I. Una mirada.
Lo primero que Annie Leonhart notó en su primer año de preparatoria, fue lo brillante que era el cabello rubio de la chica frente a ella. Era el tipo de cabello sedoso que aspiraba a tener porque, a pesar de sus torpes esfuerzos por ser femenina, su también rubia cabellera siempre tenía un aspecto soso y simple, y no sabía hacerse más que un solo peinado.
Además de femenina, no le hubiese molestado tener alguna amiga mujer. Estaba reuniendo el valor para hablar con su compañera del cabello bonito y preguntarle el nombre de su shampoo, cuando la sorprendió escuchar un tono voz aterciopelado pero con toque masculino, viniendo de su lugar.
No era una mujer.
¡¿Por qué los chicos tenían la facilidad de tener el cabello tan perfecto?!
—Eren, yo te sugeriría que no tocaras las cosas de Mikasa… —dijo él en tono conciliador al joven que estaba sentado a la derecha de Annie. Parecía que él ya conocía al chico con quien hablaba. Y es que ella se había perdido toda la semana de propedéuticos por culpa de ayudar en el trabajo de su padre y no conocía a nadie. Vio el perfil del rubio cuando se giró. Él llevaba gafas, pero pudo notar que debajo de estas tenía una nariz perfecta, no como la de ella.
—Tú tranquilo, que no se dará cuenta que le falta una pluma… —Mencionó el castaño, quien parecía responder al nombre de Eren, mientras revolvía en el lugar de enfrente. Se dio cuenta que ella estaba escuchando la conversación y le guiñó un ojo—. Tú no has visto nada.
Annie no supo cómo reaccionar y no le contestó. No era para nada buena socializando, y le costaba tener energía para intentarlo. El chico con el cabello bonito volteó el cuerpo por completo y la miró en ese momento.
También tenía una cara muy bonita, aunque enmarcada por esos horribles lentes. El peinado de hongo demasiado largo no le favorecía tampoco. Si no hubiera escuchado su voz, pasaría por una chica sin problemas, a pesar de su atuendo raro.
Le hubiese gustado verlo mejor, pero nunca soportaba mirar mucho a la gente, así que ella bajó los ojos, centrándose en su lapicera. ¿Cuántas plumas había traído?
—Disculpa por el alboroto tan temprano —dijo el rubio, dirigiéndose a ella y sonriéndole dulcemente. Los ojos de Annie lo miraron de nuevo, pero se quedó un poco turbada y no pudo corresponderle la sonrisa.
—Bah.
¡¿Bah?! Bueno, al menos había hablado. Ella se alabó esa pequeña acción.
—¿Tan temprano y tan amargada, Annie? —interrumpió una voz conocida para ella.
—Reiner —ella lo miró mal. Muy mal. Y aún así este se sentó detrás de Eren y, atrás de ella, Berthold. No los consideraba sus amigos, pero habían estudiado juntos la secundaria, así que los conocía bien.
Annie dejó caer el mentón en su mano y miró mejor hacia la ventana de su izquierda. Iba a ser un reto aguantar convivir entre nuevas personas, y soportar a los pocos conocidos.
Su paz no duró mucho, ya que Reiner continuó contaminando su escasa paciencia con comentarios absurdos y fuera de lugar. Pudo haberlo ignorado sin problemas, pero fue una pequeña pregunta, la que la hizo explotar.
—¿Tu padre te dejó venir vestida así? —le dijo él despreocupadamente, pero lo suficientemente alto, para que Eren y el chico del cabello bonito lo escucharan.
Los colores se le subieron al rostro a Annie, pero no por vergüenza, sino por coraje. No pensó sus acciones, y se abalanzó sobre Reiner, acertando un pesado golpe en su cara que lo hizo sangrar por la nariz.
—Vuelve a meterte en mis asuntos, y haré desaparecer tus dientes —siseó con una voz baja y afilada, mientras lo tomaba del cuello de su camisa. No se dio cuenta que había llamado la atención de todos a su alrededor hasta que lo soltó. Reiner cayó pesadamente en el piso, mientras Berthold sólo la miraba preocupado a ella y a Reiner, pero sin decir nada. Ella no volteó a ver a nadie más y se levantó del sitio. Decidió sentarse en la parte de atrás del salón. El último lugar junto a la ventana estaba ocupado por un tipo con cabello de dos colores, así que se sentó en el lugar frente a él, y miró el horizonte, ignorando todas las miradas.
Esa mañana, cuando ni siquiera habían comenzado las clases, definió su vida de instituto. Se convirtió entonces en la "chica ruda y mala" del salón, cuando ella sólo quería pasar desapercibida y llevar una vida tranquila de preparatoria.
¿Cuál era el problema si decidía usar una falda corta? Traía sus mallones favoritos debajo, por tanto no exponía nada de la piel de sus piernas. Pero, ¡ni siquiera tenía que justificarse! Annie opinaba que hombres muchas veces eran muy estúpidos. Su padre adoptivo ciertamente estaba englobado en ese círculo con sus ideas machistas, aunque lo respetaba lo suficiente como para no decirlo en voz alta.
Si ya ser adoptada sonaba lo suficientemente dramático, la educación que le había dado su padre adoptivo lo había sido aún más. Todavía tenía cicatrices en su espalda. Pero después de un incidente donde ella le había roto una pierna el verano pasado, este trato había cesado un poco. Ya no había violencia física, sólo miradas de reproche y exigencia académica. Su padre conocía su relación complicada con Reiner, así que no diría nada por romperle la nariz esa tercera vez. El señor Leonhart la había criado así, nunca se quejaba cuando recibía avisos de golpear chicos por defensa propia; hasta parecía sentirse orgulloso.
Así, el primer año de su estancia en preparatoria pasó entre una bruma de bulla adolescente, gritos, tareas y pendientes, que no se dio cuenta hasta llegar a las vacaciones de verano, que no tenía amigos. Había repetido su historia de secundaria y seguía estando sola y siendo poco femenina. Seguía sin mirar a los ojos a la gente. Sus días solían ser grises y aburridos. Nada que ver con lo que sus libros favoritos decían sobre estar en la flor de la juventud. A pesar de su apariencia ruda, Annie disfrutaba de leer novelas rosas. Nadie lo sabía, pero le hubiese encantado compartir su afición con alguna amiga; quería poder enamorarse como cualquier chica de su edad, a pesar de que sonara muy problemático. Ella quería conocer más emociones que sólo la tristeza, soledad y abandono. Aunque dudaba de su aspecto y personalidad para conseguir amigos, puesto que reconocía que no era nada fácil acercarse a ella. Había una especie de barrera autoimpuesta entre ella y el mundo. Pero no quería seguir de esa forma. Así que Annie tenía resuelto empezar mejorar un poco su capacidad de socialización.
Al entrar en el salón de clases en su segundo año, decidió comenzar a cambiar cosas. Primero, tomó aquel lugar que había querido tener desde el primer día, detrás del chico con cabello bonito, cuyo nombre era Armin Arlert. Resultó que era un friki nerd al que muchas chicas le tenían miedo y algo de asco, pero a Annie le agradaba su presencia. Quiso saludar a los compañeros que ya habían llegado, pero no pudo. Ni siquiera recordaba los nombres de todos. Se limitó a asentir cuando sentía alguna mirada, pero no pudo sostener ninguna.
Quería hacer contacto visual con la gente, pero le parecía todo un reto.
—Buenos días Annie —le dijo suavemente su rubio favorito. Porque sí, efectivamente era su persona favorita de toda la clase. Todos eran muy ruidosos, a excepción de él. Apacible e inteligente, era imposible sentirse mal alrededor de Arlert, por eso había elegido sentarse cerca. Él no la iba a incordiar con preguntas incómodas.
—Buenos días, Arlert —contestó ella sin mirarle, pero secretamente feliz por poder intercambiar palabras con otro humano.
En efecto, esos momentos de paz duraron poco, pues los dos mejores amigos de Armin llegaron en ese momento. Eren no le disgustaba, pero Mikasa… ¡ese era otro asunto!
La chica con desendencia asiática de la escuela. Era hermosa, su cabello negro caía con gracia y se veía sedoso, y su maquillaje, aunque gótico, era siempre impecable. ¡Y qué decir de sus uñas! Siempre estaban bien cuidadas. Era muy femenina a su oscuro estilo, y a la vez era la única que le daba batalla en los entrenamientos de la clase de gimnasia.
Y es que Annie quería detener su historial de palizas dadas en la preparatoria y ser toda una dama también, pero hasta personas populares como Reiner, que se convirtió en el nuevo capitán del equipo, Eren, Floch o incluso el conserje Levi no se salvaron de intercambiar golpes con ella en ese primer año. Pero un vez también había peleado con Mikasa, lo cual no había dejado las cosas bien entre ellas. Ni siquiera recordaba cuál era el problema de ese día… Porque los chicos podrían ser los peores energúmenos, pero solía quedar un margen de respeto entre ellos después de los golpes. Cosa que no sucedió con Mikasa. Sabía que ella la odiaba.
Y no podía negar que era algo mutuo, aunque sonara irracional.
En general, las chicas no solían acercársele, a excepción de la alegre Ruth Decline o Mina Carolina, que procuraban saludarla cuando las miraba. Pero Ruth y Mina también eran personas apacibles, así que no tenía problema con ellas, eran su segunda y tercera persona favorita del salón.
—Veo que alguien está ocupando el lugar del camarada Marco —dijo la voz de su rival pelinegra.
—El camarada Marco se ha sentado aquí detrás de tu caballero oscuro, fue a dejar los papeles de su beca a la dirección —le respondió Arlert.
—¡Hola! Qué bueno tenerte por aquí Annie, ya te acostumbrarás a cómo hablan este par de raritos —bromeó Eren, quien era el más normal de aquel trío; Annie quería saber más pero Eren no dijo otra cosa, puesto que la mirada de Mikasa sobre él fue lo suficientemente intensa para cortar su voz.
Después de unos segundos y de una larga mirada al chico rubio, Mikasa volvió a hablar.
—¿Qué es esa marca en tu mano, caballero Armin?
Él rápidamente ocultó su mano con la otra, pero Annie también había notado la herida en el dorso de la mano del chico.
—N-nada.
—¿Han vuelto a molestarte? ¿Quién fue? —intervino un molesto Eren.
—Mi caballero oscuro, siempre protegiendo a sus amigos —exclamó Mikasa. Era muy rara para hablar. Pero por dentro la envidaba, porque a pesar de su personalidad, tenía fieles "caballeros".
—Me golpeé con una puerta —dijo Arlert sin mucha ceremonia. Sus amigos se miraron en silencio y se quedaron callados durante un rato. Poco después, la asiática volvió a hablar.
—Esta tarde volvemos a casa los tres, para enfrentar juntos a aquellos titanes.
—Mika…
—Igual, no me importa acompañarte a tus tiendas frikis —repuso más seriamente Mikasa.
—Hasta podemos jugar un rato ese nuevo videojuego que mencionaste ayer —mencionó alegre Eren. Mikasa volvió a mirarlo mal.
—Eso no. Tenemos que llegar a ayudarle a tu madre con la cena, se lo prometimos ayer.
—¿Ven? Están ocupados —replicó el rubio bonito. Antes que su amiga pudiera contestar, continuó—: Iré con el camarada Marco. Sabes que él suele acompañarme, sólo que está mañana no pudo. No tienen que preocuparse más por mí. Ustedes dos están saliendo desde hace poco y no quiero ser un estorbo para sus citas —añadió eso en un tono mucho más bajo, pero Annie lo alcanzó a escuchar. Sus dos amigos se sonrojaron, pero finalmente hablaron.
—Tú nunca serás un estorbo para nosotros, y lo sabes. ¡Somos EMA!
El profesor Bossard llegó en ese momento interrumpiendo la conversación de sus compañeros y todos corrieron a sus lugares. Pero Annie se quedó un poco intranquila al saber que existía gente que disfrutara hacerle daño a alguien como a Arlert. Así que ese día se resolvió observar con más detenimiento los pasos del rubio. Normalmente ella solía escuchar sus conversaciones y mirarlo de lejos, pero nunca había participado tanto como ella quisiera de sus pláticas (además de que no entendía la mayor parte).
Las clases fueron aburridas, sólo que con matemáticas más complejas. Y Annie detestaba las matemáticas… eran problemáticas.
A la hora de la comida, Armin estuvo con sus amigos de siempre: Eren, Mikasa, Marco, Connie y Sasha. A esta última Armin le compartió un poco de papas fritas de su almuerzo.
—Hump —trago ella con fuerza y entrecerrando involuntariamente los ojos.
—¿De mal humor hasta para comer? —preguntó alguien sentándose a su lado. Era Jean, el tipo con cabello de dos colores.
—Sí, porque estás respirando mi oxígeno —respondió ella sin mirarlo. Su no-amigo se destornilló de la risa.
—Siempre tan divertida, Annie.
—Por esas cosas es que piensan que somos amigos, imbécil —dijo ella mientras tomaba un sorbo de su refresco. El insulto no era necesario, pero la gente normalmente se merecía recibirlos. Jean era de los que se los merecía seguido. Pero a él esto le parecía gracioso, y seguía riendo.
—Es extraño verte mirando algo que no sea la nada o tu celular. ¿Qué hay de interesante hoy? —Jean trató de mirar a dónde lo había estado haciendo Annie, pero ella quitó rápidamente sus ojos de Arlert y compañía.
—No te importa —dijo ella levantándose y llevando su almuerzo a medio comer consigo. Se aseguró de guardar las sobras en su bolsillo y depositó la charola en su sitio. No se despidió de Jean. Annie no lo consideraba su amigo, y le molestaba que creyeran que era igual que él: fumador y drogadicto. Y ese día, le había molestado que la hubiese interrumpido mientras miraba tranquilamente al rubio bonito. Tal vez debería ser más discreta.
Cuando terminaron las clases, Annie decidió tomarse su tiempo y seguir el mismo camino que Arlert. Resultó que iba solo, Marco no lo acompañaba. Se sorprendió que era el mismo camino que solía tomar ella para ir a casa.
Varias calles después, lo vio con intenciones de entrar a una tienda. Era una tienda de cómics y videojuegos. Annie se sentía satisfecha con ella misma al no haber encontrado a nadie que molestara a su rubio favorito y tenía la intención de continuar con su camino a casa, hasta que uno de los letreros de la tienda llamó su atención. Era un anuncio que buscaba ayudante de tienda, especificando aceptar estudiantes y dar vales de despensa. La idea de ganar su propio dinero le pareció extremadamente atractiva, y el trabajo aparentaba ser sencillo si personas como Armin serían sus clientes frecuentes. Motivada por un impulso repentino, arrancó el cartel y abrió la puerta del negocio, entrando con brío.
Los cinco chicos que estaban ahí mirando revistas, incluyendo a Arlert, la miraron con asombro; como si una superheroína de los cómics acabara de posarse frente a ellos, en el mundo terrenal. Todos se pusieron nerviosos cuando la vieron acercarse.
—¿Sabes dónde me pueden dar informes? —preguntó dirigiéndose únicamente a Arlert. Él se sorprendió un poco, pero logró recomponerse fácilmente.
—Claro, si me permites, puedo acompañarte con el gerente —ofreció.
—Eso sería de mucha ayuda.
El chico la llevó por uno de los pasillos hasta dar con una puerta que decía "exclusivo empleados". Annie lo miró algo asombrada. Él lo notó.
—Paso mucho tiempo aquí.
Annie no lo cuestionó, y él la presentó con el gerente, el señor Onyankopon. La entrevista fue algo rápida y sencilla. En menos de media hora estaba contratada. Comenzó ese mismo día. Resultaba que Arlert trabajaba en esa tienda, pero había dejado el puesto hacía poco.
—Entonces… ¿me estás diciendo que tu abuelo te pidió que dejaras de trabajar aquí? —le preguntó Annie.
—Sí, ahora trabajo en la cafetería de enfrente, mi abuelo piensa que es mejor. Resulta que todo lo que ganaba aquí lo gastaba en el mismo instante de cobrarlo… es difícil para mí solo ver… habían piezas de edición limitada de AOT que no volverían jamás. También salió una de la nueva película de Sailor Moon… Tenía que tenerlas y… —se interrumpió en ese momento. La miró apenado. —Disculpa, a veces me emociono un poquito hablando de lo que amo.
Annie sonrió para sus adentros. ¿Un poquito? Bastante. Aún así, la emoción que destilaba al hablar de lo que le gustaba le parecía hipnotizante.
—Eres un ñoño, pero no por eso tienes que disculparte por hablar de lo que te gusta.
Ay, ¿lo acababa de insultar? Annie se regañó mentalmente. No solía pensar mucho antes de hablar cuando se sentía en confianza. Para su sorpresa, él soltó una risa nerviosa.
—G-gracias A-Annie —respondió tímidamente mirando el suelo. —Eres muy amable.
Ese tono de voz que había usado para decir esa última frase… era muy suave y dulce. Había sonado sincero. Annie no tuvo remedio más que mirarlo, sorprendida.
¿Una persona amable? ¿Alguien como ella?
¡Armin Arlert la veía como una buena persona, no como una matona! Celebró mentalmente. Por fin alguien la miraba diferente, pasando de su apariencia y modales conocidos. Porque él había visto de primera mano todo lo que Annie había hecho ese último año, incluyendo los golpes a sus dos mejores amigos. Y aún así pudo ver un resquicio de bondad en ella…
Armin, su rubio favorito, pensaba bien de ella. Annie lo miró con más atención. No sólo tenía el cabello y la nariz bonita. Sus ojos… nunca había prestado atención a sus ojos. Eran azules, pero no pálidos como los de ella. Eran ojos llenos de vida, brillantes y profundos. Eran un mar a la luz del sol.
Sintió un aleteo juguetear en su pecho y calentar sus mejillas.
Eran los ojos más hermosos que había visto en su vida.
