Capítulo 21
Febrero 13, 12 pm
Santuario de Athena
Los 9 dorados y Shion estaban en una sesión de emergencia convocada por Shion y Saori, quien después del susto inicial, había recuperado la compostura y pedido la reunión.
Shion esperaba que entre los 9 encontraran una solución. Milo desaparecido? O incluso…?
- Según la última información que nos dio Camus – dijo Shion sintiendo la necesidad de ser 100% honesto con los 9 caballeros dorados – Milo estaba en la ciudad de Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos. – la sala continuaba en silencio – A las 3 de la mañana algo sucedió que Milo pidió el teléfono de esta oficina en calidad de urgente. Creemos que había descubierto algo que iba a afectar directamente a alguien que estaba aquí y quería dar la alerta. Desgraciadamente ni Camus ni Kanon pudieron darle el teléfono a tiempo y horas después, Camus recibió un Código Dorado…
Los 9 se vieron entre ellos. Un Código Dorado no era algo para tomar a la ligera.
- Desgraciadamente, la comunicación fue nula a partir de ahí. No contesta su celular, ni Athena ni yo podemos sentirlo… y estamos a punto de enviar una misión de rescate.
A Mu se le fueron los colores del rostro. Si ni Shion ni Athena podían sentirlo eso significaba que…
- Dado que no sabemos de qué nos estaba tratando de advertir Milo, hemos decidido que vaya un solo Dorado, con Marín y con dos de bronce. Todos los demás permanecerán en alerta.
Mu volteo a ver a Aioria quien tenía los puños cerrados. Iban a mandar a Marín lejos por tantos días como fuera necesario.
- Porque no se está enviando a Shaina en esta ocasión? – pregunto Shaka curioso – Ella es la que siempre va en estas ocasiones.
Aioria volteo a ver a su amigo. El tenía razón. Mejor que se fuera Shaina que Marín.
- Porque necesitamos a alguien imparcial con capacidad para atender a un enfermo y Shaina no está aquí en este momento ni tampoco es imparcial respecto a Milo, lo que podría poner en riesgo la misión de rescate. Marín ya acepto y saldrán en una o dos horas en lo que llega el helicóptero de la fundación. – dijo Shion – Me gustaría que Mu fuera el que vaya…
- Si me disculpa la interrupción señor – dijo Aioria – Me gustaría ofrecerme de voluntario.
Shion volteo a ver a Athena, Athena a Aioria y finalmente asintió dando su consentimiento.
- Aioria tiene un mayor poder de healing en caso necesario y Mu puede ayudarnos desde aquí – dijo Athena
Shion asintió
- Muy bien. Ve a prepararte. Salen en cuanto llegue el transporte. Los demás, vayan a sus casas y quédense ahí en alerta.
Aioria fue el primero en salir corriendo.
Aldebarán le pregunto a Mu mientras bajaban a sus casas:
- Ya tenemos permitidos tener celulares?
- Supongo que para casos de emergencias como estos – respondió Mu – Sera algo que tengamos que preguntarle en cuanto salgamos de esta crisis.
Aldebarán se quedó callado un momento:
- Mu… y si resulta que Milo esta… bueno tu sabes… que pasara con su armadura? Quedaría vacía?
- Ni lo pienses siquiera! Estoy seguro de que lo van a encontrar y lo van a encerrar un mes por preocupar al patriarca.
- Pues si resulta que podemos tener celulares, voy a comprarme el que vi en el centro comercial que trae de regalo el FIFA game. – dijo Aldebarán – El que me preocupa es Camus.
- Camus? Él no es el que está desaparecido.
- No, pero conociéndolo, se va a sentir responsable de no haber actuado a tiempo para ayudar a su mejor amigo – dijo – Se nota a leguas que lo quiere mucho…
- Ambos lo hacen y ambos esconden muy bien sus sentimientos excepto con alcohol de por medio – dijo Mu
- Ya… y de cuando se enojan se enojan verdad Mu? – dijo guiñándole un ojo
- Alde… cállate y vete a jugar dominadas… - dijo Mu molesto. No importaba cuanto y porque se hubieran golpeado la última vez, ninguno se guardaba rencor y tampoco le deseaba ningún mal.
Febrero 13, 15:00
Atenas, Grecia
Shaina no recordaba cuando fue la última vez que se había divertido tanto. Habían saltado en el castillo inflable, en los brincolines, Minos le había ensenado los juegos de Arcade, Tiro al blanco, batalla en laser, boliche, ambos habían acabado en la alberca de pelotas y ahora estaban sentados hasta arriba de una de las telarañas comiéndose un algodón de azúcar.
Minos veía con alegría la hermosa sonrisa que le lanzaba Shaina cada que le mostraba algo nuevo. Su informante tenía razón. Shaina nunca había tenido un solo día de sana diversión como una niña normal en toda su vida. Su sentido del deber estaba demasiado arraigado en ella y su definición de diversión sana era hacer ejercicio y entrenar.
De pronto volteo y la percibió algo lejana.
- Que pasa? Ya se te acabo la pila? – pregunto Minos
- No, solo pensaba…
- Y se puede saber en qué?
- En mis hermanitas…
Minos la miro intrigado
- No sabía que tenías hermanas.
- Si bueno así les digo – dijo ruborizándose – Son 10 niñas del orfanato al que patrocino. Ellas nunca han pasado un día fuera con una diversión como esta y…
- Te sientes culpable de que tu si? – termino Minos – Puedo verlo en tu mirada.
- Pues… algo – dijo – Pero me propondré a ahorrar mucho para poder traerlas aquí a fin de año.
Minos la miro ahora con ternura y le dijo:
- Porque no les llamas y les dices que vengan ahorita?
- Qué?
- Alquile el lugar por todo el día – dijo fingiendo indiferencia – Igual y nosotros nos vamos a comer y las dejamos aquí divirtiéndose un rato.
- Es en serio? – dijo Shaina emocionada – Harías eso por ellas?
- No. Por ellas no. Lo haría por ti. Solo por ti. – dijo acariciándole la mejilla con el dorso de la mano.
Shaina sintió que iban a comenzar a caer lágrimas de sus ojos, pero no iba a permitir que el las viera, así que se bajó de la telaraña de la forma menos femenina posible y Minos la siguió.
- Préstame tu celular, te tomare la palabra – dijo Shaina
- Y que pasa con el que te acabo de dar?
- Que cosa me acabas de dar?
- El celular por el que te contacte en la mañana. Acaso una caja de regalo y un moño no quiere decir que es un regalo? Desde cuando cambiaron las cosas?
Shaina entrecerró los ojos.
- Para que me regalas un celular?
- Para poder hablarte desde luego – dijo Minos como si tratara con una niña pequeña
- Te dije que no teníamos recepción en el santuario, no me serviría – aseguro Shaina
Minos se llevó la mano a los ojos
- Me estas bromeando verdad? – Pero viendo que Shaina de verdad lo creía se rio – Vaya! Ni Hades Ni Pandora mienten cuando dicen que el Santuario es todo un caso. Querida mía, ya tienen recepción desde hace más de un mes. Hay un solo teléfono es cierto, pero si lo hay. Y el celular es un regalo.
Shaina lo miro con desconfianza y Minos la supo interpretar
- Porque no les llamas a tus amiguitas para que se pongan en camino y después seguimos platicando – dijo extendiéndole su celular
Shaina se alejó un poco de el para hablar a gusto y unos minutos después se lo devolvió.
- Vienen para acá! La madre Marie Constantine las va a traer!
- Perfecto. Quieres esperarlas mientras comemos algún snack por aquí?
Shaina asintió. Decidieron compartir unos nachos.
- El celular solo es por si alguna vez te dan ganas de contactarme Shaina – dijo – No es una obligación, ni un compromiso y yo no te voy a hablar hasta que tú me mandes un mensaje requiriéndolo. No quiero molestarte en tus obligaciones.
Shaina se mordió el labio superior. Como odiaba cuando podía leer sus pensamientos.
- Pues ni siquiera sé si poder usarlo. – dijo altaneramente
- Pues lo guardas debajo de tu almohada aunque sea apagado para que suenes conmigo – dijo Minos provocándola
- No quiero tener pesadillas
- Qué tal que son sueños eróticos – contesto riendo
Shaina lo golpeo suavemente con su bolso.
- Idiota!
- Sí, yo también te quiero. – Se le salió a Minos quien rápidamente cambio el tema – Y con respecto a los anillos… Porque lo escondes bajo los guantes? Hasta eso que es una hermosa joya.
- Porque no me gusta dar explicaciones y tengo a mi cargo a demasiada gente que siento me respetarían menos si supieran la verdad. Me ayudaras a quitármelo? – Dijo Shaina intentando olvidar las palabras que acababa de escuchar
- Seguro que sí, si eso es lo que quieres. Te dijeron cómo?
- Tenemos que romper nuestro compromiso – dijo Shaina – y así saldrán solos.
- Ok. Rómpelo.
- No sé cómo. Nunca he estado comprometida. – dijo Shaina
- Yo tampoco. Intentamos simplemente decir "Te libero de nuestro compromiso" al mismo tiempo?
- Suena lógico… A la cuenta de tres. 1… 2… 3…
- "Te libero de nuestro compromiso" – dijeron al unísono
Esperaron, pero nada sucedió. Los anillos estaban tan firmes como el primer día.
- Que paso? Porque no salieron?
- Ni idea, pero en cuanto Fes regrese del Olimpo le pregunto. Se recupera de forma lenta según comentan– dijo Minos
- Qué? Que le paso?
- Ares lo golpeo y lo dejo muy mal. Los chismosos dicen que fue porque no le quiso entregar a su mujer, lo cual es muy loable de parte de Fes sabiendo el carácter de su hermano…
- Maldito hijo de p&^%
- Jajaja no creo que a Hera le haga gracia que le digas tan feo – se burló Minos
- Como puede existir un ser tan despreciable como él? No entiendo
- Lo sé. Ni sus hermanos lo soportan. En fin. Olvide darte el regalo que te enviaron.
Shaina lo miro
- Ya me dieron muchos regalos que no merezco – dijo
- Pues te mandaron esto – dijo Minos sacando un narciso blanco que brillaba con una luz muy cálida – Le prometí que te lo daría.
Shaina tomo el narciso de una manera muy delicada. Los narcisos eran una de sus flores favoritas.
- Me lo mando un pajarito? – dijo burlonamente
- Yo diría que un pajarote. Un antiguo enamorado tuyo que a pesar de estar en los Campos Elíseos no te olvida y te manda decir que siempre te está cuidando.
Shaina comenzó a llorar sin control en los brazos de Minos al comprender que se refería a Cassius. Minos lo único que hizo fue abrazarla con ternura.
Lugar desconocido en medio del desierto
- No se te ocurra morirte ahora - lo amenazó una voz femenina mientras comprobaba su débil pulso y empezaba a limpiarle la herida que tenía en la sien - Las heridas en la cabeza sangran mucho - le dijo - Probablemente no es tan grave como parece.
Sin embargo, comenzó a murmurar una oración en una mezcla de varios dialectos árabes.
- Está bien - dijo Milo con una voz que no parecía la suya - Sé que no voy a sobrevivir
La mujer vio el movimiento de sus labios ensangrentados y supo que no se había imaginado su voz.
- ¡No seas ridículo! Claro que vas a sobrevivir.
Al cabo de un momento, él movió los labios de nuevo en una especie de mueca que podía significar regocijo.
- Si tú lo dices... – susurró Milo - Pero no te preocupes si te equivocas - respiró hondo de manera entrecortada – No creo que me importe mucho ni sería la primera vez.
Terminó de hablar y se quedó tan quieto que la mujer no pudo sentir su respiración. Asustada, le buscó el pulso y nada más encontrárselo se sintió aliviada. Pensó que era mejor que se hubiera quedado inconsciente otra vez, así no sentiría dolor mientras le curaba las heridas.
Fue más tarde, cuando colocó una toalla mojada sobre su frente para bajarle la temperatura cuando se percató de que el hombre se había dirigido a ella en un árabe perfecto. ¿Quién era? ¿Y qué hacía un extranjero solitario en el árido corazón de los emiratos árabes vestido como si fuera una estrella de cine y con la apariencia de uno?
Milo estaba muy dolorido. La cabeza le retumbaba sin piedad, como si una cuadrilla de demoliciones hubiese empezado a trabajar en su cráneo. Tenía la boca seca y al tragar sentía como si sus músculos presionaran sobre cristales rotos. Tenía el cuerpo rígido y lleno de hematomas.
- Esta vez sí que me han jodido de lo lindo - pensó vagamente aunque no sabía exactamente a lo que se refería.
No conseguía abrir los ojos para ver dónde estaba. Sabía que cuando lo hiciera sentiría mucho dolor. Y en ese momento no tenía fuerzas para fingir que no le importaba. Las únicas armas que podía emplear contra su miedo eran el orgullo y la despreocupación fingida.
Respiró despacio y notó un fuerte dolor en el pecho y en el costado. ¿Tendría alguna costilla rota? Algo rozó su cuello con suavidad. Algo frío y mojado que se deslizaba por su mentón, el cuello y el torso. Al momento, oyó como una salpicadura. Y momentos más tarde, notó otra vez algo mojado sobre la frente y pudo reconocer que alguien le había puesto un paño.
Al sentir que el frío aliviaba su dolor de cabeza, contuvo un gemido de placer. La mano que lo acariciaba con el paño se detuvo. Después le acarició la mejilla con ternura. Él no recordaba haberse sentido tan débil jamás. Le ardía y le picaba la piel como si tuviera miles de cortes, sin embargo, aquella caricia hizo que respirara hondo. Al hacerlo, notó un fuerte dolor en el pecho. No tenía fuerza para resistir aquel trato tan delicado. Soportarlo le resultaba más difícil que los puñetazos que le habían dado otras veces.
- Estás despierto? - dijo ella con un susurro.
Él trató de ubicar aquella voz. No habría sido capaz de olvidar una voz como aquella. De pronto, se dio cuenta de que no la reconocía.
- Déjame en paz! Me duele! - ordenó Milo. Pero no consiguió más voz que un mero susurro.
- Bebe.
Notó que una mano le levantaba la cabeza ligeramente. Al momento, un fuerte dolor se apoderó de él.
- Sé que te duele, pero tienes que beber.
Milo notó que sus labios se mojaban con agua fresca y tragó el preciado líquido. Abrió los ojos para pedir más, pero ella se anticipó.
- Ten paciencia. Pronto podrás beber un poco más - se inclinó hacia él.
Milo notaba el calor de su cuerpo mientras descansaba sobre su regazo. Le recordaba a alguien pero no sabía a quién.
- Estás deshidratado. Necesitas ingerir líquido, pero no demasiado deprisa.
Al final, él se esforzó para abrir los ojos. El mundo era oscuro y borroso. Tardó mucho tiempo en enfocar la vista, pero cuando lo consiguió se le cortó la respiración.
La mujer que lo ayudaba era muy joven y bonita. Tenía el rostro ovalado y la tez bronceada con grandes ojos negros adornados con Kohl. Su mentón anguloso mostraba el carácter decidido que en seguida atrajo a Milo. Unos mechones sueltos, de cabello lacio negro y brillante con algunos reflejos azules, enmarcaban su cara. Ella pestañeó y lo miró a los ojos antes de bajar la vista y colocarle una almohada en la cabeza.
Durante horas, la chica había estado comprobando sus pupilas. Aunque no sabía qué podría hacer si resultara que ese hombre tuviera una hemorragia cerebral. No podía moverlo. Faltaban días para que regresara la caravana de camellos y en aquella parte del país no había cobertura para la telecomunicación.
Mientras le había quitado el saco, dos cosas se habían caído: Un celular negro que posiblemente se había quedado sin batería pues no encendía y una tarjeta de presentación a nombre de Omil Al Alkrab, que sonaba como alguien muy importante.
El miedo se apoderó de ella y se estremeció. Se había repetido una y otra vez que podría sacarlo adelante, que conseguiría rehidratarlo y bajarle la temperatura. Pero había más cosas de las que debía preocuparse como contusiones y huesos rotos y ella estaba ahí sola.
¿De dónde habría salido? Estaría perdido? Habría gente buscándolo? Si salía del oasis, su paciente moriría de deshidratación. Regresó a su lado pues todavía tenía mucha fiebre. Agarró el paño de nuevo, pero se resistía ante la idea de tocarlo otra vez. A pesar de las heridas que tenía en el rostro, era un hombre atractivo. Más atractivo que los que había conocido hasta entonces. Más atractivo que su prometido Amaal. La barba incipiente acentuaba los rasgos de su rostro. Incluso sus manos, grandes y fuertes, resultaban fascinantes.
Milo despertó de nuevo horas después. Al menos el dolor de cabeza había disminuido un poco. Trató de esbozar una sonrisa y abrió los ojos una pizca. No había oscuridad, pero tampoco luz de día. La luz que se filtraba a través de sus pestañas era de color verdoso y sombreada.
Oyó el sonido del viento, respiró hondo e inhaló el único aroma del desierto. Arena y calor, y una especia que nunca había sido capaz de identificar. De pronto, una serie de emociones mezcladas se apoderaron de él.
- Entonces no estoy muerto - dijo en voz alta.
- No, no estás muerto y No pareces muy contento por ello.
Milo se encogió de hombros, y se tensó al sentir dolor. No solía explicarle a nadie sus pensamientos
- ¿Por qué se ve verde? ¿Dónde estamos? – dijo Milo cuando pestañeó, sorprendido por lo vulnerable que se sentía. Y lo débil.
- Estamos en el oasis Darshoor, en el corazón del desierto de Los Emiratos Árabes.
- ¿En el desierto? - giró la cabeza y cerró los ojos al sentir un fuerte dolor.
- Así es. La luz es verdosa porque estás en mi tienda.
Una tienda. En el desierto. Aquellas palabras no tenían sentido.
- Mi padre...
- No está aquí - lo interrumpió ella -. Al parecer crees que él estaba aquí también, pero te confundes. Estás desorientado.
Milo frunció el ceño. Nada tenía sentido. Quién era esa mujer? Acaso la conocía? Se esforzó para abrir los ojos de nuevo y se encontró con la cálida mirada de unos ojos negros. De día tenía incluso mejor aspecto que la primera vez que la había visto.
- Quien eres tú? - se fijó en que llevaba el cabello recogido, no tenía joyas y vestía una blusa amarilla de manga larga y un pantalón de algodón beige.
- Me llamo Samira. Samira Rashid - hizo una pausa, como si esperara que él dijera algo -. Llegaste a mi campamento hace días. Saliste del desierto, sin más.
Hace días? Cómo podía haberse perdido tanto tiempo?
- Estás herido - señaló su cabeza -. Mi teoría es que estuviste en el desierto bastante tiempo. Cuando llegaste conmigo, estabas deshidratado - le tocó la frente.
Tenía la palma fría y a Milo le resultaba familiar. Recordaba que ella lo había acariciado antes. Le había dado agua y lo había tranquilizado con palabras dulces.
- Te has quedado inconsciente varias veces - dijo ella retirando la mano - Tu amiguito estaba preocupado, aunque para ser sincera, nunca había visto una relación así.
- Mi amiguito?
- No lo recuerdas?
- No. No me acuerdo.
Era cierto. Sus ideas eran incompletas. Era incapaz de fijar nada en su memoria.
- Está bien - dijo ella - Te has dado un buen golpe en la cabeza, así que puede que estés confuso algún tiempo.
- Cuéntame - murmuró él, preocupado por su falta de memoria.
Recordaba una pelea. Una mujer que lo hacía enojar cada vez que la veía. Recordaba estar con dos amigos en un bar, una fiesta en un sótano de la ciudad, una reunión en una sala de juntas. Pero los rostros eran borrosos, los detalles no estaban claros.
- Qué amiguito?
Samira sonrió.
- Traías una alacrán prendido de tu saco.
- Un alacrán? Qué lindo! Donde esta?
- Ahí, debajo de la manta junto a ti – dijo Samira señalando al arácnido – He creído que es una mascota extraña, pero peores cosas se han visto. No se ha separado de tu lado ni un momento y le he puesto agua en una tapita para que no tenga que bajar hasta el oasis.
- Y qué más? —murmuró Milo
Ella se encogió de hombros y vio algo en su mirada. ¿Miedo? ¿Nerviosismo?
- Nada más. Apareciste sin más - esperó un momento, pero al ver que no decía nada continuó - Quizá puedas contarme algo - se tocó la oreja con nerviosismo - Quién eres?
- Me llamo Omil...
- Sí... - asintió para animarlo a que continuara.
Una sensación de vacío se apoderó de él. La miró a los ojos y dijo:
- Y me temo que es todo lo que puedo contarte - forzó una sonrisa- No recuerdo nada más.
