VI. Una confesión.
Annie se desveló pensando en muchas cosas: en su padre, su infancia, la escuela, el futuro. En Armin. En sus miedos. Tardó mucho en conciliar el sueño y sólo llegó muchas horas después de haberse acostado. Soñó esa madrugada con un gran cristal. Estaba atrapada, inmóvil, pero consciente. Escuchó esa suave voz. Una voz lejana, pero conocida. La dulce y aterciopelada voz de Armin. Él le contaba de una guerra, de sus amigos. La tristeza se filtraba en cada palabra. Annie quería llorar y abrazarlo.
Le costó mucho levantarse. Lo hizo cuando sintió una larga vibración de su celular, acompañado del estridente sonido de la guitarra el cual era su tono de llamadas. Miró la hora: la una cuarenta y tres de la tarde.
Su padre no la había despertado temprano hoy…
¡Armin!
Se levantó de súbito y se vistió con lo primero que encontró: una camiseta holgada en extremo y unos pants rayados que no combinaban y estaban además increíblemente viejos. Hasta la mitad de su recorrido se dio cuenta que iba en pantuflas y sin brassiere, pero le daba igual. Necesitaba encontrarlo; le había prometido una cita de estudio.
La biblioteca estaba cerca de casa de Annie, así que llegó en menos de diez minutos. Pero Armin no parecía seguir por ahí. Recorrió un poco el lugar y, al no verlo, salió a buscarlo por los alrededores; no debía estar muy lejos, o eso creía. Su último mensaje era de hacía tres horas, pero la llamada era de poco menos de 20 minutos. Estaba a punto de llamarlo por teléfono, cuando lo divisó entre la multitud, caminando a unas dos cuadras de distancia
Lo vio detenerse a contemplar a unos niños jugando con un alegre labrador frente a una fuente de agua. Luego miró hacia el cielo. Parecía absorto en sus pensamientos.
—¡Armin! —le gritó con todas sus fuerzas, mientras corría hacia él.
Después de aclarar el malentendido, anduvieron unas cuadras, hablando del proyecto que él había casi acabado. Al pasar por un gran ventanal de uno de los comercios, Annie fue consciente de su aspecto.
—Maldi… rayos —corrigió en el último momento su exclamación, mirando a Armin.
—¿Qué sucede?
—Mi ropa…
—¿Sí?
—No voy a ir así a un lugar lleno de gente. No es que me importe mucho pero…
—Ese color te queda bien —dijo él, señalando su camiseta amarilla—. Además, The Doors es un clásico, me encanta…
Annie le alzó las cejas, inquisitiva.
—¿Te encanta? ¿La camiseta, el grupo… o yo?
—L-las t-tres cosas —le confesó, a pesar de estar abochornado. Annie le sonrió con suficiencia. El chico tenía agallas y a ella eso también le encantaba.
—A mí me gustan tus ojos. Te ves bien sin lentes.
Él guardó esa información muy bien en su cerebro. Repetiría ese momento del día en su cabeza cuando llegara la hora de dormir.
—M-muchas gracias… aunque puede que me estrelle contra algo si no tengo cuidado… no veo mucho.
—Es verdad, que Floch te los rompió…
—Ya estoy acostumbrado…
—A eso no deberías acostumbrarte.
—Estoy alimentando a la familia de los dueños de la óptica, así que tampoco está tan mal…
—Jaja.
Annie rió suavemente ante su sentido del humor. Armin era el único con quien se relajaba tanto hasta el punto de emitir sonidos de alegría.
—Tú también tienes unos o-ojos muy bonitos, Annie —reconoció él con timidez.
—Sólo son azules cualquiera. Al menos los tuyos son como el mar… tienen una profundidad que… —que me derriten, quiso decir ella, pero se contuvo.
—¿Como el mar de la playa o del mar profundo?
—Del mar profundo —contestó ella sin dudar.
—Te confieso que, para mí… tus ojos son claros, pero también los considero profundos. Como el cielo de la mañana que refleja el mar… —declaró Armin en una voz suave y baja, caminando despacio, mirando al cielo. Estaba abriéndole su corazón: Annie lo encontró hipnotizante. No lo interrumpió y él continuó—. Una vez leí, que cuando dicen que les gusta el mar, muchos solo se refieren a estar en la playa que hay debajo de una palmera, mientras miran el cuerpo de agua desde su seguridad. No saben del mar profundo, de la belleza del abismo.
—¿Dijiste abismo? —cortó Annie. Armin despegó reticente los ojos del cielo y se concentró en el rostro de ella.
—Sí. En lo recóndito del mar existe un abismo lleno de criaturas fascinantes, de innumerables misterios por descubrir que erizan la piel. Considero que hay un gran encanto en ello, tal como lo hay en tus ojos; incluso cuando ese mar ha sido azotado por una gran tormenta.
Se miraron. Él le sonrió cohibido. Annie supo en ese momento que Armin era más valiente de lo que aparentaba. ¿Esto era una confesión? Acababa decir que sus ojos eran bonitos de una forma tan poética que ella jamás pensó escuchar. Annie no podía con la emoción que estaba llenando su cuerpo con una calidez inusitada. No tenía palabras. Lo que había dicho Armin era precioso para sus oídos tan mundanos. Eran una sinfonía de palabras que llenaban de música su corazón.
La siguiente invitación, tal vez, fue consecuencia de ello.
Armin no se había dado cuenta de cuándo habían arribado a la puerta de la casa de Annie y él la miró, confundido.
—Llegamos —le dijo ella, abriendo el portón de entrada.
—¿P-por qué estamos en tu casa? —Armin se puso repentinamente muy nervioso.
—Porque voy a cambiarme estos pants asquerosos por algo que le combine a esta camiseta que te encantó. Y porque Reiner vive a dos calles de aquí.
—Ah… e-entendido.
—¿Quieres pasar?
—N-no creo que a tu padre le agrade recibir al chico que te hizo llegar tarde anoche…
Hacía unos días en medio de sus conversaciones, ella le había contado que su padre era un exmilitar. Armin no tenía idea todavía de cómo lidiar con uno.
—No está —dijo ella, aparentemente tranquila, pero sin mirarlo. Adivinó que también estaba nerviosa.
—¿Qué? Eh… yo… a-aquí te espero —dijo él mientras se acomodaba recostado sobre el portón metálico. Su mochila pesaba un poco, así que la dejó a sus pies.
—¿Entonces no vas a pasar ni al garage? —le preguntó nuevamente. Annie estaba dándole otra oportunidad para cambiar su respuesta.
Pero Armin recordó la conversación nocturna con su abuelo.
Era muy joven aún.
—N-no, m-muchas gracias. Te espero aquí.
—Bueno, si es lo que quieres…
Lo dejó esperando afuera y entró.
Armin solía tener una respuesta en cada pregunta que solían hacerle. Pensaba y meditaba conversaciones mentales entre sus amigos para cuando llegara algún momento en que las circunstancias dieran como resultado sus pensamientos, él ya estuviera preparado.
Tal vez aceptar eso filtraba un poco de la ansiedad que padecía, pero le permitía socializar con la gente sin ponerse tan nervioso. La verdad es que él no era muy hablador cuando no estaba en confianza, pero no le disgustaba tener buenas conversaciones cuando encontraba a una persona con ideas interesantes.
Hoy, Annie lo había puesto muy nervioso. Oh, vamos, él era el chico friki-otaku del salón. Ni en sus más remotos sueños había imaginado una invitación como la que ella, una chica real de carne y hueso le había hecho ese día. Tal como Plankton el de Bob Esponja dijo: no creyó que llegaría tan lejos. Definitivamente no lo esperaba. Aunque no significaba exactamente algo malo. No le invito a su cuarto, ni hacer nada indecoroso, solo a pasar a esperarla. Él bien pudo haber entrado y aguardar "tranquilamente" en su sala, viendo sus fotos familiares o conociendo el ambiente donde ella había crecido de primera mano…
Pero ya sabía Armin que la palabra "tranquilo" sería la última sensación que él tendría.
Su amigo Marco le había contado una vez que había tenido una cita con una chica… no había terminado bien después de que él había malentendido una acción de ella y un mensaje acabo por hacerla huir. Extrañaba platicar con él; era el más sensato después de Mikasa, pero se había mudado de escuela a una privada después de haber ganado una beca, hacia apenas unas semanas. Le hubiese gustado pedirle consejos sobre lo que no debería hacer.
Consideraba que esperar afuera era la mejor decisión, aunque confesaba que por dentro, sus primitivos instintos querían correr detrás de Annie y observarla mientras se cambiaba. Dios, estaba enfermo. Últimamente necesitaba esforzarse mucho para no permitir darle a su mente ninguna oportunidad para fantasear más de lo debido. Quería tratar a Annie con respeto. Ademas, no quería interpretar equivocadamente las cosas entre ambos.
Ya estaba lo suficientemente confundido con su relación actual.
Él no tenía muchas experiencias tratando con chicas, a excepción de su primer beso con Sasha en un juego en la secundaria, no había besado a nadie más. Fuera de eso, en cuanto a mujeres, sólo conocía bien a Mikasa y ella no era la chica más normal del universo.
Aunque él no se quedaba atrás…
En pleno siglo XXI, Armin creía en el matrimonio y en todo lo que conllevaba, aunque sonara anticuado. Sí, era virgen y, contrario a lo que muchos deseaban a su edad, él trataba de suprimir sus instintos naturales de la adolescencia. En definitiva no era perfecto, ni mucho menos. Con Annie le estaba costando bastante trabajo mantener su cuerpo y reacciones fisiológicas en calma.
Así que, conociendo el contexto de que sus acciones frikis y costumbres de anciano podían alejar a Annie, quería ser cuidadoso.
No le iba a proponer matrimonio después del primer beso, por supuesto.
Por supuesto.
Pero tenía que haber una oportunidad para mostrarle sus pensamientos sobre el noviazgo, ya que consideraba esa unión como algo muy serio, lo cual requería que su cerebro, además de sus emociones, analizaran las circunstancias.
Aunque en el fondo, sabía que su corazón ya era un mar de ilusiones construidas bajo las miradas y besos de la noche anterior.
Se imaginaba llevándole flores de colores, escribiéndole cartas con poesía, mostrándole canciones de amor.
Veía un futuro con ella.
Pero, volviendo a la realidad, justo en ese momento… ¿qué eran Annie y él?
Annie no parecía tener prisa en definirlos, y él tampoco se precipitaría.
Armin no le había contado a nadie su extraña convivencia del último mes. Solían mensajearse por texto en las noches, pero en las clases, ella actuaba igual que siempre, indiferente al mundo que la rodeaba. No solía acercársele ni a la hora del comedor, por lo que él seguía comiendo con sus amigos.
En su cabeza solía fantasear con ella acercándose a su mesa para comer junto a él y sus grupo de "raritos".
Armin creía que ninguno de sus amigos se daba cuenta de lo mucho que la miraba, pero Mikasa de vez en cuando lo codeaba para sacarlo de su ensoñación.
A la hora de ir a los clubes, Annie salía rápidamente a su aula de música, y él al gimnasio. No la veía hasta que aparecía puntual en los minutos de su descanso en la cafetería donde trabajaba. Allí, ella le hablaba con normalidad.
Pensando en eso, le ponía intranquilo saber que hoy verían a Reiner, el chico popular de la escuela y a todos los que él hubiese invitado a su cumpleaños. Y verían a Annie acompañada del chico raro "con el que nunca habla".
But I'm a creep…
I'm a weirdo…
La letra de Creep de Radiohead comenzó a tener aún más sentido para él en ese momento.
Annie no sabía en qué estaba pensando cuando invitó a pasar a Armina su casa. Es como si se convirtiera en otra persona cuando lo tenía cerca; cuando lo escuchaba hablar con palabras hermosas, llenas de ilustraciones y metáforas. Ella solía ser seria y nada sociable. Detestaba el contacto físico y las cosas cursis en otra cosa que no fueran los libros.
Pero a él… podía escucharlo hablar por horas. Cruzar miradas era como sentir una corriente de electricidad que le atravesaba todo el cuerpo.
Y se sentía bien tocarlo.
Aunque sólo había tenido contacto con sus labios, con sus manos, cabello y su rostro…
Quería más.
A pesar de considerarse a sí mismo un "debilucho", Armin tenía brazos bien formados; ella veía las venas que los adornaban y tenía una extraña necesidad por saber qué se sentía tenerlas bajo las yemas de sus dedos, sintiendo su pulso. Además, él llevaba mes y medio yendo al gimnasio… comenzaba a notarlo en otras partes de su cuerpo.
Porque, ¡claro que miraba su cuerpo!
Mirarlo así sólo hacia que su de su boca salieran frases como invitarlo a su casa… ¿en qué estaba pensando?
Claro que sabía en qué estaba pensando…
Y aún así él había rechazado la propuesta…
Armin era todo un caballero.
Al haber rechazado su invitación, contrario a lo que se pudiera imaginar, ganó muchos más puntos en su corazón de los que hubiera hecho si él hubiera respondido diferente.
Casi media hora después de esperar Armin afuera de la casa de su "amiga", vio salir a la aludida con la misma camiseta amarilla, pero ahora combinada con unas medias negras y las botas con casquillos de siempre. No llevaba bolso, sólo su celular en la mano.
Y su cabello estaba suelto.
Ella se veía…
—Hermosa…
Annie dejó de caminar y se volvió hacia él con los ojos muy abiertos, sutilmente sonrojada. Ella sentía flechazos cada vez que él hacía o decía cosas como esas con tanta naturalidad.
Pero, lo que ella no sabía, es que él rubio lo había dicho inconscientemente.
¡Lo había dicho en voz alta! Se regañó Armin mentalmente. Él no se había percatado de que no se había quedado esa frase en sus pensamientos.
—G-gracias… Armin… —le respondió Annie. Ella se recogió un mechón de su cabellera y lo puso detrás de su oreja. La había logrado poner nerviosa.
Él no pudo seguir hablando. Tenía el corazón latiendo sin control.
Armin sentía que llevaba hablando más de la cuenta ese día. Rogaba a Dios que ella no saliera corriendo, porque al día le quedaban varias horas de luz aún. Pero tenía que aclarar algo.
—Annie —interrumpió el silencio que había estado acompañándolos en el corto camino. Ella le prestó toda la atención—. Honestamente estoy nervioso sobre lo que puedan pensar tus amigos sobre llevar de acompañante a alguien como yo…
—¿A alguien como tú? ¿Qué?
—Es decir, no soy el más popular… creen que soy "rarito"…
—Probablemente digan lo mismo de mí.
—Annie… tú eres genial.
—Creo que tú tampoco te ves con ojos muy justos, Armin; no tienes que avergonzarte por ser quien eres.
—No me avergüenza ser quien soy, pero me da miedo pensar que tú te avergonzarás de mi en medio de tantas personas consideradas como "geniales" por toda la población estudiantil…
—Casi toda la población —añadió ella levantando un dedo—. A mi todos ellos me valen una m…
—¡Annie! —interrumpió él, adivinando que diría una grosería. Ella le sonrió, divertida, porque debía aceptar lo mucho que le gustaba hacerlo enojar con unas cuantas palabras altisonantes.
—En fin, para mí, eres el mejor. Pero no te lo digo para que no te creas tanto —ella le pellizcó con suavidad la mejilla.
—G-Grashias Annie… —el pellizco le imposibilitaba un poco hablar.
Era tan lindo… pensaba Annie.
Le dio un rápido pico a sus labios en puchero. Armin se sonrojó, apenado por el repentino beso. No esperaba que lo besara justo frente a la casa donde era la fiesta. Aún así, tocó la mano que tenía en su mejilla y estaba a punto de corresponderle cuando…
—Oh Dios —los sorprendió una voz a sus espaldas.
Era el mismísimo Reiner con un par de refrescos y vasos desechables. Berthold lo alcanzó unos segundos después, apareciendo detrás del rubio más alto con más comestibles para los invitados. Annie y Armin no sabían si este último los había visto.
—Eh… hola, Reiner —dijo Annie fríamente. Armin sólo alzó la mano por todo saludo—. Hola, Berth.
—Hola…
—Berth, adelántate con esto —dijo rápidamente Reiner. Le añadió los refrescos que cargaba a las cosas que el pelinegro ya traía. Él no protestó.
—¿Te ayudo? —ofreció Armin, al verlo hacer malabares con las compras.
—Bueno —aceptó cuando casi se le caía todo. Ambos entraron a la casa del festejado.
Cuando se quedaron solos, Reiner miró a Annie inquisitivamente, con los brazos a los costados.
—No empieces, Reiner.
—Ni siquiera he dicho nada…
—No, pero tienes esa mirada de "¿qué va a decir tu papá de esto?" —dijo ella imitando su voz de forma exagerada.
—No planeaba decírselo a tu padre… —confesó.
—¿Ah, no?
—No. Es tu vida y tengo que respetarla, ¿no?
—Creo que mis golpes por fin tuvieron un efecto en ti.
Él, para sorpresa de Annie, se rió con una gran carcajada.
—Ya, pero, ¿Armin? —le dijo en tono acusativo.
—¿Qué con Armin? —contestó, repentinamente a la defensiva.
—Es demasiado inocente. Lo vas a corromper con tu veneno.
—Idiota.
—Además, ¿no era novio de Eren?
—¿Tú qué vas a saber? Te la pasas en las faldas de la hija del director y te olvidas de todos tus demás compañeros de clase.
—Tampoco me vengas a dar sermones, eh. Además, tendrías que pensar tú también en tus demás compañeros… como en Berthold…
—¿Qué?
—Tú sabes que él siempre estuvo…
—Cállate. No sé de qué hablas.
—Tendré que presentarle algunas chicas hoy para que se distraiga…
Armin salió en ese momento.
—¿Interrumpo?
—No —respondió Annie. Después, se volvió a dirigir a Reiner—. Tú, cumpleañero, apúrate a entrar. No te trajimos regalo, sólo venimos a comer y nos largamos.
—¡A-Annie!
El rostro de Armin palideció.
—Ya no me sorprende, así es cada año —confesó Reiner, dirigiéndose al pequeño rubio, que se sobresaltó al escuchar que las palabras eran para él; era la primera vez que un chico popular después de Annie le dirigía una oración—. Ya te acostumbrarás a su lenguaje.
Armin bajó los ojos.
—E-es un lenguaje muy particular… por cierto, feliz cumpleaños de parte de los dos. Tal vez no sea mucho, pero traje un pequeño cómic de SuperMan. Una vez te escuché hablar de que fuiste al cine a ver La Liga de la Justicia, y creí que podría interesarte.
Armin sacó de su pesada mochila un cómic con un moño decorativo.
—Wow, eres muy observador, ya veo por qué le gustas a Annie…
—¿L-le gusto a Annie?
—¡Adentro! —interrumpió por fin Annie, un poco avergonzada, empujando la espalda de ambos chicos para entrar a casa de Reiner.
Era un mundo que Armin no conocía, y en el que tenía miedo de entrar, pero al que pronto se acostumbraría.
Él cruzaría océanos, mientras Annie estuviera allí donde fuera.
¡Hola! Este capítulo iba a ser muy corto, pero al final me llegó la inspiración, la cual, como habrán notado, se filtra en las palabras de nuestro amado Armincito. Creo que me proyecté jajajajaja. Además, amo poner referencias frikis, como la otaku/nerd que soy; mi Esposito me dió la idea del chiste de Plankton, además de que es mi fuente confiable de información sobre cómics (como el otaku/fanboy de Marvel/DC que es). Inserte un corazón aquí.
