Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi. No recibo beneficios con esta historia.

Capítulo 15: Confusión

Algunos mechones de pelo le caían sobre el rostro y otros permanecían desparramados sobre el colchón. Su respiración era tranquila, pero cada tanto se agitaba a causa de un mal sueño.
Recordó perfectamente su semblante inocente, la suavidad de su piel y el calor de su aliento. Se había mantenido abrazada a él durante toda la noche.
En una ocasión, incluso, recordó haber hecho el esfuerzo por ponerse de pie; tenía la garganta seca. Ella se aferró a su torso y balbuceó algunas palabras incomprensibles a modo de queja.
La memoria le trajo todo tipo de imágenes, olores y sensaciones.

-¿Sigues allí?- Oyó decir a su compañera.

Su organismo volvió a ordenarse en tiempo y espacio. Su mente se había quedado en Okinawa y le llevó algunos minutos más arrastrarla hasta la realidad. Sí, seguía allí.

-Estoy aquí.- Expresó. Lo dijo con la intención de creérselo. Luego, sacó un cigarrillo de la cajetilla y se lo llevó a la boca.

-¿Hablaste con Kagome?-

-No.-

Sango suspiró y enderezó el cuerpo, se aferró al pomo de la puerta y abandonó la oficina con aires de resignación. Se preguntó cuánto tiempo más le llevaría a su colega sincerarse y dejar de ser un niño. Estaba cansada de verlo luchar contra lo inevitable, enfrascado en sus pensamientos, encerrado en sí mismo. Era lo único que hacía desde que habían llegado.


Los edificios iluminaban el escenario nocturno con sus anuncios publicitarios. Los transeúntes caminaban en distintas direcciones, guiados por las luces de la ciudad. Los dos jóvenes deambularon en medio de la multitud a regañadientes, tratando de hallar un lugar en donde cenar.

-¿Por qué no reservaste con el padre de Takeru?-

-El padre de Takeru es un idiota, ya te lo dije.-

La azabache revoleó los ojos y se enfundó las manos en los bolsillos. Unos segundos después, a espaldas de su compañero, divisó un establecimiento con bastante espacio libre; un bar extranjero que nunca antes había visto. De seguro era nuevo en la región.
Ya en la puerta, dispuesta a entrar, chocó con alguien más. Más bien, sintió el envión de un cuerpo estrellarse sobre el suyo. La desconocida la miró de reojo y siguió su camino. Kagome encontró algo familiar en aquel rostro, pero no supo qué.

Por dentro, el lugar se veía como un establecimiento de carácter informal, espacioso, con aires industriales. Varios cuadros de personajes cinematográficos e individuos influyentes colgaban de las paredes. Incluso podía verse algún que otro cartel de neón. De fondo se oía Bowie con Rebel Rebel.
Koga se giró hacia su compañera, conoció su reacción incluso antes de verla. Ella ya estaba ubicándose en una mesa doble, con una sonrisa en los labios. Había descubierto su nuevo lugar favorito en todo Tokio.

Los dos tomaron asiento y pidieron la comida de manera casi instantánea, sin meditarlo demasiado. Tenían como prioridad saciar su hambre.
Las bebidas llegaron primero.

-Propongo un brindis, por el ganador del torneo.- Apuntó Kagome con el vaso levantado.

Él la siguió con algo de vergüenza y luego le echó un vistazo a su atuendo. Tenía el cabello suelto, como de costumbre, una remera de algodón ligera y un reloj en la muñeca izquierda. Ningún collar o gargantilla, ningún aro. Le fascinaba su sencillez. Siempre había sido así.
Luego del brindis, sus miradas se encontraron.

-Mi madre preguntó por ti.- Le dijo. –Quiere que la visitemos y nos reunamos para almorzar alguno de estos días, junto con Naomi.-

Ella apartó la vista y sonrió de forma artificial, sin decir una palabra.


Al verlo entrar, el barman sirvió un vaso de cerveza y se lo entregó. Bankotsu se acomodó en su silla, lo saludó y bebió un trago. Su mente necesitaba un receso urgente.

-¿Qué paso con la chica? ¿Ya te corrió a patadas?- Quiso saber rascándose la barba. El cabello le caía en distintas direcciones de forma desordenada.

-Ni me la menciones.-

El moreno se apretó el puente de la nariz, exasperado. Kagome era un tema que quería dejar en suspenso, al menos durante aquellos momentos. A decir verdad, le hubiese gustado dejar en suspenso su existencia completa. Nunca antes le había resultado tan complejo centrarse.

Unos minutos más tarde, en medio de aquel enjambre de inquietud, dio con el ser más contraproducente de su vida. Llegó de forma extrañamente casual, se sentó a su lado y pidió la misma bebida, con total tranquilidad. El cabello despeinado le hacía juego con la remera, que le caía de forma irregular y dejaba uno de sus hombros al descubierto. Varios collares y un par de pendientes brillosos la adornaban.
Toya le arrimó una cerveza y ella la abonó en el momento.

-Te ves muy apuesto hoy.- Le dijo de manera seductora. -Debe ser mi día de suerte.-

El moreno exhaló un suspiro y se bebió todo el contenido de un sorbo. Se puso de pie y se acercó hasta su amigo para despedirse. No tenía ánimos para lidiar con nadie, y mucho menos con ella.
La muchacha se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja, curvó los labios y lo siguió a través del establecimiento.

-¿Por qué tanta prisa? Bebamos algo, como en los viejos tiempos.-

-Como en los viejos tiempos, ¿Cuándo te acostabas con mi hermano?-

Bankotsu se enfundó la campera y abrió la puerta para huir lo más rápido posible. Apuró el paso y se maldijo por haber dejado el auto a tantos metros de distancia.

-La gente se equivoca Bank… Yo me equivoqué, tú te estas equivocando.- La oyó decir. La aborrecía, apenas podía tolerar el sonido de su voz. –No me digas que ahora vas en serio con esa…-

-Te conozco de pies a cabeza y sé muy bien la clase de basura que eres. Desaparece de mi vista, Naoko.- La interrumpió.

Ella era el fiel ejemplo de aquellas personas que se sirvieron de su tiempo y esfuerzo en el pasado. La cúspide de todas las decisiones equivocadas que tomó a lo largo de su vida.
Haber llegado a Tokio implicó un nuevo comienzo, un paso adelante que se había dispuesto a dar. Y ahora, con el pasado pisándole los talones, todo parecía desmoronarse.

La muchacha hizo un gesto de desaprobación y se cruzó de brazos. Permaneció de pie y trazó su jugada. Si no podía llegar a él a través de la gentileza, lo haría mediante la debilidad.

-¿Y qué hay con ella, también la conoces?- Soltó sin más. -¿Conoces a su amiguito?-

El moreno detuvo su andar y se volvió a verla. Su amigo, el tipo con el que Kagome había llegado al bar, al que se había cruzado en la discoteca; el mismo tipo que la llamaba siempre por teléfono y la rondaba con aires de protector. ¿Qué podía saber de él?


Después de cenar, el muchacho la siguió hasta afuera del establecimiento y caminó a su lado. Ella permaneció en silencio, con la mirada ligeramente ladeada hacia otro lugar. Había algo que la traía inquieta, algo que estaba ocultando. La conocía muy bien.

-¿Cómo está tu mamá?-

-No lo sé.- Expresó con apatía. Era cierto. Durante aquellos días no se había atrevido a llamarla. –Se está divorciando, y ni siquiera fue capaz de decírmelo.-

El muchacho bajó la vista. Cuando se trataba de su familia, aquella forma de hablar era algo usual. Su madre se estaba divorciando de su marido, no de su padre. Siempre había un mensaje filoso en los vocablos que dirigía hacia aquel hombre; un individuo que apenas los había visto crecer, a ella y a su hermano.

-No sé qué hacer. Me enfurece.-

-Tal vez tu madre tampoco sepa qué hacer.- Dijo. Esta vez se volvió a verla. –Ella siempre fue una mujer muy devota a sus hijos, siempre los puso antes que a cualquier otra persona… Tal vez tu madre no encuentra las palabras para decírtelo porque no quiere preocuparte.-

-Ya no soy una niña.-

-Lo sé.- Le respondió él. Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios.

Kagome cerró los ojos. Su padre había sido una figura que se fue desdibujando de manera progresiva. ¿Cuánto tiempo más le llevaría desaparecer por completo? Nunca se caracterizó por ofrecerles contención o un mínimo de interés.
Lo que sí sabía era que su madre le guardaba mucho amor y aprecio. Estaba segura de que ella era la más afectada.

Para cuando llegaron al campus, la noche se había vuelto más densa. Extensos nubarrones cubrieron el cielo y el viento azotó los árboles con violencia. No supieron bien si fue a causa del estado de ánimo o del clima.
Koga se abrazó a ella con cariño y luego se separó, sin quitarle el ojo de encima.

-Deja de pensar, solo relájate y descansa.-

Ella afirmó con la cabeza y sintió la mano de su amigo acariciarle la mejilla.
Era una persona implacable, un ser maravilloso. Siempre estuvo allí. Siempre cargó con todos sus problemas sin chistar.
Le angustiaba no poder retribuírselo. Temía no poder devolverle todo aquel afecto que él le otorgaba de manera incondicional, pero así era. No podía mentirse a sí misma. No podía hacerle espacio en un lugar que ya estaba ocupado.
Antes de darse cuenta, algunas lágrimas solitarias discurrieron por su rostro.

-De verdad me hubiese gustado que lo nuestro funcione.- Lo oyó decir.

Kagome apretó los ojos y sintió un dolor agudo que la atravesó.
Lo único que había hecho durante aquellos días fue pensar en Bankotsu. Incluso durante la cena, o allí, de pie junto a él. Se había dejado gobernar por sus emociones egoístas.

-Lo siento.- Expresó a duras penas.

Koga contuvo el aire en los pulmones, le besó la frente y se marchó.
El moreno, que recién llegaba al campus, observó la escena desde lejos.

Un rato más tarde, Kagome abrió la puerta de la recámara, se asentó sobre el colchón y trató de reordenar su mente. Desbloqueó el móvil y marcó algunos números, decidida.

-¿Kagome?-

La mujer al otro lado se oyó somnolienta.

-Perdón por la hora. Solo quería saber cómo estabas.-

-Creí que te había sucedido algo.-

Ella se pasó el auricular a la otra oreja. Llevaba tiempo sin escucharla. Era la primera llamada que le hacía en una semana.

-Estoy bien. ¿Cómo está Sota?-

-Castigándose a sí mismo, estudiando. Ha sacado unas pésimas notas en álgebra y quiere componerlo.- Le dijo tras soltar una carcajada. Le habló como quien recibe a un invitado. Había algo de falsedad en sus palabras. -¿Estás disfrutando del receso?-

-Sí. El fin de semana fui a Okinawa con unos amigos.-

-Qué belleza. ¿Te divertiste? ¿Inuyasha estuvo ahí?-

La azabache hizo una pausa, se puso de pie y caminó a lo largo de la recámara con indecisión. No estaba segura de que la verdad fuese un elemento oportuno, pero siempre resultaba más práctico dejar las cosas en claro.

-Inuyasha y yo nos separamos… Lo nuestro no funcionó.-

Su madre guardó silencio. Parecía estar buscando las palabras adecuadas.

-A veces pasa. No siempre estamos girando en la misma órbita.- La oyó decir.

Sí. A veces pasa. Es momento de que lo escupas. Pensó.

–Lo importante es que estés bien contigo misma.-

Como siempre, la respuesta sanadora y el silencio. Kagome quería oírla gritar, enfurecerse y sincerarse de una vez por todas; pero jamás lo hacía. Al menos no en presencia de sus hijos. Ella era una mujer que se lo guardaba todo para sí misma.

-Con respecto a Okinawa… En casa la economía está algo complicada. Ten cuidado con el dinero.-

Su cabeza hizo click en ese instante. La repartición de bienes, los papeleos y los trámites del divorcio... Lo había olvidado por completo. ¿Cómo pude ser tan estúpida? Pensó dándose un golpe mental.

-Lo siento.- Llegó a decir. -¿Pasó algo en casa?-

-Nada importante, tu padre y yo estamos acomodando las cuentas...-

Nada importante. Aquello le sonó absurdo, indignante. ¿Cuánto tiempo más podría soportarlo?
Durante algunos minutos, la oyó soltar algún que otro comentario sin importancia y luego se despidió. Apenas toleraba su actitud.

Cuando colgó, se quitó la ropa, se puso el pijama y se metió dentro de las sábanas.
Con la vista fija en el techo, trató de reconstruir algún recuerdo feliz. Su imaginación comenzó a divagar.
Tal vez, en algún momento, aquel sujeto había amado a su madre. A lo mejor, la relación se había tornado compleja con el paso del tiempo; o tal vez aquello había sido un arreglo por beneficios jurídicos. No lo supo con exactitud.
Lo que sí recordó fue el abismo que hubo entre ambos desde que ella era pequeña. Un vacío. Un vínculo ficticio.

El último concepto hizo eco en su cabeza. Su cuerpo se removió sobre el colchón y sus dedos alcanzaron el móvil de la mesilla de luz. La relación artificial que en un principio había forjado con Bankotsu, era un vínculo que se estaba transformando, tejiendo de otra manera.
No. Ese era su punto de vista.
Sus manos, que ya habían marcado el número predilecto, cortaron la llamada y le cubrieron los ojos.
De ninguna manera podía permitirse cometer alguna otra estupidez. Con él las cosas eran siempre fugaces, efímeras; gestos o palabras que nacían y morían en el momento.
Allí, en medio de la oscuridad, pudo sentir su corazón encogerse.


El tren llegó al cabo de unos minutos.
A pesar de su rechazo, Sango se había empeñado en insistirle una y otra vez. Quería pasar su día libre junto a ella; incluso aunque eso implicara no salir de su casa.
La azabache llegó a la estación, bajó las escalinatas y se abrió paso entre la gente. La muchacha de coleta la recibió en la entrada del edificio y la condujo hasta su apartamento. Preparó dos tazas de café y las sirvió acompañadas de algunos bocadillos.
Cuando se sentó, dio cuenta del estado de su invitada. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos y el cabello ligeramente revuelto. Era como una versión más demacrada de Kagome.

-¿Cómo están las cosas con Miroku?- La oyó decir. –A penas me lo cruzo en el campus.-

-Muy bien. De hecho tiene muchos proyectos en mente… me sorprende.- Sango se arremangó y le dio un sorbo a su bebida. -¿Qué hay de ti? ¿Cómo estás con…-

-Estoy en receso. Me quiero enfocar en conseguir trabajo.- La cortó. Aquel desvío abrupto significaba, claramente, dificultades con Bankotsu. Quiso encararla por otra parte, pero desistió.

-¿Trabajo? Algo de tiempo partido, supongo. ¿Qué tan mala es tu situación económica?-

Kagome apartó la vista de la mesa y la dirigió hacia un punto cualquiera de la sala. Ni ella misma conocía la amplitud del asunto.

-No lo sé. Mi madre… Mis padres se están divorciando y tienen que cerrar algunas cuentas. El alquiler de la habitación, las cuotas y los materiales de la universidad no son un gasto menor.-

Lo dijo de forma escueta, sin adornos superfluos; con el mismo tono de voz de quien realiza un trámite bancario. El mismo tipo de reacción que tenía Bankotsu ante situaciones similares.
Aquella frialdad le dejó un mal sabor a su interlocutora.

-Ya veo… Bueno, si sé de algún puesto libre te lo haré saber.-… -¿Estas descansando bien?-

La azabache se inclinó y dejó la taza sobre la mesa ratona. No dijo nada durante algunos segundos, solo se limitó a masajearse las sienes. El cansancio y la amargura se teñían en todo su ser. No podía ocultarlo.

-Tengo muchas cosas en la cabeza.-

Sango la miró con tristeza, sintiendo el peso de aquellas emociones reprimidas. La rodeó con un brazo y la acercó un poco más hacia su hombro. La sala se sumió en el más profundo silencio.
Al cabo de unos segundos, oyó algunos sollozos sofocados desprenderse de sus cuerdas vocales. Lloraba de forma casi silenciosa, con la cabeza encorvada hacia adelante.

-Está bien. No es bueno que uno cargue con todo solo.-

La pelinegra le acarició la cabeza y se quedó allí, a su lado.

Al cabo de unas horas, cuando volvieron a bajar, Kagome lucía algo más enmendada y ligera.
Sango colocó la llave en la cerradura y se despidió de ella con un fuerte abrazo. Sin embargo, antes de cerrar, se chocó con la presencia de su colega, que recién llegaba.
Traía el semblante serio de siempre, pero pudo notar una ligera sorpresa al verlas. En las manos sostenía un objeto pequeño.

-Olvidaste tu billetera en el bar.- Dijo de forma indiferente. Ella miró a la muchacha a su lado y luego se volvió a verlo, como si hubiese caído en el momento oportuno.

-Gracias. Te invitaría a beber algo, pero tengo cosas que hacer.- Expresó de manera rápida. Luego se apresuró a cerrar la puerta.

Ambos cruzaron miradas durante un lapso de tiempo muy breve. Kagome se apartó enseguida, estaba algo avergonzada por su aspecto. Él encendió un cigarrillo. Era la primera vez que lo veía en una semana.

-¿Te divertiste anoche?- Preguntó.

-¿Disculpa?-

Bankotsu soltó el humo de los pulmones y la miró de reojo. Lo hizo de forma soberbia, como en los viejos tiempos.

-Ya sabes, con Koga.- Hizo una pausa y se aclaró la garganta. –En realidad, lo dudo… porque no tardaste nada en llamarme.-

Ella permaneció de pie, estupefacta, sin comprender una palabra. Tardó algunos segundos más en sopesar la situación.
Cuando hubo ordenado sus pensamientos, se volvió a verlo.

-¿Querías que salvara tu noche?-

No vislumbraba como se había enterado ni qué tipo de cosas se le pasaban por la cabeza a aquel imbécil. Lo único que sabía era que estaba sintiendo una rabia incontenible y unos deseos irrefrenables por estrellarle la cara contra alguna pared.

-Me parece patético que vengas a reclamar algo después de haber desaparecido durante días.- Llegó a decirle. Lo soltó con resentimiento, sin tapujos.

Él se quedó callado y la observó colgarse la cartera al hombro.

-Y no. No quería que salvaras mi noche. Apenas puedes con tu vida.-


-Estoy cansada de esperar por tus estúpidos planes.-

El peliplata se cubrió el rostro con una mano y luego suspiró. No sabía durante cuánto tiempo más podría retenerla. Aquella chica era insufriblemente inquieta. Siempre corrían el riesgo de perderlo todo a causa de sus actos. Parecía una bestia enjaulada.

-No voy a quedarme de brazos cruzados.- La oyó decir al otro lado de la línea.

Inuyasha caminó alrededor de la habitación en busca de alguna idea factible. Era una persona con poca paciencia, pero muy ingeniosa. La inspiración no tardó en llegar.
Unos minutos más tarde, se aclaró la garganta y le habló.

-Escúchame bien. Esto es lo que haremos…-

La pelinegra, que había llegado hacía unos minutos, pegó el oído a la puerta.


Uh, bueno... quiero aclarar una cosa: el capítulo que viene llega con sorpresa. Se viene bueno.
Gracias por los comentarios! Nos seguimos leyendo!