Capítulo 52
Abril 6, 8.45 pm
Oficina del Sanbocho
- Cocinas demasiado rico Camus – dijo Shaina satisfecha – Si engordo por tu culpa no te lo voy a perdonar.
- Jajaja dudo mucho que lo hagas– contesto Camus divertido – Veo y siento cuando bajas a entrenar con Geist antes que las demás se levanten, Jajaja pero me alegra que te guste como cocino.
- Ahora me vigilas?
- No, pero debo estar pendiente o mi Sanbocho me regana
Shaina se rio.
- Como si de verdad me tuvieras miedo amigo mío. – dijo mientras levantaba la mesa – pasare a dejarte tu refractario mañana.
- De acuerdo
- Entonces… aceptas mi idea de incluirte en un sitio web de citas? – pregunto Shaina – Necesitas distraerte con otras chicas.
- Sabes que no creo en esas cosas – dijo Camus sirviéndose el último trago de vino – Además es como gritarle al mundo "Soy un perdedor que en la vida real no puedo conseguir a nadie que me quiera"
Shaina volvió a reír y comenzó a levantar los platos.
- Que ridículo eres! Ni siquiera voy a premiar con una respuesta a esa frase – dijo Shaina – pero en una de las revistas de Geist recomiendan un sitio serio. Me dejas ponerte?
- No
- Anda si?
- No
- Solo probamos a ver que sale, anda! – insistió Shaina
- Y si mejor te ponemos a ti?
- Y yo porque?
- Para ver que sale no dices? – dijo Camus – Que tal que conoces al hombre de tu vida.
- Y como sabes que no lo conozco ya?
- Porque no estarías perdiendo el tiempo aquí conmigo y estarías con el – reclamo Camus
- Ah! Eso me recuerda que necesito tu ayuda con mi próxima cita con MI NOVIO.
- Jajaja ouch – se burló el peli azul – Que necesitas?
- Quiero que me ensenes a bailar.
Camus no pudo contener la carcajada al imaginarse al juez del inframundo siendo víctima de su propia cosmic marionattion bailando mambo o cumbia.
Shaina tuvo que darle una palmada en el hombro para que reaccionara.
- Perdón… me proyecte Jajaja… que querías?
- Que me ensenes a bailar! No ritmos modernos que para eso no se necesita aprender…
- Me encantaría ayudarte pero tengo dos pies izquierdos. – dijo Camus – Pero por que no le dices a Milo. Él es un experto.
Por un segundo la saco de balance y Camus lo supo.
- (jaja Te cache!. Casi me haces creerte que no sentías nada por él, cobrita, casi!)
- El… estará ocupado haciendo los preparativos para recibir a su esposa – dijo Shaina resignada – Tendré que pedírselo a Mu entonces. No te preocupes.
- Yo te recomendaría que aprendieras con Milo – insistió Camus - De alguna forma tenía que ver si valía la pena luchar porque esos dos estuvieran juntos o definitivamente separarlos – Es el mejor bailarín que conozco y estoy seguro que si se lo pido te hará un espacio en su apretada agenda. Para cuando es tu cita con Minos?
- Para el 13. Ninguno de los dos podemos salir antes.
- Que mal… Lo siento por ti.
- Ni tanto… porque se quedara dos días – dijo Shaina sonriendo por debajo de la máscara – así que valdrá la pena la espera.
Camus entrecerró sus ojos. Quería saber si estaba hablando en serio y parecía que sí.
- Entonces? Le pregunto a Milo sí o no?
Shaina se quedó pensando.
Podría resistir la cercanía de Milo? Sacudió la cabeza. Momento. Que no ya estaba superando eso? Podría hacerlo por Minos, para no decepcionarlo… solo por eso lo haría verdad? Quizá… una única vez… solo para quitarse la espina…
- No sé. – dijo finalmente. Su cabeza estallaría si seguía pensándolo.
- Hagamos un trato. Tú dices que si a que él te ensene y yo acepto que me pongas en el sitio web de citas.
- De verdad? – pregunto Shaina incrédula – No sabía que fueras tan fácil de convencer.
- Tú dirás…
- De acuerdo. Déjame tomarte una foto y yo arreglare tu perfil del sitio – dijo Shaina sacando su celular y tomándole una foto. – Listo!
Camus se levantó, se despidió y se fue. No tardó en llegar a su casa y Milo ya lo estaba esperando en el sofá de su casa.
- Recuérdame por que te di copia de mi llave? – pregunto Camus a Milo
- Porque me quieres mucho – dijo Milo – Porque hasta ahorita? Qué horas son estas de llegar a tu casa?
- Ay mi amor… es que tenía mucho trabajo en la oficina – Dijo Camus en tono de burla – Jajaja es que estaba muuuuy buena la plática.
- Ah sí? Y de que platicaron si se puede saber?
- De lo mucho que quiere a Minos – mintió Camus para molestar a Milo – Y de qué quiere que le ensene a bailar.
Milo lo volteo a ver con ojos furiosos.
- Y le dijiste que no verdad? Tú no puedes ayudarla a que ese imbécil la disfrute! – grito
- A ver… momentito y para ahí tu carro Milo – dijo Camus enérgicamente – Necesito que entiendas una cosa. Shaina es mi amiga y como tal necesito estar cerca de ella para protegerla de todos, eso los incluye a Minos y a ti. Tú ya no puedes tener nada con ella. Ya estas casado. Lo único que conozco de Minos es lo mismo que todos conocemos, pero a ella le está mostrando su otro lado, lo cual debe ser suficientemente bueno como para que ella, con lo testaruda y ruda que es, haya aceptado salir con él. Por tanto, y queriendo verla feliz, la voy a ayudar en todo lo que me pida, estés tú de acuerdo o no. De acuerdo?
Milo permaneció callado y termino por recostarse en el sofá con los ojos cerrados. Él no tenía derecho de reclamar nada. Nunca lo tuvo y ahora que estaba casado menos que nunca.
- Entendido y anotado. Haz lo que quieras. – Dijo Milo
- Gracias por el permiso Monsieur – contesto Camus sarcásticamente – Pero para que veas cuanto te quiero y solo porque sé que serás mucho mejor que yo, te dejare que tú le ensenes.
Milo se levantó a medias del sillón.
- No bromees con eso
Camus se sentó a horcajadas en una silla frente al sillón
- No estoy bromeando.
- Ella nunca aceptara que yo la ensene.
- Quieres apostar? Porque ya lo hizo – dijo Camus tratando de ver la reacción de su amigo
Milo lo vio fijamente.
- Por qué habría de hacerlo? Ella me odia.
- Tal vez porque eres mejor bailarín que yo, pero si no quieres entonces le diré que utilice su segunda opción que es Mu.
- Mu? Jajaja Ese no sabría bailar ni la macarena!
- Pero con Shaina puede que si… después de todo los rumores dicen que…
- Cállate! – grito Milo – Tu sabes que no es cierto!
- Yo ya no se nada… pero ya quiero dormirme. Por qué no vas a gritarle a Kanon? Total, ahorita le mando mensaje a Shaina para decirle que Mu será el que la tenga entre sus brazos, aspirando su aroma, muy juntitos al ritmo de la música…
Milo se hartó y salió de la casa de acuario azotando la puerta, pero segundos después volvió a abrirla.
- No va a ser Mu! Voy a ser yo, me oíste? Y más te vale que así sea o te voy a meter Antares por donde no te da el sol? – grito antes de azotar la puerta y salir para su casa.
Camus quedo en su sofá riendo.
- Ay Milo! Eres tan, pero tan predecible y fácil de sacar de quicio… Lástima que no me confiaste antes lo que sentías por ella. Te hubiera ayudado con mucho gusto.
Abril 8, 12:00
Hospital de Navarro
Pamplona, España.
Shura se despertó finalmente en plenas facultades. Consiguió sentarse en la cama con ayuda de Zita y aceptar pequeñas porciones de comida sólida. No en perfecto estado, pero al menos su mente parecía funcionar de nuevo gracias a que le habían disminuido el medicamento para el dolor que lo hacía dormir. Zita acababa de entrar en la habitación con su almuerzo. Él le dio la bienvenida con una sonrisa.
- Te he dado las gracias ayudarme para recibir atención médica? – dijo Shura – hacia tantos años que no estaba en España que no hubiera sabido que decir.
- No es necesario. Tu salvaste a mi primito. Abre la boca.
- No quiero que me trates como niño. Te aseguro que puedo comer solo -aseguró Shura abriendo la boca para tomar una cucharada de algo que parecía una sopa.
- No seas tonto - Zita torció el gesto – no necesitas hacerte el fuerte. He visto todo tipo de heridas y sé que la gente que es mimada un poquito se recupera más rápido.
- Eso no lo sé a ciencia cierta. – confeso Shura - Por cierto. El doctor dice que podre irme a "casa" con cuidado pero debo descansar unos días más. Se por la enfermera que tu seguro médico está pagando por mis gastos y me gustaría que no fuera así. Si me haces el favor de enviar un telegrama por mí y me prestas tu celular, podre hacer que se ocupen de mis gastos o te restituyan lo que ya pagaste y después podre llamar a mi hotel pues me gustaría quedarme en pamplona hasta que recupere las fuerzas en mi pierna y tampoco quisiera entretenerte más aquí ya que dijiste que ustedes eran itinerantes. Tengo muchos kilómetros que recorrer y no puedo hacerlo en este estado.
El alivio de Zita resultó palpable.
- No hay problema. – dijo extendiéndole lápiz y papel y su celular con un forro de silicón aguamarina – Pónmelo aquí y yo lo enviare desde la recepción.
- También agradecería alguna rasuradora o un rastrillo y espuma de afeitar, si hay alguna disponible. Te pagare el gasto en cuanto pueda salir de aquí.
Zita asintió.
- Iré a la farmacia por eso que pediste y no te preocupes. No estoy tan pobre como para no poder con ese gasto. Yo invito. – dijo guiñándole un ojo.
- Eres muy buena conmigo, Zita. ¿No está celoso tu marido por todo el tiempo que pasas conmigo? ¿Es Mario tu esposo?
Zita se lo quedó mirando fijamente en silencio. Shura comprendió la reticencia que se escondía tras su vacilación. Estaba claro que Mario era su amante, no su marido. Todo el mundo sabía que las muchachas gitanas compartían sus favores indiscriminadamente.
Shura esperó a que se hubiera ido y entonces sacó las piernas por un lado de la cama. Los malditos sedantes le habían impedido a sí mismo el usar antes su poder de healing para ayudar a su restablecimiento más rápido, aun cuando el médico le había dicho que su herida había cerrado a una velocidad mucho mayor a la mayoría, pero el musculo tardaría un poco más en regenerar las fibras rotas. Esperaba que con el telegrama que había enviado, Shion no se fuera a preocupar por el o le fuera a mandar a la gruñona Sanbocho porque no le haría la menor gracia y ayudaría menos a su recuperación.
Una punzada de dolor lo atravesó, pero resultaba soportable. Se puso de pie con mucho cuidado, se balanceó y se agarró a la cama para no perder el equilibrio. Dio un paso. Y luego otro, y así hasta que recorrió la habitación. Satisfecho con sus progresos, regresó caminando hasta la cama, se sentó y se colocó la sabana sobre las piernas mientras esperaba que Zita volviera.
Zita llego minutos más tarde e interrumpió su inspección ocular cuando apareció con lo que le había pedido y alguna ropa masculina.
- Me encontré al médico y me dio tu alta. No es raro? – dijo – Una herida de esas yo hubiera esperado que te quedaras más de una semana en el hospital.
- Qué bien porque quiero salir de aquí lo antes posible – dijo Shura incorporándose
- También te traje ropa para que puedas salir. Temo que tuvieron que cortar tu pantalón y tu camisa. Se les habría hecho raro que no te trajera ropa para cambiarte. Mario me prestó ropa para ti. Te ayudo?
- Creo que podre arreglármelas solo. Gracias
Shura se puso de pie. La sabana le resbaló por las piernas, dejándolo con la bata que descubría su trasero, pero no le dio importancia. Las mujeres gitanas no se distinguían por su timidez. Todo el mundo sabía que eran más expertas en los asuntos relacionados con hombres y mujeres que las chicas de buena cuna y que estaban familiarizadas con el cuerpo masculino.
Zita trató de apartar los ojos, pero no pudo. Había visto el cuerpo de Shura con anterioridad, pero entonces estaba enfermo y era incapaz de hacer nada por sí mismo con tanto sedante. Ahora parecía distinto. Trató de mantener la mirada por encima de su cintura y concentrarse en su rostro. Tenía el cabello grueso y negro con reflejos verdes, y las cejas considerablemente arqueadas de un modo curiosamente elegante. Los ojos, bordeados por gruesas pestañas, eran del color indefinido de verde que a ella a veces le parecían negros como el carbón. Zita deslizó la mirada hacia la mandíbula y los pómulos sin afeitar.
Recorrió con la mirada sus anchos hombros y el amplio pecho. Una mata de vello oscuro le brotaba en el pecho y continuaba en línea descendente por su estómago hasta... Zita contuvo el aliento con asombro. Había visto su virilidad cuando la enfermera se hizo cargo de sus necesidades, pero de pronto había cobrado vida propia. No es que estuviera excitada, estaba simplemente... viva. Volvió a alzar la vista hacia aquellos increíbles ojos, agradecida de que Shura pareciera no darse cuenta de su nervioso escrutinio ni del sonrojo de sus mejillas.
- Sabes que paso con mis tenis? -preguntó Shura mientras se ponía los pantalones -Ya sé que no eran gran cosa, pero me resultaban bastante cómodos.
Zita se giró para recoger el calzado en una puerta adjunta.
- Intente lavarlos y secarlos, pero aún le quedan algunas manchas de sangre. Todavía parecen útiles. - Cuando volvió a darse la vuelta, sintió un gran alivio al ver que Shura se había puesto la camisa que le había traído y se estaba colocando el fajín a modo de cinturón alrededor de su estrecha cintura. Dejó los tenis en el suelo y le ayudó a abrochárselos para que no forzara el musculo del muslo.
Shura iba a decir algo, pero en ese momento tocaron a la puerta. El mismo hombre mayor que había visto días antes con la demás familia se asomó por la puerta:
- Se puede?
- Shura Este es mi abuelo Omar -dijo Zita con claro orgullo tanto en el tono de voz como en el modo en que miraba al anciano - Abuelo, no te he presentado formalmente a Shura.
Omar dio un paso adelante. Su mirada penetrante escudriñó el rostro de Shura durante un largo instante.
- Eres un hombre de suerte, Shura. Tanto por la cornada del toro, como que mi nieta estuviera cerca de la ambulancia para ayudarte.
- Estoy en deuda con ella para toda la eternidad -prometió Shura.
- Deberías estarlo. No me entusiasma la elección de Zita, pero si un hombre le complace, ¿quién soy yo para juzgarlo? Me ha dicho que quieres afeitarte la barba y solo encontró navajas de barbero así que deja que te ayude - no esperó la respuesta de Shura - Siéntate, yo lo haré por ti -aseguró sacando los utensilios de afeitar que Zita había conseguido.
Zita colocó una toalla alrededor de los hombros de Shura. A juzgar por la confusa expresión de Shura, estaba claro que no sabía cómo tomarse las palabras de Omar.
- Ve traer a Rosa para que lo conozca pequeña -le dijo echándola de allí.
Zita miró con ansiedad primero a su abuelo y luego a Shura antes de marcharse. Sabía que Omar quería hablar a solas con Shura, se hacía una idea de lo que iba a decirle, y eso le preocupaba. ¿Qué diría Shura al enterarse de que se había casado con una vil gitana como él le llamaba?
Shura se quedó sentado muy rígido mientras Omar le afeitaba la barba. Sabía que el anciano tenía algo que decirle y esperó con cada vez menos paciencia a que comenzara. ¿Le iría a pedir Omar dinero? Shura no podría culparlo si lo hacía. Zita debió gastar bastante en el deducible y no sabía nada de él. Shura estaba ya a punto de perder los nervios cuando Omar dijo finalmente:
- No me hizo feliz la elección de mi nieta, pero ella ha tomado su decisión y yo la respetaré.
Shura por un momento no tuvo ni idea de a qué se refería Omar, a menos que estuviera insinuando que Zita debió haberlo dejado en la calle arreglándoselas solo
- Rosa dice que es la voluntad de Dios -continuó Omar-. Yo no estoy tan seguro. Si Zita estaba destinada a tener un esposo que no es de los nuestros, ¿por qué no iba a poder escoger uno que la mereciera? No sabemos nada de ti, excepto que eres muy valiente y salvaste a mi otro nieto. ¿No estás metido en algo que hará que el deshonor caiga sobre mi nieta, verdad? Algo así como Alcohol, drogas, juego…
Shura pestañeó. Recordaba como en un sueño escuchar algo similar pero aun así no podía creer lo que estaba oyendo. Según Omar, y él no tenía motivos para dudar de él, Zita era su esposa. ¿Había tenido lugar una boda sin su conocimiento? ¿Cómo? ¿Por qué? Nada tenía sentido. Shura esperó a que Omar le hubiera retirado el vello de la garganta con la bendita cuchilla antes de enfrentarse a él.
- Debes estar equivocado, Omar. No recuerdo ninguna boda. No me hubiera casado con Zita ni con ninguna otra mujer. No estaba en mis planes.
La cuchilla se detuvo bajo la barbilla de Shura.
- Zita aseguró tres veces delante de testigos que eras su esposo, y tú admitiste su afirmación. Eso es lo único que se necesita para celebrar un matrimonio romaní entre nuestra comunidad y así ha sido por los últimos 200 años.
Shura sacudió su cabeza incrédulo.
- Por qué ha hecho una cosa así?
- Para que te llevaran lo más rápido posible al hospital y te salvaran la vida. Uno de sus amigos falleció en un accidente por no recibir la atención médica adecuada por falta de seguro y supongo que no quiso repetir la tragedia. Para los romanís, Zita y tú son marido y mujer. No deshonres a Zita negando este matrimonio delante de sus amigos y familia que están allá afuera.
Shura sabía reconocer una advertencia cuando la escuchaba.
- Agradezco lo que Zita ha hecho por mí y no haría nada que pudiera herirla. Pero debo marcharme cuando me haya recuperado. Mi vida está en Grecia.
Omar le dedicó una sonrisa misteriosa.
- No somos más que peones. Debemos cumplir la voluntad de Dios.
Shura se revolvió incómodo, impactado por las palabras de Omar. Sintió un gran alivio cuando Zita regresó con Rosa, que reconoció como la señora mayor junto a Omar.
- Rosa, Shura… Shura, Rosa – dijo Zita nerviosa
- Ya está -dijo Omar retirando las últimas trazas de barba del rostro de Shura.
- Oh, Dios mío -exclamó Zita al ver lo guapo que había quedado.
Shura la miró, preguntándose por qué lo estaba observando fijamente. Acaso le había cortado sin querer Omar al afeitarlo. Aunque eso no tenía importancia, pensó. Zita y él tenían que hablar enseguida de aquel asunto del matrimonio.
- Me gustaría irme ya a mi hotel.
- Zita te llevara en su auto - dijo Rosa antes de salir del brazo de Omar - Pero debes prometer que no vas a forzar esa pierna
¿Cómo iba a recuperar las fuerzas si no ponía a prueba su límite? En cuanto Rosa se hubo marchado. Shura se puso de pie y le ofreció el brazo a Zita.
- He dejado mi auto al frente cuando vine con Rosa -preguntó ella – Puedes caminar o traigo una silla de ruedas.
- Necesito caminar y Esto estará bien para empezar - contesto Shura
Aquello iba a ser más difícil de lo que pensó en un principio, reflexionó Shura mientras se concentraba en dar un paso detrás de otro.
Aunque el dolor era considerable, lo aguantó estoicamente. Sabía que era cuestión de horas en que ya en sus cinco sentidos pudiera aplicar todo su healing para quedar 100% bien.
- Zita, qué alegría ver que tu hombre ya está haciendo vida normal -dijo una joven al pasar a su lado tras cruzar el umbral del hospital. Se dio cuenta que toda la comunidad de
- Que tu matrimonio te traiga felicidad y muchos hijos -gritó otra mujer.
Shura apretó los dientes y no dijo nada. Miró a Zita de reojo. Ella le devolvió una mirada aterrorizada.
La pelirroja lo condujo hasta el asiento de una vagoneta bastante moderna para el gusto de Shura quien creía que los gitanos aun usaban caballos y carretas. Lo ayudo a subir y se subió ella del lado del chofer. Comenzó a conducir hacia el hotel donde Shura se Hospedaba.
- Creo que es un buen momento para que hablemos – dijo el Caballero de Capricornio
Zita se estremeció, como si supiera lo que iba a ocurrir a continuación y lo temiera.
- Omar me dijo algo desconcertante -comenzó a decir Shura-. No sé qué pensar al respecto.
Zita se evitó su mirada concentrándose en el camino.
- Es cierto, Zita? ¿Tu gente nos considera marido y mujer? ¿Cómo es posible? No recuerdo ninguna ceremonia de boda.
Zita no volvió la mirada.
- Sí, estamos casados. Era necesario para salvarte la vida. Lo siento. Nunca hubiera tenido que decir tres veces que eras mi esposo si ese paramédico me hubiera creído a la primera
- Pero decir que estamos casados no lo convierte en realidad.
- Si eres romaní, sí. Me declaré tres veces delante de testigos y tú aceptaste. No es necesaria ninguna ceremonia formal siempre y cuando dos personas declaren públicamente su intención de convertirse en marido y mujer – dijo Zita mientras buscaba urgentemente un lugar para estacionarse.
Shura se la quedó mirando fijamente.
- Yo no soy romaní. Tú sabes que debo marcharme pronto. Este matrimonio es una farsa.
- Shura, por favor. Se lo que hice y no me arrepiento. Recupérate primero y luego hablamos.
Shura sintió como si hubiera topado con un muro de ladrillo o la espalda de Aldebarán. ¿Dónde diablos se había metido? La ley civil no dejaba lugar a dudas. Su supuesto matrimonio con Zita no se sostendría ante la corte. Cuando regresara a su misión podría olvidarse de que aquello había ocurrido alguna vez y continuar su vida con la conciencia limpia.
Zita termino de estacionarse y se dio la vuelta para ayudar a Shura a bajar.
- Espero que no sufras una recaída -dijo Zita preocupada – Ese tipo de heridas son engañosas.
Shura sonrió ante aquella demostración de preocupación propia de una esposa. No era un adolescente. Él había tenido varias chicas entre sus brazos después de todo, era un hombre. Las trataba con cortesía, pero les ofrecía poco afecto. No estaba interesado en tener una esposa ni un heredero, pero su le debía su lealtad a Athena, así que cumpliría con este último solo por ella.
Zita se adelantó a la recepción para hablar con pedir una llave y al verla por detrás, para su propio asombro, se preguntó cómo sería poseer su delicado cuerpo. No era virgen. Pocas mujeres gitanas o romanís lo eran. Zita poseía una sensualidad natural que no resultaba en absoluto afectada. Alegre y ardiente, hermosa y tentadora, era una mujer a la que ningún hombre podría resistirse. ¿Se transformaría en llama bajo su boca y sus manos? ¿Lo abrasaría con su pasión? El cuerpo de Shura se endureció al imaginar qué se sentiría al estar hundido profundamente en ella. Clavarse en el interior de su dulce cuerpo. Tal vez le faltaran fuerzas todavía, pero no estaba muerto.
