Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi. No recibo beneficios con esta historia.

Capítulo 13: Okinawa.

-Supongo que tendré que seguir.- Escuchó decir a él.

El agua que corría a través de las canillas era el único sonido dentro del cuarto de baño. Al otro lado de la puerta, Yuka revolvía los estantes y cajones.
Kagome sintió la respiración del muchacho sobre su nuca y su corazón comenzó a acelerarse.
Las manos ajenas viajaron a través de sus piernas y empezaron a escalar de forma pausada. Se estaba convirtiendo en un tortuoso juego.

-¡Los encontré!- Vociferó su amiga de forma triunfal.

La puerta de entrada se cerró con un ruido seco. La azabache se relajó y dejó de contener la respiración, sintiendo un peso menos sobre los hombros. Bankotsu, por otra parte, curvó los labios, y para reafirmar su posición, se aferró de la toalla que la cubría y comenzó a descorrerla.
Kagome, removiéndose a causa de la vergüenza, contribuyó con la labor.

-Solo lo estás empeorando.- Manifestó él con diversión.

Sus dedos oscilaron sobre la espalda desnuda de la muchacha, siguiendo el recorrido de su espina dorsal. El deseo se acrecentó.
Sin embargo, antes de poder ejecutar su próximo movimiento, tuvo que detenerse. El móvil interrumpió la situación.
Bankotsu se lo quitó del bolsillo con la idea de arrojarlo por ahí, pero, al observar la pantalla, cambió de parecer. El número que llamaba era anónimo.

Tras pensárselo dos veces, atendió.
La primera en articular palabra fue una voz femenina.

-¿Tu gusto en mujeres ha cambiado?- Expresó. La reconoció al instante. –Me sorprendes, saliendo con una chica tan insulsa.-

La atmósfera se transformó por completo. El moreno se hizo a un lado y se pasó el auricular a la otra oreja.

-¿Qué es lo que quieres?- Le dijo tajante.

-Estoy de paso en Tokio, ¿por qué no nos tomamos unas cervezas?- Su voz permanecía inmutable, como si el tiempo no hubiera tenido el menor peso sobre su persona.

-¿De dónde sacaste mi número?-

-¿Qué importancia tiene? ¿O es que te llamo en mal momento?-

Bankotsu guardó silencio y volvió su vista hacia la muchacha delante de él, que lo observaba con extrañeza.
Sin saber qué decir, cortó la llamada y se guardó el aparato en el bolsillo. Los músculos de su rostro permanecieron contraídos a causa de la alteración.

-¿Estás bien?- Quiso saber ella, pero no obtuvo respuesta. -¿Quién era?-

-Un antiguo socio.- Le dijo sin más. –Me tengo que ir.-

Kagome guardó silencio y lo vio salir sin comprender la situación.
El moreno atravesó la puerta de entrada y se pasó una mano por la cabeza; estaba inquieto. Se subió al coche y encendió el motor.
Mientras atravesaba las calles, sus pensamientos se enredaban cada vez más. ¿Qué demonios había sido eso? ¿Acaso la descarada se había tomado el trabajo de seguirlos?


El negocio estaba atestado de gente, las personas entraban y salían al ritmo agitado de la metrópolis. Afuera aún quedaban rastros de la lluvia.
La azabache miró su reloj de muñeca, todavía tenía tiempo antes de entrar a clases. Luego de los sucesos de la noche anterior, su mente formuló una pregunta tras otra.

Para despejarse, tomó una bocanada de aire, volvió su vista hacia la fila y se encaminó a la caja. El muchacho que la atendió tenía una sonrisa resplandeciente. A decir verdad, todos los empleados llevaban una, como si se tratase de un accesorio más en su uniforme de trabajo.
Algo aborrecida avanzó a través del gentío, en donde pudo divisar un rostro familiar.
Un joven de ojos ambarinos aguardaba en un rincón. Cuando la vio, movió la cabeza de forma tranquila y le entregó una sonrisa. Kagome se colocó a su lado sin decir una palabra.

-¿Hambrienta?- Preguntó sin mucho interés.

Ella asintió algo asombrada, verlo tan apacible era algo que no solía ocurrir.
Minutos más tarde, el muchacho retiró un café y una tarta individual de frutos rojos, bellamente empaquetada. Al verlo, no pudo evitar fruncir el ceño.

-No es para mí, es para mi novia.- Aclaró.

-Oh, ya veo.-

Le daba gusto saber que finalmente él podía tener ese tipo de gestos por alguien más. Tal vez aquella chica lo estaba haciendo cambiar, o al menos ver las cosas de otro modo.
Cuando la llamaron, la azabache retiró su pedido, saludó al joven y se dispuso a salir del establecimiento. Pero luego de hacer unos pasos, cambió de parecer.

- Inuyasha, ¿Llevas prisa?- Le preguntó de repente.

Ambos tomaron asiento en una pequeña mesa a un lado de la ventana.
Allí, las finas gotas de lluvia se dibujaban como líneas discontinuas mientras que los nubarrones comenzaban a disiparse del paisaje. Ella se miró las manos y luego sonrió.

-Me había llamado la atención. Nunca te gustaron las cosas dulces.-

-Me conoces bien.- Expresó él con serenidad.

Inuyasha le dio un sorbo a su bebida y se volvió a verla. Permanecería callado. Su intuición era bastante fina y sabía que ella no tardaría en articular sus preguntas. Sin embargo, al cabo de unos minutos, decidió darle un pequeño empujón.

-¿Ocurre algo?-

Kagome lo vio de reojo y suspiró. Parecía indecisa. No quería involucrarlo, pero tampoco quería seguir sumando dudas. Necesitaba respuestas.

-Hace unos días, cuando nos cruzamos en el ala de hombres…-

-Ah, esa vez. Perdón, no debí molestarte y-

-No, no es eso.- Dijo ella. – Me refiero… a cuando me dijiste que tenía que saber en lo que me estoy metiendo.-

El peliplata guardó silencio y la dejó continuar, sintiendo como un destello se iluminaba en su interior. Lo había conseguido.

-Me preguntaste si yo en verdad conocía a Bankotsu.- Añadió. -¿A qué te refieres con eso?-

-Escucha Kagome, no quiero seguir siendo una molestia. Lamento lo que te hice y…-

-Será una molestia que no me lo digas. ¿Qué es lo que sabes sobre él?- Su voz resonó más severa de lo habitual.

El muchacho se limpió las manos con una servilleta y la miró a los ojos algo sorprendido. ¿En qué la estaba convirtiendo ese tipo?

-Lo único que puedo decirte es que hay cosas fuera de nuestro alcance. Tu novio tiene un linaje familiar bastante oscuro, con varios negocios sucios de por medio.-

La azabache se quedó sentada, sin mover un músculo. Las palabras llegaron a sus oídos con una reverberación extraña. Durante algunos segundos, todo a su alrededor se silenció.
¿Podía creerle? No tenía pruebas para demostrar lo contrario. A decir verdad, no tenía nada. No sabía quién era Bankotsu. Lo único que poseía era una serie de eventos insólitos tales como la llamada de la noche anterior.
Las preguntas se multiplicaron y la situación se volvió aún más confusa.

-Escucha, debo irme. Kikyo me está esperando.- Le dijo. Ella volvió al plano real. –Sé que no soy el más indicado, pero si necesitas algo… llámame.-

Kagome asintió y lo saludó de forma seca.
El peliplata recogió sus cosas y salió del establecimiento con una sonrisa en el rostro. Unos metros más adelante, arrojó el postre a la basura.


-¿Abrigo por si acaso?-

-Sí.-

-¿Efectivo?-

-Sí.-

-¿Toallas?-

-Sí. Eso es lo último... Creo que tengo todo.-

-También yo. ¡Estamos listas!- Anunció la pelilarga mientras se arreglaba el flequillo.

-¿Siempre eres así de obsesiva o es porque estás emocionada?-

Sango soltó una risa irónica y se acomodó el móvil en la oreja. No podía evitarlo, estaban a pocas horas de realizar el viaje que anhelaba desde hacía tiempo y todo salía de acuerdo a lo previsto.
La azabache, por otra parte, no sonaba conmovida, sino más bien ausente. Tras lo ocurrido, no pudo dejar de pensar en Bankotsu como un ser completamente incognoscible. Mientras más tiempo pasaba tratando de descifrar el asunto, más hermético le resultaba. El moreno jamás había escupido una mínima palabra sobre su vida privada.

-Kagome, ¿Te arrepientes de acompañarnos?-

Ella tosió de forma violenta; a menudo era la primera reacción que manifestaba cuando Sango hacía sus preguntas u acotaciones explícitas. Era una persona sin pelos en la lengua.

-Por supuesto que no… solo estaba preocupada por mis compañeras y el desorden que harán aquí. Pero nada como unas vacaciones…- Atinó a decir. Como no obtuvo respuesta, hizo una pausa y cambió de tema, no sin antes morderse los labios. –Bankotsu debe llevarse muy bien contigo para compartir este viaje, ¿no?-

-Hemos pasado por muchas cosas.- Dijo la muchacha soltando una carcajada.

-¿Se conocen hace mucho?-

-Bueno… hace unos años, cuando el recién llegaba a Tokio. Es una historia graciosa…-

-¿No siempre vivió en Tokio?- Aquello le resultó extrañamente llamativo.

-No, no. Creo que viene de una ciudad en la prefectura de Shizuoka, si no me equivoco.-

-Ya veo...-

-¿Curiosa eh? No me digas que estás enamor-

-¡Ah, por favor! No confundas las cosas.- Se adelantó a decir.

Sango se echó a reír y se acomodó en un sillón.

-Solo busco posibilidades, no le veo nada de malo en que pueda interesarte Ban de esa forma…- Dijo. – No es la fiel definición de lo que la gente llama "buen candidato" pero es algo.-

-No tengo ningún interés romántico con él…- Volvió a bufar la azabache.

-Como digas Kag. Debo colgar, Miroku está en la entrada.- Kagome oyó un ruido de llaves. –Mañana a las ocho, en el aeropuerto. ¡No tardes!-

-Allí estaré, no te preocupes. Hasta mañana.-

Luego de colgar, la muchacha exhaló un suspiro y permaneció con los brazos extendidos sobre la cama. Aún no estaba del todo segura de que aquella fuese una buena idea, pero ya estaba hecho. Lo único que restaba era esperar.


El aeropuerto de Haneda estaba atestado de gente. Los vuelos, sin embargo, se mantenían funcionando con normalidad. La energía de aquel sistema hacía pensar que la terminal era una especie de metrópoli aparte, funcionando bajo sus propias normativas. Todo se movía con eficiencia a excepción de la muchacha que yacía de pie a mitad del lugar.
Eran las 8:15 y no había ni rastros del resto de sus compañeros. Le había enviado varios mensajes a Sango, se había sentado y parado, y había recorrido el perímetro cercano, incluyendo el baño, para matar el aburrimiento.
Luego de tantas maniobras llegó a creer que tal vez aquello era un mensaje del universo para no asistir al viaje.
Sin más remedio, tras otros quince minutos, optó por salir al exterior y sentarse sobre una de las valijas, en la entrada. Abrió el libro que había dejado a medias y se dispuso a continuarlo.
Fue entonces cuando apareció.

-Es un libro pésimo. El final es una basura.- Acotó al ver la tapa.

Kagome lo cerró y se volvió a verlo con pesadumbre. Llevaba una camiseta gris opaco y un atuendo con pantalones y calzado haciendo juego en negro. En aquellos momentos pretendía encender el cigarrillo que tenía entre los labios.

-Es un atuendo muy veraniego el que traes.- Le respondió.

El moreno le dio una calada sin prestarle atención.
Ella se puso de pie y lo vio desde aquel ángulo: Sus ojos azules permanecían inmóviles, centrados en un punto fijo. Su mirada parecía estar siempre con la guardia en alto, cargada, desafiante. Y aun así, muchas veces, parecía indiferente a lo que ocurría a su alrededor.

Luego de exhalar el humo de sus pulmones, se volvió a verla. El rostro de Kagome se ruborizó y se giró hacia el otro lado. Había sido una reacción involuntaria, de parte de la niña de trece años que llevaba dentro.

- Sango y Miroku están en camino. Su celular se había apagado.- Lo oyó decir.

La azabache asintió con la cabeza y se miró la punta de los pies.

-Y, sobre la llamada del otro día…-

Un automóvil se detuvo frente a ambos y dos jóvenes descendieron de él con apuro.
El muchacho fingió no haberla escuchado y ayudó a bajar las valijas.
Kagome frunció el ceño, y al cabo de unos segundos hizo lo mismo. Sango arrastró la mayor cantidad de cosas que pudo y se apresuró para registrarlas en el mostrador principal.
Con el tiempo contado, los cuatro hicieron el abordaje y tomaron asiento. El viaje fue bastante tranquilo y silencioso. El ojiazul durmió durante todo el trayecto y no pudo preguntarle nada más.

Al llegar, retiraron el vehículo que habían alquilado y se trasladaron hasta el lugar: una casa bien amueblada de dos plantas, a pocos metros de la playa, con dos habitaciones, dos baños, cocina y un extenso living. Un lugar pacífico y luminoso.
Los cuatro le dieron vueltas por todas partes, abrieron puertas y ventanas y chequearon que todo se encontrase en su lugar.
Luego de hacer las compras y tomar una cena ligera, Sango y Kagome tendieron las camas y organizaron los lugares.

La azabache, que apenas había expresado palabra desde su llegada, se aclaró la garganta y le habló a la muchacha que la acompañaba.

-Las dos habitaciones tienen camas matrimoniales…- Mencionó con algo de retraimiento.

-Claro, no tienen inconvenientes con eso… ¿verdad?- Dijo restándole interés. – Es decir, ustedes…-

-No, ninguno.-

La voz del moreno irrumpió en la recámara y respondió a la pregunta de la muchacha sin oscilaciones.
Kagome lo miró mientras se recargaba en el marco de la puerta, con un bolso debajo del brazo.

-Miroku y tú pueden quedarse en esta. Dejaré mis cosas en la otra, abajo.- Añadió. Luego continuó con su camino.

-Si hubiera problemas… el sofá del living se hace cama.- Le susurró Sango con cautela. Ella asintió y colocó la última almohada dentro de su funda.

Al bajar, acomodó sus elementos de higiene personal en el baño y se puso el pijama para meterse en la cama.
El ojiazul, que había salido a fumar un cigarrillo, entró por la puerta corrediza y comenzó a desprenderse de su ropa. La luz de la luna se colaba a través del vidrio y se reflejaba sobre él.
En medio de la penumbra, el moreno se deshizo de su camiseta, su cinturón y sus pantalones. Ella lo observaba con atención sin poder evitarlo.

-Lo siento, ¿Quieres que me cubra? No me gustaría incomodarte.- Le dijo de repente.

No le sigas el juego. Se dijo a sí misma en un arrebato de cordura. Luego se limitó a ignorarlo y darle la espalda.
Bankotsu se metió dentro de las sábanas y pegó el cuerpo a la espalda de ella, quien apenas pudo contener el estremecimiento.

-No me digas que querías dormir en otro lugar.- Le dijo al oído.

-¿Ahora decidiste dejar de ignorarme?-

El moreno soltó una carcajada que sonó más a quejido y se alejó. Luego, se dio media vuelta y cerró los ojos, tratando de conciliar el sueño.


La mañana estaba espléndida, el sol se alzaba sobre el cielo despejado y el viento traía consigo un aroma nostálgico, un recuerdo de los viajes que hacía Kagome junto a su madre y su hermano durante la niñez.
Cuando despertó se encontró con aquel paisaje frente a sus ojos. Los ventanales estaban abiertos de par en par y la brisa se colaba meciendo las cortinas.
La azabache se lavó la cara, de cambió y se peinó el cabello; y antes de salir de la recámara, se encontró con Bankotsu. Los dos intercambiaron miradas durante algunas fracciones de segundo y continuaron su camino.

-Vaya, al fin despiertan. ¿Qué tal la convivencia?- Expresó Sango mientras servía el desayuno; pero no obtuvo respuesta.

Kagome rodó los ojos y colocó los cubiertos sobre la mesa. -¿En dónde está Miroku?- quiso saber.

-Esperando afuera. No quiere perderse un minuto de sol y arena…- Le dijo cargándose una sombrilla al hombro. -Nosotros nos adelantaremos. Desayunen con tranquilidad y vengan luego.-

Ambos la vieron desaparecer y se enfrascaron en lo suyo. Bankotsu se bebió el café, comió algunas tostadas y ordenó la cocina en silencio. Luego se hizo de una toalla y unos anteojos de sol, y se encaminó hacia la entrada.

-¡Aguarda! ¿No vas a llevar nada más?- Le preguntó ella, que ni siquiera se había cambiado.

-No. Esto es todo.-

-¿Podrías ayudarme? Tengo muchas cosas en-

-Estoy de vacaciones. El novio falso se quedó en Tokio, sabes?- Se adelantó a responder. Una sonrisa curvó sus labios.

Ella frunció el ceño y guardó silencio, dejando que se fuera. No permitiría que el carácter del moreno la hiciera enfadar y le arruinase las vacaciones. Sango había puesto mucha energía en el viaje y no podía defraudarla.
Sin perder la calma, preparó un bolso con lo indispensable y se cambió. Frente al espejo, su rostro se mostró descansado y resplandeciente. No recordó la última vez en que se había permitido dormir tanto.
Aquellos tenían que ser días de descanso para todos. Los problemas se habían quedado en la ciudad.

-¿El novio falso se quedó en Tokio? Perfecto.-

Su cinismo nunca dejaba de sorprenderla, pero no ganaría.

Al llegar, reconoció la sombrilla de forma instantánea. Su amiga hojeaba una revista y Bankotsu permanecía sentado sobre la arena. A lo lejos, Miroku se zambullía entre las olas. En el perímetro había varios grupos de jóvenes platicando y riendo. Las muchachas traían bañadores de colores llamativos y estampados muy bellos.
Parecían estudiantes que, al igual que ella, aprovechaban del receso para darse un descanso.

-¡Prueba el agua Kag, está fantástica!- Le dijo la castaña cuando la vio venir.

Ella asintió y dejó las cosas a un lado con una sonrisa triunfal. El moreno la observó de reojo mientras que se pasaba el vestido por encima de la cabeza. La prenda que soltó dejó al descubierto un traje de baño insípido, de dos piezas y color negro que le quedaba magnífico.

Estuvo en el agua por un buen rato. Se zambulló junto a Miroku, recogió algunas piedras pequeñas y permaneció a flote durante un largo rato. Sango se les unió al rato.
De camino a su bolso, cuando se disponía a dejar las cosas que había levantado, chocó con un muchacho que trataba de atrapar una pelota de vóley.

-Lo siento, estaba distraído.- Le dijo mientras que la ayudaba a recoger las cosas del piso. Parecía varios años mayor a ella. -¿Quieres unírtenos? Nos falta un jugador.-

-¡Claro! Dame un minuto.-

El moreno, que se percató de la situación desde donde estaba, la vio acercarse y dejar las piedras. Luego intercambió una mirada con el otro muchacho, un castaño con aires de superioridad y cuerpo de deportista.
No dijo una sola palabra, solo la observó irse.

Kagome regresó cerca del mediodía, un poco antes de que sus amigos recogieran las cosas para marcharse. El castaño la agarraba de los hombros y se reía mientras caminaban acompañados de un grupo de chicos.

Durante la tarde, los cuatro visitaron algunos sitios turísticos y regresaron para cenar un plato preparado por Miroku.
Comieron afuera, en la galería que daba a la entrada de la casa. Era una noche espléndida y el viento soplaba de forma apaciguada.
Durante la sobremesa, Sango apareció con una botella de awamori, cuatro vasos y una sonrisa en los labios.
Sus amigos, que ya conocían su gusto por las bebidas alcohólicas, suspiraron de forma inevitable.

-Okinawa nos recibe de forma grandiosa, eh?- Dijo mientras servía el contenido, sin siquiera preguntar.

-A algunos mejor que a otros, no es así Kagome?- Escupió el moreno con sarcasmo.

Su oyente, que se encontraba al otro lado de la mesa, sostuvo uno de los vasos entre los dedos y curvó los labios en una sonrisa.

-Ya lo creo. Hay que brindar por ello.- Respondió. Los cuatro alzaron sus vasos y bebieron hasta dejarlos vacíos. –Me invitaron a una fiesta en la playa, podríamos ir todos…-

-¡Fiesta! Claro que iremos todos. ¡Vinimos a divertirnos y eso haremos!- Dijo la castaña. Bankotsu rodó los ojos y guardó silencio. Con los ánimos de Sango a penas se atrevía a contradecirla. Más tarde inventaría alguna excusa para no asistir. Pero no fue necesario.
Una hora después, luego de haberse bebido otros tres vasos de awamori, la castaña dialogó sobre cualquier tema hasta quedarse dormida. Tenía las mejillas enrojecidas y descansaba con la cabeza sobre el hombro de Miroku, como un niño pequeño.

Su pareja, sin más remedio, se puso de pie y la cargó en sus hombros.

-Supongo que tendré que acostarla... Ustedes podrían ir juntos a esa fiesta.- Dijo a modo de disculpa. Luego emprendió marcha.

Bankotsu y Kagome guardaron silencio y se encargaron de juntar las cosas.

-Suerte en la fiesta.- Acotó el ojiazul luego de recoger los vasos.

Kagome lo ignoró de forma olímpica, llevó el awamori hasta la cocina y lavó los trastos sucios. Él se acercó hasta donde estaba, se sirvió lo que quedaba en la botella y volvió a salir para sentarse en la galería. Unos minutos después, la vio pasar por su lado.

-Envíale un saludo al jugador de vóley.-

-Lo haré.- Respondió ella sin siquiera voltear. –Es un alivio saber que el novio falso se quedó en Tokio.-

En realidad, no estaba interesada en lo más mínimo en aquel tipo. Lo único que deseaba era cerrarle la boca al moreno.
Al oírla, Bankotsu apretó la mandíbula, sacó un cigarrillo de su cajetilla y lo encendió. Luego observó cómo se marchaba.
Cuando se fue, el ojiazul se quedó contemplando el cielo durante un tiempo, se fumó su cigarrillo y volvió a entrar. Deambuló por la casa y se sentó frente al televisor, buscando algún programa interesante que despejara su mente. Estaba inquieto.
Sin éxito, trató de imaginarse que estaría haciendo ella y si el tipo deportista ya la habría encontrado. De seguro que lo había hecho, y estaba poniendo todo su esmero en sacar beneficio de la situación.

Bankotsu sacudió la cabeza y le dio otra vuelta completa a los canales. Dejó una película antigua que ya estaba empezada y parecía un desperdicio, y a los cinco minutos comenzó a cabecear.
Cuando abrió los ojos otra vez, no supo ni cuánto tiempo había pasado. Se despertó con el sonido de la puerta.
Para despabilarse, se frotó los párpados, se estiró los músculos y apagó el televisor. Miró la pantalla de su móvil: las dos y cuarto de la madrugada.
Se acercó a la puerta en medio de un bostezo.

Al abrir se encontró con una muchacha alta de cabello rizado. Su rostro le resultó familiar y tardó algunos segundos en relacionarlo. Era una de las personas que acompañaban al tipo castaño en el partido de vóley durante la mañana.
La chica traía a Kagome colgada de un hombro. Enseguida se la entregó.

-Se pasó de copas.- Dijo de forma sutil mientras veía a Bankotsu cargar a la azabache en brazos. –Se tropezó. No le ocurrió nada, pero se rompió un poco la camiseta.-

-¿En dónde está tu amigo? El buitre.- Le dijo sin prestarle atención.

-¿Kenta? El… se fue un poco antes, por eso la traje yo.-

El moreno guardó silencio, entró junto con Kagome y le cerró la puerta en la cara. Colocó a la azabache sobre el sillón y se acercó para comprobar que respirara. La llamó un par de veces y luego la vio abrir los ojos. Solo estaba dormida.
Le enjuagó el rostro con un paño húmedo, se aseguró de que no tuviese golpes y la acompañó al baño en caso de que quisiese vomitar. Su estado era bastante más aceptable que en la última ocasión.
Luego de un rato, y después de comprobar que estuviese todo bien, la condujo hacia la habitación.

-Estoy bien.- La oyó decir. –Muy bien.-

Bankotsu corrió las cortinas, se sentó y observó cómo se introducía entre las sábanas.
Luego de acomodarse, Kagome guardó silencio. Lo miró a los ojos y se fue acercando a él de forma detenida, mientras depositaba una mano sobre la suya. El moreno la miró y, al cabo de unos segundos, sintió como le acariciaba la nuca con la otra mano. Desde allí, pudo percatarse del pedazo roto en su camiseta. También llegó a ver parte de su sostén, que se asomaba por debajo.

-Quédate aquí, conmigo.- Le dijo en un susurro. Su aliento cálido estaba impregnado de un olor a alcohol considerable.

El ojiazul sintió un calor interno que tuvo que contener. No era como antes, esta vez no se sentía capaz de seguir avanzando. Había algo en su interior que no se lo permitía.
De manera que, reuniendo fuerzas, suspiró y le apartó las manos con delicadeza.

-Eres una molestia.- Le susurró despacio.


Hasta aquí por hoy! Espero hayan disfrutado. El próximo capítulo promete algunas cosillas más...
Muchas gracias a las personas que dejan reviews y siguen la historia desde el comienzo! Nos leemos en el próximo!