Capítulo 20: Otra vez en Hogwarts
-¿¡Qué?
– Dijo Harry – ¿Ya están aquí?
-Sí
– respondió Edgar, levantándose – ya hace tiempo
que están esperando tras la puerta – y abrió la
puerta.
A lo primero no entró nadie. Edgar mantuvo la puerta abierta unos segundos, y luego la cerró. En unos instantes, dos personas se quitaron lo que parecía una capa invisible.
Un chico de diecisiete años y una mujer que parecía ser su madre entraron en el despacho. Draco Malfoy mostraba un aspecto aún más deplorable que el que tenía en el sueño de Harry. Llevaba algunos puntos de la túnica oscura desgarrada, o descosida. Su rostro era mucho más pálido que de costumbre, y su mirada representaba miedo y nerviosidad.
Su madre, Narcissa Malfoy, no se quedaba atrás. También estaba en un estado muy lamentable. Su túnica desgarrada, los botones de la túnica desbrochados, y sus cabellos estaban sucios y desenmarañados. Su rostro también estaba muy pálido, y al igual que Draco, en sus ojos se podía vislumbrar claramente miedo y nerviosidad.
Dumbledore se levantó también, aunque con algo de dificultad. Estaban todos levantados menos Harry. Edgar también estaba levantado, pues había ido a abrir, y Harry no tuvo más remedio que levantarse también. Al hacerlo, su mirada se cruzó con la de Draco, y Harry decidió romper el hilo visual para mirar a Dumbledore.
-Que
bien que hayas decidido venir. Habéis hecho lo correcto, como
también habéis hecho lo correcto al renunciar a lord
Voldemort. – Narcissa hizo una mueca de dolor al escuchar el
nombre. Dumbledore hizo caso omiso a esa mueca de dolor y siguió
– os alojaréis aquí, en Hogwarts. ¿Qué
os parece? ¿Estáis de acuerdo?
-Si,
señor – dijo Narcissa con educación – estaremos
bien en cualquier sitio.
-¿Qué
os pasa? – dijo Dumbledore, empezando a preocuparse – tenéis
un estado deplorable…
-Es
que nos acaban de atacar – dijo Draco – han venido a nuestra
mansión mortígrafos, por órdenes directas de
Voldemort.
Dumbledore cambió su expresión bondadosa y tranquila por otra más acelerada y preocupada.
-¿Y…?
– Dijo Dumbledore – ¿Os han hecho daño?
-Por
suerte, poco – dijo Narcissa, suspirando – pero el que está
grave es Severus…
-¿Qué
le ha pasado a Severus? – dijo Dumbledore, inquieto pero sin perder
la compostura – ¿Está herido?
-Es
evidente que sí – dijo Draco, con desdén.
-¡Muestra
respeto hijo! – Dijo Narcissa elevando la voz – ¡No le
hables así! Encima que nos da otra oportunidad y nos protege…
-Lo
siento – dijo Draco, mirando abajo avergonzado y casi al instante
en que Narcissa lo había regañado.
-No
importa – dijo Dumbledore, con indiferencia - ¿Qué le
ha pasado? – volvió a preguntar.
-Bueno,
pues le alcanzó un "Sectumsempra" que apenas pude evitar,
y tardé mucho en curarle los cortes, pues estaba demasiada
ocupada intentando salvarme la vida yo misma.
-¿Dónde
está? – dijo Dumbledore, nervioso.
-Está
en su casa – dijo Narcissa – conseguí aparecerme allí
con él y con Draco. Ha perdido muchísima sangre, y dudo
que pueda salir de ésta…
-Saldrá
– dijo Dumbledore, cogiendo la capa de viaje del perchero y
poniéndosela – Harry, cógete a mi brazo – Harry se
cogió a su brazo – el otro, por favor… la mano negra aún
me duele – Harry no se había fijado, y se cogió del
otro brazo – Edgar ¿Puedes ir o quieres que te guíe?
-Puedo,
señor – dijo Edgar.
-Narcissa,
¿Puedes guiar a Draco? – dijo Dumbledore, ultimando
detalles.
-Sí
– respondió Narcissa.
-Pues
todos a Spinner´s End – dijo Dumbledore, y cerró los
ojos. Harry dejó que se concentrara…
Se aparecieron. Harry volvió a notar la amarga sensación de la aparición conjunta, y se materializaron en un desierto laberinto de casas, que, según un rótulo, se llamaba "Spinner's End" y sobre la cuál se cernía una impotente chimenea de una fábrica, como un gigantesco dedo admonitorio.
Comenzaron a caminar los cinco viajantes, siguiendo a Dumbledore. Sus pasos resonaron en los adoquines al pasar por delante de ventanas con cristales rotos y cegados con tablones; por fin llegaron a la última casa, donde una débil luz brillaba a través de las cortinas de una habitación de la planta baja.
Dumbledore abrió la puerta y los cinco entraron en la casa. Se encontraron en un pequeño y oscuro salón cuyo aspecto recordaba el de una celda de aislamiento. Las paredes estaban enteramente recubiertas de libros, la mayoría encuadernados en gastada piel negra o marrón, un sofá raído, una butaca vieja y una mesa desvencijada se apiñaban en un charco de débil luz proyectada por la lámpara de velas que colgaba en el techo. Reinaba un ambiente de abandono, como si aquella habitación no se usara con asiduidad.
Allí, tirado en el suelo, había un inconsciente Severus Snape, con su amarillenta cara pálida, tan pálida que parecía que daba brillo a la habitación.
Dumbledore se agachó, le apuntó con la varita a Snape, y comenzó a murmurar cosas o palabras en un alengua ininteligible. Todo el mundo observaba anonado la escena, sin hablar para no interrumpir el trabajo de Dumbledore.
Al cabo de unos minutos, Dumbledore se levantó, y dirigió su mirada hacia la multitud.
-No está muerto – dijo Dumbledore, y provocó que Narcissa ensanchara una enorme sonrisa – pero, como bien has dicho, Narcissa, ha perdido mucha sangre. Creo que… no tengo más remedio que llevarlo a Hogwarts.
Nadie dijo nada, porque más o menos era lo que esperaba todo el mundo, o por lo menos Harry.
-Por
supuesto, tendremos que contárselo todo a Poppy Pomfrey,
porque si no lo hacemos, no creo que acepte curar a un "traidor"
– dijo Dumbledore observando con detenimiento a Snape, que seguía
sin despertar – se lo contaré yo mismo, para que se lo crea…
Severus tardará mucho en despertar, creo. Harry, fue él
quien te envió el sueño por Ivermancia – dijo
Dumbledore.
-¿Snape
sabe Ivermancia? – preguntó Harry sorprendido y mirando el
cuerpo de Snape también.
-Sí
– dijo Dumbledore, y luego dirigió la mirada a Harry, y
después, a Draco – creo que es hora que dos de los presentes
se acepten.
Harry se temió algo. Dumbledore les iba a hacer lo mismo que le hizo a Sirius y Snape cuando Voldemort regresó, que se dieran la mano, o si tenía mala suerte, algo mucho peor…
-Draco
y Harry, abrazaos – dijo Dumbledore, como si les estuviera tomando
el pelo.
-¿Me
está tomando el pelo? – dijo Draco, con burla.
-No,
Draco – dijo Dumbledore – esto va muy enserio…
-Yo
no me abrazo con ése – dijo Draco.
-¡Draco!
– dijo Narcissa regañando – Draco, Dumbledore tiene razón,
tu y Potter os debéis de aceptar.
-Yo
tampoco me abrazo con ése – dijo Harry.
-Harry
– dijo Edgar, con seriedad – eso que acabas de decir sobraba…
-¡Ya
basta! – dijo Dumbledore, levantando mucho el tono de su voz y muy
enojado - ¡Sois dos hombres y os comportáis como críos!
¡Debéis estar unidos! ¡Eso es lo que os hará
fuertes, debéis ser un equipo, uno solo! ¡Vivís
en el pasado, y es hora de que viváis en el presente! Y ahora,
venga, abrazaos…
-¿Y
no podríamos dar la mano y ya está? Es mucho más
cordial y sencillo... – Dumbledore miró de forma asesina a
Draco, y éste, asustado añadió: – creo que el
abrazo va muy bien.
Harry y Draco se miraron un instante, dudando. Pero luego, se acercaron, y se abrazaron…
Fue un abrazo corto, se soltaron enseguida, pero por lo menos lo hicieron, y eso ya era algo.
-Con eso por ahora bastará – dijo Dumbledore, orgulloso y satisfecho – venga, vámonos – cogió el cuerpo de Severus, que seguía inconsciente (Harry incluso dudaba si estaba respirando) y a Harry – os espero en mi… quiero decir… en el despacho de la directora – y se materializaron.
En unos segundos, todos se encontraban otra vez en el despacho de McGonagall.
-Edgar,
quédate con Draco y Narcissa, Harry, veta a casa ya, y no
olvides llamar a McGonagall, dile que es urgente que venga aquí,
a mi despacho.
-Está
bien – dijo Harry, y salió del despacho con rapidez.
No le costó mucho encontrarse con McGonagall, puesto que estaba en el segundo pido.
-¡Profesora!
– dijo Harry, y suspiró profundamente – Dumbl…
-¡Shhht!
No lo digas, te podría oír alguien – susurró
la profesora McGonagall.
-Bueno,
pues él le necesita, lo está esperando en su despacho…
y con una sorpresa, ya verá…
Dicho esto, Harry salió de los terrenos de Hogwarts y se apareció en Grimmauld Place, listo para contárselo todo a sus amigos.
Reunió a los miembros del ED en la cocina, y les contó todo lo que había oído y visto en esa noche.
-Así
que Snape está al borde de la muerte – dijo Hermione,
meditando profundamente.
-La
verdad es que me cae fatal – dijo Neville, con lástima –
pero tampoco le deseo algo así…
De repente, oyeron una triste y suavizante melodía… eso solo significaba que Fawkes acababa de llegar a Grimmauld Place.
-Yo salgo a por su carta – dijo Harry, levantándose y dirigiéndose hacia la puerta. Estaba claro que era una carta lo que llevaba… por que siempre había sido así.
El bonito Fawkes residía en vuelo aún, y cuando vio a Harry, le tendió un grueso pergamino y con su pelaje rojo, desapareció volando.
Harry abrió la carta. Reconoció al instante la pulcra y estilizada letra de Dumbledore, y también se sorprendió mucho al ver que no iba dirigida a él:
Querido Sirius:
Requiero tu presencia en el despacho de la profesora McGonagall. Hay cosas que debo tratar contigo. Ve a las puertas de Hogwarts convertido en perro, Hagrid te estará esperando, y te llevará hacia mí. Te espero; al parecer, tú hermano no era lo que parecía. Pero ven con los muchachos, cuando regresen a Hogwarts.
Saludos cordiales,
Albus Dumbledore.
Era una buena idea. Dumbledore acababa de tener una gran idea. Estaba muy bien eso, para averiguar más sobre Regulus, ¿Quién mejor que Sirius, que era su hermano?
-¡Sirius! – Gritó Harry, contento – toma – Harry le tendió la carta a Sirius, que acababa de aparecer – es de Dumbledore…
Sirius la leyó, y después miró a Harry, sin comprender.
-¿Qué
significa esto? – Preguntó el hombre – ¿Mi
hermano…? ¿Eso ahora a que viene?
-Ya
te lo explicará él, Sirius – dijo Harry, sonriendo –
yo solo te digo… que le debo mucho a tu hermano, y creo que
Dumbledore también.
Sirius se encogió de hombros, y volvió a la cocina.
La navidad siguió su curso. La nieve se evaporizaba nuevamente, y ahora se mostraba un clima gélido e invernal, pues el invierno acababa de dar a lugar. Harry, Ron, Hermione, Ginny, Luna y Neville, hoy empezaban su curso en Hogwarts nuevamente. Irían un coche del Ministerio a por ellos, gracias a la "amistad" de Harry y el Ministro de Magia; (que por cierto, les esperaría en Hogwarts), y acababan de llegar los coches.
Los muchachos subieron en los coches. Ginny, Ron, y Luna; subieron en uno. Y en el otro, subieron Harry, Hermione y Neville, que cuando Harry y Hermione se acariciaban o se besaban, éste miraba a otro lado con despiste, como si no estuviera allí, como si estuviera ausente en el coche.
Sirius, por otra parte, había creído sospechoso que subiera en el coche, así que directamente se apareció en la entrada de Hogwarts, y allí, ya se las arreglaría él para entrar.
Los coches llegaron a Hogwarts (Harry se preguntaba por que habían ido en coche, si ellos también se podían aparecer en la entrada de Hogwarts, pero supuso que lo habrían hecho por su seguridad).
Scrimgeour ya estaba allí, en la entrada de Hogwarts, junto a un perro negro (que estaba mirando de forma asesina Scrimgeour).
-¡Harry! – Exclamó el Ministro de Magia, muy contento y satisfecho – Ya era hora que aparecieras…
Hagrid abrió las verjas de Hogwarts. Sirius, bueno; el perro negro, entró rápidamente por la verja, y los muchachos se dispusieron a entrar.
-Espera
Harry – dijo Scrimgeour, y Ron se detuvo protestando – iros por
favor, debo tener unas palabras con Harry.
-Ron,
vete – dijo Harry, asintiendo.
-Hagrid,
vete y no cierres la puerta, yo lo haré – Hagrid miró
recelosamente al Ministro y se marchó, cuando ya se había
alejado bastante, Scrimgeour volvió su mirada hacia Harry –
¡Crucio!
Esto pilló desprevenido a Harry, y la maldición lo hizo caer a tierra. Notó como cincuenta cuchillos traspasaban su cuerpo, y por fin, el dolor cesó… no se lo podía creer, Rufus Scrimgeour; el Ministro de Magia, le había lanzado una de las maldiciones que su Ministerio prohibía.
-¿Qué
haces maldito…?
-Ya
ves a lo que estoy dispuesto, Harry – dijo Scrimgeour, muy
arrepentido de su inesperada reacción – o me cuentas lo que
hacías con Dumbledore, o te torturo aquí mismo.
-¡Jamás!
– exclamó Harry, sacando su varita – te vas a arrepentir
de lo que has hecho.
-Lo
siento – se disculpó el Ministro – perdóname,
Harry, tengo un problema de autocontrol, y cuando tengo éste
problema, me vuelvo violento.
Harry no dijo nada.
-Lo siento – repitió Scrimgeour.
Cuando Harry giró sus talones y se dirigió hacia la entrada de Hogwarts sin decirle nada al Ministro, éste; repentinamente y cobardemente, murmuró:
-¡Imperio!
Harry notó como si una fuerza extraña le obligara a hacer algo, y se hubiera apoderado de él.
Dime que hacías con Dumbledore
No
Dime que hacías la noche en que murió
¡No!
¡Dímelo!
¡NO!
Harry volvió en sí, pero se sentía muy debilitado, como si hubiera gastado muchas energías haciendo algo.
-Ja!
–exclamó Harry, triunfante y soltando una carcajada –
Increíble… ¿Es que no lo viste en el Ministerio,
maldito idiota? ¡Ni siquiera Voldemort me puede controlar!
¿Cómo vas a hacerlo tú, siendo un mago tan
mediocre?
-¡No
te permito esas groserías Potter! – dijo Scrimgeour con
enfado y respetuoso.
-¡Cállate,
imbécil! – dijo Harry, mostrándole los dientes.
-¡Avada…!
– Scrimgeour, comprendiendo lo que hacía, calló de
inmediato arrepentido.
-¡Venga!
¡Hazlo! – Le desafió Harry, con ironía, aunque
no podía negar que estaba un poco asustado – si me matas…
moriré y junto a mí el secreto de Voldemort, que solo
sabemos yo y Dumbledore, pero como el está muerto…
-¿Qué
secreto? – Dijo Scrimgeour – venga, Harry, dilo, todo acabará…
no te haré más daño…
-¿Quiere
que se lo diga después de que ha intentado matarme? – Dijo
Harry, y soltó otra risa – ¡Eres un ingenuo si piensas
eso!
-No
pensaba recurrir a esto pero… o me lo dices – dijo Scrimgeour,
amenazante, parecía un león furioso, y daba mucho miedo
en realidad – o te envío a Azkaban…
-¿Y
se puede saber de que me va a acusar? – dijo Harry sonriendo, y
aparentemente divertido.
-No
sé – dijo Scrimgeour, con una sonrisa malvada – pero la
has cagado, muchacho la has cagado pero bien…
-Lávate
esa lengua, señor Ministro – dijo Harry sin pensárselo
dos veces – ¡Fregoteo!
Unas fregaderas y jabón comenzaron a emerger de la boca de Scrimgeour, provocando que el Ministro casi se ahogara y comenzara a escupir como un cerdo. Harry reía con ganas.
-Te
puedo acusar de ataque y abuso de la autoridad – dijo Scrimgeour,
muy serio.
-Y
yo te puedo acusar de intento de asesinato – dijo Harry,
recuperando la seriedad.
-¿Esas
tenemos? – dijo Scrimgeour, con una mano en el bolsillo, pero Harry
ya le había calado.
-Esas
tenemos – dijo Harry, desafiante.
-Mira,
como soy buena persona – dijo Scrimgeour – te dejaré
terminar Hogwarts, y luego; te arrestaré, y pasarás el
resto de tu vida encerrado en una celda de Azkaban.
-Vale
– dijo Harry, sonriendo – te esperó, me arrestaras… ¿No?
Eso tengo que verlo…
-No
tengo nada más que decirte – dijo Scrimgeour, haciendo un
ademán de marcharse.
-¿Tienes
miedo? – Dijo Harry – ¿Por qué no me arrestas aquí
mismo?
-¡HE
DICHO QUE NO TENGO NADA MÁS QUE DECIR! – Dijo muy enfadado
Scrimgeour – No haga las cosas más difíciles Potter…
-Está
bien – dijo Harry, victorioso – le espero al terminar curso, yo
tampoco tengo nada más que decirle, Ministro.
Dicho esto, Harry, triunfante se alejó del Ministro entrando por las verjas de Hogwarts, y lo oyó cerrar la verja con un extraño sonido. Pasó por los Terrenos de Hogwarts, por su húmedo césped… Harry sonrió, aunque todavía estaba nervioso por lo del Ministro… ¿Cómo había sido capaz de intentar asesinar a Harry? La verdad, eso al joven muchacho de diecisiete años se le hacía muy raro, pero aun así, se preocupó bastante… y lo de la maldición cruciatus, también se le hacía muy pero que muy raro…
Harry entró por las dos puertas grandes de roble que tanto caracterizaban a Hogwarts, y oyó el tentador sonido de fiesta en el Gran Comedor. Por fin, se había vuelto a sentir como en casa, porque al fin y al cabo, Hogwarts era su hogar…
Dark Dumbledore X
