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Como el efímero destello de una estrella fugaz que solo impresiona a los que pierden la mirada en el cielo en busca de respuestas, el comienzo del horror pasó casi inadvertido.

Louis solo podía decir que habían sido malos meses. Muy malos.

Los tiempos negros que su padre le auguraba años atrás en la privacidad de su oficina parecían estar llegando, y no estaba seguro de saber cómo enfrentarlos.

En las noches, cuando volvía a casa al lado de Legosi, se quedaba en vela pensando en el futuro, abrazado a las mantas deseando que estás pudieran protegerlo. «Tiempos negros. Mi padre siempre lo prometió». Pero lo que nunca le dijo fue que sería tan agotador.

Todavía podían presumir de su opulencia y éxito, al menos ante el ojo cruel y carroñero del público, detrás del telón era otra historia. Su equipo de trabajo hacía maravillas para continuar con las apariencias y seguir a flote.

Las estrategias económicas que otrora se pensaban con meses de anticipación y después de largas y tediosas juntas, ahora eran llamadas rápidas en medio de la noche, dispuestos a tomar lo que sea que pudiera servirles. Las últimas esperanzas en un eterno juego de ajedrez.

Había quienes deseaban verlo caer y le daban consejos cargados de ponzoña, pero Louis no estaba dispuesto a darles el gusto. Si tenía que arañar, gritar y morder, incendiar todo hasta las cenizas, que así fuera. Antes moriría que permitir que el legado de su familia colapsara.

Pero entonces llegó ESE problema.

Llevaba días entre fiebres y malestares que no se detenían. La enfermedad no respetaba acuerdos ni promesas, eso le quedaba claro. Había acudido al médico a los primeros síntomas, con la esperanza de cortar de raíz cualquier mal que le impidiera hacer su trabajo, pero simplemente no sanaba. Se sentía bien al despertar, pero para el almuerzo ya había devuelto todo el contenido de su estómago.

Lo que era un simple malestar se convirtió en alguna clase de infección severa, luego en un exceso de estrés cuyo única cura era una semana de descanso. El ciervo creía más en el último diagnóstico, sin embargo no estaba dispuesto a aminorar la marcha. El trabajo debía hacerse porque debía hacerse, no había lugar a discusión.

Por lo que se mantuvo enfermo tanto como pudo soportar, sin importarle el cansancio ni los dolores. Estaba dispuesto a dejar de comer si con eso disminuían los vómitos, pero no tuvo que llegar a eso. Legosi no lo permitió.

Lo obligó a tomar ese descanso aún en contra de su voluntad, y no solo eso, le pidió que se hiciera una prueba. Una prueba de embarazo.

Al menos lo había hecho reír. De hecho, lo hizo carcajearse hasta que estuvo a punto de mearse encima. Era una tontería, Louis no pertenecía a esa clase de linaje, donde los hijos eran tan capaces de parir como las hijas.

La rara bendición de la eterna fertilidad solo besaba a pocas familias, de cuyas venas corría la más pura de las sangres. O la más maldita, dependiendo de quién lo viera. Louis había conversado con animales de regiones extranjeras que veían la concepción en varones como un tipo de castigo divino, y sus argumentos eran tan convincentes que más de uno le contagió sus ideologías.

Estaba seguro de no ser uno de ellos por el simple hecho de haber sido tirado a un hoyo de putrefacción y muerte siendo solo un cervatillo. Los varones que concebían eran casi tesoros, objetos de adoración, estudio. Él era un macho común, de sangre tan corriente y vulgar como los demás. Sin mencionar que estaba seguro que ni siquiera ellos podrían ser inseminados por animales de diferente especie.

Aún así, lo mandó a hacerla sin prestar atención a sus objeciones.

Louis dejó la muestra en espera en el lavado con un suspiro de frustración. Sacó su celular y se sentó sobre la tapa del retrete a esperar en silencio. Revisaba una y otra vez las mensajerías, cerciorándose de que su equipo no lo necesitara. Era su tercer día de descanso y solo podía esperar impaciente por su regreso.

—¿Está listo? —Escuchó como se abría la puerta del baño. Legosi entró, y vio cómo sus ojos buscaban la maldita muestra.

—Debes esperar 3 minutos... —respondió volviendo la vista al celular— Hasta tu puedes hacer eso.

—No creo que pueda...

—No te hagas ilusiones, es solo una infección.

—El doctor dijo que era poco probable que fuera solo eso.

—Entonces es una bacteria —concluyo, esperando cerrar la conversación. Pero Legosi siguió.

—¿No estás ni un poco nervioso? —Preguntó Legosi.

—No, más bien estoy molesto.

—¿Molesto?

—Debería estar ganando tiempo. Tiempo para firmar alianzas, para fortalecer relaciones con mis socios, y tú me haces orinar en un palo —dijo Louis, levantando al fin la vista para mirarlo a los ojos—. La empresa de mi padre, y de su padre antes que él, se cae a pedazos. Y eso es muy malo para nosotros, por si no lo sabías.

Supo que su tono de voz fue más severo de lo que tenía planeado con sólo ver el rostro de su lobo, con el ceño ligeramente fruncido y con una sombra de consternación opacando sus bellos ojos grises.

—Además, tal vez eres tú el que puede dar a luz —se burló, más animado—. Quizá entre tú cóctel de herencia genética hay rastros de esta insufrible fertilidad.

Pero Legosi no le sonrió. No supo si fue por su ansiedad, o porque se había molestado con él. Deseó que fuera lo primero.

Él mismo estaba impaciente ahora, así que se levantó y miró atento a la muestra de un color azulado de muy mal gusto. No tuvo que pasar más tiempo cuando el resultado se dibujó al fin. Pudo sentir el cuerpo de su pareja tensarse, sus orejas tan erguidas como le era posible. Era casi como estar ante un depredador al acecho, incluso creyó oír los latidos de su corazón.

—Es negativo. —Anuncio, con un terrible vuelco en el estómago.

—Déjame ver —le arrancó la muestra de sus dedos tan rápido que las garras le pellizcaron la piel.

—Por favor no toques eso, hay rastros de orina —empezó a bromear, pálido.

—Es positivo...

De nuevo ese vuelco que le sacó todo el aire de los pulmones, tan doloroso y helado como un golpe atronador.

—Claro que no. —Pero agachó la mirada para volver a ver las líneas rosadas y débiles.

»—Dos líneas. Es negativo.

—Una es negativo. Dos líneas es positivo.

—Oh, mierda...

Y entonces el circuito que conectaba su cerebro se desconectó, o eso fue lo que sintió Louis de un momento a otro. Dos líneas es positivo. Claro que lo sabía, sólo fue corazón queriendo creer lo contrario, que si lo decía se cumpliría. Estuvo a punto de desmayarse, deseando que su cabeza golpeara lo suficientemente duro contra el suelo para provocarle una terrible contusión. En lugar de eso se sentó de vuelta en el retrete, tratando de recordar cómo hablar.

Buscó a Legosi, y se arrepintió al instante. Estaba en medio del cuarto de baño, tan paralizado como él. Pero lo veía en sus ojos, dentro de su alma, sabía que se regocijaba, que seguramente ya se imaginaba a un niño corriendo feliz a sus brazos. Porque era un idealista, soñaba primero antes que pensar. De pronto su cola se meció, de un lado a otro con tal velocidad que lo abrumó. «Va a salir volando». La sola idea lo hizo sonreír, aunque en su rostro solo se formó una mueca casi desquiciada.

—Louis. Puedes tener bebés.

—No es posible... No... Me abandonaron... Me... Me tiraron... En el mercado negro —apenas podía balbucear—. De ser así... De poder concebir me habrían conservado... —No por amor, no tenía que conocer a sus progenitores para estar seguro. Sino porque un solo varón con ese regalo (maldición, ahora más que nunca) se subastaba a precios inimaginables.

—Tal vez no lo sabían.

—Que no lo... Es imposible que no lo sepan. ¡Esos fenómenos con útero no nacen al azar! —Grito exasperado—. Tienen todo un maldito historial familiar.

—Entonces eres el primero de tu familia, por eso no se dieron cuenta.

Como única respuesta soltó un gemido doloroso y lleno de frustración. Se cubrió los ojos con ambas manos, en un intento desesperado para enfriar su cabeza a punto de estallar por la migraña. Si le hubieran dicho en ese instante que tenía que arrancarse los ojos para que el dolor desapareciera, de buena gana lo habría hecho.

—Y tú creías que era una infección.

—Lo es —musitó Louis, aún sin retirar las manos de sus ojos. El mundo negro le traía cierto consuelo—, una infección que me va a durar toda la vida.

—Louis...

—Puede ser alguna enfermedad grave... —Dijo casi con alivio, abriendo los ojos ante la idea. En ese momento la idea le pareció más reconfortante que...

—O puede ser un bebé.

—No, mierda...

Se levantó, automáticamente como un robot. Se apresuró para salir del claustrofóbico baño, escuchando las pisadas de Legosi siguiéndolo.

El ciervo se abalanzó a la mesita de noche, dónde abrió el primer cajón. Sus manos se negaban a sujetar nada, temblando sin control. De repente se habían vuelto completamente inútiles. Rebuscó hasta que por fin encontró la cajetilla de cigarros medio vacía junto al encendedor, cuando los tuvo en su mano sintió como le regresaba un poco de su fuerza. Con la misma urgencia con la que un enfermo tomaría su médicamente para el corazón se colocó un cigarro en los labios y lo prendió, aspirando la primera calada tan hondo que el sabor lo inundó al instante.

Sólo le duró eso, pues de inmediato se le fue arrancado de los labios. Legosi lo tomó de la misma manera que tomaría un detonador frágil y magullado, apagándolo sin más. Louis vio morir la última mota de tabaco, apagando su luz para siempre.

—No puedes fumar si estás embarazado.

—¡¿De qué hablas?! Debo llevar tan solo un mes... ¡No sabemos si es un maldito feto! —Exclamó con voz aguda. El pánico lo estaba devorando de nuevo.

—Esta bien, oye. Respira hondo —Legosi lo rodeó con sus brazos, y Louis se hundió en su pecho tanto como pudo. No solo su cabeza parecía explotar, el mismo estaba al borde del colapso— Me adelanté, lo siento tanto. ¿Me oíste? Nos estamos apresurando. Iré a traer más de estas.

—Si, así es. Legosi, gran idiota, nos estamos apresurando —Repitió el herbívoro, separándose de su pareja—. Ve. Ve.

Lo empujó suave, y Legosi desapareció de prisa por la puerta de la habitación.

Louis se quedó en silencio, contando el polvo en suspensión, escuchando el tictac del reloj. Observando viejas grietas de pintura que no habían tenido tiempo de reparar.

Entonces empezó a llorar en silencio.