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El terrible olor a pintura fresca amenazaba con provocarle una jaqueca atroz. Se cubrió la nariz con un pañuelo para intentar mitigar el hedor, pero eso sólo parecía empeorarlo.

Estaba sentado en un extremo de la habitación, tan alejado como le era posible de la última pared que todavía estaba fresca. El amarillo crema había parecido un color ideal y neutro para una pequeña, mucho mejor que el típico rosa, pero ahora le era insoportable. Solo tenía que decir que lo odiaba, y Legosi correría a alguna tienda a buscar tantos colores como le pidiera, pero entonces tendría que soportar más horas de pintura bañada en químicos y solventes.

Justo cuando decidió que no iba tolerar un segundo más en esa pequeña y apestosa cámara de tortura, Haru entró, sosteniendo un par de botes de aluminio. Los azotó en un taburete de madera con fuerza, y un poco de su contenido se derramó cayendo entre los periódicos que cubrían el suelo, dejando pequeñas estrellas verdes. Con la misma molestia tomó los pinceles y siguió su labor, sin dirigirle la palabra a ninguno de los dos.

La pequeña coneja no parecía estar muy contenta desde hacía rato, pero Louis decidió dejarle la reconciliación al lobo con un gesto apremiante para que dijera algo.

—¿Sigues... molesta con nosotros, Haru? —Preguntó Legosi, tímido.

—¡Claro que sigo molesta! —Respondió de inmediato, por fin encarando al par—. ¿Por qué no me lo dijeron antes? Creí que seguíamos siendo buenos amigos.

—Tenemos que ser discretos, no podíamos dejar que nadie se enterara de mi... embarazo —dijo Louis. Saboreó la palabra. Todavía le causaba cierta aversión decirla en voz alta, pero era una lucha que se guardaba para sí mismo—. No todos son tan comprensivos y abiertos como tú, y si tuviéramos a la prensa encima... El conglomerado de cuernos es un problema por sí solo, no podíamos agregar más. No era nuestra intención ofenderte.

Haru escuchó atenta, y finalmente suspiró, como si la pareja la agotara en exceso.

—No tienen remedio —dijo al fin, cambiando la expresión de preocupación en sus ojos negros—. Lo entiendo, tenían que andar con cuidado. Solo desearía haberme enterado de otra manera.

Cuando la chica sonrió, el asunto pareció zanjado y continuaron pintando pequeñas flores en las paredes con mucho más ánimo. Ella sugirió la idea, e incluso les ofreció su ayuda para hacerlas, y aunque hasta entonces había estado enojada, logró convencer a Legosi. Dibujaban pétalos largos y cortos entre pinceladas, mientras Louis los observaba arrinconado.

—Imagino que Gosha estará encantando con la idea de un nieto —comentó la coneja con alegría—. ¿Qué dijo tu abuelo de la noticia?

—Bueno... La verdad... Él no lo sabe —confesó en voz baja, apenado. El ciervo rojo sintió una horrible punzada en el corazón, pues él era culpable de la pesadumbre de Legosi. Lo seguía privando de mencionar el asunto con alguien, incluído el dragón de komodo que lo había criado.

—¿¡Qué!? —Exclamó Haru, tan incrédula que había soltado el pincel de madera que tenía en la mano—. ¿No planeas decirle?

—Es que, con todo esto de mantenerlo en secreto... Lo mejor es que no se entere... por ahora.

—No puedo creerlo —se cruzó de brazos, nuevamente irritada con ambos—. ¿Van esconderlo para siempre, es eso?

—Por ahora —secundó el ciervo. No podía explicarle a detalle la pequeña conspiración que estaban maquinado ni sus motivos, así que tuvo que aguantar la mirada de reproche por un rato más—. Por favor, no cuentes nada a nadie.

—Esta es la segunda vez que me ofenden —dijo, recogiendo su herramienta de trabajo—. Saben bien que nunca diría nada que pudiera afectarlos. De verdad que a veces son tan tontos como crueles.

Haru y Legosi siguieron conversando entre ellos, dejando de lado el disgusto para planear con emoción la vida entera de un bebé que aún no nacía. Ambos tenían un brillo infantil en los ojos, imaginando un millar de situaciones que solo ellos entendían, y se alegró profundamente de que su esposo por fin tuviera con quién compartir todo su júbilo. Si la chica estaba confusa por el asunto lo disimulaba muy bien, fue la primera que no le cuestionó el historial de su familia.

Louis estaba entrando al quinto mes, y el vientre le había comenzado a crecer notoriamente. En los últimos días, pasaba mucho tiempo observando su cuerpo extrañado, estudiando con recelo en lo se estaba convirtiendo. Estaba muy acostumbrado a su complexión esbelta, y tener algo creciendo lentamente en su interior era una experiencia que nunca imaginó vivir.

Los doctores le habían asegurado que era una niña, y parecía ser un cervatillo, aunque no le juraron su palabra en eso último. Era una criatura híbrida, ciervo o lobo, solo lo sabrían con certeza hasta el momento del parto. Lo importante, dijeron, era que se veía sana.

Y con esto, nuevas inseguridades se sembraron en su ya agotada mente, ¿Qué sabía él sobre lidiar con una hija? ¿Qué cosas le gustaban a una niña?

Cuando decidió que era hora de empezar a preparar lo que sería la habitación de su pequeña, no supo ni cómo empezar, así que le encomendó la tarea de comprar todo lo que creyera necesario a Wissam. Estaba fuera de sus responsabilidades como su asistente, lo sabía, pero no confiaba en nadie más. Incluso temió que la alpaca pudiera tomarlo como una ofensa a su trabajo y logros académicos, pero parecía que la pasó en grande comprando tanto como pudo. Había muchas ocasiones (como esta), en las que se alegraba de su posición económica; si no quería hacer algo tedioso, siempre podía pasarle la tarea a algún subordinado. Conducta deshonesta, habría acusado su padre. Pero él ya no estaba y, bajo todo el dolor y la tristeza que vino con su pérdida, era de cierta forma un alivio.

Los muebles estaban armados, pero faltaba acomodarlos junto a los montones de artículos de bebé y juguetes que se guardaban en cajas, a la espera de la llegada del cachorro.

De igual manera planeaba pagar por la remodelación del cuarto, una antigua habitación de huéspedes cercana a sus propios aposentos. Iba a dejar la tarea de pintar, pulir y construir a alguien más, pero Legosi se opuso. En sus ideas románticas deseaba ser el dulce padre que se partía el alma para crear el nido de su cachorro. Louis se burló de eso, pero ni los chistes cínicos pudieron detener al lobo de correr a comprar las herramientas necesarias.

Fue cuando se encontró con Haru, según le explicaron, y entre la charla la invitó a la residencia, olvidando el hecho de que el ciervo tenía un inexplicable embarazo de cinco meses.

La pequeña coneja se había paralizado ante la noticia, despertando solo para abrazarlos y felicitarlos. Pero luego explicó el descontento que le causó no haberse enterado antes para estar con él en los meses difíciles, y se mantuvo visiblemente molesta hasta ese momento.

Louis se levantó del bote donde estuvo sentado todo el rato, ligeramente adolorido. El par seguía dibujando flores de muchos colores en el enorme lienzo que era la pared. Haru las pintaba con tal suavidad y dedicación, el cariño que motivaba a su mano era evidente; Legosi no era un gran artista, las suyas parecían simples al lado de los detallados pétalos de la albina.

Iba a salir de la habitación por fin, cuando Haru le extendió un pincel para él, y le hizo espacio.

—Toma, pinta algunas —le dijo con una sonrisa.

Por primera vez, Louis no puso resistencia a algo y aportó al pequeño mural. Solo hizo una figura con seis pinceladas y un largo tallo verde, nunca se consideró a sí mismo un animal dado a la pintura.

—Lo haces muy bonito —halagó Legosi, con tanto amor que Louis no pudo evitar burlarse.

—Todo lo que yo hago te parece bonito porque no tienes sentido común, Legosi —respondió, dejando de lado el pincel. Una había sido suficiente, estaba seguro que su hija lo entendería luego de ver tan feo garabato.

—Apuesto a que Juno las haría muy lindas —comentó Haru.

—Yo no me confiaría, es buena en muchas cosas pero en otras es tan torpe como Legosi.

—¡Que cruel!

Louis sonrió, y se excusó para retirarse.

Al estar por fin libre y lejos, jaló aire con fuerza para limpiar de sus pulmones cualquier rastro del hedor a pintura. Se preguntó cómo era que los otros dos lo soportaban tanto, o si tan solo era él quien no aguantaba el olor tan fuerte. Sin poder evitarlo, se apoyó contra el muro mientras seguía respirando con apuro. De repente se dio cuenta de que su mano descansaba sobre su vientre, un gesto involuntario que se encontraba haciendo con más regularidad que antes. Indeciso, deslizó sus dedos por encima de la ropa, dando una suave caricia incómoda. No solía hacer cosas como esas, esa tarea la cumplía Legosi en su totalidad.

Retiró la mano de inmediato, y abandonó el pasillo como si nada hubiera pasado. No le gustaba tener mucho contacto con su vientre abultado, a su parecer era una extraña cosa que hacer, y solo lo acercaba a la bizarra idea de que al final de nueve meses le sacarían la criatura que llevaba dentro y su vida como la conocía cambiaría para siempre. Luego se daba cuenta de que pensando de esa manera no llegaría a ser un gran padre.

Llegó a la cocina y se preparó un té. Finalmente lo habían alejado del café y su premio de consolación eran las infusiones que el doctor le había recomendado. No le disgustaban, pero tampoco eran mucho de su agrado.

Mientras servía el agua caliente, decidió quedarse más rato, en soledad. Faltaban muchas horas para la cena, por lo que no había nadie rondando por ahí.

En total silencio le era muy fácil pensar en el trabajo. Wissam le llevaba puntualmente reportes al final del día donde explicaba con todo lujo de detalles la situación actual del conglomerado. Algunas de las alianzas que habían construido en intentos desesperados por salvarse comenzaban a dar resultados satisfactorios, no los suficientes para cantar victoria, pero sí para permitirle dormir con más paz. También le llamaba durante el día para aclarar las decisiones a tomar.

Meses atrás, no podía pensar en nada más que en el futuro de la compañía, pero descubrió que los temores que ahora le envenenaban el juicio eran peores, y mucho más frustrantes. Ahora siempre se estresaba al preguntarse cómo iban a hacerlo funcionar, en como dos padres de diferentes especies iban a criar a una hija. Se amaban, y la amarían con toda su alma, pero la sombra seguía ahí, proyectándose larga y oscura sobre ellos. Eran una presa y un depredador, y el mundo animal era muy duro con los productos nacidos de esos dos. Y aunque el bebé naciera como un perfecto lobo o ciervo, tal vez algún día preguntaría por qué sus padres eran tan diferentes.

Y una pregunta siempre traía otras.

Louis no tenía un pie, Legosi estaba cubierto por cicatrices, incluso en su rostro. ¿Qué pensaría está niña de sus padres mutilados? Ellos podrían llenarla de mentiras hasta que tuviera edad para conocer el resto de la historia, mientras tanto tendría las respuestas que la sociedad le daría, que un herbívoro y un carnívoro no podían estar juntos, que tomara como ejemplo a sus padres que seguramente se hicieron daño por un deseo egoísta de carne, inherente al amor interespecie. Y ella podría ser tan tonta como para creerles.

¿Tonta? ¿Era una palabra normal para describir a una hija? No lo sabía. No sabía muchas cosas sobre paternidad, su referente no fue muy bueno.

Oguma siempre se encargó de que tuviera todo a su disposición, y mientras dividía sus tiempos entre el trabajo y su hijo, se olvidó del amor. Educación, alimento, salud, pero ni una pizca de cariño. Nunca fue cruel con él, solo creía con fervor que demasiados sentimientos podrían desviar a su heredero del camino. ¿Él sería igual, negando amor por temor a la debilidad? No, quería creer que no. E incluso si lo hiciera, la niña tendría a Legosi, su otro padre que la adorará y le prometerá el mundo entero.

¿Y qué pasaría cuando su pequeña comenzará a sufrir las consecuencias de su herencia genética? Legosi le había contado sobre su madre antes, y le aterraba pensar que su hija terminara igual que la pobre mujer.

O igual a Melon, aquel monstruo cuyo mayor pecado fue nacer de una hembra carnívora. En sus manos ardía la sangre de muchos animales, y aún así, le reprocharon más su origen que sus crímenes. Vio en lo que se había convertido: una criatura sin nombre, extraña y peligrosa, tan sola que tuvo que llenar su vacío con el dolor ajeno.

No quería pensar en él, no quería pensar en Leano. Quería pensar en su niña, su sangre, orgullosa como solo un ciervo rojo podía serlo, con un retrato al lado del de su padre, más glorioso que el de cualquiera.

¿Y si naciera como lobo?

Una feroz y hermosa loba entonces, de pelaje tan gris como el de Legosi. Pero, ¿los principales socios del conglomerado de cuernos respetarán su reclamo como presidenta?

Louis los obligaría a aceptarla, aún si significara la disolución de viejos acuerdos y promesas. Y cuando los años pasaran, ella misma tendría un heredero, seguramente un cachorro de lobo, y el nombre "conglomerado de cuernos" se volvería algo confuso. Tal vez tendrán que cambiarlo. Todo el legado de la soberbia casa de ciervos sería borrado, iniciando así una nueva era para los lobos.

Bajo ese escenario, parecía crucial que su bebé naciera igual a él. Si era una loba acabaría con el trabajo de generaciones.

Pero seguiría siendo su sangre, ¿cómo negarle su derecho de nacimiento?

¿Y si ella simplemente no quisiera responder a sus obligaciones para con la empresa? Ciervo o lobo, si sus sueños no eran ser el futuro de la empresa Louis estaría en un embrollo enorme.

Detuvo sus pensamientos ansiosos para tomar un largo sorbo de su té. Debió quedarse pintando flores con Legosi y Haru.

Si había algo que Louis deseaba con locura, ahora más que nunca, era que ese cachorro no heredara su talento para sobrepensar hasta el más mínimo de sus problemas.