinos y todo aquello que la aquejaba perdió peso.
La música volvió a resonar en sus tímpanos.
Bankotsu la besó con frenesí, sosteniéndole el rostro con ambas manos. Su cuerpo se encorvó ligeramente hacia adelante y su lengua exploró la de ella con ansias. A medida que el contacto crecía, la distancia que los separaba se acortaba.
En medio de las penumbras, el muchacho le quitó el abrigo y lo dejó caer a un lado. Luego se abrazó a sus caderas y las soldó a las de él.
-Esta vez no habrá escapatoria.- Le susurró.
Kagome avanzó en silencio y lo empujó para que se sentase sobre el colchón.
-¿Quién está escapando?-
Aquella actitud altiva consiguió enardecerlo aún más. ¿Desde cuándo lo desafiaba? Llegar a esas horas, sacarlo de la cama, rebajarlo en su propia casa… ¿Por qué la dejaba hacer las cosas a su antojo? No lo supo, y tampoco le importó. En menos de un segundo cualquier tipo de conjetura fue silenciada al sentir su cuerpo afirmarse sobre él. Un insistente calor comenzó a emerger dentro suyo.
Sin perder tiempo, probó su cuello y la besó por encima de aquellas familiares marcas violáceas. Le bajó el cierre del vestido y le descorrió las mangas con lentitud. Al deshacerse de la prenda, se abrazó a su espalda y le desabrochó el sujetador.
La azabache sintió como le besaba las clavículas y el nacimiento de los pechos. Se quitó los breteles y se deshizo también de la camiseta del moreno. La habitación danzaba ante su mareo constante. Un leve gemido escapó de sus labios.
Solo en aquellos últimos momentos de lucidez pudo sopesar la situación: estaba al borde del abismo, y una fuerza inexplicable la incitaba a caer.
Insatisfecha, se acomodó encima de su miembro y comenzó a moverse, de atrás hacia adelante.
Bankotsu gimió extasiado y probó uno de sus senos. El vaivén era cada vez más activo, las pieles se rozaban deseosas.
El calor en su interior comenzaba a causarle estragos, ardía, bullía desesperado.
Para continuar con su diversión, ella se aferró a su miembro y lo expuso dándole ligeras caricias.
La niña impertinente lo tenía en sus manos y curvaba los labios viéndolo jadear. Jugueteaba a su antojo, reía, se regodeaba. Decidido, el ojiazul le descorrió las bragas y la asió de la cintura. Se introdujo en su interior de un solo movimiento.
Kagome gimió de forma más audible, se aferró a su cuello y comenzó a subir y bajar. Pronto impuso un ritmo adecuado y tomó las riendas de la situación. Mientras lo hacía, lo veía directamente a los ojos.
Bankotsu se dejó caer sobre el colchón y se volcó al placer que ella le propinaba a su ser. No era la misma de siempre, no se reprimía, no le daba tiempo de responder siquiera. Actuaba de acuerdo a su parecer, recorría su cuerpo, lo dejaba sin aliento. ¿De dónde había salido todo aquello? No lo sabía. Y pronto, también sus reflexiones murieron.
Con ambas palmas presionadas sobre su pecho, Kagome comenzó a menearse de forma brusca. La melena le caía sobre los hombros desnudos y el flequillo se le adhería al rostro a causa del sudor.
Sin poder contenerse, el moreno se reincorporó y se colocó encima de ella. La amoldó a su cuerpo y la penetró una vez más.
Con los brazos a ambos lados de su rostro, comenzó a moverse.
Los dolores de cabeza, el idiota de Inuyasha, su trabajo, todo había perdido interés. La realidad se había disuelto y se sumía en un profundo caos, las sombras de ambos se unían y se desfiguraban al ritmo de las palpitaciones.
Las estocadas fueron cada vez más rápidas, y la habitación se convirtió en un órgano receptor de emociones y sonidos. Pronto emergió una sensación electrizante, que los estremeció por completo.
La azabache cerró los ojos. Su cuerpo sabía que estaba al borde del abismo, lo sentía en carne viva. Era consciente de que aquel juego provocaría daños irremediables. Probablemente se desmoronaría y se arrepentiría una y otra vez. Pero no le importó.
Por un minuto, se perdió a sí misma. Y en cuestión de instantes, ambos cuerpos se derrumbaron.
No quería verlo a los ojos, porque no había amor en ellos.
Su cuerpo sabía que estaba al borde del abismo, lo sentía en carne viva. Sabía perfectamente que lo que estaba sintiendo iba más allá; que aquel juego la iba a sumergir en un dolor horripilante. No sabía si iba a poder controlarlo, no sabía si iba a poder salir ilesa o ahogarse en el intento. Probablemente se desmoronaría y se arrepentiría una y otra vez. Pero no le importó.
Por un minuto, se perdió a sí misma.
Soy un ser despiadado, lo sé. Meses sin actualizar. No hay excusa que valga. Pero bueno, me pasó la vida por encima. Muchas situaciones, mucho estudio, muchos exámenes, mucho aprendizaje. Increíble la cantidad de cosas que tengo para expresar sobre todo lo que sucede fuera de una publicación hahaha.
En fin, sepan disculpar y agradezco a quienes aún siguen! Mis disculpas al Círculo Mercenariooo. Me estoy poniendo en órbita una vez más!
