Disclaimer: Inuyasha y sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Rumiko Takahashi. No recibo beneficios con esta historia.
Capítulo 16: Celos.
Aquella noche el bar estaba atestado de gente y él era víctima de una extenuante jaqueca. Durante el día apenas había podido tomar un descanso, y conciliar el sueño se le hacía cada vez más difícil.
Bankotsu temía que aquel desorden físico se debiera a su inestabilidad psíquica; su mente se había convertido en un recipiente lleno de emociones incontrolables en los últimos días.
Cuando salió de la oficina, se estiró el cuello y observó el panorama característico de un viernes por la noche.
Algunos grupos de personas charlaban en las mesas y otros permanecían de pie, junto a las columnas. Sango atendía a los clientes de forma ágil y se tomaba su tiempo para mandar al demonio a cualquiera que tuviese algún problema con su política de trabajo. Cerca del pasillo, había algunos jóvenes bailando al ritmo de la música.
El mismo accionar de siempre.
Para aflojarse, el moreno sacó un cigarrillo de su cajetilla y se acercó hasta la barra. Le hizo algunas señas a su compañera y ésta le arrojó un encendedor. Luego de darle la primera calada, barrió el sector con la vista.
Eran pocas las personas que llegaban solas. Un grupo reducido que, por lo general, se acercaba, pedía algunos tragos y se marchaba.
Él estaba dentro de aquella porción, sentado, a pocos metros de distancia. Tenía la vista vuelta hacia una de las paredes y un vaso medio vacío. Bankotsu lo reconoció luego de echarle el segundo vistazo.
-Vaya, pero si es el galán…- Le dijo.
Su oyente lo vio acercarse y suspiró con disgusto. Tenía una expresión taciturna y una de las manos le sostenía la cabeza.
-De todos los lugares posibles, te vengo a encontrar aquí…-
-Aquí es donde trabajo. ¿Tienes alguna queja?-
Koga tomó un sorbo de su bebida y la apoyó sobre la superficie. Parecía cansado. –Que desagradable coincidencia.- Le dijo sin siquiera volverse a verlo.
El ojiazul se acomodó a su lado y soltó una carcajada muy breve. Luego, jugueteó con el primer cenicero que encontró y lo miró de reojo. Ese tipo, que usualmente cargaba con su máscara optimista, estaba irreconocible. Parecía haberse desintegrado.
-¿Cómo está Kagome?- Inquirió.
Lo hizo de forma involuntaria. En verdad quería saberlo.
Su interlocutor, sin embargo, no interpretó aquello como un acto inocente. Endureció su semblante y se bebió lo que le quedaba de un sorbo.
-¿Es una clase de broma? ¿Por qué no se lo preguntas tú?- Le dijo en un impulso, como si hubiesen tocado algún punto débil en él.
El ojiceleste trató de estabilizarse, depositó algunos billetes sobre la barra y se puso de pie.
Bankotsu frunció el ceño, desconcertado.
-Espero que no seas la misma basura que Inuyasha.- Soltó. Luego, se marchó.
La galería estaba desierta. Con el receso, la universidad lucía como un edificio abandonado a raíz de un vaciamiento masivo. El silencio se había apoderado del espacio. Algún que otro individuo transitaba por los alrededores y se perdía entre los pasillos.
Ella salió de la biblioteca y atravesó el patio principal para respirar un poco de aire. Su calzado repiqueteó contra el suelo por cada paso dado.
Durante aquellos días, se sirvió de la situación para mantenerse ocupada. Se las había ingeniado para adelantar el programa y conseguir el material de las asignaturas nuevas. También armó un currículum y trató de concretar alguna entrevista laboral.
No le había ido de maravilla, pero tampoco se desanimó. Estaba enfocada y contaba con las capacidades. Era solo cuestión de tiempo.
Cuando llegó, introdujo la llave metálica de su habitación y abrió la puerta. Pero antes de dar el primer paso, una voz masculina la interrumpió.
-Vi a tu encanto anoche.-
Kagome se volvió a verlo sobresaltada. Venía enfrascada en sus pensamientos y apenas había notado su presencia.
Cuando se tranquilizó, se adentró en la recámara y dejó sus cosas sobre una silla.
Desestimó por completo sus palabras.
Él la siguió y cerró la puerta tras de sí.
-Parece que el bar es su nuevo lugar favorito.- Continuó.
Ella rodó los ojos, colgó su abrigo y descorrió las cortinas. Los haces de luz se colaron por la ventana y bañaron el espacio de una tonalidad cálida.
-Qué novedad.- Le respondió con desinterés.
El muchacho se apoyó sobre el escritorio y se cruzó de brazos. A su lado había algunas fotografías y unos cuantos libros de psicología apilados. Todo estaba en perfecto orden. La habitación olía a ella. No había ni rastros de sus otras compañeras.
-Sí. Muy novedoso.-...- Le di una cálida bienvenida.-
Al oírlo, la azabache dio media vuelta y lo enfrentó. Su rostro se había transformado, parecía que apenas podía contenerse.
-¡¿Qué?! ¿Te volviste loco? ¿Qué demonios te-
Antes de seguir, el ojiazul la interrumpió echándose a reír. Algunas arrugas se le formaron en el rabillo del ojo.
-Toda una fiera, eh?- Expresó mientras se llevaba un Malboro a la boca.
Sus carcajadas, sutiles e inocentes, fueron como las de un niño que acababa de realizar una travesura. Era la primera vez que lo veía reírse de aquella manera.
Kagome suspiró y sintió un ligero ardor en el rostro.
-No enloquezcas. Tu novio está íntegro.-
-Ya deja de fastidiarme.- Le respondió. Luego le arrebató el cigarrillo y lo arrojó al cesto de basura. –No puedes fumar aquí.-
Bankotsu arqueó una ceja y se enfundó las manos en los bolsillos. Dio algunas vueltas, se sentó sobre el colchón y la observó ordenar sobre lo ya ordenado. Luego apoyó la espalda sobre la cabecera de la cama y tomó un libro de la mesilla de luz. Lo abrió en la página marcada y le dio una lectura rápida.
La azabache se volvió a verlo con disgusto.
-¿Qué haces aquí?-
Estaba alterada, se distinguía a kilómetros.
-Me gusta hacerte enfadar.- Le dijo curvando los labios.
Ella se acercó y lo fulminó con la mirada.
El moreno aprovechó la situación para rodearla con los brazos, antes de que se alejara. Sus manos se posaron sobre su cintura de forma sutil y la acercaron un poco más hacia él.
Kagome cerró los ojos. No supo si aquello era una reconciliación o si formaba parte de aquel extraño vínculo que estaban tejiendo.
Con él siempre se sentía de la misma manera, como si hiciese equilibrio en una cuerda floja; y lo detestaba. Necesitaba aclarar las cosas y dejar de posponer todo lo que ocurría alrededor de su existencia. Lo mandaría al demonio una vez más de ser necesario.
-Escucha, yo…-
-Ven a vivir conmigo.- Le dijo.
Las palabras cayeron de repente, como un balde de agua fría sobre su cabeza.
-¿Qué?-
¿Había oído mal? Tal vez ingirió algún tipo de sustancia. Pensó.
-Ven a vivir conmigo. Te ahorrarías el alquiler de esta habitación horripilante.-
Ella torció el rostro en un gesto de reprobación. ¿El mismo tipo, que días antes la había estado fastidiando, le pedía que se mudase con él? Le llevó unos pocos segundos desentrañar el origen de sus conjeturas. Luego lo recordó.
-Sango te contó, ¿verdad?- Dijo zafándose de su agarre. –Gracias, pero no quiero caridad. Con el trabajo voy a seguir pagando el alquiler aquí, en el campus.-
Bankotsu la vio hacerse a un lado y soltó una carcajada.
-Pero no tienes trabajo.- Se puso de pie y caminó hasta ella. -Puedes quedarte en mi apartamento hasta que consigas uno.-
Kagome tomó los libros del escritorio de manera brusca y los fue colocando, uno a uno, sobre un estante. Él le quitó el último de las manos y lo ubicó en su lugar.
-Estoy harta de los juegos.-
-También yo.- Lo oyó decir. Sus labios le rozaron el lóbulo de la oreja.
Por fuera, el sol bañaba a la ciudad con sus últimos rayos. Las personas dejaban sus oficinas y se preparaban para el regreso a casa.
La pelilarga se arregló la coleta, se dio media vuelta y volvió su vista al reloj digital. En unos pocos minutos abriría las puertas del bar. Mientras tanto se dedicó a dar vueltas por la barra, acomodar las copas y juguetear con los cuadros.
Cuando se acercó a la entrada, una figura humana la sobresaltó. Una persona que apareció de repente, al otro lado de la puerta. Ella quitó la traba y dio algunos pasos hacia atrás para recomponerse.
-Lo siento, ¿te asuste?- Le dijo mientras se adentraba en el establecimiento.
Sango negó con la cabeza, sirvió dos vasos de agua y se sentó sobre una de las banquetas. Luego le echó un vistazo con el ceño fruncido.
-Te ves muy… formal hoy ¿Vienes a vender seguros?-
-Ojalá. Con eso podría costearme los estudios.- Le respondió. Luego se aflojó las mangas de la camisa. Su aspecto era impoluto. –Vengo de una entrevista laboral.-
-¿Ya tuviste una entrevista laboral? ¿Cómo te fue?-
-Un desperdicio.-
La muchacha se deshizo de la cartera que traía, se llevó las manos a la nuca y bebió un sorbo de agua.
Los zapatos le habían formado algunas marcas en los tobillos y en el empeine. El flequillo se le pegaba ligeramente a la frente a causa del sudor. Parecía agotada.
-Tal vez podrías buscar algo un poco más… descontracturado.-
-Supongo que sí. No puedo imaginar lo que sería de mi vida si tuviese que llevar esto todos los días.-
Sango soltó una carcajada y dejó caer el rostro sobre la palma de su mano.
-Bankotsu fue por unas cosas al mercado. ¿Viniste a verlo?-
Al oírla, la azabache volteó el rostro y fingió revolver algo en su bolso para ocultar el sonrojo.
Sí. Le habían dado unas terribles ganas de verlo, y no había dejado de pensar en su propuesta.
-Solo andaba por aquí y se me ocurrió pasar.- Se aclaró la garganta. -¿Tienes idea de cómo se enteró de mi situación económica?-
Sango se puso de pie y se refugió detrás de la barra para lavar los vasos. Seguía pensando que había sido una buena idea.
Con suerte, aquellos dos dejarían de comportarse como adolescentes.
-Ahora que lo recuerdo, olvidé pedirle algunas cosas... ¿Por qué no lo llamas?-
Kagome rodó los ojos ante el desvío del tema y sacó su móvil de la cartera. Su amiga en verdad era una especialista en el escape.
Mientras oía las tonadas sucesivas, se puso de pie y deambuló por todo el lugar.
Las mesas estaban perfectamente acomodadas, el piso relucía y en el aire se olía una fragancia agradable.
Unos segundos más tarde, a mitad de camino, se detuvo. Un ruido proveniente de la oficina la hizo volverse.
La puerta estaba entre abierta y las luces apagadas; un único haz de luz alumbraba el despacho.
Un móvil, que sonaba incesantemente con su nombre en la pantalla.
-¡Olvidó su teléfono!- Vociferó luego de colgar.
Traspasó la puerta y se hizo del aparato. Pero, antes de salir, éste volvió a sonar de forma estridente.
Al principio creyó que se trataba de Sango, pero se equivocó. En la pantalla apareció un número no identificado.
Las palabras de Inuyasha atravesaron su mente en aquel instante. "Hay cosas que están fuera de nuestro alcance."
Kagome se mordió el labio inferior con indecisión. No podía, no debía entrometerse. Pero su curiosidad y su afán por estar al tanto eran crecientes.
Sin pensarlo durante mucho más, deslizó la pantalla y se puso el móvil en la oreja.
-Qué alegría, al fin te dignas a contestar.-
Era la voz de una muchacha. Su tono estaba cargado de fastidio.
Le hablaba como si lo conociese de toda la vida.
La azabache enmudeció y una sensación extraña la invadió de pies a cabeza. Una mala impresión.
-¿Qué sucede Bank? ¿Te comieron la lengua los ratones?-
Bank. Incluso le tenía un sobrenombre.
-Bankotsu no está aquí.- Dijo de forma tajante. -¿Quién habla?-
La joven al otro lado reprimió una carcajada y luego se aclaró la garganta. No pudo creer la suerte con la que estaba contando. Parecía que el destino la dejaba a su merced, servida en una bandeja de plata.
Con algo más de rigor, cambió la jugada y rearmó sus frases.
-Oh, lo siento. Intervengo en mal momento.- Expresó con otro tono de voz. –Solo dile que llamó una vieja amiga.-
Luego colgó.
Kagome se quedó de pie, con las palabras en la boca.
Una vieja amiga, que no dejaba su nombre y lo telefoneaba desde un número privado. ¿Qué demonios? ¿Quién mierda era? Sus músculos se contrajeron y un malestar creciente comenzó a emerger de su interior.
Para pensar en otra cosa se abrochó, uno a uno, los botones de la camisa; respiró hondo y luego recogió sus cosas.
Sango se estiró la espalda y se volvió a verla.
-¿Te encuentras bien?-
Ella asintió con la cabeza y se colgó la cartera al hombro.
-Recordé que tengo cosas que hacer.- Soltó. Luego le entregó el móvil del moreno. –Estaba en la oficina.-
La pelinegra entró a su apartamento y cerró la puerta con un golpe seco. Desde allí, los muebles y las decoraciones le parecieron elementos inútiles, sin ningún tipo de encanto.
Su cuerpo se estableció en el suelo, rendido. Era un manojo de nervios. Estaba agotada.
Durante la tarde se había dedicado exclusivamente a reñir con Inuyasha. Ya ni siquiera sabía qué se le pasaba por la mente o qué tipo de acciones iba a llevar a cabo. Parecía otra persona.
Su teléfono vibró y la sacó de sus cavilaciones. Kikyo se puso de pie, se deshizo de su abrigo y se aferró al portarretratos que había en la pequeña mesilla contigua a ella.
En la fotografía, el peliplata la abrazaba y depositaba un beso sobre su mejilla. La habían tomado en un día soleado, en el parque Sumida. Sus dedos se posaron sobre el objeto y luego lo arrojaron contra la pared con fuerza.
La muchacha observó los pedazos de cristal esparcidos sobre el suelo y se limpió las lágrimas.
Luego, como si se hubiese acordado de repente, sacó el móvil y desdobló un papel que tenía en el bolsillo. Apuntó los dígitos en su teléfono y lo registró sin nombre.
Era un número que le había podido quitar a Inuyasha antes de irse. El de aquella persona con la que había estado discutiendo últimamente.
Si él no estaba dispuesto a hablar, lo desentrañaría por su cuenta.
El automóvil se estacionó a pocos metros del destino. El ojiazul bajó cargando con varias bolsas y se adentró en el establecimiento. Sango le dio una mano y acomodó los elementos en su lugar, luego volvió a su puesto.
-Kagome estuvo aquí.- Le dijo mientras rebuscaba debajo de la barra. –Se fue hace unos minutos.-
-¿Le ocurrió algo?-
-Solo andaba cerca y quería saludar. Venía de una entrevista laboral.- En aquel punto, hizo una pausa y se acercó a él dándole ligeros codazos. –Tendrías que haberla visto... hasta se había puesto tacones.-
Bankotsu tomó la frase y trató de ilustrarla bajo aquellos términos, pero abandonó la idea. Sus pensamientos se desviaron hacia un lado un poco menos civilizado.
-¿No podía esperar? Me fui por quince minutos.-
Su colega se encogió de hombros y le entregó el móvil.
-Lo dejaste aquí.-
Él suspiró con algo más de tranquilidad, creyendo que lo había extraviado. Lo desbloqueó y marchó en dirección a su oficina. Pero, antes de continuar, dio cuenta de una llamada reciente. Había sido contestada. El número era privado y el horario coincidía con el tiempo en que se había ausentado.
-Sango, ¿atendiste mi teléfono?-
Ella se volvió a verlo y negó con la cabeza.
Tuvo un mal presentimiento.
-No. La que encontró tu móvil fue Kagome. Me lo dejó antes de irse.-
El moreno se llevó una mano a los párpados y se los masajeó, deseando que todo aquello fuese pura coincidencia o un simple malentendido.
Para cuando llegó al campus ya había caído la noche. El lugar estaba iluminado por algunas farolas y reflectores, y el custodio de seguridad se encontraba en la caseta, como siempre.
Los arbustos que no caían bajo los haces de luz se veían como manchas negras en la lejanía. Una suave brisa corría a su alrededor.
Kagome tomó asiento en uno de los escalones de la entrada y se masajeó las sienes. Quería apaciguar aquellas cavilaciones infantiles y pensar con lucidez. ¿Qué tal si en verdad era una amiga? Nadie le prohibía eso. Pero, ¿por qué ocultar el número? ¿Por qué no dejar un dato de contacto, como cualquier persona? ¿O es que él ya sabía cómo contactarla?
Sacudió la cabeza.
-¿Kagome? ¿Estás bien?-
La voz la desconcertó y al mismo tiempo la devolvió a la realidad, de vuelta a su eje.
El peliplata se quitó las manos de los bolsillos y se sentó a su lado.
-¿Qué haces aquí? ¿No volviste a tu casa?-
-Volví hoy. En tres días inicia el próximo período y quería dejar todo preparado.-
Ella asintió con la cabeza.
Así era él, un alumno ejemplar desde siempre. En varias ocasiones se había sentido menor a causa de su excelencia en las calificaciones.
-¿Qué tal tu novia?- Le dijo con intenciones de cambiar de tema.
Inuyasha ladeó la cabeza y aguardó unos segundos antes de contestar. Su actuación tenía que resultar de lo más convincente.
-Bueno… Kikyo y yo nos separamos.- Expresó finalmente. –Al parecer yo era un estorbo para su "futuro profesional".-
Ella se arrepintió al instante por haber formulado una pregunta de ese calibre.
-Lamento oír eso.- Hizo una pausa y se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja. –¿Sabes?… no todos nosotros tenemos esa facilidad para llevar adelante una carrera.-
-No es eso. Me estaba mintiendo.- Dijo al instante. –Ella siempre tuvo habilidad. El problema es que nadie puede llenar sus expectativas.-
Kagome se volvió a verlo y guardó silencio, dándole pie para que continuara.
-Lo tiene todo: decisión, habilidad, atractivo… No puedo contra alguien así.-
La azabache se sintió un poco intimidada, incluso algo envidiosa. Jamás se había tomado el trabajo de describirla de esa forma.
-Con tanta competencia dando vueltas...-
Allí lo detuvo.
-¿Competencia?-
-Debe tener más de un interesado, alguien que responda a sus demandas. Ya sabes…-
¿Responder a sus demandas? Aquello le sonó ridículo. Él era la persona más ególatra que había conocido jamás.
Pero, mientras más lo pensaba, más se impacientaba. ¿Qué tipo de persona sería la mujer de la llamada? Había algo en su tono de voz que le resultaba familiar.
-¿Ocurre algo?- Lo oyó decir.
Inuyasha curvó los labios durante algunos segundos. Sabía perfectamente que había producido algo en ella.
-Kagome, si dije algo malo…-
-No es nada. No te preocupes.- Le dijo de forma amistosa. –No creo que debas responder a las demandas de nadie.-
-¿Y qué me dices de ti?-
Ella bajó la cabeza y soltó una risa.
Bueno, todo por hoy! Espero que les haya resultado sorpresiva esta propuesta por parte de Bank.
Muy contenta por los comentarios y por la vuelta de Fran Garrido a la lectura! (Y por tod s aquell s que toleran el Bankag a partir de esta historia, jeje)
Gracias por el apoyo. Nos leemos en el próximo!
