Capitulo 22
Febrero 18
Palacio Valhala, Asgard
Camus estaba totalmente desmejorado. No expresaba ninguna emoción en público, pero había dejado crecer descuidadamente su barba, y salía todos los días a hacer sus investigaciones mientras solo pensaba en el destino que su amigo, casi hermano, había tenido.
Porque Milo no se comunicaba con él? Si acaso esto llegaba a ser una broma de mal gusto del alacrán, el mismo le iba a arrancar las patitas una a una. Diario se comunicaba con el Santuario y con Kanon esperando noticias, pero ya habían pasado 5 días y no lo habían encontrado. Las esperanzas de que aun estuviera con vida, eran casi nulas.
Escribía sus progresos de las investigaciones en su laptop y por la noche, su compañera de juegos, comprendiendo el dolor que su amante sentía en su corazón, solo llegaba, se metía a la cama y abrazaba a Camus, mientras este no decía ninguna palabra, hasta que se quedaba dormido. Después se iba, tratando de darle espacio a Camus.
Acababa de regresar de su última incursión, cuando Hilda llego corriendo a su encuentro.
- Camus! Gracias a Odín que estas aquí! No encuentro a Fler!
- Que dices? Donde fue la última vez que la vieron?
- Fue al patio a cortar unas flores. – dijo Hilda casi histérica – Los guardias dijeron que nunca dejo la fortaleza. Simplemente desapareció de un momento a otro
- Donde estaba Hagen cuando esto paso? Porque no estaba con ella?
Hilda bajo los ojos ruborizada.
- Estaba en la sala de partos con su esposa. Se le adelanto él bebe.
- Entiendo. – dijo Camus con un rostro neutro - Muéstrame donde fue la última vez que la vieron.
Hilda lo tomo de la mano y ambos corrieron. Afortunadamente hacia unas tres o cuatro horas que no había nevado, así que aún estaban sus huellas cerca de la entrada como Hilda había dicho. Camus las siguió y se dio cuenta que quien se la había llevado había sido muy astuto. Había esperado a que atravesara un pilar que la dejaría escondida de la vista de los guardias por unos segundos para saltar el muro y llevársela. Podía ver las huellas donde solo había dos pasos entre la muralla y las delicadas huellas de las botas de Fler.
Camus saco su teléfono y tomo fotos de las huellas. Lo guardo y salto rápidamente el muro y se propuso a seguirlas. Se dio cuenta que quien o quienes la habían secuestrado, tenían que haber escalado forzosamente el acantilado. Afortunadamente no era algo que lo detuviera. Bajo rápidamente hasta pisar suelo firme y se dio cuenta que las huellas se dirigían a una montaña que aún no habían explorado por lo lejos y difícil del terreno. Tanto, que ningún humano se atrevía a ir hacia allá. Se maldijo por no pensar que era el escondite perfecto y corrió hacia allá. Le tomo algún tiempo, aun con todas sus habilidades el llegar hasta donde las huellas desaparecían varios cientos de metros sobre el nivel del mar.
Sus ojos se estrecharon, frunció el ceño arrugando sus facciones. Como era posible que hubieran desaparecido las huellas a la mitad de la montaña? Su mano toco la pared, de dio cuenta de que estaba tocando un material que no era igual al resto de las rocas y rápidamente quitó más nieve. Camus se quedó sin aliento cuando se dio cuenta de que detrás de la nieve había una puerta de piedra. Una puerta? Por supuesto! El escondite perfecto!
No importaba. El corazón de Camus palpitaba con demasiada adrenalina para preocuparse. Donde había una puerta, seguro había una mano humana, en este caso, los secuestradores. La esperanza surgió en su interior. La puerta se resistió a sus esfuerzos por abrirla por las buenas, por lo que tuvo que usar un poco de su cosmos para poder abrirla haciendo el menor ruido posible. Lo primordial era rescatar a Fler y a las otras mujeres que se encontraran ahí sin el menor daño, y si sus secuestradores se daban cuenta que los habían descubierto, posiblemente las matarían.
Una vez dentro, Camus se dio cuenta que estaba oscuro en el interior de la montaña. Le llevó a sus ojos unos momentos adaptarse a la atmósfera. Incluso entonces, había muy poco que pudieran hacer sus retinas pues estaba negro como la boca de un lobo. Decidido a no llamar la atención, saco su iPhone, lo prendió, y la luz fue suficiente para ver a su alrededor.
Era una especie de cueva de alrededor de tres metros de alto por cinco de ancho escalones labrados en piedra y madera que le indicaron a Camus que había mucho que explorar hacia abajo.
Para cuando pasó una hora, Camus estaba más lejos y más lejos bajo la montaña. Se mantenía estable, conservando un paso de tortuga, para evitar cualquier herida adicional. Después de lo que pareció la mitad de nada, finalmente vio que algo alumbraba delante. Era débil, pero era definitivamente luz. ¡Sí! Otra media hora, y Camus estuvo por fin dentro de la cámara de la montaña que emitía la luz.
Sus ojos se agrandaron por la sorpresa. ¿Qué diablos...?
Febrero 18
En algún lugar del desierto
- (Para ser un hombre que no recuerda su nombre completo, Omil parece un buen hombre) – pensó Samira mientras veía que la Mirada de Omil expresaba muchas emociones que el intentaba ocultar.
Y tampoco parecía ser un hombre cualquiera. Un ser humano normal, no habría sobrevivido como él lo había hecho, ni sonreiría a pesar de sus heridas y traumatismos. Tenía una hermosa sonrisa y un magnetismo sexual incomparable, tanto, que comenzó a maldecir su destino por haberle quitado a su prometido Amaal, llevándoselo del otro lado del mundo con su beca completa para la Universidad de Vancouver, dejándola a merced de tentaciones como esa.
Milo tenía algo, aunque aún no sabía que, con lo que ella podía conectarse a un nivel más profundo. Algo aparte de su aspecto o de su sofisticación innata, que nada tenía que ver con la ropa. Algo que lo hacía diferente. Ella se sentía atraída por una fuerza interior, exteriorizada cada vez que la miraba con sus ojos azules y se sobreponía al miedo de que su falta de memoria fuera definitiva.
- ¿Qué ocurre? - la voz de Milo la sacó de sus melancólicos pensamientos - ¿Estás bien?
Samira sonrió. ¿Aquél hombre se preocupaba por ella, a pesar de no tener memoria y de estar contusionado? Apoyó la mano sobre su brazo. Sus músculos se tensaron bajo la tela de la camisa. Y cuando sus miradas se encontraron, algo fluyó entre ellos. Milo dejó de sonreír y frunció el ceño.
- No pasa nada - dijo ella, retirando la mano - Es normal que tengas poca memoria. La recuperarás con el tiempo - forzó una sonrisa tranquilizadora - Tienes dos heridas en la cabeza. Cualquiera de las dos bastaría para dejarte sin conocimiento un par de días.
O algo peor. Trató de no pensar en la posibilidad de que estuviera más grave de lo que ella pensaba.
- Hablas como si fueras doctora.
- Mi padre era médico, el único médico de nuestra tribu. Lo ayudé durante años - se volvió, horrorizada por lo dolorosos que le resultaban los recuerdos - No tengo estudios de medicina, pero puedo inmovilizar un esguince o tratar la fiebre.
- Por qué sospecho que has hecho mucho más que eso por mí? Me has salvado la vida, no es así?
Samira se encogió de hombros, sintiéndose incómoda con los elogios. Incómoda por su manera de reaccionar ante aquel extraño. Había hecho todo lo que podía por él, pero aún no estaba fuera de peligro.
- Con el tiempo te pondrás bien. Lo único que necesitas es descansar y darte tiempo para recuperarte. E intentar no preocuparte - ella ya se preocupaba bastante por los dos
- Bien. Tengo unas ganas tremendas de bañarme. ¿Dijiste que estamos en un oasis?
- Sí, pero...
- Entonces no hay problema para conseguir agua - dijo él - Necesitaré que alguien de tu equipo me ayude a incorporarme.
- Sólo estoy yo. Y no creo que sea buena idea bañarte todavía.
- Estás sola en medio del desierto? —preguntó asombrado.
Ella asintió.
- Eres una mujer sorprendente, Samira Rashid – dijo el tratando de recordar a alguna otra mujer que pudiera hacer lo mismo, pero por el momento no se le venía nadie a la mente -Haces esto a menudo? lo de acampar sola en el desierto?
Ella negó con la cabeza.
- Es la primera vez que estoy aquí sola - le tembló la voz y él entornó los ojos. Ella miró a otro lado.
Habían pasado casi seis meses desde la muerte de su padre y poco más de un mes desde que su prometido hubiera salido hacia Canadá. Su mirada debió reflejar algo porque Milo decidió cambiar de tema.
- Si supieras cuánta arena he tragado, me ayudarías a lavarme – Bromeo Milo mientras se incorporaba sobre un codo logro sentarse, balanceándose, a su lado.
Sin hacer caso de las protestas de Samira, trató de ponerse de rodillas. Finalmente, ella lo ayudó, al percatarse de que no podría detenerlo.
Milo se amonestó por ser tan idiota mientras se sentaba en la poza y permitía que el agua se deslizara por su cuerpo dolorido. Sabía que moverse no era buena idea, pero se negaba a comportarse como si estuviera inválido. Ya tenía bastante con que no le funcionara el cerebro. Cuanto más se esforzaba por recordar, más se intensificaba su dolor de cabeza y el de su costado. Intentó no pensar en la posibilidad de que el daño fuera permanente. No podía aceptar esa opción.
Después estaba el recuerdo de los ojos humedecidos de Samira tratando de evitar su mirada. Al mirarla a los ojos, Milo percibía una profunda vulnerabilidad y sentía la necesidad de ayudarla a borrar su dolor. Suficiente como para que intentara ponerse en pie. ¡Idiota! Había estado a punto de caerse, pero gracias a ella había conseguido meterse en el agua. Estaba sentado y se había dejado puesta la ropa interior. Se preguntaba cómo reuniría fuerzas para regresar a la tienda.
Y cómo conseguiría apartar la mirada de la mujer que lo observaba desde fuera del agua. Permitir que lo desnudara había sido una tortura. Sus manos suaves desabrochándole los pantalones, un tormento que había hecho que, por un instante olvidara el dolor que sentía. Verla arrodillada delante de él bajándole los pantalones mientras él se apoyaba en su hombro, le había provocado una sensación que ningún inválido debía sentir.
Después se había metido en el agua para ayudarlo, sin importarle que se le mojara la ropa. Él sí se había fijado. Cuando cerraba los ojos, todavía veía el sujetador de encaje bajo la tela de su blusa mojada, marcando sus pechos voluptuosos. Recordaba la curva de su cadera, y cómo se transparentaba el elástico estrecho de su ropa interior bajo el pantalón.
Milo notó que se le secaba la boca. Sabía que no tenía nada que ver con el aire del desierto. Debería intentar recordar quién era y juntar los fragmentos de su memoria. Sin embargo, no podía dejar de pensar en Samira. Quién era ella? Porqué estaba allí? Le pasaba lo mismo con otras mujeres? Se excitaba tan fácilmente? Bañarse en el wadi había sido un gran error.
Samira se mordió el labio mientras Omil murmuraba algo en sueños y fruncía el ceño. Durante las últimas horas parecía más inquieto, así que ella había dejado sus cuadernos y se había sentado a su lado.
Él se giró, sacó un brazo de debajo de la manta y dejó su torso al descubierto. Ella trató de no pensar en que estaba desnudo. Era indecente. Después de bañarse se había metido en el improvisado camastro y se había quitado la ropa interior mojada sin preocuparse de que ella estuviera delante. Era posible que ni siquiera se hubiera percatado de su presencia.
En cambio, ella lo recordaba con todo detalle. La curva de su trasero, sus muslos musculosos y...
- ¡Déjala en paz! ¡A ella no la toques! - el gritó que Milo pego hizo que ella volviera al presente.
Milo movió la cabeza con brusquedad y ella hizo una mueca al pensar en la herida que tenía.
- Shh… Tranquilo, Omil. Estás a salvo - dijo, y le tocó la frente. Su temperatura era normal, pero...
Él la agarró por la muñeca y tiró de ella. El gesto la pilló desprevenida. Trató de retirar el brazo, pero Milo la sujetó con más fuerza y la tumbó sobre él. Él frunció más el ceño y movió los labios en silencio. Tiró con fuerza y ella trató de no clavarle los codos en las costillas, pero él la rodeó con el otro brazo. No tenía escapatoria.
- Él te ha enviado para distraerme, ¿no es así? – Dijo con los ojos dilatados
- No me envía nadie - ella intentó liberarse, pero él la tumbó sobre su cuerpo de forma que sus piernas quedaron entre las de Milo.
Con cada respiración notaba su torso, sus caderas, y sus muslos poderosos alrededor de su cuerpo. Samira trató de ignorar la fascinación que sentía por estar tan cerca de él. Ni siquiera con Amaal, cuando éste la abrazaba y hablaba del futuro con ella, se había sentido tan cerca. Él respetaba que en medio oriente la virginidad de una mujer era algo demasiado importante como para entregársela a cualquiera, y había prometido esperar. Sin embargo, ese respeto se había ido al traste después de año nuevo, cuando tuvieron que separarse debido a la aceptación de Amaal a una beca para estudiar en el extranjero. La había convencido de que no podría esperar tres años y ella se le había entregado a el de buena gana. Aun así, ella se estremeció, horrorizada al ver lo excitada que estaba por un desconocido.
¿Quién iba a imaginar que el cuerpo de un hombre podía ser tan agradable?
- No debo... - él dejó de acariciarla y, al respirar hondo, rozó sus senos con el torso.
Samira cerró los ojos, deseando que su cuerpo no reaccionara, pero sus pezones se pusieron erectos.
Esperó unos instantes y trató de retirarse. Al momento, él la aprisionó con un abrazo. Milo se quedó quieto. Samira esperó diez minutos y lo intentó de nuevo. Incluso dormido, Milo la sujetaba con fuerza, negándose a soltarla.
Tratando de convencerse de que no le quedaba más remedio que esperar a que estuviera completamente relajado y abandonó la lucha por mantenerse ligeramente alejada de él. Agachó la cabeza y relajó la musculatura, acomodándose contra él. No iría a ningún sitio todavía.
Milo se despertó por un rayo de luz y, al instante, comprobó que tenía el cuerpo dolorido y que todavía le retumbaba la cabeza. Estaba excitado. Sexualmente excitado. Pronto pudo comprobar la razón: Estaba tumbado de lado con Samira entre sus brazos. Ella tenía la cabeza apoyada en su hombro, las rodillas dobladas, permitiendo que él encajara sus piernas detrás de ella. Al respirar hondo inhaló el aroma de su cuerpo, la promesa de los placeres que estaban por llegar. Su cuerpo delgado, tenía las curvas necesarias en los lugares apropiados.
Era evidente que lo que los había llevado a compartir el estrecho camastro no era el sexo. Samira estaba completamente vestida, lo que le hizo pensar que no era la primera vez que ella, por no dormir en el frio suelo del desierto que podría alcanzar temperaturas bajísimas y aprovechando que él estaba enfermo, se metía a tomar un poco de su calor. Pero la ropa proporcionaba poca protección. Y menos cuando estaba tumbado junto a ella.
Él cerró los ojos. Un fuerte dolor recorrió su cuerpo y Milo se percató de que había apretado los dientes con tanta fuerza que temía que se le dislocara la mandíbula. Respiró despacio, convenciéndose de que debía moverse. No tenía derecho a pensar así. Durante un momento permaneció allí tumbado, tenso y quieto. Se amonesto él solo. Ése era el tipo de hombre que era? De los que fácilmente se podían aprovechar de una mujer dormida? Una mujer que únicamente le había demostrado amabilidad y ni una pizca de interés sexual. Ni siquiera sabía si estaba casado O Comprometido con una mujer que estuviera lejos y preocupándose por él. La sola idea de esto hizo que la excitación sexual desapareciera de golpe. Momentos más tarde, se retiró de su lado con cuidado para no despertarla.
El sol estaba en lo alto cuando Samira despertó.
Recordaba que Omil la había abrazado con fuerza y que ella había esperado a que se le pasara la pesadilla para escapar.
No se asustó al ver que él no estaba allí. Seguramente era buena señal, porque había tenido suficiente energía para levantarse sin ayuda. Aun así, todavía no estaba recuperado. Lo vio nada más salir de la tienda.
Estaba sentado con la espalda apoyada contra una palmera y las piernas estiradas. Llevaba los pantalones que ella le había lavado. No estaba desnudo, como cuando la había abrazado. Sin embargo, ella se estremeció al sentir que una ola de deseo la invadía por dentro.
Recuerdos de la noche anterior invadieron su mente. Se sentía culpable por haber reaccionado sexualmente ante un hombre que era vulnerable y estaba a su cuidado y que no era su prometido. Y estaba confusa. En veintidós años su cuerpo nunca había reaccionado así. Con el torso desnudo y los pies descalzos parecía un ser indómito, a pesar de que llevaba unos pantalones de vestir. Ella recordaba el tacto de aquella tela y sabía que era una prenda de calidad. La prueba de que Omil provenía de un lugar lejano, de que pertenecía a otro entorno.
Sin embargo, sentado con la luz del sol reflejándose sobre la piel bronceada de sus hombros, parecía como en casa. Como un merodeador reposando. Sólo los hematomas que tenía en las costillas y el corte de la sien desdecían la imagen.
- Toma amiguito – decía mientras acariciaba al escorpión que siempre iba con él y le ponía un poco de agua en una tapa de botella.
Ella no conocía a otro hombre que se molestara para ayudar al animal. En el desierto, no se mimaba a los animales y mucho menos a los que los demás consideraban como una plaga y un peligro en lugar de una mascota.
- Hola Samira, Buenos días. Sabes? Recuerdo algunas cosas. Más que antes. – dijo Milo
- De veras? Eso es fantástico!. De qué te acuerdas?
Él se encogió de hombros.
- Sólo de algunas imágenes. Una fiesta. Mucha gente, pero sin rostro. Lugares que no puedo identificar - hizo una pausa - Y una tormenta de arena, lo bastante grande como para bloquear la luz.
Ella asintió.
- Eso sucedió justo antes de que yo llegara aquí.
- Recuerdo la inmensidad del desierto - la miró - Lo que hace que me pregunte cómo vamos a salir de aquí y si, entretanto, tienes suficiente comida para los dos.
- Hay de sobra, Y en cuanto al transporte, por este oasis pasa la ruta de los camellos.
- ¿Pronto llegará una caravana?
- Todavía no. Dentro de unos días.
- Unos pocos días? - preguntó él- Espero que no se retrasen. Tú y yo, solos en el desierto… no es una buena idea
Capitulo 23
Febrero 18
En algún lugar de alguna montana perdida de Noruega
- Esto no puede ser real - susurró. - Una ciudad primitiva!
El asentamiento que veía debajo de el, estaba básicamente formado por piedra, barro, y chozas, aunque la gente había avanzado bastante para elaborar ascensores y lo que parecían armas.
Camus se preguntaba si el sería la primera persona del mundo moderno que ponía sus ojos en esta civilización además de las mujeres que habían sido secuestradas, aunque Asgard no podría considerarse del todo moderno. Después de todo, la colonia estaba en medio de ninguna parte, viviendo bajo la parte más ruda y helada de la Tierra.
Con su entrenamiento como caballero dorado, Camus estudiaba todo lo que podía ver. Esta enorme cavidad principal tenía varios niveles, que bajaban varios miles de metros, con lo que el, solo podía ver lo que había en los cinco niveles superiores.
Los niveles cuarto y quinto parecían primitivos mercaditos como los que se ponían en Rodorio los domingos. El tercer nivel era también un lugar de mercado- pero Dios bendito, ¡lo que se vendía era demasiado increíble para poder creerlo! Si no lo estuviese viendo con sus propios ojos posiblemente creería que le estaban tomando el pelo.
Grandes hombres vestidos a la usanza vikinga estaban comprando Mujeres! Y por Zeus que congelaría todo el lugar si acaso se habían atrevido a hacer con Fler lo que estaban haciéndole a esas mujeres!
-¡Oh, Mon Dieu! - dijo quedándose sin aliento Camus – Tengo que encontrar a Fler lo antes posible.
En su cabeza, eso era lo que habia estado ocurriendo con las mujeres desaparecidas de Asgard. A pesar de estar viendo la manera de bajar sin romperse algo, su vista no se despegaba del tercer nivel. No tanto por morbo, sino para caerles encima con toda su fuerza si acaso la hermana de Hilda aparecia ahí.
