Epimoní estaba en la ciudad por la que competían su padre y Atenea, la diosa de la perseverancia miraba en conflicto, ella y Atenea eran buenas amigas y Poseidon era su padre por lo que tomó una postura neutral.

Pero conociendo a su padre en el caso de que no resultara vencedor no se lo tomaría bien, su padre era un hombre amable y cariñoso pero también tenía su orgullo sobre todo con su rival la diosa de la sabiduría, él era como el mar calmado en un momento y embravecido en otro así que tendría tendría que calmarlo.

El dios del mar hizo aparecer una fuente de agua salada como obsequio a la ciudad, Atenea hizo brotar un olivo del que podrían aprovechar mucho más, las personas se decidieron al final por uno del los dioses.

—Hemos decidido que nuestro dios patrón sea ¡Atenea!—

La multitud estalló en vítores clamando por su diosa patrona, Atenea se irguió con una sonrisa en su rostro. Epi estaba feliz por ella pero miró con preocupación a su padre, Poseidon sostenía fuertemente su tridente y sus ojos verdes se oscurecieron.

Los cielos se llenaron de nubes la figura del rey de los mares se hizo más grande hasta hacerse gigante los mares empezaron a inundar la ciudad, Atenea se plantó con su lanza intentando detener al dios mayor.

—¡PADRE DETENTE!—en ese momento Epimoní apareció con una toga blanca con rayas azules y se planto ante su furioso padre.

El dios parecía más calmado pero seguía siendo amenazador.

—Apártate Epimoní no dejaré que me pongan en ridículo—

Pero la diosa no se echó para atrás y avanzó unos pasos, Atenea miraba preocupada a su amiga pero Epimoní no era la diosa de la perseverancia por nada, usó sus poderes sobre la alegría para calmar a su padre e intentar razonar con él.

—Padre entiendo tu furia pero no puedes descargarla sobre una ciudad inocente, tú y Atenea competisteis de forma justa—

La figura de Poseidón poco a poco fue decreciendo.

—¿Recuerdas cuando perdía contra Tritón en los entrenamientos? Decías que lo tomara como una lección para aprender y mejorar y esas palabras me ayudaron mucho padre, te lo ruego detén esta locura—

Finalmente el dios se calmó y los mares dejaron de revolverse volviéndose tan planos como un espejo, los de la ciudad suspiraron aliviados y con gratitud. Poseidon suspiró nunca podía decirle que no a su hija en una discusión casi siempre ganaba debería haber sido también la diosa del razonamiento.

Epimoní abrazó a su padre.

—Gracias—

—No hay de que mi princesa y yo debo darte las gracias a ti hiciste entrar en razón a tu tonto padre—

Ambos se rieron Poseidón de mejor humor guardó su tridente y se despidió de su hija luego le dio una seca cabezada a Atenea y se fue.

Epimoní abrazó a la diosa de la sabiduría y ella le correspondió con gusto.

—Enhorabuena Búho—

—Gracias sesos de alga—la diosa miró con gratitud a su amiga—De no ser por ti ese viejo barbudo percebe hubiera desatado su furia en la ciudad—

Epimoní suspiró.

—Perdona es tu padre—dijo Atenea aunque eran amigas sabía que Atenea tenía que abstenerse de sus comentarios negativos contra Poseidon.

Epi puso los ojos en blanco—No pasa nada no eres la única pero lo agradezco ¿que te parece si nos reunimos en el Olimpo a entrenar y celebrar tu victoria?—

Atenea sonrió—Me parece bien—

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Epimoní nado por el océano hasta una zona donde se estaba desatando una violenta tormenta y fue directo al ojo de la tormenta sabiendo que la encontraría allí.

Y efectivamente allí en el fondo marino se encontraba una diosa de seis metros de alto, vestida con un vestido del mismo tono que el coral. Su piel era de un color blanco luminoso, y su cabello brillaba muy parecido a los tentáculos de medusa.

—¡Cim!—la diosa saludó alegremente a la otra.

La aludida se volvió y al ver quién era sonrió de una forma un tanto extraña como si fuera artificial y fría pero en sus luminosos ojos se veía un brillo cálido al ver a su visitante.

—Bueno, bueno hermanita ¿que haces aquí?—preguntó la diosa de las tormentas violentas, tempestades y huracanes.

Epi saltó sobre la imponente figura de su hermana y la abrazó con una sonrisa, Cim le correspondió la fría diosa rara vez mostraba afecto pero su hermana pequeña era la única excepción.

Toda su maldita familia la dejó de lado por su aspecto inquietante, nunca recibió tanto amor de sus padres, Poseidón y Amfitrite, como sus otros hermanos Poseidón hasta había limitado sus poderes algo que la frustraba y carcomía y jamás fue recibida en la corte de su padre, nunca fue reconocida o temida.

Pero su hermana Epi fue muy distinta a los demás ella jamás la rechazó de hecho la seguía y quería ver cuando hacía estallar una tormenta, al principio Cimopolia se mantenía alejada de ella. No quería hacerse ilusiones y que al final otro miembro de la familia a desilusionara.

Pero Epimoní insistió, estaba decidida a hacerse amiga de su hermana. Había visto lo sola que estaba y no entendía porque su padre no la invitaba a su palacio, ni siquiera a comer con ellos. Por eso decidida no paró de insistir y en verdad Cim no era mala era una diosa que se deleitaba con las tempestades y el caos del mar pero era su naturaleza y en el fondo era buena solo que no le habían dado la oportunidad conocerla y ver su mejor lado.

—He oído lo que sucedió en Atenas me hubiera encantado estar allí para ver la cara de nuestro cuando perdió contra Atenea—la diosa se rió con esa característica risa de delfín—Pero es una pena que le pararas los pies cuando iba a inundar la ciudad hubiera sido divertido de ver—

Epimoní negó con la cabeza por las travesuras de su hermana.

—No está bien Cimopolia era un concurso y se jugó de forma justa no siempre se puede causar el caos—

Cimopolia resopló.

—Le quitas todo lo interesante Epimoní—

Epi rió su hermana tenía un gran sentido del humor.

—¿Y como te va con Claus?—

Epimoní se sonrojó—Bien supongo que las noticias vuelan rápido ¿no?—

—Sí me alegro por ti no solo porque es muy guapo sino también porque has podido escoger a tu pareja no como yo—

La diosa de la alegría miraba a su hermana con pesar, la habían casado sin su consentimiento con Briares el centimano y aunque a Epimoní le caía bien y eran amigos sabía que Cim no lo quería ni aguantaba.

—No pienses más en eso de echo te he traído un regalo—sacó un largo cinturón de conchas, orejas de mar, de color blanco—recogí las conchas sé que las orejas de mar son tus favoritas pues parecen el remolino de un huracán y le encargué a Hefesto que los uniera con una cadena de plata hilado con un pelo mío—

Cimopolia se quedó sin palabras por el gesto y ambas volvieron a abrazarse, luego Epi se fue despidiéndose de ella.

—Hasta pronto hermana y vena visitarme, sabes que en mi palacio siempre eres bienvenida—