IV. Un pensamiento.
Armin lo había intentado con todas sus fuerzas.
Había intentado, en vano, no pensar más en Annie.
Pero cuando se daba cuenta, ya estaba viéndola por el reflejo del cristal del salón. O por la ventana de la cafetería. O estaba buscándola por las tardes dentro de la tienda de cómics. Conocía sus labios (al menos de lejos); conocía su silueta y su andar al caminar, y podía encontrarla en medio de cualquier multitud, a pesar de sus ojos miopes y lo bajita que era ella.
Ahora también conocía su olor: su perfume era fresco y alegre, una esencia dulce y cítrica, que le hacía pensar lo mucho que escondía tras su mirada fría: como una piña, dura y casi imposible de tocar, pero por dentro sorprendentemente azucarada.
Hablar con Annie era lo mejor que le pasaba en el día. Lo hacía sentirse libre. Ella no lo interrumpía cuando Armin comenzaba a hablar como si estuviera dirigiendo un podcast, sino que lo escuchaba pacientemente, incluso le prestaba atención a los temas que a los demás les parecían "espanta-chicas", como anime, series, videojuegos, y computadoras.
Por eso, y más, tenía el constante temor de enamorarse de Annie. Pensaba mucho en ella, su cerebro estaba infestado de su aroma, su rostro y su figura. Últimamente pensaba más en ella que en sus "waifus" 2D. Y confirmó sus sospechas la tarde en que ella le había dado un abrazo. Sus brazos delgados lo rodearon con una timidez inusitada y poca gracia, pero sin duda con cariño y calidez. Rápidamente pudo haber caído ante ella, enamorado, pero aún así logró resistir el gran golpe de ternura en su corazón. Ella lo había dejado contra las cuerdas.
Sin embargo, la profunda mirada que Annie le dio, segundos después, terminó el trabajo.
Sucedió de pronto, ambos bajaron los ojos al terminar el rápido abrazo, pero al momento siguiente unieron su vista de nuevo como dos imanes, mezclando los dos tonos de azul de cada uno.
Los ojos celestes de ella, serenos e impasibles, pero a la vez, salvajes y rebeldes, le parecieron dos ventanas al mar cristalino por la mañana después de haber sido azotado por una tempestad. Y a él le encantaba todo lo relacionado al agua y al mar, inclusive con las tormentas.
Lo supo en ese instante, que jamás podría olvidar esa mirada. Supo que podía amar esos ojos para siempre.
Oh, Dios, estaba perdido.
Se sentía en la palma de su mano. Como el chico bajito de su anime favorito en la mano de la titán hembra. A su merced.
Estaba enamorado de Annie Leonhart.
Aceptarlo dentro de su ser le pareció liberador y sumamente vergonzoso. ¿Acaso pensaba tener una oportunidad? Annie era una belleza, la chica más bonita de su salón. Incluso a pesar de su frío carácter, era popular en toda la escuela. Además, era inteligente, fuerte y sabía defenderse. No necesitaba a un debilucho como él a su alrededor.
Arghhh, estaba frustrado.
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Pedirle salir? No.
¿Pedirle una cita? Bueno, podía no ser exactamente una cita. Tenían una tarea pendiente y un fin de semana parcialmente libre después del trabajo. Le envío un mensaje para ponerse de acuerdo sobre la tarea, y quedaron en hacerlo el domingo por la mañana, en la biblioteca de la ciudad.
No sabía qué tan lejos podía llegar, siquiera si él era agradable para ella. Pero al menos quería estar a su lado un poco más; hasta que Annie se aburriera de escuchar sus temas de conversación y se fuera con alguien más impetuoso como Jean o Reiner.
De una cosa estaba seguro: si encontraba alguna oportunidad, por mínima que fuera, no dudaría en besarla.
Estaba preparado para recibir el golpe que vendría después. Pagaría ese precio gustosamente. No tenía miedo.
Se quedó dormido esa tarde pensando en ella.
Cuando su abuelo llegó por la noche, lo despertó y lo regañó al verle las heridas y las gafas rotas (por centésima vez), recordándole que la violencia nunca es la solución a los problemas. Armin escuchó en silencio y aceptó el castigo: le tocaba limpiar el sótano de su casa durante toda la semana después del trabajo. Aún así, después de darse un largo baño, su abuelo lo ayudó a untarse una pomada especial para las heridas en su espalda. Annie no había visto el corte que se había hecho en sus músculos dorsales.
Cayó pesadamente a su cama ya limpio y fresco; a pesar de haber dormido en la tarde, se sentía molido del cuerpo y esa noche quería dormirse temprano. Aunque se imaginaba que los chicos "cool" estarían de fiesta a la hora en la que él estaba posando su cabeza en su almohada. Ni siquiera le había dado tiempo de hacer las misiones de Teamfight Tactics de ese día.
Una llamada de Eren reclamándole que no se había conectado a LOL lo hizo prestar atención a su celular olvidado, viendo que tenía varios mensajes sin leer.
Uno de ellos era de Annie. Le colgó rápidamente a su amigo, dejándolo ofendido, y leyó sus textos.
Annie: [Cómo estás?]
El mensaje era de las seis de la tarde, y ya eran casi las 10.
Armin: [Acabo de darme cuenta del mensaje, estuve dormido la mayor parte de la tarde, disculpa. Estoy relativamente bien. Mi abuelo me castigó.]
Annie: [Qué? No tiene sentido, te debió premiar por salvar a una chica indefensa en apuros]
Armin: [La violencia nunca es la solución…]
Annie: [Díselo a mi guitarra, estoy segura de que él estúpido de Floch le cortó las cuerdas /]
Armin: [No puede ser. :( ¿Eso fue hoy?]
Annie: [Fue hoy, cuando llegué al club de música ya estaban rotas. Me las va a pagar /]
Armin intentó convencerla, en vano, de que la violencia no era la solución, pero también se molestó con la injusta situación. Tenía que hacer algo.
Se la pasaron mensajeándose buena parte de la noche. Hablaron de venganzas, series y hasta de superhéroes.
No se durmieron temprano.
Y aún así soñó con ella. Annie estaba a todas horas en su cabeza.
A la mañana siguiente, fue a trabajar normal. Su ojo parecía mucho mejor, pero estaba adornado con unas grandes ojeras. Y del lado derecho de su frente había un moretón, aunque lo cubrió con su rubio flequillo. Se sentía más torpe de lo normal sin sus anteojos.
Antes de entrar a su guardia sabatina de la cafetería, se dio una vuelta por la tienda de cómics. Aún no abría, pero se quedó unos minutos con la esperanza de verla. Al no encontrarla, se fue a su trabajo. Hitch lo molestó durante casi todo el turno, acertando en el motivo por el cual parecía tan nervioso y miraba la ventana tan seguido. Pero no lo aceptaría frente a ella.
Annie llegó a mediodía, con su seriedad habitual: la reconoció por su forma de caminar. Él le llevó lo de siempre, y pretendía alejarse y continuar su trabajo, pero ella lo detuvo, tomándolo del delantal.
—Siéntate.
Él le obedeció gustoso.
—H-hola Annie —le contestó con una sonrisa. Era imposible no sonreír al estar cerca de ella. Annie estaba taciturna, pero su rostro se relajó al ver la sonrisa de Armin.
—¿Cómo estás hoy?
—Mucho mejor, muchas gracias por preguntarme —y se alzó un poco el flequillo para que ella pudiera ver mejor su herida en proceso de curación—. La herida va bien.
—¡¿Bien?! Tienes la frente de color verde.
Armin sólo bajó la melena nuevamente a su frente y le sonrió.
—¿Ahora qué tal?
Annie no correspondió la sonrisa, en cambio, aventuró sus manos sobre la larga y rubia cabellera de Armin. Él se quedó paralizado ante sus dedos fríos, además de que sentía desnudo el rostro sin sus anteojos. Ella quitó el flequillo de su frente para ver de nuevo su herida.
—Te lastimaron por mi culpa…
—N-n-no t-tienes de q-qué preocuparte…
Ella le regaló una milimétrica sonrisa aún con la mano en su cabello, atrapando uno de sus mechones entre sus dedos. Armin estaba ligeramente boquiabierto y quieto como una estatua, dejándose acariciar. ¿Qué estaba ocurriendo? No tenía idea. La miró a los ojos todo el tiempo, pero ella solo miraba su frente. Él sentía como ardían sus orejas. ¿Acaso Annie le estaba coqueteando?
—Vete, creo que tienes trabajo —le dijo ella después de un rato, interrumpiendo sus pensamientos. La oración no concordaba con sus acciones, porque tardó un poco en soltarlo. Pero le señaló con la mirada a Hitch, que estaba discutiendo con un par de chicos.
Armin, con todo su pesar, se retiró. Pero intervino con amabilidad en la conversación de su colega, indicando a los clientes el aumento de algunos de sus precios de forma respetuosa; ellos rezongaron un poco, pero hicieron caso al rubio. Le era muy fácil convencer a la gente de actuar como él quería.
Apenas se había dado la vuelta para volver con Annie, cuando de pronto sintió un toque en su espalda. Eran sus dos mejores amigos. Mikasa lo abrazó con fuerza, mientras Eren le revolvía el cabello.
—Estábamos preocupados por ti, caballero Armin.
—Mikasa no dejaba de decir que necesitábamos venir a verte —dijo Eren—. ¿Cómo estás? —y con sus manos destapó su frente para mirar el golpe.
De reojo Armin vio cómo Annie pagaba en caja y salía poco después de la cafetería. Mikasa logró verla también, y no dejó de abrazar al rubio. Annie no se despidió de Armin ni saludó a los amigos de él. Se pregunto si algo la había molestado.
Sus amigos estuvieron un largo rato, hasta que llegó la hora de su función en el cine y tuvieron que marcharse. Al caer la tarde y llegar el momento de cerrar, se adelantó a su salida, pidiendo el favor a Hitch de que lo cubriera los últimos treinta minutos. Ya se lo compensaría de algún modo. Y es que él quería pasar a un lugar antes de llegar con Annie: necesitaba conseguir unas cuerdas nuevas. Ella no se las había pedido, por supuesto, pero él quería regalárselas.
Las consiguió con facilidad en una tienda musical a unas cuadras de su trabajo, y envolvió la caja con una página de un cómic que tenía repetido cuatro veces.
Al llegar por fin a la tienda friki, vio por el gran ventanal a Annie apurada terminando de limpiar. El local ya tenía el letrero de "cerrado". Estaba a punto de entrar, hasta que vio que había alguien más con ella, ayudándola con la limpieza. Era un joven muy alto de cabello negro…
Era Berthold.
¿Qué?
Berthold Hoover, el chico que siempre andaba detrás de Reiner e Historia. El mensajero, la sombra. Un chico taciturno, pero que solía mirar siempre a Annie silenciosamente. Armin sabía que él no era el único interesado en Annie, pero tenía la ilusa confianza de que nadie se acercaría a ella por su áspera personalidad. No creyó que Berthold tendría el carácter suficiente para tener una conversación con Annie, aunque venían de la misma secundaria…
No.
Lo cierto es que el culpable de esa idea no era ni Berthold ni Annie, sino él. Se había creído especial al mantener una conversación constante con ella. Se había considerado agradable ante Annie al estar inevitablemente cerca. Tal vez ella sólo lo estaba soportando.
Y eso que llegó a pensar en cierto punto que se ponía celosa de Mikasa, por su extraña rivalidad… ahora veía lo tonta que sonaba esa idea. Ella sabía que Mikasa era novia de Eren. Se abofeteó mentalmente por llegar a pensar eso. Había dejado crecer su ego demasiado.
El pesimismo se hizo presente en la mente de Armin, quien seguía con la mano en el cristal de la puerta de entrada hacia el camino donde estaba su doncella.
¿Qué haría su personaje de manga favorito en esta situación?
Si estuviera en un manga shoujo, abandonaría dramáticamente la escena, sin despedirse de ella, para que todo terminara en un gran malentendido que duraría cinco capítulos más.
Si fuera un manga shounen, entraría rompiendo el cristal, para desafiar a Berthold a un duelo de pelea a puño limpio, donde le ganaría por algún poder oculto en sus entrañas que el mangaka había olvidado mencionar en todo el comienzo de la historia. Y, entonces, la chica correría a sus brazos, al ver su genialidad.
Obviamente ninguno de los dos escenarios era realista.
Annie no encajaba en el estereotipo de princesa que necesitaba un rescate, ni siquiera en uno que buscara un amor romántico de preparatoria…
¿Verdad?
La solución a la que llegó era simple. No quería malentendidos que lo separaran de la amistad que estaba cultivando con Annie. La comunicación era la base de cualquier relación; y que cuidaría por sobre todo complejo de inferioridad existente en su interior.
Tocó suavemente la puerta de cristal, para anunciar su presencia. Ahí vería si Annie realmente deseaba verlo, o prefería la compañía que ya tenía. Respetaría su decisión.
Pero al que escuchó con claridad desde dentro fue a Berthold:
—Ya está cerrado —y señaló el letrero de la puerta.
Pero vio que ella le dirigió en cambio una mirada de alivio al notarlo en la entrada, y le invitó a pasar.
—Viniste —dijo ella y le sonrió. Berthold lo notó. Armin suspiró de alivio al encontrar que todo estaba bien con su presencia.
—¿Buscabas algo en específico que no puede esperar hasta el lunes?
—Berthold, así no se trata a los clientes —le corrigió ella con suficiencia. El aludido no entendió el comportamiento de ella—. Termino en un momento —dijo dirigiéndose a Armin y guardando las cosas que usaba para limpiar.
—¿Necesitas que te ayude en algo más? —le preguntó Armin con dulzura.
—No, sólo guardo esto —le dijo ella señalando el trapeador.
—Te traje algo… para la investigación que mencioné otro día… —dijo mientras le pasaba un cómic del Capitán América cuando ella tuvo las manos libres—. Ábrelo por favor.
Ella lo hizo, algo dudosa, y abrió el paquete que había envuelto dentro. Sus ojos se iluminaron al ver la pequeña cajita de cuerdas nuevas.
Miró a Armin, conmovida.
—¡Armin, muchas gracias! —Él la miró, embelesado por su reacción (y por escuchar su nombre en sus labios). Ella guardó con cuidado el cómic y las cuerdas en su mochila. Después miró al pelinegro—. Bueno, Berth, también a ti, gracias por tu ayuda.
—Ya. Pero, ¿pensaste en lo que te dije?
—Sí, y no me interesa… —miro de repente a Armin—. Espera, ¿no dijo si le importaba que llevara a alguien más?
—¿Qué? Pues no, pero no entiendo…
—Armin —ahora ella se dirigió al rubio—, ¿quieres ir a una fiesta mañana después de nuestra cita…?
—¡¿Cita?! —exclamaron los dos muchachos al unísono.
—…de estudio —concluyó ella, rodando los ojos—. Berthold vino a invitarme en nombre del idiota de Reiner. Su madre hará una comida por su cumpleaños y quiere que esté allí.
—Ah, eh… por supuesto, Annie —dijo él con seguridad, sin mirar a Berthold. No entendía muy bien lo que pasaba, pero quería dejar muy claro ante el otro chico que también tenía un vínculo con Annie.
—Bueno… —intervino el muchacho alto un poco molesto—, es todo; ¿quieres que te acompañe a casa, Annie? Vivimos cerca…
Ella miró a Armin.
—Gracias, pero no. Afuera los dos, voy a cerrar la cortina.
—Es tarde y un poco peligroso en esta zona… Reiner pasará por mí en su coche en un rato, en la plaza del norte.
—¿De verdad piensas que necesito que me cuides, Berth?
—No es lo que quise decir pero…
Armin tomó en silencio las cosas de Annie mientras ella cerraba la pesada cortina de metal y el otro trataba de convencerla de acompañarla. Se adelantó unos pasos hacia la parada del autobús.
—Nos vemos, Berthold. Annie —dijo esto último con un tono especial hacia ella y una mirada al bolso y su guitarra, que cargaba en su brazo derecho. Acto seguido comenzó a caminar.
—¡Hey! —le dijo ella al notar que llevaba sus cosas, alcanzándolo rápidamente. Se giró, y con un rápido movimiento de su mano se despidió de su otro amigo—. Nos vemos, Berth.
Cuando volvió a mirar hacia Armin, ella lo hizo con una pequeña sonrisa.
—¿Sí?
—Esa guitarra… se parece a una que conozco.
—Oh, la acabo de conseguir, de hecho. También este bolso rosa. ¿Te gusta? —y él dio un giro para modelarla.
—Lo peor es que te combina el color.
—Siempre me han dicho que soy demasiado femenino, y ya aprendí a burlarme de mí mismo. Puedo hacer crossplay sin problemas. Una vez hice uno con Eren… Mikasa nunca lo supo…
La mirada de ella se ensombreció sutilmente.
—Ah.
Armin se detuvo bajo una de las farolas viejas que iluminaban escasamente la calle desierta.
—Annie…
Ella se detuvo también, y se giró hacia él.
—¿Qué?
—¿Te molesta que hable de Mikasa… o Eren?
Ella arrugó el entrecejo.
—¿Por qué piensas eso?
—Perdona mi atrevimiento, pero tu rostro no lo disimula muy bien. Aunque no sé si lo estoy imaginando. No quiero ser inoportuno.
—Hump.
—Dejaré de mencionarla si eso te hace sentir mejor.
—¿Por qué lo harías? Ella es tu amiga —Armin no dejó pasar el hecho que se refería específicamente a Mikasa. Al parecer no estaba alucinando.
—También tú, Annie —dijo su nombre con suavidad, esperando que ella no se enojara más. Surtió efecto, relajando su rostro, pero después de unos segundos volvió a fruncir el ceño, como si un pensamiento molesto hubiese cruzado por sus ojos.
—Ella te mira como si fueras de su propiedad —dijo por fin.
—¿Qué? Yo… bueno… no lo había pensado así…
—De seguro ya te hizo brujería o algo. No parece ser una buena persona.
—Eso fue un poco prejuicioso… —Annie le entrecerró los ojos—. Es decir, todos somos diferentes. Sé que no han tenido las mejores interacciones… pero… —pero se parecen mucho, quiso decirle. Eso de seguro le acarrearía un buen golpe—. Sé que no podemos ser agradables para todo el mundo. No existen un blanco y negro absoluto. Ella podrá ser mala persona para ti, pero buena para mí. Si le dieras un golpe, te convertirías en una mala persona para mí… —Annie parpadeo rápidamente, guardando esa información—. Lo mismo con Berthold, de seguro cree que soy una mala persona, por alejarte de él hoy…
—Al traste con lo que piense Berhold.
Armin rió levemente, liberando un poco de la tensión que sentía.
—Annie, soy un ser libre; ni Mikasa ni nadie más que yo elige a mis amigos. Y… —bajó los ojos, y un nerviosismo repentino se apoderó de él, cuando formuló la siguiente oración en su cerebro—: y… t-te elegí a t-ti, A-Annie…
El silencio que se formó, duró poco menos de un minuto, pero Armin lo sintió eterno. Cuando la miro de nuevo, notó que ella no había despegado sus ojos de él ni un momento, y que estaba más cerca de lo que recordaba, lo cual lo puso aún más nervioso.
—Eres… un sol —le soltó ella de repente.
Armin soltó una carcajada.
—¿Qué?
—Más bien, un panquecito.
—Oye, eso igual es un estereotipo… ya te dije que todo mundo piensa que soy muy femenino…
—¿Y? ¿Entonces puedes ser rudo? —le preguntó, tomándolo repentinamente por el cuello de la camisa. A Armin se subió toda la sangre al rostro. Annie era muy bajita, pero lo tenia de pronto a su merced.
Otra vez contra las cuerdas.
Si se ponía a pensar en todas las posibilidades de actuar y lo que pudiese salir mal, como solía hacerlo, perdería esta oportunidad.
Apagó su cerebro un momento, cediéndole el control a su cuerpo y corazón.
Entonces, la besó.
Ayñs, no saben lo mucho que disfruté escribiendo este capítulo.
