Capítulo 16: Inicio de la navidad
-Sirius… – susurró Harry.
Era imposible. No… no era cierto. ¿Cómo podía estar Sirius allí? Si estaba detrás del velo… ¿O no? Harry no podía hablar, y no era el único. Hermione, Ron y Ginny tenían los ojos muy abiertos, y estaban incapaces de hablar. Harry estaba igual, incapaz de articular sonido alguno, así que se limitó a ver la escena.
Sirius y Bellatrix se estaban batiendo. A Harry le recordaba la situación a la misma que en quinto curso, cuando Sirius murió. Así que debía de tener cuidado, si esa misma noche no quería correr la misma suerte que la última vez que se batió con su prima a un duelo.
-¿Qué
te ha pasado primo? – decía Bellatrix. Tenía una
irónica sonrisa, pero Harry no dudaba de que estuviera
sorprendida y preocupada a la vez - ¿Cómo tu por aquí?
Creía haberte dejado bien muerto…
-¡Ya
ves prima! – dijo Sirius, mientras esquivaba un haz de luz roja, y
lanzaba un haz de luz azul a su prima, que también esquivó
bien – ¿De veras creíste que no regresaría
para darte tu merecido? ¡Ilusa! – dijo, y con un rápido
movimiento con su varita, desató a Edgar, y éste, se la
quitó al mortígrafo desconocido, y claro, se batió
con el desconocido mortígrafo.
-¡Edgar!
¡Él hijo de Selene Fines! – dijo Bellatrix, mirando al
muchacho - ¡Si supieras que tu madre aún vive…!
Esto pilló de improvisto a Edgar, ya que la miró muy sorprendido, y luego, el mortígrafo, le lanzó una maldición que le dio de lleno en todo el pecho. Edgar se giró, y le devolvió la maldición, dejando al mortígrafo inconsciente.
-Este
es tu fin, Bellatrix Lestrange – dijo Sirius, ya sin sonreír,
y con aspecto serio – has elegido el camino incorrecto. Voldemort
nunca te corresponderá – Sirius dudó un momento, y al
final, asustado, murmuró: – ¡Avada Kedavra!
-¡No!
– gritó Harry, pero ya era demasiado tarde.
Un torrente de luz verde salió de la varita de Sirius, y Bellatrix interpretó una cara de miedo constante, ya que finalmente, la maldición le dio en todo el pecho. Era el fin. El fin de Bellatrix Lestrange.
Los mortígrafos, dado que los ganaban en número, huyeron de forma cobarde, y cogiendo el cadáver de Bellatrix. Nadie los detuvo.
-Sirius… – volvo a susurrar Harry. Edgar ya lo había desatado a todos, y ya estaban todos de pie.
Pasó algo extraño. Bueno, no era exactamente extraño, pero nadie se lo había esperado. Sirius se arrodilló. Se arrodilló ante Harry con dificultad, y con voz queda, murmuró:
-Perdóname,
Harry, por haberte abandonado.
-¡No
vuelvas a dejarme por favor! – dijo Harry, levantando a Sirius, y
abrazándolo fuertemente con cariño, llorando. Pero no
le importaba, era verdad, estaba llorando. Lloraba por la alegría
que le había causado su padrino, y no le importaba que sus
amigos le vieran llorar… él era feliz, quería a su
padrino… lo amaba… – te quiero Sirius.
Ante esto, y aún unidos en un abrazo, Sirius comenzó a sollozar, y tampoco parecía importarle.
-Esto me ha llegado Harry – dijo su padrino entre sollozos – yo también te quiero… hijo.
Harry se dio la vuelta para ver a sus amigos. Todos estaban emocionados, muy emocionados viendo la escena de su amigo y Sirius. Y todos, se unieron al abrazo, todos, exceptuando a Edgar…
Harry miró a su primo. Estaba aislado, en tierra sentado y apoyado en la pared. Harry decidió ir a ver que le pasaba, pero ya se imaginaba que era algo de su madre.
-Edgar…
– dijo Harry, saliendo del abrazo colectivo para sentarse con su
primo – ¿Te pasa… algo?
-¿Eh?
– Dijo Edgar, llevándose la mano rápidamente a sus
ojos para ocultar algo, no se había percatado de la presencia
de Harry, y parecía que había estado llorando – nada,
nada.
Harry decidió no decir nada, pero luego, algo inseguro, volvió a hablar:
-Sabes…
a veces hablar hace que te sientas mejor…
-Lo
siento, Harry, tú no lo entenderías – dijo Edgar, y
como vio que Harry disponía a levantarse para irse, volvió
a hablar: – bueno, se trata de mi madre, que parece que esta viva…
Harry contento de que su primo le demostrara confianza, dijo:
-No
te lo habrás creído, estoy seguro de…
-No
lo ha dicho para despistarme – dijo Edgar, triste – era verdad,
lo he visto en sus ojos. Esto se lo tengo que decir a mi padrino, él
sabrá que hacer… bueno Harry, ¿Vamos a por el
Horcrux?
-Vamos
– dijo Harry, tendiéndole la mano a su primo, y este,
gustosamente la acepto para levantarse.
-Edgar…
– dijo Sirius, tímidamente – gra-gracias por… liberarme
del velo, lo hiciste muy bien, gracias.
-¿¡Qué?
– Dijo Harry, con sorpresa - ¿Fuiste tú? – Edgar
asintió – ¡Muchas gracias, Edgar!
En verdad estaba muy agradecido con su primo, y estaba empezando a cogerle mucho cariño. Estaba comenzando a quererlo como a una verdadera familia. Sirius abrazó a Edgar, y este correspondió.
-No
ha sido… nada – dijo Edgar con humildad.
-Gracias,
en verdad, yo solo tenía una razón por vivir, y esa era
Harry – Harry sonrió con satisfacción – gracias ha
ti, esto ha sido posible. Ah! Y tranquilo, he hablado antes con
Dumbledore, y ya me lo ha contado todo, lo de los Horcruxes y todo
eso. Bueno ¿Vamos?
-Vamos,
y ahora, todos – dijo Edgar, emprendiendo camino, y todos lo
siguieron, dejando a Sirius y Harry un poco aislados para que
hablaran.
-¿Qué
pasó – le dijo Harry a Sirius, habían girado por una
calle, y no faltaba mucho por llegar.
-¿Cuándo?
-Cuando
desapareciste por el velo. ¿Qué pasó? – volvió
a preguntar Harry.
-Oh!
Bueno, si entras por el arco ese, o el velo, o lo que sea, entras en
el llamado laberinto de la oscuridad.
-¿Y
eso que significa?
-Pues
el laberinto de la oscuridad, es un laberinto.
-Te
parecerá raro, pero eso ya lo había deducido sin tu
ayuda.
Ambos rieron con ganas.
-Ya,
bueno, pues para salir de ese laberinto, necesitas a una persona en
el exterior, que sepa "Ivermancia".
-¿Y
qué es la Ivermancia? – preguntó Harry, con interés.
-Pues
es magia avanzada. Se relaciona con la Oclumancia, y la Legermancia.
Si estas son proteger y atacar la mente respectivamente, la
Onvermancia es enviar mensajes a través de la mente. Es la
única forma de comunicarse de dentro a fuera del velo. Y hay
pocos magos que saben hacerla, yo creía que el único
era Dumbledore hasta que conocí a Edgar. Pero claro, como
Dumbledore fue su maestro, se la enseñó.
-Bueno,
pero sigue, ahora que Edgar te enviaba mensajes por Ivermancia, ya
tenías tu contacto en el exterior.
-Si,
ya tenía mi contacto. Lo que se necesitaba en el laberinto de
la muerte era a dos personas, por eso si él nunca hubiera
entrado en él, nunca hubiera salido yo. Tengo que admitir que
se arriesgó demasiado por mí, pero siempre le estaré
agradecido, que me haya dado una segunda oportunidad para vivir. Una
vez dentro ya, por medio de la Ivermancia, nos reunimos en un punto
fijo del laberinto, y después, resolvimos el laberinto, y al
hacerlo, nos dieron un regalo, el volver a nacer…
Ya habían llegado al orfanato, así que todos entraron siguiendo a Edgar y Sirius, que se había adelantado a los muchachos.
-A partir de ahora, chicos, mucha precaución por favor – dijo Edgar, entrando por un pasillo y luego por una puerta a la derecha.
Cuando entraron por esa puerta Harry reconoció el pasillo que conectaba con la habitación de Voldemort. Todos entraron, Edgar alertó de la línea de la muerte, y todos se pusieron en fila india, viendo como Edgar trabajaba.
-¿Te
puedo ayudar en algo? – dijo Sirius, algo incómodo.
-Si,
bueno, podrías intentar deshacer el conjuro antiaparición
de este edificio. Si quieres te ayudo, porque no hay otra forma de
evadir la línea de la muerte.
-Cierto
– dijo Sirius, pensativo – aunque podríamos probar también
algo, no sé, hacer un traslador o algo, es mucho más
sencillo.
-¡Claro!
– Dijo Edgar – ¿Cómo no lo había pensado?
Necesito algo, un objeto o algo que no necesitéis.
-Toma
– dijo Neville, sacando una pequeña recordadora – siempre
la llevo encima, aunque ya no se me suelen olvidar las cosas –
decía un poco avergonzado.
-Esto
es perfecto Neville – dijo Edgar.
Cogió la recordadora, le dio dos toques con la varita susurrando algo y con los ojos cerrados. Luego, los abrió. Y desapareció. Harry a lo primero se asustó, pero luego se sorprendió ver que reaparecía dentro de la línea de la muerte, donde yacía el espejo de Rowena Ravenclaw.
-¡Bien! – gritó Ron, haciendo un ademán de triunfo con el puño de su mano cerrado.
Harry estaba muy contento, pero no dijo nada simplemente se limitó a sonreír.
Edgar volvió a tocar el traslador con su varita, y regresó al sitio, con el espejo de Rowena Ravenclaw en la mano.
-Edgar
¿Cómo puede ser que un Horcrux de Voldemort tenga tan
poca protección? – preguntaba Harry, sin entenderlo, no
podía entenderlo.
-¿Poca
protección? – Dijo Edgar suspirando - ¿Te parece poco
la línea de la muerte? Si alguien no hubiera tenido la
magnífica idea de hacer un hechizo convocador nunca habría
averiguado que estaba trazada la línea de la muerte. Y si esto
no hubiera pasado… – y se pasó un dedo por el cuello de
forma ordinaria.
-¿Vamos?
– Dijo Sirius pensando – No es conveniente quedarse aquí
por más tiempo… si viene Voldemort…
-Tienes
razón amigo – dijo Edgar con educación, y acto
seguido, sacó un pequeño encendedor de plata, con el
que Dumbledore apagaba las farolas muggles – por favor, haced una
cadena, cogeos unos a otros.
Hicieron una cadena humana, y Edgar, sacando su varita. Le dio dos golpes y todos desaparecieron, llegando al despacho de Dumbledore. Éste parecía muy sorprendido, quizás… quizás no se lo esperaba.
-¡Qué
bien! – dijo Dumbledore, casi saltando de la alegría – ¡Lo
habéis conseguido! ¡Y Sirius! ¡Me alegro de que
estés bien! ¿Te han necesitado?
-La
verdad es que sí Dumbledore – dijo Sirius, con un ademán
de creído – si no llego a estar… pero para que engañarnos,
Edgar ha sido el único que ha hecho algo, la verdad, y creo
que todos estamos de acuerdo en eso.
Los muchacho asintieron con la cabeza con señal de aprobación, y esto dejó a Edgar muy sonrojado.
-Bueno…
yo… eh – decía Edgar, pero luego recuperó la
compostura – no os equivocáis. Si no llega a ser por
vosotros… no hubiéramos hecho nada. Los miembros del ED lo
hicieron bien, vigilando – decía Edgar, ahora dirigiéndose
a Dumbledore, que lo miraba con atención – si no fuera por
Sirius… no habríamos salido de esa captura, y si no hubiera
sido por Harry… yo estaría muerto, así que te debo la
vida Harry.
-¿A
mi? ¿Por qué? – Dijo Harry, sin comprender – ¿Qué
he hecho yo de especial?
-Gracias
a ti, yo no estoy muerto, porque si no hubieras tenido la magnífica
idea de hacer el hechizo convocador…
-¡Pero
si fue idea tuya! – Dijo Harry, sonriendo – el mérito es
tuyo…
-No,
Harry, te equivocas – dijo Edgar, mirando a Harry – ¿Quién
me dijo que podría serme útil ese hechizo? Mi padrino
¿Quién se lo hizo saber a él? Tú. Tú
tuviste la idea… ¿Sabes? Nunca creí que ese hechizo
fuera de mucha utilidad, pero ya veo que tan equivocado estaba. A
veces, los mejores frascos son los pequeños, y a veces, los
mejores hechizos son los más sencillos…
Harry se quedó mirando a su primo. Sí era cierto que había estado veinte años siendo entrenado por Dumbledore, porque cuando Harry estaba hablando con Edgar Gaunt, parecía que estaba hablando con el mismo Albus Dumbledore.
-Bueno,
de momento, lo destruiremos. ¿Edgar, por qué no pruebas
a hacerlo tú?
-¿Yo?
Eh… no, creo que no, señor…
-¿Alguien
lo quiere destruir? – dijo Dumbledore, mirando a Neville, como si
esperara que este pudiera hacerlo.
-Yo
– respondió Neville, dejando a todo el mundo con una
increíble pero insegura sorpresa.
-Bien,
Neville, confío en ti. Creo que eres la persona apropiada para
hacer este trabajo – dijo Dumbledore con una sincera sinceridad –
chicos, por favor, salid un momento de aquí, voy a tener unas
palabras con Neville.
Todos obedecieron sin rechistar. Salieron del despacho de la directora. Y se quedaron en las escalas, con la oreja pegada a la puerta. Aunque no oyeron nada. Dumbledore salió momentos después, y casi al hacerlo, se oyó una explosión que provenía de dentro del despacho, como había dicho Edgar, al caer la noche Voldemort volvería a ser un poco más mortal…
La navidad había llegado, y con ella, una suave pero densa capa de nieve se había alzado en la Madriguera, donde todos, incluido Sirius, estaban celebrando la nochebuena.
Cuando Sirius apareció de repente en la Madriguera, la señora Weasley se había desmayado, y al señor Weasley casi le da un ataque de nervios al ver a Sirius. Tuvieron que necesitar muchas de sus horas de tiempo libre para poder explicarles a los señores Weasley todo, pero al final los convencieron, y ahora se mostraban muy pero que muy felices ante la inesperada llegada de Sirius.
Estaban todos en la casa. Fleur y Bill habían regresado de su luna de miel hacía poco. Se habían ido a Francia a pasar esos meses con la familia de Fleur. Charlie Weasley también había regresado de Rumania, donde los dragones, o eso parecía, daban mucho trabajo. Pero la sorpresa de todos estaba en que Charlie se había echado novia. Era una hermosísima egipcia, que también trabajaba con él en los dragones, se llamaba Yorze Sakkara, y por lo que Harry pudo vislumbrar, aún no dominaba muy bien el inglés.
-Harry, ¿podríaz pazarme eze paztel? – Le dijo Yorze Sakkara a Harry – tiene buena pinta.
Harry sin rechistar se lo acercó, para que la joven egipcia pudiera alcanzarlo.
La nochebuena de momento estaba siendo muy agradable. En un extremo de la mesa estaban sentados Harry, Ron, Hermione, Ginny, Luna (Neville no había podido ir, porque quería pasar las navidades con sus padres, ya que eran las primeras desde que ya se encontraban bien), Charlie y Yorze. Y en la otra parte de la mesa, el señor Weasley, la señora Weasley, Sirius, Bill, Fleur y los gemelos Weasley (éstos habían sido muy difíciles de convencer, pero finalmente habían venido a regañadientes).
-Miz padrez zon muy famozoz en Egipto, ya que dezcendemos de un faraón muy noble y eficaz, por supuesto, que ayudó a montar laz pirámides de Sakkara. Su nombre era Djoser, y ahora mismo rezide en su tumba, por supuesto, en la pirámide Sakkara, la más antigua de Egipto – decía Yorze con entusiasmo, pues nadie la conocía, y ella, aunque nadie se lo pedía, narraba cosas de Egipto o de su historia, o incluso, de ella misma.
La señora Weasley estaba muy contenta con Yorze, y no solo ella, toda la familia. Y por esto, Fleur últimamente estaba tan simpática con la señora Weasley, para volvérsela a ganar, pues estaba celosa de que quisieran más a la novia de Charli, que a la esposa de Bill.
Harry esa navidad se estaba portando especialmente cariñoso con Sirius, y aunque su querida Hermione lo negara, ésta estaba un poco celosa, pero después lo comprendió perfectamente, pues hacía tiempo que Harry y Sirius no se veían, y Hermione también se mostraba más cariñosa con su amigo Sirius…
Los días seguían pasando. Hermione todavía estaba muy preocupada, seguía sin encontrar a Crookshanks, y Harry también comenzaba a preocuparse seriamente.
Ron y Luna cada vez se querían más, y esto alegraba mucho a Harry, pues se sentía culpable del rompimiento de Ron y Hermione, pero Harry la quería, y mucho, eso no se podía negar…
Ginny se veía muy triste. A Harry le daba lástima, porque él sinceramente la quería, pero no como a una novia, sino como a una hermana. Así que últimamente la consolaba a todas horas, diciéndole que solo él no tenía la culpa, y que además seguro que encontraría a alguien que la quisiera de verdad. Y Harry, últimamente, casi todas las noches, bien entrada la madrugada, sentía un sonoro llanto en el segundo piso…
Lo más emocionante que pasó esa navidad fue la última noche, donde Remus y Tonks acudirían allí, y a Remus le darían una pero que muy agradable sorpresa, la de Sirius…
Ya era nochevieja, y todos estaban listos para cenar, hasta que oyeron un timbre, eso significaba que…
-Remus… – susurró Sirius, levantándose nerviosamente – ya está aquí, y Tonks…
La señora Weasley con una sonrisa se dirigió hacia la puerta, para abrir, y cuando lo hizo, un hombre con un estado bueno (se podía decir así, porque desde que salía con Tonks, su lamentable estado había mejorado) entró en la puerta, seguido de una mujer con una característica sonrisa y el pelo rosa chicle. Tonks, con su "gran" habilidad, había tropezado con el paragüero, pero no había sido por lo patosa que era, sino porque se había desmayado…
Remus estaba parado en seco, con la cara pálida, y un pastel de chocolate que sostenía. Le dio el pastel a la señora Weasley, que estaba intentando reanimar a Tonks, y Remus se acercó lentamente hacia Sirius. Después aceleró su velocidad hasta que corrió hacia el reencuentro con su amigo. Lo abrazó. Remus abrazó a Sirius, y éste a Remus, ambos llorando, normal, hacía dos años que no se veían. Ginny y Hermione estaban abrazadas y llorando por la emoción…
La noche estaba siendo muy bonita. Sirius y Remus contaban sus aventuras en Hogwarts, y todos reían cuando la historia finalizaba.
Faltaban diez minutos para el cambio de año, pero Harry esa noche tenía una extraña sensación. Notaba que algo malo le ocurriría esa noche, o por lo menos sorprendente…
Ya solo faltaban cinco minutos. Todos rodeaban a una radio mágica que habían puesto en el centro de la mesa. Estaba cantando una muchacha con una voz muy dulce y angelical, y la señora Weasley empezaba la cuenta atrás ella misma contando los números.
Ya solo faltaban dos minutos, y se pusieron todos contentos a descontar los segundos que iban pasando.
-Treinta y cinco, treinta y cuatro – decía Hermione muy entusiasmada.
Una lechuza entró en la habitación, y dejo en las manos de Harry un sobre que contenía un ligero pergamino. Harry, sin importarle que estuvieran a punto de cambiar de año, comenzó a leer la carta. Todos se habían percatado de la carta, pero seguían con la cuenta atrás.
-Tres,
dos, uno y… – dijo la señora Weasley – ¡Feliz año
a todos! Harry, ¿Qué pone en esa carta?
-Los
Dursley han sido asesinados – dijo Harry, con tristeza, y
arrancando un silencio sepulcral entre la multitud.
Dark Dumbledore X
