Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi. No recibo beneficios con esta historia.

Capítulo 14: Tregua.

Miroku le dio un mordisco a su comida y volvió la vista hacia Sango, que parecía haber atravesado una mágica recuperación. La muchacha masticaba el desayuno con fruición y se mostraba de lo más satisfecha. Nadie terminaba de comprender como podía sostener un estado de ebriedad de aquel calibre y no sufrir de malestar al día siguiente.
Kagome, que apenas podía levantar la cabeza a causa del dolor, probó los alimentos, se tomó un analgésico y bebió una cantidad considerable de agua.

-¿Cómo estuvo la fiesta? ¿Fueron juntos?- Quiso saber Sango.

- Preferí dejar que ella se divirtiera con sus amigos.- Dijo el moreno, con la vista vuelta hacia a ver a la azabache. -¿No es cierto?-

Ella se puso de pie, recogió sus cosas y se retiró con la excusa de que debía cambiarse.
Sus amigos, que estaban acostumbrados a oír contestaciones igual de sarcásticas en su defensa, se sorprendieron ante la conducta.

Durante la tarde, los cuatro fueron al centro para realizar compras de todo tipo. Okinawa se destacaba por tener los mejores mercados de alimentos y bebidas; y también las mejores tiendas de regalías.
Las horas avanzaron a pasos agigantados, pero luego de salir del tercer comercio, Kagome decidió hacer una pausa y tomar un descanso afuera.
Cuando el resto se adentró en el cuarto negocio, ella se sentó en uno de los bancos de la calle, sacó una botella de agua de su mochila y le dio un sorbo generoso. Luego se masajeó las sienes; la molestia había mejorado pero aún quedaban atisbos de ella. El ojiazul se acercó unos minutos más tarde y le hizo señas para que continuaran el camino.

-Sango se enteró de que hay un festival a unas pocas calles.- Le dijo. Ella lo siguió sin mediar palabra. Su actitud comenzaba a fastidiarlo.

El grupo caminó hacia el evento mientras que el sol descendía. Los últimos rayos de luz bañaron la ciudad de un color rojizo.
Al llegar, se encontraron con un festival de linternas magnífico. Las lámparas de estilo oriental colgaban de los techos. Otras, con forma de geishas, animales y figuras de todo tipo, yacían en el camino a modo decorativo. Había puestos de comida, música en vivo y juegos tradicionales.
Recorrieron todo el perímetro y se detuvieron en los lugares de mayor interés. Sango compró brochetas y le ofreció algunas a Kagome, pero ésta la rechazó amablemente.

-¿Te sientes bien?-

-Me siento mucho mejor, pero trato de cuidarme por si acaso.- Le respondió con una de sus mejores sonrisas forzadas. –Iré por una botella de agua, ¿quieres algo?-

-Lo que sea, pero sin alcohol. No quiero dejarlos cargando conmigo otra vez.- Expresó la muchacha soltando un suspiro.

Kagome se encaminó hacia el puesto de bebidas, hizo su pedido y lo abonó. Muchas personas aguardaban detrás de ella y quería aligerar el trámite.
Cuando ubicó el dinero en su billetera y se dispuso a volver, oyó algunas voces familiares.
Unos metros más atrás, un grupo de chicos reía de forma escandalosa. Al reconocerlos, suspiró y se quedó inmóvil para evitar ser descubierta.
Bankotsu, que había olvidado pedirle lo suyo, se acercó hasta donde estaba. Las quejas de algunas personas se hicieron audibles y llamaron la atención.

-Miroku y yo queríamos unas cervezas, ¿ya hiciste tu pedido?- Ella asintió con la cabeza y comenzó a desviarse del camino con cautela. -¿Qué estás haciendo?- Le dijo de forma abrupta.

- Le llevaré esto a Sango.- Respondió en voz baja. Parecía querer camuflarse con el entorno.

El moreno arqueó una ceja y miró a su alrededor en busca de la causa. Sus ojos deambularon entre la multitud hasta encontrarse con el rostro familiar del deportista. El imbécil de la playa sonreía de forma soberbia mientras hablaba con sus compañeros.
Al dar cuenta de la situación, dio media vuelta y la siguió.

-¿Temes que pueda avergonzarte frente a tu amigo?-

Kagome suspiró y siguió su paso con algo de enfado.

–No me interesan esos idiotas.-

-Creí que te lo habías pasado bien anoche.- Le dijo mientras se ponía un cigarrillo entre los labios. Ella, algo más irritada, detuvo la marcha, dio media vuelta y lo enfrentó.

- No necesito más bromas por hoy, ¿entendiste?- Expresó de forma violenta.

Él soltó el humo de sus pulmones y se quedó inmóvil, escrutándola. Había algo en su actitud que no cuadraba.

-¿También vas a decirme que es a causa de tu resaca?- ... –Tal vez Sango se trague esa historia, pero yo no.-

Su interlocutora apartó la vista y guardó silencio. No encontró pretexto exitoso.
Sin más, se abrió paso entre la gente y aligeró la caminata, pero él la detuvo un poco antes de llegar, cuando se aferró a su brazo.

-Suéltame.- Le ordenó.

-¿Quieres quedarte callada? Perfecto. Pero no vuelvas a utilizar excusas patéticas a causa de ello.-

Kagome se removió hasta zafarse, se arregló las prendas de ropa y se quedó inmóvil durante algunos segundos. Bankotsu tiró la colilla al suelo, molesto, y buscó su atado entre los bolsillos.

-Estoy cansada de soportar todo tipo de estupideces.- La oyó decir. –Estoy harta de lidiar con gente que llega, toma lo que le es conveniente y luego se va. Eso es todo.-

Él dejó de buscar y se volvió a verla. Aquella frase le llamó la atención. Le sonó extraña y familiar. Tal vez porque resumía de manera perfecta muchas de las situaciones que atravesó en la vida. Muchas personas que se servían de él para lograr sus fines, desaparecían y de vez en cuando volvían a aparecer.
Pero no fue lo único.

-¿A qué te refieres con que se va?- Soltó. – Cuando dijiste que la gente "toma lo que le es conveniente y luego se va".-

No podía estar hablando de Inuyasha, aquel tipo no se iba ni aunque se lo pidieran de rodillas.
Fue entonces cuando recordó las palabras de la chica alta. "¿Kenta? El… se fue un poco antes, por eso la traje yo."

Kagome no contestó.

-Te hice una pregunta.- Le dijo acercándose.

-A nada. No me refería a nada.- La azabache bajó la cabeza y permaneció con la vista desviada.

-¿Ese imbécil de ayer te hizo algo?-

-No tiene importancia. Fue-

-¿Él te hizo eso en la camiseta?- La interrumpió. Su tono de voz se tornó cada vez más impaciente.

Ella trató de suavizarlo y mantener la calma en el ambiente, pero le fue imposible.

-Escucha, ya me ocupé. Solo me siento...-

-¿Fue él o no?- Volvió a preguntar. El ojiazul sintió sus músculos contraerse a causa de sus impulsos, la sostuvo del mentón y la obligó a mirarlo. Tenía que ser él, ¿quién más sino?

-Sí.- Le respondió Kagome.

Él apretó la mandíbula y se apartó. Sin decir una palabra más, se encaminó hacia el lado contrario.
Ella lo llamó varias veces, pero fue inútil.
Bankotsu se dirigió hacia el sector de bebidas y luego deambuló por sus alrededores. Unos minutos más tarde, los encontró. Estaban a un lado del estacionamiento, bebiendo cerveza y riendo de forma estúpida.
El moreno divisó al deportista a lo lejos y, cuando lo tuvo lo suficientemente cerca, le asestó un golpe en la mandíbula.
El chico se desestabilizó y logró reincorporarse de forma rápida. Sus amigos quisieron intervenir, pero éste los detuvo.

-¿Te molesta que las cosas no se hagan a tu modo?- Le dijo el ojiazul mientras que lo veía acercarse.

Su interlocutor curvó los labios al reconocerlo y le entregó una mirada cínica. –No me digas, ¿estás preocupado por la chica?- Pronunció. Soltó una carcajada y le lanzó un derechazo, pero su contrincante lo esquivó.

-Eres un inútil.- Le dijo el moreno. -No peleas ni con la mitad de energía con la que hablas.-

Los jóvenes presentes observaron cómo su amigo era derribado contra uno de los autos y hacía el esfuerzo por zafarse del agarre de su adversario. Bankotsu lo asió contra el capó y se acercó hasta su rostro.
El voleibolista torció la boca y le escupió la sangre que manaba de su herida.

-¿Vienes a hacer justicia en nombre de los demás?- Le dijo. –Porque, que yo sepa, Kagome no tenía un novio.-

El ojiazul sintió como el muchacho comenzaba a removerse debajo de su cuerpo y se zafaba de su agarre. Su mente dejó de concentrarse en los movimientos y se enfocó en sus palabras.
Justicia era un término que no podía ajustarse a su vida. Sus impulsos lo habían arrastrado hasta allí. Su política de prohibir cualquier tipo de vínculo entre negocios y vida privada se derrumbaba. ¿Qué demonios estaba haciendo? Su racionalidad lo estaba abandonando a causa de una chiquilla problemática.

En medio de sus cavilaciones, recibió un rodillazo que lo sacó de su eje. Se alejó unos metros, a causa del golpe, y tomó una bocanada de aire para recobrarse; luego se volvió a verlo.
Kenta sonrió, se acercó de forma rápida y le dirigió una patada directa a las costillas. Él bajó los codos, bloqueó el ataque y aprovechó el impulso para darle un gancho izquierdo.
El castaño cayó al suelo de forma instantánea.

Bankotsu se colocó encima de él y lo asió del cuello de la camisa. Luego, movió los cinco dedos de la mano y los afianzó en forma de puño. El deportista apretó los párpados.

-¡Esa desquiciada me arañó el cuello! ¡¿No es suficiente?!- Vociferó llamando su atención, probablemente para salvar lo que quedaba de su rostro.

Al oír su declaración, el moreno curvó los labios. No tenía por qué seguir perdiendo tiempo con un cobarde.
Lo soltó, se puso de pie y se sacudió las ropas para marcharse; pero, al dar media vuelta, el castaño lo asió del cuello y formó una llave para trabar su respiración.
Bankotsu, que conocía de sobremanera a los que jugaban sucio, se aferró a él, inclinó el cuerpo y lo tiró del brazo con fuerza. Las posiciones cambiaron y el muchacho quedó inmovilizado. El moreno le entregó un rodillazo limpio en el tabique y luego aflojó su agarre, para verlo caer.

-Es una lástima que ella no te haya roto la nariz.- Soltó con repulsión. Los presentes rodearon al voleibolista para socorrerlo y asegurarse de que estuviese consciente.

En la casa, ninguno de los presentes dijo una palabra. Miroku subió las escaleras, exhausto, y Sango lo siguió luego de conversar de forma breve con Kagome.
Cuando se quedó sola, la azabache volvió a la cocina y se sentó en la mesa. Él estaba frente al lavabo, con una bolsa de hielo sobre los nudillos. El silencio era sepulcral.

-No tenías por qué hacerlo.- Se atrevió a decir. Unos segundos después, se miró las manos, avergonzada.

El moreno guardó la compresa, se estiró el cuello y pasó por su lado sin siquiera mirarla. Kagome se masajeó las sienes, rendida, y bebió un vaso de agua en silencio. "Lo hecho, hecho está." Pensó con remordimiento.
Más tarde, se adentró en la habitación; su mente era un caos y necesitaba descansar.
La luz de la luna se colaba a través de la puerta corrediza y bañaba una porción del espacio; también se oía el canto de los grillos y la danza de algún que otro arbusto mecido por el viento. Era una noche magnífica.

Tardó un poco en dar cuenta de la presencia de Bankotsu. Estaba afuera, apoyado contra el barandal del deck trasero, fumándose un cigarrillo. Era un espacio no muy grande, con salida directa al jardín.
Ella abrió la puerta corrediza y se acercó de forma silenciosa, observándolo. Tenía el torso desnudo y algunos restos de humedad en la piel. Su semblante se mezclaba con los sombríos matices de la noche, aún no se suavizaba.

-¿Te duele?- Le dijo viendo sus manos.

Él se sobresaltó, como si lo hubiesen sacado de un trance. Tiró la colilla, se volvió a verla y luego giró la cabeza sin decir nada.
Kagome se impacientó. Comprendía su molestia, pero quería que dejase de comportarse como un niño.

-Te estoy hablando.- Soltó. -¿Vas a seguir ignoránd-

-Deja de hacer estupideces, Kagome.- Lo oyó decir. Lo hizo de forma fría, con severidad.

La azabache sintió aquella amargura encima de ella, sintió culpa y remordimiento.
Sin saber cómo actuar, se acercó y depositó una mano sobre la suya.

-Lo siento.- Expuso de forma suave.

-Pedir disculpas no es suficiente.-

Bankotsu se giró para verla y distinguió una especie de déjà vu, como si la escena de la noche anterior apareciese nuevamente ante sus ojos: su piel tersa y cálida, su voz apacible, los latidos de él comenzando a precipitarse en medio de la penumbra.
Quería mandarla al demonio, gritarle y hacerla entrar en razón, pero no pudo. Otra vez sentía que el dominio de las emociones se le escapaba de las manos. Una vez más aquellos arranques irrefrenables amenazando con emerger. ¿Por qué?

De un momento a otro quiso volver a sentir sus caricias y su aliento tibio; tenerla cerca.

En un impulso, arrimó el rostro y unió sus labios a los de ella. Se manifestó de manera tal que, por unos momentos, creyó errada. Pero, cuando Kagome enredó las manos detrás de su nuca, supo que estaba en lo correcto.
Sin términos válidos que lo justificasen, entrelazó su lengua a la de ella y se soldó a su cintura. Sus movimientos fueron involuntarios, como si su cuerpo se manejase con autonomía.

Había echado de menos su complexión pequeña, sus labios y sus hermosas manos, pero su conciencia había luchado en contra. Algo en su interior buscaba hacerla a un lado, alejarla de todo aquello que tuviese que ver con él y su catastrófica vida. Su mente era una maraña de reflexiones fluctuantes y contradictorias.

Al cabo de unos minutos, la vio apartarse. Sus pulmones se llenaron de aire y su cabeza se torció hacia otro lado. Lucía algo pensativa y triste, había angustia cargada en sus ojos.
Bankotsu se inclinó, posó algunos dedos sobre su mejilla y la acarició de forma suave. Aquella reacción, que enseguida catalogó como estúpida e innecesaria, fue seguida de un beso tímido que se acrecentó.

Kagome creyó estar tratando con alguien más, como si todo aquello fuese producto de su imaginación. Estaba segura de que alguien se había llevado al verdadero Bankotsu y lo había intercambiado por un farsante. "Tal vez sucedió. O tal vez esté enloqueciendo." se dijo a sí misma mientras que cerraba los ojos.
Sus pensamientos se silenciaron cuando sintió los labios del moreno rozar su cuello. Sus emociones comenzaron a fluir y todo lo demás perdió peso.

Él sintió el exquisito aroma que manaba de su piel y se dedicó a desabotonarle la camisa. Sus manos viajaron entre medio de la prenda de forma cuidadosa y le desabrocharon el sostén. Le acarició el abdomen y ascendió hasta detenerse en sus senos; los palpó, los probó, se abstrajo con ellos. Ella se apoyó sobre la barandilla y entrelazó los dedos en su oscuro cabello, lo vio deleitarse y separarse de su cuerpo con la respiración entrecortada. Estaba agitado, su interior comenzaba a perturbarlo y no podía impedirlo.

Sus dedos acariciaron los muslos femeninos y luego separaron ambas piernas con un movimiento sutil, abriéndole paso. Su cuerpo se instaló en medio de ella y sus pequeñas prolongaciones se colaron por debajo de su falda, haciendo contacto con su zona íntima. Ella apretó los ojos al sentir el movimiento.
El ojiazul friccionó el índice contra su sexo y le descorrió la ropa interior con los últimos rastros de delicadeza que le quedaban. Su lucidez se empantanó y su cuerpo comenzó a bullir al sentir la humedad que se creaba en la zona.

Ambas miradas se encontraron. Sus ojos color canela lo abrigaron de forma ávida, sin vacilaciones. Ella también lo ansiaba. No quería esperar más.
Sin titubeos, introdujo dos de sus dedos en el interior de la muchacha, los movió de un lado hacia el otro, y luego de adentro hacia afuera. Su miembro comenzó a causarle estragos dentro de sus pantalones.

Kagome contuvo la respiración y desprendió un gemido inevitable al sentir la lengua del moreno sobre la zona. Estaba resuelto a consumar lo que había iniciado días atrás en su habitación. Ya no se detendría.
El órgano muscular se deslizó sobre su sexo y su cuerpo se estremeció. El muchacho probó su interior y se movió con libertad, provocándole una satisfacción desmedida.

Aquel temperamento, irreflexivo y brusco por naturaleza, parecía mezclarse con una conducta primorosa por momentos. Estaba embelesada, y eso le aterraba. Reconocía el poder que su ser tenía frente a ella. No podía tratarlo como a un pasatiempo; quería abrazarse a aquellas sensaciones para siempre. Quería comprender todo aquello que desconocía.

El acto cesó cuando Bankotsu sintió que su organismo estaba al borde de la demencia. Fue entonces cuando se puso de pie, aflojó el botón de sus pantalones y se pegó a ella. Se aferró a sus glúteos y oprimió el miembro contra su sexo desnudo. Kagome contuvo la respiración y sintió el inquietante contacto entre ambas intimidades.

Él comenzó a moverse, rozándose contra ella de forma dócil, y contempló la situación: Su dulce rostro, el vaivén de su falda, su miembro insistente… Se sintió acorralado, en medio de una batalla contra el miedo por perder el control. Quería ponerle fin a aquel tortuoso juego.

-Ya no puedo…- Reconoció con algo de dificultad.

Ella quiso decir algo, pero se arrepintió. Luego, entrelazó las manos detrás de su nuca y lo besó.
El ojiazul sujetó una de sus piernas, la elevó y se hundió en su interior. Su intimidad fue abrigada por aquel espacio cálido y estrecho, y sus músculos se contrajeron. Creyó que había esperado una eternidad.
Bankotsu comenzó a removerse en su interior de manera suave, reverencial, como si quisiese extender el tiempo. Su cuerpo experimentó una sensación placentera que lo envolvió de pies a cabeza.

Kagome lo recibió de forma satisfactoria. Sus extraordinarios ojos oscuros lo escudriñaron, se alzaron sobre él y lo abarcaron todo.
La situación fue muy distinta de aquel primer encuentro entre ambos, que respondió más a una rivalidad de egos que a cualquier otra cosa. Ella ya no era su adversaria, lo aceptaba; incluso sus movimientos se complementaban con los de él.

El moreno le besó el lóbulo de la oreja, se retiró y luego volvió a penetrarla. Su excitación lo llevó a repetir la operación una y otra vez. Quiso experimentar aquello hasta saciarse.
Ella se aferró a sus hombros y desprendió un gemido, su falda se dobló a causa de los movimientos. Los cuerpos se agitaron en medio de la penumbra, se unieron y se separaron.

-Eres perfecta.- Le susurró de forma inconsciente. A penas pudo dar cuenta de lo que había dicho.

Kagome escondió el rostro en su pecho. No supo cómo reaccionar. Jamás pensó oír algo similar de su parte.
Entonces, aquel vaivén que se había originado de forma pausada y tranquila, se descontroló. El ritmo aumentó y las estocadas fueron cada vez más intensas.

La azabache se abrazó al cuello del muchacho y jadeó desesperada. Sus senos se agitaron de forma enérgica, su cabello se sacudió al compás de los movimientos. La unión entre ambos cuerpos fue violenta y una fina capa de sudor los envolvió.

Varios gemidos se desprendieron de forma irremediable de las cuerdas vocales del moreno. Su complexión se estremeció y sus ojos se cerraron. Había renunciado, se había rendido ante ella.


Hasta aquí gente. Gracias por los comentarios, nos leemos en el próximo capitulo!