Hola, bueno, ante todo, perdonen la tardanza, les regalaré dos capítulos por tan impaciente espera. Bueno, quiero decir a anita potter, si te soy sincero, a mí tampoco me gusta demasiado esta pareja, pero lo he hecho H/Hr por hacerle un favor a un amigo.
¡Cuidado con esta escena! Es una escena para mayores de edad, si les ofende, no lo lean, aunque yo os digo que no es muy fuerte
Capítulo 15: El espejo de Rowena Ravenclaw
Harry notó que su felicidad aumentó de forma desproporcionada, el corazón se le salía del pecho, y sentía que Dumbledore le había dado la notició más agradable y feliz de toda su vida.
Harry miró con una gran sonrisa a Dumbledore, el cual, por supuesto, correspondió al muchacho con otra sonrisa, aun más alargada.
-¡Dumbledore,
le quiero! – dijo Harry, levantándose, y abrazando al
anciano, que parecía muy emotivo. A Harry le pareció
ver brillar algo en los ojos de Dumbledore – es usted el mejor,
señor, gracias por encontrar el diario de Sirius.
-Bueno,
Harry, muchas gracias por hacer todo lo que haces por mí. Y
claro, no debía decepcionarte, pero te diré una cosa.
Nunca lo hubiera conseguido sin la ayuda de tu primo Edgar.
-Muchas
gracias – dijo Harry con sinceridad a Edgar.
-De
nada – dijo éste poniéndose un poco rojo.
-Nosotros
nos vamos Harry – dijo Dumbledore, señalando los diarios con
la cabeza – tenemos mucho trabajo por delante, estoy ansioso por
desenmascarar a Orion Black. ¿Sabes? Coincidimos en Hogwarts,
y nunca me agradó demasiado…
Los dos (Edgar y Dumbledore) desaparecieron y Harry se volvió para sus amigos, muy feliz. Y sus amigos, por supuesto, correspondieron.
Esa noche fue muy especial para Harry.
-¡Te
quiero! – le dijo Harry a Hermione, con un susurro en la oreja.
-Sabes
que yo también – dijo Hermione y lo besó con muchas
ganas.
Harry la cogió, un brazo por las piernas, y el otro por la espalda, y se la llevo a su habitación.
Comenzaron a besarse apasionadamente, uniendo sus lenguas en una entrelazada lucha, que se disputaba en la boca de Hermione. Harry recorrió sus manos por cada centímetro del cuerpo de Hermione, y esta se dispuso a besarlo provocadamente en el cuello, dándole un mordisco en la oreja, provocando que Harry soltara un gemido de placer.
Acto seguido, con un movimiento rápido, Hermione comenzó a quitarle la camisa a Harry. Cuando por fin lo hizo, pasó su mano por los músculos de Harry, que había formado jugando al Quidditch. Harry le quitó la blusa mientras los dos muchachos seguían besándose, y acto seguido, y con tremenda dificultad, consiguió deshacerse del sujetador de Hermione, dejando libre los bellos senos de Hermione, el sujetador lo lanzó al extremo derecho de la cama.
Hermione se dispuso a despasarle la cremallera de sus jeans, y se lo quitó con sensualidad. Acto seguido rodeó con sus piernas la cintura de Harry, y notó que "algo" estaba creciendo desmesuradamente.
Harry se dispuso a quitarle la falda, pero Hermione asustado le hizo parar.
-Creo
que nos estamos pasando Harry – dijo Hermione yendo a por sus
sujetadores, y poniéndoselos – yo también estoy muy
contenta, pero creo que esto que hemos hecho es una burrada, además,
no estamos preparados aún.
-Tienes
razón Hermione – dijo Harry, poniéndose sus jeans
otra vez, y viendo como Hermione se ponía la blusa y se
arreglaba el pelo en un espejo – me he dejado llevar por la
situación y la felicidad.
Esa noche ambos la pasaron muy incómodos, pero durmieron con una tremenda felicidad. Al fin y al cabo, Sirius Black, su padrino, al que todos creían muerto incluso él, estaba vivo…
La mañana siguiente lucía muy bonita. Harry se despertó y oyó la tierna melodía de Fawkes, eso solo podía significar que Dumbledore le enviaba una carta, así que Harry, casi saltándose todos los escalones, salió a la fría calle para encontrarse con un Fénix de color rojo vivo, y con una largísimo y bonita cola dorada. Sostenía una carta con elegancia en el pico, y cuando Harry la cogió, el fénix se puso a ulular felizmente, y se marchó con unos logrados movimientos.
Harry, sin pensarlo si quiera dos veces, entró en la casa, y allí mismo, en la entrada, se puso a leer la pulcra y estilizada letra de Dumbledore:
Querido Harry:
Creo que ya es hora de ir a por el Horcrux. Por favor, reúne a los miembros del ED, pues creo que sería una buena oportunidad para ellos poder participar en esta aventura. Bueno, te espero en quince minutos en mi despacho, mejor dicho, en el despacho de la profesora McGonagall.
Nos vemos,
Albus Dumbledore
En cinco minutos, un pequeño grupo formado por seis personas, caminaba con miedo por Hogsmeade, iban hacia Hogwarts. La gente los miraba sorprendida, incluso había alguna persona que los señalaba con el dedo, pero los muchachos ya tenían suficiente con lo que iban a hacer. A Harry no le había parecido muy buena idea, pues quería ir solo con Dumbledore, pero no se atrevió a desobedecer su orden, e ir solo al despacho de la profesora McGonagall.
Llegaron a la estatua de gárgola (misteriosamente abierta), que tapaba la escondida escalera hacia el despacho de la directora. Dieron dos golpes fuertes y secos a la puerta, y abrió la profesora McGonagall.
-Chicos ¿Cómo están? – dijo la profesora McGonagall. Todos respondieron con un leve "Bien, profesora" – bueno, luego de ir a buscar el Horcrux, me gustaría que volvieran a Hogwarts, y así, hablamos.
La profesora salió con elegancia, dejando a los nerviosos muchachos con Edgar y Dumbledore.
-Bueno, supongo que ya sabréis para que os he llamado – dijo Dumbledore, haciendo que todos los miembros del ED asintieran con la cabeza – este es el plan, se que es injusto, pero quiero que me entendáis.
Los chicos se miraron sin decir nada, pero luego volvieron a centrar su vista en Dumbledore, decididos a hacer lo que sea.
-Yo
no voy a ir…
-¿Qué?
– Dijo Harry, alarmado - ¿y entonces como se supone que nos
las arreglaremos?
-Tranquilo,
Edgar va con vosotros, recuerda que yo estoy muerto y estoy seguro
que los veinte años que he estado entrenándolo, no son
en vano, pues es un mago que está a mi altura – nadie dijo
nada, más que nada por no quedar mal, pero nadie estaba muy
tranquilo sabiendo que no irían con Dumbledore – bueno,
primero quiero deciros que Voldemort sabe que sabemos lo de sus
Horcruxes, así que ha decidido aumentar la vigilancia de sus
Horcruxes. Así que pasaréis el resto del día
deambulando por las calles, y bien entrada la noche, Edgar y Harry,
entraran al orfanato a por el Horcrux, mientras los otros os quedáis
vigilando la entrada, pues seguro que habrá mortígrafos.
¿Os parece bien?
A nadie parecía entusiasmarse mucho quedarse de vigilante, pero sin ningún tipo de reproche obedecieron la orden de Dumbledore.
-Bueno,
pues ya podéis iros – dijo Dumbledore, sacando un pequeño
encendedor plateado, con el que solía apagar las farolas
muggles – esto, es un traslador plus, supongo que Harry ya os habrá
hablado de ellos. Este tiene efecto solo con mi varita, así
que, por lo tanto, Edgar podrá trasportaros de vuelta a
Hogwarts en un periquete.
-¿Tenéis
la misma varita? – dijo Harry, sorprendido.
-Sí,
Harry – dijo Edgar con indiferencia – ahora, si tenéis la
amabilidad… seguidme – dijo Edgar, mostrando unos buenos modales,
que sin duda, o así lo pensaba Harry, Dumbledore se había
encargado personalmente de perfeccionar.
Salieron por Hogwarts, a Harry le sorprendió que Edgar estuviera tan tranquilo (pues nadie sabía de su existencia), pero Harry no lo estaba. Era cierto que había esperado ese momento durante mucho tiempo, pero el recuerdo que tenía de Dumbledore en la cueva, medio moribundo, y precisamente ese no era un buen recuerdo que digamnos…
Pasaron el resto del día merodeando por las calles de Londres, hasta que, por fin, al anochecer, Edgar les dijo a los muchachos:
-Bueno, Neville, Hermione, Luna, Ron y Ginny, por favor, quedaos aquí – indicó un pequeño callejón – vigilad, y por favor, si os atacan solo debéis de llamar a Fawkes, el si os ayudará. Y ahora Harry, vamos a por el Horcrux, esperó que Voldemort sea un poco más mortal al caer la noche.
Harry y Edgar empezaron a caminar con rapidez, y Harry se preguntó si faltaría mucho.
-Si, aún queda bastante, pero tranquilo, pronto llegaremos – dijo Edgar, como si le hubiera leído la mente.
Estuvieron en un prolongado silencio.
-¿Cómo
fue? – preguntó Harry al fin.
-¿Qué?
– dijo Edgar sin entender.
-Tener
a Albus Dumbledore como padre, bueno, como padrino. ¿Cómo
fue? – insistió Harry.
Edgar meditó unos segundos, y después dijo:
-Es
lo mejor que me ha pasado en la vida. Él es… extraordinario.
Siempre me sentí afortunado de ser su ahijado, pero más
que eso, él es como si fuera mi padre, yo, interiormente, lo
llamó padre, pero él se empeña en recordarme a
veces quien es el idiota de mi padre.
-¿Y…
nunca sospechaste de que él no era tu padre? – dijo Harry
con curiosidad.
-Siempre
lo supe. No quiero pecar de falta modestia – dijo Edgar,
desviándose a la izquierda (Harry lo siguió) – pero
siempre fui muy inteligente, y claro, pensé que era demasiado
joven para ser su hijo, pero la verdad es que nunca tuve el valor de
preguntárselo. Creo que era eso, era el temor que yo tenía
por averiguar que yo no era su hijo, y por eso nunca se lo pregunté.
Además, yo estaba seguro de que cuando él consideraba
que era hora de decirme la verdad, me la diría sin ocultar
nada, siempre fue muy propio de él.
-¿Y
cuando te lo dijo? – preguntó Harry.
-Hace
unos cuantos años. Tres exactamente. Me lo dijo cuando tú
comenzaste a tener esos sueños raros, y a dolerte la cicatriz.
Mi padrino estaba seguro de que Voldemort regresaría, y por
eso me lo dijo. Y, créeme, aunque yo sabía que no era
mi padre, me dolió confirmarlo.
-¿Y
fue cuando te dijo que eras hijo de Morfin Gaunt? – preguntó
Harry, caminando ahora por un callejón que conducía a
una calle vieja y abandonada.
-Si,
pero por supuesto, yo no me lo creí. Luego pensé que
era una cosa demasiado seria como para hacer bromas, y nunca pensé
que Dumbledore me mentiría de esa forma. Por la derecha, Harry
– dijo Edgar, girando por la derecha.
Habían llegado a una casa deformada, parecía que abandonada, y en un estado deplorable. Ese era el orfanato en el que se había criado lord Voldemort. Harry reconoció al instante el camino, pues estuvo en él ya en un recuerdo de Dumbledore, pero la conversación que había mantenido con Edgar lo había aislado del lugar, y no se había percatado.
-A
partir de ahora, Harry, ten cuidado – dijo Edgar, entrando
sigilosamente por la puerta principal.
-¿Es
seguro que el Horcrux está aquí? – preguntó
Harry, nervioso y entrando por la puerta como había hecho su
primo.
Fue una sensación extraña, notó como una gélida brisa se abalanzó hacia él, haciendo que los pelos de la nuca se le erizaran un poco, y poniéndose la piel de gallina. Hacía bastante frío.
-Si
estoy seguro, mi padrino pocas veces se ha equivocado, como tú
bien sabrás – dijo Edgar, recorriendo el pasillo y llegando
al otro extremo a través de una puerta – y como también
estoy seguro, has notado los rasgos que deja la magia.
-Sí,
algo he notado – dijo Harry, siguiendo a su primo, y ya con la
varita en manos.
Por fin, Harry reconoció en el último pasillo en el que estuvieron, pues era el mismo que había recorrido con Dumbledore en su recuerdo.
Había una puerta, y Harry se dispuso a abrirla (era la puerta de la habitación de Voldemort), pero una mano lo detuvo en el camino.
-No es seguro – dijo Edgar, e inmediatamente, se puso a murmurar con una lengua extraña e ininteligible, apuntando con la varita al pomo de la puerta.
En unos segundos, alzó su vista hacia Harry, quien estaba inmóvil ante tal cosa.
-Ya está, Harry, si quieres entrar primero…
Harry con paso decidido y fuerza, cogió el pomo de la puerta (aliviado porque no le hubiera pasado nada) y entró en la habitación.
Allí no había nada. La cama, la mesita y el armario que Harry había visto en el recuerdo de Dumbledore habían desaparecido, mostrando ahora un pedestal, y en él, un pequeño espejo de plata pura, con rubíes y diamantes inyectados por el borde, y un cristal limpio.
-Ése
es, Harry, el espejo de Rowena Ravenclaw – dijo Edgar, con los ojos
muy abiertos mirando el espejo - ¿Por qué no pruebas el
encantamiento convocador?
-Yo…
eh… bueno, allá voy – dijo Harry, se aclaró la
garganta, y acto seguido murmuró: – ¡Accio Horcrux!
El espejo no se movió del sitio, pero una ligera raya roja de un metro de radio más o menos, rodeando el pedestal, e instantes después, desapareció.
-Harry,
nos acabas de salvar la vida – dijo Edgar, mirando fijamente a
Harry – ¿Sabes que era eso?
-No
– respondió Harry con sinceridad.
-La
línea de la muerte – dijo Edgar – por supuesto, esta
prohibida por el Ministerio, y es muy difícil de realizar,
magia muy avanzada y oscura. Solo los mortígrafos la conocen,
y algunos magos del bando bueno, pero muy pocos, se podría
decir que se sabe de su existencia como de la de los Horcruxes.
-¿Y
como se puede eliminar? – dijo Harry, provocando que su primo
suspirara abatido.
-No
se puede – dijo Edgar.
-¿¡Qué?
– exclamó Harry, atónito.
-Pero
si se puede evadir – dijo Edgar, cerró los ojos, y en un
momento los abrió de nuevo – me lo imaginaba, el hechizo
antiaparición.
-¿Te
has intentado aparecer?
-Si,
pero no he podido. Ahora si que lo tenemos bien…
Edgar se puso a meditar con una postura bastante frecuente. Harry quería ayudar, pero no sabía que hacer, ni que decir.
Pero sin poder decir nada más, unos haces de luz roja comenzaron a verse por las ventanas, y a Harry le dio un vuelco el corazón, pues eso solo significaba que sus amigos estaban en peligro, en peligro mortal.
-¡Vamos! – gritó un acalorado y preocupado Edgar, saliendo corriendo de la habitación. Harry lo siguió a gran velocidad.
Bajaron por las escaleras, salieron del orfanato, se dirigieron a donde habían estado anteriormente los otros miembros del ED, y allí, se toparon con Bellatrix Lestrange, Fenrir Geyback y un mortígrafo desconocido para Harry.
-¡Expelliarmus! – gritó Bellatrix, y la varita de Harry salió volando de sus manos.
Harry contempló la escena. Bellatrix estaba cogiendo la varita, Fenrir Geyback vigilaba de muy cerca de los miembros del ED (que estaban arrodillados y sujetos por las manos y los pies por cuerdas invisibles), y el mortígrafo desconocido se estaba batiendo con Edgar.
Sin previo aviso, Bellatrix le lanzó con la varita a Harry unas cuerdas invisibles, que le aguantaron de forma fuerte las manos juntas y los pies igualmente juntos, por lo que no pudo aguantar el equilibrio, y se cayó.
Bellatrix lo movió y lo puso al lado de Neville, que estaba en el extremo derecho de la fila, todos apoyados en el callejón sin salida.
Edgar miró a Harry, despistado de lo que estaba haciendo y preocupado, el mortígrafo le quitó la varita, le desarmó.
Bellatrix muy atenta y casi al instante, lanzó unas cuerdas a Edgar, que hicieron que el primo de Harry cayera al instante por falta de equilibrio. El hombre lobo Fenrir Geyback lo acercó al aldo de Harry, y por lo que éste pudo vislumbrar, tenía sus dientes muy de cerca del cuello de Edgar (algo que asustó tremendamente a Harry).
-Vaya,
vaya – dijo Bellatrix, paseándose por delante de los
muchachos y de Edgar - ¿Quién diablos eres? Me resultas
vagamente familiar…
-Sí,
supongo, es lo más normal, pero dime, Bellatrix ¿Qué
hacéis aquí? ¿Voldemort te manda vigilar algo, y
no te dice el qué? Eso si es confiar en ti…
Parecía que Edgar había dado en el clavo. La irónica sonrisa de Bellatrix se había borrado completamente de su rostro, y ahora mostraba una expresión más bien de frialdad.
-¿Cómo
sabes eso? Además, yo a ti no tengo porque darte
explicaciones… ¡Seguro que luego me lo va a decir! – dijo
Bellatrix – Soy su más fiel servidora, claro que me lo dirá,
¿Pero dime, que sabes acerca de eso? – preguntó la
mortígrafa con curiosidad.
-No
tengo por que decirte la fuente de mi información – dijo
Edgar, Harry pensó que estaba haciendo un buenísimo uso
de la Legermancia, y como si su primo acabara de leerle el
pensamiento, añadió:– no es que seas muy buena en
Oclumancia la verdad… Harry – añadió en un susurro
– tranquilo que nos salvaran, porque me he encargado personalmente
de poner seguridad adicional. – solo lo oyó Harry, porque
Bellatrix estaba demasiado ocupada insultando.
-…
sucio, asqueroso, ¿Cómo osas dudar de la confianza que
el señor oscuro deposita en mi? ¡Ahora verás lo
que es bueno! ¡Crucio!
Edgar cerró los ojos e hizo una mueca de dolor, pero aparte de esto, nada más. Ni siquiera gritó ni se retorció de dolor, mostrando fortaleza.
-Vaya,
mi primera recepción de la maldición cruciatus, siempre
me pregunté cuando llegaría…
-¿Es
la primera vez? – Dijo Bellatrix, horrorizada y asustada – ¡Y
ni has gritado…! No me lo creo, eres un loco amante de los muggles,
lo veo en tus ojos, y también veo… que dices la verdad… –
esto último lo dijo en un susurro, pero perfectamente audible
y con unos desorbitados ojos bien abiertos - ¿Quién
eres?
-Nadie
que sea de tu incumbencia – dijo Edgar, esperanzado – tu señor
no te quiere. Piensa deshacerse de ti cuando no le sirvas, él
no ama a nadie, no ama como lo amas tú a él.
-¡Es
increíble! ¿De quien has aprendido Legermancia? ¡Solo
mi señor puede leerme la mente, aun sabiendo Oclumancia! –
dijo Bellatrix, retrocediendo y negando con la cabeza.
-Si,
solo el mago más grande en Legermancia podría haber
conseguido enseñarme, y sí, hablo de Albus Dumbledore.
-¡NO!
– exclamó Bellatrix, negando con la cabeza.
Harry estaba muy distraído con la conversación, pero lo que vio le heló la sangre, le había parecido ver a un perro grande y negro…
-¡Tú…! – dijo Bellatrix, señalando a Edgar con el dedo – eres hijo de Selene Fines…
Un perro negro y muy grande se abalanzó contra Bellatrix, haciendo que esta perdiera el equilibro y cayera a tierra. El perro se transformó en un hombre. Era… ¡Sirius Black!
Dark Dumbledore X
